Capítulo XXV: "Me salvaste"

Por la mañana se levantó antes del alba, emocionado por la oportunidad que le daba el general.

Sin hacer ruido, para no despertar a Jakob que dormía cerca, se vistió con el uniforme de cuero curtido. Se recogió el cabello en una cola alta, se colocó las piezas de armadura, tomó la espada y salió de las barracas rumbo a las dependencias del general.

Cuando llegó este todavía dormía, entonces se dispuso a alistar el caballo, el carcaj con las flechas, afilar la hoja de la espada y preparar el zurrón dónde echaría las piezas cazadas.

Pronto, no tuvo más que hacer y se preguntó si sería correcto entrar en la tienda, después de todo era su primer día como escudero. En ese momento, un soldado se acercó portando una bandeja con alimentos y el muchacho aprovechó para entrar.

Encontró al general ya vestido con su uniforme.

—Creí que tendría que ir a despertarte, muchacho. Ven, ayúdame a cerrar los broches y las correas.

—Lo siento, señor, pensé que todavía dormía —explicó Lysandro, apenado, mientras se acercaba a él—. Su caballo ya está listo; su espada, arco y flechas, también.

—Desayunemos, entonces, ¿o ya lo hiciste?

Los ojos negros del joven vagaron por la mesa y se deleitaron con la vista: huevos cocidos, pan, queso, mantequilla, frutas y vino. El estómago le crujió del hambre. Ese banquete en nada se parecía a lo que a diario le servían, por mucho que hubiera mejorado la comida.

Subió la vista y se encontró con el rostro afable del general. No terminaba de entender por qué lo trataba de esa forma. Le recordó en cierta medida a Karel.

El hechicero siempre fue amable, pero entendía que su actitud obedecía al interés romántico que tenía en él. De no haber sentido deseo no se habría comportado del modo en que lo hizo.

Desde que se convirtió en esclavo aprendió que los hombres siempre esperaban algo; querían algo de él. La mayoría de las veces era su cuerpo, o su atención, o sus lisonjas; sentirse deseados, o simplemente satisfacer la lujuria con él.

Lo más probable era que con el general ocurriera lo mismo, solo que todavía no alcanzaba a ver qué quería obtener.

Mientras comían, Jensen le platicó cómo sería la cacería y cuáles iban a ser sus funciones en ella. Al terminar el desayuno partieron a encontrarse con los príncipes en los límites del campamento.

Cabalgaba detrás del general. Adelante les aguardaban los dos príncipes y sus escuderos.

Lysandro los detalló. El que lucía mayor debía ser el heredero, el príncipe Viggo. Era alto y atlético, tal vez tendría unos treinta años; el cabello oscuro lo usaba igual que los soldados y como ellos, portaba el uniforme del ejército. Más que príncipe parecía un general. El otro, por el contrario, no tenía porte de guerrero, aunque sí la misma altivez que su hermano. Era más bajo; el cabello castaño claro llevaba atado en una media cola, mantenía el estilo de la nobleza. Su atuendo era, en toda regla, elegante, acorde a su posición.

Al ver llegar a Jensen, ambos príncipes montaron sus caballos.

—Veamos si todavía hay buenos faisanes que cazar en Feriberg—dijo Viggo con una sonrisa cuando estuvieron lo suficientemente cerca.

—No lo creo —le replicó, alegre, el general—. La última vez los cazasteis todos. Pero vamos, algo debió quedar.

Ivar llegó corriendo hasta donde charlaban ellos, hizo una reverencia en dirección a los príncipes y se dirigió a Jensen.

—Señor, ha habido una fuga masiva. Una veintena de soldados ha desertado. Solicito vuestro permiso para buscarlos.

El otro príncipe, que debía ser Axel, rompió en carcajadas.

—Ya que no hay faisanes cacemos desertores, será más interesante.

El general frunció el ceño y se dirigió a su hijo.

—Os autorizo a buscar a los desertores y traedlos... Vivos.

—Siempre condescendiente, Jensen —dijo Axel—. Si consigo alguno durante nuestra cacería, no tendré piedad.

—Como sea vuestra voluntad, Alteza, pero me gustaría conservar la vida de mis hombres. La mayoría son niños aterrados por la inminencia de la guerra contra Vesalia. Se dicen muchas cosas sobre los poderes oscuros de sus brujos.

—Niños aterrados no son soldados, Jensen.

—Pues esos niños son lo que tenemos, Alteza. Después de más de veinte años de guerras, esclavitud y hambre, no hay muchos que deseen dar la vida por Vergsvert.

—Cuida tus palabras, Jensen —le contestó el príncipe Axel, cuyo semblante pasó de ser risueño a serio.

—Basta de charla —intervino el príncipe Viggo y le dirigió una mirada amonestadora a su hermano—. Este es vuestro regimiento, Jensen. Decidid qué es lo adecuado para vuestros hombres. Mejor nos vamos a cazar, que por eso hemos madrugado.

—¡Esperad! —los detuvo el general—. Aún no viene... ¡Ah, ya está aquí!

Lysandro giró siguiendo la mirada de su general y vio al recién llegado. El día acababa de perder su encanto.

Fingbogi.

El coronel llegó al trote en su caballo, un ejemplar brioso, pe pelo oscuro y resplandeciente. Se detuvo a su lado y le dedicó una mirada sorprendida. Después sonrió ampliamente mientras el corazón de Lysandro se enfriaba.

—Altezas, sea con vosotros multitud de bendiciones. —El recién llegado inclinó la cabeza. Después miró al general—. Varios soldados se han dado a la fuga, el capitán Jensen se encargará.

—Ya sabemos —contestó este—. Si a vuestras Altezas os parece bien, partamos.

Galopaban en medio del bosque en dirección contraria al arroyo. El general iba al lado de los príncipes y Lysandro por detrás de estos, junto al resto de escuderos. Fingbogi, en lugar de galopar adelante, lo hacía cerca de él. De vez en cuando lo miraba, parecía querer hablarle, sin atreverse.

Cuando estuvieron en el coto destinado para la cacería, se separaron.

Lysandro fue con el general. El hombre era bastante hábil con el arco, de tres flechas disparadas, acertó dos. El joven se apuró a recoger las presas y cargarlas dentro de las bolsas. Una sexta después, Jensen le dio su arco al muchacho.

—A ver, chico, ¿quieres probar?

El ofrecimiento lo tomó por sorpresa, pero lo aceptó con una amplia sonrisa.

Sobre ese caballo, con el arco y las flechas en sus manos, se sentía libre de las ataduras de su vergonzoso pasado. Mientras afianzaba los talones en los costados del animal y este incrementaba la marcha, dejó de ser el esclavo a quienes cientos se habían follado desde niño; el hijo del general traidor que tenía que ser humillado. Se sintió un joven como cualquier otro.

Pronto tuvo a tiro un faisán. Jensen se acercó a él.

—Bien, chico, respira tranquilo. Sube un poco más el codo y tensa la cuerda. Deja que tu respiración se sincronice con tu brazo y mantén firme este. Dispara.

La flecha abandonó el arco y para su sorpresa fue a clavarse en el ave que emitió un chillido antes de caer. Lysandro se sintió feliz. Como un niño, volteó a ver al general con una enorme sonrisa en el rostro.

—Muy bien, chico —le contestó con una cálida mirada—. No has olvidado las enseñanzas de tu padre. Sigamos.

Marcharon un poco más y se encontraron con Fingbogi y su escudero, adelante, a unos pies de distancia. La sonrisa del coronel se congeló en su cara cuando vio a Lysandro montar la flecha en su arco y apuntarlo.

Antes de que pudiera decir cualquier cosa, el joven soltó la flecha.

La saeta le rozó tan cerca que las plumas le cosquillearon en la mejilla.

—¡Muy bien, chico! ¡Excelente! —lo felicitó de nuevo, Jensen.

Lysandro, sin apartar la mirada de Fingbogi, esbozó una torva sonrisa. El coronel lo veía, pálido. Cuando se atrevió a hablar, lo hizo enojado.

—¿Cómo qué «excelente»? —se quejó—. ¡Ese chico casi me mata!

—Perdonad, coronel. —La disculpa no alcanzaba los ojos de Lysandro, que continuaba mirándolo con odio—. No quise dejar pasar el faisán detrás suyo. Excusadme si os asusté.

Estupefacto, Fingbogi giró. En efecto, había un faisán en el suelo atravesado por la flecha. El hombre apretó la mandíbula y le dedicó una mirada furiosa antes de dar media vuelta en su caballo e irse.

Continuaron un poco más buscando presas hasta que, cerca del mediodía, se consiguieron de nuevo con el coronel acompañado de los príncipes.

—¡Ah, Jensen! —exclamó el príncipe Viggo, notando las abultadas bolsas que cargaba Lysandro en su caballo, llenas con los faisanes que el general había logrado cazar— ¡Continuáis teniendo la habilidad!

—Puedo ver que también Su Alteza—. Los zurrones con las piezas cazadas en el caballo del escudero de Viggo eran más que las de Jensen.

El primer príncipe rio.

—Todavía no estoy cansado. Continuemos un poco más.

Cabalgaron juntos a marcha lenta hasta que el sol empezó a descender. El general charlaba al lado de Viggo sobre las estrategias que usaría contra los vesalenses cuando algo a sus espaldas alertó a Lysandro. Era el rumor de las ramas de los árboles, como si un animal se paseara cerca de ellos.

El muchacho aguzó la vista a su alrededor. Si se trataba de algún venado le diría a su general para que fuera este quien lo cazara antes que los príncipes.

La estela de un cuerpo se movió muy rápido entre los gruesos troncos. Adelante la conversación no se había detenido, al parecer él era el único que notaba que algo los acechaba. Prestó más atención y se dio cuenta de lo que era. Agazapados entre los árboles, había varios hombres apuntándoles con flechas.

El escudero se inclinó sobre Jensen para notificarle sin alertar a los emboscadores. Pero antes de que pudiera hablar, una de las flechas fue disparada, una que iba directo al pecho del primer príncipe.

Lysandro, que se encontraba entre Jensen y Viggo, al darse cuenta se abrazó al príncipe y lo tumbó del caballo. Ambos rodaron por el suelo cubierto de raíces y hojas caídas.

El caballo relinchó. Varias flechas más volaron por los aires, una de ellas se clavó en el hombro del coronel Fingbogi. La confusión reinó lo que tarda en consumirse una brizna de paja en el fuego.

El follaje se agitó revelando donde se escondían los emboscadores. Uno de ellos se colocó al frente, arco y flecha en mano y de nuevo apuntó a Viggo. Antes de que soltara la saeta, Axel disparó la suya, dándole en el pecho.

Viggo desenvainó y corrió detrás de los asaltantes.

—¡Alteza, no! —gritó Jensen, antes de salir al galope detrás del primer príncipe.

Fingbogi tomó el extremo de la flecha que sobresalía de su hombro y la rompió, luego la jaló hacia afuera. Su rostro se contrajo por el dolor. Le dedicó una fugaz mirada a Lysandro y salió también en pos de los atacantes.

Lysandro, los escuderos y Axel quedaron con el hombre moribundo que le disparó al príncipe Viggo.

—¿Quién sois? ¿Quién os ha enviado? —interrogó, enojado, Axel al asaltante, sin bajarse del caballo.

Este pareció sacar de adentro sus últimas fuerzas. Miró con odio al príncipe y le espetó:

—La dinastía Rossemberg caerá, hasta el último de ustedes morirá.

El rostro de Axel se puso púrpura de ira. Descendió del caballo y aferró al hombre por las solapas de la camisa.

—¡Maldito vesalense! ¡¿Cómo osáis intentar matarnos?!

Jensen regresó con Viggo sobre su caballo y detrás de ellos lo hizo también Fingbogi.

—Fue inútil —dijo el último—. Escaparon por la colina. El follaje es espeso allí, sabían que no podríamos perseguirlos con los cabellos. Eligieron el sitio perfecto para emboscarnos.

Viggo descendió furioso del caballo y encaró a su hermano.

—¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué lo mataste?

Axel lo miró desconcertado.

—¡Es un asesino, un mercenario! ¡Trató de matarnos!

—¡Ya sé que eran mercenario, Axel! —El enfado hacía que sus ojos parecieran oscuros pozos de brea—. ¡Pero me hubiese gustado interrogarlo, saber quién los envió!

El segundo príncipe bufó dándole poca importancia al enojo de su hermano.

—¿Quién los contrató? ¿Quién más pudo ser? ¡Fueron los vesalenses, Viggo!

—¡No lo sé, hermano! ¡Fue muy conveniente que muriera por tu flecha!

—¡Yo acabo de salvarte la vida! No me gusta lo que insinúas, Viggo. —le gritó Axel, encarándolo, parecía estar a punto de golpearlo.

—¡Ni a mí lo que ha pasado!

—¡Basta ya! —El coronel Jensen bajó de su caballo y se puso en medio de los hermanos para separarlos—. Revisemos el cuerpo, tal vez encontremos alguna pista.

Los príncipes se dirigieron un instante más miradas asesinas y luego se volvieron al cuerpo del hombre que los había atacado.

Lysandro y Fingbogi también se acercaron.

A simple vista no vio algo destacable en ellos, pero Lysandro no sabía nada de guerras, de emboscadas, ni de mercenarios. Jensen tomó la flecha que el hombre intentó lanzarle a Viggo y la examinó. El penacho lo formaban plumas negras de cuervo. El general y Viggo se dirigieron una significativa mirada, que al parecer nadie más notó.

—Las espadas son vesalenses —dijo Fingbogi, con el arma del muerto en la mano.

—Una espada se puede comprar —dijo Viggo, luego miró a Jensen—: Hay que llegar al fondo de esta emboscada, averiguar quien los envió.

El general asintió.

Axel se acercó al grupo y volvió a insistir en su teoría de que se trataba de vesalenses. Fingbogi, con disimulo, se apartó de ellos y caminó hacia Lysandro, lo tomó de la muñeca y lo alejó un poco del grupo.

—Parece que los dioses querían concederte tu deseo. —El coronel se señaló el hombro herido.

Le hubiera gustado decirle que no quería que muriera, pero no era verdad.

—No creo en los dioses —susurró soltándose del agarre, pero el coronel volvió a sujetarlo y se le acercó más.

Aquella odiosa sensación conocida regresaba: el miedo. Tragó con dificultad, con la garganta seca.

—No. En lo que crees es en buscar a alguien con mejor posición. Con esa carita de desprotegido sedujiste a Jensen, ¿no es cierto? ¿Es él quien te la está metiendo ahora?

A pesar de que el corazón le latía muy rápido y las piernas le temblaban, sacó fuerza para enfrentársele.

—Cree lo que quieras, ya no soy un esclavo a tu disposición.

Trató de soltarse, pero el fuerte agarre se lo impedía. Fingbogi lo veía con odio. Por un momento pensó que lo lastimaría.

—Lysandro —lo llamó el general. Solo entonces el coronel suavizó el agarre y él pudo soltarse—, trae uno de los zurrones para guardar estás flechas.

El muchacho caminó hacia el caballo temblando, por un instante la visión se le tornó borrosa. Tomó lo que se le pedía y fue a entregárselas a Jensen.

—¿Qué tienes, chico? —le preguntó el general tomando de sus manos la bolsa y frunciendo el ceño— ¿Estás lastimado? Te ves muy pálido.

—Ha de estar asustado por lo que ha pasado —contestó Viggo, observándolo—. Me salvaste. ¿Cómo te llamas?

Le llevó lo que tarda en consumirse una brizna de paja al fuego, entender lo que le preguntaban y contestar.

—Lysandro, Su Alteza, Lysandro Thorlak.

Viggo frunció el ceño y luego abrió sus ojos como si el nombre que le diera lo sorprendiera; sin embargo, no dijo nada más.

Después de recoger las armas y flechas del muerto y otras cosas que el general y los príncipes creyeron convenientes, el grupo se puso en marcha.

Regresaron en silencio al campamento.

Por la noche lo llamaron a la tienda del príncipe Viggo.

La suspicacia anidaba en su corazón, Lysandro era incapaz de confiar.

—Su Alteza, ¿me mandó a llamar? —Se inclinó aguardando una respuesta.

—Sí, Lysandro. Quiero agradecerte de nuevo por salvar mi vida durante la cacería. Y también... Cuando Jensen me dijo quien eras, he sentido la necesidad y el deber moral de hablar contigo.

Las palabras lo sorprendieron. ¿Quién era él? No era más que un escudero.

El príncipe lo observaba con expresión adusta.

—Su Alteza, no tiene que agradecerme.

—Sí tengo. Tal vez no me recuerdas, después de todo, ha pasado mucho tiempo y en aquella época tú eras un niño pequeño, tu hermana aún no nacía.

—¿Mi hermana? —La conversación se tornaba extraña.

—Cordelia. Fui yo quien escogió su nombre.

De pronto la cabeza empezó a darle vueltas. No entendía lo que le decía, ¿por qué mencionaba a su hermana? ¿Qué tenía que ver el príncipe de Vergsvert con ella?

—Perdonad, pero no os comprendo.

—Tu padre fue el general Elvarh Thorlak, mi maestro.

En ese momento, varios recuerdos borrosos irrumpieron en su mente como un relámpago. Hacía mucho tiempo, incluso antes de que su madre muriera, un joven frecuentaba su casa. Entrenaba largas horas con su padre en la parte de atrás de la pequeña finca. En aquella época Lysandro solía ir a ver los entrenamientos con la esperanza de, algún día, tomar el lugar del aprendiz.

No recordaba haber hablado nunca con él, pero si se acordaba haberlo admirado mucho.

—¿Su Alteza era el aprendiz de mi padre?

—Me entrenó desde que tenía quince años, fue mi maestro por cinco años. Siempre me he sentido culpable por no haber hecho nada por cambiar su final. Cuando... Cuando lo acusaron de traición y ejecutaron la sentencia, supe muy tarde que a ti y a tu hermana los vendieron como esclavos. Por más que traté de encontrarlos, no pude hacerlo.

Las lágrimas acudieron a los ojos del joven, sentía la sal del llanto picarle en la garganta. Apartó la mirada, incapaz de seguir contemplándolo. Le habría gustado también huir de esa tienda, enterrarse en un hueco muy lejos en el bosque, desaparecer del mundo.

—Lamento mucho el destino que tuvieron tú y tu hermana. A pesar de las acusaciones, tu padre fue un gran hombre.

También él lo lamentaba, sin embargo, su padre no regresaría a la vida y tampoco Cordelia por hacerlo. Los recuerdos vergonzosos de su vida en el Dragón de fuego tampoco se irían, continuarían atormentándolo por siempre.

El príncipe continuó mirándolo, quizás esperaba que se quebrara frente a él, lo cierto era que Lysandro no quería decirle nada.

Viggo se giró y caminó hasta un gran arcón de madera, lo abrió y cuando se volvió tenía en sus manos una espada en su vaina. Lysandro reconoció la empuñadura. No pudo seguir conteniéndose, una lágrima corrió por su mejilla cuando el príncipe se la entregó.

—Por mucho tiempo la he guardado, nunca me atreví a usarla. Ahora he encontrado a su legítimo dueño.

Lysandro la sacó de la vaina y contempló la brillante hoja de acero bramasquino. Pasó los dedos por los símbolos grabados en ella de una lengua que no entendía. En alguna oportunidad durante su infancia llegó a tenerla en sus manos y le pareció inconmensurablemente pesada, ahora no lo era tanto. Sus yemas delinearon la cabeza de cuervo en la empuñadura.

—Heim —susurró Lysandro, acariciándola.

—Significa de vuelta a casa —dijo Viggo—. En aquella época, el rey Thorfinn II empezó a ver enemigos en todas partes. Tu padre fue acusado de liderar una conspiración para derrocarlo. Yo nunca creí que fuera cierto, siempre pensé que su arresto y posterior ejecución obedecieron a la paranoia del rey. Como un giro del destino, la ejecución de tu padre y la incapacidad del rey Thorfinn para unificar Vergsvert, llevaron a mi padre y al resto de los generales a sublevarse y derrocarlo. Sin embargo, no pudimos hacer nada para salvarte a ti y a Cordelia.

Lysandro no hallaba qué decirle, detestaba que lo vieran llorar, pero no podía evitar que unas cuantas lágrimas escaparan.

—El pasado es lo que es, Su Alteza, y no se puede cambiar. Solo nos queda actuar en este presente y moldear el futuro.

—Bien dicho. Me gustaría que en mi futuro estés presente, luchando a mi lado como un hermano.

El joven empuñó más fuerte la espada, miró los ojos oscuros del príncipe y asintió. Había encontrado una razón para seguir adelante, una nueva identidad en la que no era más Lysandro, el hermoso hoors que bailaba con la espada. Haría de sí mismo un guerrero, como lo fue su padre.

La noche fue un collar donde cada cuenta era una pesadilla. Soñó con su hermana, con su padre, con Fingbogi y el Dragón de fuego, con Viggo y el atentado y por último con Karel. Con el hechicero siempre era el mismo sueño, lo llamaba desde muy cerca y por más que él lo buscaba, no lo encontraba.

Se levantó antes del alba, sudando. Tenía otra vida ahora. No era posible que los fantasmas del pasado continuaran atormentándolo. Si existiese una pócima o un hechizo capaz de arrancarle los recuerdos, se haría con ella sin dudar.

Miró a su alrededor, todos sus compañeros dormían. Jakob, en el catre de al lado, incluso roncaba. Sintió envidia de todos los que podían tener un sueño apacible. Se vistió en silencio, tomó la espada y salió de la barraca.

Afuera, la negrura del cielo comenzaba a iluminarse por los breves rayos del sol. Se dirigió a la tienda del general para comenzar con sus funciones de escudero. De un momento a otro su vida cambió, el día anterior quiso creer que podía dejar atrás su pasado, pero en ese instante comprendía que jamás lo conseguiría. Estaba hecho de pasado, de pérdidas y dolor, eran ellos quienes lo habían moldeado hasta hacerlo quien era.

A pesar de eso, se determinó a continuar por la senda que su padre abandonó demasiado pronto.

La mañana transcurrió tranquila. En todo momento se mantuvo al lado de Jensen, asistiéndolo en lo que él requiriera. En un momento de descanso fue a ver a Brianna y le contó las buenas nuevas. Su amiga se mostró muy feliz por él y a su vez Lysandro le prometió que al volver de la guerra compraría para ambos una pequeña finca, donde ella podría vivir tranquila, pues Jensen le prometió pagarle de acuerdo a sus logros, como era la tradición en el ejército.

Luego del almuerzo, al volver a la tienda del general, encontró a dos soldados, preparando todo para una reunión con los príncipes, con Fingbogi y con los otros dos coroneles con los que contaba el regimiento.

—Bien, chico —El general extendió en la mesa el mapa de la región y puso sobre él las figurillas de madera—, ya has conocido a dos de los príncipes de Vergsvert. Viggo tendría que ser el heredero, pero el rey Daven ha impuesto sobre el derecho de nacimiento, el de divinidad. —Cuando vio su expresión de desconcierto, el general se echó a reír—. Los sacerdotes del templo de Oria serán quienes escojan al futuro rey de acuerdo a sus logros, que, por supuesto, están determinados por la manera en que bendigan los dioses a cada príncipe.

—No creo en los dioses, general. Siempre escuché que a los reyes los suceden sus primogénitos.

—Era así hasta que Daven inventó lo de los sacerdotes. Ahora todos los príncipes tienen oportunidad de ser el rey.

El joven se acercó a la mesa y lo ayudó a colocar las figurillas sobre el mapa.

—Suena más bien a un juego —dijo.

El general asintió.

—Un juego en el cual deberán matar o morir.

Lysandro frunció el ceño ante las oscuras palabras de su general. Pensó en Viggo y en el pacto de ser hermanos y luchar juntos. ¿A eso se refería? ¿A pelear como su aliado en contra de sus hermanos por el trono?

—¿Cuántos príncipes son?

—Eran cinco, pero el primogénito murió hace unos años. Por la mañana partiremos a Illgarorg, allí nos reuniremos con el cuarto príncipe y el batallón de arqueros bajo su mando. No lo conozco, es el menor de los cuatro que sobreviven. El príncipe Karel se crio fuera de Vergsvert. Ahora que ha regresado, imagino que tratará de demostrar su valía y que peleará por el trono contra sus hermanos.

—¿Karel? —preguntó con voz temblorosa. Lysandro estaba perplejo y no muy seguro de haber escuchado bien. Quizás la añorancia le jugaba una mala pasada—. ¿Es hechicero?

—Así es, eso le da ventaja sobre Viggo y Axel que no lo son —le contestó Jensen sin despegar los ojos del mapa—. Según tengo entendido, estudió en Augsvert.

Todo se le oscureció a Lysandro, el mundo a su alrededor se desdibujó. Tenía la sensación de que el general continuaba hablando, pero no podía entender qué le decía. En su mente se repetía una y otra vez una única palabra: Karel. ¿Sería él, su amado hechicero, el mismo príncipe que mencionaba Jensen? ¿Lo volvería a ver? No podía creerlo, no podía ser que los dioses sí existieran y escucharan sus plegarias.

***Hola, gente hermosa. ¿Qué les ha parecido el capítulo? ¿que impresiones tienen del atentado? ¿Axel tendrá razon y fueron sus enemigos de Vesalia quienes desean matar a los principes antes de que comience la guerra? o ¿habrá algo más? y ¿qué piensan de Viggo?

Cada vez estamos mas cerca de que Lysandro y Karel se reencuentren. A ver cómo se lo toman. Nos leemos elfin que viene.

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