Capítulo 18
El inminente arribo de Prudence y van Lehmann tenía a la joven pareja con los nervios a flor de piel. Su tren debía llegar esa mañana y ya Edward había partido hacia la estación para recogerlos. Lo peculiar de todo esto, y lo que les llamaba en extremo la atención, era que Georgiana y James también viajaban con ellos. ¿Qué propósito tendría su visita? Tras la muerte del esposo de Valerie y con la crisis nerviosa que padecía, según había contado Prudence en su última carta, lo más lógico era esperar que James no se apartara del lado de su hermana. Aquello tenía a Gregory muy preocupado, aunque no quiso decírselo a María para no alarmarla más de lo que ya estaba.
En el salón principal de la casa, aguardaban lady Lucille, Anne, María y Gregory a la llegada de los viajeros. La tensión podía percibirse y ni la amena conversación de la duquesa logró distraerlos de sus cavilaciones. El sonido de un coche hizo correr a María hacia la ventana, Gregory permaneció en su sitio, en el diván, con un mal presentimiento.
―¡Ya están aquí! ―exclamó la joven.
Unos minutos después, Edward entraba a la casa escoltado por sus hermanas y cuñado. María fue la primera en acercarse a sus padres, quienes la abrazaron con gran cariño. Ya tendrían tiempo de hablar con detenimiento sobre lo sucedido. Lo importante era que estuviera bien, y aquello bastaba para calmar sus ánimos.
Georgiana y James se dirigieron a Anne y a la duquesa a quienes saludaron con sincero afecto. Gregory se acercó a James para darle la mano, pero este no la tomó.
―No puedo aceptar tu saludo. ―Fue todo lo que le dijo.
Gregory bajó la mano, ofendido, pero no se atrevió a ripostar ya que tenía miedo de lo que fuera a suceder. Sus ojos quedaron fijos sobre María quien, desde el otro lado del salón, miraba con atención la escena. Ninguno de los dos tuvo dudas de que ya James sabía lo sucedido. ¿Qué otra cosa podría justificar aquel comportamiento tan poco cortés? Desconocían las circunstancias por las cuales aquel asunto habría salido a la luz tres años después en el marco de la muerte del mariscal. María sintió miedo de que aquello complicase su situación. Las ilusiones que tenía cifradas en su compromiso se fueron al suelo cuando comprendió que la tensión se reflejaba también en el rostro de sus padres.
―Hola, Greg. ―Fue Georgie quien, con su buen corazón, le dio un abrazo―. Tenemos que hablar ―añadió en voz más baja―. Me temo que es algo serio.
―Soy yo quien tiene que hablar con él. Por eso he venido ―dijo James con aspereza. Los presentes, acostumbrados a su buen carácter, no se esperaban una reacción así.
―No tengo inconveniente alguno en hablar contigo ―respondió Gregory con calma―. Estoy seguro de que podremos llegar al entendimiento.
Sin embargo, ninguno de los presentes estaba tan convencido. Ni siquiera Edward estaba al corriente de lo que estaba sucediendo, pero le parecía que no tenía relación alguna con la relación de Gregory y María. Al parecer, Prudence y van Lehmann estaban aún ajenos a su romance y la ofensa de James tendría otro motivo.
―James, ignoro cuál sea el asunto tan grave que te ha traído hasta acá a hablar con Gregory ―intervino―. Sea lo que fuere, les pido que ambos mantengan la calma. Recuerden que somos una misma familia.
James bufó, exasperado, pero no se atrevió a hacer nada más. La contención de Gregory, por otra parte, hacía sospechar a Edward de que ya imaginaba la causa de su agravio.
―Gregory, vayan a mi despacho y, por favor, no quiero que esto trascienda ―suplicó.
Gregory miró a María un instante, quiso transmitirle serenidad, pero no pudo. Echó a andar y James lo siguió. Se encerraron en el despacho dejando al resto de la familia sumamente preocupada. Únicamente Prudence, Johannes y Georgie sabían la naturaleza de la charla, y aunque el resto moría de curiosidad, no se atrevieron a preguntar. María, como sospechaba algo, no podía controlar su ansiedad. Sin embargo, le parecía que el asunto a ventilar era incluso más grave de lo que imaginaba. ¿Aquel pasado romance era suficiente para causar una injuria tan honda como la que manifestaba James sentir?
📕📕📕📕📕📕📕📕📕📕📕📕📕📕📕📕
Gregory se sentó para escuchar las recriminaciones de James, casi convencido de que ya sabía todo. Quería mantener la calma para no hacer de aquel conflicto algo mayor de lo que parecía ser. Dominaría su temperamento lo más posible más que nada por María. ¡Lo único que le preocupaba era la posibilidad de perderla! Miró a James. Su cuñado, con el que siempre había mantenido la mejor de las relaciones, se hallaba de pie junto a la ventana mirando hacia el jardín. Su rostro continuaba ofuscado, molesto, y lo entendía hasta cierto punto. Sin embargo, Valerie y él eran personas adultas, por lo que le parecía que su reacción era en extremo exagerada.
―Dime ya que es lo que quieres ―soltó al fin sin preámbulos.
James se giró hacia él, pero mantuvo la distancia.
―¿Cómo tuviste la desfachatez de seducir a mi hermana? ―gritó al fin.
No por esperado su recriminación le dolió menos. Gregory se puso de pie también, sin saber qué decir.
―No me enorgullezco de lo que hice ―respondió al fin―. No pienso justificarme, simplemente sucedió. Desconozco la razón por la cual ha salido a relucir esta vieja historia, pero te aseguro que no me aproveché de tu hermana. ¡Fue algo deseado por ambas partes! Valerie era consciente de sus actos del mismo modo que yo era consciente de los míos. Te pido, James, que no exageres…
James dejó que la ira lo cegara y con agilidad borró la distancia que los separaba para tomar a Gregory por las solapas de su traje para zarandearlo.
―¡No seas cínico! ¡Cómo puedes decirme que no exagere! No podías haber mirado a mi hermana. ¡No podías!
Los gritos se escucharon a la perfección en el salón. María se llevó las manos a los labios; Anne le dio un abrazo en silencio, cayendo en cuenta de que la misteriosa mujer de su cuento no había sido otra que Valerie, la hermana de James. Edward, comprendiendo la gravedad del incidente, se sintió en el deber de intervenir y eso hizo. Al abrir la puerta se encontró a James sujetando con fuerza a Gregory, aunque este último no estaba haciendo nada para defenderse.
―James, ¡suéltalo!
―¡Cómo me pides eso, Edward! ¿Acaso sabes lo que fue capaz de hacerle a mi hermana? ―le increpó.
Edward se aproximó a ellos, pero James terminó por soltar a Gregory. Respetaba demasiado a lord Hay como para no atender a su solicitud pese a su gran enojo.
―Cerraré la puerta y les suplico una vez más que calmen los ánimos. ―Edward hizo lo indicado, pero permaneció en la habitación―. James, imagino que este asunto te haya molestado en grado sumo. Tu enojo es justo, pero no puede ser desproporcionado al punto de terminar peleados todos. Hablemos de esto como personas civilizadas.
―¿Lo sabías?
―¡Por supuesto que no! ―exclamó―. Lo acabo de escuchar. De hecho, lo escuchamos todos. Por ello les pido que moderen su voz, no es preciso ventilar cuestiones tan privadas con un tono tan exaltado.
Gregory era incapaz de hablar, era una mezcla de vergüenza y temor. A pesar de lo difícil de la situación, en quien único podía pensar era en María.
―¿Cuándo fue que sucedió esto? ―preguntó Edward.
―Hace tres años, ¡cuando Georgie y yo nos casamos! ―le contó aún airado―. ¡Cuánta desfachatez!
―¿Lo supo tu difunto cuñado?
―¡Gracias a Dios no! Murió sin saber que Valerie lo había traicionado.
―Comprendo ―reflexionó Edward―, y te repito que estoy consternado con la situación, y si bien considero válido tu disgusto, has de reconocer que este es un asunto demasiado privado y antiguo para que, a estas alturas, propicie la discordia entre ustedes. En mi ánimo no está el ofender a Valerie en lo más mínimo, pero ella era consciente de sus actos. Gregory también. No se trataba de una joven seducida y engañada, James, sino de una mujer adulta que tomó una decisión; equivocada, tal vez, pero ninguno de nosotros está en posición de juzgarlos. Si Valerie siguió adelante con su matrimonio y esta relación adulterina quedó en el pasado para los involucrados, es menester que nosotros también la olvidemos.
Gregory alabó en silencio la cordura de Edward, pero continuó callado.
―Yo lo olvidaría, Edward, de no ser porque mi hermana ha tenido una crisis nerviosa a causa de la muerte de su marido. En medio de su dolor y de su sentimiento de culpa, ha asegurado que Gregory es el verdadero padre de su hijo.
El aludido levantó la mirada asustado. ¡Aquello no lo esperaba! ¿Un hijo?
―¿Qué has dicho? ―articuló nervioso.
James lo observó más calmado y su voz fue casi un susurro.
―Valerie sospecha que Franz no podía tener hijos. Él siempre le reprochó que no le hubiese dado uno, e incluso su matrimonio entró en crisis cuando ella descubrió una infidelidad suya. Franz supuestamente iba a ser padre gracias a su amante y pretendía que el bebé de ella lo criara Valerie como si fuese suyo ―les contó.
―Lo sé. Valerie estaba muy humillada a consecuencia de ello y me lo confió. Pienso que, si consintió en tener un romance conmigo, fue como resultado del profundo dolor que le estaba causando su marido. Despechada tal vez, aceptó mi consuelo y no me refiero solo al aspecto físico. Lo primero que hice fue escucharla, comprenderla y apenarme de su situación. Estabas tan feliz por tu boda con Georgie que Valerie no quería empañar tu felicidad haciéndote una historia como la suya, tan vergonzosa. Yo, en cambio, estuve dispuesto a oírla, y fue a partir de ese acercamiento que sucedió todo. Si tan adúltera fue ella, más lo fue Franz. En su deseo de ser padre la hizo sentir inferior y humillada como no se merecía. Considero poco honorable de tu parte que juzgues con tanta severidad el actuar de tu hermana y no la despreciable conducta de su marido.
Por primera vez en la plática Gregory se defendía con verdaderos argumentos. Él creía de corazón que el adulterio de un hombre debía valer lo mismo que el de una mujer. ¡Vaya sociedad hipócrita que exoneraba a unos y condenaba a las otras! James se ruborizó un poco ante sus palabras y asintió.
―También censuro a Franz, que en paz descanse. Creo que se comportó como un imbécil, lo cual no justifica lo que ustedes hicieron después.
―Asumo mi cuota de responsabilidad ―aseguró Gregory―, pero reconozco que estoy sorprendido con esta noticia del hijo. Siempre pensé que Valerie había terminado aceptando a aquel niño que iba a nacer y que era ese el hijo que ambos tenían.
―Pues no ―replicó James―. Luego de… En fin, unas semanas después de su amorío, Valerie descubrió que estaba en estado lo cual la llevó a reconciliarse con Franz y a hacerle creer que era su hijo. ¡Él estaba feliz! Mi hermana llevó su gestación muy bien hasta el momento del parto. El bebé nació de siete meses. Ahora nos confesó que en realidad no había sido prematuro.
―Santo Dios… ―Gregory se dejó caer en el diván llevándose las manos a la cabeza.
―¿Y el bebé que esperaba la amante? ―preguntó Edward quien, aunque estaba igual de conmocionado, se preciaba de tener la mente más fría.
―Nunca existió, la mujer lo estuvo engañado. Es por ello que Valerie cree que era Franz quien no podía tener hijos. Sea como fuere, su hijo contribuyó a mejorar su matrimonio y Franz se volvió un mejor esposo. Ninguno de nosotros sospechó nada hasta que murió y Valerie se desmoronó. Le hacía falta hablar con alguien porque la culpa la estaba corroyendo.
―Lo siento mucho por tu hermana ―murmuró Edward―, debe de ser una sensación terrible estar mintiendo por tres largos años. Le hacía falta liberarse de ese peso. Sin embargo, al hacerlo, ha traído a un pequeño inocente a la vida de mi hermano, y por muy sobrecogedora que sea la noticia, sé que será bueno para todos.
―Tengo que hablar con Valerie ―dijo Gregory de pronto―. ¡Quiero conocer a mi hijo!
Edward puso su mano en la espalda de James y le dio una palmada.
―James, todos cometemos errores y es momento de que prime la cordura y la comprensión ―prosiguió Edward―. La muerte de tu cuñado ha sido inesperada para todos, pero ese niño que perdió un padre ha ganado otro: el verdadero y eso, en medio de la tragedia sobrevenida, es algo bueno. Tu sobrino es demasiado pequeño para recordar en un futuro al que estuvo a su lado en los primeros años de su infancia. Será Gregory su figura paterna, porque no tengo dudas de que mi hermano sabrá ser un buen padre. Así que te pido que nos centremos en el futuro y no en los errores del pasado.
James quedó unos minutos hasta que volvió a hablar:
―Puedo esperar entonces que, cuando pase un período de tiempo prudente, Gregory se case con mi hermana como corresponde, ¿verdad?
Las pretensiones de James lo tomaron desprevenido. Gregory se levantó de un salto, abrumado.
―¿Casarme dices?
―Por supuesto. ¿De qué otra manera serías un padre para ese pequeño si no es casándote con ella? Sería la única manera de limpiar la falta.
―Un hijo no es una falta ―replicó Gregory molesto―, y no puedes obligarme a casar con tu hermana por ese motivo.
James volvió a perder los estribos y tomó a Gregory nuevamente de las solapas. El aludido esta vez se defendió y lo empujó para separarse.
―¡Cálmense! ―exigió Edward―. James, no es momento de hablar de matrimonio cuando Valerie acaba de enviudar. No me parece adecuado de tu parte. Tampoco nos corresponde a ninguno de los dos decidir el rumbo de sus vidas; eso solo incumbe a los involucrados. Si, en efecto, deciden casarse, será porque ambos lo desean, no porque nuestra familia los obligue a ello.
James estaba muy alterado.
―¡Es lo correcto!
―Aunque lo fuera ―replicó Edward con autoridad―. Repito que no somos Dios para guiar sus destinos. ¿Acaso no te preocupaba hace cuatro años que Georgie fuese infeliz si se casaba con Brandon? ¿No hiciste hasta lo imposible por evitar esa boda?
―¡Eran circunstancias distintas!
―Puede ser, pero si en ese entonces te preocupaba la felicidad de Georgiana, ahora también deberías pensar en la de tu hermana. ¿Puede ser ese matrimonio feliz si no se aman? ―consideró―. ¿Puede ser Valerie feliz con Gregory solo por tener un hijo con él? Si ese fuese el caso, James, no nos corresponde a nosotros decidirlo. Pienso que Gregory debe viajar cuanto antes a Ámsterdam para conocer a su hijo y hablar con Valerie. Ellos deben llegar a un acuerdo de cómo asumir su responsabilidad de padres. Sea cual fuere su decisión, ha de ser respetada por nosotros.
James no dijo nada más, se fue de la habitación sin decir palabra. Estaba molesto, mas entendía el razonamiento de lord Hay y debía reconocer que tenía razón. Georgie corrió al verlo cuando salió, acompañándolo al piso superior para hablar con tranquilidad. Tenía el pecho oprimido ante aquel enfrentamiento con sus hermanos y esperaba que pronto aquel asunto tuviera solución.
María aprovechó el momento para ir a ver a Gregory. Era evidente que estuvieron hablando de Valerie y que el asunto de su romance había salido a la luz; lo respectivo a la paternidad de él, en cambio, no lo había oído… La joven se quedó de pie en el umbral de la puerta, sin importarle que sus padres pudieran seguirla. Lord Hay, quien estaba hablando con Gregory en ese momento, se interrumpió al verla. Greg levantó la mirada, se sentía derrotado, y al contemplar su abatido rostro se sumió aún más en la desazón. ¿Cómo decirle que era muy probable que su relación no tuviese futuro alguno? Incluso aunque no se casara con Valerie, Prudence jamás lo consentiría. ¡El escándalo había sido demasiado grande!
―María, creo que no es el mejor momento…. ―le dijo Edward.
―Por favor, lord Hay, es solo un instante. ¡Necesitamos hablar! ―suplicó.
Edward, apenado y sin saber qué hacer, decidió acceder. ¡Sentía tanta pena de ella! Por otra parte, consideraba que Gregory debía decirle la verdad.
―Sean breves, por favor. ―Edward se dirigió a la puerta para darles algo de privacidad.
María corrió a verle. Gregory continuaba en el diván, incapaz de ponerse de pie. Ella se arrodilló frente a él, temblando, asustada…
―¿Por qué esto ahora? ―dijo con lágrimas en los ojos―. ¿Por qué tenía que saberse justo ahora?
Gregory le sostuvo la vidriosa mirada y le acarició la mejilla.
―Lo siento tanto… ―La voz se le quebró―. Pienso que tal vez debí haber seguido mi instinto y renunciar a ti cuando tuve la oportunidad. ¡No te merezco, María! No seré digno jamás de ti…
―No digas eso, Greg. ¡No me importa nada! Yo te amo. ―María se incorporó un poco para besarlo y por unos instantes sus labios se encontraron, mezclándose con el salado sabor de sus lágrimas.
El beso se interrumpió abruptamente cuando escucharon la voz de Prudence.
―¡Permíteme pasar, Edward! ―exigió y su hermano no pudo negarse.
Prudence fue tan rápida que, cuando terminó de abrir la puerta entornada, aún tuvo tiempo de ver a María inclinada sobre Gregory en una posición muy sugerente. El rostro de Prudence cambió de color y se llevó una mano a la boca para ahogar su expresión de horror. Algo temía cuando vio a María marcharse a toda prisa del salón, ¡pero verlo con sus propios ojos le resultaba decepcionante!
La jovencita se apartó unos pasos de Gregory, sin saber qué decir. Él continuaba sentado, tan abatido que ni siquiera la severidad del rostro de Prudence le importó. Al parecer, aquel sería el peor día de su vida.
―¡Dios mío! ―exclamó al fin―. ¿Cómo pudiste, Gregory?
El aludido pretendía responder, pero la entrada de Edward y van Lehmann retrasaron su explicación. Su hermano mayor temía que la situación se saliera de control. ¡Prudence no debió haber enterado así! La imagen de Gregory ante su familia no era la mejor, por lo que pretender a María no era, ni por asomo, la mejor de las ideas en aquel momento.
―¿Qué está sucediendo? ―preguntó Johannes más calmado que su mujer.
―¡Mi hermano! ―prorrumpió Prudence con lágrimas en los ojos y la ira contenida―. ¡Ha seducido también a María!
La palabra “también” lo ofendió tanto que Gregory se puso de pie de un salto, dispuesto a hacerle frente a la situación.
―Me ofendes, Prudence ―contestó molesto―. Siempre he respetado a María, lo cual no obsta para que, sin haberlo planeado, me haya terminado enamorando de ella.
―Yo también lo amo ―respondió María colocándose junto a él, tomando su mano y enfrentando a sus padres.
―¡Tú eres una niña, María! ―saltó Prudence―. ¡No sabes lo que es eso! Gregory tampoco. Es muy desfachatado de su parte que, luego de lo sucedido, tenga valor para hablarnos de amor… María es mi hija, Gregory, ¡no tenías ese derecho! ¡No podías si quiera haberla mirado de esa forma!
―¿Y qué pretendías que hiciera? ―se defendió él―. Fuiste tú quien mi suplicó que la encontrara y lo hice. Cambié mis planes por hallar a María, quien vivía con personas extrañas, sometida a disímiles riesgos. E incluso habiéndola encontrado, ustedes demoraron demasiado en venir a verla.
―¡Porque confiaba en ti! ―repuso Prudence―. ¿Cómo pensar que serías poco honorable hasta con tu propia familia? ¿Quién pensaría que te fijarías en una niña que podría ser tu sobrina?
―Pero no lo es ―contestó Gregory de nuevo―. María no es mi sobrina. Y en el tiempo que estuvimos juntos me enamoré de ella, y ella me corresponde. ¿Cómo puede evitarse eso? Es la primera vez que estoy enamorado de alguien de verdad, Prudence. ¡No me importa que me acuses de poco honorable, yo sé que lo he sido con ella! No puede reprochárseme nada, pues me he comportado como un caballero, pero la quiero ―repitió con vehemencia―, y estábamos aguardando por su arribo para poder exponerles mis intenciones que son las más serias. No se trata de un capricho, ¡quiero casarme con María!
La firmeza en las palabras de Gregory y la pasión con la que hablaba sorprendieron a los van Lehmann, sobre todo a Prudence quien debió reconocer, a su pesar, que jamás había escuchado a Gregory hablando de esa manera. Se quedó callada, sin saber qué decir, y fue su esposo quien habló entonces:
―Gregory, me parece que no son las mejores circunstancias para exponer tus intenciones y esperar a que sean aceptadas. María es muy joven aún, y aunque reconozco que nos estás hablando de buena voluntad, pienso que no estás en condiciones de hacer una propuesta como esta, luego de lo que ha sucedido.
―Pero… ―María, quien no sabía la gravedad del asunto, quiso interrumpir, pero un además de su padre la silenció.
―Tal vez, si esto no hubiese ocurrido, te habríamos escuchado y hasta aceptado tu propuesta. Sin embargo, espero que comprendas que los hechos recientes me impiden estar de acuerdo con esa relación de ustedes ―remató no sin cierto pesar.
Gregory se sintió humillado. Edward lo observaba en silencio, apenado. Supo entonces que no tenía nada más que hacer allí. Se giró hacia María, con lágrimas en los ojos y la mano que aún continuaba entre la suya se la llevó a los labios en frente de todos:
―Por favor, perdóname ―le susurró como despedida.
Ella le observó marchar, y corrió tras él gritando:
―¡Gregory! ¡Gregory! ¡Greg!
Por más que él deseara detenerse, correr hacia ella y enfrentar el mundo, no podía hacerlo. Fue Johannes quien detuvo a María en el corredor, incluso debió llevarla casi a rastras hacia el despacho para intentar serenarla. Su hija lloraba desconsoladamente.
―No lo dejaré solo ―escuchó decir a lord Hay quien también se marchó para ir tras Greg.
María se derrumbó en un diván, sin comprender por qué estaban siendo tan inflexibles con ellos. Entendía que lo sucedido ponía en entredicho la moral de Gregory y que había sido un escándalo para todos descubrirlo, pero, ¿por qué darle tanta importancia a un hecho tan antiguo? ¡Tres años habían transcurrido ya!
―No lo comprendo ―sollozó―. No comprendo la razón de su negativa… ¿Es tan difícil comprender que estamos enamorados y que deseamos casarnos?
Prudence la miró con pena.
―Eres demasiado joven, hija. Sé que duele, pero es lo mejor para ti.
―Sé lo que quiero, madre. No soy demasiado joven. Estoy enamorada en secreto de Greg desde hace cinco años ―confesó―. No es poco tiempo. A nadie he querido salvo a él. Negarse a nuestro matrimonio es privarme para siempre de mi felicidad. Si están esperando que halle a otra persona mejor, les aseguro que no la encontraré porque no deseo a nadie más.
Prudence permaneció callada. Alguna vez intuyó que María se había enamorado de Gregory, pero no le dio la mayor importancia. ¡Era una niña! Luego creyó que se había tratado de una fantasía suya, pero lo que nunca imaginó fue que ese sentimiento con los años se reafirmara y que Gregory fuese capaz de alentarlo de manera irresponsable.
―Gregory no es ni por asomo lo que desearía para ti ―expuso Prudence con pesar―. Es mi hermano querido, a pesar de todo, pero lo conozco tan bien que temo que sus sentimientos por ti sean efímeros. Gregory ha pasado los últimos años con excesos y muchas libertades… ¡Jamás consentiría que esa clase de hombre fuese quien te despose!
María se puso de pie, indignada.
―¡Estamos enamorados! ―repitió.
―María, hija ―intercedió Johannes mirando a su esposa por un momento para pedirle paciencia―. No estamos ahora mismo rechazando a Gregory por sus problemas morales o personalidad. Eso ha dejado de ser lo más importante.
―Entonces no comprendo…
―Gregory no está en condiciones de pretenderte ni siquiera de hablarnos de matrimonio. Lo que se ha descubierto ha sido bastante grave y cambiará su vida para siempre.
―Ya yo sabía de esa… relación ―confesó con dificultad―. Hace tres años los vi juntos en Ámsterdam sin que ellos lo supieran. A pesar de ello, comprendo que es algo del pasado y, aunque me duele que haya salido a la luz, no puedo reprocharle nada.
―¡Lo sabías, María! ―le reprendió Prudence―. ¿Y aún sabiéndolo te enamoraste de él? ¿Qué puede esperarse de un hombre que seduce a la hermana de su cuñado, por demás una mujer casada?
―En todo caso la responsabilidad es de los dos ―juzgó ella con ecuanimidad―. ¿Por qué responsabilizarlo a él exclusivamente de una decisión tomada de mutuo acuerdo? Además, es algo del pasado…
―No es algo del pasado, hija ―prosiguió Johannes apenado―. Valerie ha revelado algo que ninguno de nosotros sabía, ni tan siquiera Gregory.
―¿Qué?
―Gregory es el padre de su hijo, no su difunto marido ―le contó al fin.
María se puso de pie, aturdida.
―¡No puede ser! ―exclamó.
Prudence la abrazó para contenerla un poco.
―Es la verdad, cariño. Se supo a raíz de la muerte del mariscal. Ella no pudo seguir callando un secreto tan pesado y terminó contándoselo a su familia. ¿Crees que James vendría a París solo para confrontarlo por un amorío? ¡Se trata de algo mucho más serio!
María rompió de nuevo a llorar, esta vez en el regazo de Prudence.
―Fue por ese motivo por el cual Gregory se terminó marchando ―explicó Johannes―. La noticia le ha afectado tanto como a ti. Asimismo, no se encuentra en condiciones de reafirmar su promesa de matrimonio. James pretende que, cuando pase el período de duelo, Gregory se case con Valerie para que puedan criar a su hijo juntos, como debe ser. Perdóname, María. ―Su padre le acarició la cabeza―. Es preferible que sepas la verdad para que puedas reponerte de esta decepción. Quizás ahora no lo comprendas, pero es por tu bien. En unos años quizás…
María no pudo seguir escuchando, salió corriendo de la habitación llorando y subió la escalera hacia su recámara. ¿Por qué la vida era tan injusta con ellos? Podía aceptar que Gregory hubiese tenido un romance con Valerie, pero tener un hijo era algo demasiado serio… ¿Cómo lo habría tomado? ¿Aceptaría casarse con ella? No podría soportar si tenía con ella lo que debió haber sido de ambos: un matrimonio, una familia, una vida juntos… ¡Sentía un dolor tan grande que era casi físico! ¿Por qué sus sueños tenían que terminar así, justo cuando Gregory al fin se había enamorado de ella? Por más que quisiera encontrar alguna respuesta, no la hallaba y se sentía impotente y perdida…
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top