Capítulo XXXIII: "Cada día te amo más"

Las carcajadas de sus compañeros junto a la música de panderetas y laudes llenaban el recinto al son de una alegre tonada.

Aquel era el salón principal del castillo, dónde el gobernador de Aldara solía recibir sus distinguidas visitas y tomaba decisiones. Ahora el hombre y su familia se hallaban en una mazmorra de su propia vivienda, mientras sus enemigos bailaban y celebraban su derrota.

Lysandro intentó irse y escapar de la celebración. Muchos hombres bebiendo y bailando no era un ambiente que le agradara, sin embargo, sus compañeros insistieron y no lo dejaron marchar.

Jakob le llenó otra vez la jarra y se abrazó a su cuello, medio ebrio.

—De debilucho a héroe de guerra —le dijo entre risas flojas—. ¡Os digo que la espada de este chico vale oro!

El resto se carcajeó mientras él fruncía el ceño y apartaba el brazo de su amigo del cuello.

—Todavía tiemblo al recordar que casi muero allá afuera —exclamó Feohmar, el chico que luchó a su lado contra el gigante—. ¿De dónde sacaron a ese tipo, eh?

—¡Es el nareg! Dicen que hace eso.

—¡Entonces yo quiero nareg! —dijo otro de los reunidos y todos empezaron a reír de nuevo, olvidándose de lo horrible de la batalla y dejándose arrastrar por la momentánea felicidad que daba el vino.

Lysandro apuró el vaso. Todavía sentía la sangre caliente de los hombres que mató esa noche cubrirle las manos y el rostro. Jakob volvió a abrazarlo, esta vez intentando hacerlo bailar.

—¡Vamos! —Hizo un puchero gracioso como protesta de que Lysandro continuara apartándole el brazo y, además, no bailara— ¿Acaso no estás feliz de seguir vivo?

Sin embargo, el soldado no insistió, en lugar de eso se abrazó al resto. El escudero observaba como algunos estaban tan borrachos que solo tropezaban entre ellos. Los torpes pasos de sus compañeros y el calor del vino comenzaron a hacer efecto, el joven se carcajeó. Jakob giró y se apoyó en su brazo, la mandíbula inferior se le abrió, lo miró sorprendido.

—¡Muchachos —les dijo a los otros—, sí sabe reír!

Las carcajadas, todavía más estrafalarias, no se hicieron esperar. Incluso Lysandro volvió a reír y apuró más vino, sintiéndose relajado. Entre giro y giro de sus compañeros, los ojos negros recorrieron el salón hasta fijarse en Karel en el otro extremo.

Rodeado por Arlan y algunos coroneles, el cuarto príncipe llevaba un vaso a su boca. Aunque todos parecían conversar amenamente, él no participaba, su mirada estaba fija en él.

Los soldados se turnaban para cantar acompañados por los improvisados músicos. Los chicos dedicaban sus canciones a las madres que habían dejado atrás o a las novias que extrañaban. Eran letras vulgares que todos parecían conocer.

Karel se levantó y, copa en mano, caminó hasta los soldados que tocaban los instrumentos musicales. Se inclinó sobre ellos y les dio algunas indicaciones, luego de eso, la música cesó abruptamente.

Hubo algunas protestas, pero al ver que era el príncipe el origen del imprevisto silencio, callaron. Lysandro lo miró, Karel también lo observaba.

La música inició de nuevo, con una melodía alegre dominada por el laúd. El príncipe volvió a beber antes de empezar a cantar.

—El ejército se prepara, está a las puertas de la ciudad. —La voz de Karel entonaba con gracia y ritmo la canción—. La gloria y el honor llaman, pero no son nada ante una gran verdad.

Los soldados hicieron silencio mientras la voz del príncipe dominaba la sala. Los ojos de Lysandro estaban fijos en él, que no le apartaba la vista mientras cantaba.

—Soy el guerrero vencido por tus labios de miel pura. Soy el soldado caído por tu mirada inefable y oscura.

La pandereta hizo su aparición y la tonada se volvió más alegre, los soldados, entusiasmados, empezaron a acompañar la canción con sus palmas, algunos volvieron a bailar.

—Mírame, tú mi amada; es tu voz, mi dulce lamento. Háblame, tú mi preciada; es tu piel, mi exquisito tormento.

—¡El príncipe está enamorado! —gritó alguien.

Todos rieron divertidos de ver a su superior tan humano como ellos mismos, sucumbiendo al amor y la añoranza.

—Extraña a la hermosa princesa de Illgarorg —gritó uno de los coroneles.

Karel cantaba y cada palabra le calaba hondo, los ojos verdes parecían querer traspasarlo. Lysandro apuró más vino, sentía la garganta seca y la sangre quemarle en las venas.

—Saagah, por ti cubrí los campos con la sangre del enemigo. Por ti la valentía y la habilidad persigo. Pero no podrá redimirme el poderoso. Solo tú lo logras, dueña de mi corazón ardoroso.

Los soldados rompieron en aplausos. Karel repitió las estrofas una vez más, mientras los hombres bailaban y acompañaban su voz con las palmas.

Lysandro no había dejado de mirarlo durante toda la canción. Se sentía entre dos aguas, por un lado, quería ceder al deseo que sentía, pero por el otro la cordura que todavía le quedaba lo detenía.

A Karel volvieron a rellenarle la copa, el príncipe bebió el contenido casi de un solo trago.

La celebración, alegre para todos menos para él y Karel, continuó hasta el punto en que, un cuarto de vela de Ormondú después, tanto los coroneles como los soldados rasos entonaban las mismas vulgares canciones al unísono, abrazados por los cuellos.

El príncipe Arlan y Karel, se bamboleaban, parecían tan borrachos que debían abrazarse mutuamente para no caer. De pronto la pareja se acercó al grupo de soldados en el que estaba Lysandro.

—Chico, chico —lo llamó Arlan—, gracias por cuidar de Gylltir.

El príncipe trató de alcanzarlo para abrazarlo, si no cayó al suelo fue porque su brazo continuaba rodeando el hombro de Karel. Uno de los soldados acercó una silla y lo sentó allí.

Los ojos dorados verdosos del hechicero se posaron sobre él. La mirada alcoholizada, pero salpicada de deseo, lo hizo sonrojar. Sintió el impulso de prendarse de su boca, de dejar que sus manos lo acariciaran.

—Nuestro héroe y gran cantante, el príncipe Karel —gritó Jakob, aplaudiendo. Al grito se unieron los soldados ebrios que en ese momento los rodeaban. Vítores de «Viva el príncipe hechicero» se alzaron en el salón, alguien le ofreció otro vaso que Karel se bebió de un trago. Los párpados del príncipe comenzaron a cerrársele y cuando intentó caminar hacia Lysandro tuvieron que sostenerlo para que no cayera de bruces.

—Tú, tú —dijo señalándolo con el índice—. Yo, yo te quie...

Lysandro tomó una pierna de pollo de la mesa cercana y se la metió en la boca antes de que terminara la oración.

—¡Creo que dijo que quería pollo! —se excusó—. Jakob, será mejor que me ayudes a llevarlo a una de las habitaciones. Después regresaremos por el otro príncipe.

—Ajá —accedió Jakob dejando la bebida sobre la mesa—, pero después regresaremos y beberemos hasta que el sol se oculte y salga de nuevo.

El resto levantó vasos a manera de momentánea despedida. Gritaron, decididos, a seguir la juerga.

Lysandro y Jakob apoyaron los brazos del príncipe en cada uno de sus hombros y comenzaron a llevarlo hacia las escaleras que daban al pabellón de las habitaciones.

Durante el trayecto, Karel murmuraba cosas ininteligibles.

—¿Quién hubiera dicho que el príncipe cantara tan bien y fuera tan romántico? ¡Pesa mucho! —se quejó Jakob—. Alteza, colaborad, por favor.

—¿Quién sois?—solo quiero que me lleve Lysandro.

—¡Ja!, como si ese debilucho pudiera cargarte él solo.

—Vamos, Alteza —le pidió Lysandro—. ¡Tratad de caminar!

De pronto Karel se giró del todo y se abrazó al escudero.

—¿Te gustó la canción? Era solo para ti.

La pregunta lo descolocó, el joven trastabilló y ambos cayeron por las escaleras. Jakob se apuró a socorrerlos.

El príncipe empezó a reír con fuerza. El miedo que Lysandro sintió porque Jakob lo pudiera haber escuchado, quedó eclipsado debido al vino y a la risa contagiosa de Karel. El escudero, con ambas manos apoyadas en el suelo y alrededor de su torso, lo miró y soltó también una estruendosa carcajada. Karel lo abrazó mientras ambos reían como tontos, tumbados, uno encima del otro, en medio de los escalones de piedra pulida.

—Joven príncipe, por favor —suplicó Jakob quitándolo de encima de Karel—, tratad de levantaos.

A duras penas y entre carcajadas flojas volvieron a ponerse de pie para continuar subiendo con un Karel que no paraba de reír.

Lysandro no estaba tan ebrio como el príncipe, que continuaba balbuceando incoherencias, aun así encontraba la situación divertida.

Cuando terminaron de subir, abrieron la primera puerta que apareció ante ellos.

Era una habitación espaciosa con muebles lujosos y una cama de dos plazas con dosel. Entre ambos soldados acostaron al príncipe. Jakob empezó a desatar los broches del chaleco de cuero, cuando Karel sujetó su muñeca y se incorporó en el colchón. Sus ojos lo veían enojados.

—¡¿Qué estás haciendo?! —rugió.

El chico se asustó y trató de soltarse, pero el fuerte agarre se lo impidió.

—Yo, yo os quito el uniforme para que durmáis cómodo.

El poder espiritual del príncipe se encendió en su mano y entonces Jakob chilló de dolor.

—¡¿Qué haces?! ¡Suéltalo! —Lysandro se agarró de sus dedos, fuertemente cerrados alrededor de la muñeca de Jakob, para tratar de abrirlos.

Cuando Karel lo vio, su expresión se suavizó y soltó al soldado para sujetarlo a él.

—¡Lysandro! —exclamó como si recién se diera cuenta de la presencia del escudero.

El muchacho no trató de soltarse, en su lugar volteó hacia Jakob:

—¡Vete! Yo me encargo.

—¿Estás seguro? No quiero dejarte aquí con él, parece peligroso.

—No. Está bien. Ve, yo iré en un momento.

Karel aumentó el agarre en su muñeca y Lysandro frunció el ceño. Jakob hizo el amago de acercarse para separarlos, pero el príncipe giró con su mano libre brillando en plateado.

—¡Vete, Jakob! ¡Estaré bien, de verdad! Puedo manejarlo.

Jakob lo miró con duda, no se atrevía a marchar. Lysandro lo apremió con la mano para que terminara de salir.

—¡De acuerdo! Pero si no regresas en breve, volveré por ti.

El joven escudero aguardó que la puerta se cerrara para intentar liberarse, pero Karel, en lugar de soltarlo, sujetó su cintura con la mano libre y lo abrazó ceñido, cayendo ambos en el colchón, con Lysandro encima del príncipe.

—¿Qué te sucede? ¿Ibas a hacerle daño a Jakob? —le reprochó el escudero.

Karel sonrió y liberó su muñeca, luego delineó el contorno de su rostro con delicadeza, la curva del labio inferior, el lunar en el pómulo.

—Eres el dueño de mi corazón ardoroso. Cada día te amo más —le dijo con voz pastosa, medio dormido.

El hechicero se incorporó para atrapar con los suyos el labio inferior. Lysandro no opuso resistencia, por el contrario, apoyó el cuerpo en el de él, entregándose a los besos con sabor a vino que anhelaba desde hacía rato.

Quería ahogarse en su boca. En ese momento dejó de pensar, de reprimirse a sí mismo, lo único que deseaba era sentir, sentirlo a él. Descendió dejando un reguero de besos húmedos desde la mandíbula y hasta el cuello. Terminó de desatar el chaleco de cuero, le quitó la camisa blanca y acarició la piel acanelada. Volvió a escuchar a Karel cantar algunas de las estrofas de antes. A pesar de que estaba medio ebrio, o tal vez, justamente por eso, las palabras le llenaron los ojos de lágrimas.

Lysandro le pasó las manos y acarició desde el abdomen hasta el pecho, se incorporó y lo besó en los labios de nuevo. Cuando lo miró a los ojos se dio cuenta de que el hechicero se había dormido.

El escudero sonrió con ternura y se le acercó al oído.

—Sí me gustó la canción. ustó tu canción y también te amo, tal vez más que a mi propia vida. —Una lágrima escapó y rodó por su mejilla.

Se acurrucó pegado a su costado. Cerró los ojos al sentir el delicioso calor de su cuerpo. Solo un momento quería descansar allí, cobijado por la paz que él le transmitía, soñando con que realmente lo amaba y que su declaración no era producto del vino, de un arrebato pasional o de un capricho. 

La cabeza parecía querer partírsele a la mitad, además, tenía mucho calor y sed. Abrió los ojos. Sintió la mejilla pegada a una superficie cálida, la mitad superior de su cuerpo se apoyaba sobre otro, uno con un pecho amplio y duro. Frente a él había hermosas cortinas bermellón que no reconoció. Suspiró contra el cuello del hechicero.

Entonces recordó... con horror, la noche anterior.

—¡Mierda, mierda, mierda!

Lysandro se incorporó a toda prisa.

—¿Qué ocurre? —escuchó la voz adormilada del príncipe a su lado.

—¡Ocurre que no debería estar aquí! —Cuando fue a levantarse, Karel lo tomó de la muñeca—. ¡Suéltame! ¡Tengo que irme!

—No, antes debemos hablar.

Lysandro se sacudió el agarre.

—¡No hay nada más de que hablar, Karel! ¡Esto, tú y yo, no puede ser!

—¿Esto? —Karel se sentó en la cama y lo miró con las cejas muy juntas—. Lo dices como si fuera algo malo, despreciable. ¿Por qué no puede ser?

Lysandro suspiró, se sentía agotado y el dolor de cabeza le martillaba cada vez más potente.

—¡Está mal! ¡Está prohibido, Karel! ¿Por qué no lo entiendes?

—¡Que esté prohibido no quiere decir que esté mal! Esto aquí adentro, que me hace sentir tan bien cuando estoy contigo, que me hace querer ser mejor, no puede ser algo malo. Podemos irnos lejos, hacer nuestras vidas dónde a nadie le importe quienes somos o lo que hacemos.

Lysandro se llevó hacia atrás el pelo negro que le caía sobre la cara. ¿Por qué Karel no veía las cosas como él? Aceptar que se gustaban era una condena y más para el príncipe. Además, estaban en medio de una guerra. El día anterior vencieron gracias a la magia y a la habilidad del hechicero. ¿De verdad estaba dispuesto a abandonar a su gente sabiendo que lo necesitaban, nada más que para escapar con él?

—¿Irnos? ¿Ahora? ¿Qué pasará con la campaña? Ayer ganamos gracias a ti.

Karel comenzó a reír, mientras caminaba de un sitio a otro en la habitación. Luego fue hasta él y le agarró las manos.

—¡Que se joda la campaña! Esta guerra es un absurdo, obedece a la avaricia de mi padre.

—No puedes estar hablando en serio.

—¿Por qué no? Dices que estar juntos está prohibido. ¿Es por qué ambos somos hombres? Son ellos los que lo prohíben, es para ellos que esto está mal. Aun así, ¿quieres que me sacrifique pelando por un pueblo que no aprueba lo que soy? ¿Qué estaría dispuesto a despreciarme y condenarme si se enteran de que soy homosexual? ¡Me pides demasiado, Lysandro! Yo no soy un héroe.

—Aunque no seas un héroe, eres el príncipe, te debes a tu pueblo. Y yo no quiero entorpecer tu destino.

Karel se arrodilló ante él, todavía sujetando entre las suyas las manos pálidas y frías.

—¡¿Cuál maldito destino?! ¡Mi destino eres tú! ¿Cuándo lo vas a entender? No me importa si soy el príncipe de Vergsvert, yo estoy a tus pies. Dejaré todo por ti.

Lysandro se arrodilló también frente a él y sujetó los costados de su rostro.

—Justamente eso es lo que no quiero, que lo dejes todo por mí. —Tuvo que hacer una pausa cuando la voz se le quebró—. No te importa abandonar tu reino, ni desafiar sus tradiciones por mí, que no soy más que un esclavo.

—Ya te he dicho que estoy a tus pies. Eres lo que más me importa en el mundo y si tú me aceptas, haré lo que sea por estar contigo. Pídeme lo que quieras y te lo daré. —Karel apoyó la frente contra la suya—. Para mí no eres ni un hombre, ni un esclavo, ni un soldado. Eres Lysandro, la persona a la que amo.

»Un día me preguntaste por qué iba cada noche a visitarte solo para charlar, ¿lo recuerdas? Era porque contigo me sentía bien, me siento bien, yo mismo, sin ataduras que no deseo u obligaciones impuestas. Cuando me lo preguntaste, ni siquiera nos habíamos besado. Lo que siento va más allá de lo físico. Yo quisiera mirarte, hablarte, escucharte cada día de mi vida.

Lysandro apartó la mirada. No podía aceptar nada de lo que le decía. En silencio se maldijo a sí mismo por lo que estaba por hacer, pero no lo dejaría cometer un nefasto error.

—Si de verdad me amas, si estás dispuesto a hacer lo que te pida, entonces no lo hagas por ti, ni por tu reino, hazlo por mí. Olvídame. —Se levantó, dejando a Karel arrodillado y estupefacto a sus pies. Habló tratando de mantener la voz firme, que no se notara que tenía el corazón en pedazos—. Si nos descubren, te humillarán, te despreciarán, perderás el trono; tal vez te exilien y está bien si no te importa. Pero a mí, que solo soy un soldado y el hijo de un traidor, ¿qué me harán, Karel?

Los ojos del príncipe se abrieron a puntos inconmensurables, lo miró como si solo entonces entendiera la magnitud de lo que enfrentaban, a lo que se exponían si es que decidían estar juntos. Luego su mirada vagó por el suelo de la habitación, como la de un niño perdido. Lysandro se despreció por causarle tanto dolor, por manipularlo de esa manera para que accediera a olvidarse de él, pero el príncipe no le dejó más alternativa. No sería él quien lo apartara de su destino.

—Si seguimos juntos, tú perderás el trono y yo moriré. —Remató.

—Vámonos, huyamos juntos —susurró el hechicero sin fuerza, con la cabeza gacha.

—No.

Karel se inclinó hasta que su frente dio contra el piso. Cuando Lysandro vio el estremecimiento de sus hombros, comprendió que lloraba. No podía seguir allí, contemplando como le causaba sufrimiento al hombre que amaba. Si se quedaba acabaría por ceder, por huir con él y después se odiaría por el resto de su vida.

*** Hola bellezuras. Esto parece irreconciliable, creo que Lysandro encontró el punto en el que Karel no se puede negar. Si ustedes fueran Karel, ¿qué harían? ¿Dejarían en paz a Lysandro y se resignarían a gobernar? ¿o insistirían, a pesar que que Lysandro está negado a aceptar?

Nos leemos el otro fin. Este memes me representa (no crean que no lloro mientras escribo.)



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