Capítulo 20
"Esperar", un verbo, siete palabras y a la vez un sin fin de situaciones en las que está o puede estar presente...
Esperar que las cosas mejoren, esperar que todo vuelve a la normalidad, esperar que algo malo en tu vida sea una pesadilla, sin embargo, Andrew despertó a altas horas de la madrugada con la certeza de que no era un sueño. La muerte de Jessica, lo que Lucas siente por su prometida, su miserable existencia; eran lo más real que tenía en su consciencia y no podía cambiar...
—Andrew... —Él no quería abrir sus ojos, estaba disfrutando de las caricias que Ambar dejaba en su cabeza—. Te amo.
La pálida piel de Andrew se erizó cuando su prometida dejó un beso en la mejilla derecha de él.
—Estás despierto, ¿Verdad? Amor...
—Nunca en mi vida había deseado tanto no estarlo...
—Dios mío, no. —Al parecer el suspiro de Andrew no fue lo suficientemente débil como para no llegar a los oídos de Ambar.
—No vuelvas a decir eso, Andrew. Hay muchas cosas por las que debes seguir. Tu carrera, en ese hospital siempre te necesitarán; eres su mejor traumatólogo, tus padres, Oliver todavía es un niño...
—No lo tomes así.
—¿Cómo quieres que lo tome? ¿A la ligera? —cuestionó Ambar viéndolo incorporarse para sentarse adecuadamente—. ¿Acaso todo lo importante para ti murió hoy?
No tienes idea de lo mucho que considere mío y ahora me deja atrás.
—Andrew, por Dios.
—¿Debo considerarte como algo mío? Dime, o tengo que compartirte con alguien más.
—¿De qué estás hablando?
—¿Te gusta Lucas?
—¿Qué?
—Contéstame, ¿sientas algo por él más real que lo que sientes por mí?
Ambar quedó en blanco, no tenía palabras...
—¿Me has tenido engañado todo este tiempo? ¿También te acostaste con él? ¡Respóndeme de una maldita vez! ¡Cómo pudiste hacernos esto! ¡¿Qué clase de mujer eres?!
Ambar despertó casi asfixiándose. No recordaba en qué momento o cómo llegó a la habitación principal del departamento que compartía con Andrew, pero allí estaba, aturdida y con un nudo en su garganta.
—Dios mío...
—Despertaste... —La voz de Andrew en vez de calmarla le asustó en sobremanera—. Ya llegaron mamá, papá y Oliver. ¿Vendrás conmigo para buscarlos al aeropuerto?
La delicada sonrisa de Andrew le hizo entender a Ambar que ella durmió por largas horas con una pesadilla carcomiendo su conciencia. Por eso Dios le dio alas a los ángeles y sueños a los humanos, para así salir de la realidad.
—¿Desde cuándo...?
—Llevas dormida casi dos horas.
—Recuerdo hasta que llegamos al edificio...
—Cuando desperté te vi durmiendo, no quise detenerte así que te traje a la habitación. Lamento si te sorprendí tanto... ¿Todo bien?
—Sí, solo me exalte, pero estoy bien. Gracias. ¿Cuándo llegaron? Lo siento, debía estar al tanto de ti y tu familia y lo único que hice fue dormir.
—No, yo lo lamento por lo de hace unas horas. Disculpa, no debí alejarte de Noah... Sé que le aprecias mucho, y no soy quien para apartarte de la gente que quieres, porque yo también quiero estar contigo.
Andrew le quitó importancia a sus palabras luego de 1 minuto de silencio.
—Hasta que tú quieras, Ambar. —Ella le sonrió y con eso fue suficiente para él.
Debían apurarse para llegar a tiempo al aeropuerto, pero el tiempo no estaba a su favor, y el tránsito característico de la ciudad mucho menos.
—¿Tus padres llamaron a casa?
—Sí, tus suegros con los murmullos de Oliver llamaron hace como diecinueve minutos.
—Mi cuñadito es adorable. —Ambar le siguió el juego a Andrew, para ella era divertido y más por el tono con que hablaban.
—Es la encarnación del mal.
—Estaba empezando a extrañando esa sonrisa.
Ese comentario justo en el momento en que el semáforo cambió a rojo para la vía en la que ellos transitaban hizo que Andrew mirara a Ambar con dulzura.
—Lo siento por lo de hoy en la mañana.
—No, yo lo lamento. No debí intentar acercarme de esa manera.
—No lo digo por eso, sino por lo que sucedió con Noah.
—No tienes que disculparte.
—Querías hablar con él y yo te limite, estaba pensando solo en mí... Jamás te reclamaría por besos como los de esta mañana. Gracias por intentar animarme.
Eres tan dulce, sin llegar a ser repugnante y tan angelical sin tener alas.
—¿Ambar...?
Ella se abalanzó sobre su prometido besándolo con un ligero, pero notorio, grado de desesperación. Las sirenas de los vehículos que estaban detrás de ellos resonaban incesantemente, el semáforo cambió a verde sin darles tiempo para finalizar el beso.
—A-Amba...
—Vamos. Mi familia de tu parte nos espera. Los vehículos de atrá...
Quién tomó la iniciativa ahora fue Andrew besándola con casi la misma exigencia, pero por menos tiempo que Ambar. Un don que tenía su relación era que juntos podían convertir situaciones comunes en emotivos momentos.
—No podemos detener el tráfico tanto tiempo.
—Sí podemos. No veo diferencia en esto y en cómo detienes mis sentidos.
Dios no tiene que darte alas...
—Andrew...
—Cuando volvamos a casa te prometo que tendremos algo más sólido, señora Davies. —Ambar sintió que sus mejillas ardían, estaba más apenada de lo que creía posible.
El trayecto hacia el mismo aeropuerto por medio al cual ellos llegaron a República Dominicana apaciguó la vergüenza que sintieron luego de tan afectuosos besos... Ambar y Andrew se atrevieron a provocar emociones en el otro por un camino sin salida o con una demasiado obvia como para no notarla.
La noticia de la muerte de Jessica para Elizabeth y Charlie fue un ataque al corazón. No eran familia de sangre mas si lo eran por momentos compartidos y la relación de madrina que ella tenía con sus hijos.
La llegada de la familia Davies a la República fue el primer viaje al extranjero de Oliver. Preguntas como: "mamá, ¿por qué papá y tú están vestidos de negro? ¿Hay alguna fiesta de disfraces en la casa de Andri?", "¿porqué salimos de viaje tan lejos sin previo aviso?", "papá, ¿crees que a madrina le guste mi osito de peluche? Quiero obsequiarleselo", no faltaron durante la estadía en el avión. Eran preguntas difíciles de responder y Oliver las mencionaba con la inocencia y tono, no solo propios de su edad, sino también propios de su desconocimiento destrozando el corazón de sus padres... Elizabeth y Charlie no estaban listos para decirle tan devastadora noticia a su hijo menor. Ellos consideraron que lo mejor, por la edad de Oliver y por el aprecio que le tenía a Jessica, era llevarlo a un psicólogo infantil y que él le dijera en su debido momento la muerte de su madrina.
—¡Andri!
El niño pelirrojo se acercó casi a la velocidad de la luz a Andrew cuando lo visualizó a la salida del área tierra del aeropuerto. Andrew correspondió al abrazo que Oliver de forma un poco indirecta le exigió.
—Hola.
—Ambar.
Oliver era un niño adorable de cinco años con los mismos rasgos bien perfilados de su hermano mayor, y al igual que su padre su cabello era de un color fuego intenso que hacía un bello contraste con sus ojos azul oscuro iguales a los de Elizabeth. Ambar al ver aproximándose hacia ellos a sus suegros cargó a Oliver para saludarlos.
—Hola.
—Buenos días.
—Buen día, Charlie. ¿Cómo estuvo su vuelo?
—Tengo sueño —interrumpió Oliver apoyando su cabeza en el pecho de Ambar.
—Él ya respondió por nosotros.
—¿Les parece ir a comer antes de ir al departamento? Es más de medio día.
—¿Te parece bien, Oliver?
—Luego podemos ir por un helado.
—Quiero dormir —reafirmó el hermano menor de Andrew.
—No se diga más.
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