Capítulo XXVI:"Era él" (II/II)
Fue conducido por una criada, junto al resto de escuderos y guardias que formaban parte de las escoltas personales de los príncipes, a las barracas destinadas a los soldados de la guardia del castillo.
Le asignaron una pequeña cama plegable y se acostó boca arriba, vestido, sin hablar con nadie.
Con su antebrazo se cubrió los ojos. Por un momento, escuchó la conversación de los guardias que halagaban al príncipe Karel y su benevolencia de dejarlos quedarse en el banquete. Elogiaron el vino y la comida y, por supuesto, la hermosura de la princesa de Illgarorg.
La garganta se le apretó. No quería, pero no había manera de que evitara llorar y lo peor era que no sabía si era de felicidad o de tristeza.
Desde que salió del Dragón de fuego deseó poder verlo, aunque fuera una vez más, cada noche lo visitaba en sueños. Y ahora que estaban en el mismo edificio, sentía que los separaban más que las paredes.
Era uno de los cuatro príncipes de Vergsvert, entendía por qué nunca se lo confesó. Saberlo lo abrumó.
Un gran suspiro brotó de su pecho junto con las lágrimas.
Siendo Karel uno de los herederos, pesaba sobre él la ridícula competencia por el trono. Tendría que hacer mérito frente a los sacerdotes de Oria, quienes castigaban la homosexualidad.
No podía ni pensar en acercársele, en arriesgarlo. No. Ahora Karel era mucho más inalcanzable que cuando en sus sueños lo escuchaba sin poder verlo.
Debía querer luchar por el trono de Vergsvert si, incluso, se había casado.
Su esposa era hermosa, amable, inteligente y refinada, hacían bonita pareja. Una mujer acorde a su posición, con la que tendría hijos que serían príncipes y tal vez reyes.
Giró en el catre y miró la pared de piedra. ¿Cómo su corazón no era así, de piedra? Durante mucho tiempo se encontró incapaz de sentir afecto por nadie que no fueran Brianna o Cordelia y ahora se veía sobrepasado por el sentimiento.
La puerta de la barraca se abrió con un chillido y la alegre charla de los soldados, abrupta, cesó.
Un guardia estaba en el umbral y miraba hacia el interior.
—¿Quién es Lysandro?
—El muchacho, rápidamente, se limpió las lágrimas. Por fortuna la habitación se hallaba en semi penumbra debido a las pocas lámparas de aceite encendidas.
—Soy yo. —Se sentó en el catre.
—Sois requerido.
—¿Por quién? ¿Quién me solicita?
El soldado no contestó, nada más lo apremió a cumplir la orden con un gesto de la cabeza. El escudero pensó en el general, quizás necesitaba darle algunas instrucciones qué cumplir, pero luego se acordó de que Fingbogi también estaba en el castillo y bufó. No tenía ánimos de lidiar con el hombre; si era él quien lo llamaba, se iría de inmediato.
Caminó detrás del soldado por los pasillos austeros, fríos y algo lúgubres debido a la poca iluminación. Salieron del pequeño edificio de la guardia, atravesaron el patio de armas y entraron de nuevo al castillo. El soldado lo condujo por galerías igual de parcas en la decoración, pero con más luz. Al final se detuvo frente a una gran puerta de madera en la planta baja.
El corazón del joven escudero retumbó en su pecho. Ni el general, ni Fingbogi podían encontrarse en esa habitación, ellos tenían que estar en un pabellón destinado a los dormitorios.
El soldado entró y un breve instante después regresó anunciándole que podía pasar.
Tal como lo intuyó, adentro lo esperaba Karel.
El hechicero lo miraba de frente. Recostada su espalda de un amplio escritorio de madera, de sus ojos ambarinos brotaban dos gruesas lágrimas.
Lysandro apretó la boca conteniendo el llanto. Quería correr hasta él, abrazarlo, sentir el calor de su cuerpo, oler el aroma de su piel, pero si lo hacía no habría retorno.
—Estás vivo, eres real y no una alucinación, ¿verdad? —Las lágrimas corrían por las mejillas de Karel mientras se acercaba. Cuando estuvo frente a él pasó los dedos por su rostro. —Viví un infierno creyendo que habías muerto.
El príncipe se llevó las manos al cuello y sacó una cadena de plata. Lysandro se sorprendió al verla, era la misma que le dio la noche en que hicieron el amor por primera vez, la que Sluarg le arrebató cuando lo asesinó.
Karel se la quitó y se la puso a él, después lo abrazó. Le apretó la cabeza contra el pecho y así podía escuchar el furioso retumbar de su corazón.
—¡Estoy tan feliz de que estés vivo! Los dioses me bendicen trayéndote a mí. Quédate conmigo, por favor —le susurró el príncipe al oído.
Se le escapó un jadeo y a este le siguieron varios sollozos, Lysandro temblaba. Apretó los ojos ¿Quedarse con él? Cumplir el sueño más hermoso que había tenido en toda su vida... cuando no sabía que era un príncipe. Si los dioses existían, estaba seguro de que se divertían con su sufrimiento. Se separó del ceñido abrazo.
—Eres un príncipe. No lo sabía.
Karel lo miró con algo muy parecido al miedo, quizás pensaba que le estaba reprochando, pero no era así.
—Perdóname, debí decírtelo.
—No tenías por qué hacerlo, entiendo que no me lo contaras. —Lysandro hacía un esfuerzo para que las lágrimas no le impidieran hablar, a pesar de que continuaban fluyendo—. Si te lo propusieras llegarías a ser el rey. Quedarme a tu lado me convertiría en un entretenimiento peligroso.
—¿Qué dices? ¿Eso crees, qué eres un entretenimiento? —Una profunda arruga surgió entre las cejas del hechicero.
—No puedo ser más que eso en tu vida. Y no me malinterpretes. Me habría gustado serlo. Cuando me prometiste que comprarías mi contrato yo estaba feliz. No me importaba que no me dieras la libertad, habría aceptado ser tu esclavo, pero ahora todo es diferente.
—Nunca quise que fueras mi esclavo, iba a darte tu libertad. —Los ojos de Karel lo miraban dolido—. Y no eres, nunca fuiste un entretenimiento para mí.
El joven asintió antes de continuar.
—No podemos estar juntos, no podría estar a tu lado y ponerte en riesgo. —Alargó la mano y barrió con la yema de los dedos las lágrimas que corrían por las mejillas de Karel—. ¿Qué pasará si nos descubren?
—Nadie la hará —le dijo, decidido—. Huiremos de Vergsvert, nos iremos lejos.
Lysandro sonrió, incrédulo.
—El general Jensen dice que tienes más opciones que tus hermanos de ganar el trono. ¿Renunciarás a la corona de Vergsvert, por mí, que no soy más que un esclavo?
—Renunciaría a mi propia alma con tal de poder estar a tu lado.
Se mordió el labio al escuchar la apasionada declaración. Sentía que su corazón se partía en pedazos.
—¿Cómo podría vivir sabiendo que renuncias a tanto por mí? No me hagas esto, por favor. Tienes un destino que cumplir y no quiero ser yo quien lo trunque.
—¿Un destino? ¿Cuál destino? ¿Luchar por un trono que no quiero? No es ese mi destino, mi destino eres tú, quiero estar contigo.
A veces Lysandro sentía que su belleza era una maldición. Si hubiese nacido feo, no lo habrían obligado a prostituirse, no despertaría la lascivia de los hombres y sin duda, Karel no tendría la absurda idea de que él era su destino. Se daba cuenta de que el sexo enloquecía a los hombres. No podía ser más que eso. El hechicero lo deseaba, deseaba su cuerpo y decía tonterías llevado por ese deseo.
¿Qué debía hacer para que entendiera que estaba llamado a cosas más grandes y que no debía ponerlas en riesgo solo por un arrebato pasional?
—¿Por qué te casaste? —le preguntó, decidido a demostrarle que no era como decía, que realmente él no era su destino—. ¿La amas?
—Ni siquiera he podido consumar el matrimonio. La dejaré, lo dejaré todo por ti.
Lysandro negó con la cabeza y continuó, empecinado, en demostrar su punto.
—Entonces, si no la amas, ¿por qué te casaste?
Karel permaneció en silencio, mirándolo a los ojos. En la expresión culpable estaba la respuesta y Lysandro la conocía.
—Debes estar casado para ser rey, es uno de los requisitos que exigen los sacerdotes de Oria, ¿no es cierto? Te casaste con una mujer que ni siquiera despierta tu deseo, por qué quieres ser rey, Karel.
Ante su deducción, el joven príncipe agachó la mirada. Lysandro tenía razón. No amaba a su esposa, pero se casó con ella porque era un requisito para acceder al trono y él, a su lado, no sería más que un estorbo y un peligro.
El príncipe de pronto se irguió y lo miró con rabia.
—Entonces, ¿será así? ¿Así acaba esta historia? —Lo agarró de la muñeca en un gesto violento—. Ahora que te he encontrado, ¿me dejarás? ¡¿Es que no tienes corazón?! ¡No sientes nada por mí!
Lysandro se soltó de su agarre.
—¡¿Y qué es lo que quieres, Karel?! —le dijo mientras las lágrimas le quemaban el rostro. Llevó su mano a las correas del chaleco de cuero y empezó a desatarlas—. ¿Esto es lo que quieres? Si es así, ven y tómalo.
El chaleco cayó al suelo y a este le siguió la camisa de lino crudo. El príncipe lo miraba horrorizado. Cuando sus manos iban a desatar el pantalón, él lo detuvo y lo abrazó.
—¡¿Por qué me haces esto, Lysandro?! —le preguntó contra su cabello— ¡¿Por qué?!
—Perdóname. No quiero hacerte daño. Pero tampoco quiero que abandones tu destino por mí. ¿Qué pasará cuando en unos años envejezca y mi belleza se vaya? Me mirarás y pensarás: «lo dejé todo por nada.» Comenzarás a odiarme más pronto que tarde porque sentirás que te alejé de un destino glorioso. Dices «huiremos de Vergsvert» y yo me preguntó ¿a dónde? ¿A las montañas? A vivir como campesinos, cuando tú puedes ser el rey. No, Karel. Tú no me hagas esto.
Karel sujetó los costados de su rostro y lo miró, desesperado, después comenzó a besarle cada parte de su cara como si no les quedará apenas tiempo. Volvió a abrazarlo mucho más ceñido.
—Si te alejas, me moriré. No habrá destino glorioso, ni humilde, no habrá nada porque mi vida habrá terminado.
Lysandro apretó los ojos. ¿Por qué era tan difícil? ¿Por qué dolía tanto?
—Espérame —le pidió de pronto, separándose de él. Volvió a sujetar su rostro y a mirarlo con intensidad—. Te prometo que seré el rey y entonces iré por ti. Cuando gobierne Vergsvert reharé las leyes y nadie nos podrá separar.
El joven escudero quedó sin palabras ante la promesa, se había quedado sin argumentos. Asintió y lo abrazó hasta que Karel volvió a separarlo, pero esta vez con suavidad. Lo miró a los ojos de nuevo.
—Nunca has sido un entretenimiento. Eres lo más importante en mi vida. Si me pides que deje el trono lo haré. Si me pides que lo gané, entonces lucharé por él, pero no me pidas que me separe de ti.
Los labios suaves del príncipe se posaron sobre su boca y la reclamaron suya. Era un dolor tan dulce el que sentía, el corazón todavía le sangraba y de seguro, la herida no curaría. Dejó que las manos lo recorrieran y se abandonó al estremecimiento que desataban en él. Todavía tenía muy presente que Karel era el príncipe, que estar con hombres estaba prohibido y que él no valía la pena. Aun así, se entregó con la certeza de que sería la última vez.
Las manos del hechicero lo afianzaron contra su cuerpo. Los dedos ascendieron y le acariciaron la nuca, le desataron el cabello.
Lysandro le deslizó la chaqueta negra por los hombros y se afanó en quitarle la camisa de seda. Había recreado tantas veces su cuerpo en su mente, acariciado en sueños esa piel bronceada. Le lamió el pecho y mordisqueó sus pezones hasta sacarle un gemido.
Karel lo tomó del mentón y le subió el rostro para besarlo de nuevo. Las piernas le comenzaron a temblar. ¿Cómo estuvo tanto tiempo sin él? ¿Y cómo continuaría sin sus besos? Se le desató un escalofrío cuando la lengua se paseó por su cuello. Tenía que ser fuerte y seguir adelante con su decisión.
Esa sería la última vez.
Karel lo abrazó y caminó con él aferrado hasta recostarlo del escritorio. Una mano la envolvió alrededor de su cintura y la otra la pasó sobre la superficie de madera, arrojando al suelo todo lo que en ella había. Lo sentó en la mesa y Lysandro abrió las piernas para que su amante se acomodara entre ellas. Volvieron a besarse con calma y algo de tristeza, a acariciarse, a reconocerse con las manos.
—Soñaba cada noche contigo, que te encontraba y te traía aquí —le dijo en un instante en que sus labios se separaron—. No podía creer que hubieses muerto.
Los dedos del escudero se posaron sobre el amarre del pantalón del otro y lo desanudaron, en un instante tuvo en sus manos la húmeda erección. La acarició con parsimonia mientras sus ojos, fijos en Karel, no perdían detalle de su expresión arrobada.
El hechicero apretó los ojos, se mordió el labio y echó la cabeza hacia atrás, dejándolo hacer, disfrutando de sus caricias.
De pronto se reincorporó y volvió a asaltarle la boca. Karel tenía el poder de dejarle la mente en blanco, de hacerlo olvidar todo cuanto era y cuanto había sido, de tornarlo en piel y sangre y deseo. Le desató el pantalón y luego se arrodilló. Lysandro agachó la cabeza y sonrió al ver lo que hacía.
El hechicero le desanudaba las botas, luego tiró de los ruedos del pantalón de cuero hasta despojarlo de él. Al levantarse volvió a besarlo en los labios y lo tumbó con suavidad, de espaldas, en la mesa.
Lysandro se llevó las manos al rostro cuando sintió los dedos de él hurgar en su intimidad, preparándolo. Primero un dedo, suave y delicado, luego dos. Giraban y penetraban lentamente en su interior.
Ahogó un gemido, se mordió el puño, apretó los ojos cuando el hechicero lo jaló hacia adelante y llevó sus piernas hasta apoyárselas en el pecho, un tobillo en cada hombro. Arqueó la espalda hacia atrás en cuanto sintió la punta, húmeda y caliente, comenzar a abrirse paso en su interior, ya dilatado.
Cuanto podía ver era el techo alto de madera, que se movía cada vez que Karel lo embestía, se desdibujaba cuando él llegaba a ese punto en su interior que le hacía salivar y tocar las estrellas. Tenía el puño dentro de la boca para no dejar salir ni un gemido, pero era difícil y más, porque lo que deseaba era gritar todo el placer que sentía. Tiró de su cabello, se aruñó el cuello y el pecho, no podría aguantar mucho. El sorcere mordisqueó una de sus piernas, que mantenía sujetas por los tobillos, mientras las separaba como si se trataran de los extremos de una tenaza. Había incrementado el ritmo, tanto que la mesa empezó a chirriar. Iba a correrse y podía sentir que Karel también.
Las cintas emergieron sumiéndolo en un vacío blanco de placer y paz. El sorcere bombeó unas veces más y se hundió muy profundo dentro de él una última vez. Permaneció así un instante mientras se vaciaba, luego se inclinó, lo abrazó y lo sentó hasta apoyar la cabeza de Lysandro en su pecho. Estuvieron así, abrazados, sin tener consciencia del paso del tiempo, un rato más.
El príncipe se separó de él y lo ayudó a bajar del escritorio. Cuando lo hizo un latigazo partió de su zona baja y se extendió por sus piernas. Lysandro se tambaleó.
—Creo que no podré caminar por la mañana. —Lo miró con una sonrisa pícara. Karel se sonrojó intensamente y el escudero rompió a reír. Cuando se calmó, giró y miró hacia el suelo—. Su Alteza, habéis hecho un desastre.
Karel achicó los ojos.
—¿Solo yo hice un desastre? Espero que los sirvientes no se hayan despertado con tus gritos.
Lysandro se escandalizó y abrió mucho los ojos.
—¡No grité!... ¿Verdad?
El príncipe sonrió con ternura y lo abrazó, después besó su pelo a la altura de la sien.
—Te extrañé mucho.
Karel tomó su camisa de seda y comenzó a limpiarlo con ella.
—¿Qué haces?—el joven detuvo su mano—, la estropearás.
—¿Y qué? —Karel continuó limpiándolo y dejando un beso en cada parte aseada. Determinarse a no verlo mas iba a costarle mucho.
El hechicero tomó la camisa de lino y cuando iba a colocarsela a Lysandro se detuvo en sus brazos.
—¿Qué son estas marcas? —Ante la pregunta del príncipe, el escudero vio los cortes en sus antebrazos y sintió vergüenza. No podía decirle que él mismo se los había hecho. ¿Qué clase de persona pensaría Karel que era? Alguien incapaz de lidiar con su propia frustración.—¿No usan espadas de madera cuando entrenan? —continuó preguntando de manera ingenua, mientras examinaba los cortes.
—A veces no. —Lysandro retiró el brazo, tomó la camisa y se la colocó de prisa.
—Cuéntame, ¿cómo llegaste al tercer regimiento?, ¿cómo es que ahora eres escudero?
Lysandro suspiró aliviado de que dejara el tema sin hacer más preguntas. Mientras ambos se vestían empezó a contarle la historia. Cuando hubo concluido, Karel lo miraba con una sonrisa.
—Te dije que tu técnica de espada era muy buena. Me alegro mucho por ti, he escuchado que Jensen es un buen hombre.
El joven escudero asintió; estaba de acuerdo, el general lo trataba con respeto y paciencia. Luego recordó el ataque que sufrió Viggo y lo que dijo el mercenario antes de morir.
—Tus hermanos sufrieron un atentado antes de que partiéramos hacia acá. El hombre que lo hizo, antes de morir, dijo que la dinastía Rossemberg caería, que ni uno solo de ustedes sobreviviría.
Karel rebuscó en un armario, sacó una jarra de vino y dos copas, las sirvió y le ofreció una al joven.
—Debieron ser vesalenses, no te preocupes.
—No lo hago —le contestó—, pero creo que debes tener cuidado.
—Tendrías que ser mi escudero, ¿qué dices?
Lysandro llevó la copa a sus labios antes de contestarle con una sonrisa.
—No quieres que sea tu escudero.
—Claro que sí —le respondió el príncipe, abrazándolo—. Quiero que seas mi escudero y mi guardia personal, para que me salves de todos los peligros que me acechen.
Lysandro empezó a reír.
—Eres un hechicero, no necesitas mi protección. Además, sospecho que me quieres para otras cosas.
Karel había empezado a besarle el cuello y a acariciar su abdomen por debajo de la camisa.
—¿Cómo crees? Aunque puedo asegurarte que ser el guardia personal del cuarto príncipe tiene mayores beneficios que ser el escudero de un general. —De pronto detuvo sus besos y caricias y lo miró a la cara—. En serio, me gustaría que estuvieras a mi lado.
Sí, iba a ser muy difícil evitar a Karel, que parecía estar decidido a obviar todos los peligros que implicaba que estuvieran juntos.
—El general ha sido muy bueno conmigo, no podría hacerlo eso. Además, ¿con qué excusa le pedirías que me dejara a tu cargo?
Karel se acarició el mentón.
—Pensaré en algo, pero haré que seas parte de mi escolta. —Luego habló serio—. No dejaré que te alejes.
—Debo irme —se excusó el joven separándose de él—. No sería prudente que el amanecer me encontrara aquí.
Karel lo sujetó por la muñeca antes de que saliera.
—Prométeme que seguiremos viéndonos, que no me dejarás.
Lysandro tragó y evadió sus ojos al contestar:
—Iremos juntos a Vesalia. —Se zafó de su agarre y caminó a la puerta—, continuaremos viéndonos.
—Sabes a lo que me refiero, Lysandro.
—Debes descansar, mañana te espera un largo día.
Se dio la vuelta y salió de la habitación sin ser capaz de mirarlo a los ojos de nuevo. Si se quedaba un instante más, no podría sacarlo de su vida.
***Hola a todos. Quiero agradecerles infinitamente por todo el amor que le están dando a esta novela, sus votos, sus comentarios, significan mucho para mí.
Espero que les haya gustado el reencuentro, un poco agridulce, lo sé, pero no puedo hacer más, así son ellos.
Besitos.
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