Capítulo XXXIX: "No permitáis que muera"


La batalla era un caos de gritos y sangre. Frente a ellos, uno de los hombres modificado por el nareg continuaba dándoles la pelea, mientras el otro se arrastraba de dolor, sosteniendo su brazo amputado. Desde alguna parte, en lo alto de las colinas, una lluvia de flechas caía sobre los combatientes.

Karel corrió hacia Lysandro, pero antes de que pudiera llegar a él, este cayó al cauce del río.

—¡No! —gritó el hechicero.

Sin pensarlo, se arrojó a las aguas también.

Cuando cayó, el peso de la armadura lo haló hacia abajo, se sumergió profundamente. Desesperado, empezó a patalear con fuerza hacia la superficie. Al salir miró en derredor: varios cuerpos eran arrastrados por el cauce y otros caían desde arriba, heridos en el fragor de la batalla. Se mordió el labio inferior y frunció el ceño, tenía que encontrar al escudero. En medio de la confusión le pareció verlo, su cabeza salía a flote y se sumergía de nuevo. Libraba una feroz pelea contra la corriente por no ahogarse.

—¡Lysandro! —le gritó.

Era inútil. El rugido del río sumado a los gritos de los que se enfrentaban arriba y los que luchaban por mantenerse a flote, abajo, impedían que su voz llegara hasta Lysandro. Empezó a nadar para alcanzarlo antes de que se hundiera definitivamente, pero el peso del acero que recubría su cuerpo era un verdadero estorbo y lo hacía nadar más lento. Cuando por fin llegó a donde suponía debía encontrarse Lysandro, no lo halló. Angustiado, se sumergió de nuevo. Bajo el agua todo era oscuridad, bultos que lo tropezaban, manos que lo halaban. Encendió una luminaria de Lys. Allí, en el agua teñida de rojo, sobraban los soldados que pataleaban intentando no hundirse y los que se hundían sin remedio.

Apartó cuerpos entre brazadas rápidas, y evitó aquellos que en el desespero intentaban aferrarse a él para no ahogarse. Buscaba y buscaba y no lo encontraba. Hasta que a unas diez brazadas de distancia lo vio bajo el agua, flotando inconsciente. Nadó lo más rápido que pudo. Cuando lo tuvo cerca rodeó su pecho con ambas manos y pataleó con fuerza hacia arriba, a la superficie.

La corriente los arrastraba río abajo, a un tramo donde era mucho más rápida. No tenía sentido nadar contra ella o intentar llegar a la orilla, ya de por sí era difícil mantenerse a flote debido al peso de las armaduras, así que Karel abrazó el torso de un Lysandro inconsciente con fuerza, y luchó para mantener su cabeza fuera del agua.

No lo sentía respirar, fue cuando se desesperó. Dibujó la runa de erghion y una cuerda larga y plateada hecha con su energía se formó a partir de ella. El sorcere dirigió el otro extremo a un árbol en la margen del río y se aferró a la cuerda. Con fuerza tiró hasta lograr salir de las aguas tormentosas.

Arrastró el cuerpo inconsciente del joven hasta la margen lodosa del río y lo tendió de espaldas. En el cuello se le veían las marcas amoratadas de los grandes dedos del modificado. Karel tragó asustado al ver el casi nulo movimiento de su tórax, Lysandro prácticamente no respiraba. Rápido, le desató los broches y le retiró la corza acerada, encendió su poder espiritual y comenzó a derramarlo a raudales sobre el joven, rogando a Lys, la dadora de magia, que su poder funcionara y Lysandro volviera a la vida.

No podía estar seguro de cuánto tiempo llevaba intentando reanimarlo, a pesar de sus esfuerzos el escudero no reaccionaba.

—¡No te mueras, por favor, no te mueras! —Karel lo abrazó de los hombros y lo incorporó hasta recostarlo en su pecho, le apoyó la barbilla en la cabeza y comenzó a llorar, desesperado, mientras se balanceaba adelante y atrás con él en sus brazos. No podía ser que su magia no funcionara—. ¡Por favor, dioses, por favor! ¿Qué haré sin ti?

La energía que emanaba de su cuerpo aumentó ligeramente, envolviéndolos a ambos en un cálido resplandor plateado. No quería soltarlo, no estaba preparado para dejarlo, para vivir sin él.

—¡Lysandro, por favor! —Las lágrimas caían de sus ojos e iban a mezclarse con la humedad del cabello negro—. Nunca he anhelado nada en mi vida, nunca he pedido nada. ¡Dioses, escuchadme: no permitáis que muera! Lysandro, no pude hacerte feliz. No pude, no pude protegerte. ¡Maldita guerra y maldito destino!

Continuó llorando a la par que la energía comenzaba a menguar. Una tenue tos lo hizo abrir los ojos y mirar el leve movimiento de la cabeza que se apoyaba en su pecho.

—¡Lysandro, Lysandro! ¡Por el cetro de Lys!, ¡estás vivo!

Lo separó con cuidado, en efecto el joven tosía con poca fuerza y se estremecía en sus brazos. Le palpó el rostro y lo encontró muy frío. Karel se quitó la propia armadura, helada debido al agua del río, y lo abrazó de nuevo, volvió a aumentar su poder para que su cuerpo y su energía pudieran calentarlo. El resplandor plateado brillo más fuerte, envolviéndolos en una luz cálida y resplandeciente.

Durante el tiempo que Karel lo tuvo en sus brazos, no dejó de susurrarle palabras candorosas que el escudero no escuchaba. Sus pestañas se agitaban sin despegarse, pero al menos estaba vivo y era cuánto le importaba.

Mucho tiempo después, cuando la noche cubrió con su oscuro manto el bosque, la temperatura en el cuerpo de Lysandro se había normalizado. El príncipe se sentía débil, aun así volvió a emplear magia para llevar al joven desmayado a un sitio más acordé dónde pasar la noche, lejos de la húmeda frialdad del río.

Halló un claro en medio de altos árboles. Tendió a Lysandro de espaldas y realizó el hechizo de Jhálmar. Un domo plateado los cubrió, protegiéndolos del frío y las bestias que pudieran merodear a su alrededor. Pasaron la noche allí: Lysandro inconsciente mientras Karel velaba su sueño, dormitando breves instantes.

El rítmico golpeteo de la lluvia sobre el domo lo despertó. Lysandro continuaba dormido, aunque en ese instante hablaba en sueños. Alrededor de un cuarto de vela de Ormondú después del amanecer, el escudero por fin abrió los ojos.

—¡Ah! —se quejó.

—¿Cómo te sientes?

Cuando escuchó su voz, Lysandro giró la cabeza hacia él, sus ojos negros lo miraron sorprendidos.

—¡Karel! ¿Dónde estamos? —El joven se levantó de golpe, azorado—. ¡La batalla! ¡El gigante! ¡Ah! —se quejó.

Karel se le aproximó y volvió a acostarlo con delicadeza.

—No te fuerces. ¿Te duele la cabeza? —Ante la pregunta, el escudero asintió—. Debes descansar. Espero que el gigante esté muerto y con respecto a la batalla, no sé cuál fue el resultado.

—Recuerdo que él me estaba asfixiando, después caí al río y ya no logro acordarme de nada más.

—Te saqué del río y te traje acá. Has dormido toda la noche y parte de la mañana.

Lysandro fijó en él sus bonitos ojos por un instante, después apartó la mirada y recorrió el domo con ella.

—¿Llueve? Esto, ¿lo hiciste tú? ¡Es sorprendente! No nos mojamos y no hace frío aquí. —Se demoró un instante contemplando, con los labios entreabiertos, la barrera semi transparente que los rodeaba. Luego tornó a mirarlo de nuevo—: Dijiste que me sacaste del río. Gracias.

—No hay nada que agradecer. Esperaremos que la lluvia cese para ponernos en marcha.

—¿A dónde iremos?

Karel se hundió de hombros, esa era una buena pregunta.

—Deberíamos regresar a Vergsvert. Desconozco cómo acabó la batalla. Si Vesalia ganó y nos encuentran, no será bueno para nosotros.

Lysandro asintió y luego frunció el ceño, parecía adolorido. Karel se acercó más y posó la mano, encendida en su poder espiritual, en su frente. El muchacho cerró los ojos y suspiró relajando la expresión.

—Es como aquella vez en el Dragón de fuego —dijo el escudero—, ¿lo recuerdas? Tú aliviaste mi dolor de cabeza con esta maravillosa magia que posees y ahora lo haces de nuevo. Ya me siento mejor. —Volteó a mirarlo—. ¿Y tú, no estás herido?

El príncipe negó.

—Estoy bien, ahora descansa.

El joven asintió, dócil. Karel continuó arrodillado junto a él, calmándole el malestar por un rato más, en total silencio, contemplando cómo Lysandro mantenía los ojos cerrados y de vez en cuando una pequeña, pero plácida sonrisa adornaba su rostro. Al cabo de un instante su respiración se ralentizó, volvía a dormirse.

Era un alivio saber que él se reponía. Recordó como se sintió al pensar que su magia no podría ayudarlo y otra vez la garganta se le secó, preso de la angustia. ¿Cómo era posible que sintiera cosas tan intensas por él? Si Lysandro lo aceptara, le entregaría toda su vida.

Pasó los dedos por la pálida mejilla del escudero y sintió la tibieza de la piel. Tomó un mechón de cabello negro que le caía en la frente y lo llevó detrás de la oreja, Lo contempló un instante más y luego se levantó. Con un movimiento de la diestra, rasgó la barrera y salió al exterior.

Afuera la lluvia era torrencial, en menos de lo que tarda una brizna de paja en consumirse al fuego se empapó de pies a cabeza. Tomó lodo del suelo y lo moldeó hasta hacer una rudimentaria vasija, luego con su energía la solidificó hasta conseguir algo bastante decente donde recolectar agua de lluvia. Anduvo unos pies más hasta encontrar un arbusto con bayas, tomó las suficientes y regresó al domo, con Lysandro. Cuando entró, el joven estaba despierto y sentado.

—¡¿Dónde estabas?! —le reclamó con voz molesta—. ¡No podía salir de aquí! ¡No me gusta estar encerrado!

Al mirarlo mejor, Karel notó que había lágrimas en sus ojos, de inmediato se angustió.

—Lo siento mucho —El príncipe se acercó, quería abrazarlo, pero no se atrevía—. No pensé que te despertarías tan pronto. Creí que podrías tener sed o hambre.

Karel le ofreció la vasija con el agua de lluvia que había recogido y las bayas sintiéndose estúpido. Al acercarse algunas gotas que escurrían de su cuerpo mojaron al joven. Lysandro frunció el ceño al contemplarlo.

—¡Estás empapado! —le dijo como si solo en ese instante se percatara de la situación— ¿Saliste bajo este torrencial nada más que para traer agua y esas bayas?

Karel exhaló por la nariz, se retiró un paso para no continuar mojándolo y lo miró todavía más apenado, con el cabello chorreando sobre el rostro.

—Lo siento, no pude encontrar nada más y no quise alejarme mucho de aquí por si despertabas.

—¡¿Qué?! ¡No tenías que hacerlo! —El muchacho se mordió el labio inferior—. Ahora estás empapado, debes tener mucho frío.

—No te preocupes.

El príncipe se sentó a unos pies de distancia y se dispuso a encender su poder espiritual, con él su temperatura aumentaría y se secaría. Lysandro lo observaba taciturno desde el otro extremo. Después de un instante habló:

—Perdona mi tono de hace un momento, no debí hablarte así. —Lysandro suspiró—. Gracias por el agua y las bayas. Me apena que, que te hayas mojado por mi culpa.

—No es nada y tampoco fue tu culpa.

Karel volvió a contemplarlo. Los ojos negros, esquivos, parecían revolotear iguales a mariposas, incapaces de detenerse mucho tiempo en él. Se mordía el labio inferior y de vez en cuando algún suspiro se escapaba. Se preguntó que sentiría Lysandro por él. ¿Le molestaría tener que estar allí, cerca de él? Tal vez sí, parecía bastante incómodo. Entonces fue él quien suspiró con los pedazos de su corazón cada vez más fragmentados.

—Hace rato, hablaste en sueños —le dijo. Lysandro levantó el rostro y fijó en él brevemente la mirada—. Llamabas a tu padre. —Vaciló sin estar muy seguro de lo que diría a continuación—. Y a Viggo.

Antes de que despertara, Lysandro tuvo un sueño intranquilo. Cuando Karel se acercó para intentar reconfortarlo con su magia, advirtió que el muchacho murmuraba. Algunas palabras no llegó a entenderlas, pero otras las pronunció con bastante claridad, entre ellas estaba el nombre de su hermano mayor. El príncipe sabía que él se había ofrecido a ir con Viggo y todavía no acababa de entender por qué. No quería pensar que el escudero pudiera sentir algo por él. Sin embargo, una cosa era lo que su mente le decía y otras las dudas e inseguridades de su corazón.

Agachó la mirada, avergonzado de lo que acababa de decir y pensar. Él no tenía ningún derecho de pedirle una explicación. Lysandro era libre de hacer lo que quisiera, ir a donde dispusiera y con quien mejor le pareciera.

—¿Nombré a Viggo?

—Así es.

—Déjame explicarte.

—No tienes que explicar nada, no te preocupes. Está bien, no debí mencionarlo.

—¡No! ¡Sí, quiero explicar! —Lysandro suspiró, luego agachó el rostro, parecía más triste de lo usual—. Yo necesitaba... salir del campamento, estar lejos, aunque fuera por pocos días. El primer príncipe mencionó que quería explorar el bosque de nareg y me pareció una buena oportunidad para irme.

—Te fuiste al día siguiente que tuvimos esa conversación, cuando dijiste que no podíamos estar juntos. ¿Te fuiste por qué querías estar lejos de mí?

—¡¿Qué?! ¡No!... no es así...

—Te aseguro que no volveré a molestarte.

—Karel yo... Yo no quiero lastimarte. Ojalá pudieras entender lo que yo... —Lysandro suspiró con el ceño fruncido—. No soy una buena persona. No soy bueno para ti. ¿Por qué no lo ves? No es solo tu posición en el reino o que ambos seamos hombres... —Se mordió el labio inferior y de nuevo exhaló con fuerza—. Yo no sé como decirlo, como explicar lo que hay adentro de mí. Esta rabia, este odio que me hace lastimar a otros con mis palabras y no deseo que sea así contigo. Tú mereces a alguien que no tenga los pensamientos que yo tengo, o mi pasado.

Pero Karel sí lo comprendía.

Lo contempló, se veía tan angustiado, como si realmente él fuera el culpable del caos interior del príncipe y su sufrimiento. En ese momento comprendió que no solo Lysandro los lastimaba, él también lo hacía, les estaba haciendo daño a ambos. Karel lo hería al insistir, al aferrarse con tal desespero, exigiéndole que le diera algo que, tristemente, Lysandro no podía dar.

—No eres tú quien me lastima, Lysandro. Soy yo mismo. —El golpeteo incesante de las gotas de agua continuaba sobre ellos. El escudero lo miraba con atención—. Desde que regresé a Vergsvert me he sentido un extraño. He deseado tantas veces huir de mi propia vida que terminé aferrándome a ti, a la única persona con la que he logrado abrirme desde que estoy aquí. Te convertiste en mi refugio y he sido muy egoísta al no pensar en ti y en lo que sentías. No es tu deber cargar con mis inseguridades. Está bien decir que no.

—No... Yo... No es así.

Pero no terminó de explicar. El joven se apretó con ambas manos la cabeza y jadeó.

—¿Te duele de nuevo? —le preguntó el príncipe, inclinándose hacia él—. Recuéstate.

Karel colocó una mano en su pecho y volvió a acostarlo. Lysandro le apretó la muñeca.

—No es lo que crees. Yo te ...

El príncipe no lo dejó terminar de hablar, no quería que continuara esforzándose, explicando algo que le generaba malestar.

—Hablaremos después, no te preocupes. Ahora descansa.

Volvió a cubrirlo con su energía. Por un breve instante Lysandro lo miró con ojos tristes, pero luego los cerró y se entregó al sueño.

Miren la belleza que hizo AmiKamiu Nuestro bebo Lys. Tienen que pasar por el perfil de Ami y darle amor a sus dibujos. Además, tiene una novela BL (cómo nos gusta 😏) preciosa, Espadas en el cielo, con el plus de que de dibuja escenas y a sus personajes.

Capítulo dedicado a sith132g  seguidora del dios Seth 🛐, igual que está escribidora. 🤭

Seguiré con las dedicatorias la semana que viene. Besitos.

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