Capítulo LXII : "No voy a dejarte"

Octava lunación del año 105 de la Era de Lys. Castillo Real, Eldverg, capital de Vergsvert, luego del envenenamiento.

Jonella llevaba mucho tiempo pasándole su savje a Karel, quizás casi un cuarto de vela de Ormondú, pero por más que se esforzaba, cuanto lograba era que la temperatura de su esposo se mantuviera estable y continuara respirando, no conseguía despertarlo y ella comenzaba a agotarse.

Lo que acababa de suceder era lo más espantoso que la princesa había experimentado en su vida, todavía escuchaba los gritos y los estertores de aquellas personas muriendo a su alrededor. Continuaba aterrada. Quien cometió tan atroz masacre no se quedaría tranquilo hasta que Karel muriera. Tenía que salir del castillo, tenía que sacar de allí a Karel.

La puerta se abrió y Jonella se sobresaltó, pero al ver que era Lysandro se tranquilizó. El escudero lucía pálido y asustado. Cuando sus ojos negros se fijaron en ella lo hicieron con incredulidad.

Jonella se levantó y dejó el remanente de su savje envolviendo el cuerpo del príncipe moribundo.

—Alteza. —Lysandro hizo una escueta reverencia frente a ella.

—Está muy débil —le dijo Jonella en un susurro—. He hecho todo lo que está a mi alcance, pero...

La angustia y el miedo hicieron mella en ella, Jonella se quebró. Necesitaba el consuelo de alguien conocido, quería creer que no todo estaba perdido. La princesa se aferró al cuello de Lysandro y lo abrazó con fuerza.

—Ya no sé qué más hacer —gimoteó tratando en vano de contener el llanto

—Habéis hecho bastante, princesa.

Durante mucho tiempo odió al hombre que ahora la consolaba. Hasta el último instante trató de que Karel volcara en ella su atención, de que finalmente la viera y le diera un poco de cariño. Ahora el príncipe estaba a punto de morir y ella estaba segura de que la única persona en la que podía confiar en ese castillo del horror era justamente aquella a la que tanto se dedicó a despreciar.

Jonella se soltó de Lysandro y se separó un par de pasos de él. Lo miró con la boca apretada en una fina línea.

—Queréis estar con él, os dejaré un momento a solas.

Ella se dio la vuelta y caminó a la antecámara, luego cerró las puertas tras de sí.

—¡Dioses! —exclamó mientras la angustia la llevaba a doblarse sobre sí misma.

Se llevó una mano al pecho y lo frotó como si de esa forma pudiera soltar el nudo de desesperación que no la dejaba respirar. Caminó hasta el gran ventanal y lo abrió, salió al balcón y tomó una gran bocanada de aire fresco. Las preciosas flores en el jardín iluminado por las lámparas de aceite en los altos postes, se inclinaban debido a la brisa nocturna, indiferentes a la tragedia que se vivía en el interior del palacio.

Inhaló y exhaló varias veces hasta que poco a poco el dulce aroma floral la fue calmando. A lo lejos se escuchaba el trote de los soldados que se dispersaban alrededor del castillo. De pronto, temió que la persona detrás del ataque la tomara prisionera.

Si tan solo lograra que Karel se despertara podrían huir juntos.

La puerta de la recámara sonó, Jonella volvió a estremecerse. Temerosa, avanzó hacia la habitación donde había dejado a Lysandro. Al abrir las puertas encontró a Karel solo, en la misma posición en la que lo dejó, el escudero no estaba por ninguna parte.

La princesa se sentó a su lado en la cama y peinó hacia atrás los cabellos castaños. Sobre las mejillas de Karel había humedad que ella secó: las lágrimas del amante del príncipe.

—¡Dioses! ¡Oh, poderosa Lys, dadora de magia!, escucha mi ruego, fortalece mi poder.

Jonella encendió su savje y la luz violeta envolvió el cuerpo de Karel, otra vez. No podía darse por vencida, aunque el agotamiento comenzara a producirle mareo. Cerró los ojos y se concentró en sentir su propio savje fluir hacia el príncipe.

Cuando abrió de nuevo los ojos, tenía la cabeza apoyada en el pecho de Karel, la luz del sol inundaba la habitación desde los ventanales abiertos y se esparcía en el suelo creando diseños de sombras.

La princesa se enderezó y se estiró, luego constató el estado de su esposo. Continuaba igual, podía sentir su savje pero muy débil.

Un instante después la puerta de la antecámara se abrió, uno de los soldados de la guardia real permaneció en el umbral mientras un par de sirvientes entraban con alimentos y bebidas que dejaron sobre la mesa con una reverencia.

La puerta volvió a cerrarse y la habitación se sumió en el silencio.

La angustia la carcomía por dentro, no sabía qué debía hacer, tal vez si saltaba por el balcón podría huir. Era una hechicera, no le sería difícil aturdir a los guardias del jardín.

Miró hacia atrás y vio a Karel en el lecho, pálido y envuelto en su energía violeta. Si ella se iba lo condenaría a muerte, solo su savje lo mantenía con vida.

Se derrumbó sobre una de las sillas y, distraída, comió algo de fruta. Así transcurrió el resto del día, y otro, y otro. Karel seguía inconsciente, nadie iba a verlos excepto los sirvientes que les llevaban los alimentos. A través de las puertas cerradas, Jonella escuchaba los pasos metálicos de los soldados y afuera veía a los guardias alrededor de su balcón. Aunque sabía que era inútil encendió su savje en la mano diestra y la acercó a la puerta, lanzó una runa y nada pasó. Ya lo había hecho antes y había obtenido el mismo resultado: su magia no funcionaba porque la puerta seguramente estaba asegurada con ethel y eso solo quería decir una cosa, ella y Karel eran prisioneros.

La cuarta noche de su cautiverio, Jonella empezaba a creer que no saldría con vida de ese funesto palacio. Cada vez el ruido del metal afuera era mayor y más permanente, el ejército de aquel que se había hecho con el control de Eldverg crecía, o tal vez era el miedo a que lo despojaran del recién adquirido poder lo que lo llevaba a desplegar más y más soldados.

Un sonido diferente a todos los que había percibido hasta ese instante la sacó de sus cavilaciones pesimistas. Era un ruido bajo y sordo en la antecámara, como si alguien hubiera aterrizado dentro del balcón. Recordó que había dejado abiertas las puertas del ventanal.

La princesa se hallaba sentada junto al lecho donde yacía Karel, encendió su savje y se levantó. Precavida se acercó a la otra habitación. Se detuvo al escuchar un gruñido ronco. Un felino de aproximadamente media vara de alto se acercaba hacia ella, le mostraba los colmillos largos mientras rugía amenazador. Lo reconoció, era el gaupa que siempre acompañaba a Lysandro en Illgarorg, ¿pero qué hacía allí? ¿Había venido con el escudero? ¿Cómo no lo vio durante el viaje?

Jonella, muy lentamente, caminó varios pasos hacia atrás, para acercarse de nuevo a la cama. Recordaba de sus estudios en Augsvert que los gaupas eran animales salvajes y temperamentales, sin su amo cerca dudaba de que no la atacara. El felino mantenía sobre ella los ojos verdes mientras le gruñía. La princesa iba a dibujar la runa de Erghion cuando el animal saltó encima de Karel y se posó sobre sus piernas. Jonella temió que le hiciera daño a Karel, pero en lugar de eso, introdujo el hocico entre las manos entrelazadas del príncipe como si buscara algo. Jonella no estaba segura de qué hacer, si lanzaba alguna runa podría lastimar a su esposo.

El felino tomó con los dientes un trozo de tela de color bermellón y luego fue ascendiendo por el torso del príncipe. Jonella jadeó, tenía que hacer algo. Iba a lanzar la runa cuando el animal dejó caer la tela, empezó a lamer el rostro de Karel y luego hizo algo sorprendente: exhaló sobre él una especie de bruma plateada que se introdujo por las fosas nasales y por su boca.

Jonella estaba estupefacta y más se sorprendió al ver que el príncipe comenzaba a responder a lo que sea que estuviera haciendo el gaupa. Primero fueron sus párpados que vibraron, luego frunció los ojos y empezó a toser, un poco al principio y después con más fuerza. El gaupa dejó de exhalar la bruma rara y se dedicó a lamerle el rostro. Cuando dejó de hacerlo, se ovilló a un costado del príncipe, otra vez sosteniendo entre los dientes el pañuelo rojo que escondió entre las patas delanteras. La princesa continuaba sorprendida, mirando la escena.

Entonces Karel, muy lento, abrió los ojos.

—Tengo sed —dijo.

Dos gruesas lágrimas cayeron de los ojos de la princesa, que se llevó las manos a la boca sin acabar de entender lo que sucedía. No podía creerlo, Karel había hablado, estaba despertando.

El temblor de su mano era evidente cuando sostuvo la jarra para servir el agua. Casi no podía contenerse, quería gritar de felicidad, abrazar a su esposo, besarlo, dar gracias a todos y cada uno de los dioses a los cuales había rezado en esos largos días y noches. No sabía cual de ellos la había escuchado así que los honraría a todos.

El gaupa a un costado de karel ronroneo, Jonella dudó si acercarse, pero al ver que el animal parecía manso, se aproximó y le dio el agua al convaleciente.

—Karel, aquí estoy. —La voz salió quebrada, más lágrimas cayeron desde sus ojos.

El príncipe giró la cabeza en su dirección y el felino volvió a ronronear.

—¿Jonella? —Miró hacia su costado y extendió la mano hasta acariciarle la cabeza al animal—. ¿Fuska? ¿Qué haces aquí?

—No sé como llegó, pero te dio su savje, él acaba de salvarte la vida.

Karel intentó incorporarse en la cama, sin embargo, volvió a caer sin fuerzas en el colchón.

—Me duele el pecho. —Se llevó la mano al torso—. El brindis... Había veneno.

—Así es —le contestó Jonella mientras tomaba el vaso vacío de su mano—. Alguien envenenó el vino. Tú... Tú casi mueres.

Karel exhaló, sus labios se movieron como si quisiera decir algo más, pero cerró los ojos y volvió a dormir.

Jonella lo veía sin creer del todo el milagro. Colocó las manos encima de su cuerpo y se dedicó a sentir el savje de su esposo, que ahora fluía con más fuerza que antes, aunque todavía no volvía a hacerlo con normalidad. Contempló al gaupa, echado al costado de Karel con parte de la cabeza apoyada sobre su cadera.

Los gaupas eran criaturas mágicas que se decía otorgaban longevidad e incluso inmortalidad. Tal parecía que había más detrás de la leyenda.

La princesa se tumbó en el diván, y se echó a llorar. Tantas noches en vela, tanto miedo y ansiedad, el llanto brotó como un caudal imparable. Él iba a recuperarse y por fin saldrían juntos de ese terrorífico lugar.

**************

El ruido de la puerta al abrirse la despertó.

La princesa se levantó azorada y por un instante no supo qué hacer. Rápidamente miró a Karel que continuaba dormido, el guapa ya no estaba. Creyó que serían los sirvientes habituales con los alimentos, pero no era así.

—Lara Jonella —la saludó Viggo con una inclinación de la cabeza.

La princesa se levantó e hizo una reverencia. El primer príncipe portaba la corona y a su lado se encontraba un sanador.

—¿Cómo os encontráis, princesa? ¿Y mi hermano ha despertado?

Ella miró brevemente a Karel.

—Estoy bien, Alteza, gracias. Mi esposo todavía no despierta.

—Entiendo. —Viggo lucía igual que en las pocas ocasiones en las que lo había visto: sereno. Que fuera él quien la estuviera visitando le aclaró la duda de quien se había hecho con el poder de Eldverg—. Perdonad que no haya venido antes a verlos, Alteza. Este ataque ha sido terrible, mi hermano Axel ha muerto, al igual que varias de mis hermanas y mi padre agoniza. Sin embargo, ya hemos apresado al culpable de todo este horror. El general Jensen será juzgado al amanecer, pagará por todo el daño que ha hecho.

Jonella asintió, aunque no del todo segura de que el general fuera el verdadero responsable, continuaba sin confiar en el primer príncipe.

—Os dejaré con Brian, es mi sanador personal, confío en que logrará hacer algo por Karel, no quisiera perder a otro hermano. Si algo se os ofrece, lara Jonella, por favor, comunicadlo a los guardias en la puerta, ellos me lo harán llegar.

—¿Los guardias en la puerta? —Se atrevió a preguntar Jonella—. Si Jensen ya ha sido apresado, porque todavía hay guardias en la puerta? ¿No puedo andar libremente por el castillo?

—Preferiría que no lo hicierais —le respondió Viggo, sereno—. Todavía no sabemos quiénes más apoyaban a Jensen. No quisiera que alguien atentara de nuevo contra mi hermano o contra vos, lara, así que os pediré que os quedéis aquí.

Jonella no rebatió el argumento de Viggo, al contrario, sumisa inclinó la cabeza y por dentro rezó a Olhoinna, madre de todo y de todos, que el hombre se fuera pronto.

Viggo se acercó a Karel y lo contempló en silencio lo que tarda en consumirse una brizna de paja en el fuego. Luego expresó sus buenas intenciones y se marchó dejando al sanador en el dormitorio.

El hombre se acercó a Karel y Jonella temió que pudiera darse cuenta de la mejoría del príncipe. No quería que le notificara a Viggo la recuperación de Karel, temía que si él se enteraba pudiera tomar acciones más drásticas contra él

La princesa se acercó al sanador mientras este tomaba la mano del príncipe.

—¿Sois un sorcere? —preguntó la princesa

—No, mi señora.

Jonella exhaló aliviada. Si él no era un hechicero, era improbable que pudiera percibir la mejoría en el príncipe.

El hombre palpó varias zonas del cuerpo de Karel, le abrió los ojos con los dedos y se demoró mirando sus pupilas. Finalmente, sacó de entre su túnica una botella de cristal, la destapó y cuando iba a administrarle el contenido en la boca, Jonella lo detuvo.

—Yo se lo daré.

—Como deseéis, mi señora. Este es para vos. —El hombre le dio otro frasquito—. Su Alteza el príncipe Viggo me ha dicho que estáis en cinta. Os ayudará con los nervios.

Jonella fingió una sonrisa.

—Gracias.

El hombre hizo una reverencia y sin más nada que hacer, se despidió de la princesa. Cuando la puerta se cerró, Jonella suspiró aliviada. Tomó ambos frascos y se acercó al balcón. La princesa abrió las botellas y vació el contenido en el exterior.

Al regresar al dormitorio, de nuevo el gaupa estaba echado a los pies de la cama.

—¿De dónde saliste? —le preguntó Jonella que no lo vio en todo el tiempo que Viggo y el sanador estuvieron en la recámara.

El resto del día solo recibió la visita de los sirvientes, quienes le trajeron los alimentos. La puerta continuaba cerrada y custodiada por fuera por dos guardias.

Al día siguiente, cuando ella se despertó, el gaupa no estaba. Karel continuaba dormido, pero su savje cada vez era más fuerte.

Igual que el día anterior, Viggo y el sanador los visitaron alrededor del mediodía. El príncipe continuaba interesado en saber su estado de salud, a lo que el sanador respondía que no había avances y Jonella daba gracias a los dioses porque ninguno era un hechicero y no podían darse cuenta de la mejoría de su esposo.

Al caer la tarde, Karel despertó.

—Tengo sed.

Jonella le acercó agua y el príncipe se sentó en la cama sin ayuda. Su rostro de piel bronceada estaba pálido, pero sereno.

—¿Qué ha pasado? —preguntó después de beber.

Brevemente, Jonella le hizo un resumen de lo ocurrido. A medida que escuchaba, Karel se alteraba. Cuando Jonella terminó de relatar lo sucedido, el príncipe llevó hacia atrás su cabello como señal de preocupación.

—¡Ha sido Viggo, estoy seguro!

—También lo creo, él controla el palacio —le contestó Jonella—. Desde entonces ha venido cada día a preguntar por tu estado. No he querido decirle que mejorabas.

Karel le tomó las manos y le sonrió con calidez.

—Has hecho bien —Le besó los nudillos con afecto—. Sin ti hubiera muerto, Jonella.

—En realidad fue el gaupa de Lysandro quien te salvó la vida —le dijo ella.

—Ya veo. Parece que no me odiaba tanto, después de todo. ¿Dónde está Lysandro?

Jonella negó con la cabeza.

—Hace mucho que no sé nada de él. Las puertas están cerradas, no hay manera de salir o de entrar aquí. Si ha venido es posible que no lo hayan dejado pasar.

Karel bajó los ojos, era fácil para ella notar la preocupación en su rostro. Aunque fuera extraño y difícil admitirlo, ella también estaba preocupada por él. El gaupa tampoco había regresado desde la noche anterior.

En la cama y entre las sábanas estaba el pañuelo rojo que el guapa siempre olisqueaba cuando aparecía. Karel lo tomó y lo miró un momento con cierta nostalgia.

—¿Y mi madre? ¿Qué sabes de ella'

—Nada.

—Debemos encontrar a Lysandro e irnos de inmediato.

El príncipe apartó las sábanas y se tambaleó al levantarse.

—¡Todavía estás débil —le dijo Jonella, ayudándolo a sentarse de nuevo—, no debes esforzarte!

—No tenemos tiempo, querida. Viggo regresará y cuando descubra que me he recuperado, no sé qué pueda hacernos. Si te sucediera algo, no podría perdonármelo.

Las palabras de Karel y su preocupación por ella, eran un dulce bálsamo en su espíritu aterrorizado. Jonella casi se echó a llorar. El príncipe lo notó, porque preguntó:

—¿Qué sucede? ¿Te duele algo? ¿Has vuelto a ponerte indispuesta?

—Estoy bien, es solo que... Tuve mucho miedo de perderte, creí que morirías.

Ya no pudo contenerse y las lágrimas rodaron por su rostro. Karel la rodeó en un cálido abrazo y besó su coronilla.

—Estoy aquí, no voy a dejar que nada malo te suceda, ¿de acuerdo?

Ella asintió contra su pecho, era tan reconfortante sentir su calor que se abrazó más a él buscando la seguridad que tanto necesitaba.

Cuando se separó de su cuerpo, Karel se levantó de la cama. Al principio se tambaleó un poco, pero luego avanzó por el dormitorio con más seguridad y soltura. El príncipe rebuscó en el equipaje y tomó varias cosas, también cambió el camisón que vestía por ropas mas acordes.

Karel hizo brillar su savje plateado en su diestra. Jonella creyó que haría una luminaria de Lys, pero poco a poco el cúmulo brillante adquirió la forma de una flor, conocía el encantamiento, aunque no sabía realizarlo. Era un hechizo de la familia de Erick, un amigo de ambos en Augsvert, no creyó que Karel supiera hacerlo. Karel acercó la flor plateada a su boca.

—Finna —dijo Karel—. Madre, he despertado, estoy bien. Vessa Bricinia Alastair.

Karel soltó la flor y esta salió por la ventana.

—Si mi madre está en el palacio, la flor la encontrará. Ahora vamos, buscaremos a Lysandro de camino.

Jonella asintió y se acercó a él mientras Karel tomaba la espada y se la colgaba en el cinto. Había estado tan angustiada que verlo recuperado era un verdadero alivio. Sin embargo, por más que trataba no podía dejar de temblar, era como si ahora que Karel estaba con ella, la angustia y el miedo se hubieran escapado de la prisión donde los había mantenido a raya.

El príncipe se acercó a la puerta e intentó abrirla. Nada sucedió. La sacudió con fuerza, lo intentó varias veces e incluso utilizó diferentes hechizos, la puerta no se abría por más que tratara.

—Es inútil, está sellada y además la magia no funciona.

—Deben estar usando ethel para bloquearla —dedujo Karel.

El príncipe caminó hasta los amplios ventanales de cristal, descorrió las cortinas y los abrió. Salió al balcón; de regreso, Jonella notó decepción en su rostro.

—Hay guardias abajo, nos están vigilando. No podemos hacer nada más que esperar. No quiero ponerte en riesgo, nos iremos esta noche.

La noche llegó trayendo consigo el trajinar de muchos pasos desde el otro lado de la puerta. De vez en cuando se escuchaban voces o el sonido metálico de las armaduras,la guardia real continuaba desplegada por todo el castillo.

Ya se preparaban cuando la puerta de la recámara se abrió, un soldado que portaba la capa roja de la guardia real entró por ella.

—Altezas, debemos salir de aquí cuanto antes —dijo luego de una rápida reverencia—. Tomen lo necesario.

A pesar del apremio con el que había hablado, ninguno de los príncipes obedeció, ambos se miraron entre sí, recelosos.

—Por favor, Alteza. —El soldado se dirigió a Karel—, soy Gerd y estoy al servicio de vuestra madre, es ella quien me envía. Conozco un pasaje secreto por donde llevaros afuera.

Karel entrecerró los ojos. Continuaba dudando, pensó Jonella al verlo.

—¿Cómo sé que es cierto y no nos llevaréis a una trampa?

El soldado rebuscó entre los espacios de su armadura y sacó algo rojo y brillante. Jonella la reconoció: una flor Vessa pero hecha con una energía diferente a la de Karel.

—Vuestra madre os envía esto, en caso de que dudéis de mí.

El príncipe se llevó la flor al oído luego de decir: «Vessa, Karel Rossemberg».

La voz de Lara Bricinia emergió de la flor:

«Id con el portador, os pondrá a salvo».

Jonella buscó la mirada de su esposo, había duda en ella; sin embargo, no tenían más opción que confiar.

—De acuerdo —decidió la princesa—, sacadnos de aquí.

El soldado asintió.

—Cubríos con capas, Altezas.

Jonella y Karel se envolvieron en gruesas capas negras y taparon sus cabezas, los dos salieron de la recámara en pos del guardia.

Los soldados de la guardia real recorrían los pasillos y caminaban de un lado a otro, de vez en cuando se cruzaban con algún funcionario o un cortesano. Nadie los detuvo, tal vez debido a que eran escoltados por otro miembro de la guardia real.

El soldado los llevó a través de varios corredores hasta que ascendieron por las escaleras y llegaron a las puertas de un aposento.

—Es el dormitorio de mi madre, ¿ella está adentro?

El soldado no contestó, en lugar de eso abrió la puerta y los conminó a pasar de prisa. Cuando la puerta se cerró a sus espaldas, Jonella respingó, en el interior no había nadie. La princesa encendió su poder, lista para defenderse si fuera necesario. No obstante, el soldado no se percató de su proceder, o si lo hizo no le dio importancia, porque atravesó desde la antecámara hasta la recámara sin hacer ninguna observación al respecto

—Venid, Altezas.

Ambos príncipes avanzaron recelosos, Karel con Gefa sik desenvainada.

Cuando entraron a la recámara, el hombre había descorrido un tapiz a un lado de la enorme cama con dosel de lara Bricinia. Detrás del tapiz había una puerta difícil de distinguir en el decorado de primorosas flores que adornaba la pared. El hombre la abrió y reveló un túnel oscuro que descendía a las entrañas del castillo.

El corazón de Jonella empezó a latir muy rápido. Con fuerza se agarró al brazo de Karel.

—¿A dónde lleva ese túnel?

—A un bosque en las afueras. Varios aposentos tienen uno y todos se comunican a la mitad del recorrido.

—¿Varios aposentos? ¿Cómo sabemos que dentro de ese túnel no nos estarán esperando?

—Por qué nadie sabe de sus existencias, excepto el rey, lara Bricinia y lara Arawen, las esposas favoritas de vuestro padre; en cada uno de sus aposentos hay un túnel. Lara Bricinia y lara Arawen ya se han ido y el rey... A vuestro padre no le queda mucho tiempo, no puede usarlo.

Jonella parpadeó y miró a Karel. El príncipe tenía una expresión concentrada mientras miraba la negrura que se asomaba desde el túnel. De pronto giró hacia ella y le palmeó la mano.

—Ve con él, Jonella. No puedo irme sin Lysandro.

Jonella sintió terror de que la dejará sola, en manos de un soldado desconocido y atravesando un túnel que parecía llevar al geirsgarg. Tenía miedo de lo que pudiera encontrar allí dentro.

—No me dejes sola, por favor —le suplicó con la voz quebrada por el pánico—. Puedes regresar luego por él.

—¡Jonella, él puede estar en peligro en este instante!

—¡Por favor, Karel, por favor! ¡Te juro que nunca volveré a pedirte nada!

De todo lo que había vivido antes, lo que más la aterró fue enfrentar sola el envenenamiento de Karel. Pasar las horas de angustia sin ningún apoyo había sido un suplicio. Que su esposo hubiera vuelto a la vida y estuviera allí para acompañarla era un gran alivio, no podía dejarlo marchar, aunque supiera que actuaba de una manera egoísta, aunque viera en su rostro que ella y su bebé no eran su prioridad.

—Jonella, siento mucho está situación, haberte arrastrado conmigo. —Karel exhaló un gran suspiro—. Has estado a mi lado, a pesar de todo. ¡Vamos, no voy a dejarte! Lysandro es fuerte, va a estar bien.

Jonella exhaló aliviada mientras dos gruesas lágrimas rodaban por sus mejillas pálidas. El soldado y los príncipes se adentraron en el túnel.

Las luminarias de Lys que convocaron flotaban delante de ellos y alumbraban el pasadizo de piedra, fragante a tierra húmeda. Jonella se cerró la capa y se aferró todavía más al brazo de Karel. Llevaban caminando mucho rato y empezaba a cansarse.

—Perdóname —le suplicó la princesa en voz baja a su esposo—, de verdad lamento obligarte a venir conmigo y que dejes a Lysandro atrás, pero tengo mucho miedo.

Karel no le contestó. En el fondo debía estar odiándola. Las lágrimas rodaron otra vez por sus mejillas.

—No te preocupes, regresaré por Lysandro y todo estará bien— dijo el príncipe, pero ella sabía que nada estaría bien, y que si Karel y Lysandro no volvían a reunirse, ella tendría que cargar con esa culpa por el resto de su vida.

A medida que avanzaban la sensación de ahogo era mayor. Las paredes parecían estrecharse y el techo volverse cada vez más bajo, era como estar atrapada en una tumba. Karel volteó sobre el hombro y el gesto la llenó de temor al pensar que algo podía estar siguiéndolos.

—¿Qué sucede? —preguntó, temerosa, la princesa.

—Nada —respondió el príncipe, pero su tono no la tranquilizó—, debemos apurarnos.

De pronto el túnel comenzó a vibrar, un sonido sordo hizo eco viniendo desde detrás de ello; el vello de Jonella se le erizó en la nuca.

—¿Qué pasa, Karel?

—Creo que nos persiguen —dijo el príncipe acelerando el paso.

Gerd que iba un poco por delante giró hacia ellos y asintió.

—El príncipe Viggo tiene nareg —dijo el guardia en tono lúgubre—, por la vibración y el peso de los pasos, deben ser soldados modificados.

—¿Nareg? —Aquella palabra no le gustó a Jonella. Karel le había hablado sobre los soldados modificados de Vesalia.—. ¡Oh, dioses!

Karel la tomó de la mano y comenzó a correr arrastrándola con él.

El aire que respiraban comenzó a cambiar y volverse cada vez más fresco y ligero, también el camino comenzó a ascender hasta que se encontraron con una reja de hierro un tanto oxidada. El guardia, rápidamente, sacó una llave de bronce de entre la pechera de la armadura y con ella abrió la reja.

El soldado salió primero, para asombro de los príncipes, una voz conocida y un tanto risueña llegó desde afuera.

—¡Es bien sabido que los sorceres de Augsvert son cosa mala!

Karel salió deprisa, arrastrando consigo a Jonella.

—¡Hermanito! ¡Cuñada! —dijo Arlan con una amplia sonrisa, como si los esperara para salir de paseo por la campiña en una mañana de primavera.

El tercer príncipe estaba frente a ellos, a caballo, sosteniendo las riendas de otro en sus manos. Karel no secundo el saludo, sino que tomó por la cintura a Jonella y la levantó en vilo para ayudarla a subir. Después él regresó, se colocó frente a la salida del túnel y dibujó la runa de Aohr. El símbolo mágico se estrelló contra la piedra y esta se derrumbó sellando la boca del pasadizo. Rápidamente Karel montó en el caballo detrás de Jonella y fue cuando le habló a su hermano:

—Nos persiguen soldados modificados, Viggo se ha hecho del nareg.

—¡Por todos los draugres del geirsgarg! —exclamó Arlan abandonando la sonrisa.

Gerd subió al caballo con él, el príncipe lo arreó y los cuatro salieron al galope.

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*** ¿Más tranquilos ya? Karel sigue vivo! 🙏 Los rezos y las velas agradaron a Surt, tejedor de los hilos del destino 🤭

Un reconocimiento especial a SSHL92 y a jakirasaga  que predijeron que el gaupa sería la solución. El capítulo va dedicado a Apoloderojo que el capítulo pasado me dejó un hermoso y extenso comentario sobre lo que pensaba de la nivela, muchas gracias.

Mañana habrá otro capítulo, así que atentos.

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