CAPÍTULO EXTRA- UN FINAL FELIZ

Había una vez una pequeña niña que soñaba con una familia feliz, mientras crecía fue dejando a un lado ese sueño porque creyó que jamás se haría realidad. Mientras crecía aquella niña solo podía ver como su sueño se escapaba de sus manos hasta que un día su vida cambio sin ella darse cuenta y es que la vida a veces es así. Un día ella conoció a un hombre en un bar, un hombre que puso su vida de cabeza y del cual se enamoró perdidamente. Ahora aquel hombre es su esposo y está frente a ella tocando una hermosa música que le compuso.

—Te amo, tanto —le digo mientras me siento en su regazo y tomo su rostro entre mis manos para besarlo. Llevo mis manos hasta su cuello y él empieza a deslizar su mano dentro de mi blusa, pero yo necesito más y al sentir la forma en que sus manos acarician mis pechos entiendo que él también.

Ian se toma su tiempo y quita uno a uno los botones de mi pijama azul, una de mis favoritas, pero ahora no me importaría que se hiciera pedazos. Cuando por fin termina de desprender el último botón escuchamos unos fuertes pasos en el pasillo y me paro de espalda para poderme prender la blusa.

—Adiós a nuestros cinco minutos de paz —me dice Ian mientras besa mi cabeza.

—Deberíamos irnos de viaje, los dos solos —le digo—, podríamos dejar a los niños con Annie, tenemos que aprovechar antes que ella tenga sus propios hijos.

Escucho la risa de Sebas y la voz de Ethan. Me siento en el banco del piano y veo como Ian se acerca hasta ellos con los brazos abiertos. Sonrío como una tonta mientras veo a Ian abrazarlos y darles vueltas en el aire. En mi mente aparece aquel momento donde me enteré que eran gemelos, Ian y yo no estábamos preparados para eso y fue una gran sorpresa. Dos niños fue un gran cambio en nuestra vida. Recuerdo cuando nacieron y los vi en esa pequeña cuna del hospital, tan pequeños e inocentes, ajenos a los problemas que hay en este mundo. Los amé desde antes que nacieran, los he amado cada instante y mi amor por ellos crece y crece. Es increíble porque jamás creí que podría amar alguien más de lo que amo a Ian.

—Tierra llamando a mami, tierra llamando a mami —dice Ethan mientras mueve su mano frente a mi cara—. Mami, no estas escuchando lo que digo.

—Eso es muy grosero de tu parte mami.

Él y Sebas son como dos gotas de agua, juntos son todo un huracán. A veces creo que son así porque pasan demasiado tiempo con Annie y David, sabrá Dios que cosas les enseñan cuando están solos. Aunque puedo hacerme una idea. Los padrinos de mis hijos influyen mucho en ellos. Annie y Alex son los padrinos de Sebas y David junto a Elisabeth son los padrinos de Ethan. Erick y la madre de Ian, Isabela son los padrinos de Milá. Alan junto a Sophie son los padrinos de Abbey.

—Te escucho, que sucede —le digo mientras lo siento en mis piernas.

Él suspira de forma larga y cansada, sé que me va a pedir algo, siempre hace lo mismo cuando quiere algo, en eso es idéntico a Annie.

—¿Puedo tener una mascota? —me pregunta mientras mira con sus hermosos ojos negros, y me sonríe hasta que se forman esos adorables hoyuelos en sus mejillas.

Yo niego con la cabeza de inmediato.

—¡NO!, no más mascotas. Ya tenemos suficientes animales en esta casa, una mascota más y seremos un zoológico.

Tenemos tres perros, un gato, tres pájaros, peces, un loro, dos conejos, dos pollitos y dos patitos.

—No es justo Mila tiene un nuevo conejo.

Y como si hubiera estado escuchando toda la conversación Camila entra despacio en la habitación mientras se pasa una mano por sus ojos y un bostezo sale de sus labios.

—Me lo dieron porque Abbey liberó a mis pajaritos.

Fue todo un caos cuando Mila descubrió que su hermana había liberados a sus amados pajaritos azules.

—Sabes que no me gusta ver animales encerrados —murmura Abbey.

Tenemos cuatro hijos, los gemelos que son los mayores con siete años, seguidos por Abbey de seis y Mila de cuatro. Los gemelos están siempre, realmente siempre metiéndose en problemas y la mayoría del tiempo arrastran a sus hermanas en sus locuras. Abbey es la más tranquila de los cuatro, ella siempre está pensando en las consecuencias de sus actos, es callada y algo reservada. Mila es un amor, es tierna y tan cariñosa que a veces no entiendo como un corazón tan grande entra en un cuerpo tan pequeño.

—Pero yo quiero un tigre —le dice Ethan a Abbey.

Abbey se acomoda su cerquillo que tanto ama e ignora a su hermano de una manera descarada. A veces cuando mira a la gente con el mentón levantado y con cierto desdén en su mirada me recuerda a Sophie. Abbey es la favorita de Sophie, tal vez porque es la madrina, no lo sé, pero pasan mucho tiempo juntas.

—Si Ethan puede tener un tigre entonces yo quiero un león.

Aún recuerdo lo tranquila que era nuestra vida cuando solo teníamos a fantasma. Mi hermoso perro es el único que no me da dolores de cabeza. Miro a Ian por un momento y la mirada que me da me dice que está pensando lo mismo que yo.

—Nadie va a tener nuevas mascotas —dice Ian—, y mucho menos tigres y leonés.

Los cuatro miran a su padre con la intención de decir algo, pero al ver la mirada que Ian les da cierran sus bocas y asienten con la cabeza.

—Bien, vamos a desayunar, recuerden que hoy es el cumple de Valerie.

Valerie es la hija mayor de Elizabeth y Leo, hoy cumple cinco años. A veces me sorprende lo rápido que pasa el tiempo. Mi pequeña sobrina Aurora ya tiene nueve años, aun cuando la veo recuerdo lo pequeña que estaba en mi boda. Algo similar me sucede cuando veo a los gemelos. Siento nostalgia al ver lo rápido que crecen.

—Mami, ¿por qué me pusieron Camila? —me pregunta Mila mientras se sienta en la mesa y bebe un poco de leche.

—Porque tienes cara de Mila —le responde Sebas.

—No, tienes cara de koala —murmura entre risas Ethan.

—Mila la Koala —acólita Sebas a su hermano, como siempre—, me gusta como suena.

Sí, mi hijo preferido sigue siendo fantasma, mi hermoso lobo siberiano está acostado tranquilo en el jardín ajeno a las discusiones diarias de mis hijos. Ellos siempre tienen preguntas, la mayoría de las veces son preguntas muy raras que me dejan pasmada sin saber que decir. Claro que a veces David y Annie les dicen a los niños que nos hagan algunas preguntas sólo para molestarnos. Como la vez que hicieron que los gemelos nos pregunten de dónde vienen los bebés.

—Bueno, Camila lo escogió tu papá, quien te puso ese nombre por el libro Camila que era el favorito de tu abuela. Yo escogí tu segundo nombre.

—Hope —dice ella—. Camila Hope Basset.

Asiento con la cabeza. Me siento a lado de Abbey y espero a que Ian nos sirva el desayuno. Abbey me mira con sus enormes ojos azules mientras se peina el cerquillo. Aquella mirada cargada de tantas preguntas me dice que ella sabe algo, Abbey es muy inteligente. Le sonrío y acaricio su mejilla, pero ella no me devuelve la sonrisa, agacha la cabeza y suspira mientras mira sus manos. A diferencia de los gemelos a Abbey no teníamos pensado adoptarla, fuimos un día de visita a la agencia de adopción para agradecerle a la mujer que nos ayudó adoptar a los gemelos cuando vi la carpeta amarilla con su foto. Lo supe en ese momento, fue una sensación en mi pecho, como si ella y yo hubiéramos estado destinadas a encontrarnos.

Cuando terminamos de desayunar Ian lleva a los gemelos para bañarlos y arreglarlos, yo hago lo mismo con Mila y Abbey.

—¿Dónde está, Abbey? —le pregunto a Mila mientras entro en la habitación que las dos comparten.

Mila está en su pequeña mesita armando un nuevo rompecabezas, ella ama los rompecabezas.

—Salió por agua —me dice sin levantar la mirada de las piezas dispersas en la mesa.

Camino hasta la cocina, pero no la veo. Escucho el sonido del piano y camino despacio hasta él. Ella está sentada ahí, está pensativa y mueve sus pequeños dedos por las teclas y presiona con mucha delicadeza una tecla y vuelve a presionar la misma una y otra vez. Me recuerda a Ian cuando está frustrado por algo. Ella es igual a Ian en muchos aspectos.

—Que extraña melodía es esa —le digo mientras me siento a su lado.

Ella no me dice nada.

—¿Qué sucede, Abbey?

Sus dedos se detienen y levanta despacio la cabeza hasta mirarme a los ojos.

—Mi tía Lía está embarazada, Aurora me estaba enseñando fotos de su mamá cuando estaba embarazada de ella. Yo vine a buscar fotos, pero no hay nada, todos tienen fotos de cuando estaban en la barriga de sus mamás, ¿por qué nosotros no?

¿Como le explico a mi hija de seis años que es adoptada? Eso solo desatará más preguntas y la que más me aterra es que pregunten por su progenitora, aquella mujer que la abandonó en un sucio basurero cuando acababa de nacer. Pero tampoco quiero mentirle, no puedo simplemente ver sus hermosos ojos azules y decirle mentiras que llevarán a más mentiras. Si algo he aprendido es que las mentiras tarde o temprano te pasan factura.

—Cuando tu padre y yo nos comprometimos lo hicimos en un hermoso lugar con luces de colores en el cielo, pero no hay fotos de eso porque estábamos tan felices en ese momento disfrutando de nuestro amor que nos olvidamos de tomar una foto.

Abbey parece entender lo que trato de decirle.

—A veces los mejores momentos de nuestra vida no están plasmados en una fotografía, están guardados en el corazón.

Ella sonríe por primera vez en todo el día.

—¿Soy uno de los mejores momentos de tu vida? —me pregunta con una sonrisa que me derrite el corazón.

Ian toma a Abbey entre sus brazos y se sienta con ella sobre su regazo.

—¿Sabes por qué te pusimos Margaret? —le pregunta Ian y ella niega con la cabeza—. Cuando tu mamá y yo nos conocimos y empezamos a enamorarnos no podíamos decirnos que nos amábamos, así que teníamos un código: Margarita. Para nosotros Margarita significaba, te extraño, lo siento, te espero, te amo. Para nosotros margarita era nuestra forma de decirnos cuanto nos amábamos.

Tomo la mano de Ian al recordar aquel momento. Parece que fue hace unos días cuando lo conocí, parece que fue ayer cuando nos dijimos te amo por primera vez. Pero han pasado casi diez años. Increíble.

Acaricio la cadena que Ian me regaló aquella noche en el invernadero. Me la quito y se la pongo a Abbey. Ella acaricia la margarita y me sonríe.

—Tú papá me la regaló hace años, fue el primer regalo que me dio. Ahora es tuya, mi pequeña Abbey, y espero que nunca olvides o dudes de cuánto te amamos.

Ella me abraza muy fuerte.

—Nunca me la voy a quitar y cada vez que este triste la voy a ver y recordaré lo mucho que me quieren.

Ícaro tuvo suerte, mucha suerte de haber dejado a un lado su sentido común y volar hacia el sol. Quien diría que Ícaro conseguiría la familia que siempre anheló después de dejarse consumir por el calor que emanaba el sol.

Cuando llegamos a la fiesta de Valerie, Elizabeth nos recibe con una sonrisa y en sus brazos carga a Mateo de apenas siete meses. Cuando Mateo me ve me sonríe y extiende sus brazos para que lo cargue.

—Hola, tía Elizabeth —saludan mis hijos al unísono mientras corren abrazar a su tía.

Tomo al pequeño Mateo un momento entre mis brazos, es un bebé hermoso, se parece a Leo. Valerie si tiene un poco más de parecido a Elizabeth, pero hasta ahora ninguno de los dos ha heredado su cabello rojo.

—¿Dónde está la cumpleañera? —le preguntó a mi hermana.

Ella señala hacia el patio.

—Afuera, emocionada por los animales que hay.

Después de escuchar eso mis hijos empiezan a dar saltos de felicidad mientras me dicen que quieren ir a ver a los animales.

—Estoy esperando a su padre.

—Deja, yo los llevo, espera a Ian tranquila.

Ella toma a Mateo entre sus brazos y les hace una seña a mis hijos para que la sigan.

—No se olviden de felicitar a su prima —les digo—, y darle sus regalos.

—Sí mami.

Camino hasta uno de los sofás y me siento a esperar a Ian que está en el auto atendiendo una llamada de negocios.

—Un beso por tus pensamientos —me dice Ian mientras me da un beso en la frente.

—Te estaba esperando —le digo mientras me pongo de pie.

Él me abraza y yo recuesto mi mejilla en su pecho.

—¿Te he dicho hoy cuanto te amo? —me pregunta y yo murmuró un no contra su pecho— Te amo, mi querida esposa, te amo y te agradezco cada momento de felicidad que le has dado a mi vida. Te agradezco por ser luz e iluminar mi camino porque debo reconocer que antes de conocerte estaba algo perdido. Te agradezco por amarme y por la familia que tenemos. Te amo.

Ian me besa, con la misma pasión que me besó la primera vez, con la misma pasión que me ha besado desde esa noche.

—Te deseo tanto —le digo.

Sus labios empiezan a bajar por mi garganta y un gemido se escapa de mi boca. Este no es el lugar para hacer esto así que tomo la mano de Ian y lo llevo hasta los baños de invitados, pero antes de entrar al baño él me vuelve a besar.

Alguien se aclara ruidosamente la garganta. Algo molesta levanto la cabeza para ver quien se atreve a interrumpir porque es la segunda vez que nos interrumpen hoy, la frustración me está enloqueciendo.

Es David y me mira tratando de contener la risa.

—¿Qué quieres David? —le pregunto sin disimular ni un poco mi molestia.

Él lleva la mano de forma lenta y dramática hasta su pecho mientras me mira horrorizado.

—¡Uy! Creo que me muero, jamás creí que tú, mi mejor amiga podría hablarme así. Pero hay un Dios que todo lo ve. Aunque en parte te entiendo, tu alma se está dejando llevar por el camino del pecado y la lujuria. Aléjate de Sodoma y Gomorra —dice mientras señala a Ian— y camina hasta la luz —se señala a él—. Ven, Emma, sigue el camino de la salvación y aléjate del pecado.

David siempre logra sorprenderme con alguna nueva ocurrencia.

—David deja el drama —me acerco a él y lo abrazo—, lo último que tú eres es la salvación. Ahora dime porque estás aquí.

Él niega con la cabeza.

—Primero dime que me quieres y que soy el mejor amigo de este mundo... no, del universo.

Ian se ríe y me abraza por la espalda. Recuesta su mentón en mi hombro.

—Te quiero, David y eres el mejor amigo de este universo.

—Oh, pero que dulce eres querida amiga, yo también te quiero, aunque sigas el camino del pecado yo te quiero.

Ian no puede evitar reírse.

—Ahora dime.

—Bueno, uno de sus hijos liberó a los pájaros y otro hizo llorar al cuidador de serpientes.

Esto debe ser una broma, miro a los ojos a David para saber si bromea y no, está diciendo la verdad.

—¡Por Dios!, pero si los hemos dejado solos cinco minutos.

Estoy segura que Abbey fue quien liberó a las aves y Sebas hizo llorar al cuidador al hacerle preguntas que el pobre hombre seguro no entendía.

Ian me dice que él se encarga, algo que agradezco. Yo camino en busca de Elizabeth para disculparme y la veo sentada en una mesa junto a Sophie riéndose al ver a los cuidadores de las aves corriendo por todo el jardín tratando de atraparlas.

—Lo siento mucho, Lizzie —le digo.

Me acerco a Sophie y la abrazo antes de sentarme a su lado.

—Deja el drama, Emma y por favor quita esa cara de mártir que me produce migraña —me dice Sophie—. Y no regañes a Abbey, ella sólo está haciendo lo que cree que es correcto.

Ya me imaginaba que Sophie no dejaría que regañe a Abbey, nunca le gusta que la castigue. Quien diría que de mis hermanos ella sería la que más consentiría a mis hijos, en especial a Abbey.

—Deja, no es para tanto. Mira, Valerie está muerta de risa y eso es lo que importa.

Las dos hijas de Sophie corren hasta mí cuando me ven.

—Tía Emma —me dice Valentina, de ocho años mientras me da un beso en la mejilla.

—Tía, tía.

Anne de seis años me abraza y me da un beso en la mejilla.

Son dos hermosas niñas de cabello rojo como el fuego, Valentina es la más parecida a Sophie incluso en el carácter. Anne es físicamente parecida, aunque también conserva algunos rasgos físicos de Julián, su padre y su carácter es igual al de Julián.

—Mamá, papá dijo que en vacaciones iremos a Australia. ¿No es emocionante? —le dice Anne a Sophie.

Sophie mira con amor a su hija mientras le responde lo emocionante que le resulta el viaje. Sophie es a veces incluso más consentidora que Julián con las niñas.

Annie y Jazper también llegan y Annie se muere de risa cuando le cuentan lo que hizo Abbey.

—Vamos Emma, no es para tanto —me dice Annie mientras trata de controlar su risa—, la pequeña Abbey sólo liberó a quince aves, no es nada. Entre ellas tres aves exóticas. Igual a la vez que se robaron al gato de su vecina. Perdón, hurtaron, como dice Sebas porque no hubo violencia.

Cuando veo llegar a Alex me paro y corro a saludarlo, él me sonríe con cariño y me espera con los brazos abiertos, como siempre. Pueden pasar los años y tal vez ya no nos vemos como antes pero siempre sé que cuando las cosas se ponen mal puedo correr a sus brazos porque él siempre me va a esperar con los brazos abiertos.

—Yo también te extrañé mucho Emma —me dice Alex.

Saludo a mi pequeña Aurora y a Lía. Veo la barriga de seis meses de Lía que a penas y se nota. Alex está feliz de saber que es un niño, aunque me confesó en secreto que esperaba que sea niña porque son más tranquilas que los niños y en eso le doy la razón. Al menos en esta familia es así.

Me quedo un momento mirando a todos. David está con Annie, Gabrielle y Mila en los juegos inflables. Ian está conversando en una mesa con Leo, Jazper, Julián y Erick, que sigue soltero y dice que prefiere estar así. En otra mesa están Lía, Elizabeth y Sophie sentadas conversando y riéndose de lo que sea que acaba de decir Sophie. Alex y Alan están jugando fútbol con los demás niños. Escucho la risa de los niños mezclada con la risa de los adultos, es una mezcla magnífica, un sonido único. Creo que así es como se debe escuchar la felicidad.

Es increíble como mi vida cambió en casi diez años, tengo cuatro hijos y casi un zoológico en casa, también tengo al mejor esposo del mundo y una familia que a pesar de todo está unida y trata de siempre estar feliz. Siempre soñé con una familia grande y ahora por fin la tengo. Creo que a pesar de todas las cosas que sucedieron en el pasado, a pesar de las peleas que aún hay, creo que estaremos bien.

—¿Qué pasa hermanita? —la voz de Sophie me hace sobresaltar— Pensando en cómo alguien como tú tiene la dicha de tener una hermana tan fabulosa como yo.

Genio y figura hasta la sepultura.

—No, es obvio que piensa en lo afortunada que es de tenerme como mejor amigo. Ella sabe que tiene suerte en esta vida.

Dios los crea y ellos se juntan.

—Tal vez está pensado en que hermosa es su cuñada —les dice Annie—, y en cómo se va a ver aún más hermosa ahora que está embarazada.

Todos gritamos de emoción y felicitamos a Annie. Ella no había querido tener hijos porque quería poder disfrutar de una larga relación con Jazper ya que su boda fue tan apresurada.

—Por Annie, estoy un 95% feliz por ti y un 5% triste porque tendré que conseguir niñera cuando quiera salir con Alan —dice Gabrielle.

—Lo mismo digo —dicen Sophie y Elizabeth mientras levantan sus copas.

Ian me abraza por la espalda y me da un beso en la coronilla.

—Me siento tan feliz por Annie —me dice—, y también algo preocupado por el bebé, por suerte tiene a Jazper.

No puedo imaginar reírme al recordar la primera vez que Annie les cambió el pañal a los gemelos y todo el caos que armó.

Cuando llegamos a casa los gemelos quieren que Ian toque el piano.

—Sólo un momento, hay que ir a dormir, mañana hay escuela.

Los gemelos son excelentes estudiantes, pero eso no quita las múltiples veces que hemos tenido que ir porque han hecho algo malo. Como la vez que pintaron a dos de sus compañeros de azul o cuando sólo le hablaban en italiano a su profesora.

Los gemelos se sientan con Ian en el banco del piano y yo me siento en una silla con Mila y Abbey en mis piernas.

—¿Qué música quieren? —pregunta Ian.

Todos responden al instante.

Ain't No Mountain High Enough.

Es su música favorita.

Ian se ríe y empieza a tocar la melodía que ya conoce de memoria. Todos cantamos, empezamos a bailar y dar vueltas por el salón mientras Ian toca la música. Milá y Abbey hacen de Tammie y los gemelos de Marvin Gaye. Adoran esa música y le piden a su papá que la intérprete una última vez.

Sí, creo que estaremos bien.










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