Capitulo LIII: "¿De qué le sirve vuestro amor?"

Sexta lunación del año 105 de la Era de Lys. Castillo de Laungerd, Illgarorg, reino de Vesalia.

—¿Habéis visto al escudero que vino con Su Alteza?

Lysandro se detuvo antes de entrar a la cocina, la conversación dentro de la estancia le llamó la atención y no quería interrumpirla.

—¿Cómo voy a verlo, Urdiel? —Primero había hablado un hombre y en ese instante lo hacía una mujer—. Siempre estoy en la cocina.

—Pues es muy guapo. —Continuó la voz masculina que sonaba como la de alguien joven—. Uno de los soldados me contó que el escudero salvó al príncipe en la última batalla y después de eso, Su Alteza lo nombró guardia personal. Anoche lo mandó a llamar a sus aposentos.

Tal vez Lysandro lo imaginaba, pero le pareció que la última oración escondía la malicia del doble sentido.

—¿Y qué tiene de especial que lo mandara a llamar a sus aposentos, Urdiel? —preguntó la mujer en un tono de voz que denotaba algo de irritación.

—Pues que una sexta después aún no salía. Además, el escudero es joven y muy atractivo, pude verlo cuando estaba en la recámara del príncipe.

—¡Cuidado con lo que insinúas, Urdiel! Le debemos mucho a Su Alteza y no merece que lo difames con ese tipo de cosas.

—No he dicho más que lo evidente —se defendió el tal Urdiel—. El escudero es atractivo y se demoró en la alcoba de Su Alteza, de noche. Todo el mundo sabe que el príncipe no pasa las noches con lara Jonella, además, rechazó a Jora, ella misma puede atestiguarlo.

—¡No me metas en tus asuntos, Urdiel! —contestó una mujer con voz juvenil—. El príncipe siempre se ha comportado muy bien conmigo y agradezco que no tuviera las costumbres de nuestro antiguo amo.

—¡Haz el favor de callarte, Urdiel! No mereces ser la ayuda de cámara del príncipe. Tal vez él debería volver a esclavizarte y luego venderte a las canteras para que aprendas a ser agradecido.

—¡Qué mal carácter tienes, Idria! Solo hacía un comentario.

—Uno muy mal intencionado. Como me entere de que has estado repitiendo eso por los pasillos...

Lysandro empujó la puerta y entró. En ese instante los tres sirvientes que conversaban se sobresaltaron y giraron a mirarlo.

—¡Bendiciones para todos! —saludó el recién llegado. —Soy Lysandro Thorlak, el guardia personal de Su Alteza.

Los tres se miraron entre ellos antes de contestar.

—Bendiciones también para vos —dijo la mujer más adulta—. Soy Idria, la dama del castillo, ella es Jora y él es Urdiel.

El tal Urdiel era un muchacho alto, delgado, de piel tostada y cabello oscuro, había estado en la habitación de Karel la noche anterior. La mujer joven miraba a Lysandro con una sonrisa y ojos brillantes. Era bonita y le recordaba un poco a Gylltir por el cabello dorado oscuro. El recién llegado carraspeó antes de hablar.

—El príncipe y lara Jonella saldrán a las salinas, desean que les sean preparadas viandas para el viaje.

—¿Se ha despertado tan temprano Su Alteza? —Urdiel se levantó un poco azorado—. Iré a ayudarlo a vestirse.

El joven le dirigió una mirada rápida antes de salir de la cocina.

—¿Habéis desayunado? —le preguntó Idria.

—Todavía no, mi señora. —Lysandro se sentía desubicado, no conocía las costumbres del castillo y la conversación que había escuchado lo descolocó un poco.

—No tienes que decirme «mi señora». —La mujer rio en voz baja y continuó hablando mientras caminaba hacia los fogones—. Frey nos dijo que vivirás en el castillo y no en las barracas, así que comerás aquí, con el resto de los sirvientes de adentro.

La estancia era un enorme salón donde al final se encontraban los fogones, el horno y una gran mesa, que Lysandro supuso sería para la preparación de los alimentos. Pegados a la pared había estantes de madera llenos de utensilios de cocina; a un costado, una entrada a otro cuarto que seguro sería la despensa y por último el ambiente en donde él se encontraba parado: el comedor que contaba con tres mesas largas y muchas sillas.

Varias mujeres se afanaban en los fogones y picando verduras. El olor a comida revoloteaba despertándole el apetito.

—Creo que tendrás que esperar un poquito —le dijo Jora con familiaridad y una sonrisa coqueta—. La comida todavía no está lista. No es costumbre que los príncipes despierten tan temprano.

—Su Alteza desea salir lo antes posible —contestó Lysandro, inexpresivo.

—Tranquilo, ya van a estar listos los alimentos.

Idria dio indicaciones a las cocineras de que apuraran sus manos y en menos de una sexta la bandeja con la comida de los príncipes estaba preparada y en manos de Jora y otra de las doncellas.

Después de lo que tarda en consumirse una brizna de paja en el fuego, Idria le sirvió el desayuno: pan recién horneado, leche, huevos revueltos y mantequilla, acompañado de un jugo que Lysandro nunca antes había probado. La mujer se sentó frente a él mientras comía.

Al escudero lo cohibía la mirada de ella, tal vez debido a la conversación que había escuchado antes de entrar.

—Dicen que salvaste al príncipe. Si es así, te lo agradezco infinitamente. Su Alteza es un gran hombre.

—Cumplía mi deber, señora.

—Los dioses quieran y llegue el día en que puedas ver al príncipe como más que un deber. ¿Sabías que no hay esclavos en este castillo?

Lysandro asintió.

—Él y lara Jonella son bendiciones. Nuestro antiguo amo era muy déspota.

Lysandro tomó el vaso y lo llevó a la boca, la mujer fijó los ojos oscuros en la mano con la quemadura, de inmediato, ella se irguió en la silla.

—¿Sois esclavo, también? No sabía que un esclavo podía llegar a ser el escudero de un príncipe.

—No, no soy un esclavo, es la marca de un accidente.

La mujer sonrió con benevolencia y le palmeó la diestra que reposaba sobre la mesa.

—No te preocupes. Aquí todos fuimos esclavos antes. Jora, la chica que acaba de irse, fue vendida por sus propios padres cuando tenía seis años. Ellos tenían muchos hijos y no hallaban como mantenerlos, así que se deshicieron de las niñas. Urdiel era de Osgarg. Su familia murió en la guerra, también fue vendido cuando era niño. Algunos estuvieron en otros sitios antes de llegar a este castillo.

—¿Vos también erais esclava? —le preguntó Lysandro.

La mujer sonrió y bajó los ojos, luego negó.

—Fui la concubina del antiguo cónsul de Illgarorg, el amo anterior del castillo. Eso fue hace mucho. Cuando se cansó de mí pasé a ser parte de la servidumbre. Como soy la más antigua en este sitio, el príncipe Karel me nombró la dama de Laungerd, así que ahora me encargo de mantener en orden este lugar.

Lysandro parpadeó asimilando lo que le contaba. Cuando vivía en el Dragón de fuego no solía pensar en cómo sería la vida de otros esclavos, ni si sufrían lo mismo o menos que él, en realidad nunca le importó nada más allá de su hermana.

—La princesa Jonella también es muy amable. Será hermoso cuando los corredores se llenen de niños —continuó hablando la mujer.

Lysandro carraspeó, apuró el resto del jugo y se levantó.

—Debo marcharme, dama Idria. Muchas gracias por el desayuno.

Lysandro y otro soldado llamado Adrilio escoltaban el carruaje donde viajaban los príncipes. Las salinas no estaban lejos de Laungerd, así que el recorrido apenas llevó poco más de una sexta.

Karel y Jonella visitaron cada una de las instalaciones de las salinas, se entrevistaron con los trabajadores y por último ambos se encerraron con el administrador, quien pondría al corriente al príncipe de cómo marchaba el salobral.

Al caer la tarde, el grupo retornaba al castillo.

Durante toda la lunación que siguió a la llegada a Illgarorg, Lysandro, por orden del príncipe, estuvo continuamente a su lado. Tres mañanas a la semana iban a las salinas donde Karel permanecía hasta después del mediodía. Las mañanas restantes el príncipe las ocupaba en el castillo, recibiendo quejas, peticiones y sugerencias de sus súbditos en compañía de Frey y Hallvar, mientras Lysandro se quedaba cerca, observando en silencio y atento por si se presentaba alguna situación peligrosa para el príncipe.

Por las tardes y después del almuerzo entrenaban, la mayoría de las veces lo hacían con el resto de la guardia personal del príncipe. El capitán Aleksanteri Björn era muy hábil en la técnica de espada vergsveriana el Tek Braurg, así que Lysandro encontró con quién mejorar su desempeño.

El hombre era inflexible y sus lecciones extenuantes. Sin embargo, el escudero ya había experimentado tal agotamiento antes, cuando Ivar lo comandaba en el regimiento, pero ambos capitanes tenían formas muy diferentes de adiestrarlo. Mientras Ivar buscaba quebrarlo y atosigarlo, Björn lo entrenaba para ser más fuerte, rápido y hábil, por consiguiente, Lysandro se encontraba a gusto bajo su mando. Además de que el capitán de la guardia tenía un carácter afable.

También disfrutaba de ver a Karel enfrentar a Björn. Poseían técnicas diferentes, pero los dos eran tan diestros, que sus enfrentamientos se tornaban en contiendas emocionantes. El príncipe se valía solo de su habilidad como guerrero y evitaba usar magia; sin embargo, eso era más que suficiente.

Para Lysandro, la vida en el castillo estaba resultando mucho más tranquila y placentera de lo que jamás pensó. Los sirvientes, amables y diligentes, tenían en gran estima a los príncipes. Lara Jonella también era una buena mujer, jamás la había escuchado gritar o tratar con despotismo a ninguno de sus sirvientes. A veces ella también acudía junto con Karel a las salinas o lo acompañaba sí debía tomar decisiones difíciles con respecto a querellas entre los súbditos de Illgarorg. Incluso, una vez acudió al patio de armas con ropas de hombre, similar a la que los soldados empleaban para entrenar. Tomó una de las espadas de madera y sonriendo se paró frente a Karel. Ambos se enfrentaron. Ese momento permanecería para siempre en la memoria de Lysandro y seguramente en la de todos los soldados que los rodearon para verlos. La princesa brilló igual de hábil que el príncipe y parecía disfrutar tanto como él del arte de la espada.

Karel sonreía divertido, entrenando con alguien diestro en su misma técnica, que poseía magia y que se había formado junto a él en Augsvert. A Lysandro se le hizo evidente lo mucho que los dos tenían en común; no le pasaba desapercibido el hecho de que hacían una gran pareja y que si se diera la oportunidad serían buenos reyes.

Pero también se daba cuenta de la tristeza que ocultaban las sonrisas de la princesa. Lysandro dedujo que ella amaba a Karel y se sabía no correspondida. Él la reconocía inteligente, hermosa, hábil, y además, era sorcerina como Karel. Los celos y la culpa lo embargaban por igual. A menudo sentía que sobraba y se preguntaba ¿Cuál era su papel en ese castillo? Él no era nada, un simple esclavo fugitivo. ¿Cómo podría compararse con ella?

A pesar de que ya no dudaba del amor de Karel, existían cosas mucho más importantes y era consciente de que no estaba a la altura. El problema radicaba en que tampoco se sentía con las fuerzas para irse. Necesitaba al príncipe cerca, tanto como el príncipe lo necesitaba a él.

Karel lo requería en sus aposentos casi todas las noches y él aceptaba, guardándose las dudas y el remordimiento para entregarse a lo que sentía. Eran momentos contradictorios. Muy a menudo tenía la impresión de caminar a oscuras, sin saber a donde lo dirigían sus pasos o que le esperaba más adelante en el sendero.

Una noche, como casi todas las de la lunación que siguieron a su llegada a Laungerd, Lysandro se despidió de Karel y salió de los aposentos del príncipe como sumo cuidado, asegurándose antes de que no hubiese nadie en la galería.

Entró a su habitación con esa sensación de plenitud que seguía a los encuentros con el príncipe, percibiendo los labios y los dedos en cada segmento de su piel, con el corazón rebosante de felicidad. Después, inexorable, llegarían la culpa y la incertidumbre de sí lo que hacía era lo correcto.

Se tumbó en la cama boca arriba, rememorando cada beso y cada caricia, entregado a la pasión y la devoción que sentía por él. Un susurro de telas llamó su atención. Lysandro se incorporó de golpe, sentándose en la cama. En la tenue claridad que arrojaban los pocos candelabros encendidos, los sillones más alejados se encontraba casi a oscuras; aun así, el joven percibía que en uno de ellos había alguien.

La persona se levantó y al movimiento lo acompañó el crujir de las telas de un pesado vestido. Jonella salió a la luz.

El rostro de la princesa era severo al mirarle: los labios apretados en una línea, las ojeras que bordeaban sus ojos, el ceño fruncido.

—!Tú eres «Lisa»!

Lysandro parpadeó, nervioso, no sabía a qué se refería, pero tenía el presentimiento de que se avecinaba una tormenta. ¿Ella los había descubierto? Muy rápido, el soldado se inclinó ante ella y aguardó, escuchando el crujir de su vestido mientras se acercaba.

¿Estáis consciente de cuál es el castigo por infringir las leyes de los dioses? —La voz de Jonella era baja, pero cortaba como afilado acero—. Vos moriréis y Karel será exiliado.

Lysandro levantó el rostro y la contempló, horrorizado. ¿Ella sería capaz de exponerlos?

—Alteza. —El joven se arrodilló frente a ella, manteniendo la vista en el suelo y el corazón estrujado por la angustia—, todo es mi culpa. El príncipe... Yo, yo lo seduje

—¿Aceptáis, entonces, que son amantes?

La pregunta lo descolocó. Lysandro la miró rápidamente. Ella lo estaba probando y él, preso del remordimiento y el miedo, cayó en la trampa. Ya no podía hacer nada para enmendar su error.

—Es mi culpa, Alteza —dijo agachando de nuevo la cabeza.

—¡Así es, vuestra culpa! —reafirmó ella, enojada—. Y cuando llegue el momento deberéis estar dispuesto a aceptarla frente a los sacerdotes de Oria, aun a sabiendas de que vuestro castigo será la humillación y la muerte.

Lysandro conocía perfectamente lo que le esperaba y estaba dispuesto a aceptar su destino.

—Si el príncipe puede librarse de algún modo, yo lo haré —contestó sin titubear.

La princesa permaneció en silencio, Lysandro no se atrevía a mirarla otra vez.

—Cuando escuché vuestro nombre en Beremberg me negué a creer que fuera cierto. —La princesa levantó la voz—. ¡Que me rechazara por un hombre! ¡Es una afrenta a los dioses! ¡Marchaos de Illgarorg! ¡Iros lejos y ambos viviréis!

Los labios de Lysandro temblaron, por la mejilla se escurrió una lágrima. Tarde o temprano aquello iba a suceder, él siempre lo supo, llevaban tiempo jugando con fuego y la hora de afrontar las quemaduras los alcanzaba.

Recordó todas las veces en las que le advirtió a Karel del peligro y como el príncipe lo desdeñó, siempre anteponiendo sus sentimientos por él. Si tomaba el ofrecimiento de la princesa y se iba, podía imaginar al hechicero destrozado, pensando que lo había abandonado, qué tenía razón y no lo amaba. Ambos vivirían, pero ¿a qué costo? ¿Cuál era la elección correcta, vivir sin amor o morir por él?

—Si yo me voy, él sufrirá.

—Y si os quedáis, lo perderá todo y vos moriréis.

—Mi vida no me importa, Alteza, pero si yo lo abandono él morirá, por dentro lo hará.

—¿Tan seguro estáis de su amor? ¡Un amor maldito, impuro, profano! —Las lágrimas se deslizaban por las mejillas de Jonella. En sus ojos brillaba la rabia, pero también la tristeza—. ¡Os tiene que olvidar! ¡Yo llenaré ese vacío!

Lysandro evocó como los dos se complementaban, la forma en la que ella discutía de política con él, cuando lo ayudaba a tomar decisiones difíciles. Casi pudo imaginar de qué color tendrían los ojos sus hijos, lo hermoso qué serían. Eso, si Karel realmente llegara a amarla algún día.

—Puede que él termine olvidándome, Alteza, y ojalá así sea cuando yo muera, pero lo que vos deseáis jamás sucederá, vos nunca lo llenaréis. Nunca seréis lo que él busca.

En el silencio que siguió a sus palabras, Lysandro solo podía escuchar el retumbar de su corazón. La princesa apretó los dientes y el odio creció en sus ojos claros. El escudero se jugaba la vida, si ella quería podía acabar con los dos, pero él no abandonaría a Karel.

—¿Estáis dispuesto a quedaros a su lado y cuando llegue el momento a aceptar toda la culpa? ¿Realmente lo amáis?

—Sí. ¿Qué es mi vida comparada con la de él?

Más lágrimas furiosas cayeron por el bonito rostro de la princesa cuando ella dio una patada al suelo.

—Lo sedujisteis y lo llevaréis a la perdición. ¡¿Por qué?! ¡¿Por qué no os largáis de una vez, maldita sea?!

Si él pudiera lo haría. Quizás hubiera sido mejor haber muerto en el Dragón de fuego, pero ahora no había escapatoria.

—Por qué yo jamás le haré creer que lo abandoné, que no lo amó. Si debo causarle dolor será con mi muerte, no con mi desamor. Puedo morir por él, pero nunca lo abandonaré.

El crepitar de las escasas velas y el resoplar enojado de ella era lo único que se escuchaba, hasta que la princesa se sentó de bruces en la cama, llorando con las manos en su rostro. Lysandro permaneció arrodillado frente a ella con la cabeza gacha.

—¡Yo os detesto, Lysandro! ¡Os odio mucho! También lo odio a él, pero por encima de todo, me odio a mí misma. —La princesa rebuscó entre los pliegues de su falda un trozo de pergamino que le arrojó a la cara.

Lysandro tomó la pequeña nota, del tamaño de aquellas que servían para mensajes llevados por Haukr y la leyó. Se le secó la boca al ver que estaba dirigida a los sacerdotes de Oria, era una denuncia firmada por ella.

—A pesar de todo el dolor que ambos me habéis causado y de esta gran humillación, yo no pude hacerlo.

Finalmente, Lysandro se levantó.

—Alteza, él os ama... de una manera distinta. Si estuviera en su naturaleza, estoy seguro de que él os preferiría antes que a mí. Sois una mujer muy especial.

—Soy una mujer que no puede ganarse el amor de su marido, el cual prefiere a un vulgar soldado.

Lysandro agachó la cabeza. Era cierto, él no era digno y, sin embargo, había sido bendecido con el favor del príncipe. Existía una gran injusticia en ello.

—En el fondo siempre he sabido que él es diferente, pero creí que podía cambiarlo. Yo también lo amo, pero contrario a vos estuve a punto de hacerle daño.

Jonella volvió a llorar, el odio que antes exhibía su rostro se había convertido en desesperación.

—No dañamos a quien queremos, Alteza.

Ella lo miró y un dejo de burla apareció en su cara.

—¿Os atrevéis a ser sabio?

Lysandro de nuevo bajó el rostro, avergonzado.

—Quisiera marcharme y olvidarme de todo el dolor que me habéis ocasionado. —La voz de ella se quebró a causa del llanto contenido—, pero lo quiero y sé que si me voy los rumores correrán y será su fin. Él debe tener una esposa a su lado y debe engendrar herederos, solamente así lo aceptarán. Parece que ninguno de los dos entendéis eso.

Él lo sabía, pero así como no podía abandonarlo, tampoco podía obligar a Karel.

La princesa se secó el rostro y se levantó dispuesta a marcharse, pero antes de irse lo miró por encima del hombro.

—Me pregunto, ¿de qué le sirve vuestro amor?



***Hola, quiero dar la bienvenida a todas las personas que se han sumado en este viaje, muchas gracias a todos los que siguen aquí, ustedes son mi motor y lo digo en serio. Ya estamos llegando a la recta final.

No sé si todos saben, pero tenemos grupo de Fb, pueden unirse si gustan.  Capitulo dedicado a HeyGio9 que llegó primeritx a leer en uno de los últimos capitulos que subí.

PD: Creo que la de la cabecera debe ser la canción mas tóxica del mundo jajaja.

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