Un Paso al Destino

—¡Atrapen a la escoria! —Gritó uno de los primero soldados.

—¡No puede volverse a escapar! —Gruñó otro.

Lance, quién corría a través del tejado de las casas al centro del reino Amatista, miró por encima de su hombro a sus perseguidores. Cinco corrían por las calles a su derecha y otros seis por su izquierda. Sin embargo, el algarabío de la gente y del suceso que estaba ocurriendo era tal, que no pasó demasiado tiempo para que las calles se llenaran, a simple vista para él, de un ejército. En ese momento ya divisaba algunos soldados que habían llegado a los tejados.

Desde una perspectiva panorámica, el reino amatista tenía una forma hexagonal, que se clasificaban las zonas según el estrato social de las personas. La plebe, conformado en su mayoría por siervos, eran aquellos que estaban más cerca del exterior y no tenían muro, sino que un bosque denso y frondoso los arropaba por completo; lo que le daba oportunidad a las criaturas salvajes arremeter contra estos, sin embargo, los mismos pueblerinos del lugar habían ideado trampas y formas para defenderse de cualquier animal al acecho. Incluso, en el centro tenían una enorme campana que resonaba específicamente cuando había peligro.

Seguido de ello, estaba el pueblo en sí, eran ciudadanos libres. Estos eran la mano de obra de los estratos más altos, y, según fuera el caso, algunos tenían comercios, posadas, rentaban caballos, y se daban el lujo de poseer al menos un esclavo. Le seguían los burgueses y el ejército del reino en sí, aquí era donde más se movían el sistema social y económico del reino. Vivían personas con dinero o cargos que le permitieran algún que otro lujo, y solo por un pelo, eran considerados mejor que el pueblo libre, y modestamente pasable para el estrato bajo noble. El bajo Noble y el bajo clero de la iglesia, eran los siguientes. Estos, según el apellido y la familia en la que estaban, podían recibir o no invitaciones reales del mismo castillo. Eran las personas subyugadas por el Alto Clero y la Alta Nobleza, de modo que eran los principales despotricadores de cualquier escándalo en la sociedad. Debido a la envida de no tener una posición más alta, eran los principales en buscar desprestigiar a las familias más prestigiosas y, al mismo tiempo, marginaban a los burgueses y al ejército.

El Alto Clero y la Alta Nobleza, eran la cúspide del reino después del Rey. Estos, eran personas influyentes que tenían trato directo con el rey. Su orgullo era tal, que se negaban por completo en caer a las mismas "mañas" del bajo Clero y la baja Nobleza. De modo que se mantenían alejados de ellos y el cotilleo no era usual para ellos. Era considerado, incluso, de mal gusto. Por su prestigio, no trataban mal a nadie que consideraran inferior a ellos, pero no significaba que aceptaban del todo a los de su clase, solo mantenían compostura y el decoro. Y por último, estaba el Rey y la familia real. Con ellos, no importaba el apellido, las costumbres, el decoro o la compostura, básicamente le era permitido todo mientras sus actos o acciones no fueran en contra de lo que se estipulaba para la familia real, como la persona con quienes iban a casarse y los eventos a asistir.

Para Lance saber aquello fue parte de entender su propia condición como esclavo y el real valor que tenía sobre aquel mundo. Quería mandar a todos al muladar, ¿pero qué beneficio encontraba de ello? Se preguntó muchas veces. Sin embargo, ahora sabía la respuesta: El beneficio era hacérselos saber.

—¡Lo tenemos! —dijo uno de los hombres del tejado, que apuntaba con un arco y una flecha.

—¡No vas a escapar!

Era seguro que el muchacho estaba en gran aprieto. De hecho, en ese momento sintió mucho pánico. Pero, al mismo tiempo, se cuestionaba porqué era tan importante el objeto que había robado.

La primera lluvia de flechas apareció —suficiente para que Lance hiciera una mueca en el rostro—, y fue allí, cuando divisó un pequeño tejado de choza que sería su escapatoria. No se puso a preguntarse qué hacía aquella choza allí en aquel sitio. ¿Y quién lo haría cuando su vida dependía de ese techo de paja?

—Bendita gente pobre -murmuró, lanzándose hacia el tejado que, evidentemente no aguantó el peso y la fuerza de la caída del muchacho.

Cayó sobre su trasero. El dolor que sintió en su espina dorsal fue lo suficientemente fuerte, como para amortiguar los gritos de la familia que estaban justamente cenando en ese momento. Una mujer, con dos niños agarrados, exasperada y asustada, estaba en un pequeño rincón del comedor. En la otra parte, un hombre tomaba un cuchillo de la cocina.

—Vas a pagar por ese tejado, malnacido.

Lance se dio cuenta que esa familia eran esclavos, y seguramente sus señores les habían hecho aquella choza para que no se alejaran del hogar.

El primer impulso del hombre para buscar apuñalarle, fue el motivo necesario para rodar a un lado y saltar, en un solo impulso, a través de la ventana.

—¡Lo siento! —gritó apenado.

Él más que nadie sabía lo difícil de aquel mundo cuando no se tenía recursos suficientes.

Se tocó uno de los bolsillos de su pantalón. El collar seguía allí. Se relajó por ese hecho, y así, comenzó su nueva carrera a través de los callejones de mala muerte de la ciudad. Al llegar al final de aquel sitio, se dio cuenta que había llegado a un pequeño establo de una posada hedionda a orina, alcohol y lo que parecían ser rastros de sexo, con el hermoso sonido de hombres brindados en el fondo, risas de algunas mujeres, y otro sonido que, estaba seguro que no era lo mejor para escuchar si se tenía una mente inocente. Él no la tenía, pero prefería pensar que sí.

Se sentó detrás del montón de heno. Era seguro que no debería aparecer nadie en ese momento, pues la cantidad de heno que había allí mostraba que hace poco habían venido para darles comida a los caballos y a los potrillos. Suspiró y se atrevió a apoyar su espalda para descansar. Allí se dio cuenta que estaba sudando demasiado y que tenía el corazón acelerado.

—¿Qué tienes de especial? —se preguntó, mientras sacaba el collar que había robado—. Eres de plata, demasiado rústico para ser de la realeza o de una dama noble, pero no tan simple como para ser de un plebeyo —siguió hablando, mientras examinaba el objeto.

El colgante en el collar tenía la forma de un capullo de mariposa. Al acercárselo al rostro, se dio cuenta que tenía una y delineada línea que, definitivamente, comprobaba que podía abrirse. Aunque no mostraba ningún tipo de broche. Curioso, decidió meterle la uña a la línea, y simplemente se abrió.

—¡Piquete! —celebró.

Sin embargo, aquel colgante no se abrió como usualmente lo haría uno, se desenrolló con un sonido metálico de tuercas, hasta dejar una forma delgada y rectangular. Frunció el ceño por aquello, pues nunca había visto algo igual, y cuando pasó su mano sobre esta, aquello hizo una especie de "click" y reveló una gema purpurina brillante. Ahí, Lance, se dio cuenta del error que había cometido:

—Mierda... ¿qué hice?

—¿Lo hallaron? —Una voz gruesa habló, pero tan suave y con aquel siseo característico, que todos los presenten abrieron los ojos asustados.

—No, Majestad —se atrevió a decir un valiente o un idiota en la multitud.

El imponente Rey de Amatista, Lucius Parthidato, miró a aquel sujeto y apretó al puño.

—¿Y por qué decían que no habían dado con el chico? -preguntó, mirando el grupo de soldado ineptos, para él, enfrente suyo.

—Porque el chico es escurridizo, Majestad -respondió otro.

—Se mueve como un gato callejero -añadió otro.

—Escurridizo, Gato callejero ¿dicen?

El Rey se levantó del trono y bajó un par de escalones.

—¿Me estás diciendo que un esclavo que se le escapó a su dueño, robándole comida, y que fue capaz de robar el collar amatista porque el grupo que lo transportaba decidió darse a los vinos, orgullosos de la victoria contra el ejército del reino Esmeralda, es más diestro que el ejército de este reino y que de ser así, es más importante tenerlo que a todos ustedes? ¿Es eso lo que quieren decirme?

Hubo un silencio.

El Rey Lucius comenzó a reír, como siempre cuando estaba a punto de enloquecer, de una risa simple y forzada a un sonido repetitivo y estruendoso que erizaba la piel de cualquiera que fuera racional.

—Mi Señor -una voz resonó a un costado. Los ojos de todos, incluyendo la del Rey se posaron en este-. Si lo desea y me lo permite, puedo ir en búsqueda del chico. Sabe muy bien que puedo encontrarlo y si me deja serle útil.

—¡¿Dices que necesito usar a mi mejor soldado capaz de conquistar un reino por sí mismo, solo porque estos ineptos no pueden?¡ -Rugió el rey.

—No pretendo cuestionar su voluntad, Señor, solo quiero recordar que estoy a su servicio. Y si la gema amatista es tan importante, entonces no veo el problema en que pueda ayudarle con este asunto y mostrar mi lealtad a usted Majestad, mi rey -se llevó una mano al pecho, con una leve inclinación de respeto.

El rey suspiró. Se giró para sentarse nuevamente sobre su trono, y con su mentón apoyado en uno de sus manos, ahora adoptando una postura que para otros no hubiera sido el mismo ser que hace poco había perdido los estribos, sino que más bien parecía aburrido.

—Bien, quiero que lo atrapes, tomes el collar y lo asesines, Lord Tsukine Yoshiko. Demuestra tu lealtad a mí, tu rey.

Aquel espadachín de cabello oscuro y alborotado, sonrió al rey, mostrándole la llama ambiciosa en sus ojos marrones. Se acarició la barba recortada sobre su rostro, y colocando una de sus manos sobre su espada oscura, salió del castillo.

Estaba destinado a cumplir la voluntad del rey, debido a que este se había encargado de darle una oportunidad de servicio cuando lo halló muerto de hambre en uno de los callejones del reino: Lucius cabalgaba sobre uno de sus caballos con su tropa. Llegaban de una guerra que habían perdido, y en medio de su tristeza, vio a Tsukine rebuscando entre la basura. Ordenó a uno de sus soldados llevarlo, y a partir de allí, lo llevó a su servicio y le educó no solo en el arte de la espada, sino que dispuso de hechiceros cuando descubrieron que tenía habilidad con la energía del cosmos para usar la magia.

Atravesó el vestíbulo principal, y en la entrada, estaba una mujer encapuchada que él conocía muy bien. Al pasar junto a ella, se detuvo sin mirarla, y dijo.

—Si estás aquí, entonces es algo urgente e importante, Saya.

—Se acerca tu destino, Tsukine...

Tsukine abrió los ojos. Aquello no lo esperaba. Le miró directo a su rostro. Saya tenía el cabello blanco como la nieve que demostraban siglos de su existencia, pero la juventud estaba tatuada sobre su rostro y su cuerpo, aunque sus ojos azules, por una ceguera eterna, eran el reflejo de lo que otras personas no podían ver, pero ella sí.

—Creo que te has equivocado, Saya. No quiero irrespetarte porque sé que eres de confianza y leal al reino de amatista, pero no veo ningún motivo para que yo traicione al rey. Su majestad, es lo más cercano a lo que pude haber tenido como padre.

—Tsukine, soy leal al destino y al tiempo, no al reino. Mi tiempo aún no se ha cumplido, pero está cerca de ello. Toma... -sacó de su capa un reloj de plata-. Llévalo contigo cuando halles al chico. Posee energía de la gema amatista y te llevará a las verdaderas razones por la que hasta ahora has cumplido con tu destino. Debes ayudar a Lance Amadeu Hervéc del reino Amatista. Él es el guía para reunir a la verdadera Orden de las Especies antes del que tiempo se agote. Fuerzas oscuras han comenzado a moverse otra vez...

Tsukine tomó el reloj tan brusco, que interrumpió el discurso de ella.

—Quisiera seguir charlando, Madre Saya, pero debo irme. Debo honrar a mi rey.

—Que la madre Gaia te acompañe -dijo Saya, con el rostro perdido.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top