Capítulo 15

María se levantó temprano, luego de haber dormido toda la noche. Aunque se había sentido muy angustiada tras su encuentro con Gregory, estaba tan casada que terminó cayendo en los brazos de Morfeo. Había sido incapaz de leer el cuento de nuevo, ahora que Gregory lo conocía. ¿Por qué torturarse de aquella manera cuando no había remedio? ¿Cómo imaginar que aquel cuento llegaría a sus manos? En cierta forma sentía un poco de alivio de que él supiera la verdad. Estaba segura de que aquello no remediaría nada y que cuando la impresión cesara, Gregory volvería a ser el mismo. ¿Qué importancia podría tener descubrir que ella lo había amado en el pasado? Entonces comprendió su ofuscación cuando se acercó para hablarle: Gregory pensaba que tal vez no fuese solo un sentimiento pasado, sino que ella continuaba aún enamorada de él…

Sus mejillas ardieron al descubrir esa posibilidad en su razonamiento. ¡Seguro quería salir de dudas, azorado como estaba ante el panorama de un amor tan constante como el que ella había demostrado tenerle! ¡Se sentía tan estúpida! Lo único que obraba a su favor era que había rechazado su beso. Aquel hecho debía valer más que palabras escritas sobre su infancia. Estaba convencida de hacerle creer que ella ya no sentía lo mismo. ¿De qué valdría decirle la verdad? ¿Qué lograría en él? ¿Lástima, pena? ¿Temor ante su encaprichamiento baldío? Si algo tenía María era mucha dignidad.

La joven se alistó y bajó a desayunar. Los Hay y la duquesa también habían madrugado. Luego de un cordial “buenos días”, se dispusieron a comer. La duquesa, con todo propósito, sacó a colación la conversación que en la víspera habían sostenido con Gregory.

―Nos ha descrito con precisión las maravillas de la Exposición. Nos contó que la disfrutaron juntos. A juzgar por la manera en la que se expresó, es justo afirmar que le causó una gran impresión.

María se ruborizó al recordar aquellos días tan felices, que ahora parecían distantes. Por más que quisiera, no podría salir con Gregory de la misma manera, sabiendo que él ya conoce la verdad.

―Sin duda les recomiendo visitarla, fue un instructivo paseo.

―Y contaba con una excelente compañía ―hizo notar lady Lucille―. Gregory es de los pocos caballeros de los cuales jamás podría hartarme.

Anne le lanzó una mirada suspicaz a su abuela. Estaba haciendo sonrojar a María. Edward, por su parte, bromeó haciéndose el ofendido.

―¿Acaso mi compañía la aburre, lady Lucille?

―Tampoco, mi querido Edward. Si algo debo reconocer en ustedes, es que son muy amenos. También mi adoradísimo James, a quien hace tiempo no vemos.

―María, ¿quieres acompañarme a un paseo con los niños? ―le propuso Anne―. La mañana está muy bonita y a todos nos vendría bien tomar un poco de fresco.

―Por supuesto ―respondió.

―Me gustaría acompañarlas, pero he quedado con Gregory en ir a saludar a Brandon.

―¡Por favor, invítalos a cenar una de estas noches! ―suplicó la duquesa.

―Claro que lo haré, mi estimada Lucille.

La duquesa permaneció en casa, leyendo, acompañada por la señorita Norris. María, Anne, y el aya de los niños, salieron a dar el consabido paseo, cada una con un cochecito. Como el camino era algo estrecho, el aya y Eddy encabezaban la comitiva; Anne, María, y el pequeño Edmond eran los últimos. Lady Hay permitió que, con todo propósito, el aya de los pequeños se adelantara un poco. No sabía cómo abordar el asunto, pero creía que María necesitaba de apoyo. ¡La notaba tan triste!

―No quisiera que me tomaras por una persona entrometida, pero me he quedado preocupada luego de lo sucedido ayer. ¿Qué pasa con Gregory? ¿Debo preocuparme? Te aseguro que puedes confiar en mí…

María suspiró. ¡No podía decirle toda la verdad!

―No sucedió nada…

―María, no me mientas, por favor.

―Estoy colaborando para un diario feminista, La Fronde. Gregory me sorprendió entregándome una edición de ayer, donde se había publicado algo escrito por mí.

Fue entonces que Anne comprendió que estaba en lo cierto respecto a sus sospechas. ¡Aquel cuento había sido escrito por María! Lo más probable fuera que narrara un hecho verídico, y que fuese Gregory aquel hombre que le rompió el corazón a la pobre Margaret de la historia.

―¿Gregory sabía que tú escribías para el diario?

―Sí, fue precisamente así como nos reencontramos.

María procedió a narrarle la manera en la que comenzó a trabajar para La Fronde, gracias a la ayuda de la señora Colbert. Luego le contó que su primer encargo había sido realizarle una entrevista a la señorita Preston. Fue en esa circunstancia tan especial, que se volvieron a ver luego de mucho tiempo.

―¡Oh! Me siento celosa de que hayas entrevistado a Nathalie y no a mí… ―bromeó Anne para aligerar el ambiente.

María también sonrió.

―Sería un placer para mí poder hacer lo mismo con usted, Anne. La señorita Preston fue en extremo pedante, pero a usted la quiero y admiro de corazón.

Anne le dio un beso en la frente, halagada.

―Yo también te quiero mucho, María. Tu compañía me trae gratos recuerdos de Ámsterdam. Aunque hacía tiempo que no nos reuníamos, siempre guardaré con aprecio aquellos días en los que compartimos tanto al piano.

―Yo también.

―Es precisamente por ese recuerdo del pasado, y por ese afecto que te profeso, que me he atrevido a hablar de este asunto. ¿Por qué te disgustó tanto que Gregory te mostrara un cuento tuyo? ¿No era motivo para alegrarse? Tu conducta anoche reflejó más vergüenza y turbación que felicidad ante un logro como el que me has contado.

María no respondió de inmediato. Llegaron a un jardín muy cuidado, lleno de flores. El aya se sentó en un banco de mármol. Anne dejó a los niños con ella, jugando en el jardín, mientras continuaban su plática en un sitio más privado. No preguntó nada más. Esperaba que María se abriera con ella de un momento a otro, así que no la presionó en lo más mínimo.

―Gregory leyó un cuento que escribí hace un tiempo sobre mi amor de la infancia. Por la redacción, comprendió que se trataba de él ―confesó.

Anne suspiró. ¡Se alegraba tanto de que le hablase con sinceridad! Por supuesto, la joven obvió el contenido de la narración, y la relación de Greg con esa mujer. Aquello no era relevante en ese momento.

―Comprendo ahora mejor tu ofuscación.

―¡Me sentí tan avergonzada! ―Los ojos de María se llenaron de lágrimas. Era la primera vez que dejaba aflorar sus emociones sin contención alguna.

―Oh, María, ¡no tienes que estarlo! ―Anne la abrazó por unos segundos―. El amor es un sentimiento noble y hermoso. Gregory debe estar agradecido y halagado por ello. Me arriesgaría a decir, incluso, que todavía estás enamorada de él.

―Es cierto ―confirmó la joven separándose un poco y enjugando sus lágrimas―. Estos días a su lado han sido maravillosos y he comprendido la profundidad de mis sentimientos, pero no puedo juzgar los suyos.

―Dale algo de tiempo. Conozco a Gregory desde hace años y puedo decirte, con seguridad, que no está acostumbrado a este sentir. Para amar es preciso ser amado, y Gregory no ha tenido este tipo de amor nunca.

―¿Ni siquiera con la señorita Preston?

―Especialmente no con ella. Nunca fuimos muy cercanos, porque Nathalie siempre rivalizó conmigo en nuestra profesión. A pesar de ello, reconozco que en el pasado me hizo un favor de gran envergadura y se lo agradezco. Sin embargo, jamás amó a Gregory, ni él tampoco a ella.

―De cualquier forma, él no está enamorado de mí. Y fue por esa razón por la que no sucumbí a sus galanteos ―confesó.

―¡Madre mía! ―exclamó Anne riendo, para animarla un poco―. ¡Eres la primera mujer que lo rechazas! Eso sí debió ser una humillación completa para él…

Su comentario logró su cometido de hacerla reír.

―En todo caso, yo sería la segunda. Usted fue la primera.

Anne se llevó la mano al corazón y sonrió.

―¡Oh, Dios mío! Me vas a hacer ruborizar, muchachita ―la reprendió todavía riendo―. Para tu información, jamás llegué a rechazar a Gregory. Él nunca insinuó ni intentó nada conmigo. Pienso que se percató muy pronto de que era Edward quien de verdad me interesaba, incluso antes de que yo misma lo supiera. Luego que pasara ese inicial e ingenuo coqueteo, nos volvimos amigos. Así que es a ti a quien le cabe el mérito de haberlo rechazado…

―¡Bendito mérito!

―En mi opinión, has actuado muy bien, con mucha madurez y sensatez. Hasta que Gregory no tenga claros sus sentimientos por ti, es mejor que todo sea así.

―Nada cambiará ―dijo María―. Él no está enamorado de mí.

―No quisiera opinar sobre eso ni darte falsas esperanzas al respecto. A pesar de ello, puedo decirte con certeza que él te quiere mucho y que sus ojos brillaban ayer cuando hablaba de ti y de la Exposición.

Ella sonrió al recordarlo, pero negó con la cabeza. No creía que eso fuese posible.

―Juguemos con los niños ―respondió.

―Vamos.

No había nada que Anne amara más que jugar con sus hijos. Cuando llegó junto a ellos descubrió que estaban recolectando flores silvestres para hacerle una corona. Por supuesto que ellos no sabían cómo hacerla, pero María se sentó con ellos y les mostró.

📕📕📕📕📕📕📕📕📕📕📕📕📕📕📕📕

Brandon Percy los estaba esperando. Se hallaban en la casa que él y Tommy habían rentado por un mes en el mismo centro de París. Edward le dio un abrazo, sin resentimiento alguno. Hacía muchos años que no se veían, pero no habían dejado de mantenerse en contacto a través de la correspondencia. Thomas los recibió también con amabilidad; el encuentro más difícil lo habían tenido tres años atrás cuando la boda de Georgiana y James. Aunque fue bien recibido por los Hay e incluso Georgie le mostró su cariño, había sido un tanto arduo para él. Por fortuna, su temor inicial se fue disolviendo con el tiempo y la boda sirvió para limar cualquier aspereza del pasado.

Ahora que estaban juntos en París, pintaban mucho. Thomas adoraba los paisajes, pero Brandon se había sentido seducido por la noche parisina, y a ella había dedicado sus últimos esfuerzos pictóricos.

―Es un gusto recibirte, amigo ―le dijo Brandon a Edward―. Cuando Gregory me dijo que pronto llegarían a la ciudad, no pude creerlo.

―También es un placer saludarte. Anne ha firmado un contrato para cantar en la ópera y yo he tomado un descanso de la vida política. Nada nos parecía mejor que disfrutar durante unos meses de París.

―Nosotros también estamos disfrutando de las vacaciones ―apuntó Thomas.

―Sin embargo, en septiembre nos regresaremos a Nueva York ―añadió Percy.

El tío de Brandon había fallecido el año anterior, dejándole en herencia su casa y todos sus bienes. Desde entonces, se habían mudado juntos.

―¿Ha sido provechosa su estancia para la pintura? ―preguntó Gregory.

―Mucho ―respondió Thomas―. Si lo desean podemos mostrarles.

Los caballeros lo siguieron a un salón que habían acondicionado como estudio, gracias a su luminosidad. En las paredes había varios paisajes, campiñas, representaciones del Sena, así como otros más atrevidos en los cabarets y teatros, dejando de manifiesto la sensualidad y belleza de las mujeres de París.

―Los paisajes son míos ―comentó Thomas.

―Son todos muy hermosos ―dijo Edward con amabilidad.

―En efecto, cada uno ha logrado plasmar la realidad con gran maestría ―repuso Gregory recorriendo el salón.

Edward se quedó de pie, mirando un cuadro sin terminar que reposaba sobre un caballete. Era una pareja en lo que parecía ser un cabaret o salón de fiestas dado el fondo oscuro y los focos. A las figuras centrales les faltaba aún bastante para estar concluidas, pero pudo reconocer a Gregory y, a su lado, a la joven María. El cabello rojo la delataba y sus facciones estaban allí, tal cual eran.

―¡Dios mío! ―exclamó―. Eres tú, Gregory, con María…

El aludido se acercó a su hermano y observó con una sonrisa de complacencia la pintura. ¡Ella sobre todo estaba muy hermosa!

―Es perfecta, Brandon. ¡Vaya sorpresa me has dado!

―Muchas gracias. Perdona, se suponía que no la vieras hasta que estuviera concluida. Sé que me pediste discreción con este asunto de vuestra salida ―añadió bajando la voz―, pero no pensé que entrarían a mi estudio…

Gregory le pudo la mano en el hombro y le sonrió:

―Todo está bien. ¡Es una hermosa obra de arte y no lo digo porque aparezca yo! Es sin duda preciosa, y adoraré verla concluida…

―Por supuesto que sí, será mi regalo para ustedes ―aseguró.

Edward continuaba callado, observando el lienzo. Aquella era la prueba más clara de que Gregory y María habían disfrutado de su tiempo juntos al máximo, inclusive de las noches… Brandon había hecho un excelente trabajo, pero aquella pintura reflejaba mucho más que una simple escena.

―Es muy buena ―dijo al fin―. Tu talento ya nos tiene acostumbrados a obras así de magníficas, aunque aprecio un ligero cambio en tu técnica, en la manera de retratar a las figuras centrales, en el uso de los colores, y por supuesto en el lugar escogido. ¿A dónde llevaste a María, hermano mío? ―Se dirigió a Greg con una sonrisa un tanto exigente y cuestionadora.

―Es una larga historia, pero fue en ese sitio donde me encontré con nuestro amigo Brandon y con Thomas. A juzgar por lo que estás viendo, Brandon aprovechó la ocasión para hacer un boceto.

―Sí, así fue. Luego llegué a casa y me he esforzado durante tres días para llegar a este resultado…

―La joven es hermosa ―apuntó Thomas esta vez―. Reconozco que no soy muy dado a esta clase de sitios, ni a retratar cafés, restaurantes y cabarets, pero hacen sin duda una bella pareja.

―Gracias. ―Gregory se ruborizó completamente, algo que en pocas ocasiones le sucedía.

Edward volvió a observarlo con interés, pero no dijo nada más por el momento. Los amigos se retiraron del estudio y estuvieron hablando un tiempo más de temas disímiles. Acordaron ir a cenar una noche a la casa, así como asistir al estreno de Anne. Con esos planes por delante se despidieron al fin con un apretón de manos y un abrazo.

Los hermanos salieron en silencio a la calle en busca de su coche. Gregory no había dicho ni media palabra más, pues estaba seguro de que se ganaría una reprimenda de parte de su hermano y varias preguntas.

―Es mejor que nos separemos ya. Hay un sitio al que debo ir.

―Estupendo, yo te llevaré y por el camino conversamos un poco.

Gregory no se atrevió a contradecirlo, asintió y subió al coche esperando el más largo de los sermones. Para su sorpresa, Edward estaba en extremo calmado.

―Hace cinco años, en Ámsterdam, tuviste conmigo una conversación que jamás olvidaré. Fue la noche en la que escuché cantar a Anne por primera vez ―rememoró―, la misma noche en la que descubrí que estaba profundamente enamorado de ella, sin duda un sentimiento que ni siquiera me atrevía a exteriorizar. Creía que no podía aspirar a Anne por varias razones, una de ellas y de mucho peso, era que tú estabas interesado en ella. Sin embargo, me dijiste que te marcharías para que yo pudiera pretenderla, incluso me animaste a hacerlo. Fuiste un buen hermano.

Gregory sonrió. Recordaba muy bien aquella plática.

―Tú eres el mejor de los dos ―replicó―. Respecto a Anne, sabes que se trató solo de un simple coqueteo. Me bastó con unos pocos minutos para comprender que eras tú quien de verdad la merecías. Era imposible que ocultaras el amor que sentías por ella, resultaba demasiado evidente para quien te conociera de verdad.

―Lo mismo he podido apreciar yo respecto a ti en esta oportunidad ―repuso Edward con voz profunda―. Fue solo mirar esa pintura y ver tu reacción ante ella para comprender lo que sentías por María. Si no me he escandalizado aún por esas escapadas nocturnas, es porque creo que te has enamorado de ella de verdad.

Gregory no contestó, solo se llevó el puño a los labios, apenas podía hablar.

―Sabes que Prudence y van Lehmann no estarán de acuerdo cuando lo sepan ―prosiguió Edward―. María es muy joven y tu reputación te precede…

―Anne dijo lo mismo.

―Sí, ya sé que hablaste de este asunto con ella antes que conmigo ―se quejó.

Gregory, pese a su tensión, volvió a sonreír.

―Las circunstancias propiciaron la charla, no fue premeditada. A pesar de ello, le profeso a Anne una gran confianza y le guardo mucho cariño y respeto.

Edward asintió complacido al escucharlo.

―Ella piensa que en estas circunstancias precisarás de un aliado. Si alguien puede interceder ante Prudence para defender tu felicidad, ese soy yo. Lo mismo hice por ella ante papá cuando decidió casarse con Johannes. Lo mismo pienso hacer por ti en caso de que me lo pidas y tengas la certeza de que es lo que deseas en realidad. No voy a permitir que ilusiones a esa niña si tus aspiraciones para con ella no son las más serias, así que te pido que la próxima vez que acudas a mi casa, hayas ganado en claridad sobre tus sentimientos e intenciones.

―De acuerdo ―murmuró.

―Muy bien. No pienso torturarte por mucho más tiempo, así que dime hacia dónde nos dirigimos.

―Tiene que ver con María ―reconoció―. Es algo que deseo hacer por ella.

Edward entornó los ojos, pero se alegró una vez más de atestiguar cuánto se preocupaba Gregory por ella.

📕📕📕📕📕📕📕📕📕📕📕📕📕📕📕📕

Esa tarde, mientras inspeccionaba los alrededores de la casa, María halló una bicicleta en la cochera. Al parecer, pertenecía a los dueños de la casa o tal vez al inquilino anterior. Ella no sabía montarla, pero tenía ciertas nociones. Su tío jamás lo habría aprobado pero cada vez eran más las mujeres que solían aventurarse en ellas. El Bosque de Bolonia, por ejemplo, era uno de los lugares predilectos para realizar ese tipo de ejercicio. Quizás, con algo de práctica, en unos días pudiese atreverse a dar un paseo ya que se veía en óptimo estado.

―¿María? ―La voz de lord Hay la sacó de sus pensamientos.

―Ah, hola, lord Hay. ―Dejó de lado la bicicleta y se aproximó a él.

―He traído una visita para ti, te está aguardando en el salón.

―Muchas gracias. ¿De quién se trata?

―Es una sorpresa para ti ―respondió el caballero con una sonrisa y dicho esto se marchó.

María no sabía quién más podría procurarla. Hacía poco que Maurice se había marchado luego de hacerle una breve visita. Dudaba que pudiera ser su tío o lord Hay no hubiese tenido aquella expresión tan relajada. ¿Acaso se trataría de Gregory? Su corazón dio un salto y caminó lo más deprisa que pudo hasta llegar al salón. Para su sorpresa, era una mujer la que aguardaba allí.

La dama se puso de pie y le sonrió con amabilidad yendo a su encuentro con las manos extendidas.

―María, ¿no te acuerdas de mí?

―¿Señorita Dubois? ―dijo atónita.

―¡Sí! ―Su profesora favorita se acercó a ella y le dio un abrazo―. ¡Estás tan bonita y has crecido tanto! ¡Ya eres toda una mujer!

―¡Me alegra tanto verla! Pero… ¿cómo ha sido esto posible? ¿Conoce usted a lord Hay?

―Sentémonos a conversar y te lo explicaré todo.

Luego de acomodarse en el sofá y de rememorar algunos viejos momentos, la señorita Dubois le contó la verdad:

―El señor Hay fue quien dio con mi paradero, a través de un inspector privado. ¡Se tomó mucho trabajo para encontrarme, pero me alegro que haya hecho ese esfuerzo! Según me dijo, te ibas a sentir muy feliz de verme otra vez.

―Y lo estoy ―afirmó María, aunque estaba un poco confusa. A la única persona a la cual le había contado de la señorita Dubois era a Gregory―. ¿Cuándo se refiere al señor Hay me está hablando de lord Hay, el caballero que le ha traído a verme?

―No, de su hermano. Fue a mi encuentro una tarde a la salida de mi colegio, y quedamos en que hoy me recogiera para venir a hacerte la visita. Sin embargo, fue su hermano, lord Hay, quien finalmente me acompañó.

Las manos de María temblaron al saber esto. ¡Gregory se había tomado todo el interés posible para encontrar a la señorita Dubois y darle una alegría! Sus ojos se llenaron de lágrimas.

―No imagina lo feliz que me hace volver a verla, señorita Dubois. Las muchachas nos sentimos desoladas cuando descubrimos que la despidieron… Yo intenté encontrarla después, pero no tuve éxito.

―Te agradezco tus palabras, María. Por fortuna hallé una colocación como maestra poco después y he seguido dedicada a la enseñanza. El señor Hay me contó que estás publicando para La Fronde. ¡Me he sentido tan orgullosa de eso!

Las mejillas de María se ruborizaron un poco. ¡Gregory había hablado mucho de ella!

―He seguido su ejemplo.

―Y eso me satisface mucho, porque tienes el talento de tu madre.

―¿Usted conoció a mi madre?

―Hace muchos años, cuando éramos muy jóvenes. ―Su rostro se ensombreció un poco, recordando un suceso del pasado que no compartió―. Ella escribía mucho, y llevaba un diario. Tenía una colección de cuentos y una novela empezada… No sé si la habrá terminado, porque luego dejamos de vernos y después… Quedé azorada cuando supe que falleció. ¡Era una mujer muy fuerte y brillante!

―Fue durante mi parto ―le contó María con tristeza.

―Una verdadera lástima y a la vez un castigo de la vida. ¡Ella que tantos deseos tenía de ser madre! Sin embargo, sé que estaría orgullosa de la hija que tiene. ¡Me siento dichosa de haberte reencontrado!

―¿Usted sabía que yo era la hija de Clementine cuando nos impartió clases?

―Sí, lo sabía, pero preferí no decir nada, ya que tu tío me pidió que no te hablara de ella… Fue por eso que, cuando supo que en clases les inculcaba ciertas ideas progresistas, se valió de ello como excusa para buscar mi expulsión.

―¡Pero no lo comprendo! ¿Qué podría tener mi tío en contra suya? ¿Y por qué prohibirle hablar acerca de mi madre?

―Tu tío siempre ha sido un hombre muy severo, y tú te pareces demasiado a tu madre. Su espíritu se quedó contigo, y quizás tuviera miedo de que alentara en ti esa independencia que ella ambicionaba. Sea como fuere, las cosas se dieron de esa manera.

―Comprendo. ―A pesar de ello, María tenía la sensación de que había parte de la historia que no le había hecho. ¿Llegaría en algún momento a saber toda la verdad?

―Ahora cuéntame de tu prima, Claudine. ¿Cómo está ella? ¿Siguen tan unidas como antes?

María se volvió a animar. Habló de su prima y de cuánto le hubiese gustado encontrarse con ella también. La conversación se tardó un poco, hasta que la señorita Dubois anunció que era momento de marcharse, aunque le aseguró que volverían a verse. Lord Hay tuvo la amabilidad de enviar a su cochero con la señorita Dubois hasta su casa. La joven permaneció a su lado mientras decía adiós al coche que se alejaba.

―Me alegro que hayas disfrutado de la visita ―comentó Edward en el jardín.

―No tengo palabras para agradecerle, lord Hay, por todo lo que hizo. También me gustaría agradecerle a su hermano.

―En efecto, él ha sido el artífice de todo, yo apenas he colaborado un poco ―respondió―. Espero que Gregory venga a pronto a verte.

María se sorprendió ante sus palabras. ¿Acaso sabía algo de lo que sucedía entre ellos? Negó con la cabeza, dispuesta a no dejarse preocupar por nada. Estaba tan contenta por aquel reencuentro, que solo ver a Gregory podría superar aquella felicidad.

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