Capítulo XXIV: "Sois muy bueno con la espada"

Segunda lunación del año 105 de la Era de Lys. III Regimiento del oeste. Feriberg, reino de Vergsvert.

El soldado levantó la pesada espada de madera y arremetió. Lysandro bloqueó el ataque con la suya. Aprovechó, se acercó sin separar su arma y, de una patada en el pecho, lo derribó. El escudo de mimbre cayó junto con su portador. Finalmente, apoyó la punta del arma de entrenamiento en el cuello del caído.

Exhaló con fuerza, con la respiración entrecortada, las piernas le pinchaban y el abdomen le dolía. Estaba agotado. Durante gran parte de la mañana, mientras el resto de su compañía practicaba los ejercicios con las armas de entrenamiento, Ivar lo había enviado a limpiar las letrinas, otra vez. Cuando terminó, el capitán no dudó en llamarlo al centro para que enfrentara a sus compañeros.

Realmente creyó que no iba a poder, pero al tomar la espada en sus manos y colocarse en guardia, se olvidó del mundo y de todo lo que lo rodeaba. Nada más eran él y el soldado que enfrentaba. Casi sin darse cuenta venció a tres de ellos.

A sus espaldas, el resto de los hombres que presenciaron el combate aplaudieron efusivos, algunos incluso avanzaron para felicitarlo, pero él retrocedió, esquivándolos, con la excusa de ayudar a levantar al soldado que había derrotado. No le gustaba el contacto físico.

El sudor empapaba las sencillas ropas que portaba. Cuando le dio la mano al joven tendido en el suelo, este lo miró con ojos sorprendidos.

—Eres muy bueno con la espada —le dijo.

—Tienes que ir a buscar agua al arroyo. —Ivar se acercó a ellos y a diferencia del soldado, lo miró con desprecio—. No quisiera que Fingbogi me amonestara porque uno de mis hombres no cumplió sus órdenes.

Lysandro se remojó los labios resecos sin lograr calmar la sed. Ivar le colocó a los pies los dos grandes cántaros de barro que tenía que traer llenos de agua. Los tomó y se los echó al hombro.

Por suerte, el sol veraniego empezaba a descender y los rayos ya no eran tan ardientes. El joven atravesó los muros de madera y piedra del campamento y se encaminó al arroyo. Tenía poco más de una lunación en el tercer regimiento y a pesar de todas las tareas absurdas que le asignaba Ivar, se sentía bien allí. Por primera vez en ocho años se encontraba rodeado de hombres que no lo miraban con deseo y, con la sola excepción de Fingbogi, sentía que por fin su vida era distinta a lo que hasta entonces vivió.

Con todo el buen giro, todavía le costaba relacionarse con sus compañeros. Aún se despertaba de noche con la sensación de encontrarse en el Dragón de fuego, de que en cualquier momento Sluarg aparecería con algún cliente.

Y también estaba el recuerdo del hechicero.

¿Por qué nunca le preguntó dónde vivía o su nombre completo? La verdad es que no creyó que algún día sería libre, al menos no hasta que él le prometió comprar su contrato.

Le hubiera gustado volver a verlo, agradecer todo lo que hizo por él.

Mientras caminaba por el bosque, recordó la primera vez que estuvieron juntos en ese pequeño jardín, cómo después del sexo le había dicho que lo amaba. A menudo volvía a revivir el momento y cada vez que lo hacía se agolpaba en su pecho la inefable calidez que experimentó entonces.

Muchos hombres con los que estuvo en el horrible burdel en algún momento juraron amarlo, adorarlo, querer comprarlo, pero ninguno de ellos podía compararse con Karel, a lo que él le hizo sentir. Si cerraba los ojos veía los suyos mirándolo con aquel candor de cuando lo hicieron por primera vez, su temor a lastimarlo y al mismo tiempo el deseo y la lujuria, transfiguradas en su rostro atractivo.

Fue la primera que sintió deseo y placer.

En él, además de un dulce amante, halló un amigo.

Cerró los ojos y exhaló. Tendría que seguir adelante con sus pérdidas a las cuales ahora sumaba la del hechicero.

—Si es que en realidad Surt existe, que teja para ti el más brillante de los hilos.

Después de un cuarto de vela de Ormondú de camino, el joven se detuvo junto al arroyo y depositó los cántaros en el suelo, se inclinó y con las manos ahuecadas se refrescó el rostro y después tomó grandes tragos de agua. Se disponía a llenar los envases cuando el crujir de ramas lo alertó.

Tomó una gran piedra y, sigiloso, caminó hasta colocarse en la salida del camino, detrás de un grueso árbol. Un hombre se acercaba.

Cuando la figura salió a la ribera del arroyo, Lysandro levantó la roca y a punto estuvo de asestársela en la cabeza.

—¡Hermano, ¿qué te pasa?! —Era Jakob.

El joven bajó la roca y la arrojó al suelo.

—Lo siento. ¿Qué haces aquí?

—Venía a ayudarte y en lugar de eso casi consigo la muerte. Me pasa por meterme en lo que no me importa. —El soldado depositó en el suelo el par de cántaros que traía en los hombros.

—¿A ayudarme? —Preguntó el joven con el ceño fruncido.

—Sí, a ayudarte —le contestó Jakob con obviedad mientras llevaba a la orilla del río los baldes— ¡No sé cómo soportas esto! De no venir a ayudarte tendrías que hacer al menos dos viajes más.

—No es necesario que me acompañes —le respondió Lysandro, acercándose al arroyo para llenar los suyos—. Puedo hacerlo solo.

—Ni is nicisari qui mi acompañis —lo remedó el joven—. Ya sé que no es necesario y que puedes solo. Dime, ¿qué le hiciste a Fingbogi para que te odie tanto?

Una vez llenos los cántaros, Lysandro se acomodó en los hombros la barra que los unía; balanceó el peso y sin mirarlo le mintió:

—No me odia. Soy el nuevo. ¿Acaso cuando eras nuevo no hacías de todo?

Jakob reflexionó a su lado, sin detener lo que hacía.

—No cargaba agua sin ninguna ayuda todos los días de verano. Deberías hablar con el general Jensen, regresó esta mañana. Creo que Fingbogi te está hostigando, ni Ivar es tan cruel con su extremada limpieza de letrinas y sus absurdos ejercicios. Tal vez desean que te marches. A Ivar lo entiendo, está celoso, pero ¿Fingbogi?

—No, está bien. Esto fortalece mi cuerpo, al igual que los ejercicios que me impone Ivar.

Su compañero enarcó las cejas y lo miró de soslayo antes de responder.

—¿Llamas ejercicios a correr con piedras atadas bajo el sol? Ivar te detesta más después de no poder vencerte ni una sola vez en los entrenamientos con espadas. Pero creo que tienes razón, deberías agradecerles a ambos, antes dabas lástima —Jakob rio—, por poco se te veían los huesos, casi tenías el cuerpo de una joven doncella. Ahora sí pareces un hombre, uno bonito, pero hombre al fin.

Durante el camino de regreso, Jakob continuó conversando trivialidades, animado, mientras Lysandro lo escuchaba en silencio, afirmando de vez en cuando las cosas que el otro le decía. Cuando llegaron al campamento, encontraron a todos formados. Dejaron los cántaros de barro en el piso y tomaron sus lugares entre las filas de su compañía.

Por mucho que Lysandro intentó saber qué sucedía, desde donde estaba, al final de la formación, no escuchaba ni veía más que las espaldas del resto de los soldados.

Luego de lo que tardan en consumirse al fuego tres briznas de paja, la formación se rompió y los soldados comenzaron a dispersarse. A su lado, Jakob le preguntó a uno de los compañeros:

—¿Qué pasa? ¿Por qué nos mandaron a formar?

—Creo que uno de los príncipes ha venido al campamento. Partiremos en unos días a Vesalia.

—¿Vesalia? —Lysandro se les unió.

—Sí, Vesalia. El rey quiere unificar la región y Vesalia es lo único que se lo impide. Tarde o temprano teníamos que partir a esa tierra de brujos oscuros.

El rostro del soldado se apesadumbró y se alejó de ellos con los hombros gachos. Jakob, por el contrario, sonrió y le dio una fuerte palmada en la espalda.

—Menos mal que Fingbogi e Ivar te odian y ahora tienes músculos. Un alfeñique contra los salvajes de Vesalia no tendría oportunidad.

Lysandro y Jakob tomaron el par de cántaros y fueron con ellos hasta donde almacenaban el agua. Al llegar, un hombre se encontraba apoyado contra uno de los grandes barriles.

— Así que aquí estás «cara de niña», perdiendo el tiempo cargando agua mientras los demás entrenamos para librar a Vergsvert de la oscuridad.

—¿Cómo que perdiendo el tiempo? —le replicó, enojado, Jakob— Camina de ida y vuelta hasta el arroyo cargando esto y después me dices si perdemos el tiempo.

Lysandro no miró a Ivar, caminó por su lado y descargó los cántaros en uno de los barriles vacíos sin decir palabra.

—Fingbogi quiere verte en su tienda. Espero que al fin te mande al comodato de los esclavos, de donde nunca debiste salir. O mejor, que en la batalla te ponga al frente para que seas de los primeros en morir.

Jakob, al escuchar las palabras, torció el gesto y negó. Iba a hablar de nuevo, pero Lysandro tomó su brazo y lo detuvo.

Caminó de regreso al lado de Ivar sin mirarlo, aunque sentía que él sí lo hacía, quizás esperaba algún tipo de réplica. De cualquier modo, los comentarios ponzoñosos no le importaban, de quién debía cuidarse era del coronel que lo mandaba a llamar.

Llevaba una lunación y media en el campamento y en todo ese tiempo había tenido que soportar tanto el asedio de Fingbogi como su venganza cada vez que lo rechazaba. Su última negativa hacía cinco días le valió ser el seleccionado para abastecer de agua todos los días el campamento sin ninguna ayuda.

Dejó atrás la discusión entre Jakob e Ivar. Suspiró y se encaminó, con un nudo en el estómago, a la tienda del coronel. ¿No entendía por qué se empeñaba en él? El hombre era apuesto y escuchó de algunos soldados, que tenía varias esposas, una princesa entre ellas, todas muy bellas. Y si es que acaso le iban en secreto los hombres, estaba seguro de que con su porte, dinero y posición podría seducir a alguien más joven y hermoso que él.

—¿Me mandó a llamar, señor? —Se paró firme en el umbral, con algo de miedo, mirando al frente.

—Los príncipes han venido a ordenarnos partir a Vesalia. Iremos a la guerra, Lysandro.

—Eso escuché, señor.

Fingbogi se acercó y detalló su rostro mientras él miraba al frente, tratando de que no se le notará el terror que sentía.

—¿Has vivido alguna vez una guerra? —le preguntó. Él negó—. Son horribles. Hombres muertos en el mejor de los casos, otros mutilados. —Le tomó la trenza y la acarició—, otros son tomados como esclavos. Sería una pena tener que destinarte a la vanguardia cuando yo podría enviarte a la seguridad de mi casa, a aguardar mi regreso.

Le acarició la mejilla con el dorso de los dedos y luego pasó la yema del índice por su labio inferior. Como siempre le pasaba teniéndolo tan cerca, su corazón aumentó los latidos. Intentó que la voz le saliera firme, sin titubeos.

—Mi deber es con Vergsvert, señor. Estoy preparado para morir.

—¿Y para ser tomado como esclavo en caso de que perdamos?

—Como le dije, señor, estoy preparado para morir.

El coronel sonrió y se irguió frente a él sin dejar de mirarlo.

—Creo que eso es lo que me enloquece de ti, no solo tu belleza, sino tu espíritu indoblegable. Tú y yo podríamos hacer grandes cosas, quiero que seas mi igual, Lysandro, pero para eso no debes resistirte más.

En el momento en el que el coronel tomó su mentón, él se bloqueó. Era difícil dejar de sentirse como el esclavo del Dragón de fuego, destinado a entregar su cuerpo para complacer. Aunque cada mañana, al levantarse, pensara en qué le diría y en cómo reaccionaría de estar en su presencia, cuando la situación se presentaba, se congelaba, paralizado por el terror.

Apretó los puños cuando sintió los labios posarse sobre los suyos. Tenía que reaccionar, apartarlo, pero no podía. Las manos del coronel lo aferraron por las caderas y lo acercaron a su cuerpo para profundizar el beso.

Por suerte, el ruido de pasos de alguien que se acercaba hizo que el coronel lo soltara.

—Mi señor. —Era Ivar el recién llegado. Al verlo frunció el ceño y calló. Sus ojos lo recorrieron con rapidez, se detuvieron en su camisa desarreglada y luego en su rostro, el que probablemente lucía aterrado. Al cabo de un instante continuó hablando—: Los coroneles Olaf y Gaumar desean verlo.

—¡¿Acaso no te he dicho que debes anunciarte antes de entrar?! —lo reprendió el coronel—. Hazlos pasar.

Lysandro agradeció internamente la interrupción y aprovechó para escapar.

Al salir de la tienda, azorado, se cruzó de frente con los coroneles. Se detuvo mientras ellos avanzaban por su lado.

Ninguno de los dos se fijó en él.

Se alejó lo más rápido que pudo, sintiéndose sucio, avergonzado, pero por encima de todo, furioso consigo mismo. ¿Por qué le costaba tanto reaccionar ante Fingbogi? Se había dicho a sí mismo que era el dueño de su destino y, sin embargo, el asedio del coronel continuaba desarmándolo. Sintió pánico de que algún día lograra su cometido.

Pasó de largo por el campo de entrenamiento donde los miembros de su compañía entrenaban cuerpo a cuerpo. No le apetecía estar con ellos, quizá el ver a Brianna pudiera calmar su atormentado estado de ánimo.

Pero antes se detuvo cerca de los fogones, detrás del almacén donde se guardaban los granos y el resto de los alimentos. Se sacó del cinto un diminuto cuchillo que días atrás robó de las cocinas. Lo tomó para defenderse de Fingbogi y de nada le sirvió, continuaba paralizándose frente a él. Subió la manga de su camisa e hizo un corte superficial en el brazo. Apretó los ojos cuando el dolor lo recorrió como un latigazo que dejó tras de sí un rastro de paz.

Permaneció un instante apoyado contra el muro mientras los recuerdos se cruzaban en su mente. Fingbogi follándoselo en el Dragón de fuego, su hermana colgando de aquella horrible viga, Sluarg ahogándose con su sangre.

Hizo otro corte.

Cuando el dolor se disipó se puso en marcha de nuevo. Encontró a su amiga junto a otras mujeres pelando verduras. Al verlo se levantó, limpió las manos en el delantal y caminó hacia él.

—No te vi durante el almuerzo. No has comido, ¿verdad? Ven, te guardé un poco.

Brianna lo tomó de la mano y lo llevó hasta el mesón donde cortaban los alimentos el resto de las mujeres. Le sirvió un plato. De un tiempo para acá la comida había mejorado bastante. Cada tres días daban una ración de carne de cordero o cerdo, pan con levadura y granos. La joven se sentó a su lado, y lo observó. En los últimos dos días se perdió el almuerzo por estar cargando agua desde el arroyo, la comida se veía apetitosa y, sin embargo, no le provocaba, continuaba afectado por lo que había sucedido antes con Fingbogi.

—Hoy han venido dos príncipes de Vergsvert —dijo revolviendo con la cuchara los granos—, iremos a la guerra.

—Lo sé —le respondió ella con una mirada llena de compasión—. ¿Tienes miedo?

—Tengo miedo, pero por ti. No quiero que vayas con nosotros.

—Tengo que ir, no correré peligro, Lysandro —le sonrió—. El general ha dado la orden de que las mujeres del campamento vayamos con ustedes y ayudemos a los sanadores. —De pronto ella dudó antes de continuar—... Nos encargaremos de los heridos.

Las palabras de ella no le daban alivio. ¿Y si perdían? Y si tal como dijo Fingbogi, ¿eran tomados como esclavos por los vesalenses? No lo permitiría, lucharía hasta el final para ayudar a ganar la guerra.

—No me tranquiliza, preferiría que te quedaras aquí. —Cuando la miró vio tristeza en sus ojos dorados—. ¿Qué pasa? ¿Te han hecho algo?

—No me han hecho nada, me preocupo por ti... Sé de Fingbogi. Lo vi un par de veces en el Dragón de fuego, creo que no me recuerda; sin embargo, he escuchado de algunos soldados que te presiona bastante, más de lo que debería.

El joven bajó la voz antes de hablar.

—Fue mi último cliente antes de la subasta.

Un reflejo del miedo que sintió en la tienda acudió de nuevo. Llevó la cuchara a la boca y masticó sin disfrutar el sabor de los alimentos. Brianna lo observaba sin perder detalle, no habló, pero le apretó la mano libre en un intento por reconfortarlo.

Comió un poco más en silencio. Cuando apartó el plato, se levantó y la joven lo abrazó, sorprendiéndolo.

—Lysandro, podemos escapar. No tienes por qué soportar a ese hombre, ni ir a una guerra que no nos interesa —le dijo al oído mientras lo ceñía en sus brazos.

El joven se alarmó.

—No pienses en eso. Puedo mantener a Fingbogi a raya. Aquí estamos seguros. Tenemos un techo, comida, recibo una buena paga. Ahorraré lo suficiente y compraré una casa para ambos. Hay soldados que tienen familia en la aldea, te llevaré a vivir allá.

—No quiero una casa si es a costa de tu tranquilidad —le contestó ella—. Eres lo único que tengo, quiero que estés bien.

Se separó de Brianna después de besarle la sien. Ni por un momento quería arriesgarla en una huida peligrosa, con varios soldados rastreándolos. En el caso de que los encontraran, los regresarían al comodato de esclavos. No. Por culpa de su debilidad no abandonarían el regimiento donde su amiga se encontraba a gusto y, por el momento, a salvo.

Luego de asegurarle que no tenía por qué temer por él, regresó a las barracas, allí encontró a Jakob esperándolo.

—¿Dónde te habías metido? El general Jensen está buscándote.

Lysandro primero se extrañó, luego se asustó. Desde que lo reclutó, hacía más de una lunación, no había vuelto a cruzarse con él.

—¿A mí? ¿Por qué?

—¿Qué voy a saber yo? —Jakob subió los hombros—. Un soldado vino diciendo que te presentaras en su tienda, de inmediato. Tal vez se dio cuenta de las idioteces que te manda a hacer Fingbogi o Ivar.

No creía que se tratara de eso, tenía un mal presentimiento. Se despidió de Jakob y se encaminó a la tienda del general con el miedo otra vez mordiéndole las entrañas. ¿Y si Jensen estaba arrepentido de haberlo reclutado? Tal vez Fingbogi le dijo a lo que se dedicaba antes y el general había decidido enviarlo al comodato de esclavos. Tal vez los dioses sí existían y lo odiaban.

Carraspeó frente a la entrada y tragó antes de anunciarse. Desde adentro, la voz grave del general lo invitó a pasar.

El hombre se hallaba inclinado frente a una mesa, en ella, extendido, se desplegaba un mapa. Varias figuras pequeñas de madera marcaban lo que Lysandro supuso, serían puntos estratégicos y la posición del ejército de Vergsvert.

—Lysandro Thorlak, ¿verdad? —le preguntó el general fijando su oscura mirada en él. El joven asintió. —Os he visto entrenar en varias ocasiones y esta mañana vi como vencisteis a tres soldados, casi sin esfuerzo. Vuestro estilo con la espada... es bueno, pero bastante agresivo. No debéis descuidar la guardia.

El consejo le recordó al que siempre le daba su padre. El general rodeó la mesa para acercarse a él, manteniendo las manos ocultas tras su espalda.

—Gracias, señor. Lo tendré en cuenta.

El hombre asintió frente a él.

—Supongo que fue vuestro padre quién os enseñó. Los conocí a ambos —le dijo sin rodeos—. Os parecéis mucho a tu madre, era muy hermosa. Vuestro padre fue un gran amigo y un gran hombre. Lamento lo que le ocurrió. —Ante la inesperada declaración, el joven se ofuscó. No encontró palabras con las cuales contestarle. —En unos días partiremos a Vesalia. Sois bastante hábil y quisiera que fuerais mi escudero. ¿Qué decís?

Tardó varios instantes en contestar, lo que a su mente le llevaba procesar todo lo que el general le decía.

—¿Conocisteis a mis padres? —preguntó aguantando las lágrimas.

—Así es —respondió Jensen con una sonrisa triste—. Peleamos juntos en varias ocasiones.

—¿Y queréis que sea vuestro escudero?

El hombre asintió y sonrió condescendiente.

—Estaríais siempre a mi lado, os encargaríais de tener mis armas y mi uniforme listos. Me ayudaríais en todo lo que necesite y también podríais aprender de mí. Si no queréis aceptar, está bien, volveréis a tu compañía.

Era tan extraña, tan bizarra aquella conversación. Entró a la tienda, convencido de que el general lo enviaría al comodato, pero en su lugar se encontraba con que había conocido a sus padres y además le ofrecía la oportunidad de estar como su asistente y aprendiz en el regimiento.

—¿Por qué me proponéis esto, señor? ¿Por qué a mí que acabo de llegar y no tengo experiencia? —Nunca había tenido mucho tacto al hablar y menos en plantear su perpetua desconfianza. El general frunció el ceño—. Es decir, os agradezco mucho la oportunidad, pero hay mejores soldados que yo, vuestro hijo incluido.

Jensen relajó la expresión.

—Mi hijo ya es capitán, no aceptaría ser mi escudero. En cuanto a que hay mejores soldados que vos, tal vez sea cierto, pero estoy convencido de que sois el mejor con la espada de todo el regimiento. A mi lado podríais aprender más.

El joven permaneció en silencio. Ser el escudero del general. Perfeccionar la técnica que le enseñó su padre con ese hombre que decía haber sido su amigo. ¿Cómo decirle que no?

—Gracias, general. Será un honor serviros.

—El honor será mío —le contestó a su vez y las palabras lo extrañaron, sin embargo, el hombre no pareció darles mayor importancia y continuó hablando—: La joven que estaba contigo, ¿realmente es vuestra hermana? Recuerdo que cuando vuestro padre murió, ella era bastante pequeña, más que vos.

Lysandro apretó los puños hasta clavarse las uñas en las palmas y negó con la mirada baja.

—Murió hace poco. Se suicidó.

—Lamento mucho escuchar eso. Entonces esa joven...

—Es una amiga con la que crecí, también la considero mi hermana.

—Estará a salvo aquí, os lo prometo. Ahora quiero que vengáis conmigo, os enseñaré cuáles serán vuestros deberes, a partir de mañana empezaréis con ellos. Iremos con sus Altezas, El primer y segundo príncipe Viggo y Axel, a cazar antes de partir a Vesalia. Ellos son bastante aficionados a ese deporte. ¿Sabéis arquería?

—Hace mucho que no práctico con un arco, señor.

—¿Y montar?

—La última vez que lo hice tenía doce años, de eso ya han pasado ocho.

—Entonces pasaremos la tarde practicando. No quiero hacer un mal papel frente a los príncipes.

El general sonrió y caminó hasta un gran arcón, dentro había toda clase de armas y piezas de armadura. Tal como lo dijo, Lysandro y él pasaron el resto de la tarde y el inicio de la noche, disparando flechas mientras cabalgaban.

Hola, espero estén genial. Un capitulo para que conozcan cómo es la vida de Lysandrito en el III Regimiento. ¿Qué les pareció el general Jensen? ¿Qué opinan de él? 


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top