Capítulo 19

Edward alcanzó a Gregory en el jardín, a tiempo de brindarle su abrazo y su coche. Gregory se derrumbó en su hombro como si fuese un niño pequeño. Su hermano mayor se preocupó sobremanera, jamás lo había visto así. Poco o nada quedaba en él de aquel hombre divertido, un tanto cínico y alegre que conocía tan bien. Gregory estaba muy cambiado, y para su pesar estaba madurando de la peor manera: a través del dolor. No demoraron mucho en subir al coche e hicieron el trayecto en silencio. Greg tenía la mirada perdida, haciendo un balance de los últimos acontecimientos. El centro de sus reflexiones eran María y su hijo.

Al llegar al hotel, Edward subió con él. Pensaba pasar algunas horas en su compañía hasta asegurarse de que estuviera mejor. Gregory se sirvió una copa de licor y le ofreció una a Edward, pero este la rechazó.

―No bebas mucho, por favor.

―Al menos una copa, la necesito.

Edward lo observó en silencio, apenado. Ojalá las cosas hubieran salido como él deseaba. No dejaba de ser muy injusto que, cuando al fin se enamoraba, debiera apartarse del lado de la mujer que amaba.

―Sé que estás ofuscado, pero te pido que intentes hallar un poco de calma. Lo primero que debes hacer es prepararte para ir a Ámsterdam. No será fácil encontrarte a Valerie en estas circunstancias, ni tampoco enfrentar a su familia, pero jamás te he tenido por un cobarde y sabrás salir airoso de ese difícil trance. Debo reconocer que, a pesar de lo exaltado de los ánimos, supiste dominarte frente a James.

―Me hieren sus ofensas, aunque lo comprendo. Tal vez él tenga razón y yo sea un desfachatado.

―Eres un imprudente, pero la responsabilidad no es solo tuya.

―Gracias por defenderme como lo hiciste, Edward ―le dijo emocionándose un poco―, nunca creí que…

―No aplaudo lo que hiciste, pero eres mi hermano e intenté ser justo. Tanto los Wentworth como nosotros debemos tomar distancia y permitir que sean ustedes, los involucrados, los que lleguen a la mejor decisión.

Gregory pasó unos momentos reflexionando.

―Voy a pedirle a Valerie que se case conmigo ―dijo al fin con un hilo de voz.

―¿Es eso lo que quieres? ―preguntó Edward confundido.

―Es lo que se espera de mí y lo más correcto.

―Cuento con que Valerie tenga la sensatez de negarse, porque no desearía que entraras a un matrimonio sin amor ni siquiera por tener un hijo con ella.

―Tampoco me esperé que tuvieras ese criterio, Edward. Siendo una persona tan tradicional, ¿por qué no estarías de acuerdo con un arreglo así?

Edward suspiró.

―Comprendo que te sorprenda mi opinión. Sin embargo, luego de ser esposo y padre he comprendido que un matrimonio solo es feliz cuando hay amor. Valerie y tú no se quieren, y terminarían haciéndose más daño si las circunstancias los obligan a unirse… Puede que con el tiempo se comprendan y tengan una convivencia agradable, pero no tendrás paz alguna, luego de…

―Luego de haber amado de verdad ―completó Gregory la frase―. Lo sé. Y pienso tanto en María… ¡Si al menos esto hubiese sucedido unos días antes, yo no me le habría declarado y ella no sufriría tanto!

―Gregory, piénsalo bien, por favor.

―¿Qué quieres decir?

―No te cases con Valerie de forma apresurada. ¡Medítalo con calma! Lo que voy a decirte que quede entre nosotros, pues Prudence no me lo perdonaría…

―¿De qué hablas? ―Él seguía sin comprender.

―Espera tres años. Dentro de ese tiempo María será mayor de edad y podrá contraer matrimonio sin necesidad de autorización paterna. En ese tiempo podrás probarle a todos la seriedad de tus intenciones para con ella y que puedes ser un buen padre sin necesidad de renunciar al amor que mereces. Si transcurrido ese tiempo tus sentimientos por María siguen siendo igual de fuertes, nada podrá impedirles que cumplan su deseo.

Gregory se quedó pensativo.

―¿Y Valerie?

―Tal vez esos mismos tres años te convenzan de que no es María, sino ella, la que merece ser tu esposa.

Gregory negó con la cabeza.

―No hay posibilidad alguna de que me enamore de Valerie ―respondió con firmeza―, ni en una semana ni en tres años. Es bellísima, tenemos un hijo, pero… No sé cómo explicarlo, Edward, pero sé que no la amo ni podría llegar a hacerlo. En cambio, a María… ―suspiró―, ella lo es todo para mí. Sin embargo, a ojos de mi familia jamás podría merecerla si primero no intento cumplir con mi deber.

―¿Qué cuál es?

―Pedirle matrimonio a Valerie como desea James. Si ella estuviera de acuerdo, aceptaré mi destino, inmolando mi felicidad por el bien de nuestro matrimonio. Si por el contrario Valerie me rechazara, acataré su decisión y me sentiré libre de cualquier compromiso. Solo así tendría la moral suficiente para luchar por mi futuro.

―Corres un gran riesgo, hermano.

―Lo sé. Sin embargo, creo que es la única oportunidad que tengo para redimirme un poco ante los ojos de Prudence y del resto de la familia. Probaré que puedo ser honorable y hacer lo que se me ha pedido. Quedaría en manos de Valerie la decisión, no en las mías. Solo así tendría la oportunidad de volver a mirar a María a los ojos y quizás, algún día, hacerla mi esposa como es mi deseo.

Edward se levantó de su puesto y le dio un abrazo. ¡A pesar de todo se sentía orgulloso de su hermano! Estaba decidiendo por el camino más difícil, pero también estaba anteponiendo su deber por encima de su felicidad. Eso decía mucho del hombre en el que se había convertido. Esperaba que la vida le sonriera y que Valerie eligiera lo mejor para los dos.

📕📕📕📕📕📕📕📕📕📕📕📕📕📕📕📕

La noticia sobre la paternidad de Gregory llegó a oídos del resto de la familia. Anne quedó muy sorprendida y de inmediato pensó en María. ¡Qué dolor debía de estar sintiendo! La joven se había encerrado en su habitación y no había querido hablar con nadie. Ni tan siquiera Prudence había logrado que abriera la puerta. Sin embargo, cuando Anne lo intentó, a ella sí decidió abrirle. María la abrazó llena de lágrimas, y Anne la consoló todo lo que pudo. No sabía qué decirle, aquella situación no parecía tener solución. Ahora más que nunca sus padres se opondrían a su relación con Gregory y Anne no tenía palabras que la aliviaran. Aún así, hizo lo posible y María terminó quedándose dormida.

Prudence se acercó al umbral de la puerta, agobiada con lo sucedido. Su cuñada le hizo señas de que no hablara para no perturbar el sueño de María. Con cuidado, salió al exterior y se encontró con ella en el corredor.

―Gracias por tu cariño para con ella, Anne. A mí no quiso recibirme… ―añadió Prudence con tristeza.

―No lo tomes a mal. Ustedes, como sus padres, representan para ella la prohibición de acercarse al hombre que ama.

―No creo que eso sea verdadero amor, Anne. Solo es una fantasía de niña caprichosa…

Anne negó con la cabeza, incapaz de aceptarle aquello.

―No lo es, y si continúan minimizando su sentir le harán más daño. Cualquiera que hubiese compartido con Gregory y María en los últimos días no tendría duda alguna de que están, en efecto, muy enamorados.

Prudence frunció el ceño.

―¡Todavía no puedo creer cómo Edward y tú permitieron esos encuentros! ―se quejó.

―Te recuerdo, querida Prudence, que fuiste tú quien le pidió a Gregory que cuidara de María. ¿Quiénes éramos nosotros para impedir después que se siguieran encontrando? Te aseguro que no ha sucedido nada censurable en esta casa y que Edward y yo hemos velado celosamente por María. Lo demás, me temo que es incontrolable. ¿Acaso se puede evitar que dos personas se enamoren?

―¡Me asombra que defiendan tanto ese amor que apenas ha tenido unos días para arraigarse! ¿No pensaron nunca que Johannes y yo no estaríamos de acuerdo?

―Sabíamos que sería difícil, pero confiábamos en que hicieran lo mejor por la felicidad de los dos ―respondió Anne con firmeza.

―Lo cierto es que, dadas las actuales circunstancias, nuestra negativa se ha vuelto definitiva.

―Y ojalá que con ella no terminen tres personas siendo infelices.

―¿De qué parte estás, Anne? ―Prudence comenzaba a molestarse un poco.

―De parte de María y Gregory ―respondió sin dudar―. Lamento muchísimo la situación por la que está atravesando Valerie, pero nadie ha pensado en Gregory, el más afectado en esta historia. La verdad sobre su paternidad solo salió a la luz cuando el mariscal murió. Si así no hubiese sido, Valerie continuaría negándole a Gregory sus derechos como padre, algo que es muy injusto. Y yo la comprendo. Cualquier otra opción hubiese arruinado su reputación y su matrimonio, pero precisamente por ello, no hay derecho a destruir ahora el futuro de tu hermano solo porque decidió hablar.

―Él debe responsabilizarse por lo que hizo. ¡Tiene un hijo!

―Y sé que será un excelente padre. Ya es un gran tío, así lo noto cuando está cerca de mis hijos. Sin embargo, Prudence, es muy doloroso que se le conmine a casarse con otra arrebatándole la posibilidad de desposar a la mujer que quiere.

―Lo siento, Anne, no nos pondremos de acuerdo en ese punto ―contestó Prudence resuelta a dar por zanjado el tema―. Conozco demasiado bien a mi hermano como para saber que su atracción por María es pasajera. Dentro de un tiempo este agrio momento habrá pasado, y tanto María como Gregory estarán bien. Créeme que estoy haciendo lo mejor para mi hija, mi hermano no la merece.

Anne iba a replicar cuando vio a Edward subir las escaleras. Prudence se giró hacia él para esperar sus noticias. Aunque no lo dijera, también estaba preocupada por Gregory a pesar de lo dura que había sido con él.

―¿Cómo lo dejaste? ―preguntó Anne preocupada.

―Destrozado ―confesó Edward―, aunque ya ha tomado una decisión.

―¿Cuál? ―preguntó Prudence con curiosidad.

―Irá a Ámsterdam lo antes posible a conocer a su hijo y le propondrá matrimonio a Valerie. Si ella lo acepta, se casarán.

―¡Dios mío! ―Anne se llevó una mano a los labios, sabía que Gregory no estaba haciendo aquello de corazón sino obligado por las circunstancias.

―Ya lo sé ―dijo Edward preocupado―, pero él quiere hacer lo correcto.

Prudence no habló, su criterio era contrario al de ellos. La mejor manera de dar por terminado aquel episodio en sus vidas era precisamente casando a Gregory con Valerie, así María perdería toda esperanza.

Lo que ninguno imaginaba era que María había escuchado parte de la conversación. Su sueño era liviano, así que despertó casi enseguida. Sintió las voces de Anne y su madre, por lo que no dudó en abrir un poco la puerta y escuchar a escondidas. Se regocijó al oír que Anne estaba de su parte, lo cual la hizo sentir mejor. Sin embargo, la llegada de lord Hay terminó por ahogarla más en su dolor: Gregory pretendía casarse con Valerie… Sus pocas esperanzas terminaban de morir ante aquella frase. Había pensado que tal vez Gregory pudiese esperar a su mayoría de edad para unirse en matrimonio o incluso huir. En su mente no podía existir otra alternativa que la de estar juntos a pesar de la oposición familiar. No obstante, si él se casaba, ya no habría futuro alguno para ellos.

María cerró la puerta, angustiada, con el pecho oprimido y molesta con él. ¿Por qué casarse? ¿Por qué cumplir con una obligación social como aquella? Ella no podía entenderlo… Ser padre era muy distinto a ser esposo. ¿Debían ir siempre de la mano? Al parecer Gregory se había dejado convencer por la presión de los suyos… Por otra parte, ella lo comprendía de cierta forma. Lo sucedido había puesto en entredicho su moral, y si no se casaba con Valerie tampoco tendría oportunidad de cortejarla a ella. Tal vez no tuviese derecho a entorpecer su destino, aquel que se selló tres años antes cuando se involucró con Valerie. Como en aquella lejana ocasión, no podía intervenir, aunque quisiese. La diferencia estribaba en que luego de tener su amor, le era más difícil aún recomponerse. A veces pensaba que no podría hacerlo, pero era una mujer fuerte y confiaba en encontrar algo de consuelo en su trabajo para seguir adelante.

📕📕📕📕📕📕📕📕📕📕📕📕📕📕📕📕

Al día siguiente sus padres fueron a verla, y María los recibió en su habitación. Ya no lloraba, pero su rostro no reflejaba ninguna expresión lo cual era alarmante. Por fortuna, no estaban allí para hablar de Gregory; su padre le preguntó con lujo de detalles lo que había sucedido con su tío. Ella le contó las circunstancias en las cuales la había expulsado de casa. También les habló de sus deseos de ingresar a la Universidad.

Van Lehmann se quedó sorprendido de la reacción excesiva de Jacques ante su deseo de estudiar. No es que le fascinara ese sueño de acudir a la Sorbona, pero tampoco podía comprender que algo así mereciera una expulsión, sometiendo a María a cualquier riesgo. Sin embargo, como era un hombre bastante comedido, no vertió ninguna de estas reflexiones frente a su hija.

―¿No se han vuelto a ver? ―Fue lo único que preguntó.

―Sí, en la Ópera cuando Greg… ―se interrumpió abruptamente y sus mejillas se encendieron―. Fue en el estreno de Anne. Él fue a su palco y lo hizo ir a presentarnos sus respetos. Resultó algo breve, pero al menos se dignó a saludarme.

Prudence y Johannes compartieron una mirada, no les había pasado desapercibida la intervención de Gregory. Ahora comprendían mejor las sutiles maneras con las que había conquistado a su hija.

―Tendré una seria conversación Jacques ―dijo Johannes al fin―. Él era responsable de ti, no pudo haber actuado así jamás.

―¿Dónde estuviste parando antes que…  ?

―¿Antes que Gregory me encontrara? ―María completó la frase―. En casa de unos amigos de Bertine, el ama de llaves de mi tío. La señora Colbert y su hijo fueron amables, pero no me sentía lo suficientemente cómoda, así que agradecí que Gregory me sacara de allí justo a tiempo.

―¿Qué quieres decir con “justo a tiempo”? ―indagó su padre.

―Que le debo a Maurice, el hijo de la señora Colbert, y a Gregory, mi honor e integridad, la cual peligraba a manos de un despreciable vecino.

―¡Santo Dios! ―exclamó Prudence.

―Hija, ¿por qué no nos escribiste? ¿Por qué no regresaste a casa? Estoy seguro de que tu tío te hubiese aceptado de vuelta si te hubieras arrepentido… ¡Cuántos riesgos has corrido por tu testarudez!

Las mejillas de María volvieron a teñirse de rubor.

―No iba a pedirle perdón a mi tío. ¡Él es quien debe hacerlo! Yo no cometí ningún error que mereciera aquel desprecio. Por otra parte, quería apañármelas sola. Sabía que si les escribía me harían regresar con mi tío o incluso a Ámsterdam.

―Precisamente eso es lo que haremos: ¡regresarás a Ámsterdam! ―exclamó Prudence.

―No, no lo haré ―repuso María con calma―. Mi deseo es permanecer en París y estudiar en la Sorbona.

―Hija, tu tío no va a permitirlo, por otra parte, nosotros no podremos estar en París todo el tiempo para velar por ti…
María no pudo evitar que sus ojos se llenaran de lágrimas, recordando a Gregory…

―Ese era uno de los motivos por los que deseaba casarme con Gregory ―reconoció―. Además de amarlo, él me prometió que estudiaría. Greg me apoya en mis sueños, no me corta las alas, sino que desea verme volar. Por eso, a pesar de lo sucedido, lo respeto como el hombre cabal que es.

Prudence no se esperaba aquellas palabras, así que permaneció en silencio. La manera en la que María hablaba de Gregory le maravillaba. No era un amor ciego, desmedido, era que ella lo apreciaba tal como era, resaltando sus virtudes en un momento donde todos se fijaban más en sus defectos. Quizás estuviera en verdad enamorada de él.

―Hija, sabes que este asunto respecto a Gregory está fuera de discusión ―expresó Johannes con voz grave―. Le agradecemos su intervención y lo que ha hecho por ti de buena voluntad, pero no estamos en posición de aceptar un compromiso porque…

―Porque Gregory se va a casar con Valerie ―volvió a interrumpir ella con tristeza―. Ya lo sé. También estoy segura de que si lo hace es porque se siente presionado por la familia que prefiere que cumpla con su supuesto deber antes de ver realizada su felicidad. Y aunque no lo comprendo y ni siquiera lo comparto, me siento orgullosa ―añadió con lágrimas en los ojos―, porque será capaz de demostrarles a todos que es una persona honorable y digna, aunque se piense lo contrario de él.

Prudence se conmovió en ese momento. La abrazó con lágrimas en los ojos, comprendiendo por primera vez la profundidad de su dolor, y comenzando a ver a Gregory de otra manera. Quizás hubiese sido demasiado dura con él.

―María, por favor, ve a casa con nosotros ―le suplicó.

La joven negó con la cabeza.

―Quiero estudiar, quiero escribir en París… ―Hablaba de manera afectada―. Yo… Soy periodista ―confesó al fin―. Escribo para un diario feminista y eso me hace muy feliz.

―¡María! ―exclamó su padre sorprendido―. ¿Desde cuándo?

―Desde hace algunas semanas. He publicado varias cosas. Mi primer trabajo fue una entrevista a la señorita Preston ―explicó sonriendo―. Así me reencontré con Gregory. Luego he seguido publicando: un cuento, una semblanza sobre la Exposición y la figura de la mujer, una entrevista a la duquesa, otra a Anne… Es una profesión muy bonita y me hace sentir útil.

―Siempre escribiste precioso ―reconoció Prudence―, y me gustaría mucho leerte.

―Gracias, mamá.

Prudence sonrió ante aquel tratamiento. No deseaba que su hija la tuviera en un mal concepto. Se preocupaba por su felicidad y deseaba que hiciera un buen matrimonio. ¡Ojalá algún día pudiese comprenderla!

Johannes, por su parte, se había quedado en silencio, meditando lo que haría a continuación. Aquella libertad de la que disfrutaba su hija en París no le satisfacía por completo, pero estaba comenzando a respetarla.

―Hablaré con tu tío seriamente y le diré que estoy de acuerdo con que ingreses en la Sorbona si continúas viviendo en su hogar. Respecto a tu escritura, estoy orgulloso y también me gustará leer tus artículos.

―¡Gracias, papá! ―exclamó María. ¡Al fin una buena noticia!

―Dependerá de Jacques si permaneces o no en París, María, no es algo que esté en mis manos. Si tu tío continuara oponiéndose a esto, deberás regresar a Ámsterdam con nosotros. Bajo ningún concepto puedo permitir que vivas sola en París. Lamentablemente los Hay estarán apenas unos meses, y tampoco puedes abusar de su hospitalidad.

María consideró que era justo, pero confiaba en que su padre pudiese convencer a su tío. Tal vez el tío Jacques se hubiese arrepentido de sus excesos y la sorprendiera con un gesto de buena voluntad.

El matrimonio salió de su alcoba algo confundido. María se había hecho una mujer frente a sus ojos, era independiente y decidida, y ellos no se sentían capaces de coactar sus ánimos, todavía resonaba en sus cabezas aquella frase: “Greg me apoya en mis sueños, no me corta las alas, sino que desea verme volar”. Algo debían aprender de él, de la manera en la que confiaba en María y la impulsaba a lograr sus metas. Prudence continuaba sintiéndose conmovida ante eso, sintiendo que tal vez no hubiese sabido juzgar bien a Gregory. Johannes, por su parte, pensaba lo mismo:

―Es verdad que lo quiere ―comentó al fin, luego de unos minutos de silencio―. Y creo que tu hermano también a ella.

Aunque Prudence comenzaba a considerarlo, no deseaba ceder en ese aspecto.

―Tal vez, pero Gregory necesita asumir su responsabilidad. Nosotros no podemos aceptar una relación luego de lo sucedido. ¡Tiene un hijo! ¡Un niño inocente! Por otra parte, aunque Gregory la quiera, terminará olvidándola. Así ha sido siempre. Si confiáramos ciegamente en su sentir, Anne sería su esposa, y no la de Edward. Él ama a medias, intensamente por un tiempo, pero luego desiste…

―Gregory nunca ha amado de verdad, Prudence, lo sabes ―le dijo su marido dándole un beso en la frente―. Ni a Anne, ni a Nathalie, ni creo que tampoco a Valerie. Esta vez me temo que sea distinta.

Prudence no respondió. ¡Deseaba que esta vez fuese igual a las otras! Gregory terminaría probando que sus sentimientos no eran tan fuertes ni duraderos. Aquello se olvidaría en algún momento, aunque sin duda María llevaría la parte más difícil. ¡Ella sí lo amaba de verdad!

📕📕📕📕📕📕📕📕📕📕📕📕📕📕📕📕

Había tomado un largo baño para sentirse mejor, pero continuaba pensando en María, en el daño que le había hecho al marcharse luego de haberle prometido que lucharía por ella. Incluso le había dicho que, en el peor de los escenarios, aguardaría por ella tres años. Ahora, en cambio, ni siquiera podía prometerle eso, porque le pediría matrimonio a otra. Sin poder evitarlo, llegó a su mente aquel ingenuo reclamo de María donde le evidenciaba sus celos por Valerie porque “había tenido más de él que ella misma”. Gregory, si bien se había reído, ahora comprendía que esas palabras eran verdad. Aunque su amor fuera para María, a Valerie además de todo le había dejado un hijo. Para rematar, se casaría con ella. Y María se quedaría con las promesas rotas y el corazón más destrozado que antes. Él era el único culpable. Debió haberse alejado de ella cuando pudo, nunca debió ilusionarla creyendo que podría pretenderla. Ella era demasiado buena para él.

La visita de sus hermanos, Edward y Georgiana, lo animaron un poco aquella tarde. Al menos con Georgie no había podido hablar mucho, así que agradeció su presencia. De todos, ella tenía la posición más difícil pues James era su marido y Valerie su cuñada. A pesar de ello, en su apretado abrazo le transmitió todo su apoyo y afecto.

―Pronto estarás bien ―le dijo de corazón.

―No soy muy optimista.

Tomaron asiento, Georgie se colocó a su lado y le tomó la mano.

―Perdona a James, él está muy alterado con esto y es muy sobreprotector con sus hermanos. Sé que ha sido muy duro contigo y no lo disculpo, pero al menos quisiera que no le guardaras rencor.

―No se lo guardo. Lo comprendo.

―He venido para decirte que mañana regresaremos a Ámsterdam. Hemos sacado billetes para los tres…

―¡Qué agradable viaje con tu marido! ―bromeó Gregory y sonrió ligeramente.

―Te prometo que, si no se comporta, lo bajaré del tren ―le dijo Georgie riendo.

―De acuerdo. Tendré listas mis cosas para mañana, tengo muchos deseos de ver a mi hijo y poner algo de orden a mi vida. ¿Cómo es él? Apenas tengo noticias suyas…

―Se llama Karl ―le contó Georgiana―, y ahora que lo pienso se parece mucho a ti. Tiene casi la misma edad que mi Georgette. ¡Se llevan de maravilla! Son los mejores primos y juegan mucho juntos. Dejé a los padres de James a cargo de ella, por eso tengo tanta prisa por volver. La extraño mucho, y sé que cuando veas a Karl te enamorarás de él como yo lo estoy de mi hija.

―Gracias, Georgie.

―Espero que un día podamos reunir a todos nuestros hijos ―comentó Edward.

―Yo también.

―Edward… ―Gregory no sabía cómo preguntarlo―. ¿Cómo está ella? ―dijo al fin.

―Triste ―reconoció―. Era de esperar, pero es una chica fuerte.

―Me siento culpable, Edward… ¡Si no le hubiese dicho tantas cosas ni confiado en el futuro, ahora no estaría así! Y, por otra parte, no sé cómo ahorrarle la pena. Tengo mis manos atadas.

―María lo sabe, Greg, es tan madura para su edad que lo ha comprendido. ¡Prudence misma me lo dijo! No sé cómo lo descubrió, pero está enterada de que irás a pedirle matrimonio a Valerie. Le ha dicho a Prudence que, aunque no lo comparte, está orgullosa de ti, porque nos probarás a todos nosotros que eres un hombre digno, capaz de cumplir con lo impuesto a riesgo de tu propia felicidad.

Gregory no se esperaba aquello. ¡Se llevó una mano a los labios sorprendido! Si antes la admiraba, ahora mucho más. Era tan joven que lo más natural era que lo odiase. Jamás se esperaría una reacción tan madura y un pensamiento tan profundo.

―Ella… Ella es increíble.

―Prudence está asombrada ―reconoció Edward―. Ya está convencida de que los sentimientos de María por ti son verdaderos y creo que ahora te juzga mejor, aunque aún albergue dudas respecto a la constancia de tu amor.

―¿Estás tan enamorado, Greg? ―le preguntó Georgie. A ella le había tomado por sorpresa aquella historia con María, aunque Anne la hubiese puesto al corriente.

―Sí, Georgie, lo estoy…  No lo puedo explicar, solo sucedió. Esa niña me ha cambiado la vida, incluso aunque no estemos juntos, yo ya no soy el mismo de antes.

La charla se interrumpió cuando informaron que había llegado una visita para Gregory: el señor Brandon Percy. Fue el mayordomo del piso quien llevó la noticia, esperando sus indicaciones para saber si podía ser recibido. Aquel aviso tomó a los Hay desprevenidos, Gregory de inmediato miró a Georgiana, quien se había ruborizado un poco. ¡Hacía cuatro años que no se veían!

―¿Lo hago subir?

―Sí, por supuesto ―respondió Georgie restándole importancia al asunto―. ¿Por qué no habría de hacerlo?

Edward no discutió su decisión, tampoco creyó mal que se reunieran todos.

Brandon no demoró en subir, llevaba una pintura en sus manos, ya montada, que estuvo a punto de caérsele de las manos al encontrarse con Georgiana. Edward fue en su auxilio y tomó el cuadro.

―Hola, Brandon.

―Hola.

―Eres bienvenido, Brandon, gracias por venir ―le dijo Gregory instándolo a pasar.

―Gracias, no quisiera importunar. ―Sus ojos se centraron en Georgiana y se aproximó a ella, quien le tendió su mano y le sonrió.

―Hola, Brandon. ¡Cuánto tiempo! ―exclamó.

―Cuatro años ―respondió, él llevaba muy bien el paso del tiempo―, pero estás tan hermosa como siempre.

Ella se ruborizó.

―Gracias. También estás muy bien. No sabía que estuvieras en París.

―Llevamos un tiempo y nos marcharemos en septiembre.

―¿Cómo está Thomas?

―Está muy bien. Sé encontró con su familia hace unas semanas en Londres, pero no teníamos idea de que vendrían ustedes a París también.

―Nuestra visita fue imprevista y justo mañana viajamos para Ámsterdam ―respondió Georgie―. Se lo diré a James, tal vez puedan encontrarse antes de partir.

―Sé que tienes una hija… ―comentó él, pensando que tal vez pudo haber sido suya.

―Así es. Otro motivo para regresar pronto a Ámsterdam. La he dejado con sus abuelos y la añoro mucho.

―Comprendo.

Georgiana se separó un poco de él para ver la pintura que reposaba en el diván. Gregory la estaba mirando con una expresión muy elocuente, aunque no había podido decir palabra alguna.

―¡Qué belleza! ―exclamó la dama―. ¿Eres tú, Gregory, con María?

―Sí ―respondió el aludido con una sonrisa triste―. Ha quedado magnífico, querido amigo. Te agradezco el obsequio, no imaginas cuánto…

Sus hermanos sabían a qué se refería, pero Brandon no podía imaginar que aquel romance hubiese llegado a su fin.

―Me place que te haya gustado. Lamento mi prisa, pero tenemos un compromiso para esta tarde. Georgie ―se giró hacia ella un momento para besarla fugazmente en la mejilla―, ¡me alegro mucho de haberte visto! Me saludas a James y… Espero retratar en un futuro a tu hija, debe haber heredado la belleza de su madre. Hasta pronto, amigos.

Con un abrazo a cada uno de los hermanos, Brandon se marchó al fin. Edward pasó su brazo por la espalda de Georgie y le dio un beso en la cabeza:

―¿Todo bien?

―Sí ―respondió ella, aunque por un momento había recordado el pasado con cierta nostalgia. Era una mujer feliz y enamorada de su marido, pero en su corazón siempre habría un pequeño espacio para Brandon.

Gregory, en silencio, contempló aquella pintura como quien pretende que la imagen de María cobrase vida. Con su acostumbrado talento, Brandon había captado toda su hermosura, haciéndolo desear con una fuerza insospechada a aquella joven que lo miraba desde el óleo con ternura.

―María… ―susurró acariciando el marco.

Incapaz de seguir viéndola, giró el cuadro contra el diván y se encerró en su habitación abrumado. ¡Aquello era una tortura!

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