Extra: Noche de pasión
Una luminaria plateada brillaba a media luz en lo alto de la habitación y la mantenía en una sugerente penumbra. Los besos y los suspiros se entretejían en una melodía sensual apenas percibida. Lysandro se estremeció en el colchón cuando Karel jaló el lóbulo de su oreja suavemente con los dientes, sus dedos se aferraron a la sábana. El príncipe hundió el rostro en su cuello y le acarició la piel con la punta de la nariz. El aliento tibio desencadenó un temblor y otro gemido, el cual se añadió a la dulce sinfonía.
Y de pronto, una nota disonante y aguda rompió la tonada que ambos construían. Sin embargo, el príncipe pareció no escucharla, tan entretenido estaba devorando su piel. Lysandro apretó los ojos y se mordió el labio inferior antes de hablar.
—Karel...
—¿Hum? —preguntó sin dejar la labor de lamer y mordisquear.
El sonido aumentó en intensidad y Karel no tuvo más remedio que depositar un último beso en el hombro que apenas acababa de desnudar.
—Iré yo —dijo levantándose de la cama mientras le dirigía una mirada cargada de deseo—. No te muevas, no tardaré.
El llanto que provenía de la flor vesa en la mesita junto a la cama escaló hasta alcanzar tal intensidad, que esta vibró como si estuviera a punto de explotar. Karel arrugó el rostro, aterrado, y Lysandro ocultó la risa con su mano.
—Acabamos de alimentarla y dormirla —se quejó el príncipe—. ¡No es posible que se haya despertado tan pronto!
—Iré yo —Lysandro se incorporó en el colchón.
—No —lo detuvo Karel—, no tardaré. Puedo hacerlo, confía en mí.
—De acuerdo, pero si se te dificulta, llámame, ¿sí?
La pequeña Kalis pegó otro alarido que amenazaba con despertar a los animales en el establo.
—¡Voy, cariño!
Karel salió de prisa. Lysandro sonrió divertido, se apoyó en uno de sus codos y miró la pequeña flor encantada. Había otra en la habitación de la bebé que les transmitía cualquier sonido o su llanto, como en ese instante.
Más temprano estuvieron de compras en la aldea y luego visitaron la madriguera de Fuska. Kalis había jugado con los cachorros tanto, que una vez llegaron a la casa, Lysandro la bañó, la alimentó y ella se quedó profundamente dormida. De eso no hacía ni siquiera una sexta. Suspiró, su esperanza de tener una noche apasionada con Karel se desvanecía rápidamente.
El llanto que provenía de la flor no paraba, Lysandro comenzó a preocuparse. Se levantó y se calzó con las zapatillas, pero cuando ya iba a salir, notó que la bebé ya no lloraba, así que decidió esperar. No obstante, el tiempo pasaba y Karel no volvía.
Lysandro observó la flor.
—Ningún sonido. Qué extraño.
Decidió ir al cuarto de su pequeña hija. A medida que se acercaba a la habitación por el pasillo, escuchaba con mayor claridad la voz emocionada de Karel. Empujó la puerta sin hacer ruido y se maravilló del espectáculo.
En el aire flotaban varias figuras brillantes y se movían al son de las manos de Karel, mientras este contaba una historia. Kalis las miraba desde la cuna con sus ojitos verdes emocionados; trataba de agarrarlas y decía palabras como «ven» y «mío».
—Hay un río espléndido que nunca se congela, repleto de peces de colores.
A la señal de su mano, se materializó un pequeño cardumen que rodeó a Kalis, como si nadaron a su alrededor. Las manitas gorditas de la niña intentaban atraparlos mientras reía.
—Y en los establos del Palacio Adamantino no solo hay caballos, sino también hipogrifos.
Una bestia impresionante, con la cabeza de águila, alas enormes y cuartos traseros de felino, alzó el vuelo entre unas montañas hechas de pura magia.
—Allí estudió tu padre —dijo Karel, con la voz vibrante por la emoción—. Hay un río cristalino y una cascada atravesada por un arcoíris, bañada por miles de gotas como cristales iridiscentes. Y decenas de árboles de...
Lysandro carraspeó y terminó de entrar en la habitación. Dio una rápida mirada a las figuras, que ya eran decenas entre los peces que seguían nadando alrededor de la cuna, los hipogrifos volando, la cascada, las montañas y el palacio.
—Creo que así nunca se va a dormir —dijo con suavidad.
Kalis daba pequeños saltos en la cuna intentando capturar a algún pez. Lysandro la tomó en sus brazos y se sentó con ella en la mecedora de madera.
—Lo siento —se disculpó Karel—, no dejaba de llorar, así que decidí contarle una historia. No quería molestarte y desactivé la flor vesa.
—Ya veo.
Estrechó a la pequeña contra su pecho y comenzó a mecerla. Karel desapareció todas las figuras, pero antes de que la bebé llorara decepcionada, hizo aparecer una pequeña corona de flores que giraba de forma delicada frente a ella. Lysandro empezó a cantar en voz baja una canción de cuna. Poco a poco, los ojitos verdosos se cerraban.
Estuvieron cerca de una sexta durmiendo a Kalis, cuando por fin lo lograron, la colocaron con suma delicadeza en la cuna. Karel la cubrió con la manta y dejó las flores flotando sobre ella, de modo que si volvía a despertar, las mirara y se durmiera otra vez.
Salieron de puntillas de la habitación y entraron a la suya.
—¿En dónde nos quedamos? —Karel lo abrazó por la cintura y lo miró con una sonrisa traviesa.
Lysandro sonrió, los ojos le picaban del cansancio, aun así lo besó en la boca y caminó hacia atrás, hasta que ambos cayeron en la cama. El colchón, tan suave y con esa ligera fragancia a flores y lluvia del perfume de Karel, cerró los ojos, los párpados le pesaban. Casi de inmediato, sintió el calor del príncipe a su lado; se movió un poco y se abrazó a la firmeza de su cuerpo. Los dedos morenos se deslizaron sobre su cabeza y le acariciaron el cabello.
Cuando volvió a abrir los ojos, los rayos del sol se colaban por las rendijas de la ventana y Karel continuaba dormido a su lado, abrazándolo.
«Otro día será» pensó al recordar los planes de la «noche de pasión» que habían hecho. Se ciñó más a él, dispuesto a seguir durmiendo mientras la pequeña Kalis se los permitiera.
*** Dios mío, ya sé qué están pensando ¿Hasta cuando we? No sé, les juro que no sé. Me levanté pensando en ellos y esto lo escribí en una hora. Perdón por tan poco y gracias a los que volvieron. Felices fiestas.
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