Capítulo 40
Gregory se estaba recuperando, pero María no había podido verlo. Únicamente Edward le visitaba en la sala de hombres donde se encontraba, y aunque aseguraba que lo peor ya había pasado, en ocasiones se sentía un tanto desesperada por el tiempo transcurrido lejos de él. Claudine continuaba bien triste por la muerte de su padre como era de esperar, pero al menos la proximidad de Maurice la había animado un poco. Los dos acordaron casarse en cuanto fuese posible, algo íntimo pero trascendente, a fin de iniciar una nueva vida juntos. Johannes no se sintió en posición de negarse, pues consideraba que Maurice era, en efecto, un buen muchacho. Luego de perder a su padre, Claudine merecía ser feliz al lado de quien decidiera, así que la apoyó a dar ese paso luego de un tiempo adecuado por el luto.
El origen social del joven no era un impedimento para van Lehmann. Él mismo se había casado con Clementine estando por debajo de su posición. Luego hizo una fortuna en el comercio, pero siempre supo que los Laurent hubiesen preferido a un esposo de mayor abolengo. Sea como fuere, nada podía ser más conveniente para un matrimonio que el amor, por lo que Claudine y Maurice tenían su bendición.
María se preguntó qué sucedería con ella. Aunque Prudence no hablaba del asunto, tenía la sensación de que ya no se oponía. ¿Serían sus padres tan benévolos con ella como con Claudine? La joven no se había atrevido a hablar de ello, al menos no hasta que Gregory estuviese por completo fuera de peligro.
Valerie había dejado al pequeño Karl en manos de Georgiana y James como había anunciado. María en ocasiones lo visitaba en la casa del Bosque de Bolonia, era la manera que tenía de estar cerca de Greg. El pequeño era encantador, así que el cariño de María por él se fue haciendo más grande con el paso de los días. Karl se apegó a ella y jugaban juntos. Para la familia Hay era un motivo de felicidad que, en medio de tantas desgracias, los primos pudiesen estar bajo el mismo techo. Los gemelos, Georgette y Karl, se volvieron inseparables para alegría de sus progenitores.
Una inesperada pero agradable visita sacó a María una mañana de sus cavilaciones. Se trataba de Marguerite Durand; la periodista creyó oportuno brindarle su pésame tras la muerte del señor Laurent, así como su solidaridad ante lo sucedido después, pues estaba al tanto de los últimos acontecimientos.
―Querida María ―le dijo mientras la tomaba de las manos―, lamento mucho lo sucedido. He estado al corriente de las tristes noticias respecto al señor Laurent y al señor Hay. Al primero no lo conocí, lamentablemente, pero imagino tu dolor por lo que he venido a presentarte mis respetos en un momento tan duro como este para la familia. En cuanto al señor Hay, guardo de él un recuerdo muy bonito desde aquella cena de inauguración en su restaurante. Espero que se restablezca pronto.
―Muchas gracias, le transmitiré sus buenos deseos cuando lo vea. Me temo que aún falten unos días para eso. ¡No imagina cuán duras han sido las últimas semanas para nosotros!
―Lo siento mucho. Debo decir que supe de la implicación de Michelle en el asesinato de tu tío. ¡Estoy consternada! Jamás hubiese esperado de ella algo como esto, mucho menos de su hermana, a quien también conocí en el pasado.
―Ha sido muy doloroso y a la vez sorprendente ―afirmó―. Maurice, el sobrino de Michelle, también resultó herido. Se recupera con nosotros en esta casa. Ha sido una víctima más de las intrigas de su propia madre: la señorita Dubois. Ahora dígame, ¿cómo es que ha estado al tanto de esto?
―Una periodista siempre debe estarlo, querida. También se ha publicado un poco sobre el asunto, en algunos casos sin verdadero conocimiento: especulando sobre los hechos y creando una gran expectación entre los lectores.
―¿Ha publicado algo usted? ―preguntó confundida.
―Solo la noticia de la muerte de tu tío, pero tratándose de tu familia no he autorizado publicación alguna sobre este desdichado suceso antes de verte. Sé que es difícil, pero pienso que lo correcto es que seas tú quien escriba una nota sobre esto.
―¡No creo que pueda! ―se apresuró a decir.
―María, piensa que existe mucho desconocimiento sobre estos hechos. Tratándose Michelle de una periodista de La Fronde, y siendo tú una de nuestras colaboradoras, eres la persona más indicada para contar de primera mano la historia. Si estuviese buscando el morbo que a veces pulula entre nuestras redacciones, hace tiempo que hubiese publicado algo con la información que ya poseo. Piénsalo: nadie mejor que tú para narrar, con respeto, lo sucedido; inclusive para hablar de la heroicidad del señor Hay. Supe que te salvó la vida, y su sacrificio es digno de ser conocido por todo París.
Aquello, más que otro motivo, terminó por decidirla, aunque no tuviese mucho ánimo para escribir si quiera una línea.
―Antes de comprometerme debo hablar con mi prima. Preciso de su autorización para tratar este asunto. No espere de mí regodeos en la tragedia, sino la verdad simple y contundente, sin excesivos adornos.
―Con la verdad es más que suficiente. Es a la verdad a la que nos debemos en esta profesión, aunque no todos en nuestro gremio lo comprendan.
María asintió y, tras hablar con Claudine, le aseguró que escribiría el artículo. Su prima, ya enterada de las noticias que sobre su padre circulaban, algunas ofensivas y erradas, consideró que era María la encargada de recoger, con justeza, lo sucedido.
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Unos días después.
El artículo de María recorrió todo París, llevando la verdad a cada hogar que lo adquiría. El Caso Laurent, como se comenzó a llamar, había conmocionado a la ciudad, no solo por la tragedia acontecida a su tío, sino por el valor que demostró tener el señor Gregory Hay, propietario del conocido restaurante “Le Baiser d´amour”. El nombre de Gregory, sin proponérselo, se hizo harto conocido, al punto de que La Fronde debió publicar cada día una pequeña nota poniendo al corriente a los parisinos de su estado de salud. María había logrado conmover desde el amor que le profesaba a Greg, llevando con sus palabras la magnitud de su sacrificio.
El día que le permitieron salir del hospital, era de fiesta para la familia Hay. Gregory estaba bastante recuperado, tanto que pudo bajar del coche por sí mismo cuando arribaron a su destino. Había insistido en acudir a su hogar, y entre sus exigencias de hermano convaleciente, estaba la de ver a María de inmediato.
―No te preocupes, Greg ―le tranquilizó Edward―, se verán muy pronto. Ella también lo ansía mucho. ¿Te sientes bien?
―Solo estoy ansioso por verla ―contestó.
Para su asombro, descubrió a decenas de personas desconocidas aguardando por él frente al restaurante. Mujeres, hombres, niños; algunos llevaban flores en las manos, y otros comenzaron a aplaudir cuando lo vieron.
―¡Dios mío! ―exclamó Greg llevándose una mano a la boca sorprendido―. ¿Pero qué es esto?
―La Fronde se ha mantenido al tanto de tu recuperación en estos últimos días ―le explicó Anne―. Esta mañana anunció que era probable que hoy salieras del hospital, así que se han congregado aquí para esperarte, ya que conocen que eres el dueño del café y del restaurante.
―Te has convertido en un héroe ―apuntó Edward también emocionado.
―No lo soy, lo que hice fue por amor ―respondió.
Gregory reciprocó por unos minutos el afecto con el cual era recibido por los parisinos; una sonrisa se dibujó en su rostro demacrado, agradecido por aquella sorpresa que jamás esperó. Conmovido, les instó a pasar al café a tomar algo en su honor por cuenta de la casa. Era lo mínimo que podía hacer.
Aunque hubiese deseado pasar más tiempo con ellos, recibiendo sus saludos y buenos deseos, se sentía agotado, así que se dejó guiar por su hermano quien lo condujo al interior del restaurante. Allí, en la intimidad de aquel hermoso sitio, se había reunido la familia al completo para esperarle.
Todos estaban muy felices de verle. Los primeros en acercarse fueron Georgiana y James. La primera llevaba a Georgette en sus brazos y su cuñado al pequeño Karl. ¡Qué hermoso gesto el de Valerie de haberlo llevado a París consigo! El niño lo reconoció de inmediato, le llamó papá y él le sonrió emocionado mientras acariciaba su cabeza y le daba un beso en la coronilla. La duquesa tampoco había querido perderse un momento como aquel, así que no dudó en acudir a su encuentro para darle la bienvenida con todo su cariño. Brandon y Thomas también estaban allí, y aunque se alegraba de verlos, sus ojos buscaban a alguien más…
María se abrió paso, y se aproximó a él sin importarle lo que podrían decirle sus padres. Él la vio llegar, con su hermosa cabellera rojiza y lágrimas contenidas en sus ojos, del mismo modo que las suyas bajaban ya por sus mejillas. Gregory levantó el brazo contrario a la herida para recibirla, y María no dudó en buscar refugio en su regazo. La mano de Greg bajó por su espalda, para atraerla más hacia él mientras ella levantaba el rostro para darle un breve beso en los labios, ya que no estaban a solas.
―¡Te extrañé tanto, pequeña mía! ―le dijo él al oído.
―Y yo a ti, Greg. ¡Creí que iría a enloquecer!
María se apartó un poco cuando advirtió que sus padres se acercaban a saludar a Gregory. Eran los que faltaban. A todos tomó desprevenido el que Prudence, llorando, le diera un abrazo en silencio. La emoción no le permitía hablar. Johannes hizo lo mismo, pues la ocasión no era propicia para sostener una conversación más larga.
―Es mejor que subamos ―propuso Edward―, Gregory aún debe hacer un poco de reposo.
La familia estuvo de acuerdo, así que en grupos de a cuatro o cinco personas fueron subiendo en el ascensor hasta la casa de Greg.
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Se sentía muy feliz de estar en casa. Luego de días en el hospital, de una convalecencia difícil y de soportar el dolor solo, había logrado recuperarse para estar al lado de la mujer que amaba. Se recostó en la cama para reposar un poco; los recuerdos de aquella noche de amor con María se sintieron más fuertes que nunca, ahora con la esperanza de que tal vez su matrimonio no fuese algo imposible. El abrazo de Prudence lo había asombrado, y aunque no le había dicho nada, esperaba que su criterio respecto a aquella unión hubiese cambiado.
La duquesa se quedó instalada junto a Brandon y Thomas en el salón de estar. ¡Tenían mucho de qué hablar! En la habitación de Greg, en cambio, se reunieron los demás. María se sentó junto a él y tomó su mano. Sobre sus piernas reposaba el pequeño Karl. Gregory, en silencio, agradeció el cariño que María mostraba tener por su hijo. No se equivocó al suponer que, pese a las circunstancias tan inusuales, sabrían ser una familia unida y feliz.
―¿En verdad estás bien? ―preguntó Edward por quinta vez aquella mañana.
―Por supuesto que sí ―respondió él mirando a María por un instante―. No podría estar mejor. ¿Acaso solo tú puedes sobrevivir a un tiro, querido hermano? ―Sonrió al recordar un incidente en el pasado de Edward cuando este se había batido en duelo por Anne.
Edward también sonrió y Anne se abrazó a él rememorando un momento duro de sus vidas y un sacrificio que le hizo apreciar cuánto en verdad la quería.
―Ambos han dado grandes pruebas de amor ―comentó la soprano con justeza―. Aunque fueron situaciones distintas, se necesita de mucho valor para arriesgar la vida de la forma en que lo hicieron. Todos nos sentimos agradecidos con Dios de que también te hayas repuesto, Greg. Y deseamos, de corazón, que a partir de ahora seas muy feliz.
Prudence, aunque no dijo nada, también estaba de acuerdo. Anne era muy sabia, y quizás debiese aprender un poco de ella.
―Gracias, Anne. He tenido al mejor hermano mayor para aprender de la vida y el amor ―respondió Gregory.
―Es cierto que te has vuelto demasiado romántico últimamente ―bromeó Edward, aunque también se había conmovido con sus palabras―, pero me alegra ver el hombre en el cual te has convertido. Estoy orgulloso de ti.
Greg volvió a emocionarse, así que intentó distender el momento.
―Dios, debo haber estado realmente mal cuando he logrado que Georgie, James, Brandon y Thomas estén bajo el mismo techo esta mañana…
Todos se rieron, aunque los dos últimos no escucharon el chiste pues continuaban con la duquesa en el salón. Georgie se ruborizó y rodó los ojos, y James fingió ofenderse:
―¡Listo! ¡Ya está bien! ―exclamó―. ¡Ha vuelto a ser el mismo! Ya no hay razones para preocuparse por este desalmado.
―Es una suerte que ya esté mejor ―repuso Georgie con todo su cariño―, pero ya no es el mismo, James, y eso es algo bueno.
Se hizo un silencio en la habitación de algunos segundos. Los presentes sabían que ese cambio tan sensible efectuado en él se debía a María, la joven que, a su lado, continuaba sosteniendo su mano en silencio.
―¿Creen que pueda hablar con Gregory un momento a solas? ―solicitó Prudence.
Sus hermanos asintieron, y los presentes se fueron retirando. James tomó a su sobrino del regazo de María. Solo quedaban Johannes y la joven, pero Prudence consideraba que también debían marcharse.
―Pero… ―protestó María ante su insistencia.
―Por favor, María, aguarda con tu padre afuera, te lo ruego. En unos minutos podrán entrar de nuevo ―solicitó.
La joven miró a Greg antes de marcharse; sentía un poco de temor ya que Prudence estaba hablando con bastante severidad. Sin embargo, cumpliendo con lo indicado, salió con su padre al corredor.
Prudence se aproximó a la cama y se sentó en el mismo puesto que había ocupado María instantes antes. Sus ojos se llenaron de lágrimas y un sollozo salió de su garganta antes de poder expresarse.
―Perdóname ―le suplicó. Se puso de pie para darle un beso en la frente. Sus lágrimas mojaban el rostro de Greg como si de la lluvia se tratase.
―No tengo nada de que perdonarte ―respondió Gregory tomándole de la mano con indulgencia. Estaba conmovido por aquel gesto de cariño.
―¡Oh, sí, por supuesto que sí! Te he juzgado mal, hermano mío. He sido inflexible y hasta cruel contigo. ¡Perdóname! ―repitió―. Tenía tanto miedo de que la hicieras sufrir que me negué a advertir que en verdad la amabas.
―Yo sé que no soy el hombre que hubieses deseado a su lado, pero…
―No digas eso ―le interrumpió―. No eres el mismo Greg de antes. Tal vez aquel no la hubiese merecido, pero tú sí la mereces… Fue ese cambio el que no quise comprender, pero eres un hombre distinto y estoy orgullosa de que seas mi hermano y el futuro esposo de mi hija.
Gregory se incorporó en la cama, él también lloraba.
―¿Lo dices en serio?
―Sí. Johannes y yo lo hemos hablado y deseamos que puedan casarse pronto. No hay motivos para esperar demasiado. María comenzará sus estudios en la Sorbona dentro de poco y merecen estar juntos.
―Gracias, Prudence. Te aseguro que no los defraudaré. No imaginas lo enamorado que estoy de ella…
―Lo sé. Le diste la vida, algo que yo no pude ―respondió emocionada―. Clementine le dio la suya al nacer, tú estuviste a punto de entregar la tuya por su integridad… Para un padre no puede haber mayor muestra de amor que esa. Perdóname por haberlo comprendido tan tarde. Me bastó tenerte en peligro para advertir lo mucho que te quiero y cuánto me arrepentía por mi conducta pasada. Si María está viva es gracias a ti, y es justo que el resto de esa vida que recuperó, la comparta con el hombre al que ama.
―Te quiero, Prudence.
―Y yo a ti. ―Volvió a besarle en la cabeza―. Pídele a María que te muestre lo que publicó en el diario hace unos días.
Él asintió. Unos segundos después, Johannes y María entraban a la habitación. La joven advirtió que Gregory había estado llorando, pero no imaginaba la razón. Fue su padre quien le explicó.
―Prudence y yo hemos acordado que se casen dentro de unos meses ―le contó el hombre―. Estamos muy felices por los dos.
María no podía hablar, aunque lo había deseado con todas sus fuerzas no pensó que fuese tan pronto. No dudó en abrazar a sus padres, presa de la mayor alegría, y luego retornó al lado de Gregory quien la estaba esperando. Prudence y Johannes juzgaron oportuno dejarlos a solas un rato. ¡La pareja tenía tanto que decirse!
―¡Oh, Greg! ―exclamó ella dándole un beso en los labios―. ¡Estoy tan feliz!
―Yo también, amor mío. Prudence me sorprendió.
―Es lo correcto ―afirmó ella―. Me salvaste la vida, Greg. ¡Todavía no puedo creer que lo hayas hecho! Gracias ―añadió tomando su mano.
―No tienes que agradecerme. Preferiría mil veces ser yo antes de verte morir frente a mis ojos. Es algo que no soportaría…
―Yo tampoco soportaría vivir sin ti, Greg. ¡Si supieras los deseos que tenía de verte! ¡Ha sido una espera insoportable! Y, además, el miedo aún me acompaña…
―Pues no lo tengas, pequeña mía. Ya lo peor pasó. Ahora solo vendrán momentos buenos, como nuestro matrimonio o tu matrícula en la Universidad. Por cierto, ¿qué fue eso que publicaste en La Fronde que ha conmocionado tanto a todos? Un grupo de personas estaba aguardando por mí cuando regresé del hospital y Prudence me sugirió que te lo pidiera…
María se ruborizó.
―No es nada. Debo decir que Marguerite Durand y el resto de las periodistas de La Fronde han estado muy preocupadas por ti. Durand me solicitó que publicara un artículo contando la verdad sobre lo sucedido, ya que muchos hechos comenzaban a tergiversarse en otros diarios. Con mesura, intenté exponer la verdad del Caso Laurent, como lo han llamado, y no he podido evitar hablar de ti…
―Pequeña mía, yo no soy ningún héroe…
―Para mí lo eres, y los lectores lo sienten así ―afirmó ella llorando―. ¡Era lo único que podía hacer en tu ausencia! ¡Te necesitaba tanto, Greg!
Él le acarició la mejilla, seducido por aquella mirada que tanto añoró en sus noches en el hospital.
―Quiero escucharte, mi María ―le pidió él.
―Solo si me das un beso.
Él le sonrió. María acercó su rostro y reclamó sus labios en un ardoroso y desenfrenado beso que le mostró a Greg las ansias que tenía de ella. Aunque María también lo deseaba, se separó un poco con la respiración entrecortada.
―Debo cuidarte.
―Tus besos son el mejor tratamiento ―replicó él.
María rio mientras buscaba entre sus pertenencias el diario de unos días atrás.
―Léelo para mí, amor mío.
Ella asintió. Se sentó a su lado en la cama, muy próximos el uno al otro, sin temor a ser descubiertos. Sus cuerpos rememoraban aquella noche de pasión compartida cuando se habían vuelto uno.
―¡Qué deseos de volver a esa noche! ―expresó él. María estaba pensando justamente lo mismo.
―Pronto ―le prometió ella mientras le daba otro beso.
María se aclaró la garganta y comenzó a leer el artículo que estaba escrito en primera persona. De manera concisa la joven exponía los hechos y explicaba la muerte de su tío a consecuencia de un terrible fraude orquestado contra él y su familia. María se refirió a los indicios que los llevaron a dar con los verdaderos culpables, llegando a narrar el estremecedor momento en la casa de la señorita Dubois.
―Pensé que moriría ―leyó la joven con la garganta apretada y lágrimas en sus ojos―; pero el hombre al que amo desde que era una niña me salvó la vida. Gregory Hay ya me había dado todas las muestras de amor posibles. Su restaurante “Le Baiser d´amour”, es un símbolo del sentir que nos profesamos. Sin embargo, el señor Hay demostró que su amor podía ser incluso más excelso. Esa mañana se atavió de héroe: me salvó de la muerte poniéndole su pecho al arma que me amenazaba… Hoy, herido, continúa librando esa batalla... Pido a Dios por su pronto restablecimiento, y en nombre de nuestro amor, escribo estas letras para cuando podamos volver a vernos. Estoy convencida, amado mío, que nuestro sentir todo lo puede...
María, conmocionada, recuperó el aliento por unos segundos antes de leer una poesía con la cual cerraba el artículo.
Vuela el anhelo de tenerte pronto,
y rompe con audacia las barreras.
La distancia se acorta, se elimina,
habrá de terminar la mutua espera…
Hallo consuelo en el febril recuerdo,
y mi fe me anticipa tu regreso,
aunque el miedo me nuble la conciencia
y suponga, a veces, que te pierdo…
Y en este dolor que me domina,
mi gratitud se vuelve imperecedera
ante el héroe que salvó mi vida.
En medio de mi anhelo solitario,
el beso se sueña, se imagina,
y tus manos se precisan, se idolatran...
Aunque nada supera realidades,
y sin ti la nostalgia no termina.
Y así todo de ti se necesita,
con una sed de ti que no se calma…
¿Cómo vivir sin ti, si no sé modos?
¿Si mío has de volver en cuerpo y alma?
Con mi beso de amor le daré fuerzas,
a ese corazón que me idolatra.
A Dios por tu salud mi alma le ruega,
y ante el temor de hoy que me subyuga,
confío en que este amor todo lo pueda.
Gregory terminó de escucharla con lágrimas en los ojos.
―¡María, es hermoso! No sé qué decir… Ahora comprendo por qué aquellas personas aguardaban por mí… Tú los conmoviste, así como lo estoy yo ahora… Los conmoviste con tus palabras, con tu amor. Con la belleza de este amor ―añadió extasiado ante su adorado rostro.
―Por varios días estuvo el pueblo de París pendiente de tu recuperación. Sus oraciones se unieron a las mías y a las de la familia, a fin de lograr el milagro que en definitiva se obró. Y aquí estás, Greg mío, a mi lado.
Él le quitó el diario de las manos y le dio un largo beso en los labios, atrayéndola contra su cuerpo.
―Siempre estaremos juntos, María, porque incluso cuando dejemos de existir, nuestro amor vivirá en tus letras por toda la eternidad.
María lo volvió a besar, feliz de verse entre sus brazos y confiando, como él lo hacía, en la perennidad de su amor a través de sus palabras.
FIN 👉👉👉 Epílogo
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