Confío en ti
¿Cómo se siente un corazón roto? No, no creo que mi corazón este roto, pero si lastimado, muy lastimado. ¿Cómo se cura un corazón roto? Debería existir una clínica para los corazones rotos, donde uno pueda ir a sanar de las malas relaciones, de las malas personas. En este momento solo quiero ir a casa, a la pequeña casa en mitad del bosque, mi hogar, el único hogar que he tenido. En este momento solo quiero un abrazo de mi mamá. Pero eso ya no es posible, cuando mi mamá murió, con ella se llevó aquella casa y los buenos recuerdos que ahí viví.
—¿Esta todo bien? —me pregunta Alex mientras estamos sentados en el jardín de la familia de Ian.
Yo suspiro y sonrió mientras me giro para contestarle a mi hermano.
—¿Estás aburrida? —me pregunta—. Seguro ya tenías planes para hoy.
Niego con la cabeza y lo abrazo. Escondo mi cara en su pecho.
—¿Estas aburrida? Lo siento mucho, mira no tienes que estar aquí, entendemos sí quieres ir a otro lugar —dice Annie mientras se sujeta el cabello en una coleta alta.
—No, en lo absoluto.
Sólo no quiero estar aquí, cerca de Ian. Quisiera estar sola encerrada en mi habitación sintiéndome miserable.
—¿Qué planes tenías para hoy? —me pregunta Erick.
—Ninguno —le respondo.
No miento.
—Ella siempre ha sido muy espontánea en sus actos, un día se despertaba y se iba acampar. A veces desaparecía por días y yo tenía que cubrirla. Rara vez decía dónde iba y a veces, me arrastraba en sus locuras.
No puedo evitar sonreír. Alex nunca ha sido una persona que le guste hacer cosas espontáneas, cuando él decide tomar una decisión medita con mucha antelación todos los factores y yo siempre lo obligaba a ir conmigo sin decirle nada, ni ha donde íbamos, ni que íbamos hacer.
—Ya no soy así —le digo—, ya maduré.
Mentira, sí hoy no hubiera tenido planes de venir aquí lo más probable es que estaría en la playa o en algún rincón perdido.
Ian se acerca a nosotros, yo no lo miro, pero siento su mirada fija en mí. Sophie esta junto a él. Ambos están vestidos a juego. Ridículos.
—Bien, es hora de dividir los equipos.
Annie decidió que el equipo perdedor tiene que cumplir una penitencia que le pondrá el equipo ganador.
—Yo no voy a jugar —dice Sophie mientras toma asiento a mi lado.
Annie la mira y después asiente con la cabeza. Sabe que es caso perdido tratar de hacer entrar en razón a Sophie.
—Bien—dice Annie—, yo iré con Alan, Gabrielle y Diego.
Diego es el primo de Gabrielle.
—Y Erick, Ian, Alex y Emma serán el otro equipo.
Un fuerte NO sale de mis labios y me tapo la boca cuando me doy cuenta, pero ya es tarde todos me están mirando sin entender nada. ¿Por qué me cuesta tanto trabajo mantener mi boca cerrada?
—Es que no puedo ir en el mismo equipo que el esposo de mi hermana.
—¿Por qué? —es Ian quien me pregunta.
No lo miro cuando respondo.
—Es de mala suerte —digo—, es una superstición griega.
Todos me miran extrañados.
—Nunca la había escuchado —comenta Ian.
Lo miro molesta y aparto rápidamente la mirada.
—Bueno la estas escuchando ahora —digo de forma cortante.
Annie parece darse cuenta que algo no está bien entre Ian y yo porque decide cambiar conmigo y ella estar en el equipo de Ian algo que yo agradezco. Sophie a penas y se da cuenta de lo que sucede porque está concentrada en su teléfono. El juego empieza, la mamá de Ian es el árbitro. Yo debo reconocer que no soy muy buena en fútbol, en realidad nunca me ha gustado, pero trato de dar lo mejor de mí. Mi juego consiste en correr lejos de Ian, es muy difícil porque él parece buscar la forma de acercarse a mí, como si este fuera el mejor momento.
Un poco antes que se termine el juego, sin entender porque, Ian estaba atrás de mí y yo entré en pánico y le di un codazo en su nariz. Tuvimos que detener el juego porque la nariz de Ian no paraba de sangrar. Yo no pretendía hacer eso, pero no me arrepiento, es más, una pequeña sonrisa apareció en mis labios mientras él se sentaba en la banca y su mamá le revisaba el golpe.
—Emma, es fútbol no boxeo —me dice Alex.
Yo solo me encojo de hombros y los miro falsamente apenada, sin entender porque estamos jugando fútbol cuando somos canadienses, deberíamos jugar hockey.
—¿Boxeas? —me pregunta Erick, quien parece muy curioso por ese hecho.
Niego con la cabeza.
—Tomé un par de clases cuando estaba en último año del colegio, pero solo sé lo básico.
Alex coloca su brazo alrededor de mis hombros.
—Lo hizo porque le gustaba el profesor de boxeo. Cuando el abuelo se enteró, la hizo dejar el curso.
Aún recuerdo eso, mi abuelo era muy celoso y sobreprotector conmigo.
—Siempre te han gustado mayores —dice Erick con una sonrisa mientras él y Annie se ríen, pero a Alex no le pasó desapercibido la broma privada y no le causó nada de gracia.
Me disculpo un momento para ir al baño. Entro en la casa y una de las sirvientas me lleva hasta el baño. Cuando entro me siento en el suelo y quito la falsa sonrisa de mi rostro. Quito la máscara de felicidad y me permito sentirme triste y botar algunas lágrimas. Mi padre siempre dijo que no debía llorar, que solo los débiles y perdedores lloran. No me dejó llorar ni por la muerte de mi madre. Pero ahora sentada en el piso de este baño en esta casa extraña no me siento débil. Después de estar así un momento me paro frente al lavado y me limpio la cara. Salgo del baño y maldigo mi mala suerte cuando veo a Ian.
—¿Me estabas esperando? —le pregunto.
Su nariz ya no sangra, pero su camisa polo azul aún está manchada de sangre.
—¿Estabas llorando, Emma?
Antes que pueda decir algo toma mi mano y me jala por el pasillo hasta una habitación. Cuando entramos él cierra la puerta.
Miro la habitación, era de él, es muy obvio. Esta pintada en tonos azules con filos negros. Hay una repisa negra con algunos trofeos y medallas, me acerco a la repisa y veo que son trofeos por diferentes deportes y medallas por natación y buenos promedios. También hay un trofeo sobre un concurso de música, reconozco el concurso yo también participé y gané el mismo trofeo.
—Yo también participé —le digo mientras señalo el trofeo —. Y también gané.
Me pregunto qué otras cosas tenemos en común. Sigo mirando su habitación y veo algunas fotografías, entradas a conciertos, fotos de él cuando era un adolescente y no puedo evitar sonreír al ver esa foto. También tiene algunos libros, Cd de vinilo y un tocadiscos negro muy hermoso en una de las esquinas.
—No —dice de pronto Ian, me giro sorprendida porque no entiendo a qué se refiere—. No, no estoy en contacto con ella. Lo estuve hace unos años porque necesitaba saber porque me dejó, tenía que cerrar esa etapa de mi vida. Pero ahora no lo estoy, tampoco pienso en ella, pero es una etapa de mi vida de la que no me gusta hablar.
Él camina hasta mí y pone sus manos en mis hombros.
—No tienes idea lo mal que me sentí cuando ella no llegó el día de nuestra boda, estaba devastado y cada vez que hablo de ella recuerdo ese día y me siento patético. Odio sentirme así.
Miro sus ojos y puedo ver que me está diciendo la verdad, pero no entiendo porque no me dijo eso está mañana cuando le pregunté.
—Yo también me sentí mal cuando me dijiste que no somos nada.
—Lo sé —me dice y luce apenado —. Me arrepentí enseguida, no debí decir algo que no pienso y mucho menos siento.
Ojalá todo fuera tan fácil, decir perdón y que todo quede solucionado, pero no es así. La herida está ahí.
—No es tan fácil, me lastimaste, además no confías en mí.
Él me abraza, yo no me muevo, pero dejo que sus brazos me rodeen con fuerza. Lo necesito.
—Lo hago, confío en ti. ¿Tú confías en mí?
—Sí, no debería hacerlo, pero confió en ti —le respondo—. A pesar de mi buen juicio, yo confió en ti, es por eso que me dolió tu respuesta. Dijiste que no somos nada, nada, al menos debiste decir que somos amigos o no sé. Ian, yo no soy de dar segundas oportunidades y aquí estoy como estúpida tratando de entender porque me dijiste eso para darte otra oportunidad, una oportunidad que tú ni siquiera me has pedido.
Unas cuantas lágrimas salen de mis ojos, él intenta acercarse a mí, pero yo lo alejo.
—Lo que más me duele es que siento que tenías razón, que nunca fuimos nada. Que nunca hubo un futuro posible para nosotros y que todos los sueños que tuve sobre un posible final feliz para nosotros se hizo cenizas en mis manos.
Él intenta acercarse otra vez a mí y esta vez si se lo permito porque lo necesito, necesito que me sujete, que no me deje caer. Me siento a la deriva.
—Te voy a contar algo para demostrarte que confío en ti, para demostrarte lo importante que eres para mí, algo que jamás le he contado a nadie, ni si quiera a Eleanor.
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