⚘ 12: El comienzo.

«Él te quiere a ti».

Esas fueron las palabras estancadas en la mente de Chan desde que fueron pronunciadas por el médico que llevaría a cabo la sesión. Él se sentía en el limbo, sumergido y a la vez sostenido entre la bruma. Observó a su hermano mayor quién hablaba con el médico acerca de los riesgos y cómo se llevaría a cabo el procedimiento.

Sería sumido en un trance que le permitiría recuperar fragmentos de las memorias almacenadas en su alma, aquellas que estaban allí mucho antes de su nacimiento. Debido a que el lugar era en efecto un consultorio clínico, no debían preocuparse con respecto a la salud corporal de Chan ya que contaban con profesionales en el área que intercederían en caso de emergencia.

Para comenzar, Chan cerró sus ojos y abandonó el cuerpo a la serenidad absoluta. Al principio fue difícil el imaginar sólo estática en su mente, al igual que la interferencia en una televisión. Seguía los pasos que le indicaba aquel hombre, cada uno de ellos pensado para dejar a Chan a solas consigo mismo, para que él mismo se diera la oportunidad de ver aquello tan oculto, pero a la misma vez tan suyo.

Un ascensor subiendo de piso en piso, pero sin detenerse en ninguno.

Con cada minuto que pasaba el semblante de Chan se relajaba, como en un tranquilo y profundo sueño. Respiró hondo cuándo su cuerpo cosquilleó y dejó de responderle; no le dio pánico, no se asustó, sólo sintió tranquilo, en paz, como hace meses no sucedía incluso antes de la llegada de Jeongin.

Quería quedarse así un poco más.

Solo un poco más...

No esperó sentir un golpe en la cabeza, justo como cuándo uno cae por accidente y se golpea el costado con el suave césped del jardín en una tarde de verano.

Pero Chan no se movió de la camilla.

Él no estaba en ningún jardín.

¿O sí?

Poco a poco, la oscuridad en la que estaba sumido se vio interrumpida por un foco de luz potente justo frente a su rostro, como si una bombilla hubiese sido encendida de repente. Debido a la molestia ocasionada, Chan movió los brazos para llevar las manos hacia su rostro y tapar sus ojos, no esperó que su movilidad estuviera intacta, pero sucedió.

Al notar que recuperó el control de su cuerpo, se sentó en lo que creyó era la camilla del consultorio, pero lo que percibió fue una leve picazón en sus muslos; no estaba en la camilla.

Abrió los ojos con un poco de molestia, ni de chiste se hallaba en aquella habitación blanca y celeste, solo con un médico excéntrico y su hermano preocupado.

Estaba en el bosque.

El más hermoso bosque que vio en toda su vida. Se hallaba en lugar bonito justo en el centro de un claro que resaltaba la belleza de las flores silvestres y los tenues rayos de sol. Se puso de pie con las piernas temblorosas, estaba asustado, pero también curioso. Aquel sentimiento en su pecho podría asimilarse al mismo que siente un niño entusiasta al subir a la atracción más extrema en el parque de diversiones.

—¿Changbin? —llamó en voz baja, justo como lo haría si su hermano estuviese a su lado; pero allí estaba solo.

Chan quiso llamar una vez más, pero al separar los labios para articular la palabra, reparó que no conocía a nadie con ese nombre. Tenía la sensación de estar allí por una razón en específico, pero no podía rememorar con exactitud.

Se puso de pie y se sacudió los pantalones con ambas manos percatándose de lo que traía puesto; pantalones café holgados, una camisa blanca algo sucia que le quedaba un tanto grande y zapatos desgastados. ¿Por qué vestía así? Trató de hallar la respuesta, pero pronto olvidó que se hizo esa pregunta.

Miró a los lados, buscando a alguien, pero realmente no sabía a quién. Sin más, comenzó a caminar con ambas manos en los bolsillos, sin dejar de ver a los lados cada tanto y solo dejándose llevar.

Escuchó el sonido del agua fluir, eso le hizo pensar que se estaba cerca de su destino, pero ¿cerca de dónde?

Siguió caminando, no supo cuánto, hasta que se detuvo frente al árbol más grande que había visto. Una vez más quiso recordar, pero el pensamiento se desvaneció.

Vigiló a su al rededor, esperó un poco y al no ver a nadie cerca, se arrodilló en el suelo justo frente a la corteza del árbol cubierto de moho y plantas. Justo allí donde la espesura era mayor, introdujo la mano para encontrar que el tronco estaba hueco.

De pensar como el Bang Chan que vivía en una época y entorno por completo diferente; no acataría lo que su mente le decía que hiciera, pero ya no era ese Chan; era ese otro que existió y falleció muchos años atrás.

Avanzó apoyándose en sus manos y rodillas entre las plantas y el musgo hasta hallarse en el corazón del árbol. En sus ojos brilló un atisbo de asombro que provenía del Chan dormido en una blanca habitación, pero para el otro no existía razón para sorprenderse.

No había cientos de insectos como cualquiera pensaría; en lugar de eso, algunas velas alumbraban el lugar, en el suelo había una alfombra vieja que los separaban de la tierra y sobre ella almohadones junto a mantas gruesas. Si bien olía a tierra húmeda allí dentro, parecía habituado.

—Tardaste mucho, ¿te pasó algo en el camino? —la voz le hizo sobresaltar.

Al mirar el lugar de origen, se vio cara a cara con aquel que lo arrastró hasta ese consultorio.

Jeongin.

Su piel era blanca pero un tanto oscurecida por el sol, aun así, estaba llena de vitalidad. Las mejillas que antes vio amoratadas con rastro de lágrimas ahora eran sonrosadas. Los labios antiguamente blanquecinos y rotos también eran rosados, brillantes y apetecibles. Las marcas de estrangulamiento desaparecieron.

Lo más impactante fueron sus ojos, en todo el tiempo que los vio siempre mostraron tristeza, rabia y desasosiego, pero ahora solo mostraban alegría, pureza y... Amor.

Nadie le había lastimado... aún.

—No, Jeonginnie. Es solo que me retrasé con los deberes, y me vi en la necesidad de robar esta ropa de la lavandería de los criados para no llamar la atención al venir.

Para ese punto, el Chan en la sala de consultas se apaciguaba cada vez más, cediendo el control a la antigua versión de sí mismo, permaneciendo como espectador.

—¿Terminaste todo? Eso quiere decir que estaremos más tiempo juntos —se percibió la alegría en su voz.

Jeongin se aproximó a gatas debido a que el reducido espacio lo exigía.

—Así es.

Pronto, Jeongin estuvo sentado a horcajadas sobre las piernas de Chan quién con rapidez colocó ambas manos en la cintura del menor.

—Te extrañé —pronunció en un suspiró, pasando el brazo por los hombros de Chan atrayéndolo más a su cuerpo.

Sus bocas colisionaron en un ósculo apasionado, cargado de sentimiento y deseo. Chan le succionó, mordió y tiró de su labio inferior provocando que Jeongin jadeara ante la secuencia, posando la mano restante en el pecho de Chan, acariciándole, luego abrió la camisa botón por botón.

—Pensé que solo íbamos a besarnos un rato —murmuró Chan, riéndose en bajo tono en medio del beso.

Jeongin le mordió en respuesta, mientras le acariciaba el abdomen, disfrutaba al tocar la piel de Chan por lo pálida y suave que era bajo su tacto.

El mayor bajó las manos desde la cintura hacia los glúteos de Jeongin, apretándolo con fuerza hasta conseguir jadeos que el menor no era capaz de reprimir. Deslizó las manos dentro de la camisa del otro, acariciándole la espalda. Deseó sujetarla y romperla, rasgarla con sus propias manos, pero recordó que no podía ya que Jeongin poseía pocas prendas de vestir. Resignado, se la quitó con lentitud cuidando no despegar ningún botón.

Cuando el torso del chico estuvo expuesto vio algo que jamás imaginó; el collar rojo que compró en aquella tienda colgaba de su cuello, ¿por qué lo tenía? ¿Cómo es que llegó a sus manos?

Pero el hallazgo solo fue importante para el Chan en la habitación blanca, más era habitual para el que estaba con Jeongin en el interior de un árbol hueco.

Cubrió la piel de Jeongin con húmedos besos desde la mandíbula hasta el pecho, metiéndose a la boca uno de los rosáceos pezones. Presionó la lengua contra él, lo mordió y tiró, escuchando el gemido ahogado que emitió el de los labios gruesos.

Levantó la mirada para descubrir el rostro de Jeongin más rosado por el calor que lo embargaba, sus labios brillantes por la saliva e hinchados sutilmente. Repitió el mismo proceso con el otro, y sintió la necesidad de marcarle la piel empleando succiones y mordidas, pero una alarma repicó en su cabeza.

No podía. No debía, por más que ambos quisieran.

Cambió de posición, dejando a Jeongin recostado entre las mantas dedicándose a besarle el cuello en lo que sus manos viajaban hacia el pantalón del menor, desatando el nudo que los ceñía a la cadera y tirando de estos hacia abajo junto con los pantaloncillos.

Pero se detuvo.

Se miraron a los ojos con temor al escuchar pisadas cerca de allí, algunas risas por igual. Habían colocado cientos de ramas quebradizas y hojas secas por unos cuantos metros en torno al árbol con el objetivo de escuchar si alguien se acercaba más de lo prudente a su escondite.

Pronto los pasos se alejaron y las risas cesaron, solo se trató de un par de chicas pasando por allí casualmente.

—Odio tener que escondernos —murmuró Jeongin pasándose las manos por el rostro, le temblaban como consecuencia del susto.

—Yo también, pero así es el mundo. Esto es lo mejor que tenemos por ahora —murmuró Chan, sentándose sobre sus pantorrillas.

El más pálido suspiró, tomando las manos de Jeongin y moviéndolas para poner verle al rostro. Le dolió ver sus pequeños ojos llenos de lágrimas sin derramar.

—Algún día nos iremos de aquí, muy lejos en las montañas donde solo seremos tú y yo, sin tener que ocultarnos de nadie. Construiremos una cabaña, tendremos un huerto, ganado y solo bajaremos al pueblo una vez cada tanto para comprar arroz —empezó a decir, inclinándose hacia el rostro de Jeongin y dándole pequeños besos—. ¿Verdad que es un buen plan?

—No seas ridículo —replicó Jeongin, mirando hacia otro lado—. Tú tienes muchas responsabilidades que cumplir. Además, ¿tú? ¿Viviendo como una persona común? ¡A ti hasta te ponen los calcetines! No aguantarías una semana con todo el trabajo.

Jeongin se frotó la lengua contra el interior de la mejilla en un intento por no reírse al imaginar a Chan en cualquier tipo de trabajo de campo.

—Nunca dije que sería fácil, pero lo haría por ti —le dijo casi riendo, sujetándole la barbilla y haciendo que lo viera a los ojos—. Quiero estar contigo, sin importar qué. No me importa dejar atrás todo lo demás.

—Eso es lo que dices ahora, pero... ¿Qué pasará cuando te aburras de mí? ¿O cuando tengas una prometida con la cual casarte? —la voz de Jeongin se quebró, los labios le temblaron y se ocultó el rostro tras las manos por segunda vez, pequeñas lágrimas desbordaban de sus ojos.

Chan lo miró atónito, pero con el corazón doliendo.

Con lentitud le apartó las manos una vez más, anclando las pupilas en los rojizos ojos de Jeongin.

—Por eso quiero que escapemos, porque es contigo con quien deseo compartir mi vida —declaró—. No me aburriría de ti, no seas ridículo, ¿me crees tan estúpido e intrépido como para soportar todo esto por un mero capricho? Significas para mí mucho más de lo que crees.

Jeongin guardó silencio con su corazón calmándose, los nervios se apaciguaban y una agradable calidez se esparcía por su cuerpo. Se mantuvieron en silencio por varios minutos hasta que Jeongin habló.

—¿Me prometes algo?

—¿Qué cosa? —indagó Chan.

—Que jamás me abandonarás, sin importar qué.

Chan esbozó una sonrisa ladeada, aproximando el rostro al ajeno.

—Lo prometo —pactó, y sellaron el acuerdo con un beso.

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