Capítulo 7

Primer día de quimioterapia

Carla respiró profundamente cerrando sus ojos en el instante que sintió la aguja traspasando su piel. Ella estaba conectada vía PICC, un enfermera le colocó un catéter plástico largo en una de las venas más grandes del brazo, algo parecido a un suero fisiológico con la diferencia de que el líquido en su interior no era trasparente como normalmente lo son, sino azul. Estando rodeada de más personas con su misma enfermedad no se sintió sola en aquel gran salón, unos con más esperanza de vida que ella y otros con mucho menos... Para Carla eran grata compañía las personas que comprendían su situación, a pesar de no haber intercambio palabras con alguien se sentía cómoda acostumbrándose a su realidad con cáncer de mama en fase tres.

El área de la clínica donde suministraban las quimioterapias era un pabellón de no más de 225 metros cuadrados. El cual estaba dividido en pequeños cubículos en los cuales había grandes sillones, aire acondicionado, oxígeno, sueros, medicamentos, televisores y todo lo necesario para que los pacientes con cáncer estuvieran a gusto.

Carla no estaba precisamente sola del todo, Samuel estaba del otro lado de la puerta. A él se le permitía entrar a verla, no por mucho tiempo, pero podía hacerlo. Cada veinticinco  minutos entraba y se sentaba a su lado por diez minutos para luego volver a salir y así sucesivamente fue durante las tres horas pasadas y así sería con las otras dos venideras restantes para culminar el proceso de quimioterapia.

Los ensayos con Crew y un caso de divorcio millonario del bufete de abogados no le permitieron a Sebastián estar con su madre en tan delicado momento. Por eso Sebastián acordó con Carla ir a recogerla, no tenía mucho tiempo libre, no obstante haría todo lo posible para estar a la salida.

—¿Bien? —preguntó Samuel sosteniendo las manos de Carla.

—Estoy bien. —Ella intentó sonreírle—. Pero me duele un poco la espalda.

—Llevas mucho sentada ahí... Te buscaré una almohada.

—Espera, Samuel, no tienes qu... —Carla no terminó la oración cuando él estaba fuera del salón. Cinco minutos bastaron para que estuviera de vuelta.

—¿Puedo? —Samuel colocó la almohada en la espalda de Carla apoyándola en el respaldo de la silla—. ¿Mejor?

—Gracias.

—No hay de qué... Espero y no me echen de aquí.

—No tienes que estar tanto tiempo, estoy bien.

—Quiero estar aquí.

—No debiste dejar de trabajar por mí.

—Construct pudo muchos años sin mí, unas horas en mi ausencia no arruinaran la empresa.

—Es tu responsabilidad.

—Igual tú lo eres, también mereces mi atención.

—Tu familia...

—Formas parte de ella.

—¿Cómo está Jessica? —Un profundo suspiro de parte de Samuel preocupó a Carla—. ¿Pasó algo malo?

—Mamá... Ella, por más que le insistimos no quiere someterse al tratamiento.

—¿Por qué?

—Ella no habla de eso, tampoco nos permite que le instalemos el tema. Su cuerpo recibe las quimioterapias por medio a pastillas. Papá tampoco hable del tema, mucho menos Lucas... Creo que tiene depresión.

—Debes hablar con ella, para una madre es muy importante saber de sus hijos.

—Lo sé, pero siquiera me deja hablarle, desde que me mude al apartamento ha sido así.

—Quédate unos días en casa, tu compañía le haría sentir mejor.

—Carla...

—No te preocupes por mí, ve con ella. Yo tengo a Sebastián, dentro de un rato vendrá, no tienes que llevarme.

—No es mi intención dejart...

—Ve con ella. Deben aceptar su decisión, si estos serán sus últimos días deben estar con ella.

—Lo haré.

—Haces lo correct... —El sermón de Carla fue finalizado por los labios de su compañero oprimiendo los de ella con notoria efusión—. Sa-samuel, ¿qué ha...?

Los ojos grises de Carla estuvieron atentos a su alrededor cuando fue libre del beso, agradeció al cielo que los demás pacientes estaban dormidos; a excepción de una pequeña niña que los miraba fijamente después de presenciar lo sucedido. Samuel se acercó la pequeña sonriéndole dulcemente.

—Aún eres muy joven, pero cuando encuentres a la persona correcta sentirás lo mismo que siento yo por ella.

Era adorable y triste a la vez. La niña no parecía no tener más de seis años y estaba recibiendo quimioterapias, sin embargo, sus ojos brillaban al igual que los de cualquier infante. Ella traía consigo sus peluches, al parecer vivía sin temor de la gravedad de su enfermedad, y es que era muy pequeña como para notarlo, pero sin darse cuenta le estaba ganando la batalla al cáncer, pero él no pudo borrar la inocencia de su niñez.

***


—Todos saben el motivo de esta reunión. Hemos quedado aquí para darle la bienvenida formalmente a la nueva contadora de este centro educativo... Por favor.

José Cruz, subdirector académico del Instituto Santo Domingo, se hizo a un lado para darle paso a la mujer pelinegra que estaba sentada en una esquina del salón con un traje azul oscuro. Ella se puso de pie y caminó hasta el centro del salón con gracia y plenitud.

—Un gusto —saludó ella brindándoles una sonrisa a todos los presentes—, mi nombre es Estefany García, un placer formar parte con ustedes de la administración de este centro.

Todos los docentes le dieron una calurosa bienvenida. Noah, quien estaba sentado a un lado del puesto de bebidas, no prestó mucha atención a quien era la mujer, su voz le parecía conocida; pero no le dio importancia. Él estuvo concentrado en su celular como era común de su parte en las reuniones de la institución hasta que Margaret se sentó a su lado. Se notaba a simple vista que ella se había arreglado para él: el vestido negro ajustado a su figura con un sutil escote en la espalda y su pulcro maquillaje en tonos rosados; todo hacía juego con su piel  blanca,  su cabello rojizo y sus mejillas sonrojadas.

—Tranquila reunión, ¿verdad? —Noah subió su vista como si inspeccionara el lugar.

—Sí, todo tranquilo.

—La música ayuda...

—Sí.

—¿Te gustaría bailar? —preguntó Margaret casi en susurro.

—¿Disculpa? No te escuche... ¿Pasa algo?

—Nada, solo que estoy un poco cansada.

—Ya te sentaste, podrás descansar.

—Sí.

Las demás personas en el salón conversaron arduamente, algunos bailaban mientras que otros hablaron con la nueva tesorera. El ambiente no era desagradable sino tranquilo. Estas reuniones mensuales aburrían a Noah en sobremanera, no les encontraba sentido, siempre decían lo mismo con palabras diferentes como si no encontraran otra cosa por la cual reunirse: la misma decoración en el salón de reuniones, una cortinas cremas y amarillas en el fondo con los asientos que hacían juego con esos colores, desde que comenzó a trabajar allá hace tres años, todo era tan monótono que no cobraba sentido para él, a excepción de la música de fondo instrumental, la comida y bebida; que no eran tan malos a su parecer.

—Es muy hermosa.

—¿Qué?

—Estefany.

—Ah...

—Sí, su cabello es hermoso, tiene una bella sonrisa, ¿no crees?

—Claro...

—Ni siquiera la miraste, ¿cómo es que sigues pegado a ese móvil? Estás en otro mundo. —Los reclamos de Margaret dejaron boquiabierta a Noah, ese tono de voz no era propio de la mujer pelirroja, tímida y sensible que conocía.

—Margaret...

—¿Te gusta o qué?

—¿Qué dices? Ni siquiera la conozco.

—Te parece linda, ¿no es así?

—¿Qué?

—Más linda que yo.

—Marga...

—¿Por qué no te gusto? ¿Tan poco atractiva luzco? Me arregle para ti.

—Yo nunca...

—Nunca me has invitado a salir, me has evitado más de una vez, ¿crees qué no me doy cuenta? No sé cómo hacer más obvio el que me gustas, pero tú te fijas en la primera que se pa...

—Yo nunca he dicho que ella me gusta.

—Y yo, ¿te gusto?

—Margaret, no ti...

—Deja de decir mi nombre y respóndeme de una vez, quiero oírlo.

—Mar...

—Quiero escuchártelo decir.

—Eres muy dulce y atenta, pero yo no tengo ojos para nadie.

—¿Qué dices?

—Disculpen, están obstruyendo la puerta al baño.

—Discúlpenos, usted... Con su permiso.

El profesor de física, Máximo Gómez, no sabía de lo que salvó a Noah, pero el último le ofreció las gracias internamente porque le proporcionó una escapatoria digna.

Noah salió del salón, entre tanto la suerte estuvo de su lado ya que Margaret no lo siguió, ella tan solo se quedó renegada en una esquina del pabellón. El aire nocturno fue lo único que él necesitó para liberarse de ese incómodo interrogatorio. Noah sacudió su cabello con frustración recargándose en su auto; tanta agotamiento físico y mental le hicieron recaer en su mal hábito de resignación, fumar... Él cerró sus ojos por unos segundos buscando tranquilidad al tiempo que inhalaba de su cigarrillo electrónico que anteriormente estaba sutilmente guardado en el bolcillo izquierdo de su saco color piel. El tic tac de unos tacones contra el pavimento irrumpió la mencionada serenidad.

—Eres Noah, ¿verdad? —Él juzgó a Estefany con desagrado dando a lo notar con su expresión fácil—. Das un buen ejemplo fumando por el centro educativo, ¿no crees?

—Que yo sepa no estoy molestando a nadie, a menos que tú pretendas acompañarme.

—Arrogante, ¿eh? —Estefany soltó una leve risita de cólera mientras recogía su cabello en una poleta alta.

—¿Te parezco gracioso?

—Un poco, debo admitir que no pensé que llegarías a esto...

—¿Disculpa?

—En algunos años.

—¿Eres...?

—La novia de Felipe. Mucho tiempo sin vernos, Noah.

—Por algo dicen que el mundo es un lugar pequeño... Supongo y este no es tu primer trabajo.

—No, trabajo individualmente y para empresas aparte... Tú, te convertirse en esto por lo que veo.

—No me mal intérpretes, no suelo fumar, solo lo hago cuando me sacan de quicio.

—¿Te sacaron de quicio en una reunión académica?

—Un poco... ¿Gustas?

—No gracias, disculpa, pero yo no fumo. Estoy esperando que venga por...

—Felipe.

—Sí.

—Siguen siendo novios entonces.

—Ahora somos amigos, bueno, volvimos a serlo como antes. Con el pasar de los años no pude hacerlo cambiar de parecer respecto a lo que él realmente quiere.

—¿Por qué lo dic...?

—Ahí viene —interrumpió Estefany enérgica al ver las luces de la Yipeta azul de Felipe aproximándose a ellos—, un gusto conversar contigo.

—Igual...

Felipe bajó del vehículo y caminó hacia Estefany dedicándole una cuadrada y a la vez cálida sonrisa. Él llevaba puesto su uniforme de piloto,  lucía agotado después de una larga jornada de trabajo en el Aeropuerto Internacional de Las Américas como era común todos los viernes. La poca luz en el estacionamiento del Instituto Santo Domingo no le permitió a Felipe visualizar que Estefany no estaba sola allí.

—¿Cómo te fue?

—Bien. Gracias por venir por mí, has de estar muy cansado ahora.

—No hay problem...

El sonido del auto de Noah alejándose llamó la atención de Estefany y Felipe.

—Pensé que estabas sola.

—¿Recuerdas al novio de Sara? —Felipe le asintió.

—Noah.

—Sí, él trabaja aquí como profesor de historia universal. 

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