Capítulo 21

Ámsterdam.

Karl reposaba sobre sus piernas aquella mañana cuando Valerie apareció en el salón de manera sorpresiva. El niño, al verla agitó sus manos y reclamó su atención. La madre se acercó y lo tomó en brazos, dándole algunos besos. Sus ojos, en cambio, estaban fijos en Gregory a quien no había visto desde su llegada. No podía negarlo, lo había estado evitando, pero necesitaba que aquella conversación no se dilatara más. Gregory se puso de pie, la miró en silencio: a pesar de su delgadez y de lo pálido de su rostro, Valerie continuaba siendo la mujer hermosa que recordaba. Sin embargo, aquella contemplación no le produjo ningún sentimiento de otra naturaleza que no fuese un casto afecto hacia su persona. Nada quedaba ya de aquella efímera pasión de la que disfrutaron tres años atrás.

―Hola ―la saludó.

―Hola. Te agradezco que hayas venido.

―Lamento lo sucedido con tu esposo ―prosiguió él―. Reconozco que debe haber sido bien difícil para ti.

―Gracias, Greg. Intuyo que para ti también debe serlo esta situación, ¿verdad?

―Un poco, pero te aseguro que me alegra ser el padre de un niño como Karl. Es un regalo que me has hecho ―añadió con una sonrisa.

―Justo iba a decir lo mismo. ¡Qué es el mejor obsequio que pude haber recibido de ti!

La conversación se interrumpió cuando apareció James, quien los miró dubitativo, sin intenciones de interrumpir. Valerie, en cambio, lo instó a pasar sabiendo que las relaciones entre él y Gregory no estaban pasando por un buen momento. La nana del niño, que también se encontraba a cierta distancia, se apresuró a tomarlo de los brazos de su madre y los dejó a los tres a solas.

―Pienso que es momento que ustedes dos se reconcilien ―comenzó Valerie.

Ni James ni Gregory respondieron, tan solo se miraron a los ojos.

―James, es inconcebible que Gregory y yo no tengamos nada que reprocharnos entre nosotros y que seas tú, en cambio, quien se sienta ofendido con un asunto que no le incumbe.

―¡Por supuesto que me incumbe! ―exclamó―. Eres mi hermana, Karl mi sobrino y Gregory…

―Gregory ya era tu amigo, incluso antes que te comprometieras con Georgiana…

―¡Precisamente por eso! ¡No podía…!

―Eres adulto, James, lo suficiente como para comprender que hay impulsos incontrolables y situaciones que, en ocasiones, nos nublan el juicio. Ninguno de los dos está en posición de justificarse ante nadie, especialmente no contigo… ―James enrojeció―. La responsabilidad de lo que sucedió es compartida. No era una jovencita inocente que se dejó seducir ―continuó hablando descarnadamente―, sino una mujer casada en mitad de una fuerte crisis matrimonial. Te aseguro que, mirando al pasado, no podría arrepentirme de nada. De no ser por Gregory jamás hubiese tenido a Karl. Siempre me sentiré agradecida con él por eso. Y si amas a tu sobrino, también deberías sentirte orgulloso de que Gregory sea su verdadero padre.

Gregory estaba emocionado con aquellas palabras. Valerie era una gran mujer, y no podía esperar más de la madre de su hijo.

―Valerie…

―Permíteme continuar, James ―le suplicó su hermana―. Hay algo que debes comprender. El mayor error en esta historia fue mío, y aún así Gregory ha sido incapaz de censurarme por ello. Puede que él se haya equivocado tres años atrás, pero yo lo he hecho todos los días… Cada día que pasaba en silencio ocultándole su paternidad, lo estaba dañando a él, pero también a mi hijo. Estaba viviendo una vida de mentiras, y aquello me estaba matando lentamente… Si alguien debe reprocharme algo, es Gregory.

―Jamás podría hacerlo, Valerie ―se apresuró a decir el aludido―. Si eso te preocupa en lo más mínimo, no hay atisbo de reproche por mi parte. Hubiese deseado llegar antes a la vida de mi hijo, es cierto, pero comprendo que en tus circunstancias te era casi imposible decir la verdad. ¿Cómo piensas que pudiera sentirme agraviado cuando has llevado sola el peso de un secreto tan grande por tanto tiempo? Si la vida, Dios o la providencia han hecho que las cosas sucedieran de esta manera, lo acepto. Estoy agradecido contigo porque, en cuanto fuiste libre, me dijiste la verdad.

―Gracias. ―Valerie le tendió la mano con lágrimas en los ojos y él la aceptó.

James observaba la escena, sin saber qué decir. Agradecía en silencio que el entendimiento hubiese fluido de aquella manera entre su hermano y Gregory, pero también se sentía incómodo de haber sido tan severo con Greg.

―Gregory, lo siento ―dijo al fin―. Sé que te juzgué con una dureza inmerecida, y que soportaste mi enojo de una manera admirable. A pesar de lo mucho que te debe haber cambiado la vida con esto, fuiste más ecuánime que yo.

―Tal vez yo hubiese actuado igual si se hubiera tratado de Georgiana. Te comprendo ―afirmó―. Mi ecuanimidad se debió a que no deseaba, en un momento de ofuscación de mi parte, perder a un amigo. Uno de los dos debía preservar la calma, ahora que nos unen tantos lazos, más de los que hace unos años pudiéramos haber imaginado.

Gregory le ofreció su mano para que la estrechara, pero en su lugar recibió un fuerte abrazo de parte de James. Así dejaban cerrado aquella disputa que nunca debió haber existido. Valerie no podía estar más contenta con el resultado de sus buenos oficios.

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París.

Johannes y su hija se encontraban en la vivienda del barrio de Passy donde el señor Laurent los había recibido con cordialidad. Si bien no habló apenas con María, ella comprendía que el ambiente era mucho más distendido. Johannes no demoró en ir al despacho del anfitrión a tener la consabida conversación. Aunque la joven María estaba nerviosa con el resultado, debía reconocer que se sentía menos interesada por todo. Ese era el resultado de haber perdido a Gregory. Por más que hiciese un esfuerzo en mejorar su ánimo, era inevitable que su partida le doliese a tal grado. La joven se preguntaba incluso si ya Greg le habría propuesto matrimonio a la madre de su hijo. Aquello le dolía demasiado, aunque no fuese capaz de decirlo.

Claudine, ajena a lo que estaba viviendo pues no se habían vuelto a ver, le preguntó por Gregory con naturalidad. La pena en los ojos de María le hizo comprender que las cosas no estaban bien. Fue así que su prima le confesó lo que había sucedido, para consternación de Claudine quien jamás habría esperado algo como aquello.

―¡Dios mío! ¿Pero se casará con ella?

―Yo pienso que sí ―respondió María afectada―. Ese era su propósito y es lo más natural si tienen un hijo. Yo, por supuesto, no estoy de acuerdo con ello. Me parece que lo han presionado a hacer lo que consideran más correcto, pero comprendo a Gregory. Aunque se marchó sin despedirse y no he tenido noticias suyas, no puedo guardarle ningún rencor. Cuando me confesó su amor no tenía cómo prever que algo así se desataría ante nuestros ojos… Las promesas que hizo fueron en otras circunstancias. Me temo que ya la situación no es la misma. Por otra parte, mis padres se oponen…

Claudine le tomó la mano por encima de sus piernas, conmovida:

―Lo siento mucho, María. No merecías pasar por algo así…

―Lo sé, hablemos entonces de algo más agradable, como de Maurice. ¿Has tenido noticias suyas?

―Nos hemos encontrado brevemente en algunos sitios, como en la Iglesia. Sin embargo, mi padre me prometió que podría visitarte en la casa del Bosque de Bolonia. Si fuera así, pensaba que… ―Claudine no terminó la frase, pero su prima la comprendió a la perfección.

―Estoy de acuerdo. Lo invitaré también a la casa y así podrán verse con mayor libertad.

El rostro de Claudine reflejaba gran felicidad y María, aunque se alegraba por serle útil, se preguntaba si en algún momento ella volvería a sentirse igual de dichosa que antes.

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La conversación entre su padre y el tío Jacques fue harto larga. María se preguntó si terminarían en algún momento, pero cerca del mediodía fue que le permitieron pasar. Su tío quería hablar con ella. Aquel hombre alto y imponente la estaba esperando con su habitual sobriedad. Su padre la estaba acompañando lo cual la hizo sentir mejor.

Jacques se sentó frente a ella y por unos minutos permaneció absorto, escogiendo las palabras que iría a decirle. María lo notó más delgado y pálido, aunque lucía igual de severo que de costumbre.

―Siempre me he preocupado por tu bienestar, María ―comenzó el caballero―. Tu padre me contó que te confió hace poco la verdadera historia de tu madre. A pesar de la decepción que mi familia sufrió por su conducta, al menos yo intenté acercarme a ti, como tu tío que soy. Pienso que a mi hermana le hubiese gustado saber que te abrí las puertas de mi hogar y que me desvelaba por tu bienestar. Ella fue mucho más osada y liberal de lo que lo soy yo; algunas ideas suyas las veo en ti, y en ocasiones me horrorizo de pensar que puedas tener su misma suerte. Aunque Clementine tuvo la fortuna de encontrarse a un hombre cabal como tu padre, otro pudo haber sido su destino a consecuencia de las decisiones que tomó en su juventud.

Johannes se congratuló en silencio de que por primera vez Jacques reconociera algo positivo de su persona.

―No estoy de acuerdo con que estudies en la Sorbona ni aplaudo que publiques en un diario como La Fronde ―prosiguió su tío―. Ya estoy enterado por tu padre. Sin embargo, si él brinda su autorización para ambas cosas, yo no me opondré a ellas.

María dio un salto en su silla, muy sorprendida y miró a su padre quien la miraba con una sonrisa.

―Gracias, papá. Gracias, tío Jacques ―balbució.

―Me temo que Claudine no te seguirá los pasos ―anunció con seriedad―. Sobre su destino decido yo, y no estoy de acuerdo con que estudie.

María sintió pena por su prima, pero no era una batalla que le correspondiera librar a ella. No obstante, era cierto que, de las dos, Claudine era la menos apasionada por estudiar.

―Sé que estás viviendo en casa de los Hay ―continuó el hombre―, y que estarás allí por una temporada hasta que tus padres se marchen para Ámsterdam. De cualquier forma, eres bienvenida a regresar a la casa cuando lo decidas, con la única condición de que no alientes a Claudine a seguirte los pasos. Esta siempre será tu casa y… ―Fue en ese instante que titubeó y mostró algo de arrepentimiento―. Siento mucho haberte pedido que te fueras. No fue correcto de mi parte porque eras mi responsabilidad. Sin embargo, no creí que tuvieras el valor siquiera de intentarlo. Ya veo que estaba equivocado y una vez más reconozco en ti mucha de la fuerza que tuviera Clementine. Realmente se parecen mucho.

María no sabía qué decir. En medio del aplomo y contención de su tío pudo apreciar su nostalgia. No esperó que le pidiera disculpas, pero lo hizo. Aunque no podía renunciar de plano a sus criterios, había hecho un esfuerzo por respetarla y abrirle de nuevo las puertas de su hogar. Era de admirar.

―Muchas gracias, tío Jacques, por sus palabras. Le agradezco que me permita continuar con mis estudios, y le agradezco su hospitalidad. Este ha sido mi hogar en los últimos años, y me satisface saber que tengo la posibilidad de regresar junto a ustedes. A pesar de lo sucedido, yo comprendo su preocupación ―le aseguró―. Le prometo, no obstante, que no le daré motivos para que se avergüence de mí.

El aludido asintió.

―Eso espero.

―Nos gustaría que fueran usted y su hija a cenar a la casa ―le solicitó Johannes―. He venido también con esa encomienda de parte de los condes, la duquesa y nosotros mismos, por supuesto.

―Muchas gracias, será un placer ―respondió Jacques―, y sé que Claudine también les hará la visita dentro de poco.

―Es una gran alegría para mí, tío Jacques ―expresó María con una sonrisa.

―Transmítale mis respetos a lord Hay, su esposa y lady Lucille. También a su hermano, el señor Hay. Le agradezco que aquella noche en el teatro haya ido en mi búsqueda. Sé que además de presentarme a su familia estaba tendiendo un puente entre nosotros ―añadió mirando a María.

La joven se ruborizó un poco. No esperaba que su tío se hubiese percatado de ello. ¿Sospecharía algo? Johannes, por su parte no ahondó más en el asunto, ya que conocía muy bien de aquella intervención.

María salió del hogar de Passy con el corazón más liviano. Johannes estaba agradecido de ver una sonrisa en su rostro y saber que fue él quien logró hacer algo por la felicidad de su hija. Ojalá respecto a Gregory pudiese cumplir sus deseos, pero debía reconocer que, en ese punto, su adorada Prudence tenía la razón.

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Ámsterdam.

Georgie estaba feliz de saber que su hermano y James se hubiesen reconciliado. Nada le hacía más feliz que la atmósfera de cordialidad que invadía la casa luego que su esposo le pidiera disculpas. Por otra parte, Gregory se notaba feliz con su hijo, tanto que aquella tarde habían ido a dar un paseo por el jardín acompañados por Valerie. Ellos se veían tan bien juntos que Georgie se preguntó si aquella relación podría renacer luego de tres años de separación.

Gregory se sentó junto a Valerie en la terraza del hogar; su hijo jugaba frente a ellos con su soldado de madera. Ella le dedicó una sonrisa, mientras Gregory se quedaba mirándola, ensimismado, pensando en cuándo sería el mejor momento para pedirle matrimonio. Él creía que debía esperar, pero la incertidumbre lo dominaba. ¡Tenía tantos deseos de conocer su destino! Dependía de una palabra de ella, pero no se atrevía a irrespetar su dolor haciendo una propuesta apresurada.

―¿Mejoró tu matrimonio después de darle un hijo? ―le preguntó de la nada.

Ella no se molestó con su curiosidad. Le respondió mientras aún miraba a Karl quien perseguía un gorrión.

―Él estaba feliz de creerse padre de Karl y se comportó tan solícito y cariñoso como al comienzo de nuestro matrimonio. También se había desengañado de aquella mujer, quien le había mentido.

―Lo sé, James me contó.

―Nunca desconfió que no fuera suyo, ni siquiera cuando nació de siete meses ―prosiguió ella―. ¡Karl era tan hermoso y rollizo que era difícil pensar que fuera prematuro! Él, en cambio, estaba orgulloso del pequeño. Por eso me dolía tanto decirle la verdad. ¡No podía hacerlo, Gregory! No solo me hubiese repudiado, incluso pudo haber acabado con mi vida.

―No tienes que explicarme más, lo comprendo.

―Respecto a lo que me preguntabas, al menos yo no me volví a sentir igual ―confesó mirándolo a los ojos―. Ya no lo respetaba y, por otra parte, me consumía la culpa por lo que había hecho. Por mucho que Franz intentase ser considerado y atento, nunca fuimos los mismos.

―Al menos fue feliz estos años en los que tuvo lo que siempre ambicionó: su hijo.

―En eso tienes razón, a Karl lo quería mucho ―recordó con tristeza.

Gregory estuvo próximo a preguntarle qué pensaba hacer en el futuro, pero fueron interrumpidos por lady Louise.

―Lo lamento, pero ha llegado una visita, hija.

Valerie se levantó enseguida imaginando de quién se trataba, pero su propia madre se lo confirmó: era el señor Janssen.

―El señor Janssen es el abogado de mi marido y un buen amigo de la familia ―le informó Valerie.

Gregory asintió. Tomó al niño en brazos y entraron a la casa. Janssen aguardaba en el salón principal. Era un hombre de unos cuarenta años, pelirrojo, de alta estatura y lentes. Valerie no dudó en hacer las presentaciones, en el caso de Gregory como “el hermano de mi cuñada”. Gregory no protestó, no podía exigir más en aquel momento, sobre todo porque como abogado del difunto, Janssen debió haber sido un buen amigo suyo.

Valerie entró al despacho con el abogado mientras Gregory continuaba en el salón con su hijo. James, quien llegaba en ese instante, tuvo oportunidad de divisar al abogado junto a su hermana y frunció el ceño.

―Me preocupa la herencia de mi cuñado. Janssen ha asesorado a Valerie durante varios días, pero me temo que tenga que viajar a Viena para resolver algunas cuestiones. La familia de Franz permanece allá.

Gregory asintió, no pensaba interferir en esas cuestiones. James estuvo a punto de preguntarle algo, pero al final se abstuvo. Gregory imaginó que se trataría de su propuesta de matrimonio, pero tampoco le contó. Ya sabría el resultado el día que se dispusiera a hablar con Valerie. Lo había prometido y cumpliría con su palabra.

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