XVII: Amenaza.
Cuando algo sucede en un pueblo pequeño todo el mundo suele saberlo; excepto cuando se trata de aquellos importantes a los ojos de la sociedad. Todos sabían que involucrarse en problemáticas con la alta sociedad no acarrearía nada bueno si no se pertenece a la misma ralea.
Solo una mujer mayor que se dedicaba a la panadería osó envolverse en ello, una tarde al tomar un atajo por medio del bosque vio a un par de chicos demasiado juntos para su gusto, caminó más rápido negando con la cabeza diciéndose que sería una jugarreta de jóvenes o un par de hermanos. Su teoría se desmoronó cuando los labios de aquellos chicos se unieron, creían que nadie los observaba.
La mujer palideció llevándose la mano a la boca y deteniéndose, el asombro se incrementó cuando reconoció a Min YoonGi, el heredero de la familia más rica de la comarca.
Jamás habría pensado que un chico de su clase y crianza se viese sumido en esa clase de conducta, ubicó al segundo; Park JiMin, los rumores sobre él los sabía cada persona en el pueblo pero nadie le acusó con formalismo.
Retomó su camino cargando con estupefacción, al verla en tal estado le cuestionaron que sucedió y si bandidos la atacaron en la espesura del bosque pero ella no dijo palabra a nadie hasta llegar al confesionario donde relató lo sucedido al clérigo.
La ignorancia e inhibiciones despertaron el flujo de terribles acontecimientos que terminarían en tragedia.
Al inicio ella se mostró reacia a nombrar a quiénes vio, no quería problemas de ningún tipo. Solo deseaba mantener su mente en paz. Él la presionó al llamarla una cómplice de la perversión, que obtendría el fuego del infierno por refugiar a los pecadores; ella cedió asustada por el sermón, revelando los nombres de los amantes en el bosque.
Un par de días después, Min Yura tomaba en el té en tazas de porcelana fina, en la comodidad de su casa contando con un par de damas como íntima compañía hasta que una criada interrumpió, alegando que tenía una visita muy importante que requería de su presencia inmediata.
La mujer agradeció y se excusó con toda la elegancia que una fémina de alta alcurnia poseía. Se sorprendió cuando vio al clérigo en su casa, más por su expresión sombría. Supo que no se trataba de una visita de las deseables.
Lo invitó a sentarse, a ponerse cómodo y le ofreció de su despensa pero él rechazó el ofrecimiento. Él miró de lado a lado, en busca de algo que no halló y prestó su atención a ella una vez más.
—¿Dónde se encuentra su marido? —preguntó.
—Muy ocupado en su estudio por el momento y no le gusta que se le interrumpa, cualquier aspecto que desee tratar tendrá que ser conmigo —respondió ella, teniendo que dar lo mejor de sí para guardar la compostura—. Le aseguro que no le molestará.
El visitante la miró con desdén y suspiró reasignado.
—¿Podría decirme que es lo que requiere de ésta casa? —insistió.
—Un asunto que involucra a su hijo YoonGi —reveló, falto de cortesía.
Yura desechó la expresión amable que sus modales le dictaban, podía ser la mujer más cortés del mundo siempre que no se intentara nada contra su hijo.
— ¿Qué es lo que quiere de él? —corrigió, con la mirada felina y escrutadora.
Él relató lo sucedido, cada uno de los motivos por los que YoonGi estaba incumpliendo la ley de Dios, teniendo que pagar por ello. Él esperaba que en algún momento la mujer le diese la razón como hicieron muchas cuando les daba el mismo discurso, incluso la madre de aquél chico que hacia un par de semanas asesinaron como consecuencia a su pecado.
No sucedió, Yura se mostró inflexible.
—Es su deber como sierva de nuestro Señor, entregar a su hijo marcado por su transgresión.
Ella sonrió, carente de humor. Le dio a entender ése individuo que la respuesta sería desfavorable.
—¿Realmente cree que soy lo suficientemente estúpida para creer que Dios sería capaz de pedirle a una madre que entregue la vida de su primogénito para una agónica muerte? Y si Dios así lo quisiera, me quemaría en el mismísimo infierno antes de entregarle a mi hijo —habló con desprecio.
—Tenga mucho cuidado con lo que dice, Min Yura —advirtió con la mandíbula apretada.
—No, usted tenga mucho cuidado —contrarrestó, ladeando un poco la cabeza—. Si se atreve a poner una mano en mi hijo, lo lamentará. No me interesa lo que dice que hizo, él no le hizo daño a nadie, resaltando que me parece en extremo desapropiado que quién lo acusa de sodomía y lujuria sea el mismo pederasta, sádico enfermo que llegó al pueblo jactándose de ser un clérigo.
—¡Tenga mucho cuidado con lo que dice! —vociferó viendo con enojo a la mujer frente a él—. Tenga mucho cuidado con lo que sale de esa boca ponzoñosa. Escúcheme bien, tiene dos días para llevarlo a las puertas del templo.
La mujer palmeó y dos guardias en armadura aparecieron desde el pasillo.
—Le pido que abandone mi casa y no vuelva, también guárdese sus bendiciones para usted.
Él no respondió, abandonó en silencio la mansión.
—Quiero que doblen la seguridad en la casa, que nadie salga o entre sin que yo lo sepa. Sobretodo YoonGi. Llamen a Megumi, necesito hablar con ella, también a Rita.
Muchas cosas pasaban por la cabeza de Yura e incluso los ojos se llenaron de lágrimas a causa de lo que estaba por venir, donde no habían más opciones. Era ese momento de tomar una decisión donde ambas dolerán, tendría que decidir si uno o todos.
La cara hipócrita de la justicia diferenciaba entre nobles y plebeyos, una conveniencia ardua de erradicar.
Muy erróneo sería pensar que en el caso de JiMin la autoridad de la iglesia le trataría de la misma manera que a YoonGi. No se tomarían el tiempo de dialogar, de expresar las razones y escuchar lo que sus padres tenían que decir. No hacía falta porque a diferencia de YoonGi, ellos no eran una familia influyente que debían de mantener de su parte.
JiMin estaba en el maizal recolectando, cuando todo comenzó. En lo que trabajaba, cantaba una canción hasta que gritos le interrumpieron. Lo que tenía en las manos cayó al suelo, su corazón pareció paralizarse por un segundo en el que le faltó el aire y corrió lo más rápido que sus piernas soportaron.
La madre de JiMin estaba en la cocina cortando las verduras para la cena de aquél fatídico día. Varios hombres vestidos con túnicas de lana basta entraron tirando la puerta principal de la cabaña. Ella se sobresaltó e intento correr pero un golpe en la espalda la detuvo, haciéndola caer al suelo. La inmovilizaron, preguntaron una y otra vez el paradero de su hijo e incluso golpeándola por no saber la respuesta. Alegó desconocer donde se hallaba diciendo que era un chico muy andariego, podía estar en cualquier lugar de la propiedad, incluso fuera.
La dejaron tirada en el suelo de la cocina con una nariz sangrante, estupefacta por el miedo. Los observó revisar el patio, tirando objetos y rompiendo otros. Esperó a que tomaran direcciones adversas para escabullirse entre los arbustos a gatas hasta llegar cerca del maizal, se levantó y supo que lo próximo que haría le costaría la vida pero no le importó con tal de ayudar a su hijo.
«¡Corre, JiMin. Huye, por lo que más quieras! ¡No dejes que te atrapen!» Gritó con tanta fuerza que la garganta le ardió
Uno de los hombres la tomó del cuello, golpeándole la cabeza una y otra vez contra un árbol hasta al romperle el cráneo. El cuerpo cayó al suelo, a un charco de su propia sangre.
El padre de JiMin estaba en el techo del granero, haciendo las reparaciones necesarias para las próximas lluvias, pero ésta vez nadie jugaría bajo el cielo goteante.
Supo que no serviría de nada bajar y tratar de ser el héroe, debía ser más inteligente. Esperó que se movieran lo suficiente para dejar libre la entrada al bosque. Al momento indicado, bajó con lentitud, una vez con los pies sobre la tierra corrió lo más rápido que pudo, como nunca antes en su vida.
Estaba tan conmocionado que no sentía las lágrimas que derramaba ni tampoco se daba cuenta que el camino que seguía lo recorrió años atrás en incontable ocasiones. El mismo sendero que le costaría la vida a JiMin.
En su mente pudo recordar cómo era, cómo se sentía cada vez que se escabullía para encontrarse con quien nombró como el amor de su vida, a quién jamás olvidaría y le seguiría doliendo la separación como el primer día. Se vio a sí mismo con quince años, caminando por allí con una sonrisa llena de felicidad.
Cuándo reparó dónde estaba ya era demasiado tarde para arrepentirse, pero... ¿realmente se arrepentía de hallarse en la residencia de los Min después de diecisiete años de ausencia?
Recordó lleno de nostalgia todo lo que bloqueó en su memoria por años, su más preciado y mejor guardado secreto salía a la luz, para llenarlo de melancolía. Rememoró momentos que alguna vez fueron felices, ahora los veía con tristeza y añoranza.
Llegó hasta el lateral de la casa dónde árboles mullidos ocultaban una enredadera que cubría la pared. Trepó por ella hasta a una ventana mal cuidada, la enredadera ya cubría parte de ella, arrancó la planta lastimándose los dedos y forzó la ventana oxidada. Al entrar vio que nada en esa habitación cambió, parecía congelada en el tiempo. Solitaria, amueblada pero polvorienta, evocando aún más recuerdos.
Recordó risas, besos, juegos y caricias.
Caminó hasta la puerta, la abrió lo suficiente para ver al pasillo, esperó por varios minutos pero nadie cruzó, entonces decidió seguir adelante sintiéndose un lunático de primera.
Dio pasos en silencio con la cabeza baja. Creyó que no recordaría el camino pero sí que lo hacía, sus pies lo guiaban hasta el lugar que añoró por más de una década. Al estar frente a la puerta caoba con la perilla de plata se preguntó si realmente podía hacerlo, concluyó que no existía otra opción.
Entró con el corazón en la mano, enfrentándose a todo lo que evitó por años; Min YongBin.
YongBin estaba sentado detrás de un escritorio, escribía en un pedazo de pergamino sin reparar la irrupción en la habitación. El campesino pensó que no cambió casi nada a pesar de los años transcurridos; sus hombros lucían más anchos, su rostro más severo que en su adolescencia y primeros años de adultez, fuera de eso no había mucha diferencia, incluso se parecía un tanto a su hijo mayor.
Todo era tan irónico.
No fue hasta un par de minutos después que lo notó, viéndolo con una expresión de genuina sorpresa. Quedándose mudo, preguntándose si lo que veía era real.
—JiHun... —pronunció YongBin, con la pluma resbalándose de sus dedos.
YongBin esperó por años que JiHun volviera, esperanza que se mantuvo intacta por mucho tiempo. Ahora que lo veía frente a él después de tanto, se preguntaba si no era solo una invención de su mente cansada luego de poco dormir, tanto leer y redactar cartas.
—Necesito que me ayudes, es sobre JiMin y YoonGi —Tuvo que luchar para no tartamudear como efecto de los nervios de lo sucedido como por estar de nuevo frente a él—. Te juro que no tenía idea-...
—Esto no puede estar pasando —murmuró YongBin, pasándose la diestra por el rostro.
N/A: Pequeño espacio publicitario para invitarles a leer mi historia VKook llamada «MARE MAGNUM». Se los agradecería un montón. Love you all, ♥.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top