Capitulo LXVI: "Hasta mi último aliento" FINAL II/II

En ninguna de las muchas cartas que se habían enviado, ni Karel le preguntó dónde estaba, ni Lysandro lo mencionaba. Tampoco marcaban el remitente en caso de que alguna fuera interceptada. Lysandro continuaba siendo el asesino fugitivo del rey Viggo, sobre él pesaba una condena de muerte y debía permanecer oculto, lejos de Vergsvert.

No obstante, no tener señas de su dirección, el sorcere no las necesitaba. Llevaba viajando sin apuros varios días, era cierto que su destino era la pequeña casita en las montañas en la que se había radicado Lysandro, pero quería disfrutar del viaje.

Cada vez que llegaba a alguna aldea visitaba su mercado, se alojaba en una de las posadas y degustaba la comida típica de la zona. Hacía mucho que no disfrutaba de nada de aquello. Era cierto que no podía compararse a las exquisiteces que comía en palacio, pero encontraba satisfacción en probar otros platillos.

El tercer día de viaje salió de Vergsvert rumbo a las montañas más allá de Ausvenia, cerca del bosque de hielo en la frontera con Briön, el sitio al cual la huella de su magia lo guiaba.

En el pasado, Karel viajó un par de veces a Briön. Una vez para asistir a la coronación del nuevo rey de esa nación y la segunda, al matrimonio del monarca. En ambas oportunidades, el carruaje pasó cerca de las montañas en las que se había establecido Lysandro. Estuvo muy cerca de él, pero la inseguridad le ganó. No había conseguido nada con respecto a la aceptación de la homosexualidad y principalmente tuvo miedo de hallar a un Lysandro que lo había olvidado.

Se ciñó la capa, la tarde otoñal empezaba a caer y el frío era cada vez más intenso a medida que ascendía el terreno encumbrado. Los parajes por los que viajaba eran prados verdes con escasos árboles, atrás quedaron los bosques tupidos y las bestias que los habitaban.

Karel conjuró de nuevo la luminaria que lo guiaba al remanente de su savje, el que permanecía con Lysandro. El día que se despidieron, el sorcere había creído firmemente que pronto se reunirían de nuevo, puso en Heim un hechizo que llegado el momento lo llevaría con su dueño.

Luego el tiempo pasó, en Vergsvert las cosas se complicaron. Karel aplazó la promesa y el momento del reencuentro indefinidamente, hasta que Arlan llegó días atrás con la irresistible propuesta.

La luminaria se hacía cada vez más grande, indicando que estaba cerca de su destino. El sorcere se mordió el labio en tanto sentía el corazón latir con fuerza.

¿Qué iba a decirle cuando lo viera?

¿Y si Lysandro ya no lo quería? ¿Y si lo había olvidado? ¿Y si después de verse, descubrían que ya no sentían lo que antes?

Exhaló en un intento por tranquilizarse.

Se aferró a las palabras de Arlan. Si las cosas entre Lysandro y él no salían bien, todavía podía rehacer su vida y buscar la felicidad por su cuenta.

Llegó a una pequeña aldea de casas humildes, la mayoría hechas de piedras y techos de paja, sin calles adoquinadas, con animales domésticos circulando con libertad entre las viviendas. Los campesinos con los que se cruzaba lo miraban sorprendidos, tal vez por sus ropas finas, o por la gran esfera plateada que brillaba sobre su cabeza, lo cierto era que ninguno se atrevía a hablarle.

El hechicero atravesó la aldea y continuó su camino hacia lo alto de las montañas.

La tarde llegaba a su fin, el enorme aro dorado se ocultaba entre picos nevados mientras en el horizonte aparecía una casa, que se hacía más grande conforme él se acercaba.

Karel tragó saliva. Sentía cada latido en los oídos.

Algunas ovejas pastaban alrededor de la humilde vivienda hecha de piedra clara. El hechicero se acercó lo suficiente para detallar la casa: ventanas de madera, cerradas para que el frío no penetrara el interior; techo de dos aguas, también de madera; el granero y el corral un poco más atrás.

La puerta de la entrada se abrió y un niño de unos seis años salió corriendo, seguido de una mujer esbelta envuelta en pieles. La mujer llamó al niño:

—¡Lys, espera! ¡No corras, te caerás!

El niño continuó saltando un poco más sin hacerle caso, hasta que reparó en él y entonces, se detuvo de golpe. Los ojitos negros se fijaron en el recién llegado con asombro.

Karel detuvo el caballo y miró al niño: la piel blanca, los ojos y el cabello negro; después miró a la mujer, tenían un gran parecido en la forma de los ojos, en la nariz y la boca, no cabía duda de que ella era su madre, aunque fuera rubia.

—¡Bendiciones! —saludó Karel luego de carraspear.

—¡Bendiciones! —le contestó ella entre asustada y curiosa mientras el niño se escondía detrás de su falda.

—Estoy buscando a una persona. —Karel bajó del caballo y miró la luminaria que había alcanzado todo su tamaño y la hizo desaparecer con un movimiento de su diestra—. Un hombre que vive por aquí, tal vez lo conozcáis. Se llama Lysandro Thorlak.

La mujer abrió más los ojos, pero no le contestó de inmediato, a diferencia del niño que gritó enseguida:

—¡Papá! ¡Papá! —El infante salió corriendo en dirección a la casa.

—¿Para qué lo buscáis? —preguntó la mujer al fin.

Karel tragó tratando de que la voz no le temblara.

—Soy un antiguo amigo.

No hizo falta que ella respondiera. En ese momento la puerta de la casita se abrió de nuevo y un hombre envuelto en una capa de lana oscura salió acompañado del niño.

—¿Qué sucede, Mirla? Lys ha dicho... —Lysandro se detuvo al verlo.

—Este hombre dice que te busca, que es un amigo —contestó Mirla.

Lysandro continuaba con la vista sorprendida, fija en él. Asintió torpemente.

—Sí, es un viejo amigo.

El pequeño comenzó a jalarlo del pantalón.

—Vamos a jugar, papá ¿sí?

Mirla tomó al niño y lo apartó de su padre.

—Iré a buscar el resto de las ovejas para guardarlas, está anocheciendo —dijo la mujer, mirando con extrañeza de Lysandro a él, Luego se dirigió a Karel—. Señor, si queréis puedo llevar vuestro caballo hasta atrás.

Karel asintió y le entregó las riendas, la mujer las tomó y también al niño, ambos se marcharon rumbo al corral.

Karel tragó. Lysandro frente a él era distinto y continuaba siendo el mismo: el cabello negro y largo, recogido en una media cola; la piel que desde que se unió al ejército adquirió ese tono levemente dorado; los ojos negros, siempre inescrutables; el lunar en el pómulo derecho. Pero ahora la mandíbula estaba más definida; los pómulos más marcados; su cuerpo, aunque continuaba siendo delgado, era un poco más grueso. No obstante, seguía siendo Lysandro y su corazón continuaba retumbando como la última vez cuando se despidieron en aquel bosque aledaño al castillo. Karel descubrió que seguía amándolo, igual que el último día en el que se vieron.

Lysandro se acercó más a él.

—Es Luna —contestó con los ojos fijos en él y refiriéndose a su caballo—, estará feliz de reencontrarse con Nocturno. Pero, ¿qué haces aquí? ¿Ha sucedido algo?

Karel negó con la cabeza y volvió a tragar.

—No ha pasado nada —respondió con voz temblorosa—, estoy de paso y pensé en saludarte. No tardaré. Tienes una hermosa familia: un hijo precioso y una linda esposa.

—¿Qué? —preguntó Lysandro con el ceño fruncido, parecía desconcertado—. Mirla no es mi esposa y Lys... ambos son mi familia, pero no como te imaginas. ¡Karel, estoy asombrado! —Los labios llenos de Lysandro se distendieron en una amplia sonrisa—. ¡También muy feliz de volver a verte! Por favor pasa a mi casa, aquí te congelarás.

Karel lo siguió con un enorme peso desvaneciéndose en su interior.

Adentro estaba caliente, el fogón encendido y un delicioso aroma a comida envolviéndolo todo. Lysandro le ofreció una silla de madera rústica, el hechicero se quitó la capa, el zurrón que llevaba cruzado en el pecho y se sentó.

—Así que no es —dijeron los dos al mismo tiempo, luego rieron en voz baja.

—Por favor, habla tú —dijo Lysandro.

Karel lo miró a los ojos, continuaban siendo tan hermosos como recordaba.

—El niño... se llama Lys, como tú. Yo creí que era tu hijo, te llamó papá.

Lysandro rio el comentario.

—No es mi hijo. Mirla, su madre, enviudó estando embarazada. Viven cerca, pero la aldea está lejos y yo soy el vecino más próximo que tienen. Nos hicimos amigos cuando llegué aquí. El día que Lys decidió nacer hubo una fuerte tormenta, la partera no pudo llegar y yo tuve que asistirla. Mirla, en agradecimiento, nombró al niño como yo.

—¡Oh! —Se sorprendió Karel —. Es una gran historia. Me parece que ambos te quieren mucho.

—También yo los quiero. Pero dime, ¿qué haces aquí? Siempre creí que no sabías donde vivía.

Karel carraspeó un poco incómodo por la confesión que haría.

—Y no lo sabía. En las cartas nunca lo mencionaste. Yo... Antes de despedirnos puse un hechizo en la espada de tu padre para poder encontrarte.

Mientras lo escuchaba, primero Lysandro frunció el ceño, luego enarcó las cejas, sorprendido, y finalmente achicó los ojos, ¿molesto?

—Sabía que harías algo así. —Lysandro sonrió—. Por eso nunca te dije donde estaba.

—¿Me estabas probando?

—No. Simplemente, sabía que no era necesario decirlo. Recuerdo aquella venda en tu mano. Apuesto que te cortaste intencionalmente con Heim para que tu sangre la impregnara, ¿no es cierto?

Karel sonrió un poco abochornado de que Lysandro siempre hubiera sabido del hechizo.

Las miradas de ambos se encontraron. Lysandro suspiró y se levantó de prisa:

—¡Soy muy mal anfitrión! Pido disculpas, no suelo tener visitas. ¿Puedo ofrecerte algo de beber? Aunque solo tengo cerveza y tal vez no sea de tu agrado, no es de muy buena calidad.

—No te preocupes, cerveza estará bien.

Lysandro asintió y se dio la vuelta para rebuscar entre los utensilios de la cocina. Tal vez era su imaginación, pero a Karel le pareció que estaba un poco nervioso y algo ruborizado.

—Y entonces, ¿qué ha pasado en Vergsvert?

—Creo que las cosas marchan bien allá. —Karel sonrió—. No existe la esclavitud y hay más alimentos, la hambruna ya no es un problema.

—Eso escuché —le respondió Lysandro sirviendo la cerveza en los vasos.

—Jakob te ha mandado recuerdos —dijo el hechicero luego de un breve silencio.

—¿Sigue en la guardia real?

—Lo convertí en mi guardia personal. No podía confiar en nadie y Jakob demostró una gran lealtad.

—Me alegro por ambos. Jakob es una gran persona y un excelente soldado.

Lysandro sonrió y se sentó ofreciéndole el vaso.

—¿Cómo están Jonella y tu Karelsius?

Karel bebió el amargo licor de un trago y dejó el vaso vacío sobre la mesa, mirando sus manos le respondió:

—El año pasado la peste escarlata azotó Vergsvert, muchos murieron, Karelsius entre ellos. A pesar de todos mis esfuerzos, no pude hacer nada por mi propio hijo. —Karel observaba sus manos, pero podía sentir la mirada de Lysandro fija sobre él—. Sin nada más que la atara a mí, Jonella regresó a Augsvert, me dejó hace seis lunaciones.

—¡¿Qué?! ¡Todo lo que cuentas es terrible! —Lysandro extendió su mano por encima de la mesa y le apretó la suya—. ¿Por qué no me dijiste nada? ¡Habría ido de inmediato contigo!

Karel sonrió y subió la mirada para encontrarse con el hermoso rostro crispado en una mueca de dolor.

—Sé que lo habrías hecho, por eso no te lo conté. Está bien, no te preocupes, ya no duele tanto.

Lysandro volvió a apretarle la mano, sus miradas se engancharon de nuevo, cada vez que pasaba parecían sobrar las palabras.

—Ya ha anochecido —dijo. Luego añadió con algo de torpeza—: ¿Te quedarás? Hay suficiente comida y aunque seas un sorcere la noche en las montañas puede ser dura y peligrosa.

Karel lo contempló mientras le hacía la invitación. El resplandor del fogón iluminaba de un color dorado su rostro, haciendo evidente el inequívoco rubor que había aparecido en sus mejillas. Mientras Lysandro hablaba se agarraba las manos.

—Gracias, me gustaría mucho quedarme esta noche —le contestó Karel con una ligera reverencia.

—De acuerdo. —Lysandro sonrió ampliamente—. Iré a llamar a Mirla y a Lys para servir la cena. Debes estar hambriento.

Karel asintió y luego lo vio salir a buscar a la madre y al niño. Entonces, el hechicero se permitió sonreír ampliamente por primera vez desde que salió de Vergsvert.

El corazón se le convirtió en hielo y luego se le rompió en miles de fragmentos cuando creyó que Lysandro tenía una esposa y un hijo, pero al saber que no era así y luego ver el suave rubor en sus mejillas... inevitablemente reverdecía en él la esperanza.

La puerta volvió a abrirse, el primero en entrar fue el niño igual a un vendaval; luego lo hizo la madre riendo alegre y por último Lysandro, que también sonreía. Este último, al cruzar el umbral, en lugar de continuar la conversación, lo miró y otra vez el rubor apareció en su rostro. Karel se regocijó en su interior.

El pequeño Lys no apartaba los ojos de Karel y mantenía la boca ligeramente abierta. El escrutinio iba de las botas a la capa, luego detallaba su cara y volvía de nuevo a recorrer sus ropas con la mirada. Ambos se sentaron a la mesa mientras Lysandro y Mirla servían los alimentos. Cuando la madre colocó el plato frente al niño, este le preguntó, todavía mirando a Karel:

—Mamá, ¿él es el príncipe del que siempre habla papá?

Lysandro, que se había acercado con su plato, enrojeció de golpe.

—Come tu comida —amonestó Mirla al niño—, y no molestes al señor.

La cena transcurrió entre risas y anécdotas. Cuando terminaron de comer, Karel se levantó, rebuscó en su zurrón de viaje y sacó la flauta dulce de madera laqueada.

—¿Qué tal un poco de música? —preguntó el sorcere.

De inmediato el niño saltó y comenzó a aplaudir.

—¡Sí, sí, como en el pueblo, cuando hay festival!

Mirla y Lysandro se miraron un instante, el anfitrión dio su consentimiento con una sonrisa y Karel comenzó a tocar una tonada alegre. Al principio solo Lys bailaba, pero contagiada por el entusiasmo del pequeño, la madre se levantó, tomó de las manos a Lysandro y lo sacó a bailar también. Mientras las notas salían de la flauta y Karel movía la cabeza al ritmo de estas, Lysandro, el niño y Mirla danzaban en la pequeña salita, tomados de la mano.

Después de un rato de incesante baile, el niño, agotado, se dejó caer en la silla. En poco tiempo se quedó dormido. Mirla, con las mejillas rojas como flores de cerezo y la risa desgranando en los labios, soltó a Lysandro.

—Creo que ya es tiempo de marcharnos. —La joven madre se inclinó frente a Karel—. Muchas gracias, señor, ha sido una linda reunión, raras veces tenemos tiempo de ir y bailar en el festival.

—No ha sido nada. —El hechicero correspondió la reverencia con otra sonrisa—. Estoy muy feliz de haber compartido con vosotros.

—Ha oscurecido del todo —le dijo Lysandro a Mirla, poniéndose de pie—, te acompañaré.

—Iré también —se ofreció Karel.

Lysandro tomó en brazos al pequeño dormido y los cuatro salieron de la casita. Afuera hacía frío, la noche estaba clara debido al resplandor de la luna llena, la cual marcaba el comienzo de la séptima lunación del año.

En menos de un sexto de vela llegaron a la casa de Mirla y el niño. También esa era una vivienda humilde, iluminada por un farol de aceite que guindaba en lo alto del dintel de la puerta de entrada. Karel se preocupó un poco.

—¿Vivís con vuestro hijo aquí, solos? ¿No es peligroso por la noche?

—¡Oh, no, señor! No vivimos solos. Mi hermano se mudó hace poco con nosotros. Lo que ocurre es que cada tarde acerco a Lys con Lysandro y lo busco antes del anochecer. El niño está muy apegado a él, si hasta lo llama papá.

Ante la respuesta de la mujer, cuando ella y el niño se adentraron en la casa, Karel se quedó más tranquilo al saber que no estaban solos. Un hombre joven salió a recibirlos, mientras los saludaba con la mano. Lysandro devolvió el saludo y luego ambos emprendieron el retorno.

—Así que estás de paso —le dijo Lysandro una vez que se quedaron solos—. ¿Vas a Briön? Escuché que al rey le ha nacido un nuevo hijo. ¿Tu séquito se alojó en el pueblo?

—No, no voy a Briön y he venido sin séquito.

—¿Sin séquito? ¿Por qué? Si no vas a Briön, ¿vas a Augsvert? —insistió en saber Lysandro, con los ojos fijos en el suelo que recorría—, aunque esta no es la ruta más corta hacia el reino de los sorceres.

—Tampoco voy a Augsvert y para lo que voy a hacer no necesito un séquito.

La lámpara de aceite en el frente de la casa se balanceaba a causa del viento. Lysandro abrió la puerta y ambos entraron al cálido interior, donde ardía el fuego del hogar.

—Estás muy misterioso. Entonces, ¿qué rumbo tomarás mañana? —volvió a preguntar Lysandro, cerrando la puerta después de que Karel entrara.

El hechicero se quitó los guantes y la capa y los dejó sobre el espaldar de una de las sillas. Lysandro también se despojó de su abrigo y fue a servir cerveza en dos vasos.

—Así que le has hablado de mí al pequeño Lys —dijo Karel sin responder la pregunta y recibiendo el licor.

—¿Qué? —El rostro de Lysandro volvió a colorearse, parpadeó y esquivó la mirada de Karel—. A lo mejor te mencioné un par de veces.

Karel sonrió complacido del efecto que estaba ocasionando en Lysandro y bebió del vaso sin apartar los ojos de él, percibiendo como las manos le temblaban un poco a su anfitrión mientras sostenía la bebida.

—Es un niño muy lindo y su madre me pareció bastante simpática. Me alegro mucho de que tengas amigos aquí, en este sitio tan apartado.

—Al principio fue difícil, pero poco a poco fui adaptándome. Mañana, si quieres, puedo mostrarte el pueblo, es pequeño, pero hay algunos sitios muy bonitos.

—Me encantará verlos contigo.

Ambos se quedaron en silencio, mirándose con los vasos en las manos, hasta que Lysandro rompió el silencio:

—¡¿Sabes que Fuska también está aquí?! —Karel enarcó las cejas, sorprendido de la revelación—. Así es. Es madre, tiene una pequeña camada, puedo llevarte a conocer a los cachorros mañana.

Karel asintió, feliz de la noticia, pero más maravillado del suave rubor y el brillo ilusionado en los ojos negros. Lysandro apartó con timidez la mirada de la suya y se levantó de golpe cuando el silencio reinó de nuevo.

—Buscaré mantas para ti.

El anfitrión fue hasta el rincón donde estaba el arcón y lo abrió, desde allí preguntó:

—¿Hace cuánto tocas la flauta?

Karel también se puso de pie. Sigiloso, caminó hasta Lysandro que sacaba mantas y cobijas sin decidirse por alguna.

—¿Tocas la flauta desde siempre o lo aprendiste reciente? No recuerdo que la tocaras —comentaba, dándole la espalda.

Debió sentir la presencia de Karel detrás, porque giró repentinamente, encontrándose con él, que lo atrapó en los brazos y lo besó sin contestarle la pregunta.

Lysandro se tensó y abrió los ojos, sorprendido, pero luego los cerró y se entregó al beso. Karel se recreó rememorando el sabor de sus labios y la exquisita sensación de probarlos otra vez.

—¡Te extrañé tanto! —jadeó Karel contra su boca en un instante en que se separaron.

—También he soñado muchas veces con este momento —le respondió el anfitrión, temblando ligeramente.

Lysandro se abrazó a su cuello. Fue él quien volvió a buscar el beso, profundizándolo, recorriéndole la boca con la lengua ardiente, dejándolo sin aliento.

—¡No puedo creer que estés aquí! —exclamó el anfitrión, separándose de él para quitarle la chaqueta y desatarle el pantalón.

Karel se dejó desvestir y besar el pecho, un poco sorprendido de la efusiva respuesta de Lysandro. Cada caricia suya le quemaba como si estuviera expuesto a una hoguera, los labios eran dulces, suaves y al mismo tiempo intoxicaban cuál veneno.

Los suspiros flotaban en el aire, entremezclándose el sonido con el crepitar de la madera en el hogar y la pequeña ventisca nocturna afuera.

La mano de Lysandro envolvió su erección palpitante y comenzó a masajearla de arriba abajo. Karel jadeó ante la deliciosa caricia que tanto había anhelado en las horas más solitarias de los últimos seis años. Buscó el blanco cuello y se hundió en él, sintiendo el aroma de las hebras de seda negra; pasó la lengua y lo recorrió hasta alcanzar el lóbulo de la oreja que sujetó entre los dientes. Lo jaló, lo chupó, Lysandro se estremeció y volvió a temblar en sus brazos.

Karel le quitó la camisa y, desesperado, también el pantalón, lo abrazó, lo besó y con él, aferrado, caminó hasta la cama para tumbarlo en ella.

El hechicero había deseado tanto ese momento, había fantaseado infinidad de veces, recreando en su mente sus mejores encuentros, que este le parecía irreal, una fantasía, una alucinación de sus noches tristes y solitarias.

—¿Eres real, Lysandro? —le preguntó en un instante en que abandonó su boca.

—Tan real como que tú estás aquí —le contestó el joven abriendo las piernas para recibirlo entre ellas.

Karel se posicionó encima de su cuerpo y frotó su pelvis contra la otra, jadeando ante el roce de ambos miembros. Lysandro le acarició el rostro, llevó los mechones de cabello castaño detrás de la oreja y lo acercó hacia sí para besarlo de nuevo.

—He estado muriendo todos estos años, sin ti —le confesó el sorcere.

Karel metió los dedos índice y medio dentro de la boca de Lysandro y dejó que este los succionara, lujurioso, para impregnarlos de saliva, mientras lo miraba con los ojos llenos de deseo. El hechicero llevó los dedos húmedos a su entrada para comenzar a prepararlo. Lysandro se tensó ante la incursión, pero luego comenzó a emitir suspiros de placer.

Después de lo que tarda en consumirse una brizna de paja en el fuego, poco a poco, Karel se deslizó en su interior. Fue como alcanzar el cielo y tocar las estrellas con las manos; estar dentro de él era volver a casa, una que había extrañado a morir.

Empezó a penetrarlo, al principio lento y a medida que el deseo se incrementaba, también lo hicieron las embestidas, cada vez más profundas y rápidas. Lysandro se arqueó hacia atrás y expuso el cuello. Karel lo alcanzó y le mordió la manzana de Adán. Se abrazó a él sin dejar de penetrarlo, mientras deslizaba la lengua por su oreja, mordisqueándo el lóbulo, lamiendo el caracol. Lysandro tembló más fuerte, gimió alto y el hechicero sintió el líquido caliente del orgasmo, bañar las pieles de ambos. Todavía Karel se demoró un poco más antes de vaciarse dentro de él.

El hechicero rodó a un lado, rodeó su cintura con un brazo y lo atrajo hacia sí, hasta que la cabeza de Lysandro se apoyó sobre su pecho.

—Te he extrañado mucho, Lys.

—Han pasado seis años.

—Perdóname por no buscarte antes.

Ambos temblaban, se reponían poco a poco de las oleadas de placer que todavía los recorrían. Karel acariciaba rítmicamente la espalda húmeda de Lysandro, disfrutaba de su calor y de los dedos que se paseaban por su pecho.

—Está bien, lo entiendo. ¿Cuándo debes volver a Vergsvert? —Lysandro levantó un poco la cabeza para mirarlo a los ojos.

—Ya no voy a volver —le contestó Karel sin detener las caricias—. Renuncié al trono. Arlan es el rey ahora.

—¡¿Qué?! —Lysandro se incorporó del todo y lo miró sin comprender—. Pero ¿por qué? ¡Por eso has venido! ¿Lo hiciste por mí?

Karel suspiró antes de contestar.

—No, amor. Lo hice por mí. No he dejado de pensar en ti ni un solo momento de estos seis años, no he dejado de amarte y extrañarte, pero la decisión de abdicar fue por mí. La corona es muy pesada, Lysandro, cada vez me exige más. Vine porque deseaba verte, pero si tú no me aceptas a tu lado lo entenderé y me iré en busca de mi propio camino. No te sientas obligado a nada, amor.

De pronto dos gotas cayeron sobre su pecho, Karel se sobresaltó, pero antes de que pudiera decir o hacer algo, Lysandro se levantó de la cama y caminó hacia el arcón donde guardaba las mantas. El hechicero observó como rebuscaba en él, hasta que el joven regresó con un atado de cartas.

Se sentó de nuevo a su lado y sin decir una sola palabra le entregó las cartas. Karel lo miró a los ojos, el labio inferior de Lysandro temblaba mientras continuaba llorando en silencio.

—¿Qué sucede? —le preguntó angustiado, Karel.

—Léelas.

El hechicero tomó las cartas. Al principio creyó que, al igual que él, había guardado cada una de las que le había enviado en esos seis años, pero al observarlas se dio cuenta de que no estaban escritas por él. Desdobló una:

«Karel, amor mío.

Cómo quisiera decirte que cada día al levantarme lo único que hago es pensar en ti, que mientras pastoreo mi pequeño rebaño recuerdo cada uno de tus besos. Que antes de acostarme escucho tu voz llamándome "amor" y que todas las noches sueño que nos reencontramos.

Quisiera decírtelo, quisiera enviarte esta carta y suplicarte que lo dejes todo y vengas a mi lado.

Quisiera, pero no lo haré.

En lugar de eso, ya he escrito la que te mandaré, una llena de verdades a medias. Soy feliz, estoy en paz, he encontrado personas que me quieren, empiezo a aceptarme como soy.

Por fin entiendo cuando hace mucho tiempo dijiste que no era mi culpa, ¿lo recuerdas? Ahora lo comprendo, que todo lo malo en mi vida no fue mi culpa. Ha sido muy difícil y más, lejos de ti, pero por fin he dejado ir el dolor.

Ya no tengo pesadillas, excepto de vez en cuando. Ya no me asusta la oscuridad. No he vuelto a escuchar en mi cabeza el sonido de las panderetas, ni las risas.

Te he escrito que mañana iré al mercado con unos amigos, debo vender unas gallinas, hay reparaciones que hacer en mi casa y el dinero que obtenga lo emplearé en ello.

Eso es lo que te diré en mi carta, pero lo que quiero decirte en realidad es que te amo y te extraño, Karel».

El hechicero sintió una lágrima rodar por su mejilla y un nudo apretarle la garganta. Desdobló otra carta y era similar a la anterior: Lysandro le confesaba lo mucho que lo extrañaba y cuánto anhelaba estar con él, pero también le decía que su destino era reinar en Vergsvert y que él no lo impediría.

Karel dejó las cartas a un lado y lo miró. Lysandro tenía el rostro bañado en lágrimas. El hechicero se acercó a él, con suma delicadeza le secó las lágrimas con las manos, lo abrazó y al oído le susurró:

—He venido para quedarme a tu lado si me aceptas.

Lysandro lo besó en la boca, con la sal del llanto entremezclándose en el beso. Cuando se separó de él, reafirmó aquella antigua promesa:

—Soy tuyo hasta mi último aliento.

Volvieron a abrazarse y así, entre juramentos apasionados y besos tiernos, los encontró la mañana, la primera que les esperaba de una nueva vida juntos.

Fin.

****Que vivan los novios!!!! A celebrar con vino de pera!!!

https://youtu.be/oG4K7d-AaoU

***

Yo quiero agradecer y dedicar este último capitulo a todos ustedes que han estado aquí, leyendo, comentando y votando cada viernes. No se imaginan lo importante que han sido en el proceso de escritura de esta novela. Muchos de ustedes con sus comentarios me han hecho mirara las cosas de otra forma, a veces recapacitar y otras confirmar que voy por buen camino. 

Lysarel ahora podrá ser feliz, lejos de la intolerancia y creando su propio mundo. Ojalá llegue el día en que no sea necesario apartarnos para encontrar nuestro lugar feliz. Hubiese querido que el final fuera Lysarel reinando juntos, pero en este mundo es algo casi imposible, perdón si sienten que el final es un poco amargo y tal vez pesimista, es mi visión del mundo que se refleja aquí.

Espero que el final haya sido tan satisfactorio como esperaban. La cancion del final es Be yours. Me la recomnedó hace mucho teresafranco750 y desde que la escuché supe que sería la del final. Muchas gracias.

Los amodoro a todos. 

PD: Sigan leyendo que hay varios extras bien dulces y tiernos mas adelante, incluyendo un extra M-preg. También hay otro libro de Lysarel en mi perfilpero en un mundo moderno que se llama "Cuando Lysandro conoció a Karel" . Espero que les gusten

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