Capítulo 34
Gregory la rodeó con su brazo mientras María colocaba su cabeza en su hombro. Así, unidos en la intimidad de su coche, fueron en silencio durante todo el trayecto hasta que arribaron a su destino. Greg la ayudó a bajar y la condujo hacia la entrada principal del “Le Baiser d´amour”. María se sorprendió un poco, pensó que irían a su casa, pero al parecer su amado tenía otros planes. El restaurante había cerrado ya, pero las luces en el interior estaban encendidas. Greg le dio un beso en la frente mientras la tomaba de las manos en dirección a la mesa más próxima a “El verdadero amor”. El servicio estaba dispuesto para dos personas; la luz de las velas contribuía a crear un ambiente mágico y romántico que María agradeció.
―Imagino que tengas hambre, ¿verdad? Sé que te privé de degustar el buffet de la fiesta.
―Prefiero comer contigo. ―María lo sujetó por el cuello y lo acercó a su boca para besarle―. Dime que no se trata de un sueño…
―Me temo que sí, es un sueño ―respondió él―. Un hermoso sueño.
Él se abandonó a sus besos, con un desenfreno algo peligroso dado que estaban a solas. María se acercó más a él, sus torsos se rozaban, al punto de encender aún más la llama de pasión que los consumía lentamente desde que se volvieron a ver esa noche. Gregory vagó por la espalda de ella con sus manos, luego la sujetó de su fino talle para aproximarla más, sin dejar de besar sus labios. ¡Hacía tanto que no disfrutaba de ella! Apenas podía creer que tuviese a María así, tan cerca suyo, sin supervisión alguna y con toda una noche por delante… Nada más de pensarlo, lo invadía una exaltación deliciosa y embriagadora.
―Aguarda aquí ―le pidió él cuando se separaron para recuperar el aliento.
María asintió, dejándose caer en la silla. Sus piernas no podrían sostenerla por más tiempo. Entonces divisó una botella de champagne que reposaba en una cubeta de hielo. ¡La noche auguraba ser inolvidable! No pudo evitar estremecerse al pensar en eso… Estaba con Gregory al fin, como ambicionaba, y debía reconocer que no tenía miedo. Confiaba demasiado en él, en el amor que se profesaban, y el único sentimiento claro que la dominaba era su gran deseo de estar a su lado.
Gregory no tardó mucho. Regresó con una bandeja en las manos repleta de canapés y bocadillos, una comida ligera perfecta para aquella madrugada.
―Dime que no has estado cocinando… ―Rio ella.
―No, lo siento. ―Gregory colocó la bandeja en la mesa y se sentó frente a ella―. Le he pedido a mi chef que prepara esto para nosotros. Ya se marchó, así que estamos a solas…
Ella se ruborizó, pero solo asintió. Se decantó por probar la galantina de pavo mientras Greg servía el champagne en las copas.
―¿Qué tal el baile? ―preguntó para aligerar el ambiente.
―No fue lo mismo luego que te marcharas…
Gregory le sonrió al darle la copa.
―Disfruté mucho de bailar el vals contigo, pero no quería llamar demasiado la atención así que preferí marcharme pronto y ocuparme de algunos detalles, como esta íntima comida que compartimos.
―Lo imaginé, aún así amé la pieza que bailamos juntos…
Gregory alzó la copa, proponiendo un brindis:
―Por todos nuestros besos de amor ―propuso―, los pasados, presentes, pero sobre todo los futuros besos.
―Por los futuros ―respondió ella chocando su copa, acto seguido la vació casi por completo, haciendo reír a Gregory.
―Mi pequeña golosa… ―le recordó él, haciendo alusión a la estrella del Moulin Rouge.
―Oh, no. ―María se ruborizó de nuevo, rememorando aquellos bailes desenfrenados y sensuales.
Comieron con apetito, degustando los exquisitos manjares y a buen ritmo la botella de champagne. Aunque el silencio comenzó a reinar, las miradas que se dedicaban eran de lo más elocuentes. El último bocadillo lo compartieron, y Gregory le tomó la mano por encima de la mesa. Su expresión era severa, muy distinta a la que le había visto en otras ocasiones.
―María, estoy muy feliz de que hayas aceptado fugarte conmigo esta noche, pero pienso que, antes de cometer otra locura, debemos hablar acerca de nosotros.
Ella asintió, se llevó la servilleta a los labios y se dispuso a disculparse.
―Siento mucho lo que sucedió, Greg ―le dijo de corazón―. Se que aquella tarde no actué de la mejor manera, y empeoré las cosas al no aceptar recibirte después… Me comporté como la niña que detesto ser y aunque me esfuerce por ser una mujer, supongo que en algunas cuestiones puedo continuar actuando de manera caprichosa e infantil.
Él negó con la cabeza.
―Te comportaste como una mujer enamorada, y no puedo reprocharte nada de lo que hiciste. Si un impulso te llevó ante mis ojos, ¿quién soy yo para censurarte algo tan espontáneo y bello como esa muestra de amor que ansiabas darme? El único culpable fui yo quien, esforzándome por actuar de la mejor manera, desatendí tus deseos y los míos propios, cuando tenerte conmigo era lo que más ansiaba…
María bajó la cabeza, volvía a sentirse un tanto avergonzada.
―No debí hacer eso. No debí haberme aparecido así en tu casa…
―No imaginas lo que experimenté cuando te vi en el umbral de mi puerta. ―Gregory se llevó su mano a los labios―. ¡Creí que estaba delirando! Sin embargo, no hubiese querido nunca que los temores acerca de nuestra relación fueran los causantes de tu imprudencia. Fue por Nathalie que hiciste eso, ¿verdad?
―Ella me dijo que… En fin, ya sé que no hay nada entre ustedes, en eso fue sincera y no es algo que me preocupe. Confío en ti, Greg, pero…
―¿Qué sucede, amor mío? ―Él se inclinó para alcanzar su mejilla y ofrecerle una caricia.
―Tengo miedo de que, por estar tanto tiempo solo, tú… ―No completó la frase―. Por otra parte, siempre me ha asustado decepcionarte… No ser suficiente para ti.
Gregory se puso de pie y se arrodilló frente a ella. María hundió sus dedos en su cabello avellana, observando el torbellino de pasiones que se vislumbraba en su mirada.
―María, creo que ya hablamos de eso una vez, pero puedo repetírtelo cada día de mi vida si con eso aseguro tu tranquilidad. Estoy profunda e irreversiblemente enamorado de ti. Pensé que lo habías comprendido. No existe otra mujer en la cual desee refugiarme porque no serías tú, y entonces sí que terminaría decepcionado… Te confieso que me es arduo esperar, y que en ocasiones me pesa la soledad, pero es a ti a quien añoro. Si me he contenido hasta ahora ha sido por el respeto que te profeso, por mis deseos de ser honorable frente a la familia, por demostrarles a todos que mi amor por ti es mayor que cualquier otro reclamo, incluso físico. Sin embargo, jamás había deseado a nadie como te deseo a ti, y como sé que me correspondes en igual grado, es imposible que, cuando al fin llegue ese momento, alguno de los dos pueda decepcionarse. Confío tanto en nuestro excelso sentir que el resto deberá seguir el mismo cauce… A pesar de ello, de mis deseos de hacerte mía, me preocupan algunas cosas…
Gregory se puso de pie, la tomó de las manos para que se incorporara también.
―No quiero que sean tus miedos los que te lleven a dar un paso tan importante. No puede ser tu temor a perderme lo que te haga llegar a mis brazos… No hay nada que desee más, pero puedo esperar por ti, el tiempo que necesites.
Ella negó con la cabeza, decidida.
―No se trata de miedo alguno, Greg. Te amo, y fue el amor el motivo principal que me hizo llegar hasta tu puerta aquella vez. Es el amor el que me hace estar aquí esta noche, y es el mejor de los motivos, ¿no crees?
Él asintió.
―Sabes que… ―La voz le temblaba―. Sabes que es peligroso para tu reputación que estemos aquí juntos. No tengo la aprobación de tus padres, tan solo un poco de la confianza de Johannes, la cual me duele traicionar.
―¿Acaso ellos no traicionaron la nuestra? ―repuso María con energía―. ¿No confiábamos en que sabrían comprendernos y traicionaron nuestras ilusiones y esperanzas? Al menos mi padre ha sido más sensato, pero no por ello ha actuado de la mejor manera. Su respeto hacia Prudence, como esposa y madre, no puede ser mayor que su consideración respecto a mi felicidad. A nuestra felicidad ―añadió―. Deberíamos ya estar comprometidos y, sin embargo, continuamos en la zozobra de nos saber si tendremos que aguardar tres años para poder unir nuestras vidas. Nos han obligado a sublevarnos, Greg, nos han llevado a la desesperación… Y yo te necesito desesperadamente.
Gregory sonrió ante sus palabras, la vehemencia con la que hablaba María no dejaba de asombrarlo, y tuvo que reconocer que la joven tenía razón. ¡Si al menos les hubiesen puesto un plazo, una fecha, un día para estar juntos, él se habría resignado a aguardar! Sin embargo, el tiempo era inestimable, podían ser unos meses o incluso tres años. ¿Era más honorable cumplir con quienes entorpecían su felicidad u honrar sus sentimientos y los de ella pasando por encima de tantos obstáculos?
―Yo también te necesito, María. Desesperadamente ―repitió, saboreando aquella palabra en sus labios.
La joven volvió a abrazarse a él, mientras Gregory se perdía de nuevo en sus labios, sabiendo que habían llegado a un punto de no retorno. Si había llevado primero a María al restaurante, era para intentar contenerse e incluso hacerla recapacitar, pero ella estaba decidida, así que no quedaba otro camino que ir en búsqueda de la felicidad de ambos. Debía reconocer que estaba agradecido de la resolución de su joven enamorada. María no vacilaba, estaba segura de lo que quería y él también.
Sin pensarlo mucho más, Gregory la tomó en sus brazos, llevándola hacia el ascensor interior que conectaba al restaurante con el piso superior. María reía, un tanto nerviosa pero fascinada con su impulso.
―Estás loco ―le dijo al oído.
―Por ti.
―Te vas a cansar ―repuso ella.
―Jamás.
María ayudó a abrir la reja de hierro, hasta que pudieron entrar al ascensor. Subieron sin problema alguno hasta la puerta principal. Gregory se las ingenió para entrar a su hogar sin bajar a la joven de sus brazos. ¡A ellos era a donde pertenecía!
―¿Ya te dije lo hermosa que luces con ese vestido? Etérea y angelical como una novia en la noche de bodas…
Ella se ruborizó muchísimo ante sus palabras, pero en cierta forma, aunque no estuviesen casados, aquella noche simbolizaba lo mismo para los dos.
Gregory la depositó con cuidado encima del diván, el mismo donde compartieron instantes memorables en la ocasión anterior… Esta vez, en cambio, ninguna mujer había impulsado a María hasta él, estaban juntos porque los dos lo necesitaban así. Él se puso de pie para colgar su saco y se desabotonó un poco la camisa, largando la pajarita que le molestaba al cuello. María permaneció observándolo en silencio, nerviosa.
―¿Quieres salir a la terraza? ―propuso él.
Ella obedeció al instante poniéndose de pie. Gregory la tomó de la mano y la llevó al exterior. Debía reconocer que también él estaba un poco nervioso… En muchos sentidos era su primera vez y deseaba actuar de la mejor manera para no dañar a alguien a quien amaba tanto, como su dulce María.
Las luces de París aún estaban encendidas, ella se sentó sobre sus piernas en la penumbra. La brisa de la madrugada la hizo estremecer y buscó refugio en él. Gregory la rodeó con sus brazos, la besó en la frente, los párpados, bajó a su nariz para luego detenerse en sus labios, de los que nunca se saciaba. María se acercó más a él, si acaso era posible, y él se aclaró la garganta para expresarle sus sentimientos:
―No tengo tu talento para escribir, mi pequeña María, pero he memorizado esto para ti, que expresa en buena medida lo que experimento esta noche: “Cuando por fin se encuentran dos almas”. ―Era el título de una poesía de Víctor Hugo, María lo sabía, pero moría por escuchar aquellas líneas de su boca.
Gregory le dio un beso en la frente antes de comenzar a declamar con voz profunda y turbadora:
“Cuando por fin se encuentran dos almas, /
que durante tanto tiempo se han buscado /
una a otra en el gentío, /
cuando advierten que son parejas, /
que se comprenden y corresponden, /
en una palabra, que son semejantes, /
surge entonces para siempre una unión /
vehemente y pura como ellas mismas, /
una unión que comienza en la tierra y /
perdura en el cielo”.
María se emocionó mucho al escucharlo, eso eran ellos: una unión vehemente y pura de amor, dos almas que se correspondían y que permanecerían juntas para siempre. Gregory hizo una pausa, para abordar la segunda estrofa. En esta ocasión besó a María ligeramente y se puso de pie frente a ella para mirarla a los ojos. La voz se le quebró un poco, estaba nervioso, en otro tiempo hubiese creído que hasta hacía el ridículo, pero la amaba tanto que debía cumplir con su propósito, y eso lo hizo continuar:
“Esa unión es amor, /
amor auténtico, como en verdad muy pocos /
hombres pueden concebir, /
amor que es una religión, /
que deifica al ser amado cuya vida emana /
del fervor y de la pasión y para el que los
sacrificios /
más grandes son los goces más dulces”.
Ella permaneció en silencio, emocionada al escucharlo. Una lágrima bajaba por su mejilla, pero Gregory no concluía aún.
―Nuestra unión es amor, María. Esa unión vehemente y pura que no precisa de nada más, ni tan siquiera de la autorización de nuestras familias para poder existir, tal cual es. Me prometí a mí mismo ser honorable, pero no creo que por amarte como ambos deseamos deje de hacerlo. He comprendido que nos pertenecemos, y esta noche no hará más que confirmar que los dos somos uno en cuerpo y alma.
―Oh, Greg. ―Ella intentó ponerse de pie, emocionada para besarle, pero él se lo impidió.
―Aún tengo algo que decirte, amor mío. Por favor, toma asiento. ―Ella obedeció. Las lágrimas todavía se veían en sus ojos, brillantes y rebeldes―. Quiero que nunca olvides que deseo casarme contigo, María, ese continúa siendo nuestro propósito más anhelado. ―Gregory se hincó de rodillas y sacó una caja de su bolsillo―. Es por ello que me encantaría que me aceptaras a tu lado. Que este anillo en tu dedo simbolice el amor que nos tenemos y la promesa de que siempre estaremos unidos no solo como esposos, sino como esas dos almas que por toda la eternidad habrán de pertenecerse.
María no podía hablar. El nudo en su garganta hacía difícil que las palabras nacieran. Gregory le puso el delicado anillo en el dedo, bajo las lágrimas de ella que caían incesantemente. ¡Jamás hubiese esperado que una noche que pretendía ser de entrega física, terminara convirtiéndose en una comunión perfecta entre dos almas!
―¿Aceptas, mi pequeña María? ―preguntó él preocupado ante su falta de respuesta.
―Sí, por supuesto que sí ―repuso ella al fin, con una sonrisa que despejaba su rostro de las lágrimas―. Te amo tanto, Greg. ¡Gracias por esto! ―añadió llevándose la mano al corazón.
―Yo también te amo, vida mía.
Esta vez él sí la recibió con los brazos abiertos para besarla apasionadamente. María no se asustaba con la intensidad de su deseo, más bien lo correspondía y alentaba con todo su ser. Gregory no pudo soportarlo más y la tomó en sus brazos de nuevo, llevándola hasta su dormitorio. María sintió que su corazón se disparaba, y que su rostro se tornaba rojo como la grana. Nunca había estado allí, era un lugar bonito y lo que más la calmaba era saber que Gregory no había llevado a nadie allí.
―Este es nuestro hogar ―le dijo él enmarcándole el rostro y mirándola a los ojos como quien imagina su pensamiento―. Solo nuestro.
―¡Cuánto desearía que, en efecto, lo fuese! Quiero vivir contigo, Greg.
―Empecemos por la primera noche ―susurró seductor―, para luego construir el resto de nuestra vida.
Ella se acercó para besarlo, y Greg la recibió anhelante. Mientras lo hacía, sus manos se permitieron jugar con los botones de su espalda para ir abriendo el complejo vestido. Su adquirida habilidad con las prendas femeninas habría de servirle en aquel momento, así que no demoró en abrirlo por completo, haciendo que María exteriorizara una expresión de sorpresa y turbación.
―Oh. ―Ella se separó un poco. Gregory la instaba a sacar su vestido: primero una manga, luego la otra, hasta que por fin cayó al suelo.
Ella cerró los ojos, imaginó que se trataba de su rutina habitual de cada noche, pero algo en su corazón le hizo saber que era distinto. No eran las manos de una doncella ni las suyas las que la privaban de su atavío, era él… Se hallaba vestida únicamente con su blanca ropa interior, incluyendo el corset que torneaba su figura. Para Greg no había mujer más hermosa que ella, y así se lo hizo saber.
―Eres bellísima… ―le dijo sonriendo.
Ella abrió los ojos, la mirada de Greg fue la que siempre deseó… Sin embargo, comenzaba a temblar de pura exaltación. María pretendió devolverle el favor, desabotonando su camisa y dejando al descubierto su torso.
―Dios mío ―dijo ella nerviosa.
―¿Qué? ―preguntó Gregory riendo.
Ella se abrazó a él, escondiendo el rostro en su pecho. El vello de Greg le hacía cosquillas en la nariz, pero era incapaz de sostenerle la mirada luego de sentirse tan turbada. ¡Nunca imaginó que pudiese experimentarse tanta ansiedad y deseos al ver al hombre que amas! María era incapaz de comprender a cabalidad lo que significaba aquello que sentía, pero Gregory sí. Se regocijaba de su respuesta, de sus sonrojos… María lo deseaba tanto como él a ella.
No pudo contener sus ansias, así que la obligó a besarlo de nuevo. María no se negó, al contrario, se sintió refugiada en sus labios y devolvió cada uno de sus apasionados besos… Gregory bajó por su cuello, despertando aún más sus deseos, haciéndola gemir de aquella manera que tanto le gustaba. La voz agitada de María le enfundaba ánimos para continuar.
Cuando se satisfizo momentáneamente de seducir su cuello y el inicio del escote, se colocó a su espalda. María descubrió lo que hacía cuando sintió cómo iba cediendo su corset. Lo agradeció en silencio, la libertad que comenzó a experimentar le permitía respirar de una mejor manera, ahora que estaba tan agitada. Gregory terminó su labor y arrojó aquella prenda lejos de ellos.
María se preguntó qué haría a continuación, pero cuando vino a percatarse, ya Gregory la estaba privando de la parte superior de su camisola, dejando al descubierto la mitad superior de su cuerpo. María, por instinto, se cubrió sus pechos, pero Gregory no podía mirarla pues continuaba a su espalda… Él por su parte, comprendía que debía bajar el ritmo y seducirla despacio. Besó su nuca, luego los omóplatos, hasta hacerla estremecer de placer al bajar por su espalda siguiendo la línea de su recta columna.
―Oh, Greg ―susurró ella. Sin darse cuenta, dejó de cubrirse y sus brazos cayeron a ambos lados del cuerpo.
Gregory, quien esperaba eso, movió sus manos con delicadeza desde la espalda hasta su pecho, convirtiendo aquel camino en una larga y deliciosa caricia. Ella permitió su avance, y aunque se sobresaltó un poco cuando él, desde atrás, se apoderó de sus pechos con las manos, no lo impidió. El placer que sus rítmicas caricias le otorgaban, la estaba haciendo perder el equilibrio.
―Dios mío. ―murmuró.
Él pensaba lo mismo. Aunque no hubiese podido aún admirarla, la sensación de aquellos pechos bajo sus manos, era indescriptible. Los gemidos de María lo excitaron a tal grado que no podía demorarse mucho más sin despojarse de aquellos cada vez más ceñidos pantalones. Gregory disfrutó el instante, sintió endurecer sus pezones y los imaginó rosados como dos capullos de tiernas rosas. Comprendió que María no podía más de tanta excitación, así que decidió darle unos minutos de sosiego y se detuvo, haciendo que ella exhalara un profundo suspiro.
Greg se mantuvo en su posición, y con delicadeza fue quitando las horquillas que mantenían recogido el cabello de María. Las hebras rojizas fueron cayendo lentamente sobre su espalda, formando un manto de terciopelo que él acarició con las yemas de sus dedos.
―Amo tu cabellera ―confesó con voz ronca mientras enredaba sus manos en ella―. Amo todo de ti, pequeña María.
Aquellas palabras lograron el efecto que esperaba: María se giró hacia él voluntariamente, aunque de nuevo con los ojos cerrados. Verla lo estremeció más de lo que hubiese imaginado. María era bella, era suya…
―Eres preciosa, amor mío ―confesó, aún con la voz afectada―. Por favor, mírame. Mírame y dime qué lees en mis ojos…
Ella abrió los suyos lentamente, y se vio reflejada en los de él, con una pasión que la honraba y asustaba a la vez.
―Amor ―dijo nerviosa―, deseos, ¿pasión?
―Oh, sí ―respondió atrayéndola hacia él con una mano―. En ese preciso orden.
Gregory la besó de nuevo, haciéndola estremecer pues sus torsos, esta vez desnudos, se unieron en un apasionado abrazo. Sentir su piel caliente la hizo temblar de placer, más aún cuando él la depositó con cuidado encima de la cama. María suspiró, mirando el techo, pensando en qué iría a suceder a continuación, pero Greg quería ir despacio y brindarle todo el placer del que fuera capaz antes de perder la cordura y adentrarse en su delicado cuerpo.
Con maestría, terminó de desvestirla apreciándola como siempre deseó: con su embriagadora y perfecta desnudez. Se colocó encima de ella para abrazarla, no quería que sintiera miedo. María, en cambio, le reciprocó con tal pasión que él comprendió que ella, a pesar de su inocencia, le brindaría una experiencia única en su vida: una entrega con verdadero amor…
―Te amo ―le susurró al oído antes de besarla.
Se detuvo en su oreja, bajó por su cuello y luego exploró el exquisito sabor de sus pechos, succionó un pezón, luego el otro, obteniendo en ella una respuesta más ardorosa e inquietante de lo que imaginaba. A pesar de la delicadeza que quería tener, María lo hacía perder por completo la sensatez. Iba a detenerse cuando ella, suplicante, le exigió más. Y allí se empleó a fondo, en aquel atributo de femineidad que la hacía más hermosa, dotándole de una voluptuosidad que bien hubiesen envidiado algunas de las chicas del can-can.
Con sus dedos dibujó círculos sobre su abdomen. Enmarcó con sus manos la cintura de ella, besó su ombligo, palpó sus caderas redondeadas y se detuvo después en el castaño vello que cubría su monte. Gregory tenía curiosidad por explorarla, así que con cuidado se introdujo entre sus pliegues haciendo que María se retorciera de placer entre las sábanas.
―Oh, Greg, no puedo… ―gimió ella.
Él advirtió muy pronto que estaba húmeda, pero quería disfrutar él mismo de aquel sitio sagrado. No demoró en abrir con delicadeza un poco más sus piernas, y para sorpresa de ella besó el interior de sus muslos, se deslizó entre sus pliegues, ofreciéndole un placer hasta entonces desconocido. La humedad de María se fue haciendo aún mayor, y él sentía que estaba bebiendo del néctar más exquisito de la historia.
―Greg, Greg… ―Él moría de deseos cuando escuchaba su nombre en los labios de ella. Ese temblor en la voz, esa dulzura, no hubiese podido hallarla en nadie más.
María sintió que el calor la dominaba, sus piernas comenzaron a temblar, y todos sus sentidos se aguzaron. Jadeaba, su corazón latía cada vez más aprisa, y luego experimentó un tortuoso ascenso que la oprimía y la extasiaba a la par. Sintió que había llegado a su punto máximo, porque no pudo evitar gritar de placer. ¿Qué había sido eso? Tenía nublado el juicio, pero había alcanzado una felicidad que era maravillosa.
―Estoy en las nubes, Greg.
Él se separó con una sonrisa, satisfecho de la respuesta que había obtenido de ella. Sin embargo, beber de María solo había acrecentado su propia sed, y debía aliviarse en consecuencia. Se puso de pie y, con suma rapidez, se terminó de desnudar.
María lo observó con curiosidad. Él se parecía a una escultura griega, y aunque tenía una figura turbadora, no podía apartar la mirada de la palpitante erección que lucía orgulloso frente a ella. María apartó la mirada, ruborizada.
―Todo estará bien ―le aseguró él cuando se tendió a su lado―. Nos amamos, María.
―Lo sé. ―Ella abrió los ojos y se volteó hacia él. Sintió lo caliente de su miembro en el abdomen, y Greg le colocó su mano encima para que saciara su curiosidad. Los vacilantes movimientos de María generaron en él otra avalancha de excitación―. Es increíble. ―Rio ella nerviosa.
―No tanto como tú, mi María. Eres extraordinaria.
María lo besó, mientras Gregory acariciaba su espalda, luego sus pechos, logrando enardecer su cuerpo de nuevo, con gran intensidad.
―Te necesito, Greg ―susurró.
Él la comprendió de inmediato. Dispuesta a satisfacer su íntimo deseo, la recostó de nuevo, subiéndose encima de ella. Volvió a perderse en sus pechos, haciéndola estremecer a un alto grado de pasión, y avivando aún más la llama que los envolvía.
―Por favor ―murmuró ella.
María sintió que Gregory se colocaba en su entrada. El falo caliente presionaba con delicadeza aquel sitio que nunca antes había sido abierto. Gregory esperó un instante, para ver si ella se arrepentía, pero no lo hizo. El instintivo movimiento de sus caderas lo incitó a continuar.
―Te amo, vida mía ―dijo él mientras se introducía con cuidado dentro de ella. Fue difícil contenerse ante el inmenso deseo que sentía, pero logró hacerlo despacio, notando cómo la tensión inicial iba cediendo a su paso.
María experimentó un poco de dolor, pero no demasiado. Sabía que era natural, así que se dispuso a recibir únicamente el placer que aquel momento le otorgaba. Gimió cuando lo sintió por completo dentro de ella, cerró los ojos ante la embriaguez que la asaltaba, pero su cuerpo respondió de inmediato al suyo, uniéndose en una danza que inició lenta pero que fue alcanzado mayor rapidez.
Gregory se introdujo en ella una y otra vez; María comenzaba a temblar contra su cuerpo sin poder evitarlo. El sudor de ambos se mezclaba en aquel ritmo enardecedor, sumiéndolos en el más sublime de los ejercicios, era incluso mejor que el vals.... Sabía que no tardaría en llegar a la cima del placer, pues se encontraban los dos muy próximos a ella. María se retorció de éxtasis contra su cuerpo cuando al fin la alcanzó, exhalando un suspiro, dándole la señal para alcanzar él también aquel punto de sumo disfrute. Gregory se dejó caer, sobre ella, ahogando una exclamación, mientras el caliente líquido con su semilla bañaba el muslo de María.
Ella le abrazó con ternura. Greg besó su mandíbula, pero luego se quedó dormido en sus brazos, empapado como estaba, y completamente exhausto. Ella sonrió, depositó un beso en su frente, y no demoró también en sumirse en un delicioso y exuberante sueño. Con Greg en sus brazos sentía que aún se encontraba en las nubes.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top