Extra M-Preg: "¿Qué pasaría si Lysandro se toma la píldora roja?"
https://youtu.be/2wlWMAZ42PI
***********************************ANTES DE LEER*************************************
Hola a todos. Antes que nada una advertencia: este extra contiene Mpreg eso quiere decir embarazo masculino. Si no te gusta la temática puedes saltarla, no pasa nada. A parte de este habran 3 extras mas que puedes disfrutar.
Había querido dejar esta pequeña historia para el final por que en realidad no formará parte oficial de la novela. Sin embargo, decidí subirla hoy por que es hoy el dia del amor y la amistad y este extra contiene muchas clases de amor: amor romántico, amor fraternal, el amor que le tenemos a nuestras mascotas y el que estas sienten por nosotros, amor por el projimo, amor por nosotros mismos y amistad.
En vista de todo eso, decidí publicarlo hoy y espero de todo corazón que lo disfruten tanto como yo disfruté escribiéndolo. Son 7 mil palabras, así que pónganse cómodos.
Espero que pasen un hermoso San Valentín y que tengan alguna de estas clases de amor o muchas de ellas en sus vidas
—¿Desde cuándo dice que se le está cayendo el cabello? —preguntó Lysandro mientras sumergía la pluma en el tintero.
—Hará cosa de unas tres lunaciones atrás —contestó la mujer estrujándose las manos sobre el regazo.
Lysandro anotó las palabras de ella en el cuaderno, luego subió el rostro y la observó: las cejas levemente fruncidas al igual que los labios, los hombros un poco encorvados y los ojos negros que lo miraban con intensidad. Llevaba la cabeza cubierta con un pañuelo por el cual se escurrían algunos mechones delgados de cabello castaño.
—¿Habéis notado si el corazón os late más rápido de lo habitual? ¿Si a veces os falta la respiración? —preguntó Lysandro y la mujer frunció más el ceño—. ¿En estas tres lunaciones desde que se os comenzó a caer el cabello, os ha ocurrido algo relevante?
—¿Relevante? —preguntó ella desconcertada— ¿Cómo es relevante?
—¿Ha ocurrido algo fuera de lo normal en vuestra vida?
Ella bajó la mirada y una lágrima cayó sobre sus manos.
—Mi esposo murió recientemente.
—Entiendo —contestó Lysandro—. ¿Hace un poco más de tres lunaciones?
La mujer abrió muy grande los ojos.
—¿Creéis que su espíritu me ha embrujado? ¿Debo buscar un vidente, un hechicero? Escuché que vuestro esposo es hechicero, tal vez pueda ayudarme.
Lysandro se sorprendió de la deducción a la que había llegado la mujer y sonrió ligeramente.
—Oh, no. No creo que se trate de algún fantasma resentido. Creo que vos estáis muy triste por la desaparición de vuestro esposo. A menudo, la tristeza profunda nos hace doler el cuerpo y trae consigo síntomas que no podemos comprender. Intentad tomar tiempo para vos. Tal vez largos paseos al aire libre por la tarde o en las mañanas puedan ayudaros, así como reuniros con amigos y familiares que os aprecien. Intentad también pedid ayuda en la administración de los bienes que os haya dejado vuestro esposo.
—No tengo más familia. Éramos solo mi esposo y yo.
Lysandro notó cómo su rostro se ensombreció todavía más, la incertidumbre lo cruzaba. Era una reacción que veía a menudo. Casi todos los que solicitaban su ayuda tenían la esperanza de que él les recetara alguna pócima mágica y curarse de inmediato, pero a menudo las cosas no funcionaban así. El joven suspiró.
—¿Me estáis diciendo que mi cabello se cae debido a la tristeza?
—Así parece. Hagamos algo, señora Libia, venga el primer y tercer día de cada semana por las tardes. Un pequeño grupo de personas nos reunimos durante una sexta en este pequeño saloncito. Siempre hacemos alguna actividad divertida mientras conversamos qué tal llevamos nuestras vidas, surgen buenos consejos cuando planteamos nuestros problemas. A veces, simplemente nos reímos mientras disfrutamos de una taza de té.
—¿Eso hará que mi cabello deje de caer? —Ella continuaba incrédula.
—Podemos intentar al menos por media lunación. Si no funciona, os prometo que buscaré otra solución a vuestro problema.
La mujer se levantó con un suspiro.
—Aceptaré porque muchas personas me han dicho que sois muy bueno en eso de sanar, pero no estoy muy convencida de vuestros métodos.
Diez años atrás, cuando Lysandro llegó allí huyendo desde Vergsvert lo hizo con el corazón destrozado. Creyó que nunca más vería a Karel aunque el hechicero le había prometido que lo buscaría. También estaba lleno de culpa por la muerte de Jensen. Día tras día no encontraba un motivo por el cual seguir viviendo. Levantarse de la cama era algo casi imposible, más de una vez fantaseó con terminarlo todo, pero el simple hecho de hacerlo suponía un esfuerzo enorme que él no era capaz de realizar.
Entonces aparecieron Mirla y su esposo.
Ella iba cada día a visitarlo. Mirla lo ayudó a sembrar el huerto y le regaló una cabra. Después llegó Fuska. La compañía de ambos poco a poco lo sacó de la depresión, junto a ellos empezó a sentirse valorado y querido.
Cuando el esposo de Mirla murió, Lysandro fue el sostén de Mirla, le devolvió todo lo que ella un día hizo por él. Finalmente, llegó el pequeño Lys y la vida de ambos se llenó de color. La compañía de sus amigos fue lo que lo salvó de la muerte. Poder hablar con alguien sin ser juzgado. Por eso él sabía que en casos como el de la señora Libia tener personas con quien hablar era invaluable.
—Entiendo. —Lysandro también se levantó—. Mañana tendremos una de las reuniones de las que os hablo. Me gustaría mucho que pudierais venir.
—¿A tomar té?
—Y conversar. —Lysandro sonrió.
La señora Libia se despidió y el joven cerró la puerta. Le colocó el tapón al tintero, guardó la pluma y el cuaderno en el cajón y apagó la lámpara de aceite. Movió el cuello hacia adelante y atrás y estiró su espalda. La tarde casi llegaba a su fin, en poco tiempo Karel estaría de regreso. Salió de la pequeña habitación por la otra puerta que daba al salón de la casa.
Se dedicó a encender las lámparas y los braseros, pues la casa se hallaba a oscuras y fría. Entró en la cocina y suspiró, estaba cansado y no le apetecía cocinar. Por fortuna había pan, queso ahumado, algunos pepinillos encurtidos e hidromiel que Karel había traído de la Aldea.
No quería cocinar, pero tenía mucha hambre. De pronto, le asaltó el deseo casi irresistible de comer setas asadas. Comenzó a rebuscar en los anaqueles de la cocina, le pareció que tal vez tendría algunas guardadas.
Buscó y rebuscó y no encontró nada.
Lysandro encendió el fogón para calentar la estancia. Sacó platos, el queso, el hidromiel y el pan, dejó todo sobre la mesa y se dispuso a esperar por Karel para cenar juntos. Sin embargo, continuaba pensando en los champiñones asados, al punto que sentía la boca volvérsele agua. De pronto recordó que había visto algunos entre las raíces de los árboles detrás del establo. El joven se abrigó y salió de la casa.
Era casi invierno y estaba por anochecer, así que se cerró la capa. Tuvo que adentrarse en el bosque más de lo que hubiera querido hasta que logró encontrar unos champiñones, grandes, blancos y suaves. Los cortó con la pequeña navaja y los colocó en la cesta. Tenía muchas ganas de rociarlos con un poquito de aceite, algunas hierbas y asarlos, podía sentir el delicado sabor en la boca. Acuclillado entre grandes raíces. tomó uno y lo sacudió un poco, lo frotó contra el pantalón para quitarle la tierra y lo acercó a su boca.
—¿Qué haces aquí?
La sorpresa lo hizo caer sentado en la tierra húmeda.
Lysandro se giró con la seta en la mano.
—¡Karel! ¡Me asustaste!
—¡Lo siento! También me asusté. Llegué a casa, vi la mesa preparada, pero tú no estabas por ninguna parte.
—¡Discúlpame! Debí dejarte una nota. —Se puso de puntillas y le dio un beso corto en los labios, luego se separó y le mostró la cestita con las setas—. ¡Quiero preparar champiñones asados! ¿Te gustaría?
—¿Champiñones asados? —El hechicero lo miró con algo de sorpresa—. Creí que comeríamos pan y queso, es lo que dejaste sobre la mesa.
—Ah, sí. ¡Pero quiero comer de estos!
—Está bien. —Karel se acercó de nuevo y le rodeó la cintura, volvió a besarlo en la boca—. No sabía que te gustaban tanto los champiñones.
Lysandro lo tomó de la mano, mientras caminaban de regreso meditó un poco en lo que había dicho Karel.
—Es extraño. En realidad no me gustan tanto, nunca he pensado en cultivarlos, sin embargo, hoy tengo muchas ganas de comerlos. Mañana intentaré sembrar algunos. ¿A ti te gustan?
Karel rio un poco y subió los hombros.
—Lo normal, supongo.
De regreso en la casa, Lysandro se dedicó a asar los champiñones mientras Karel cortaba en rebanadas el pan, el queso y servía el hidromiel en vasos largos. A medida que preparaban los alimentos, charlaban de como les había ido en el día. Karel tenía poco más de cuatro lunaciones enseñando en la aldea. Instruía en la lectura, escritura y música. Aunque no tenía más que dos alumnos, el hechicero estaba conforme y esperaba que con el tiempo otros niños se sumaran.
Cuando todo estuvo listo, se sentaron a comer y continuaron conversando. Sin darse cuenta, Lysandro devoró las setas y apenas dejó un pequeño trozo en el plato.
—Lo siento. —Se mordió el labio inferior, apenado.
Karel rio mirando el plato casi vacío.
—Cómetela, no hay problema —dijo el hechicero—. Creo que te gustan mucho.
Lysandro tomó el pedazo con el índice y el pulgar y lo llevó a los labios del hechicero.
—No, está es para ti.
Karel abrió la boca, tomó con los dientes la seta y en el proceso pasó la lengua tibia por la punta de sus dedos. Era una clara invitación a la seducción.
—¡Está delicioso! ¿Qué sucede, Lys? ¡Te has puesto muy pálido!
Lysandro se levantó muy rápido de la mesa, tapándose la boca. Corrió y salió de la casa. Afuera, vomitó todo lo que se había comido. Cuando terminó, vio con tristeza las setas en el suelo, parcialmente digeridas, que tanto había disfrutado durante la cena.
—¿Qué pasó? —preguntó Karel detrás de él—. ¡Te has puesto enfermo! —El hechicero lo giró y le tocó la frente con la mano, luego le examinó los ojos—. ¿Te duele algo, mi amor? Quizás te has vuelto a resfriar.
Lysandro parpadeó. Unas lunaciones atrás había tenido fiebre y mucha tos, se había sentido tan mal que Karel tuvo que quedarse varios días en casa, cuidándolo.
—No sé, no lo entiendo —respondió el joven. Entró y cerró la puerta detrás de sí—. No he estado indispuesto en todo el día y ahora tampoco me siento mal ni me duele nada. Solamente tuve unas repentinas ganas de vomitar. —Suspiró con pesar—. Me gustaron mucho esas setas, es una lástima que las haya vomitado.
Karel lo miró con preocupación.
—Me quedaré contigo mañana.
A pesar de que Lysandro no se sentía mal y creía que no era necesario que Karel interrumpiera sus actividades por un simple vómito, no pudo evitar que cambiara de parecer.
Ese día no ocurrió nada. Lysandro recibió a sus pacientes por la mañana y en la tarde dirigió la reunión a la que había invitado a la señora Libia. Poco a poco ella fue abriéndose. Él se complació cuando al final de la misma, la señora le confesó que sentía su corazón más ligero y que regresaría a las siguientes reuniones.
La tercera mañana luego del episodio del vómito, Lysandro se desmayó.
Como cada día, salió para despedir a Karel antes de que este se fuera a la aldea a impartir las clases. Un extraño calor se esparció por su cuerpo y se alojó en su cabeza, el mundo se oscureció a su alrededor y ya no supo nada más de sí.
—¡Mi amor! —Apenas abrió los ojos, la voz del hechicero sonó preocupada— ¿Cómo te sientes?
Lysandro parpadeó y se dio cuenta de que se encontraba acostado en la cama de ambos. El ambiente alrededor era tibio a causa de la magia de Karel que lo envolvía como una brillante manta. Una pequeña luminaria plateada flotaba a un lado del lecho.
—Creo que voy a...—No terminó de hablar. Un líquido ácido subió desde su estómago hasta su boca. Lysandro se giró y escupió a un lado, tenía náuseas otra vez.
No entendía qué le ocurría. Tal vez sí había vuelto a enfermar, como creía Karel y tenía que ser algo grave, de otra forma el hechicero no lo vería con ese rostro tan serio. Se limpió los labios con el pañuelo que le ofreció y suspiró.
—No te preocupes. —Lysandro le acarició la mejilla—, debe ser algo pasajero.
Karel agachó el rostro.
—No estés así, pronto me recuperaré —le dijo mientras se incorporaba en la cama.
Karel dejó de cubrirlo con su magia y lo miró con el ceño fruncido.
—Algo muy extraño te sucede, amor.
A Lysandro el corazón se le hundió en un pozo oscuro, le pareció que la situación con él era realmente mala.
Pasó tanto tiempo deseando morir y nunca sucedió. Ahora que por fin era feliz... No era justo. Miró el rostro moreno del hombre a su lado y se sintió devastado. No quería ni imaginar todo lo que sufriría Karel si él dejaba de existir. Estaba seguro, iba a morir. Dejaría solo a Karel y este se pondría infinitamente triste. Tendría que hablar con su pequeño grupo de apoyo y pedirles que cuando él ya no estuviera, no dejaran solo al hechicero, que lo ayudaran a superar la pérdida.
—Voy a morir, ¿verdad?
—¡¿Qué?! —Karel lo miró espantado—. ¡No! No es eso.
—Entonces, ¿qué sucede? ¡Fueron los hongos! Aunque estoy seguro de que no eran venenosos. Tal vez no debí agregarles tantas especias. Tuvo que ser eso.
Karel sonrió y le peinó hacia atrás el cabello negro con los dedos.
—Tampoco fueron los hongos. Mientras te cubría con mi savje, pude sentir el tuyo. Es fuerte y vigoroso, no ocurre nada malo con él.
Lysandro no estaba entendiendo la situación. Si Karel no había detectado nada malo, ¿a qué se debían las náuseas, los vómitos y el desmayo? ¿Y por qué él continuaba mirándolo con preocupación a pesar de la sonrisa?
—Lo que me pareció curioso —continuó Karel— fue percibir otro savje en tu interior.
—Otro savje. ¿Qué quiere decir eso? ¿Estoy poseído? ¿Algo se metió dentro de mí?
Hacía algún tiempo había escuchado de un caso así. Un draugr poseyó a un hombre y lo hizo hacer cosas extrañas. Karel volvió a sonreírle con ternura.
—Creo que algo sí se te metió adentro. —Volvió a acariciarle el pelo—. En realidad, fui yo quien lo metió.
—¿Tú? ¿Me metiste algo? —Continuaba sin entender lo que trataba de decirle Karel, pero estaba seguro de que debía ser algún error. Quizás por accidente algo referente a la magia del hechicero lo hizo enfermar—. ¿Qué me metiste?
Karel sonrió apenado antes de decir la cosa más absurda que Lysandro hubiera escuchado jamás.
—Un bebé.
¡Tenía que ser un error!
Karel estaba muy preocupado por él y por eso decía tonterías.
—¿Cómo que un bebé? —Lysandro se sentó del todo—. ¿Cómo metiste un bebé dentro de mí?
—Bueno, amor, llevamos haciéndolo todos los días desde que estamos juntos, en ocasiones varias veces en un día.
Lysandro se pasó las manos por el rostro. La situación era descabellada.
—¡Karel soy un hombre! ¡Los hombres no pueden..! —De pronto, el recuerdo de una píldora roja en una primorosa cajita llegó a su mente—. ¡Ay, maldita sea!
Apartó las mantas y se levantó de prisa. Se tambaleó un poco debido al mareo, sin embargo, no volvió a sentarse, sino que bajó las escaleras y luego corrió hasta llegar a su consultorio. Detrás de él, Karel lo seguía, llamándolo para que volviera a acostarse.
Lysandro abrió la puerta y encendió una de las lámparas de aceite, la tomó y fue con ella hasta el anaquel donde guardaba sus pócimas.
Casi seis lunaciones atrás, cuando llegaron de Nurumarg, Lysandro desempacó los obsequios y los perfumes que Karel le había comprado en el festival. No sabía cómo, pero la misteriosa píldora roja que el vendedor le había dicho que tenía la propiedad de hacer que aquel que la ingiriera se embarazara, estaba dentro de la bolsa con los perfumes. Él la sacó y la dejó en el anaquel, quería examinarla y ver su composición, pero se olvidó y nunca más pensó en ella.
—Lys, ¿qué te ocurre? —preguntó Karel detrás de él—. ¡Me estás asustando!
Lysandro rebuscó entre tarros, y potes. Movió bolsitas con ramas secas. Casi echó abajo todo el estante y sus anotaciones, la maldita píldora no estaba por ninguna parte. Se detuvo y llevó detrás de las orejas los mechones negros que tenía en la cara. Trató de serenarse y pensar.
—Mi amor, cuéntame qué pasa. No es tan terrible que estés embarazado.
Lysandro sintió que se le desencajaba algo en el rostro cuando miró a Karel. ¿Cómo no iba a ser terrible?
—¡Lo siento, lo siento! —Karel retrocedió asustado.
Lysandro se dio la vuelta y siguió buscando.
—¿Dónde está? —preguntó para sí.
Pero entonces a su mente acudió un recuerdo borroso.
Casi cuatro lunaciones atrás, Lysandro se había resfriado. El primer día se sintió muy mal. Karel no estaba en la casa y él, muy mareado y con fiebre, fue a su anaquel a buscar unas píldoras para aliviar el dolor de cabeza. Ahora veía las píldoras para el dolor, ahí, intactas. ¿Sería posible que se hubiera confundido y por error terminara ingiriendo la otra, la roja? Lysandro se tumbó en la silla, apoyó los codos en las rodillas y dejó caer la cabeza entre las manos.
—¡Malditos dioses! —exclamó entre dientes, abatido—. Sí, estoy embarazado. Esto es...
—Maravilloso.
Karel se situó a su lado y le acarició la cabeza, Lysandro la recostó de su abdomen. Todavía no podía creer lo que estaba pasando.
—Es una locura —susurró Lysandro, cerró los ojos y le contó la historia de la píldora.
El hechicero se agachó frente a él cuando terminó de hablar y le sujeto los costados del rostro para poder mirarlo a los ojos.
—Esas píldoras, he escuchado sobre ellas. En Holmgard hay un sorcere experto en refinar que las fabrica. ¿Por qué no me contaste?
—Pensé en hacerlo, pero luego tú remodelaste la casa y yo estaba tan feliz y emocionado que lo olvidé.
Karel le tomó las manos entre las suyas y le besó los nudillos.
—Tienes miedo —le dijo el hechicero con una dulce sonrisa.
—¿Tú no?
—Un poco. Pero mi felicidad es mayor.
Lysandro lo miró, no estaba seguro si debía besarlo o golpearlo.
—No podemos tener sexo hasta que nazca el bebé —dijo muy serio, mirando los ojos verdes frente a él.
—¡¿Qué?! —le preguntó horrorizado, Karel—. No hay motivo para...
—¡Claro que hay motivo! No es justo que yo sea el único que sufra. —Lysandro deseaba venganza.
—Mi amor. —Karel estaba a punto de echarse a llorar.
Salió del baño con una delgada túnica de lino blanco abierta al frente a través de la cual se veía el abdomen que empezaba a notarse abultado.
—¡Eres tan hermoso! —le dijo el hechicero.
Lysandro se sentó en su lado de la cama.
—¡Eres tan mentiroso!
—¿Cómo qué mentiroso? Seré muchas cosas, pero nunca te he mentido. Sigues siendo lo más hermoso que he visto en mi vida. —Karel colocó una mano sobre su abdomen y acercó el rostro—. Y tú también serás hermoso. —El hechicero subió el rostro y lo miró con los ojos muy abiertos, sorprendidos—. ¡Se está moviendo mucho! ¡Está saltando!
Lysandro rio.
—Creo que tiene hipo.
—¿Hipo?
—Recuerdo que también le sucedía a Mirla estando embarazada de Lys. Cuando saltaba así, ella decía que tenía hipo. —Karel se acercó más y comenzó a dejarle muchos besos sobre el abdomen— ¡No! ¡Me haces cosquillas! ¡Ah!
Lysandro se recostó en las almohadas con una sonrisa.
—No tendremos sexo —dijo disfrutando de la expresión de pena en el rostro de Karel.
—Lo sé.
Karel también se recostó en las almohadas. De soslayo Lysandro lo veía mirar el techo.
—No entiendo por qué estoy castigado —se quejó el hechicero.
—Pues, por estar feliz de verme convertido en una enorme bola. —Lysandro giró en la cama hasta quedar de costado frente a Karel—. No te quejes, hasta hace poco estuvimos haciéndolo.
—No me quejo, sigo estando muy feliz. No te enojes. —Karel puso una mano en su mejilla y le besó los labios—. Después de que nazca el bebé iré a Nurumarg y compraré otra píldora.
—¡¿Qué?! Si haces eso nunca más volveré a acostarme contigo. Hablo en serio, Karel.
A pesar de lo que había dicho, Karel se rio y volvió a besarlo.
—Yo tomaré la píldora.
Lysandro se sorprendió.
—¿Por qué harías algo así?
Karel subió los hombros.
—Creo que es lo justo.
—Eres sorprendente, Karel, ¿lo sabías?
—Eso me ha dicho mi hermoso esposo, algunas veces, cuando no está molesto conmigo.
Lysandro le rodeó el cuello con los brazos. Comenzaba a ser un poco difícil acceder a su boca debido al prominente abdomen, así que fue Karel quien se levantó un poco y lo besó a profundidad.
Realmente, Lysandro no podía estar sin los besos de Karel, pero le encantaba ver en sus ojos el sufrimiento cada vez que le decía que no lo harían mas, sin embargo, nunca fue así.
Los besos eran esparcidos por su hombro y su cuello, cerró los ojos dejándose llevar por el deseo y las palmas ardientes que lo acariciaban.
Karel se había vuelto todo dulzura y seda suave. Lysandro tenía que reconocer que desde que estaba embarazado deseaba más el sexo y este le complacía grandemente, sobre todo las atenciones que recibía de parte del hechicero.
Buscaba siempre una posición en la que estuviera cómodo y encontrara satisfacción. Y luego, cuando lo penetraba, las embestidas eran lentas y profundas, lo cubría de besos que le robaban el aliento. En esas lunaciones que llevaba embarazado había tenido los mejores orgasmos de su vida.
Cada vez se sentía más pesado. Se miró al espejo y se encontró con que su rostro era todo nariz. Lysandro suspiró, nunca pensó que llegaría el día en que añoraría ver su cara de siempre reflejada en un espejo.
Las fragancias y las cremas perfumadas habían sido sustituidas por otras sin aroma, los olores fuertes seguían produciéndole náuseas. Por fortuna, ese era el único síntoma desagradable de su embarazo.
Se colocó el pantalón muy muy ancho que ahora usaba, una túnica de lana y salió de la habitación, Karel se había marchado muy temprano cuando él todavía dormía.
Bajó y el ruido de platos y ollas en la cocina lo sorprendió.
—Brianna, ¿qué haces?
Lysandro entró y vio la mesa preparada con fuentes llenas de guiso, pan en rodajas, frutas y vino de pera y muchas frutas en bandejas de plata, que no eran suyas. Dos de las doncellas que habían viajado con la reina de Vergsvert colocaban platos sobre la mesa y se encargaban de la olla humeante sobre el fogón.
—¡Te levantas temprano! —dijo la muchacha acercándose a él y besándolo en la mejilla—. Cuando estuve embarazada del pequeño Arlan no me despertaba sino después de mediodía.
Lysandro por un momento no supo qué decir, estaba feliz de tenerla en su casa, aunque al mismo tiempo le resultaba extraño.
—Debí ser yo quien preparara todo esto para ti. Eres mi invitada.
Brianna rio.
—Tonto, déjame consentir a mi hermano mayor. —Lo abrazó de costado—. Hace mucho que no te veía. Tienes la panza enorme, cuando yo estaba así lo único que deseaba era dormir y que me mimaran.
—Gracias por venir, Brianna. —Lysandro se sentó en una de las sillas, la mujer lo hizo frente a él—. Aunque lamento que hayas tenido que dejar a los niños en Vergsvert.
—Traerlos hubiera implicado venir con sus nanas y hubiera sido más personas. —Ella suspiró—. Se molestaron mucho, sobre todo Deyanara. Los recuerda a ti y al pequeño Lys con cariño.
—Yo también la recuerdo con cariño y me hubiese encantado conocer al pequeño Arlan.
—Ya habrá tiempo después. Ahora solo quiero dedicarme a ti.
—No estoy enfermo, ¿sabes?
Brianna le agarró la mano por encima de la mesa y rio.
—Lo mejor de estar embarazado es que todo el mundo te consiente, deberías disfrutarlo.
—Disfruto que me consientan.
—Apuesto a que Karel te consiente mucho. —Brianna lo miró con picardía y él se sonrojó.
Una de las doncellas sirvió el guiso y las papas asadas en los platos, olía delicioso y Lysandro tenía mucha hambre.
—Me alegro —continuó Brianna—, porque de ahora en adelante solo descansarás. ¿Ya has preparado las cosas del bebé?
Lysandro tragó y bebió un poco de agua.
—Karel se ha encargado de eso. Cada vez que viene de la aldea trae algo nuevo. Le ha encargado a una costurera mantas y mucha ropa. El bebé tiene tanta que estoy seguro de que no alcanzará a usarla toda. —Cada vez que pensaba en lo emocionado que estaba Karel por el bebé, el corazón de Lysandro se calentaba, a veces incluso sentía algunas lágrimas aflorar a sus ojos—. Le ha hecho una cuna preciosa. Te llevaré después de comer a la habitación del bebé.
—¿Será que todos los sorceres son así? —Brianna sonrió con dulzura—. ¿Cómo te sientes con todo esto, tan inesperado?
Lysandro suspiró.
—¿Inesperado? ¡Es una locura, Brianna! Karel dice que ha pasado antes, que esa píldora es frecuente en Holmgard, pero yo nunca esperé, jamás pensé... —Se quedó en silencio un breve instante, luego sonrió con ternura—. Es hermoso sentirlo aquí dentro y pensar en el bebé. A menudo imagino su rostro o como será tenerlo en mis brazos, pero también tengo miedo.
—Es muy normal que tengas miedo. Aunque estoy segura de que serás un padre ejemplar. Recuerdo cómo eras con Cordelia, lo mucho que la amabas, cómo la cuidabas. También te he visto con Lys, ese niño te adora.
—No quiero que mi hijo sufra. —Lysandro se llevó la mano al abdomen prominente y agachó la mirada—. No quiero que nada malo le pase, el mundo es muy cruel.
—Nada malo le va a pasar, tranquilo.
—A veces quisiera que se quedara aquí adentro, libre de todo mal.
Briana sonrió condescendiente.
—Entonces tu hijo no viviría, se perdería de cosas maravillosas y tú no podrás conocer la persona en la que se convertirá.
—Lo sé. —Lysandro suspiró—. Son solo tonterías mías. A veces el miedo regresa.
Brianna se levantó y lo abrazo con fuerza dejándole un beso sobre el pelo.
Terminaron de comer entre anécdotas del embarazo de Brianna y los primeros días de su post parto en Vergsvert, de como su esposo Arlan, la cuidó con total devoción. Lysandro entendía que ella solo quería reconfortarlo, pero con cada comentario, él se ponía más nervioso.
Después subieron al piso de arriba, allí él le mostró la habitación del bebé. Tenía una ventana amplia a través de la cual entraban chorros de luz y cristales tintados, que cuando estaba cerrada convertía esa luz en un espectáculo multicolor.
La cuna de madera con cortinas de gasa blanca estaba en el centro y a un lado una silla mecedora en la que Brianna se sentó para probarla y que le pareció bastante cómoda. Había un tocador de madera pintado de blanco y sobre este peines delicados, espejos de plata, cremas que el propio Lysandro había elaborado, sonajeros lacados, flores mágicas y plateadas que había hechizado Karel y otras cosas más que el príncipe había traído y otras, encargado a artesanos hábiles.
Más tarde se sentaron en el salón con Mirla y el pequeño Lys a comer pastelillos y té que habían preparado las doncellas de la reina.
Todavía faltaba para que Karel regresara de la aldea. A medida que su embarazo se acercaba al final, el hechicero regresaba más temprano, pronto llegarían sanadores desde Holmgard que eran expertos en embarazos masculinos para esperar el momento del nacimiento del bebé.
Mirla le contaba a Brianna cómo fue que Lysandro la ayudó con el parto, cuando este sintió un repentino dolor en las caderas.
—¡Auch! —se quejó.
—¿Sucede algo? —preguntó Mirla, que lo había escuchado pues estaba más cerca de él.
—Debe ser la posición. —El joven se acomodó en el sillón—, a veces me duele la espalda.
Las mujeres continuaron hablando y, de nuevo, el dolor volvió a atacarlo más fuerte, se esparció desde sus caderas al vientre bajo. Lysandro se dobló sobre sí. Mirla se levantó de su asiento para socorrerlo.
—¡Lys!
—¡Ah! ¡Me duele!
—¿Qué te pasa, papi? —El pequeño Lys, angustiado, se acercó a él y le tocó la mejilla.
Lysandro lo miró y forzó una sonrisa.
—No te preocupes, tal vez solo debo... ¡Ah!
—¡Ay, por los pechos de Olhoinna! —exclamó Brianna— ¡Creo que el bebé ya va a nacer!
Mirla se levantó y ayudó a levantar a Lysandro mientras Brianna lo sujetaba del otro brazo.
—¡Ya va a nacer! —exclamó emocionada, pero luego su voz cambió a otra preocupada—. ¿Por dónde nacerá?
Lysandro caminó ayudado por ellas. Cada vez que el dolor aparecía, debía detenerse y aguantar la respiración, sentía que se partiría en dos. No se suponía que debería suceder tan pronto. Karel había acordado con los sanadores de Holmgard que estos llegarían en unos días y cuando el momento se presentara, le realizarían una cesárea. Pero no había sanadores y Karel tampoco estaba.
Después de lo que le pareció una eternidad subió todos los escalones, las mujeres lo llevaron a su habitación y lo acostaron.
—Avisaré a mi hermano —dijo Mirla con voz angustiada—, que busque a Karel en la aldea.
—Llévate a Nocturno —dijo Lysandro desde la cama, con la voz entrecortada por el dolor—, sigue siendo un caballo muy veloz.
El pequeño Lys se sentó a su lado en el colchón y le sujetó la mano con cara de angustia. Lysandro no quería preocuparlo, así que lo miró y como pudo le sonrió.
—Todo va a estar bien. Pronto conoceremos al bebé.
El niño asintió y le apretó más fuerte los dedos que tenía sudorosos.
Otra contracción. Lysandro soltó la mano del niño, aferró con fuerza las sábanas y apretó los dientes mientras pasaba el dolor. Cuando este cedió se dejó caer en la almohada.
—Están siendo muy fuertes y muy seguidas — le dijo Brianna— No es lo usual, se supone que deberían ser primero suaves, como una molestia y luego aumentar de manera gradual.
—He tenido molestias desde hace días.
—¡¿Qué?! ¿Se lo habías dicho a Karel? ¡Ya sabía yo que en el fondo era un irresponsable!
Lysandro negó con la cabeza, sentía la garganta y los labios secos.
—No le dije nada, no creí que se tratara de esto. Pensé que era normal, que eran las molestias por el peso y no poder dormir...
No terminó la oración.
—Respira por la nariz y bota por la boca, te ayudará con el dolor.
—Quiero, quiero pujar. Siento que algo está saliendo... ¡Aaaah! Quítame, quítame el pantalón, Brianna.
—Deberías esperar afuera, Lys. —La reina se giró hacia el niño que tenía el rostro pálido y expresión horrorizada—, dile a alguna de mis doncellas que te dé panecillos y jugo de uvas.
El niño no lo pensó dos veces y salió de la habitación que se impregnó de quejidos ahogados. Brianna hizo lo que le pidió Lysandro.
—¡Ay, por la madre de todos! Creo que sí va a salir por allí.
—¡Aaaah! ¡Karel! ¿Dónde está Karel?
—Pronto vendrá, no te preocupes, Lys.
En el pequeño saloncito, Karel miró la vela de Ormodú que marcaba el tiempo. Apenas había transcurrido una sexta.
Los niños sentados frente a él se afanaban en copiar lo mejor que podían los caracteres con la pluma y el tintero. El hechicero suspiró y pensó en Lysandro, tenía ya que dejar de venir a la aldea, lo hablaría al término de la clase con los padres de los niños. A partir de ese día se quedaría en casa.
Ya se lo había propuesto algunos días atrás, pero Lysandro se había negado, insistía en que Mirla lo ayudaba bastante. Karel estaba seguro de que con Brianna en casa, su esposo continuaría oponiéndose a que él se quedara con él, pero esta vez se impondría, el embarazo estaba muy adelantado. También era tiempo de mandar a buscar a los sanadores de Holmgard, expertos en partos masculinos.
Los gritos de los niños lo sacaron violentamente de sus cavilaciones. Levantó la cabeza y vio la causa del alboroto.
—Tranquilos, tranquilos, niños. Todo está bien, no les hará daño. —Luego se dirigió al felino que caminaba hacia él— ¿Qué haces aquí, Fuska?
El gaupa gruñó y giró la cabeza hacia la salida varias veces.
—¿Quieres jugar? —preguntó, mientras los alumnos se enfurruñaban en sus asientos, asustados—. La verdad, no creo que quieras jugar, nunca te he caído muy bien, así que no comprendo por qué deseas que salga contigo, siempre has preferido a Lysandro, pero él... —El animal gruñó de una forma más aguda cuando Karel pronunció el nombre de su esposo—. ¿Pasó algo? ¿Le pasó algo a Lysandro?
Un relincho afuera de la pequeña casita y luego la puerta se abrió con violencia. Nolan, el hermano de Mirla, entró al saloncito y lo miró con una expresión preocupada. El corazón de Karel se aceleró, ya no tuvo dudas, algo pasaba.
—¿Le sucedió algo a Lysandro?
—Ha comenzado trabajo de parto.
—¡No puede ser! ¡Todavía no es el momento! Los sorceres de Holmgard...
—No hay tiempo para buscar a esos sorceres —le dijo Nolan—. ¡Debes ir de inmediato!
Karel asintió y salió de la casita, Nolan iba detrás de él.
—Por favor —le suplicó Karel—, quédate con los niños, sus padres vendrán pronto.
El joven arrugó la frente, no quería quedarse, sin embargo, Karel no podía dejar solos a sus alumnos.
Montó sobre Nocturno y salió al galope con Fuska corriendo detrás. El Gaupa se perdió en los caminos de la montaña, seguramente llegaría antes que él a Cumbres de Vel.
Karel entró corriendo a la casa, le pareció ver a las doncellas de Brianna y al pequeño Lys sentados a la mesa, pero no estaba seguro, no se detuvo a saludar. Subió de dos en dos los escalones que llevaban a las habitaciones. Desde las escaleras escuchaba voces de mujeres y los quejidos de Lysandro. La sangre se le convirtió en hielo y los pies pesados como roca, tenía un miedo atroz de entrar en esa habitación. Si Lysandro estaba sufriendo no creía tener la fuerza suficiente para soportarlo.
—¡Karel, ¿dónde está Karel?!
La voz llegó hasta él rota y temblorosa. Escucharlo llamándolo fue todo lo que necesitó para cruzar la puerta.
El corazón casi se le detuvo.
Brianna y Mirla se hallaban a cada lado de la cama; subida a esta, estaba una mujer con el cabello lleno de canas, arrodillada entre las piernas flexionadas de Lysandro.
Él estaba allí, en medio de sábanas mojadas por su sudor, líquido amniótico y sangre.
Está última se acumulaba debajo de sus caderas y le corría por los muslos.
El miedo dio paso a la rabia.
—¡¿Qué estáis haciendo?! —Bramó Karel.
Brianna y Mirla lo miraron con los ojos muy abiertos, la partera dio un pequeño brinco en el colchón. Lysandro fue el único que sonrió en medio de un rostro agotado, los ojos negros lo miraron con alivio.
—El bebé debe salir por algún lugar —dijo la mujer con una voz chillona.
—Sí, pero no puede ser por ahí. —Karel se acercó a Lysandro y le acarició el cabello empapado en sudor, que se le pegaba a la frente.
—Estás aquí, ahora todo va a estar bien. —Lysandro le agarró la mano y le sonrió con el rostro pálido y los labios resecos.
—Si no es por allí... —Volvió a hablar la partera—. De cualquier forma es peligroso. Honestamente, nunca antes he presenciado algo como esto.
Tampoco Karel. Sintió cómo le temblaban las rodillas, él no era un sorcere sanador, no tenía experiencia en curar, mucho menos en algo como un parto, ni qué decir en uno masculino. Sin embargo, entendió que la vida de Lysandro y la del bebé estaban en sus manos.
—Necesito mucha leche de borag, un estilete y mantas limpias.
—¿De qué estáis hablando? —preguntó Brianna, angustiada— ¿Y cómo que un estilete? ¡¿Qué pensáis hacer?!
—No quiero que me duermas, Karel. —susurró Lysandro y le apretó la mano—, por... ¡Aaaah!
—¡Yo iré! —se ofreció Mirla y salió de la habitación de prisa.
La partera se bajó de la cama y miró al hechicero, que sostenía la mano de Lysandro. El joven continuaba pujando.
—Si le abrís la barriga, tal vez salvareis al bebé, pero él morirá —dijo la partera en voz baja.
—No lo hará. —De soslayo, Karel vió la expresión aterrada que puso Brianna al oír a la mujer.
—¡No participaré de esto!
La partera se dio la vuelta y salió de la habitación al tiempo que Mirla entraba con lo que él le había solicitado.
—¿A dónde va? —preguntó Mirla, colocando los implementos sobre la mesita.
—No te preocupes, no la necesitamos.
Ella, al igual que Brianna lo miró horrorizada.
—¿Estás seguro? Ella tiene mucha experiencia, es la mejor partera de los alrededores.
—Amor —Karel le habló con suavidad a Lysandro—, necesito que bebas la leche.
—¡No quiero! Por favor Karel, deseo conocer a mi bebé.
—Y lo harás, mi vida, pero si no te duermo, el dolor será tan grande que tal vez no lo soportes.
—¡Lo soportaré! No quiero morir sin haberlo conocido.
—No vas a morir. No lo voy a permitir.
Fuska entró a la habitación con paso ligero y cerca de la cama ronroneó.
—¿Ves? Fuska también está aquí, ninguno de los dos vamos a dejar que nada malo te pase ni a ti ni a nuestro bebé.
Otra contracción y Lysandro no pudo contestar. Más sangre brotó de entre sus piernas. Karel tenía que apurarse o si no ni siquiera el gaupa podría evitar la tragedia. Cuando el dolor cedió, Lysandro se dejó caer en la almohada, agotado.
—Bebe, por favor. —El hechicero le acercó el líquido blanquecino, Lysandro lo miró un instante, sin embargo, no siguió oponiéndose, abrió la boca y lo bebió todo. Karel se inclinó sobre él y le besó la frente bañada en sudor frío.
—Pronto estaremos juntos los tres.
Lysandro asintió con ojos pesados. Un instante después se había dormido.
El hechicero tragó y respiró hondo, buscando dentro de sí mismo el valor necesario para hacer lo que debía. Fuska se acercó a él y se restregó contra su pierna.
—Gracias, amiga —le dijo el hechicero.
—¿Estás seguro de esto? —le preguntó Brianna con lágrimas en los ojos.
—Es la única opción —contestó Karel—. Si él continúa pujando, solo se romperá por dentro y morirá debido a una hemorragia junto con el bebé.
Mirla se llevó las manos a la boca y ahogó un grito.
—Si no quieres estar aquí, lo entenderé.
—No, quiero ayudarte.
Karel asintió. Tomó una de las mantas y la humedeció en aguja jabonosa, luego frotó con ella el abdomen, muy duro, de Lysandro. Agarró el estilete y lo calentó con su poder plateado hasta que el metal se coloreó de rojo y sintió el calor del mango en su mano.
—Lys, dadora de magia, ilumina mi entendimiento.
Karel colocó la mano brillando en plateado sobre el punto donde pensaba hacer la incisión y se concentró en sentir el fluir del savje, tanto de Lysandro como del bebé. Tenía que cortar donde este fuera menos fuerte.
—Mirla —dijo con los ojos cerrados y la mano sobre el vientre de Lysandro—, ten preparada una manta limpia y seca. Sacaré al bebé y tú y Brianna se encargarán de él.
Controló el temblor de su mano e hizo la incisión muy abajo en el vientre, allí podía detectar la cabeza del bebé. Con el primer corte, mucha sangre brotó. Para su sorpresa, Brianna se colocó a su lado y secó el lugar con una manta. El útero quedó a la vista. Karel hizo otro corte muy pequeño que agrandó con sus dedos, pues tenía miedo de cortar al bebé o alguna arteria importante. Cuando creyó que la incisión era lo suficientemente grande, metió los dedos y sintió la cabeza de su hijo. Introdujo más la mano e hizo palanca, la cara abotagada y un tanto azulada quedó expuesta. Tiró del cuello, salieron los hombros y luego el resto del cuerpo regordete de su hijo.
El hechicero exhaló aliviado al ver que el niño abría la boca y tomaba aire, en la habitación resonó el llanto vigoroso del bebé. Tal como había solicitado, Mirla se hizo cargo y él se dedicó a Lysandro.
Brianna volvió a secar y Karel observó una arteria que sangraba profusamente. El savje plateado se encendió en sus dedos. Tocó los lugares donde brotaba la sangre y los cauterizó uno por uno, asegurándose que ninguno continuara sangrando. Afrontó los extremos del útero y cauterizó la herida y así cada uno de los bordes que había abierto para sacar a su hijo. Por último solo quedaba la piel. Karel pasó los dedos y selló la herida. Después colocó las manos cubiertas del savje plateado sobre el abdomen de Lysandro, cerró los ojos y se concentró en sentir que el savje de su esposo fluyera del modo adecuado, que no existieran pequeñas fugas y que su corazón latiera apropiadamente.
Brianna limpió los restos de sangre y luego le apretó la mano. Karel giró hacia ella y cuando su cuñada le sonrió, él no pudo evitarlo, dos gruesas lágrimas rodaron por sus mejillas. La mujer soltó la manta y lo abrazó con fuerza, Karel la rodeó y se abandonó al llanto. Lloraba por el miedo que había tenido de perderlos y después por la felicidad que significaba tenerlos.
—Lo hiciste bien —le susurró Brianna al oído—. Eres tan bueno como siempre ha dicho Arlan. Estoy muy feliz de que estés al lado de mi hermano, de que seas el padre de su hijo.
Lysandro abrió los ojos con dificultad, sentía la boca seca, cuando habló notó la lengua pesada.
—Agua —pidió.
Karel le acercó el vaso a la boca y lo ayudó a incorporarse para que bebiera.
—¿El bebé? —preguntó somnoliento.
—Duerme —le contestó Karel—. Está con Brianna.
Del lado izquierdo de la cama se oyó un ronroneo.
—Fuska.
—No se ha apartado de ti ni un minuto.
—Estoy cansado, Karel.
—Claro, mi amor, es normal. Vuelve a dormir, yo me quedaré aquí contigo.
—Tuve mucho miedo, pensé que no llegarías a tiempo.
—Perdóname por demorarme. —Karel le besó la frente.
—Quiero ver al bebé.
—Iré a buscarlo.
Al poco tiempo Karel regresó con un pequeño bulto de mantas blancas en los brazos. Con una mano, el hechicero lo ayudó a sentarse y entonces le entregó el bebé.
Una lágrima rodó por su mejilla cuando contempló la carita blanca que hacía muecas mientras dormía. Lysandro pasó un dedo por la cabeza llena de cabello negro, mas suave que la seda de araña.
—¿Le has puesto nombre? —le preguntó a Karel, este negó con la cabeza—. Quiero que se llame como tú. —Karel volvió a negar con una sonrisa. Lysandro se extrañó—. ¿Por qué no?
—Karel sería un horrible nombre de niña, ¿no crees?
Lysandro, sorprendido, abrió las mantas. En efecto, era una niña.
—¡Dioses! ¿Cómo vamos a criar a una niña, Karel?
El hechicero rio, se inclinó sobre él y volvió a besarle la frente.
—Del mismo modo como criaríamos un niño, con todo nuestro amor.
—No es lo mismo.
—¿An, no?
—No. Las niñas son delicadas y... —Lysandro se quedó en silencio, lo cierto era que realmente no había considerado que pudiera dar a luz una niña—. ¿Es igual?
—Es igual, amor —le contestó Karel.
Lysandro recordó a Jonella. Ella era una mujer que él siempre había admirado. Fuerte, inteligente, hermosa, dotada en la magia, que sabía usar una espada igual que lo haría un hombre. Miró a su hija en los brazos, quería que ella fuera así, que no se limitara y pudiera hacer todo lo que quisiera, como Jonella, que lo mismo gobernó Illgarorg como tomaba una espada o hacía un hechizo. Karel tenía razón, no debían existir diferencias.
—Sí, es verdad. ¿Quieres nombrarla?
—¿Qué te parece Kalis?
—¡Kalis! —La bebé se removió en sus brazos—. ¿Te gusta? Creo que es hermoso.
—Gracias, Lysandro —le dijo de pronto Karel con la voz temblorosa.
Él subió el rostro y lo miró, el hechicero lloraba en silencio.
—¿Por qué me agradeces? ¿ Y por qué estás llorando?
—Eres lo mejor que me ha pasado en la vida.
Lysandro sonrió y extendió la mano para secarle las lágrimas.
—No llores mi amor y más bien ayúdame a ver cómo haré para alimentar a tu pequeña hechicera.
Karel soltó una risita y se acomodó a su lado en la cama. La bebé despertaba y movía la cabeza de un lado a otro buscando la fuente de su alimento. Abrió los ojos un instante y estos eran verdes con tonos ámbar, iguales a los de Karel.
—Será perfecta como tú —le dijo Karel y lo besó en la boca antes de que Kalis desperatara del todo y se dieran cuenta de la verdadera potencia de su voz.
FIN
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A ver, lo dije en FB y lo digo por acá, no me gusta escribir sobre embarazos, hay varias razones para ello. Lo cierto es que con sinceridad AME ESCRIBIR ESTE EXTRA CON TODA MI ALMA Y ESO ME SORPRENDIÓ MUCHISIMO. Muchas gracias a saulortizrios por sugerir este tema.
Tal vez sea por que hay bastante de mi experiencia aquí. Igual que Lys, mi primer bebé se adelantó, nadie estaba preparado. Los dolores fueron horribles y no se suponía que yo pariera, debían hacerme una cesárea. Llegamos a la clínica y mi obstetra no estaba, se había accidentado. Me atendió un médico sin experiencia que le dijo a mi esposo que el centro no estaba preparado para recibir un bebé prematuro. Imaginaran la angustia de mi pobre esposo y yo muriéndome con el dolor y después con la angustia.
Una amiga muy cercana fue quien ayudó a mi esposo en los trámites administrativos y a darle ánimo. Por suerte, mi obstetra llegó a tiempo, me realizaron la cesárea y hubo final feliz, la bebé nació sana y salva, por que fue una niña. pero fue un momento lleno de muchísima ansiedad.
Tambien lo de los antojos es real y los vómitos que siguen sin razón aparente despues del mejor atracón, ja, ja, ja.
En fin, amé escribir esto y que Lys odiara un poquito a Karel ( tambien me pasó con mi esposo, pobrecito).
El nombre de la bebé es un agradecimiento especial a KJM_TAN que dejó un comentario hermoso en el capítulo donde pido sugerencias para el nombre del ship.
Quiero invitarlos a pasarse por mi nueva historia: Gritos en el silencio, donde hago una alusión a El amante del principe, ambas historias están unidas. Me haría muchisima ilusión que le dieran una oportunidad.
No los aburro mas, seguimos leyéndonos. No saben cuanto los quiero.
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