Capítulo XXVI: Era él (I/II)
Tercera lunación del año 105 de la Era de Lys. Illgarorg, reino de Vergsvert.
Por la mañana recibió un Haukr proveniente del Tercer Regimiento del oeste, le informaban que él y el batallón de arqueros de Illgarorg eran requeridos en la guerra por librar contra Vesalia.
Leyó de nuevo la nota en sus manos. Su hermano Viggo la firmaba como el comandante de la campaña contra el reino vecino.
Suspiró y decidió ir a darle la noticia al coronel Cormac, quien estaba a cargo del regimiento de Illgarorg y del batallón de arqueros que su hermano solicitaba. Pero antes notificó a Jonella, su esposa, que tendrían visitas y a Drusila para que se encargara de la preparación de un banquete con el cual recibir a sus hermanos y al resto del alto mando encargado de la campaña militar.
Tendría, además, que pedir la colaboración de los pocos campesinos de su región. El batallón de arqueros requeriría provisiones durante lo que durara la campaña y rogaba a Olhoinna, madre de todo y de todos, porque el regimiento del oeste contara con una cuantiosa reserva alimentaria y no esperara que él hiciera un gran aporte.
La zona costera bajo su jurisdicción ya se hallaba en una situación precaria por la escasez de alimentos, como para quitarles lo poco que había y dárselo al ejército.
Suspiró de nuevo. Se colocó la chaqueta y salió rumbo al fortín de Illgarorg a dar la noticia.
Casi al anochecer, Jora entró al gran salón con una reverencia.
—Su Alteza, los príncipes y el resto de invitados ya han llegado.
—Gracias, Jora. Hacedlos pasar.
Lara Jonella apretó su mano. Ante el gesto, Karel la miró y sonrió, afable. Intuyó que ella debía estar tan nerviosa como él, por recibir a sus hermanos mayores y al alto mando militar que encabezaría la campaña contra Vesalia.
Era la primera vez que la joven se desempeñaría como el ama del palacio de Illgarorg ante nobles Vergsverianos.
—No te preocupes —la animó el príncipe—, lo harás bien.
Ella asintió y sonrió de vuelta.
Los recién llegados comenzaron a entrar, los primeros en hacerlo fueron sus hermanos, con quienes no tenía mucha confianza. Ambos príncipes lo abrazaron y luego hicieron una pequeña reverencia frente a Jonella. A ellos siguieron los coroneles del tercer regimiento: Fingbogi, Olaf y Gaumar, acompañados cada uno por un soldado de su confianza. Por último entró el General Jensen, seguido de su escudero.
De todos los visitantes, Karel solo conocía a sus hermanos, de tal forma que Axel hizo los honores y fue presentándoles a él y a lara Jonella, cada uno de los militares.
—Él es el general Hared Jensen —dijo Axel cuando tocó el turno de presentar al general—, comandante de todo el regimiento del oeste.
El hombre, de mediana edad, tenía la piel curtida, grandes entradas en el cabello castaño claro que llevaba trenzado y sonrisa afable. Hizo una reverencia frente a Karel, quien le respondió con una inclinación de cabeza. Cuando el militar se apartó, le dio paso a su escudero para que este hiciera la apropiada reverencia.
Karel fijó la mirada en el joven soldado con algo de indiferencia, pero cuando reconoció el rostro que noche tras noche lo visitaba en sueños, su corazón casi se detuvo para después arrancar a latir como loco.
La boca se le secó.
La piel, antes blanca como el alabastro del que estaban hechas las estatuas de Oria, ahora tenía un ligero tono dorado. El cabello negro que vio danzar en el aire tantas veces, lucía un estilo diferente y agresivo, acorde al del ejército. En el cuerpo, que siempre fue delgado y andrógino, se adivinaba una musculatura discreta y desconocida, cubierta por el uniforme de cuero negro. Los labios seguían siendo los mismos y parecían exigirle que se hiciera dueño de ellos.
Y los ojos negros.
Esos pozos oscuros en los que tantas veces sintió que se ahogaba. Sus ojos bellos, custodiados por el pequeño lunar, lo veían sin pestañear, húmedos debido a las lágrimas contenidas.
Era él, su Lysandro.
Estaba allí, de carne y hueso. No una alucinación, ni un ente salido de sus sueños. Era real. Si extendía la mano podría tocarlo, estrecharlo en sus brazos, besarlo y fundirse en su cuerpo como tantas veces, desde que lo conoció, anheló.
—Su Alteza. —Lysandro se inclinó frente a él.
—No sabía que estabais casado, Alteza —dijo el general Jensen reverenciando a lara Jonella, ajeno al drama que vivía el príncipe en su interior.
Karel parpadeó varias veces y tragó, se sentía a punto de desmayar. Sin apartar la mirada de Lysandro, le contestó al general:
—Mi matrimonio es reciente, todavía no hace una lunación de nuestro enlace.
—El amor entre los jóvenes siempre es de celebrar. Felicitaciones, Alteza.
Karel apenas sonrió a las palabras del general.
Lysandro caminó hasta situarse detrás de su superior.
Luego de las formalidades de las presentaciones, los oficiales dijeron algunas cosas, sus hermanos, otras; Jonella intervino para asombro de los hombres de Vergsvert, tan poco acostumbrados a que las mujeres disertaran sobre política, mucho menos sobre guerras. El único que no habló fue él.
La mirada del cuarto príncipe vagaba por el salón y una y otra vez se fijaba sobre la figura del escudero, que permanecía de pie en un rincón. Lysandro también lo miraba y como siempre, su mirada le resultaba inescrutable.
¿Estaría feliz de encontrarlo? ¿Sorprendido? ¿Molesto de que no le dijera su verdadera identidad? ¿Decepcionado de hallarlo casado? Se moría de ganas de hablar con él y tenía que hacer un gran esfuerzo para no echarlos a todos y quedarse a solas con el hombre que amaba con locura. Porque sí, lo amaba, con una pasión tan fuerte que le quemaba las entrañas y amenazaba con nublarle el juicio.
Después de la breve reunión, pasaron al comedor. No era apropiado que simples escuderos compartieran la mesa con los príncipes y los oficiales del ejército, por lo que iban a retirarse y comer en el área destinada para el resto de los guardias del palacio, cuando Karel los detuvo.
—Por favor, quedaos, debéis estar cansados y hambrientos. Ya que pronto pelearemos juntos y nuestras vidas dependerán las unas de las otras, creo que no hay inconveniente en que compartamos la mesa.
El general Jensen sonrió y celebró la iniciativa, Viggo no pronunció palabra y Axel frunció el ceño, fue evidente que para él, príncipes y plebeyos no debían mezclarse.
Lara Jonella se sentó al lado derecho de la cabecera, donde lo hacía su marido. Desde allí repartió sonrisas encantadoras y comentarios acertados, mucho más, quizás, que los del príncipe anfitrión, quien durante toda la cena lució distraído, dando respuestas no acordes a lo que se le preguntaba.
A hurtadillas miraba a Lysandro. El joven escudero no despegaba los ojos del plato y aunque parecía interesado en la comida, no llevaba a la boca ni un solo trozo de cordero, no así con el vino, que ya se lo había terminado.
Luego de que todos hubieron comido, Karel hizo lo posible porque la charla no se extendiera.
—Bien, mis nobles hermanos y oficiales, supongo que debéis estar agotados tras el largo viaje desde Feriberg. Os pido que descanséis esta noche y mañana, temprano, podremos reunirnos y discutir la estrategia a seguir contra Vesalia.
—Ha sido un espléndido recibimiento —lo halagó Viggo y luego dirigiéndose a Jonella—, y un placer conoceros. Espero no llenaros de molestia por quitaros a vuestro esposo acabando de casaros, mi dulce dama.
Jonella se ruborizó intensamente, con ojos gachos respondió:
—No es molestia, Su Alteza. Comprendo que es el deber de mi marido y lo aliento a que regrese con un Vergsvert unificado, nada me complacería más.
—Sabías palabras, mi dama —dijo el coronel Olaf—. Yo le tomaré la palabra a Su Alteza, Karel. Me gustaría retirarme, espero que no os ofendáis.
—Jora, por favor, indicadle a nuestros invitados cuáles serán sus aposentos.
Todos se despidieron y salieron del salón, dejando solos a Jonella y a Karel.
El príncipe continuaba aturdido por el encuentro con quién suponía, jamás volvería a ver en su vida. Tomó la jarra de vino sobre la mesa con manos temblorosas, se sirvió y bebió un gran trago.
—¿Qué te sucede? —le preguntó la mujer, con gesto preocupado—. Estuviste pálido y ausente durante la cena. Era como si tu cuerpo se hallara con nosotros, pero tu pensamiento muy lejos. ¿Acaso te encuentras enfermo?
—No estoy enfermo. Iremos a la guerra, Jonella, estoy preocupado —mintió—. No he terminado de poner en orden los asuntos de las salinas y hay problemas de escasez de alimentos en la región. No es un buen momento para que me ausente de Illgarog.
La muchacha sonrió y le apretó la mano.
—Confía en mí, me haré cargo y te prometo que trataré de solventar los problemas o al menos de que estos no se agranden.
—Sé que así será. Eres una mujer muy capaz. —Karel se inclinó y la besó en la frente—. También tú debes descansar, hemos enfrentado muchas emociones con la llegada de nuestros visitantes. No me esperes despierta, estaré en el estudio.
—No te trasnoches, mañana te aguarda una larga jornada.
—Es posible que duerma en la habitación al lado del estudio.
La muchacha asintió, luego agachó la mirada, sonrió con tristeza y salió del salón.
Desde que se casó, hacía apenas diez días, no la había tocado. Sabía que ella comenzaba a extrañarse de que no lo hiciera y podía ver que anhelaba consumar su unión, pero él no podía y ahora que Lysandro de nuevo aparecía en su vida, estaba seguro de que yacer con Jonella sería poco menos que imposible.
Exhaló con fuerza tratando de calmarse, las piernas le temblaban y no estaba muy seguro de que lo que iba a hacer sería correcto, pero si no actuaba, si él de nuevo desaparecía, no se lo perdonaría.
Con el corazón latiendo en la boca, salió de la habitación.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top