Capitulo XVIII: " Es noche de subasta"

No deseaba permanecer un minuto más en el palacio. Frustrado y enojado, salió de la sala en lo que terminó la reunión. Anduvo sin hablar con ninguno de los consejeros o ministros, tampoco deseaba ver a su padre, quien estaba seguro, lo había usado para sus fines bélicos. Se sentía un estúpido.

Sin embargo, se prometió a sí mismo que haría todo lo posible por mejorar las condiciones de Illagarorg y las salinas. Ojalá conociera personas de su confianza que pudieran ayudarle y no tuviera que depender de las que le recomendara su madre. Necesitaba alguien íntegro para que administrara las salinas ahora que Vilborg había sido apresado.

Tal vez Arlan pudiera sugerirle a alguien.

Recorrió las amplias galerías abovedadas sumido en sus pensamientos y cuando se dio cuenta había llegado casi sin notarlo a las dependencias de su madre. Antes de irse quería despedirse de ella. La encontró en la antecámara de sus aposentos.

—Madre. —La saludó Karel con una reverencia.

La sorcerina se hallaba sentada frente a una pequeña mesita con otra mujer joven, ambas tomaban té en primorosas tazas de porcelana blanca y dorado.

—Karel, acércate —le solicitó su madre extendiendo el brazo hacia él—. Quiero presentarte a lara Jonella Hagebak, ella es la hija de lars Nilse Hagebak, el enviado de Augsvert aquí en Vergsvert.

El príncipe observó a la joven, una muchacha de piel acanelada y cabellos castaños. Se inclinó ante ella con una sonrisa.

—¡Jonella, que bueno verte de nuevo! Nos conocimos en el palacio Adamantino, madre, Jonella iba un curso por encima del mío. No pensé encontrarte aquí.

La joven sonrió y miró a lara Bricinia con algo de complicidad.

—Apenas supe que habías regresado, quise saludarte. Tu madre me recibió y me dijo que estabas en una reunión con Su Majestad.

De inmediato, la sonrisa en el rostro del príncipe cambió a una expresión seria.

—Sí, necesitaba informarle de unos asuntos.

—Cómo te decía, Jonella, Karel es el señor de Illagarorg, es la región aledaña a la costa. Ha tomado posesión recientemente. —Su madre curvó los labios en una sonrisa luminosa—. Hijo, deberías preparar una pequeña reunión en tu palacio. Así podrás recibir Jonella y a su padre y a otros augsverianos que viven aquí en Vergsvert. Acabas de llegar al reino y relacionarse siempre es bueno, mucho mas con sorceres como tú.

Karel consideró la oferta. Una fiesta no era algo que le llamara mucho la atención, pero sería una buena forma, tal como decía su madre, de conocer personas y tal vez encontrar algunas dignas de confianza que le ayudaran en su trabajo.

—Estaré encantado de recibirte a ti y a tu familia, Jonella.

—¡Perfecto, entonces! —Aplaudió su madre antes de beber un sorbo de té de su taza—. Te ayudaré en lo que necesites, sobre todo con la lista de invitados.

Karel sonrió también y permaneció algunos instantes mas compartiendo con su madre y su antigua compañera de estudios antes de despedirse.

Cuando montó en el caballo, el sol ya casi se ocultaba. Por fortuna, Feriberg, la ciudad en la que se encontraba el Dragón de fuego, era aledaña a Eldverg, no tardaría más de un cuarto de vela de Ormondú en llegar. Era tanta su prisa que ni siquiera comió y solo se dio cuenta cuando el estómago empezó a rugirle de hambre.

¿Cuál sería la comida favorita de Lysandro?

Cuando estuvieran juntos le pediría a una de las criadas algún delicioso platillo que fuera del agrado del bailarín y comerían uno frente al otro. Cada vez más, Karel se complacía imaginándose compartiendo junto a él.

Apretó los ijares del caballo para que este incrementara el galope. Cómo le hubiera gustado poseer un hipogrifo y poder llegar en un instante a su lado. Se lamentó al considerar que tal vez llegaría después de que él bailara.

Hizo el viaje en menos tiempo del esperado, sintió un poco de pena por Luna. Desmontó y entregó las riendas a un mozo de cuadra, dándole una propina para que le diera al animal agua y buen heno. Se colocó el antifaz que traía en uno de los bolsillos de su chaqueta y entró. Apenas lo hizo se sorprendió del lujo que derrochaba el interior. El establecimiento se caracterizaba por una atmosfera tanto seductora como elegante y en esa ocasión las dos características iban hasta el límite.

Pero lo que más sorprendió al sorcere no fue que incluso las doncellas entradas en años, encargadas de servir las mesas y limpiarlas, lucieran radiantes; ni que las esclavas destinadas al placer vistieran lujosas sedas semitransparentes y argollas doradas en el cuello, tobillos y muñecas; o que una melodía, mezcla de tambores y panderetas, se colara entre los asistentes y los incitara a entregarse a sus deseos mas libidinosos. No. Tampoco el penetrante aroma de la costosa resina de borag.

Lo que sorprendió a Karel fueron las jaulas.

Del techo pendían unas cinco de ellas y dentro de cada una se hallaba un esclavo ataviado con sedas y encadenado a los barrotes. Solo pudo reconocer a dos: a Lysandro y a la muchacha que solía realizar con él la danza con las espadas.

La sangre del príncipe hirvió en sus venas.

Empuñó las manos con la energía espiritual brillando en ellas. Cuando iba a avanzar hacia la jaula, alguien lo sujetó del brazo.

—No lo hagas.—El príncipe Arlan hablaba sin despegar los ojos de la jaula que contenía a Gylltir—. También me gustaría derrumbar este sitio lanzando la runa de Ahor, pero sería un error.

—¡Error o no, voy a sacarlo de ahí! —Intentó zafarse de su hermano, no obstante este lo sujetó más fuerte.

—Te descubrirás. ¿Cuántos sorceres jóvenes crees que hay entre la nobleza Vergsveriana? Tienes enemigos que desconoces y aprovecharán tu desliz para deshacerse de ti. —Arlan señaló con la cabeza a Lysandro—. Lo único que conseguirás es ponerlo en peligro.

Karel apretó la mandíbula. De todo lo dicho por Arlan solo quedó grabada en su mente la última frase. Ni siquiera cayó en cuenta de que su hermano parecía estar en cuenta de sus sentimientos por el joven bailarín.

—¿Y qué se supone que deba hacer?

—Si en verdad te gusta llévatelo de aquí, cómpralo y quédatelo solo para ti. —Las palabras del tercer príncipe sonaban calmadas, todo lo contrario a la furia que brillaba en sus ojos, que continuaban fijos en Gylltir—. Es noche de subasta. Espero que hayas traído muchos sacks de oro, hermano.

Karel exhaló al tiempo que la energía en sus manos se apagaba.

—¿La quieres?—le preguntó señalando a la esclava en la jaula.

—Cómo nunca creí llegar a hacerlo. Ven, sentémonos.

Ambos ocuparon una mesa en el centro del salón. Karel volvió a mirar hacia la jaula donde Lysandro permanecía encadenado. El esclavo no miraba hacia ningún sitio que no fuesen sus manos. ¿Qué estaría sintiendo en ese momento? ¿Rabia, vergüenza? ¿Resignación? Se odió así mismo por no poderlo librar de una buena vez de su esclavitud.

—Ya he hablado con La Señora —dijo de pronto Arlan sirviéndose vino en una de las copas que había en la mesa—. Pero la muy maldita no quiere solo oro. Es tan astuta. Si de verdad lo quieres tendrás que ofrecerle más que dinero.

—Pagué toda la lunación para que nadie lo tocara. No debería estar exhibido allí.

—¿Qué lunación? Te recuerdo que ayer inició una nueva, hermano.

Gracias a la observación de Arlan, el cuarto príncipe se dio cuenta de que el contrato de exclusividad que tenía por Lysandro había vencido la noche anterior.

—Hablaré con La Señora. ¿Quién es?

Arlan señaló con la cabeza hacia una de las mesas de adelante. Allí se sentaba una dama esbelta vestida elegantemente de rojo, el modelo de su atuendo era el típico de las damas nobles del reino. Su rostro estaba por completo cubierto con una máscara blanca que asemejaba el rostro de una estatua.

—Arlan, ¿cómo supiste de mi interés por...?

El interpelado rio.

—No es como si fueras muy discreto, hermanito. Las veces que estuvimos juntos aquí, no hacías, sino babear por el chico. —Su cuarto hermano lo miró condescendiente—. Ahora ve a hablar con ella antes de que comience la subasta. Cuando eso suceda no podrás hacerlo.

Karel caminó hacia la mujer. Antes de que pudiera acercarse lo suficiente, Sluarg le salió al paso.

—¿Su Señoría requiere alguna cosa?

El príncipe apretó los dientes. Tener al par de esclavistas en frente le desató de nuevo la furia.

—Quiero hablar con ella. —El joven habló lo suficiente alto como para que ella lo escuchara—. Deseo proponerle un negocio.

—La Señora no está disponible hoy.

—Le interesará lo que vengo a ofrecerle y si no me escucha podría arrepentirse de peder una gran oportunidad.

La mujer continuaba mirando al frente como si él no estuviera allí.

—Daré vuestro recado a La Señora.

La desesperación se hizo presente en el príncipe, no podía perder la oportunidad, pues estaba seguro de que el kona no haría nada por concretarle una cita con ella. Sin embargo, la esclavista no le prestaba atención. Tenía que pensar rápido, ofrecerle algo que captara su atención.

—Tengo acceso a uno de los puertos de Vergsvert.

Entonces ella volteó a mirarlo. A una señal suya, Sluarg se apartó.

—Os escucho —habló la mujer con voz aflautada y le señaló la silla a su lado.

Tenía que vender lo mejor posible lo único que podía ofrecer, de eso dependía la libertad de Lysandro. El joven carraspeó mientras se sentaba.

—Es la primera vez que vengo a una de vuestras subastas.

—Pero no es la primera vez que habéis venido a mi establecimiento. Queréis lo que todos quieren después de cierto tiempo.

El joven la evaluó. Así que para ella era habitual lidiar con los clientes que deseaban comprar a sus esclavos.

—Así es. Pagaré el precio que pongáis.

—¿Cuál de las chicas deseáis?

—Deseo comprar a Lysandro y a su hermana.

Por primera vez ella giró a verlo de frente.

—No están en venta. Lysandro es de mis mejores inversiones y su hermana... También lo será.

—Puedo ofreceros además de dinero, la opción de no pagar una sola décima por la importación de vuestros productos. Sé que debéis pagar al reino altas sumas en impuestos. —Al escucharlo, la mujer apoyó los codos en la mesa, entrelazó sus manos y colocó sobre ella la barbilla. Parecía que Karel había ganado su atención— Vuestros barcos o aquellos que traigan vuestra mercancía pueden arribar a Vergsvert a través del puerto bajo mi administración, no os cobraré ni una décima.

—¿Y cuál es el puerto bajo vuestra administración?

—Illgarorg.

La mujer rompió a reír.

—¡Casi os creí! —dijo cuando al fin se calmó—. Illgarorg no tiene puerto, solo sal, fantasmas y draugres.

—Os equivocáis. Existe una cueva casi oculta que da a una parte del mar bastante tranquila. Vuestra mercancía puede arribar a través de esa cueva. Nadie lo notaría, solo yo y los hombres que disponga para cuidar vuestras valiosas posesiones.

El joven príncipe la miraba esperando que aceptara. Por dentro se sentía asqueado de sí mismo por ofrecerle, para que continuara importando esclavos, la misma cueva donde liberó a esos desdichados, pero era la única forma de conseguir que ella aceptara cederle a Lysandro y a su hermana. Ya después buscaría la manera de acabar con el nauseabundo negocio de la mujer.

—Deberéis ofrecerme garantías de que, una vez los hermanos sean de vuestra propiedad, continuaréis con lo acordado y por supuesto, deberéis pagar el contrato de cada uno mas los intereses que han generado en el transcurso de estos ocho años.

El joven suspiró. Sí, la mujer era astuta y avara.

—De acuerdo. Os daré las garantías que solicitáis y mañana os traeré en persona el dinero.

—Tenemos un trato, Su Señoría —dijo la mujer inclinando la cabeza en su dirección.

—No subastaréis a Lysandro hoy.

—Me temo que eso no es parte del acuerdo.

El joven apretó los puños ¿Cuánto más tendría que ofrecerle a la detestable mujer?

—¿Cuál es el costo?

—Imposible saberlo. Lysandro es de mis esclavos mas solicitados y debido a que Su Señoría lo ha acaparado en la última lunación, muchos clientes están ansiosos por compartir con él. ¡Quien sabe a cuanto ascienda su costo esta noche!

«¡Maldita mujer!»


Karel regreso con su hermano justo cuando la subasta daba inicio.

—¿Y bien? —le preguntó Arlan mientras él se sentaba a su lado de nuevo.

—¡Es una maldita! —le respondió antes de llevar la copa a los labios y vaciarla de un trago

—¡Ese vocabulario, hermanito! —le respondió Arlan con una media sonrisa—. Unas lunaciones atrás eras incapaz de levantar la voz y hoy has querido destruir el Dragón de fuego y ahora insultas a su ilustre propietaria. ¡Bravo, mi hermano ha dejado atrás la niñez! ¡Brindemos por el poder del amor!

El tercer príncipe levantó su copa y la chocó contra la de Karel quien le dedicó una mirada de fastidio.

El kona, que para la ocasión vestía chaqueta azul oscura y pantalones ajustados negros, ya había subastado a dos de las esclavas enjauladas. Según le dijo Arlan, subastarían primero a los conocidos y después darían comienzo a la verdadera atracción de la noche: la nueva mercancía; sin embargo, ni él ni su hermano estaban interesados en los estrenos. Cada uno permanecía con la mirada fija en una jaula. La diferencia entre ambos era que Gylltir le dirigía sonrisas cariñosas a Arlan mientras que Lysandro continuaba enfrascado en la observación de sus dedos.

Karel no se daba por vencido, continuó mirándolo hasta que los ojos del esclavo se dirigieron a él y cuando lo hizo, el príncipe sintió un vuelco en el estómago.

Otra vez lo asaltaron las ganas de derribar la infausta jaula y llevárselo lejos de allí. Tuvo que hacer un esfuerzo para apartar el pensamiento.

Los ojos negros de Lysandro lo miraban incrédulo. ¿Acaso había dudado de su promesa?, ¿de qué siempre estaría para él? Le sonrió. El joven no le devolvió la sonrisa, por el contrario, apartó la mirada.

Sluarg anunció la siguiente subasta.

«Lysandro, el hermoso bailarín de las espadas ¿Quién se atrevería a someterlo?»

De inmediato, un hombre con un antifaz gris ofreció cien sacks de plata. Otro con uno azul, ciento veinte. Karel achicó los ojos.

—Ciento cincuenta.

—Ciento setenta. —Aumentó la oferta el del antifaz azul.

—Doscientos —dijo el de la máscara gris—. Estaba a varias mesas por detrás de la suya, pero al príncipe le pareció que era el ministro del tesoro.

—Doscientos cincuenta —ofreció con una sonrisa el de azul.

—¿Te lo vas a dejar quitar, hermanito? —lo azuzó Arlan en voz baja.

—Trescientos —pugnó Karel. Cuando levantó la vista a la jaula, Lysandro lo estaba observando.

El que parecía el ministro del tesoro negó con la cabeza y dijo algo que no llegó a escucharse, pero parecía que se retiraba de la contienda. Karel sonrió hasta que:

—¡Cuatrocientos! —el de antifaz azul sonreía complacido luego de lanzar su oferta.

El salón se había quedado en silencio. Sin duda, cuatrocientos sacks de plata eran una pequeña fortuna.

—Tsss. —Arlan se lamentó y negó con la cabeza. Consoló a su hermano con unas palmaditas en el muslo.

—Quinientos sacks de oro.

El hombre del antifaz azul, que hasta entonces sonreía dándose por ganador, descargó el puño en la mesa de madera, lanzó al aire una maldición y se marchó del local.

—¡Vaya, vaya! —exclamó Arlan acariciando su mentón— ¿Un soldado ofreciendo tanto dinero? Debe ser de alguna familia de nobles. Tu amado tiene pretendientes interesantes, hermanito.

Karel no mostró interés en el comentario. Le daba lo mismo que una hormiga quienes intentaron quedarse con Lysandro, lo importante era que él lo había conseguido y al día siguiente le otorgaría también su libertad.

—¡Suerte con Gylltir!

Arlan se llevó la mano al pecho y fingió sorprenderse.

—¿No me acompañarás después de todo lo que he hecho por ti?

Karel sonrió ampliamente y le abrazó.

—Ve a visitarme a Laungerd y así me cuentas sobre como te termina de ir hoy.

—¡Es un hecho! Ahora ve a disfrutar del amor.

Karel caminó hacia la habitación con el corazón desbocado, sentía muchas cosas al mismo tiempo. Iba pensando en cómo le diría que a partir de mañana sería un hombre libre. En su mente se había imaginado miles de respuestas, todas diferentes y todas terminaban con un ardiente beso.

A pesar de lo que llevaba fantaseando, en el umbral se quedó en blanco. La belleza de Lysandro y su expresión adusta, siempre lograban subyugarlo.

—Regresaste.

Tal vez fue el tono de incredulidad en que lo dijo o la tristeza en su mirada, pero la sola palabra lo hizo sentir mal.

—Te prometí que siempre lo haría.

—Gracias.

Karel se acercó a él, continuaba maquillado y con los grilletes en el cuello, muñecas y tobillos.

—No... No sabía, que hoy habría este tipo de... ¡Debió ser horrible estar en esa jaula!

—La creatividad de La Señora te sorprendería. ¿Quieres beber algo?

—Vino, por favor.

El esclavo asintió y Karel se quitó la chaqueta mientras el joven servía la bebida. Al entregársela, el príncipe notó que llevaba el medallón de plata con la flor de Lys que le había regalado. Se acercó a él y pasó la punta de los dedos sobre la superficie argenta, rozando apenas la piel de alabastro. Lysandro cerró los ojos y suspiró. El sorcere se mordió el labio inferior, e incapaz de contenerse lo besó.

Tenía desde su último encuentro soñando con volver a sentirlo y ahora que lo hacía le parecía irreal.

A la boca siguió el mentón, el cuello, la clavícula. Buscó el broche del collar en la nuca y lo desató. Lysandro llevaba el cabello recogido en una cola alta, de manera que la piel del cuello era perfectamente visible. El príncipe lo recorrió con los ojos y se dio cuenta de las marcas moradas en él. Entonces se detuvo.

Se alejó un paso y lo detalló de cerca. Más chupetones y algunas marcas de dientes exhibía el pecho desnudo. Ahí se dio cuenta de todo el significado que habían tenido las palabras de Arlan, había iniciado una nueva lunación y sus esclavistas no se detuvieron en ofrecerlo a otro cuando él no se presentó.

El hechicero se llevó una mano a la cabeza, consternado, y se echó hacia atrás el pelo castaño.

—¿Te disgusta? —El tono era de reproche—. Deberías acostumbrarte a esto —señaló los grilletes en las muñecas y luego las marcas en su cuerpo— y a esto. Es lo que soy, ¡un maldito esclavo sexual!

Karel no encontraba qué decir. No consideró que algo como eso pudiera pasar y era lo más lógico que sucediera.

—¡Lo siento, lo siento mucho! Ayer no pude venir. —«¿Y para qué?», pensó con amargura—. Debí hacerlo.

—¡No soy tu obligación! —le gritó de pronto Lysandro. Un par de lágrimas corrieron por sus mejillas mientras el joven tiraba de su cabello hacia atrás— ¡No me debes nada! ¡No estás obligado a nada! ¡No tenías que pagar esa fortuna por mí! ¡No soy mas que un maldito esclavo!

Karel sintió miedo de su arrebato, no sabía qué hacer, ni qué decir.

—¡Pero es que yo quiero hacerlo! —le dijo tomándolo de las muñecas para que dejara de hacerse daño—. ¡Quiero que seas mi obligación!

El príncipe lo abrazó y lo sintió estremecerse a medida que el llanto se incrementaba. Sí, había imaginado de mil maneras el reencuentro menos de esa forma tan turbia.

—Estoy aquí. Perdóname por no haber estado antes. ¡Te juro que nunca te voy a abandonar!

El joven se revolvió en sus brazos intentando que lo soltara, pero el hechicero lo apretó mas fuerte y no lo soltó hasta que lo sintió dejar de temblar.

Dio varios pasos atrás para apartarse de él. El esclavo se pasó las manos por la cara, arrastrando junto con los restos de lágrimas, el maquillaje. Sus pupilas huidizas evitaron mirarlo hasta que, finalmente, se dio la vuelta y lo encaró:

—Debo ser el hombre mas absurdo que has conocido, incapaz siquiera de controlar sus emociones. Recibe una humilde disculpas de este esclavo. —Lysandro se inclinó en una pronunciada reverencia.

El príncipe lo tomó por los hombros y lo levantó para que enfrentara su mirada.

—No tienes por qué disculparte conmigo y no creo que seas absurdo. Lo que vives tiene que ser horrible.

Era él, como representante del reino, quien le debía una disculpa. El gobierno de su padre lo había arrojado a la mas miserable de las existencias, a pagar por crímenes de los cuales era inocente. Una vida no sería suficiente para resarcir todo el daño que le habían hecho.

—Voy a comprar tu contrato, el tuyo y el de tu hermana. Después les daré la libertad.

Los ojos de Lysandro se abrieron hasta puntos inconmensurables. El joven se sentó en el borde de la cama, aturdido.

—Por favor, no juegues conmigo.

—No estoy jugando, no te estoy mintiendo. He hablado con La Señora y ella ha accedido a venderme el contrato tuyo y de tu hermana.

Lysandro parecía tener problemas en aceptar lo que Karel le decía. Mantenía el ceño fuertemente fruncido. Abrió y cerró varias veces la boca sin que ningún sonido saliera de su garganta. Se levantó y se sirvió vino que bebió de un trago. Los ojos negros se posaron en los suyos, inquisitivos.

—¿Quieres decir que seremos tus esclavos?

El joven príncipe se escandalizó.

—¡No, no, claro que no! Serán libres, tú y tu hermana, libres para hacer lo que gusten.

Después de lo sucedido, no se atrevió a pedirle que se fuera a vivir con él. Tenía miedo de que pudiera malinterpretar las cosas y que creyera que lo hacía porque deseaba poseerlo para sí. Suspiró, el corazón le dolía, lo sentía pesado como si una mano de hierro le apretara. Lo que estaba pasando no se parecía en nada a lo que había imaginado. Era un hecho que al obtener su libertad, Lysandro se iría y tal vez nunca más lo volvería a ver.

El joven de cabello negro dejó la copa vacía en la mesa y dirigió hacia él una mirada cargada de sentimiento. Aunque tenía los labios entreabiertos, seguía sin decir ni una sola palabra, pero sus ojos expresaban mas que mil de ellas.

Karel se le acercó y le sonrió con tristeza. Sentía que era una despedida.

—Llévala contigo siempre —le dijo mientras acariciaba la medalla que le colgaba del cuello—. Así me recordarás.

Lysandro se mordió el labio inferior.

—No quiero tener que recordarte, no quisiera tener que alejarme de ti, pero si es tu volun...

El hechicero no lo dejó terminar. Eso era lo que estaba esperando.

Lo tomó de la cintura y lo acercó a su cuerpo para hundirse en su boca. Lysandro no opuso resistencia, por el contrario, le rodeó el cuello con sus manos y profundizó el beso. Al cabo de un tiempo ninguno de los dos quería separarse del otro.

Las manos tocaban los cuerpos con desespero. Sin separarse de él, Karel lo guió hasta la cama y ambos cayeron uno sobre el otro en el lecho. El sorcere se detuvo un momento para contemplarlo bajo su cuerpo: Los ojos negros todavía húmedos, los labios entreabiertos sonrosados por los besos. ¿Podría ser que los dioses lo bendijeran con la dicha de tenerlo cada día? Le sonrió y volvió a besarle el cuello.

Se quitó la camisa de seda azul claro y le desató el pantalón. Sin dejar de asaltar la piel de su clavícula, metió las manos dentro y encontró un miembro flácido, sin ninguna respuesta, muy distinto al suyo, que pedía a gritos la liberación.

El sorcere dejó de besarlo y se incorporó para mirarlo a la cara. Lysandro le rehuyó la mirada, apenado.

—¿No quieres?

Todavía sin mirarlo, le contestó:

—Si quiero, pero... a veces no puedo.—La tristeza y la culpa en su mirada lo trastocaron. Lysandro se incorporó hacia él y le besó en los labios—. ¡Trataré de esforzarme más, puedo hacerlo mejor!

Karel le sonrió y lo apartó suavemente.

—No quiero que esto sea una obligación.

Lysandro exhaló con fuerza.

—No es una obligación. ¡Realmente lo deseo, pero...

—¿Qué te parece si pedimos algo de comer?—. El sorcere se levantó, tomó su camisa y se la colocó—. Muero de hambre, apenas si he comido en todo el día.

De soslayo miró al esclavo quien continuaba taciturno en la cama. No deseaba importunarlo o hacerlo sentir peor de lo que, era evidente, se sentía. No estaba seguro de qué clase de sentimientos tenía Lysandro por él, pero de lo que sí estaba, era de no desear forzarlo a cumplir con nada que no quisiera o no pudiera hacer. Se giró por completo para que él no pudiera notar la melancolía en su expresión y suspiró en silencio. Tomó la pequeña campana de bronce en la mesita y la hizo sonar. Al instante una criada se presentó en la puerta.

La primera mitad de la noche ambos jóvenes la pasaron comiendo, bebiendo y charlando. Poco a poco la atmósfera tensa fue cediendo, dejando en su lugar una mas ligera y de camaradería.

Pasada la media noche, Lysandro bostezó y cerró los ojos.

—¡Estás cansado! —advirtió el hechicero poniéndose de pie—. Será mejor que me marche.

El esclavo le sonrió con dulzura

—También tú debes estarlo si cómo me dijiste hiciste hoy un viaje tan largo. —Lysandro se mordió el labio—. Quédate a dormir conmigo.

—¿Estás seguro? Illgarorg no está tan lejos, llegaré en menos de un tercio de vela de Ormondú.

—Estoy seguro, además esta cama es grande, cabemos los dos.

El joven bailarín se puso de pie y fue hasta el lecho, descorrió las mantas y se acostó bajo ellas, le dirigió una sonrisa y palmeó el sitio a su lado. Karel se quitó la chaqueta, las botas y fue a acostarse junto a él.

Así permanecieron el resto de la noche, charlando hasta que el sueño los venció.

***Hola, amigos. ¿Qué les pareció el capítulo? ¿Muy largo? Voy a confesarles que lo terminé ayer, no se ha enfriado lo suficiente, así que necesito un favor de ustedes y que con toda sinceridad me digan si les parece que pasan muchas cosas en poco tiempo o que todo sucede muy rápido. ¿Sí? 

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