Capítulo 36
Su hermosa mañana se había torcido en un instante. Luego de amanecer con María en sus brazos, cumpliéndose así uno de sus más añorados sueños, la tragedia había sobrevenido causándoles un hondo pesar. Aunque apenas había hablado con el señor Laurent en par de ocasiones y a pesar del resentimiento que alguna vez le tuvo, había comprendido que era una buena persona al punto de tomarle afecto. Le agradecía en grado sumo que desde el comienzo hubiese aceptado su amor por María, incluso cuando su propia hermana estuvo en su contra. ¡Qué pérdida tan sensible para la familia! ¡Cuánto lo lamentaba! ¡Claudine y María no merecían pasar por un momento así! Si bien era cierto que Laurent estaba enfermo, aquella muerte inesperada y violenta, era el peor desenlace posible para un hombre de bien.
En frente suyo estaba el comisario Royer, preparado para hacerle algunas preguntas. No tenía miedo. Sería descabellado pensar que él estuviera de alguna manera involucrado en algo tan horrible, por lo que intentaría mantener la calma.
―Señor Hay, esta es una conversación informal ―comenzó el hombre―. Usted aún no ha sido citado a la comisaría, pero en todo caso tendría derecho a la presencia de un abogado.
―No tengo nada que ocultar ―respondió Gregory―, pero agradecería que mi hermano estuviese presente. No es exactamente mi abogado, pero estudió Leyes.
―De acuerdo, como le dije es una charla no oficial.
―Estoy enterado por mi hermano de la muerte del señor Laurent, pero desconozco las circunstancias. ¿Podría decirnos?
―El señor Laurent fue hallado en las primeras horas de la mañana, muerto, presuntamente de un golpe en la cabeza, según ha dicho el médico legista. El arma homicida no se ha encontrado y se infiere que el deceso ocurrió en algún momento de la madrugada.
―Santo Dios. Sabe que había un baile esa noche en la casa, ¿verdad? Un gran número de personas estuvieron allí… ¿Por qué sospechar de mí? ―inquirió.
―Estamos analizando todas las posibilidades, señor Hay ―respondió el hombre―. Se nos dijo que la señorita van Lehmann, quien estaba bajo el cuidado de su tío desde hace tres años, huyó con usted a la medianoche. ¿Lo niega?
―No negaré que nos marchamos juntos, pero de ahí a asesinar a su tío va un trecho realmente grande…
―Pero es una hipótesis: el señor Laurent descubrió sus propósitos, lo confrontó y usted le dio un golpe. Quizás no tenía la intención de matarlo, pero lo hizo. Se asustó y huyó ―dijo con tranquilidad el comisario.
Gregory se puso de pie, un tanto molesto.
―Estuve en la fiesta muy poco tiempo, tan solo bailé el vals y luego me marché. Estuve esperando a María en mi coche, afuera, y no volví a entrar. Nos fuimos a la medianoche y usted dice que el señor Laurent murió en algún momento de la madrugada… Es imposible que tuviese ocasión de hacer algo tan horrendo como lo que se me imputa. Además, jamás tendría la sangre fría de cometer un crimen así y luego marcharme con María, quien amaba al señor Laurent.
―Por otra parte ―habló Edward al fin―, hay algo que no está tomando en cuenta, mi estimado comisario.
―¿Qué?
―¿Qué persona fue esa que descubrió a María marcharse con mi hermano y no hizo nada para impedirlo? Era una fiesta de máscaras, por tanto, debía ser alguien muy allegado a ella para que pudiera reconocerla… Por demás el asunto de su fuga no trascendió. La señora Delacroix, quien estuvo como chaperona de las jóvenes durante el baile, mandó una nota a mi casa enterándome de lo sucedido y dando por hecho que María dormía con nosotros. ¿Por qué no sabía de la fuga? ¿Acaso esa persona indiscreta solo buscaba avisar a la policía y con ello crear una distracción?
―Bien pensado, Edward ―le felicitó Greg―. Creo que has dado en el punto. Además, señor comisario, le pondré al tanto de dos cuestiones que usted tal vez no conozca. La primera: el señor Laurent estaba de acuerdo con mi compromiso con María. De haberse enterado de algo como una fuga, solo se hubiese apresurado a concertar la boda sin derramamiento de ninguna sangre, en especial no la suya. ¡En paz descanse! En segundo lugar, el difunto estaba enfermo de seriedad, puede corroborarlo con su médico de cabecera. Es probable que, quien quisiera verlo muerto, ignorase esto y se precipitara a hacer algo que, con algo de tiempo, hubiese sucedido de cualquier manera. O tal vez, necesitase adelantar esa muerte, no lo sé. Es una gran pena, pero es la absoluta verdad lo que le estoy contando.
―Corroboraré eso que me está diciendo ―dijo el hombre.
―Hágalo, por favor. Por otra parte, no tengo duda alguna de quién pudo haberle dado semejante noticia acerca de nuestra fuga. Puesto que no fue la señora Delacroix e intuyo que tampoco la señorita Laurent, me decanto por la señora Bertine, ama de llaves de la familia, un personaje bastante oscuro, si me permite decirlo. ―El comisario no lo negó―. María y yo tenemos motivos para desconfiar de ella, incluso el difunto también lo hacía. La última vez que nos vimos me aseguró que desconfiaba de ella. Sin embargo, creo que es María la persona más indicada para explicarle estas cosas pues la conocía mejor que yo.
―Esperaré a mañana, después del entierro. Noté que, en efecto, la señorita está bastante afectada…
―Muy bien. ¿Tiene alguna otra duda?
―No, señor Hay ―respondió el hombre poniéndose de pie―. Hemos concluido por el momento.
Gregory le estrechó la mano.
―Espero que hallen al verdadero responsable. El señor Laurent merece descansar en paz.
―Así lo haremos, no se preocupe ―dijo el comisario antes de marcharse.
Gregory se dejó caer en una silla. Estaba agotado, con los nervios crispados y nervioso ante lo sucedido. No tenía miedo por él, sino por lo que podría suceder en el futuro. ¿Y si María regresaba a Ámsterdam con sus padres? ¿Y si Prudence no le permitía verla? Por otra parte, tenía la impresión de que tal vez aquel diario que le entregó Laurent fuese la clave en toda esta historia. Cuando se lo dio, fue porque desconfiaba de Bertine, la misma que había intentado inculparlo para desviar la atención de sí misma o de los verdaderos responsables del crimen.
―Creo que lo hemos convencido de que culparte a ti es algo por completo descabellado.
―También lo pienso. Es un buen hombre, aunque no me parece que sea el más listo.
―¿Es cierto que desconfían del ama de llaves?
―Sí, pero es probable que María tenga más elementos que yo incluso. Edward, acerca de nosotros…
―No te preocupes, no le diré nada a Prudence ―contestó―. No aplaudo lo que hicieron, porque las circunstancias les eran adversas en más de un sentido, pero no estoy aquí para juzgar a nadie. Me temo que, si esto se sabe, terminen casándose pronto como desean, pero dañando para siempre la relación de respeto y afecto que existe entre Prudence, Johannes y tú. En lo que a Anne y a mí respecta, nuestros labios están sellados. Sin embargo, te pido que seas juicioso y que no cometas más ningún desatino. Johannes y Prudence llegarán dentro de poco, y es mejor dejar las cosas tal cual están.
―Gracias, Edward. Te agradezco tu silencio y prometo que seré juicioso. De cualquier forma, lo sucedido cambia por completo nuestra realidad. ¡Qué felices éramos anoche y cuán triste debe estar María con lo sucedido! Debo confesar que no me arrepiento de haberla llevado conmigo anoche. Ella lo deseaba tanto como yo, y no somos responsables de que nuestra propia familia haya entorpecido el compromiso. Intenté contenerme, ser honorable, pero, ¿vale la pena ese comportamiento cuando mi querida hermana no piensa en mi felicidad? Al menos tuvimos unas horas dichosas, ajenos a la desgracia que se avecinaba. Sé que en ese breve tiempo de goce María y yo hallaremos la fortaleza para enfrentar los días tan difíciles que se vienen.
Edward asintió, no podía objetarle nada. Comprendía su sentir, sabía lo difícil que era para una pareja de enamorados sobrellevar tantos obstáculos interpuestos por la propia familia. El pensamiento de Gregory, a pesar de la locura cometida, le parecía correcto. Estaba agradecido de comprobar lo enamorado que estaba su hermano, lo mucho que la quería… ¡Ojalá y cuando Prudence llegara fuese más justa con los dos!
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María terminó de vestirse en la soledad de su habitación. Ni tan siquiera ver a los gemelos por unos minutos la animaron un poco. ¡Estaba muy triste! Anne tocó a su puerta para decirle que podían marcharse cuando lo deseara. La joven asintió. Agradecía que Anne se mostrara tan cariñosa y amable con ella, al punto de no permitir que enfrentara tan duros momentos sola. Sobre Gregory no habían hablado, pero estaba convencida de que Anne no la juzgaba.
―¿Se tienen noticias de Greg y lord Hay?
―Aún no, pero estoy segura de que cuando termine todo irán a la casa de Passy a verte.
―¡Tengo tanto miedo de que lo acusen de algo que no hizo! ―prorrumpió llorando.
―Eso no pasará ―la consoló Anne―. Es descabellado creer a Gregory responsable de algo tan horrendo. Sé que hallarán al culpable…
―Estoy reflexionando en ello y tengo una teoría, pero hoy no puedo pensar con claridad, Anne… Tengo la mente atontada. Estoy… Estoy destrozada ―añadió aún con lágrimas en sus mejillas.
―Es natural, cuando te repongas podrás compartirnos qué es eso que te preocupa.
―Sí. Es una sospecha.
―Claudine te necesita, ¿nos vamos?
María asintió. No podía demorarse más, ya que Claudine debía estar desbastada.
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María no se equivocó al suponer el profundo dolor que embargaba a la dulce Claudine: cuando al fin arribaron al hogar se encontró a su prima sumida en un mar de lágrimas. La señora Delacroix y sus hijas estaban con ella, pero al verla Claudine se paró de un salto para darle un fuerte abrazo. Apenas podía hablar, mas no era necesario, María comprendía su dolor y lo compartía.
La señora Delacroix y Bertine se encargaron en lo subsiguiente de las providencias respecto al velatorio. En un salón del hogar, un grupo de allegados del difunto se dio cita en tan doloroso momento. María no se apartó de Claudine, ni siquiera tuvo valor de darle a su tío el último adiós. Prefería recordarlo en el baile, feliz, compartiendo el vals con su hija.
Lord Hay y Gregory no demoraron en aparecer, y aunque Greg le ofreció su pésame a Claudine y le dirigió una mirada de amor a María, se sentó a su lado y tomó su mano sin decir nada más. Ella agradeció su silencio. Las palabras de consuelo las estaba dedicando a su prima, poniendo de su parte para no quebrarse más de lo que ya estaba y ofrecerle su apoyo en aquel terrible acontecimiento.
Entre la concurrencia estaba el doctor Catelin, amigo personal de su padre desde hacía muchos años. Considerando que tal vez sus palabras le ofrecerían a Claudine algo de paz, no dudó en contarle la verdad:
―Su padre no quería que lo supiera, pero estaba gravemente enfermo.
―Eso me ha dicho mi prima, e incluso yo misma lo encontraba un poco desmejorado ―respondió Claudine quien aún no se recuperaba de la sorpresa―, ¿pero tanto así como para… ? ¡Pobre papá, ojalá me lo hubiese dicho! Habríamos suspendido esa odiosa fiesta y esto tal vez no habría sucedido.
―La comprendo, pero a su padre le hacía ilusión su baile, y creo que fue un momento feliz para él. Jacques sabía que le quedaba poco tiempo, pues su mal es difícil de que curar en ese estado. Sé que no tuvo ocasión de despedirse, pero quizás esta noticia en medio de su dolor, le otorgue un poco de resignación.
Claudine asintió, pero cuando el doctor se marchó no pudo evitar voltearse hacia María y tomarla de las manos.
―Desde que esto sucedió ―le dijo en voz baja―, no dejo de pensar en las personas que tenían un motivo para querer hacer algo como esto. ¡Por más que busco a un culpable, solo puedo pensar en Maurice! Oh, María, me siento tan mal por ello… ¡Si se tratase de él nunca me lo perdonaría!
María no podía negar la lógica en su razonamiento, ni tenía la verdad en las manos, pero no podía permitir que se torturara así.
―Sé que tienes motivos para pensarlo, pero me resisto a creerlo un criminal. Debe haber otra explicación, Claudine.
―Eso espero, María ―respondió llorosa―. Me tranquilizo diciéndome que yo estuve a su lado todo el tiempo durante la fiesta y que yo misma lo llevé con Paul. Le he preguntado y asegura que lo dejó en su casa. Tendría que haber retornado o… ¡Ya no sé qué pensar! ―se interrumpió de golpe.
―Calma, te prometo que llegaremos a la verdad.
Claudine se recostó en el hombro de María y cerró los ojos. Estuvieron juntas hasta el despuntar del alba, cuando la joven se vio precisada a intercambiar palabras con unos amigos de su padre que recién habían llegado.
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Gregory no pudo evitar escuchar la sospecha de Claudine respecto a Maurice. ¡Se había sorprendido tanto al oír parte de la charla! Al parecer el joven había aparecido en la fiesta después que él se marchó. Sin embargo, hacía tiempo que no tenía noticias suyas. Lo último que María le había confiado era que aquel muchacho se había desvanecido durante días luego de una acalorada discusión con su tío. ¿Habría sido esa pelea tan fuerte como para llevarlo a cometer un asesinato?
No pudo evitar ir tras María cuando advirtió que ella se retiraba a la terraza, sola, a tomar un poco de aire. Ya había amanecido, y aunque era verano, ella sentía un poco de frío. Greg no dudó en abrazarla, aprovechando el momento de intimidad, y le dio un beso en la coronilla. María suspiró agradecida de tenerlo a su lado. Estuvieron unos minutos en silencio, hasta que ella recapacitó.
―¿Qué sucedió con el comisario? ―preguntó preocupada.
―Todo está bien, no te alarmes. Le dije la verdad y pareció convencerse. Al parecer fue Bertine quien nos descubrió marchándonos juntos y le contó. El asunto no ha trascendido fuera de ese marco o de Edward y Anne, lo que me lleva a pensar que ella algo tiene que ver en toda esta historia.
María lo miró a los ojos, exaltada.
―¡Yo también lo creo!
―María, amor mío, no pude evitar escucharlas a Claudine y a ti hace unas horas. ¿En verdad sospechan de Maurice? ¿Hay motivos de peso para creerlo responsable de algo tan atroz?
―Me temo que sí, que no es descabellado, aunque me niegue a aceptarlo.
―¿Se debe esto a la negativa de tu tío de que corteje a tu prima?
―No es solo eso, Greg. Hay algo sobre lo cual no estás al corriente ―le confesó ella.
―¿De qué se trata?
―Maurice alega ser mi hermano, hijo de mi madre Clementine antes que se casara con mi padre ―le contó al fin.
―¡No puede ser! ¿Cómo no me lo habías dicho antes, María?
―Iba a hacerlo aquella tarde que te descubrí con Nathalie. Ese fue el motivo de mi sorpresiva visita. Sin embargo, luego hui de ti por los motivos que conoces, y cuando confronté a Maurice, me dijo la verdad. Pensé contártelo todo cuando nos vimos en el baile, pero ese asunto dejó de ser lo más importante… ―Una sonrisa triste adornó su rostro al recordar aquella inolvidable velada.
Gregory entonces comprendió todo: ¡en el diario de Clementine estaba la verdad! Debía entregárselo a María cuanto antes. Iba a decirle algo sobre esto cuando Edward los interrumpió: Johannes y Prudence recién habían llegado luego de abordar el último tren la noche anterior. Aunque Edward no se lo pidió, Gregory intuyó que debía tomar un poco de distancia de la joven, para no causar un problema.
María le dio un beso en la mejilla a Greg antes de ir en busca de sus padres. Prudence fue quien primero la abrazó, mientras su padre le daba un beso en la cabeza.
―Oh, cariño, ¡lo siento tanto! ―dijo Johannes con la voz afectada―. Apreciaba mucho a tu tío. Pese a su rectitud, era un gran hombre. ¡No puedo entender que alguien le haya hecho esto!
―Yo tampoco, papá. Al menos supimos que estaba enfermo…
―Sí, él me lo contó la última vez que nos vimos y me hizo prometer que no les diría nada. Tu padre y yo pensamos establecernos en París por un tiempo. Claudine necesita de nosotros, y también le prometí a tu tío que velaríamos por ella en el terrible caso de que él llegara a faltar.
María asintió. Gregory se colocó a su lado.
―Hola, Prudence ―dijo en voz baja―. Hola, Johannes.
―Hola ―saludó Prudence de manera escueta, al parecer su actitud seguía siendo la misma.
Gregory se sintió dolido, pero al menos el abrazo de Johannes lo hizo sentir mejor. Sin embargo, se separó de María el resto de la mañana, para no incomodar a su hermana ni hacer sentir mal a la mujer que amaba. Aunque lo tuviese a unos metros de distancia, su mirada y su amor estarían allí, para ella.
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El cortejo fúnebre partió hacia el cementerio de Passy. Al llegar, el camino hasta el panteón familiar fue encabezado por María, Claudine, Johannes y Prudence. Tras ellos, los Hay y varios amigos y conocidos del difunto, así como sus empleados más leales que se habían dado cita para el último adiós. Bertine, llorando, cerraba la comitiva.
Claudine estaba en extremo emocionada, y aunque María también lloraba, se hallaba en una especie de trance. En la cripta familiar, donde entraron unos pocos, la joven observó con detenimiento unas letras de bronce sobre un osario desconocido: “Clément Laurent, 1880”. Se estremeció. Sus padres se casaron en el 81, así que era probable que aquel nombre fuese el de su hermano muerto. ¡Su tío tenía razón! ¡El pequeño había sido enterrado en el panteón familiar, justo como había pedido Clementine.
Al salir de allí, María se separó de sus padres y corrió hacia Gregory, quien se hallaba a solo unos pasos de la cripta, esperando su turno para entrar con unos lirios en las manos.
―¡Greg, creo que ya sé lo que sucedió! ―exclamó nerviosa―. Siempre lo supe, pero ahora he tenido una especie de revelación. Son muchos indicios…
―Amor mío, ¿estás bien? ―Gregory se preocupó de que estuviese delirando. Se notaba bastante afectada.
―Sí, escucha por favor. Necesito que mañana lleves a la casa al comisario. ¡Necesito hablar con él! No dejes de acompañarlo.
―Lo haré, María. No te preocupes. ―Confiaba en su criterio, en su inteligencia.
Johannes y Prudence ya se acercaban a ellos y ante la inminente separación, Greg se llevó la mano de María a los labios y la dejó marchar.
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