Capítulo 24
Unos días después.
María intentó que la tristeza no se le notara; con el paso de los días, el hecho de que Gregory no hubiese ido a verla, ni siquiera visitado a su familia, la hacía sentir confundida. Creyó que tras los recientes acontecimientos le sería más fácil volver a la casa del Bosque de Bolonia. Sin embargo, no había sido así… Recordó los consejos de Anne e intentó mantener la calma. Tal vez la presencia de sus padres lo disuadiera de acercarse a ella. Nunca pensó que desearía tanto que se marcharan de regreso a Ámsterdam, pero así era… Por fortuna, sus deseos estaban por cumplirse ya que habían anunciado su retorno para dentro de poco. Prudence se rehusaba a dejarla sola, pero tampoco podía dejar abandonado su hogar por tanto tiempo. Allá la esperaban sus dos hijos, a los que había tenido que dejar a cargo de su suegro y de su esposa Elizabeth, por lo que debía retornar.
Para alegría de María, la visita de Claudine la sacó un poco de su tedio. Sin embargo, la sonrisa se le borró de inmediato al ver el rostro compungido de su prima, quien la abrazó en cuanto la vio. De inmediato comprendió que algo malo había sucedido, pero no imaginaba qué. ¿Acaso su tío había descubierto la relación entre Claudine y Maurice? Ella se lo confirmó.
―¡Me sorprendió hablando con él en el jardín! ―confesó llorando―. Lo hizo pasar a su despacho y tuvieron una discusión acalorada…
―¿Sabes los términos de la discusión?
―Me fue difícil escuchar con claridad las palabras, pero sí alzaron la voz. Mi padre, cuando lo despidió, apenas me miró a la cara. Lo único que me dijo fue que Maurice era un farsante y que no volviera a acercarme a él…
―¿Farsante? ―María frunció el ceño―. ¿Qué habrá querido decir con ello? ¿Qué no está verdaderamente interesado en ti, salvo en el dinero de la familia? ¡Es lo único que puede ocurrírseme!
―También pensé en lo mismo ―respondió la joven llorando―, ¡pero Maurice me parece tan sincero! Sin embargo, luego de marcharse de casa no he podido volver a verlo. Todavía me sorprende que haya accedido a que viniera a visitarte.
―Claudine, siento mucho lo sucedido, aunque debo confesarte que la reacción del tío Jacques no me sorprende. Lamento que hayas tenido que pasar por esto tan pronto, aunque ya imaginábamos que él se opondría a tu relación con Maurice. Lo que me sorprende sobremanera es que la discusión haya sido tan acalorada como has dicho. No tenía a Maurice por un chico exaltado.
―Yo tampoco ―confesó ella.
―Le enviaré una nota con el chofer de lord Hay para que venga a casa. Le diré que estás aquí, así podremos salir de dudas. ¿Qué te parece?
El rostro de Claudine se iluminó.
―¡Pienso que es una idea magnífica, María! ¡Gracias!
―Lo haremos de inmediato.
―María… ―Claudine la detuvo un instante―. ¿Has tenido noticias de Gregory?
La aludida negó con la cabeza. Volvía a sentirse perdida ante aquella separación absurda. Incluso tenía dudas sobre su amor. ¿Se mantendría amándola a pesar de todo? Sin ánimo de continuar torturándose con preguntas que aún no tenían respuestas, María se dispuso a hacer lo prometido.
El conductor regresó al cabo de un rato habiendo cumplido la encomienda, pero retornó solo. El señor Colbert estaba en su casa esa tarde, pero no quiso acompañarlo, aludiendo que tenía un compromiso. La respuesta no satisfizo a ninguna de las dos jóvenes quienes, preocupadas, continuaron reflexionando sobre lo que pudo haber sucedido en aquel despacho. Cada vez les resultaba más extraño y el comportamiento de Maurice les generaba demasiadas dudas.
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Edward estaba preocupado al no tener noticias de Gregory. Le había pedido a Prudence que le hiciese saber que era bienvenido en su morada, pero su hermana regresó del encuentro un tanto abatida y sin querer hablar del asunto. Esto le hizo suponer que la conversación no había quedado en buenos términos y que por ello Gregory no se había dignado a aparecer en su casa mientras Prudence viviera bajo el mismo techo.
Esa tarde, mientras compartían tiempo en el salón de estar, Prudence no tuvo más remedio que confesarle cómo se había torcido la charla. Contó que Gregory le había dicho, sin miramiento alguno, que ella ya no era una hermana para él. Lo dijo dolida, con el rostro ruborizado, pero sintiéndose víctima de las circunstancias. Aquello sorprendió mucho a los presentes, sobre todo a Edward, quien no esperó jamás que la relación entre ellos se quebrara tanto.
―¿Puedo preguntar en qué términos le hablaste? Conozco a Gregory, es impulsivo, pero también es de sentimientos nobles, en especial hacia nosotros. Se debe haber sentido demasiado herido para llegar a decir algo como eso.
Prudence estaba muy molesta al escuchar sus recriminaciones.
―¿Por qué soy yo la culpable? ―se quejó.
―Te opusiste a su relación con María, ¿cierto? ―prosiguió Edward con la mirada severa.
―Sí ―respondió ella resuelta―, es algo que ustedes ya sabían. Le aseguré que, si osaba poner sus ojos sobre María de nuevo, Johannes la haría regresar a Ámsterdam, perdiendo su oportunidad de estudiar en la Sorbona. Espero que, si de verdad la ama como dice hacer, se aparte de ella por su propio bien.
―Jamás acordamos algo como eso ―objetó Johannes dándose por enterado en ese mismo momento―. Hablaste por mí sin consultarme.
―Imaginé que estarías de acuerdo cuando lo supieras. Gregory no es la mejor compañía para María. Debemos ser firmes ahora, cuando el recuerdo es reciente. Te aseguro que en unos meses esta ilusión habrá pasado en ambos.
Johannes suspiró. No estaba de acuerdo, pero no quiso contrariar a su esposa frente a Edward.
―¿A dónde vas? ―le preguntó Anne a su marido al advertir que este se ponía de pie.
―Iré a ver a Gregory ―respondió―, más ahora que sé lo sucedido. Me preocupa, no es justo que esté solo.
Anne asintió. Estaba de acuerdo con él y le parecía que estaba sufriendo demasiado con la determinación de Prudence. Ella, por su parte, no añadió nada más. En dos días partirían para Ámsterdam y eso le preocupaba sobremanera.
Anne, esta vez, consideró no atinado confiarle a María lo que sabía. Era demasiado duro enfrentar a madre e hija, y no se sentía en la posición de hacer algo así, aunque eso significara no aliviar la tristeza de la joven. ¿Era adecuado decirle la verdad a riesgo de que tuviera que regresar a casa y dejar atrás la Sorbona? Para su disgusto, guardó silencio, esperando que Johannes, a quien había visto vacilar, tomara la mejor decisión.
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Edward se preocupó mucho cuando no halló a Gregory en el hotel. Según le habían dicho, había entregado su suite el día anterior. Confundido, ofreció algo más de dinero al botones que se hizo cargo del equipaje y este, a su vez, lo presentó con el conductor que lo había llevado a su destino. Dando algo más de dinero, el hombre accedió a llevarlo a la consabida dirección: una calle cercana a los Jardines de Luxemburgo, específicamente a un edificio.
Lord Hay se apeó del coche cuando arribaron y se quedó mirando la fachada. Parecía ser un restaurante próximo a inaugurar, a juzgar por un cartel que tenía en su exterior. Continuaba perdido, sin saber hacia dónde ir, cuando su hermano apareció de la nada y le colocó una mano en el hombro.
―¿Edward?
El aludido dio un respingo, pero luego se alegró tanto de verle que le abrazó.
―Estaba preocupado ―le dijo después―. He tenido que sobornar a media humanidad para dar con tu paradero.
Gregory rio.
―Lo siento, estaba por mandarte una nota para que lo supieras, pero he estado algo ocupado. Ahora vivo aquí, en el piso superior. He comprado el edificio y en unos picos días inauguraré el restaurante.
―¡Cielos! ―exclamó Edward sorprendido―. ¿Un restaurante?
―Me irá bien, no te preocupes. Tengo al mejor equipo, y estoy enamorado del sitio. Brandon y Thomas están colaborando conmigo. ¿Quieres pasar?
―Sí, por supuesto, ¡me dejas impresionado! ―Edward le sonrió―. Estoy convencido de que será un éxito y espero estar aquí la noche de la apertura.
―Nada me gustaría más ―confesó con cierta pena, recordando cómo habían terminado las cosas con Prudence.
―Te estaba esperando en casa…
―Lo imagino, pero no pienso volver ―respondió Gregory cortante―, te pido que no lo tomes como una ofensa hacia ustedes. Anne y tú son las personas más leales que pude haber hallado en los últimos tiempos y me enorgullezco de saberlos mi familia… ―Edward notó que la voz se le quebró un tanto al hablar, lo cual no era habitual en él.
Edward le pasó la mano por la espalda.
―Prudence te quiere y sufre también…
Él negó con la cabeza.
―No quiero hablar de ella.
―De acuerdo, pero no olvides que somos cuatro hermanos, y que el cariño que sentimos los unos por los otros nunca cambiará. Puede que Prudence esté equivocada, pero estoy seguro de que rectificará. Queda en ti demostrarle que está errada.
―¿Entramos? ―Gregory quería dar por terminada la charla.
―Sí, por favor. ¡Muero de deseos por conocer tu restaurante! Por cierto, ¿cómo se llama? Veo que aún no tiene puesto el nombre…
Gregory sonrió, enigmático.
―Aún falta por llegar la marquesina y el rótulo, pero el nombre será una sorpresa. Lo único que lamentaría es que, en la noche del estreno, no pudieran estar todos.
Con esa frase Edward imaginaba que se referiría a María, y aunque quería prometerle que la llevaría consigo, no tenía esa facultad. Solo Johannes podría aliviar un poco la penosa situación de aquella pareja de enamorados, pero por más que él deseara ayudar, el asunto no estaba en sus manos.
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El día antes de la partida de Johannes y Prudence, el primero fue a casa del señor Laurent a despedirse. Había recibido una nota suya pidiéndole verse así que, ante la inminencia de su viaje, no tuvo más remedio que acudir a la cita llevando consigo a María. La joven tenía muchos deseos de acompañarlo, ya que necesitaba tener noticias de su prima. Maurice no la había buscado más, lo cual le parecía muy extraño. ¿Qué estaría sucediendo? Siempre lo tuvo por un joven cabal, de mucha educación, por lo que era muy raro que no se hubiese presentado para dar alguna explicación acerca de lo sucedido.
Al ver a Claudine, la chica le confirmó que continuaba en las mismas. ¡Maurice se había desaparecido! No sabía si estaba más triste por la pelea con su padre o por aquella reacción inesperada. Hubiese preferido que, aunque su amor hubiese sido imposible, se lo hubiese dicho. Sin embargo, había huido de sus vidas y eso le tenía el corazón destrozado.
―Asimismo ―continuó Claudine cuando se quedaron a solas―, mi padre no me ha reñido. Su actitud también es un poco rara. De hecho, continúan los planes para mi fiesta de cumpleaños para la cual no tengo ningún ánimo.
―¡Lo siento! ―exclamó María―. Espero que en unos días puedas sentirte mejor y la disfrutes. ¡Yo sé cuánta ilusión te hacía ese baile!
―El primero que doy ―reconoció―, pues desde la muerte de mamá hace siete años jamás se realizó ninguno. Es por eso que soñaba con que Maurice pudiese acudir…
La charla rondó sobre el mismo tema, incluso hablaron de Gregory, quien también había desaparecido. María ya no sabía la causa de su conducta, a veces creía que no estaba tan enamorado como una vez le confesó estar.
Johannes había tenido una ardua conversación con Jacques, donde trataron duros asuntos del pasado. Era la primera vez que hablaban de manera descarnada y profunda sobre Clementine: su salida de la casa, la relación que había tenido con aquel otro hombre… Johannes lo sabía todo, a él no le había importado en lo más mínimo lo sucedido, con tal que ella lo amara. Y así se lo demostró. A pesar de ello, regresar a un tema tan doloroso era difícil para ambos. Jacques se notaba algo avergonzado, nunca pudo comprender las decisiones de su hermana ni perdonarla; Johannes, aunque la había amado, tampoco agradecía rememorar un asunto tan serio.
―¿Por qué me hace hablar de algo así? ―le preguntó desencajado.
―Lo siento, no es mi propósito hurgar en la herida, y no me satisface hablar de algo tan delicado. Solo quería cerciorarme de que usted estuviese al corriente.
―Clementine jamás me engañó, supe lo que sucedió. Fue sincera conmigo, pues creyó que lo que me decía era suficiente para desalentarme. Su valor, en cambio, me hizo amarla cada vez más.
Jacques se ruborizó un poco.
―Es un gran hombre ―reconoció―. Tuvo suerte de haberlo hallado. Lástima que vivió tan poco y que no pudo ver realizado su deseo de convertirse en madre.
―Es algo que aún me duele, a pesar de que Prudence ha sido mi otro gran amor. Me siento satisfecho de que la vida me haya permitido amar dos veces.
―Es afortunado; desde que enviudé me he dedicado a los negocios, y me he olvidado de vivir de forma plena.
―Aún está a tiempo.
Jaques sonrió con tristeza.
―No creo que tenga demasiado; estoy enfermo, Johannes.
El hombre se sorprendió mucho al escucharle hablar así. ¡No lo esperaba!
―Siento mucho escuchar eso. Espero que se recupere pronto, ¡tiene tanto aún por vivir!
―No mucho, según el médico ―confesó haciendo una mueca de dolor―. Son tumores. Claudine no sabe nada, y no quisiera que ninguna de ellas lo supiera. ¡Me preocupa dejarlas solas! María al menos los tiene a ustedes…
―Y Claudine también. ¡Jamás se quedará sola, Jacques! Le prometo que, si algo le sucediera a usted, ella será otra hija para mí. Tiene mi palabra.
―¡Gracias! ―exclamó conmovido―. Espero tener el tiempo suficiente para verla casada, aunque me temo que tal vez esté aspirando a mucho. Dice amarla un farsante, y me temo dejarla en sus manos.
―¿Un farsante ha dicho? ―Johannes estaba desconcertado.
―Sí. Es por ello, también, que le pedí que viniera. Debía corroborar la información, ya que lo sucedido tiene que ver con Clementine.
―¿Con Clementine? ―Continuaba confundido.
―Sí, le explicaré…
Jacques respiró hondo y le contó lo que sabía, incluyendo su terrible discusión con Maurice Colbert. Johannes continuaba atónito, mas le dio la razón en lo que decía. Por el apellido, estaba convencido de que era el mismo joven que los visitó en el Bosque de Bolonia, el mismo que recibió a María en su casa por unos días. Jacques quedó sorprendido pues estaba ajeno a estas cuestiones.
―Entonces el asunto es más grave de lo que me temía ―murmuró―. ¡Debe impedir que se vuelvan a encontrar!
―Lo haré, por supuesto, pero, ¿no sería mejor decirles la verdad?
Jacques negó con la cabeza.
―Pienso que por el momento es mejor preservar la memoria de mi hermana, más tratándose de nuestras hijas que son tan jóvenes. Aún puede haber un margen de duda sobre este asunto, ya que incluso la propia Clementine pudo haber sido engañada por mis padres ―reconoció―. De cualquier forma, pienso que la verdad la hallaré en su diario… Cuando la encuentre, hablaré con ellas.
Jacques acudió a un librero y de una puerta de cristal extrajo un maletín de cuero.
―Esta es toda la papelería de mi hermana ―confesó―. Jamás la he revisado, ya que era muy doloroso para mí. Aunque estuve tentado de tirarla en varias ocasiones, la conservé. Sé que ella llevaba un diario de esos años, y pienso leerlo, si usted está de acuerdo…
―Por supuesto. Preferiría no hacerlo yo. ―Johannes no deseaba rememorar aquella época, leer sobre una Clementine abandonada, fuera de su hogar y pasando por un momento tan duro en su vida. Era mejor que su hermano, más ajeno al asunto, lo asumiera.
―Tomaré algunos días, pero si encuentro algo esclarecedor, se lo diré.
―María me preguntó por la papelería de su madre, pero yo le contesté que no la tenía. De hecho, no sabía que estuviera en su poder. ¿Usted no cree que es justo que tenga ella sus obras literarias? Habrá muchos cuentos y escritos en esa carpeta…
Jacques asintió.
―Me quedaré con el diario, pero le entregaré a María el resto. Es parte de la herencia de su madre, y le hará bien acercarse un poco a ella, al menos en espíritu.
―Jacques, ahora que mencionamos a María, hay un asunto que quisiera hablar con usted… ―Johannes se aclaró la garganta―. Yo soy su padre y tengo una opinión ya formada sobre este asunto, pero quisiera escuchar la suya. A fin de cuentas, María lleva viviendo en esta casa tres años.
―¿De qué se trata? ―preguntó sorprendido.
―Está enamorada y al parecer es correspondida por el hermano de mi mujer ―confesó.
―¿El señor Hay? ―Frunció el ceño―. ¡Lo conocí en el teatro! Debo decir que me sorprendió la manera en la que fue a verme. Comprendí que intercedía por ella, y algo como esto sospeché al advertir cómo la miraba y tomaba de las manos, pero no pensé que estuviese tan avanzado…
―Prudence está escandalizada ―reconoció.
―¿Por qué? ―Jacques se encogió de hombros―. Es cierto que están en la misma familia, pero el señor Hay es un excelente partido y si se quieren, ¿qué motivos hay para oponerse?
Johannes le narró la historia del hijo de Gregory, y que a pesar de ello él y la dama no iban a casarse. Si bien la noticia tomó a Jacques desprevenido, este no se espantó como hubiese esperado.
―Reconozco que tal vez no sea la situación ideal, pero tampoco estamos en posición de juzgar a nadie. Tener un hijo natural, incluso ilegítimo, no es poco habitual. Lo importante en este caso es, a mi parecer, lo que sientan los involucrados. Si el señor Hay está dispuesto a casarse con María, si en verdad la quiere y ella le corresponde, oponerse puede ser un error. Tenemos el antecedente de Clementine. ¡María se le parece tanto! No desearía jamás que manchara su reputación si su familia la deja sin alternativas respecto al señor Hay.
―Yo opino lo mismo ―reconoció Johannes más aliviado.
―También hay algo que debe considerar ―continuó el hombre―. Si mi enfermedad progresa, no podré seguir velando por María ni tan si quiera por Claudine. Usted la ha autorizado a estudiar en París, pero me temo que si yo… si yo muriera, se quedaría sola y sus planes se frustrarían.
―No hable así, por favor. Ya le prometí que eso jamás pasaría. Ellas nos tienen a nosotros en caso de que usted falte, pero confío en que se recuperará.
―Gracias, pero usted tiene su hogar fuera de aquí y en algún momento tendría que regresar a Ámsterdam. No es lo mismo para mí saber que María hace un buen matrimonio y que será feliz al lado de un hombre como el señor Hay, que saber que la dejo sola. Más que oponerme, estoy aliviado con una noticia como esta.
―Estoy de acuerdo, pero mi esposa no quiere hacer oídos a otro criterio que no sea el suyo. No obstante, me preocupa tanto la felicidad de mi hija, que pienso que lo mejor sea ser un poco flexibles con este tema.
―Hable primero con él antes de darle falsas ilusiones a María ―le recomendó―. Si continuara igual de interesado en ella, no le cierre la puerta.
―Así lo haré.
―Sobre lo que hemos hablado… Le pido nuevamente discreción, por favor, no solo en lo que respecta a mi enfermedad sino a la memoria de mi hermana.
―No se preocupe, Jacques. Seguiré sus indicaciones.
―Pídale a María que entre, por favor…
La joven, quien estaba preocupada ante lo extendido de la charla, hizo lo que se le pidió. Su tío aguardaba por ella con una sorpresa extraordinaria: un maletín con toda la papelería de su madre. Ella no cabía de la emoción, así que no dudó en darle las más efusivas gracias.
―Esto significa mucho para mí, tío Jacques. No sabía que usted lo tuviese consigo.
―Hace años que lo guardo celosamente ―le respondió el aludido―, pero es justo que tú lo tengas. Falta el diario de tu madre, pero prometo que te lo daré más adelante.
María no replicó, observó cómo el hombre se ponía de pie y caminaba hacia la caja fuerte para colocar en ella un cuaderno de terciopelo azul algo gastado. ¿Por qué querría su tío el diario? ¿Por qué no se lo entregaba de una vez? ¿Por qué guardarlo en la caja fuerte? A pesar de su curiosidad, no quiso preguntar. Se sentía agradecida por aquel tesoro que se llevaría de allí.
Al salir, Johannes le pidió que se alejara lo más posible de Maurice, su tío tenía motivos para tenerlo en muy mal concepto. Por más que María le suplicó que le dijese la razón, su padre le respondió que no se encontraba en condiciones de contarle por el momento, pero que no dudaba de que Jacques le dijese todo cuando estuviese seguro de algo importante. María no tuvo más remedio que aceptar aquella respuesta. Incluso consideraba adecuada la recomendación hecha, ya que ella misma comenzaba a sospechar de aquella conducta tan extraña. Se esperaría de un hombre leal que diese alguna explicación, pero al parecer Maurice tenía algo que ocultar. ¡Cuánto le dolía que Claudine se hubiese enamorado de él! Incluso se sentía responsable de que se hubiesen acercado tanto en los últimos tiempos gracias al apoyo que ella les había ofrecido.
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Esa noche, en la soledad de su recámara, María comenzó a revisar los documentos de Clementine: algunos cuentos, cartas, poesías, anotaciones, incluso la novela que le mencionó la señorita Dubois. Estaba algo triste como para comenzar a leer, por más curiosidad que tuviese, así que guardó todo hasta esperar contar con un mejor ánimo. ¡Pensaba tanto en Gregory! A veces tenía miedo de que la hubiese olvidado… Por otra parte, ella tampoco lo había procurado. ¿No podía hacer algo que le demostrase cómo se sentía?
Sin poder evitarlo, las palabras fluyeron en una historia que daba continuación a El primer beso de amor… Era un reencuentro entre la niña y el hombre, algunos años después. En ese cuento recreaba parte de lo que habían vivido juntos, incluso la declaración de amor y cómo las cosas habían concluido cuando el pasado de él los alcanzó… El cuento cerraba con su separación, con ese dolor que sentía sin una palabra suya, con esa sensación de que, aunque no hubiese habido matrimonio, su historia había terminado definitivamente… Releyó las líneas con lágrimas en los ojos, corrigió algunas partes, pero quedó complacida con el resultado. Al menos estaba más aliviada, aunque continuara triste.
―Gregory… ―susurró.
No obtuvo respuesta. Una lágrima bajó por su mejilla, sintiéndose sola. Lo más probable es que él ya no sintiera lo mismo. ¿Qué explicación podía tener su ausencia? Por más que intentaba justificarlo, sus esperanzas habían desaparecido.
―¿María? ―La voz de Prudence la sacó de su introspección―. ¿Puedo pasar?
―Sí, por supuesto.
Prudence se sentó en la cama y la observó por unos instantes en silencio.
―¿Estabas llorando?
―No, no. ―Sin embargo, la joven no sonaba muy convincente.
―Me dijo tu padre que tu tío te obsequió la papelería de tu madre. Me alegra mucho que la tengas, sé que te aproximarás más así a su memoria.
―Gracias, usted es la única madre que he conocido.
Aquellas palabras emocionaron a Prudence quien le dio un fuerte abrazo.
―Te echaré de menos, hija mía. No olvides lo mucho que te quiero.
Prudence la volvió a abrazar. No le agradaba verla triste, pero creía que estaba haciendo lo mejor por ella. ¡Gregory no era constante en sus afectos! Y si alentaban aquella relación, María terminaría más triste de lo que esa noche estaba.
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