Capítulo 26
Llegó la noche de la inauguración del restaurante, la que todos aguardaban con gran expectación. María lucía hermosa con un elegantísimo vestido de color verde oscuro y detalles en dorado que había comprado en Le Bon Marché. Era la primera vez que lo utilizaba, pero debía reconocer que le sentaba como un guante. Su cabellera rojiza, muy bien recogida, resaltaba con aquel atavío, redondeando aún más su belleza. Anne, quien había ido a su habitación a buscarla, así se lo hizo notar.
―¡Te ves preciosa! ―exclamó Anne.
―Muchas gracias, Anne. ¡Igualmente!
―Gracias. Es un vestido muy bonito el tuyo. Creo que tendré que hacer compras contigo en París…
María se ruborizó de pies a cabeza recordando las circunstancias de aquella compra.
―Es obra de Gregory. Fue él quien me llevó de compras…
Anne rio al descubrirlo y rodó los ojos:
―¡Greg me sorprende cada vez más! Espero que pronto puedan encontrarse de nuevo…
La joven asintió, aunque no podía negar que estaba un poco nerviosa. No había vuelto a tener noticias de él, pero no había motivos para dudar de su amor. Cada vez que le invadía la nostalgia, tomaba aquella hoja de papel donde él le declaraba sus sentimientos… ¿Por qué había demorado tanto en ir a verla? La joven no lo sabía, pero algo en su interior le decía que debía confiar con él. Con la esperanza de hallarlo en la cena, se había alistado con esmero y buen gusto. Nadie le había dicho que él iría, pero ella tenía la esperanza de que la sorprendiera.
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A un paso de la Sorbona y muy próximos a los Jardines de Luxemburgo, se hallaba un hermoso edificio construido bajo los cánones del Art Nouveau. María bajó del coche, acompañando a su familia. Algunas personas ya pasaban debajo de la marquesina iluminada. El nombre del lugar, en un brillante tono rojo, la tomó por completo desprevenida: “Le Baiser d´amour”. Aquel sitio se nombraba: “El beso de amor”.
María se estremeció al leerlo, pero no dijo nada. Fue inevitable pensar en Gregory, pero tal vez solo fuese una coincidencia. Antes de entrar, la familia Hay se encontró con Brandon y Thomas, quienes al parecer estaban aguardando por ellos.
―Espero que les guste el interior ―se apresuró a decir Brandon una vez que se saludaron.
―Reconozco que despierta mi curiosidad ―respondió la duquesa―. ¿Qué les parece si entramos ya?
No demoraron mucho en hacerlo. Brandon le ofreció su brazo a la duquesa, mientras Thomas hacía lo mismo con la señorita Norris, quien no había querido perderse el estreno. Tras ellos, una ansiosa María hizo su entrada escoltada por los condes de Errol. El sitio por supuesto que no la defraudó.
Hermosas lámparas de bronce brindaban a la estancia un cálido y envolvente color. El salón principal, donde se hallaban las mesas dispuestas, estaba coronado con una cúpula de vidrios de colores. Entre unas mesas y otras había un biombo decorativo de flores y libélulas pintadas, excelente solución para separar a unos comensales de otros, brindándoles cierta privacidad; las paredes estaban cubiertas hasta la mitad de madera de color oscura con detalles en dorado; en otras partes, en cambio, resaltaban los paneles de cerámica ornados de figuras femeninas. Las altas columnas de mármol y los espejos completaban la elegancia del recinto. Al fondo, se encontraba una barra de madera lustrosa donde se preparaban las bebidas.
La cena aún no había iniciado. Tratándose de una inauguración, los platos serían servidos a la hora justa para todos los invitados. Era una ocasión más que exclusiva. María se quedó de pie, observando cómo los camareros ofrecían copas de champagne a los recién llegados. Ella misma aceptó una.
―Este es el restaurante ―explicó Brandon―, pero por la otra calle, en el exterior, también abrirá un café.
―¿Ya han visto nuestras pinturas? ―preguntó Thomas―. Brandon y yo hemos contribuido a la decoración del recinto. Todo lo que han producido nuestros pinceles durante nuestra estancia ha venido a engalanar este sitio. La verdad es que no podríamos sentirnos más orgullosos.
Brandon le sonrió a Tommy, alegre. Sus amigos decidieron recorrer un poco el lugar para disfrutar de la obra pictórica de ellos. Los primeros cuadros que encontraron fueron los de Thomas. Los paisajes y campiñas combinaban a la perfección con los detalles florales de los biombos. Luego, las pinturas de Brandon, más a tono con la vida nocturna parisina, los sedujeron con el uso de los colores y las actividades en ellas representadas.
―Ya Edward me había hablado de sus hermosas pinturas ―comentó Anne―, pero debo decir que estoy impresionada. Han aprovechado muy bien su tiempo en París, a juzgar por tan extraordinarias obras.
―Muchas gracias, Anne ―contestó Brandon―. Es imposible no dejarse llevar por el arte de esta ciudad. Nos place mucho dejar nuestra huella en ella, en especial en un lugar tan especial como este.
―¡Son magníficas! ―exclamó la duquesa sonriente―. Ambos tienen mucho talento.
―Gracias, lady Lucille ―respondió Tommy―. Espere a ver la pieza principal. Estoy convencido de que les gustará.
Aquello generó gran expectación sobre todo entre las damas, pero el misterio se develaría muy pronto. Encima de una chimenea de mármol se hallaba la consabida pintura que destacaba como la obra más importante del recinto. María, quien jamás la había visto ni sabía de su existencia, quedó impresionada al reconocerse en ella.
―Dios mío… ―murmuró.
La pintura era bastante grande. La figura principal era ella, quien se encontraba de perfil. A su lado, en un segundo plano, se hallaba Gregory… El fondo de la pintura era en su mayoría oscuro, así que su cabello rojo era lo que más destacaba dotando a la pintura de un impresionante toque de color. Se encontró tan bonita y atrayente que se sorprendió mucho con el resultado. Sin embargo, lo que más le conmovía era lo que aquella pintura simbolizaba: eran ellos, era su amor lo que estaba plasmado…
―María, ¡son ustedes! ―exclamó Anne entusiasmada, quien tampoco sabía de la pintura.
―Madre mía, ¡qué belleza! ―apuntó lady Lucille.
―La ha pintado Brandon ―les contó Thomas.
―¿Y ese es Gregory? ―preguntó la chillona voz de la señorita Norris.
Los artistas no respondieron, era demasiado evidente. María, quien apenas podía hablar, se giró hacia su autor, ruborizada.
―Es bellísima ―confesó―. ¡Qué sorpresa tan maravillosa! Nunca pensé que podría servir de modelo para una de sus pinturas.
―Tu belleza es única, María ―respondió Brandon con naturalidad―, y aquella noche no pude evitar sentirme inspirado por ustedes. La magia que desprendían estando juntos era irresistible, yo solo tuve la dicha de poder captarla lo mejor posible. Me alegra que te haya gustado.
―Muchísimo ―volvió a decir ella―, ¿Gregory la ha visto?
―Por supuesto, es suya ―respondió Brandon―. Él mismo la ha nombrado como: “El verdadero amor”.
La joven se ruborizó ante aquellas palabras.
―Entonces, si la pintura está aquí, ¿significa que… ? ―María no pudo terminar su pregunta, porque fueron interrumpidos. No obstante, estaba tan impactada con aquella obra que no podía desatender la sospecha que se estaba alojando en su corazón. ¡Era demasiada casualidad!
La persona que los abordó no era otra que Marguerite Durand. María se sorprendió mucho al verla allí, pero no dudó en presentarle a su familia. La duquesa, sobre todo, tenía un gran interés en conocerla.
―Es probable que usted no sepa quién soy yo ―le dijo lady Lucille a la directora del diario―, pero me complace mucho poder saludarla. Disfruto de La Fronde todos los días.
―Para mí es un honor saber eso, Excelencia ―respondió la mujer―. Leí con sumo interés la entrevista que María le hizo, aunque debo decirle que ya la conocía por referencias. Su obra literaria, museo y colegio, son obras que dejará para la posteridad.
―¡Muchas gracias, querida! Me alegra mucho haberla conocido esta noche.
―Me siento muy halagada por estar aquí, lady Lucille. El dueño del restaurante me envió una invitación no solo para mí, sino también a las otras periodistas y escritoras de mi redacción. Es una lástima que la señora Colbert no haya podido asistir ―apuntó mirando a María―. Según he podido ver, una parte nada despreciable de los invitados pertenecen al mundo de las letras. ¿Ha tenido oportunidad de conocer al señor Zola?
―¿Está aquí? ―preguntó María sorprendida.
―Sí, le han invitado. Puedo presentarlas con él, si gustan ―dijo con amabilidad―. También hay otras damas que desearían conocerla, lady Lucille. Ya María tuvo la oportunidad de hacerlo unas semanas atrás. Son importantes intelectuales como madame Auclert, por ejemplo.
―Será un placer para mí que me presenten a todas esas audaces mujeres ―respondió la duquesa entusiasmada―. Nunca imaginé que la concurrencia de esta noche fuese esta. ¡Estoy maravillada!
―Yo también ―continuó Durand―, pero el propietario en su nota fue muy claro. ¡Me pidió que trasmitiera su invitación a este selecto grupo de féminas! Y yo lo complací con sumo placer. Mañana abrirá el café. Los escritores y estudiantes de la Sorbona tendrán un descuento de un diez por ciento y las mujeres periodistas, de un quince. Al parecer, el dueño del local quiere promover un ambiente de intelectuales, privilegiando también a las mujeres. No puedo sentirme más satisfecha.
El corazón de María comenzó a latir aprisa con lo que escuchaba.
―¿Conoce usted al dueño? ―preguntó la joven.
―No personalmente ―respondió la dama―, solo me llegó la invitación y su solicitud de hacerla extensiva a las damas que considerara. Pensé, en cambio, que tú sí lo conocías, a juzgar por la hermosa pintura que pude ver sobre la chimenea y porque me especificó muy claramente que ya tú estabas invitada…
María se ruborizó.
―Conozco al artista, pero el dueño del restaurante es todo un enigma para mí.
―Estoy convencida de que pronto sabremos quién es ―respondió la periodista―. Por cierto, ya que estás aquí y que eres la figura retratada, ¿por qué no realizas una reseña sobre esta inauguración? ¡Es lo mínimo que podemos hacer por esta persona desconocida que ha tenido la amabilidad de invitarnos!
―Lo haré con muchísimo gusto ―aceptó la joven.
―Ahora, si les parece, puedo hacer esas presentaciones de las que hablamos…
Los Hay y la señorita Norris fueron conducidos hacia una mesa que estaba justo al lado de la chimenea. La duquesa y María siguieron a Durand. Para María fue en extremo importante que le presentaran a Émile Zola, un relevante escritor, quien había acudido acompañado de su esposa. Zola había conmocionado París con el caso Dreyfuss, acusando al gobierno francés de intrigar con el ejército en contra del inculpado, a quien defendía. Se trataba de un inocente capitán del Ejército francés víctima de una cruel condena, tras ser acusado de haberle entregado documentos secretos a los alemanes. María, quien había seguido de cerca el mismo, estaba cada vez más segura de que el periodismo podía convertirse en un medio para levantar la voz ante las injusticias.
La duquesa quedó encantada con cada una de las personas que conoció esa noche, en especial con las damas, a las que incluso les prometió recibir en su casa del Bosque de Bolonia para una charla literaria.
Cuando finalmente regresaron a la mesa, tenían muchas historias que compartir con la familia, quienes se mostraron en extremo interesados. Aunque María formaba parte de la conversación, no podía evitar mostrarse inquieta. Se hallaban en una mesa para ocho comensales; además de los Hay, la duquesa y la señorita Norris, los acompañaban Brandon y Thomas. Quedaba un puesto libre, justo al lado de ella…
―¡Hasta que al fin! ―exclamó lord Hay con una sonrisa en su rostro.
María sintió que su corazón le daba un vuelco; Gregory acababa de llegar. Aún no había tomado asiento, pero estaban tan próximos que hubiese podido acariciar su mejilla de habérselo propuesto. La joven levantó la mirada, y sus ojos se encontraron con los de él. Gregory le sonrió, pero no dijo nada.
―Pensábamos que no tendríamos el placer de verte ―bromeó Brandon.
―Lo siento, ya estoy aquí. Buenas noches a todos, me hace muy feliz verlos a todos. ―Gregory se sentó en su puesto, al lado de María. Ella experimentaba una fuerte dificultad para respirar―. Hola, María ―añadió mirándola a ella.
Ella asintió con la cabeza, no podía hablar. No se veían desde aquel angustioso momento en el que se descubrió la verdad. El recuerdo de su desesperación al ver a Gregory marcharse, aún no la había abandonado. ¡Cuántas cosas habían sucedido desde entonces! A pesar de eso, podía decir que su amor por él continuaba siendo el mismo.
―Tengo una extraña teoría, mi querido amigo ―habló esta vez la duquesa―, y es que usted nos ha hecho reunir aquí con todo propósito. Dígame algo, ¿es el misterioso propietario de este magnífico lugar?
Gregory le sonrió.
―¿Cómo me ha descubierto? ―Rio.
―Oh, el cuadro lo delata, querido Greg ―respondió la anciana haciendo ruborizar a la pareja en cuestión.
Gregory le dedicó una breve mirada a María.
―Es un obsequio inigualable de nuestro querido amigo Brandon. Yo solo le he dado el lugar que merece. Tanto él como Thomas me han honrado con su amistad al contribuir con la decoración de este sitio.
―El restaurante es muy bello por sí solo ―apuntó Thomas―. El placer ha sido nuestro. Dejar parte de nuestra obra aquí no es solo un gesto de amistad, sino sobre todo un homenaje a París.
―¡Nunca mejor dicho! ―concordó Brandon.
―Estoy sorprendida, Greg ―dijo Anne desde el otro lado de la mesa―. ¿Cómo ha sido posible esto? Por supuesto que es un lugar maravilloso, pero que seas el propietario me parece tan increíble que jamás lo hubiese supuesto. A tu hermano, por otra parte, lo veo muy tranquilo…
Edward se llevó la mano de su esposa a los labios.
―Perdóname, yo sí lo sabía, pero Gregory me pidió que le guardara el secreto. He cumplido con mi palabra. Que sea él ahora quien les haga la historia…
―Hace unas semanas, por motivos que todos conocen, decidí establecerme en París. ―María no pudo evitar ruborizarse mientras lo escuchaba, creía que iría a desmayarse―. Deseaba mucho abrir un negocio, así que me dispuse a seguir el consejo que una vez me dieron: que utilizara la experiencia obtenida en mis estériles años de ocio para fundar uno que se pareciera a mí. ¿Qué mejor que un restaurante, yo que me precio de disfrutar de la buena mesa y de conocer muchos lugares? Con ello en mente, la fortuna me puso en las narices este sitio. Estaba a punto de ser inaugurado, pero su dueño estaba en bancarrota. Le era más conveniente venderlo que asumir el riesgo de una empresa como esta. Cerré el trato, cambié algunas cosas de la decoración y escogí el nombre perfecto…
María no sabía qué decir, ¡estaba tan emocionada! No solo Gregory había seguido su consejo, sino que había nombrado al restaurante por su cuento. Para rematar, la pintura era una notoria muestra del amor que le tenía…
―Me parece una historia fascinante ―comentó Anne―, y el nombre es perfecto.
El sonido de un piano hizo más amena la charla. Edward identificó que una de las piezas que se escuchaba era de Georgiana.
―Le he pedido autorización a nuestra hermana para utilizar su música. Ella ha tenido a bien enviarme algunas de sus partituras ―confesó.
―Has pensado en cada detalle ―dijo Edward admirado―. Espero que la comida esté tan excelente como me imagino.
―Eso creo ―respondió el dueño―. El personal es muy bueno.
Pronto los presentes pudieron comprobarlo, pues disfrutaron de un plato de escargots, caracoles en matequilla, ajo y perejil y como principal un coq au vin, el famoso estofado parisino al vino tinto.
María comió con gusto, no deseaba que Gregory pensara que la cena no le había gustado porque en realidad estaba exquisita. Sin embargo, no había podido apenas hablar… Él la miraba con frecuencia, le sonreía nervioso, pero tampoco le había dicho nada en particular. Era su familia quien llevaba las riendas de la conversación.
―La cena está estupenda ―opinó la duquesa. El resto se unió a su criterio y elogiaron cada plato―. Espero con ansias el postre.
―Greg, ¿continúas viviendo en el hotel? ―le preguntó Anne de pronto, llena de curiosidad.
El aludido negó con la cabeza.
―He comprado el edificio. En el piso superior se encuentra mi hogar. Estoy muy conforme con él y espero que al terminar la cena me acompañen para mostrárselos.
―Lo noto muy firme en su propósito de establecerse en París ―insinuó lady Lucille.
―Tengo motivos para desearlo así, Excelencia ―respondió él mirando de nuevo a María.
―Lo imagino, muchacho, así que no puedo más que felicitarlo por sus motivos. Asimismo, me pareció una idea estupenda esa del café, así como los descuentos para estudiantes, escritores y periodistas.
―Gracias, lady Lucille, es una empresa justa. Sin duda algo que hubiese hecho mi adorada María. Y ya que su imagen preside este sitio, qué mejor que honrar a los intelectuales de París de esta manera.
―Gracias, Greg ―le dijo ella por primera vez con voz temblorosa, conmovida ante sus palabras―. Ha sido una idea maravillosa.
―Así, cuando ingreses en la Sorbona, tendré más posibilidades de que pases por el café. Para ti el servicio siempre será gratuito.
Ella le sonrió, aún ruborizada.
―Me temo que con tantos descuentos vaya a usted a arruinarse, amigo ―bromeó la duquesa―. No se preocupe, estoy segura de que tanto el café como el restaurante tendrán el éxito esperado.
―Muchas gracias, lady Lucille.
La velada fue deliciosa para todos los presentes y nadie dudaba de que aquel restaurante se pondría de moda. Muchas personas se acercaron a Gregory para felicitarlo, lo cual le hacía sentir muy feliz. Edward, como su hermano mayor le dio un abrazo, orgulloso. ¡Estaba convencido de que Gregory estaba mejorando su vida para bien!
Cuando se fueron retirando los invitados, el anfitrión los condujo a un salón donde se encontraba un ascensor que llevaba al piso superior. La duquesa estaba algo cansada, así que se marchó antes con la señorita Norris en el coche. Gregory puso a disposición de Edward el suyo. En aquellos días había contratado a una empleada y a un conductor para él. Era lo mínimo que podía hacer si pensaba establecerse en París de forma definitiva.
A María el sitio le encantó. Era un departamento espacioso, pero tan elegante como el piso inferior. Ya estaba por completo amueblado, lo cual les permitió tomar asiento en el salón principal con comodidad. El dueño de la casa se mantuvo de pie sirviendo un licor para los caballeros.
―Ha sido un rotundo éxito ―comentó Brandon aceptando su copa.
―Estamos muy felices por ti, Greg ―añadió Anne.
―Muchas gracias, realmente me siento animado ―respondió él sentándose en un diván junto a María―. Estuve a punto de no poder lograrlo, pero al menos este sueño ya está cumplido. La noche de inauguración ha sido bien especial, pero ya mañana abrirá el local con su menú habitual. Espero que pueda contar con su compañía en varias ocasiones.
―Volveremos antes de marcharnos ―aseguró Thomas.
―Respecto a nosotros ―prosiguió Edward―, puedo asegurarte que te visitaremos con frecuencia. Puedo decir lo mismo en relación a lady Lucille. ¡A la duquesa le gustó muchísimo!
―Estoy agradecido con todos ustedes ―confesó de corazón.
―Greg, me temo que se está haciendo un poco tarde ―dijo Edward cuando terminó su licor―. Es hora de marcharse. Mañana Anne tiene un largo día de trabajo.
―Por supuesto ―respondió el aludido poniéndose de pie. Sin embargo se quedó mirando a María: ¿Crees que… ? ―No terminó la frase, pero Edward lo comprendió al instante.
―Esperaremos a que se despidan ―dijo atento―. Puedes mostrarle a María la vista desde tu terraza. Tengo la impresión de que es envidiable.
―Gracias, hermano.
Los condes permanecieron en el salón conversando con los artistas con gran complacencia, como si de pronto no importaran las prisas. Gregory la tomó de la mano y la llevó a la terraza.
El exterior se encontraba en penumbras, aunque las luces de la ciudad iluminaban un poco sus rostros. María levantó la mirada para encontrarse con aquellos ojos que amaba. Él le acarició la mejilla, sin saber qué decir. Los sentimientos eran mucho más elocuentes que sus palabras. Ella, sin poder soportarlo más, se abrazó a él. Gregory la estrechó contra su cuerpo. Una expresión ahogada salió de su garganta mientras sus brazos se cerraban sobre ella, anhelándola cada vez más…
―Pequeña mía, te extrañé tanto… ―murmuró.
Ella advirtió la emoción de su voz, que era equiparable a la suya.
―Todavía no puedo creer que esto sea cierto, Greg… ¡Moría de nostalgia de ti!
―Pero ya no será así, María, aún te tengo otra sorpresa…
―¿Una más? ¿Luego de tantas maravillosas que me has dado esta noche? ―preguntó ella asombrada.
―Sí, es la mejor de todas: un regalo de tu padre. Johannes me ha permitido que te visite, incluso tu tío está de acuerdo.
Una lágrima bajó por su mejilla.
―¿Es eso cierto?
―Sí, amor mío. Aún no puede haber compromiso hasta que no los convenza de que en verdad te amo, pero sé que muy pronto podrán comprenderlo… ¡Al menos no estaremos separados como hasta ahora!
―Ya no podía soportarlo, Greg ―confesó ella.
Él le enjugó la lágrima que bajaba por su mejilla con ternura.
―Yo… Sigo pensando que no te merezco, pequeña mía ―le dijo con voz rota―. Eres demasiado buena, pero si algo he comprendido es que no puedo permanecer lejos de ti. Estos días separados han sido una completa tortura. Discúlpame por lo que debiste haber soportado en mi ausencia. No te merecías pasar por un momento así… Perdóname, María, por lo que sucedió… Perdóname… ―repitió.
Ella negó con la cabeza.
―Te amo, Greg ―susurró antes de besarlo.
Como aquella vez en el Bosque de Bolonia, María se puso de puntitas para alcanzar sus labios. Ella inició el beso, que fue correspondido al instante con una gran vehemencia por parte de él. Gregory se perdió en sus labios, reclamándolos con pasión para sí… María temblaba contra su pecho, seducida por aquellas caricias que, a pesar de la tela, sentía sobre su espalda. ¡Había deseado tanto estar con él así, a solas!
Aunque se abandonaron a su deseo, pronto debieron separarse. Gregory al menos no quería abusar de la confianza que su hermano había depositado en él. María suspiró contra su boca, todavía anhelante… Luego de probar el cielo no deseaba marcharse.
―Ojalá pudiese quedarme aquí contigo, Greg ―confesó.
Él se estremeció con sus palabras. ¡Amaría cumplir con aquel prohibido deseo!
―Sueño con eso, María, pero debemos ser cautelosos, ahora más que nunca. No quiero perder lo que hemos logrado.
―Lo sé.
―Deseo mucho casarme contigo, pero hasta que eso no sea posible, debemos ser sensatos y disfrutar de lo que ahora tenemos. Hace nos días atrás tenerte así en mis brazos me parecía imposible… Aún no me creo que haya recuperado mi felicidad.
―Ay, Greg. ¡Yo pensé que jamás podría besarte de nuevo!
―Te prometo que mañana iré a verte sin falta, amor mío, para conversar de tantas cosas que son importantes decirnos. Hasta entonces, permíteme reafirmarte mi amor en un beso que calme un poco la nostalgia que sentiré de ti después de este encuentro.
Gregory se inclinó sobre su boca, esta vez fue un beso más breve, pero tan apasionado como el primero. María se abrazó a él, deseosa de que no terminara nunca.
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