Extra de San Valentín: Brianna y Arlan
Quinta lunación del año 105 de la Era de Lys. Valle de Rarg, reino de Vergsvert.
Brianna
Cuando el Dragón de fuego se quemó, las esperanzas de volver a ver a aquel hombre del cual no conocía ni siquiera su identidad se volvieron cenizas. Se resignó, sin embargo, a vivir su vida de la mejor manera posible, a tratar de ser un apoyo para Lysandro que se esforzaba tanto en convertirse en un buen soldado y que estaba dispuesto a protegerla.
Y de pronto, Surt cambió los hilos enredando el tejido, dejándolo todo patas arriba. Lysandro le había dicho que alguien preguntó por ella, lo que menos esperó es que ese alguien fuera precisamente el hombre misterioso del Dragón de fuego. Ese que en las muchas noches de intimidad la había tratado como si fuera valiosa, el que le había jurado amarla, el que en alguna ocasión le prometió sacarla de allí y llevarla consigo. Brianna nunca imaginó que ese hombre fuera nada menos que uno de los príncipes de Vergsvert.
—Señora, vuestro baño está listo.
La joven respingó. «Señora.» Tal vez jamás se acostumbraría a esta nueva vida.
Caminó hasta la sala donde la bañera la esperaba llena de agua tibia y perfumada. La doncella se acercó y con movimientos lentos y suaves la ayudó a quitarse la ropa.
Los harapos que llevó mientras estuvo en el Tercer Regimiento ni siquiera sabía dónde quedaron. Ahora sus vestidos eran finos, de telas espléndidas y pesadas, con bordados de pedrería e hilos de plata; la ropa interior delicada, como una caricia que cubría su cuerpo.
Arlan la había enviado a su castillo en Valle de Rarg mientras él continuaba la campaña hacia Vesalia. Ella hubiese preferido acompañarlo en el campamento, no importaba que hubiera sido en su papel de cocinera del ejército. Pero un príncipe era un príncipe y quién era ella para oponerse a su voluntad. Así que no insistió cuando, luego del apasionado reencuentro, él le pidió irse a Valle de Rarg, donde estaría protegida mientras la guerra contra Vesalia se desarrollaba.
El agua tibia se escurría por sus hombros mientras la doncella le tallaba la espalda con la esponja. En el Dragón de fuego también había tenido una criada que se ocupaba solo de ella, de que cada noche estuviera hermosa para los clientes. Brianna cerró los ojos y apartó el mal recuerdo.
Cuando estuvo aseada, la criada la envolvió en una toalla suave que olía a limpio. El vestido que se pondría durante la cena reposaba sobre las colchas de la cama, junto a los pendientes de zafiros y la diadema de oro. Brianna suspiró al ver el atuendo completo, incluyendo las zapatillas de raso y pedrería.
Dócil, se dejó vestir y peinar. Luego de una sexta se miró en el espejo de bronce de cuerpo entero y se halló espléndida, tan espléndida como había lucido en las mejores fiestas donde fue subastada en el Dragón de fuego. Aunque la vestimenta cambiara, el efecto era el mismo, ella estaba deslumbrante. Los cabellos dorados caían en gruesos tirabuzones sobre los hombros desnudos, el vestido le afinaba la cintura debido a la falda voluminosa. Se miró y no pudo sonreírle a la del espejo. De pronto una punzada de miedo le heló el corazón.
¿Acaso los dioses solo habían cambiado el Dragón de fuego por Valle de Rarg? Continuaba siendo adornada para ser admirada. ¿Era eso lo que quería, lo que Arlan deseaba de ella?
Con la diferencia de que no había nadie a quien lucirle su belleza porque el príncipe no estaba, no había estado en el castillo desde su llegada, todavía no volvía de Vesalia y en su ausencia la duda había anidado en su interior.
—Soy solo una más —le dijo a la del espejo con una sonrisa decepcionada y amarga—. Cuando él regrese solo seré una más de sus concubinas.
La cadena con la piedra rosada que representaba a Angus, la que no discrimina, colgaba de su cuello. Brianna la tomó entre sus dedos, distraída, mientras pensaba en qué quería en realidad de la vida.
En el tiempo en el que permaneció en el Dragón de fuego se convenció de que solo estaba para complacer, para ser dulce, suave, hermosa, para calentar la sangre de los que la solicitaban.
Conocer a Arlan le mostró algo diferente. Sí, él la deseaba, pero también la trataba con respeto, como si fuese algo más que un cuerpo o un rostro bonito. Y cuando le prometió que compraría su contrato, el mundo de Brianna, limitado al prostíbulo desde su nacimiento, comenzó a crecer. Empezó a soñar que podía salir de allí. Solo ahora se daba cuenta de que aquella esperanza de otra vida no era tal, era solo cambiar una prisión por otra, pasar de tener muchos admiradores a ser exclusiva.
Quizá si no hubiese llegado al Tercer Regimiento no habría llegado a esa funesta conclusión, nunca habría notado el cruel espejismo.
En el campamento nadie la admiraba, ahí no era Gylltir, la hermosa mujer de oro, ahí era una simple cocinera. Pero, de alguna forma, entre esos fogones fue mucho más de lo que jamás había sido en toda su vida.
En esas cocinas aprendió que podía valerse por sí misma y que era más que su rostro y su cuerpo; que no necesitaba que un hombre, fuera un príncipe o un soldado, la salvara o cuidara de ella. Ahí descubrió que era dueña de su vida y su destino.
La doncella le colocó la diadema y acomodó los rizos sobre sus hombros.
—¡Usted es tan hermosa, señora! —lo dijo con sincera admiración, observando el exquisito reflejo en el espejo.
Brianna volvió a suspirar.
—Estaré un rato más aquí, Niola.
—Como deseéis. —La sirvienta se inclinó, luego salió de los aposentos con otra reverencia.
Volvió a mirarse al espejo y se sintió extraña, esa no era ella, tampoco era Gylltir. La verdadera Brianna se había quedado en el Tercer Regimiento. Debió permanecer con Lysandro, juntar dinero y comprar una casa para ambos. Los dos eran iguales, los dos estaban solos con sus cicatrices y sus fantasmas.
En un arrebato de enojo se arrancó la corona de la cabeza y la arrojó a un rincón de la habitación. Se quitó las sortijas y los pendientes. Los brazaletes rodaron sobre la alfombra y fueron a perderse debajo de la cama con dosel.
Salió de la recámara y anduvo de prisa. Los tacones resonaban en las galerías iluminadas por las fabulosas lámparas de aceite. Brianna atravesó el comedor donde las cinco concubinas de Arlan compartían los alimentos entre falsas sonrisas. Una de ellas la llamó, la joven no se volvió, por el contrario, se levantó la falda con ambas manos y echó a correr.
Atravesó salones iluminados y corredores resplandecientes, pasó junto a criados y mucamas. Al llegar a las altas y pesadas puertas de roble le costó un poco abrirlas, rezó por que nadie le negara la salida. La noche oscura y fría la recibió con una ráfaga helada. Bajó corriendo las escalinatas y luego ya no supo a dónde dirigirse. Pero ella quería huir, quería salir de ahí, quería poder ser dueña de su propia vida y no continuar siendo la preciosa muñeca de alguien, hecha solo para recrear la vista y complacer.
Aunque estaba segura de que amaba al tercer príncipe, entre todo el oro y la seda se dio cuenta de que más se amaba a sí misma, nunca más sería el entretenimiento de alguien.
Apretó los dientes y contuvo las lágrimas, retuvo dentro de sí la tristeza y la angustia de no saber si Arlan le daría algún día lo que ella deseaba, si Arlan realmente la quería.
A un lado del patio distinguió las caballerizas. Brianna, con la voluminosa falda alzada, corrió hasta allá.
—¡Señora! —Un palafrenero la miró sorprendido.
Brianna le sonrió con la más encantadora de las sonrisas, intentando que no se notara su nerviosismo y no se le escapara ninguna lágrima.
—Quisiera dar una vuelta. Tendréis algún caballo ensillado que no sea muy brioso, es decir, que sea obediente y dócil.
El palafrenero, desconcertado, la miró de reojo. Brianna casi podía ver lo que pensaba, sus ropas lujosas no eran adecuadas para montar, mucho menos las delicadas zapatillas. La mano del color del trigo de la joven se acercó al sirviente que la miró, aterrorizado. La joven sonrió como un felino y como él entornó los ojos dorados, tan acostumbrados a seducir.
—¿Cómo os llamáis?
—Holfang —dijo en un susurro el caballerizo.
—Holfang. —La aterciopelada voz se deslizó igual a una caricia, la mano pasó muy cerca de la cara del sirviente, hasta posarse en uno de los barrotes a su lado—. Será un paseo pequeñito, no os traerá problemas. Es una noche hermosa, ¿no os parece?
Holfang la veía con ojos tanto hechizados cómo temerosos, mientras ella sonreía y se remojaba los labios sin apartar la vista de él. Al final, el palafrenero se rindió.
—Esta yegua es dócil y obediente, ideal para vos, mi señora.
Brianna sonrió de nuevo.
—Ensilladla. Estaré aquí esperando, tal vez más tarde podamos dar una vuelta.
El sirviente abrió muy grande los ojos oscuros. En menos de lo que tarda en consumirse una brizna de paja en el fuego, la yegua estaba lista.
Brianna nunca había montado. El palafrenero, con manos temblorosas, la sujetó de la cintura mientras ella se afianzaba en el estribo y subía una de las piernas alrededor del lomo del caballo.
La yegua apenas se movió y la joven soltó una risita nerviosa. Holfang la miró con duda.
—Mi señora si sabe montar, ¿verdad?
Brianna sonrió tensa.
—Claro. Abrid las puertas.
El palafrenero acató la orden. La joven arreó las riendas y la yegua emprendió el galope. Cuando atravesó las puertas de la muralla, el corazón de Brianna retumbaba tan fuerte como los cascos del caballo al chocar contra los adoquines del sendero.
Cruzó a través del puente hasta el camino real. A los lados se alzaban algunos árboles y más allá no podía ver nada, todo era oscuridad. ¿Por qué no tomó una lámpara de aceite? El viento frío le helaba los hombros desnudos, se arrepintió también de no llevar abrigo y de haber dejado las joyas tiradas por toda la habitación. ¿Cómo se suponía que empezaría una nueva vida sin dinero?
La yegua continuó al galope, libre y decidiendo por sí misma a donde ir, pues Brianna no tenía idea de como manejarla, nunca había montado, jamás había salido del Dragón de fuego hasta el día en que este se quemó. De pronto el mundo le pareció tan hostil como el camino que transitaba: oscuro, frío, desconocido.
Las esperanzas que tenía de ser dueña de su vida y su destino se le hicieron infantiles. La realidad era que no sabía nada de como era la libertad.
Sujetó las riendas con fuerza, solo consiguió que la yegua relinchara y se encabritara. La había dirigido hacia el bosque que se extendía a un costado del castillo. La yegua se levantó sobre los cuartos traseros y Brianna cayó al suelo. Impotente y angustiada, vio como el caballo se alejaba al galope, dejándola abandonada a su suerte.
Arlan
Su padre había obtenido lo que quería: Las riquezas de Vesalia, principalmente el Nareg. Viggo se había ido al carajo, enojado y altivo, como siempre, no era para menos. Hasta cierto punto, Arlan podía entenderlo. No debía ser fácil crecer suponiendo que algún día serías el rey y de pronto tu propio padre te apuñalaba por la espalda y nombraba heredero a un ser que ni siquiera existía.
Sí, podía entender a Viggo y por eso mismo, estaba seguro de que su hermano mayor no se quedaría tranquilo, tomaría represalias y no descansaría hasta hacerse con el trono de Vergsvert.
Hacía bastante que la noche se enseñoreaba del camino. Algunos de sus hombres más temprano le pidieron descansar y retomar el viaje por la mañana, pero Arlan se había negado; en su mente solo tenía un pensamiento: Brianna.
Mas de una lunación atrás, cuando vio en illgarorgr al joven esclavo que Karel amaba, no podía creerlo, estaba vivo. De inmediato, la esperanza floreció en su pecho, si Lysandro se había salvado era posible que Gylltir también.
Intentó sonsacarlo, que le dijera qué había sido de ella, pero el esclavo era más terco que una mula, se negó en redondo a decirle cualquier cosa sobre ella. Supuso que tendría que raptarlo y torturarlo para sacarle el paradero de Brianna, pero no ue necesario, ella sola apareció ante él, mas hermosa que nunca, con una falda de lino crudo y una sencilla camisa blanca. Un pañuelo negro escondía sus relucientes cabellos de oro. No podía creerlo, no podía concebir tener tanta suerte y estar otra vez frente a esos ojos de llamas doradas. No dudó ni un instante y Brianna tampoco se negó cuando le propuso que se fuera a su castillo en Valle de Rarg.
Pasó la campaña decidido a no morirse, esquivando flechas y mazos gigantes, empeñado en sobrevivir solo para volver a verla, para estar cerca de ella y aspirar el dulce perfume de su piel de trigo.
Quería que sus hijos nacieran de su vientre, deseaba hacerla su esposa, la señora de su castillo, el amor de su vida.
Arlan nunca se había considerado ni un romántico, ni un cursi. Para él disfrutar de la vida era lo primero. Una existencia tan corta como era la de un príncipe que le estorbaba a su propio padre y a sus hermanos, no podía desperdiciarse en romanticismo. Lo primero era exprimir el jugo dulce de la vida, saborear cada placer al máximo y desechar las cáscaras vacías.
Pero Brianna llegó y le demostró que las cosas podían ser diferentes. Ella no era una uva que pudiera hacer estallar contra su paladar y luego arrojar sin más las semillas. Ella era más bien la vid, que hay que cuidar, regar, podar, y luego cosechar los frutos dulces; hacer vino exquisito con las uvas y dejarlo añejar. Pasar la vida recogiendo cada cosecha y observar como las frutas cada vez se vuelven más exquisitas. En conclusión, se había vuelto un cursi romántico que deseaba pasar el resto de su vida con ella.
Arreó al caballo y el galope aumentó, también el de los hombres que lo seguían, ya podía ver las antorchas iluminadas a lo lejos en la muralla de Valle de Rarg.
De pronto, el corazón le empezó a repiquetear como un furioso tambor ante la perspectiva del encuentro y de ver colmado su anhelo de una vida junto a ella.
¿Se sentiría Brianna dichosa en el castillo? ¿Sus concubinas la habrían tratado bien?
Las mujeres eran celosas por naturaleza, siempre competían entre ellas. Si descubría que alguna le había hecho daño... No, sus concubinas eran buenas mujeres, nunca peleaban entre sí, él las mantenía contentas a todas.
Desmontó frente a las escalinatas y dejó el caballo zaino al cuidado de uno de los sirvientes.
Empujó las puertas con fuerza y atravesó el umbral.
—¡He vuelto! —La estrepitosa carcajada que acompañó a las palabras retumbó entre las paredes.
Las cinco concubinas corrieron desde el comedor y se acomodaron entres sus brazos. Arlan las acunó a todas entre ellos, buscando entre aquella maraña de cabellos acicalados unos especiales, dorados como el sol.
Cada una de las mujeres se empinó para besarle el rostro, intentando acertar en los labios. Arlan rio con suavidad y complacencia.
Frente a ellos, a unos cuantos pies de distancia, una mujer de edad madura, severa en el vestir y en el gesto, los observaba. Ella carraspeó y de inmediato Arlan alzó la cabeza y fijó en ella sus ojos castaños.
—Mamá Ingrid —El príncipe se zafó de todos los brazos que lo atrapaban y corrió hacia ella con una enorme sonrisa en el rostro. Ni siquiera la expresión amarga logró detenerlo, Arlan la sostuvo de la cintura y la alzó, luego la bajó un poco y dio vueltas con ella mientras la abrazaba y ella gritaba dándole pequeños golpes en los brazos.
—¡Mamá Ingrid, mamá Ingrid, te extrañé demasiado! —La bajó hasta la altura de su cara y le besó las mejillas delgadas—. Vesalia es un asco, Vergsvert es un asco, solo tú eres luz en este mundo y estuve a oscuras sin ti.
—¡Cada vez estáis peor! —exclamó Ingrid torciendo los ojos cuando él la bajó—. Luego no queréis que os diga que sois cursi.
—¡Solo para ti son mis cursilerías! —Volvió a besarla poniendo empeño en que su barba le arañara el rostro. Al cabo de un rato ella soltó una risita y él la estrujó con fuerza medida.
—¡Soltadme! ¡Ves que sois un bruto! ¿Acaso quereis romperme?
Arlan largó a reírse, sin embargo, la soltó y no siguió en su empeño de fastidiarla.
—¡Vamos al salón! —La voz de Ingrid se había suavizado, al igual que sus ojos—. He hecho preparar chuletas de ternera, tal como te gustan.
—Mamá Ingrid, ¿dónde está Brianna? ¿Por qué no ha venido a recibirme?
Ingrid miró a las cinco concubinas que continuaban en el mismo sitio donde Arlan las dejó. Solo en ese instante ella pareció darse cuenta de que la nueva concubina no estaba con las otras.
—Es extraño —dijo la mujer—. Niola me informó que la preparó para la cena. Se habrá quedado dormida.
—No. —La voz dulce de una de las mujeres resonó en el enorme salón—. Brianna se fue.
—¿Se fue? —Arlan se giró y caminó hacia ella con el ceño fruncido y el desconcierto pintado en las facciones varoniles—. ¿Cómo qué se fue? ¿A dónde se fue?
—Salió corriendo del castillo hace rato.
—¿Cómo es que nadie me dijo eso apenas llegué? —bramó el príncipe cada vez más perplejo—. ¿Cómo es que permitieron que algo así ocurriera?
Arlan corrió hasta las escalinatas sin atender el llamado de Ingrid a sus espaldas, la mujer que lo había criado. Miles de pensamientos se arremolinaron en su mente, cada uno peor que el otro: ¿Por qué Brianna se marchó? ¿A dónde se fue? ¿Alguien se la llevó? ¿Le sucedió algo en el castillo tan malo que la obligó a irse?
Corrió hasta los establos. Su caballo todavía continuaba ensillado. El palafrenero al verlo se inclinó.
—Alteza.
Arlan apenas le dirigió la mirada, sin embargo, subido a la silla, giró a verlo.
—Una de mis concubinas salió del castillo. ¿La habéis visto? —El palafrenero empezó a temblar—. ¡Responded!
—Alteza, ella, ella dijo que iría a dar una vuelta.
—¡Ah! ¡Maldita sea! ¿Una vuelta a dónde?
—No, no lo sé.
Arreó el caballo y salió al galope. En la muralla armó un grupo con algunos de sus mejores soldados para buscar a Brianna.
¿Qué se le había metido en la cabeza a esa muchacha para escapar de esa forma? Arlan no lo entendía. Había dado órdenes expresas de que se le atendiera como si ya fuera la princesa de Valle de Rarg. ¿Acaso alguien se atrevió a desobedecerle?
El príncipe se sentía violento mientras las patas de su caballo parecían volar en medio de la noche. Si llegaba a enterarse de que alguien en su castillo era el culpable del escape de su adorada, si alguien la había lastimado de alguna forma, lo mataría.
Una gran esfera roja flotaba alumbrándole el camino, trataba de localizar a Brianna. En aquel momento le hubiese gustado ser un hechicero oscuro y poder invocar los ojos de Morkes para encontrarla. Arlan se adentró en el bosque y disminuyó el galope del caballo. A poca distancia una manada de lobos aulló, y su montura se encabritó, asustada.
—Tranquilo, Tranquilo—El príncipe se inclinó y le acarició el cuello musculoso.
De pronto un grito rompió el silencio.
—¡Brianna! —Arlan espoleó el caballo en dirección del clamor y este echó a correr como si de pronto le hubiesen salido alas.
Los gritos agudos y asustados se escuchaban más cerca, al igual que los aullidos. El corazón de Arlan parecía querer salírsele del pecho, tenía más miedo que cuando luchó con los gigantes modificados por el Nareg. Si algo le sucedía a Brianna jamás se lo perdonaría.
—¡Brianna, ya voy!
Cuando llegó al pequeño claro, la joven tenía los ojos desorbitados y un tronco en la mano que agitaba en torno a los lobos que la asediaban.
Arlan lanzó una runa que explotó en el aire, los animales huyeron despavoridos al tiempo que la joven se arrimaba hacia atrás, temblando y asustada.
—Brianna, soy yo, Arlan. ¿Estás bien?
—¿Arlan?
Gracias a la luminaria, él la inspeccionó rápidamente, observando si existía alguna herida en su cuerpo. La muchacha estaba despeinada, con el vestido desgarrado en el largo de la falda y manchado de barro. Ella abrió los ojos muy grandes en su dirección para observarlo cuando el deslumbrante resplandor de la runa combativa menguó y solo quedó la luz rojiza de la luminaria de Lys.
Arlan desmontó y se acercó con cuidado a ella, que lo miraba aterrorizada.
—Brianna, dime, ¿estás bien?
El príncipe intentó tocarla y ella se replegó hacia atrás como un animal herido.
—No seré tu esclava. —Apenas si alcanzó a oírla, su voz era un susurro y sus ojos pozos de angustia. Luego ella le gritó y entonces Arlan la escuchó con claridad—: ¡No seré una esclava otra vez!
—¿Esclava? ¿De qué estás hablando? ¿Quién te dijo eso?
Intentó otra vez tocarla y otra vez ella lo evitó, incluso lo amenazó empuñando el garrote en su dirección.
—Nadie me ha dicho nada. Yo lo sé, en mi corazón lo sé. —La joven había comenzado a llorar, su voz salía entrecortada por los sollozos—. ¡¿Qué diferencia hay entre una concubina y una esclava?! ¡Aunque te ame, no seré tu esclava!
—Una concubina no es una esclava, Brianna. No tienes que hacer nada en el castillo. —Arlan no entendía qué le pasaba, por qué, de pronto hablaba de ser esclava.
—Nada, excepto lucir como una muñeca para ti, una muñeca entre otras cinco.
El príncipe frunció el ceño, confundido. ¿Estaba celosa? ¿Era eso?
—¿Es por las demás? ¿Tú quieres ser la única?
Porque si ella lo deseaba así lo haría, a fin de cuentas, era la única en su corazón.
—¡Tú no entiendes! —le gritó alzando el garrote—. En el Dragón de fuego, también me bañaban, me perfumaban y yo solo... Solo esperaba a que mi amante de turno entrara. Es lo mismo en tu castillo.
Arlan arqueó las cejas, luego cerró los ojos, herido. No era así, él no quería de ella solo su cuerpo.
—¿Eso crees? ¿Qué quiero esclavizarte a mi cama? —Arlan fue acercándose a ella poco a poco—. Ya no eres Gylltir, eres Brianna, princesa y señora de Valle de Rarg y como tal te trataré. No comprendo cómo has podido pensar otra cosa.
Extendió la mano con delicadeza y le quitó el garrote. Brianna continuaba mirándolo con los labios entreabiertos y abundantes lágrimas rodando por sus mejillas.
—Si no quieres acostarte nunca más conmigo, está bien. —Arlan le tomò las manos entre las suyas—. Si no quieres que nadie más te bañe, también. Haré lo que quieras y tú harás lo que quieras.
—¿Lo que quiera? —Brianna pestañeó y dos gruesas lágrimas cayeron desde sus ojos al suelo.
—Así es. ¿Qué quieres hacer?
Los labios de ella temblaron, todo su cuerpo se estremeció.
—¡No lo sé! —dijo entre sollozos. Con las manos se cubrió los ojos— ¡No sé qué quiero hacer, no sé quién soy ni quien quiero ser!
Brianna se arrojó a sus brazos y se abandonó al llanto, mientras el príncipe, conmovido, le acariciaba los cabello enredados y salpicados de hojas y ramitas.
Podía entenderla, podía comprender su miedo a seguir siendo tratada como un objeto. Brianna era una mujer que nunca había tenido la oportunidad de conocerse a sí misma.
—Vamos a descubrirlo juntos, ¿sí? —le dijo sintiéndola temblar estremecida por el llanto.
Ella se separó un poco de su pecho y lo miró a los ojos:
—No quiero más vestidos, ni alhajas. Quiero poder ir a donde yo desee.
Arlan apretó los dientes, la última petición no le gustaba mucho. Sonrió de lado y acuñó sus mejillas.
—Siempre que no te pongas en peligro, como ahora. —Le besó la frente.
—Quiero aprender a montar.
La petición lo sorprendió, también lo hizo sonreír. Arlan volvió a abrazarla, esa era una solicitud que complacería con gusto.
—¡Hecho! Conozco un buen entrenador.
—¿De verdad? —le preguntó la joven, ilusionada y más tranquila—. ¿Me tendrá paciencia? Esta era la primera vez que montaba a caballo y no salió muy bien.
—Es muy paciente. Lo malo es que es apuesto, podrías enamorarte de él.
Brianna se quedó en silencio un instante analizándolo con los ojos entrecerrados.
—¿Se propasaría conmigo?
—¡Jamás! Antes se cortaría las manos, se sacaría los ojos.
Brianna sonrió y miró su entrepierna señalándolo vagamente:
—También se cortaría el...
Arlan enarcó las cejas y dijo casi sin voz:
—También.
—¿Cómo estás tan seguro? —le preguntó ella, caminando abrazada a él hacia el caballo.
—Digamos que lo conozco muy bien.
—¿Al punto de saber esas cosas?
—Hasta ese punto.
Arlan la sujetó de la mano y la ayudó a subir, después el montò detrás de ella.
Brianna
Había sentido tanto temor cuando la rodeó la manada de lobos que creyó que moriría esa noche.
Cuando Arlan llegó y la salvó no podía creer que él estuviera allí. Se sintió aliviada, pero luego recordó por qué estaba en esa situación, cuál había sido la causa de su huida, tenía dudas de las verdaderas intenciones del príncipe.
Sin embargo, fue verlo y saber que cometía un error. Recordó por qué fue que se enamoró de él, lo que Arlan le hacía sentir, la forma de mirarla, de prestarle atención, el estar siempre dispuesto a complacerla. ¿Cómo pudo dejar que las dudas enturbiaran su amor?
Le decía que ella sería la señora de Valle de Rarg, que la convertiría en su princesa. Pero eso no fue lo que la conmovió, sino el decirle que podría hacer lo que quisiera.
Brianna suspiró sintiendo alivio en su corazón. Observó de reojo al hombre junto a ella: la media sonrisa, los ojos castaños, el pelo suavemente rizado. Sonrió con discreción y un temblor la estremeció de pies a cabeza, comenzaba a tomar conciencia de que él había regresado, finalmente estaba a su lado y le prometía lo que últimamente era más importante para ella: la libertad de poder ser y hacer lo que quisiera.
Amplió la sonrisa sintiendo cada vez más cálido su pecho. Decidió seguirle el juego al príncipe.
—Entonces el entrenador es apuesto y honesto. —Brianna habló en un tono reflexivo mientras Arlan sujetaba las riendas y echaba a andar al caballo—, también respetuoso y paciente. Tú crees que yo podría enamorarme de él... ¿Y si él se enamora de mí?
—Me convertiré en un príncipe cornudo.
—¡Arlan!
—¡Pero si es la verdad! Seré el príncipe cornudo. Al menos sabré que mi mujer tiene buenos gustos.
Brianna dejó escapara una risita mientras el caballo trotaba suavemente.
—Suena a que no te importaría compartirme.
—Mi querida princesa, no os confundáis, sería capaz de matar al maestro de equitación si se propasa con vos.
—¿Aunque lo quieras como a ti mismo?
De pronto Arlan guardó silencio y Brianna pensó que tal vez había dicho algo indebido.
—No dejaré que nadie te dañe, ni siquiera yo mismo, Brianna.
El juramente fue pronunciado de una manera solemne, no había rastro de risa en su voz, la joven se estremeció un poco.
—¿Qué tal si comienzo mis clases en este momento? —dijo ella para aligerar la seriedad que de pronto se impuso entre ellos—. Me parece que ya conozco al maestro y no es tan apuesto como crees.
—¡Ah! ¿No te parece apuesto?
—No, tú lo eres más.
Al escucharla, Arlan rio, le abrazó con fuerza la cintura, luego hundió la cara en su cuello y le hizo cosquillas cuando aspiró profundo. Brianna se rio.
—Gracias, Arlan —le dijo.
—¿Tú me agradeces a mí? —Arlan iba detrás de ella, le rodeaba el cuerpo con los brazos mientras sujetaba las riendas y su aliento le acariciaba el oído al hablar—. Soy yo quien debe arrodillarse ante ti por haberme aceptado. No tengas miedo, Brianna, jamás voy a lastimarte.
Ella se mordió el labio.
—Lo sé.
Fue ella quien buscó el beso hundiéndose en su boca, dejando entrar la lengua ardiente y ansiosa de él.
Continuaron la marcha lenta bajo la luz de la esfera roja hasta llegar al castillo. Mañana Arlan le enseñaría a montar y todo lo que ella quisiera aprender.
*** Hola. ¿Creían que me había olvidado de los extras? Pues no, es solo que ando escribiendo otra historia que debe estar completa en mayo por que es para un concurso, entonces no hay mucho tiempo.
Me perdonan si no fue una historia tan feliz o linda, pero siento que la historia de Brianna y Arlan está llena de altibajos y que su inicio, vivir en pareja no debió ser fácil. Creo que Arlan aprendió mucho de Brianna en su empeño de hacerla feliz. También creo que ellos podrían tener su propio libro, sin embargo, no quiero ilusionarme, ni ilusionar a nadie con promesas que quizá no pueda cumplir, lo que sí les diré es que Arlan, después de un breve lapso de tiempo, se separó de sus concubinas indemnizando a cada una de ellas y se volvió monógamo y fiel ja, ja, ja. Cumplió su promesa de siempre hacer lo que Brianna quisiera y ella aprendió muchas cosas sin perder su escencia hasta llegar a ser una de las mejores reinas que Vergsvert tuvo jamás.
Jeimy Rosales, espero que te haya gustado, aunque no fue exactamente lo que me comentaste, pero sentí que si ponía algo súper perfecto no sería real.
Besitos y gracias por seguir.
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