Trágico Destino
Capítulo 12
Yami, con magia, había forjado una perfecta cabaña muy cerca del Cruce. La cabaña era rustica, pero funcional. Contaba con una pequeña sala de estar muy cerca del vestidor de la entrada. A un costado estaba el comedor y al lado la cocina. Luego, iba un pasillo largo y recto, con dos habitaciones para ella y Lance. En la sala de estar, había, incluso, una chimenea de piedras humeantes y crujientes con la reciente madera que Lance había traído.
Todo el interior estaba construido con madera, excepto el fogón —o la cocina—, que estaba hecho de piedra. Había fuego sobre las piedras, y una cacerola, de los utensilios que ella había traído en la carreta, flotaba por encima del fuego, humeante, y desprendía muy buen olor. Pero, el resto, como el comedor y sus sillas, y los muebles de las salas, era completamente de madera. Las camas de las habitaciones, en cambio, eran de piedra pero había sido rellenas con muchas hojas para amortiguar la dureza.
Lance estaba sentando en uno de los muebles de la sala. Yami, estaba sentada en otro, y veía la mirada de preocupación de Lance.
—¿Sigues pensando en él? —dijo ella, con los ojos en blanco.
—Sigo pensando en que no debimos dejarlo ir —contestó él, con un suspiro que denotaba cansancio.
—Se le pasará. Él prometió estar con nosotros, y es demasiado leal para dejarnos —añadió ella con una sonrisa—. Además, él quiere saber sobre sus familiares, yo tengo la verdad sobre eso.
—¿Por qué no decírselo? —Cuestionó Lance, sin entender las intenciones de Yami.
—Porque si lo hago, temo que pierda su interés con nosotros —señaló ella.
—¿No habías mencionado que era demasiado leal? No pareces ahora demasiado confiada en él.
Yami cruzó los brazos, mirando a un costado, y con el ceño fruncido y dijo:
—Me cuesta confiar en la gente —dijo finalmente—. Pero, mis problemas no significan que sean los mismos que otros puedan tener. Aunque no crea en nadie, creo en la lealtad, y me alegro de que esta no sea una persona. Yo misma soy leal a mis convicciones y a mí misma.
—Tiene sentido para mí —dijo Lance—. Pero, lo poco que he llegado a conocerlo, me doy cuenta que es un caballero de palabra. Algo que, no estoy tan seguro que tú y yo poseamos.
—¿Dices que no debo confiar en ti? —Preguntó ella.
—Digo que sigo siendo humano, y uno que comete errores como tú y como yo, pero seguramente no los mismos que Tsukine pueda cometer.
Lance se levantó y caminó hacia la ventana que daba al bosque. Yami quedó desconcertada con aquella respuesta, pero tuvo que aceptarla, no sabía cómo replicarla. Entonces, mientras observaba el fuego de la cacerola arder desde su posición, vio como un aire arremolinado abrió la puerta de forma violenta.
—Parece que tenemos compañía —dijo Lance, con el ceño fruncido, señalando con el pulgar hacia afuera.
Al salir los dos de la cabaña, vieron la carreta atada con los unicornios Jal y Jul. Yami, en otro momento, se hubiera alegrado demasiado de ver a los unicornios y, seguramente, se les hubiera montado encima para darles amor, cariños y muchos mimos, pero, en ese momento, la escena no era indicada, en especial porque el vampiro impuro y la cambiante de dragón no solo gozaban de buena salud, sino que a simple vista se veía que estaba curada. ¿Quién había roto su embrujo? Entonces, observó a dos personas que, según ella recordaba, no habían salido con ellos.
Lance, alzo una ceja, y con desconcierto dijo:
—Si mal no recuerdo, cuando salieron, eran dos. Ahora cuento cuatros. ¿Lo ves?
—Sí, y no estoy segura si es algo bueno, Lance, así que mantente alerta —respondió ella.
—Buenas noches madame, buenas noches loor —dijo Aland, con una reverencia un poco extravagante pero educada. Una sonrisa estaba sobre su rostro. Kimiko, se inclinó detrás de él, de forma grácil y elegante. A ella se le daba mejor aquella postura pues si sabía de educación, Aland solo hacía eso para sí mismo en el espejo, de modo que era natural que no le saliera de la mejor forma.
—¿Quiénes son? —Preguntó Lance.
—Soy el príncipe Aland Brantley Jeffery del reino Zafiro, un placer —dijo el hombre como mucha elocuencia.
—Yo soy Kimiko —dijo humildemente la chica en otra reverencia.
—¿Quién de ustedes rompió mi embrujo? —dijo Yami, con los brazos cruzados y en una distancia prudente.
Aland miró a Kimiko primero, luego a Lance y a Yami. Alzó las cejas al darse cuenta de que era la elfina que, seguramente, Kimiko vio en los recuerdos de Origami.
—Fui yo —dijo, cuando notó como Samael iba a declarar lo que había sucedido. Pero Samael se detuvo.
Yami frunció el ceño, miró de arriba abajo a Aland, y le mostró los dientes en una sonrisa irónica.
—Mentira... un humano común no podría romper algo así —declaró.
—Es cierto —respondió él—. Y por eso mismo es que lo he hecho, yo no soy un humano común.
Kimiko suspiró, se agarró la frente y negó con la cabeza, en un susurro: —Aquí vamos de nuevo... —Miró a Samael y a Origami y les susurró al oído—: Será mejor que nos apartemos, esto será un feo caso...
Samael, usando su gran velocidad, tomó a Origami primero, luego a Kimiko y se atrevió a tomar a Lance y llevarlo a una de las ramas de un enorme árbol, a unos veinte metros de distancia.
—¡Hey! —se quejó Lance—. ¿Por qué me has apartado de allí?, Yami podría...
—Será mejor que la escuches —dijo Samael a Lance, señalando a Kimiko.
—Todo se va a poner muy feo... Mi amo le gusta divertirse un poco cuando conoce por primera vez a alguien, en especial cuando ese alguien tiene una actitud arrogante como tu amiga.
—Con más razón yo debo ayudarla —dijo Lance.
—¿Sabes un poco de magia, al menos? —Preguntó Kimiko interesada.
—No, solo cargo una navaja —dijo él, sacando el pequeño utensilio de su pierna.
—Entonces, será mejor que te quedes contemplando sino quieres morir. Yo sé de magia, pero el maestro, bueno, por algo es mi maestro —se regocijó ella misma de eso, adulando por primera vez en ser la aprendiz de Aland.
—¿Eres su esclava? —Preguntó él, indignado.
—¡No! —Gritó ella, sin poder creer la comparación—. Los esclavos son ellos dos, y están callados, así que no te metas con ellos —dijo ella, intentando terriblemente, consolarlos.
Samael y Origami se miraron desconcertados, y solo cruzaron los brazos por la tontería que discutían esos dos.
—No te atrevas a ver la esclavitud como una ofensa —se atrevió a decir Lance—. Fui un esclavo, y bueno...
—Como sea —le interrumpió ella—. Puedo saber todas tus cosas más tarde con solo tocarte, por ahora, si eres buen espectador y te gustan las cosas épicas, será mejor que observes —ella tomó el rostro de Lance y lo giró para que viera la escena que se iba a llevar acabo.
La luna estaba sobre ellos, no era luna llena, más bien, era una luna nueva, de modo que el lugar estaba más oscuro de lo normal. Yami, tenía un semblante serio, pero Aland parecía realmente divertido. No había nada que Yami detestara más que, a alguien de la realeza y un ego tan petulante como el de aquel hombre delante de ella.
Yami sacó la katana de su costado, vislumbrando un brillo oscuro que se ondulaba de forma tenebrosa sobre el filo de su arma. Y Aland admiró aquello.
—Interesante... Magia oscura, pero de una tan pura como la de un elfo...
—¡No hables como si nos conociera! —afirmó ella.
—Oh, tienes razón, no les conozco, pero admito que estoy interesado en conocer todo la procedencia de magia de los seres mágicos de este mundo y de los otros —sonrió—. Sí, suena ambicioso, pero puedo lograrlo —completó.
Yami saltó, con la katana empuñada, y desde el aire preparó el filo para cortar en dos, de forma vertical a Aland. Este no se movió ni un poco, y en el momento que la hoja iba dirigido hacia él, un campo mágico golpeó la hoja y chispas comenzaron a salir revoloteando por todos lados.
Yami se incorporó una vez más en el terreno, y se dio cuenta que una sola katana no serviría. Así que, dijo:
—Object multiplicator.
De inmediato, una centena de katanas aparecieron detrás de Yami, flotando en el aire. La chica sonrió, al escuchar el "Oh" de Aland. Con el movimiento de sus manos, esta llevó a mover todas las katanas e intentar cortar a Aland por todos sus flancos.
—Totalis praesidium —dijo Aland, al ver el movimiento de los filos moverse.
De inmediato, una capa azulada y brillante le envolvió en una esfera. Y las Katanas al entrar en contacto con aquello se desintegraron de inmediato. Yami, no se impresionó de aquello, y continuó:
—Terra golem.
Del suelo, aparecieron seis golem de tierra, de un tamaño de 3 metros de largo y 2 metros de ancho, suficiente para que uno de ellos aplastara a un humano. Los seis golem rodearon a Aland, y este añadió:
—Inteligente de tu parte al usar un elemento natural contra mi protección, pero no va a funcionar sorprenderme de esa forma —dijo él, haciendo desaparecer el campo protector de azul brillante, sacó de su capa y de la nada, un báculo hecho de zafiro por completo—. Tempestas caelorum.
Cuando los golem comenzaron a moverse, seis rayos potentes cayeron desde el cielo y pulverizaron a los golem, dejándoles en solo polvo. Yami, le pareció que algo realmente estaba ocurriendo, y no estaba entendiendo qué exactamente. Si algo debía usar, era el hechizo prohibido.
—Ahora, estás pensando en el fuego demoniaco, ¿no? —dijo Aland, cruzando los brazos—. ¿Vale la pena dañar este bosque, esa bonita cabaña por una lucha absurda? ¿Por qué peleamos exactamente? Todavía no entiendo el motivo. ¿Tu propio ego?
Tenía razón. Ella era una persona que, usualmente no destruía la naturaleza, y cuando la usaba a su favor, siempre se encargaba de dejar un botón de remplazo que sustituyera lo que había tomado, como los árboles usado para construir la cabaña. Entonces, sonrió, sabía que podía usar...
—Aqua Ang...
—Aqua anguis, ¿no? —La interrumpió—. Buena elección para no dañar la naturaleza. Aunque el agua puede ser devastadora si se lo propusiera, creo, que en ese caso, tendría que usar Aqua calefactio para evaporizar tu serpiente de agua... ¿estás segura en hacer uso de ese hechizo? Espera —continuó él, con aquel tono petulante que solía usar—. Todavía no entiendo, ¿por qué estamos luchando?
—¿Lees mi mente? —dijo la elfina, finalmente.
—La verdad —dijo él—.Has dado en el blanco.
—¿Cómo? —preguntó ella, curiosa—. Nunca un humano ha podido entrar en la mente de los seres mágicos puros como los elfos y las hadas, ¿cómo es que tú puedes siendo humano?
—Te dije que no soy común —dijo él, señalando su mente—. Pero, si dejaras de pensar en la posibilidad de derrotarme, porque mejor no hablamos de los planes para obtener esto —sacó de su camisa las dos colgantes con la gema Zafiro y Esmeralda.
Yami suspiró. Miró justamente donde Samael y Origami se encontraban, con Lance y kimiko a su lado.
—Ah sí que ese fue el trato —resumió ella.
—Eso, y algo más —aclaró—. Pero lo otro no importa demasiado. Tenemos que hablar mejor de como obtenemos la gema del reino Diamante y Rubí.
—¿Eres un elegido?
—Lo soy, para el beneficio de ustedes, y ese vampiro impuro y la cambiante, también lo son. Morir no era una opción para ellos y para nosotros. Pero debemos movernos lo más rápido posible. Las puertas de la oscuridad se han abierto... —dijo Aland, por primera vez muy serio—. Y por muy buen hechicero que sea, no soy capaz de salvar este mundo por mí mismo.
—Al menos, tengo la buena notica de saber que algo no puedes hacer —dijo Yami, con una ceja alzada. Aunque, no puedo evitar sentirse sorprendida en saber que Samael y Origami eran parte de los seres escogidos.
—Bueno eso, y casarme —respondió él, llevando una mano en forma de "tratado de paz" —. ¿Tenemos un acuerdo de paz?
Yami aceptó su mano. Y justo cuando iba a responder, sus ojos se volvieron completamente oscuros, en una escena aterradora, y una voz que se doblaba como si fueran muchos, como siempre sucedía cuando entraba en trance, dijo:
—Serás el sacrificio necesario, Aland.
En el interior de Yami, la visión que esta tenía y que, notoriamente recordaría por primera vez en aquellos episodios que solía tener, observó:
Aland flotaba en el aire, su capa era ondeada por el aire y su báculo estaba extendido hacia el cielo. Delante de él, tenía una criatura oscura, gigantesca que, asemejaba la altura de los cielos y su sombra oscurecía el sitio por completo. Un titán, se vería como un simple roedor delante de aquella majestuosidad. Entonces, el cielo rugió, y miles de rayos aterrizaron sobre la criatura. El cielo se deslumbró por la fuerza de la naturaleza, pero, aunque los miles de rayos fueron igual de tenebroso que la criatura, nada de aquello funcionó.
La criatura rugió, y en un segundo, el cuerpo de Aland se desintegró en el aire, con una pena reflejada en sus ojos. Yami extendió sus manos para ayudarle, pero la visión se tornó borrosa, y otra vez estaba de frente delante de Aland. El hombre no parecía sorprendido, al contrario, vio la misma pena y tristeza de su visión.
—No tienes por qué decirme lo que ocurrirá, solo no lo menciones a ninguno de ellos. Podrían quebrarse con la imagen de lo que avecina.
—¿Ganaremos? —Preguntó martirizada.
—No lo sé... Pero por Gaia, espero que sí —respondió él.
***
—Diana, Diana, Diana... Mi dulce flor del campo, mi lirio perfecto —decía Akudomi, mirando desde el acantilado imponente del reino del Fin de Los Mundos—. Serás mía y tú corazón verá mi nobleza.
Las nueves desde su vista, parecían un mar que se imponían entre el cielo y el suelo. El acantilado del Fin de Los Mundos era una montaña escarpada, con montículos picos, entradas y salidas perforadas sobre el monte de donde salían y entraban todos los cambiantes a dragones. Ellos no eran demasiados, era una especie pequeña, pero, al menos, podían funcionar como un ejército pequeño de mil de ellos. La reproducción era necesaria en ese lugar.
Desde su vista, era atardecer en ese momento, y la imagen viva de la princesa Diana estaba grabada en su mente. Recordó el momento en el que esta posó su mano en su pecho, y solo el pensamiento le hizo que los vellos de su piel se erizaran. Deseaba tanto tenerla. Emitió un rugido por la poca paciencia que sentía en ese momento. Por él, la hubiera raptado en ese momento y la hubiera traído consigo, pero sabía que Diana no era una chica común. Era la princesa de un reino de los humanos y eso lo volvía complicado.
Como cambiantes dragones, eran una de las tantas especies que habían decidido vivir conforme a sus propios estatutos, sin acuerdos, ni lazos, solo por ellos y para ellos. Los humanos, si bien podían ser toda una presa, en realidad, trataban de mantenerse al margen de ellos. Todos ellos representaban ser muchos problemas.
Excepto, aquel día en el que ellos se habían conocido. Y ese momento ninguno de ellos los olvidaría:
Diana estaba eufórica y lloraba desconsoladamente en el interior del bosque Esmeralda.
Una de las cualidades de este bosque, es que a diferencia del reino en sí, estaba pintado por hojas otoñales. De hecho, en aquel lugar, el otoño siempre estaba presente. Y mostraba arboles desnudos, como árboles frondosos pero con hojas parduzcas.
Ese día, Akudomi llevaba una encomienda del jefe dragón hacia el reino del sur, cuando en vuelo, un rayo le impactó. Su descenso fue inmediato y, gracias a la regeneración de estos, es que había quedado con vida. Sin embargo, no esperaba caer en aquel lugar.
Cuando lo hizo, Diana se levantó abruptamente del suelo en donde derramaba sus lágrimas, y chilló al ver el hombre que había caído humeante, con aquel olor desagradable. Pero, aquel olor a carne quemada, pasó a ser remplazado por un dulce aroma de arándanos. Se sintió adormilada y atraída por eso.
Con cautela se acercó al cuerpo. Creyó que había muerto, pero pensar en eso le hizo sentir extramente angustiada. No dudó en tocar el cuerpo para voltearlo, y el solo roce de su piel se sintió arder. Y lo vió. El chico respiraba. Era un total alivio. Sin embargo, lo más desconcertante para Diana en ese momento, es que nunca había visto un hombre tan hermoso como el que estaba planteado en el suelo. Estaba con el torso desnudo, mostrando un pecho lleno de músculos, con un símbolo raro en medio, y vellos que tapizaban sus pectorales y su abdomen, pero no en una imagen desagradable, sino más bien en una varonil y de deseo. Estaba sudado, pero el brillo de su piel era más bien provocativo. Y aunque usaba pantalones, se notaban lo bien formado que estaba.
—Debes ser una divinidad —llegó a soltar sin pensar.
—Te respondiera el halago si tan solo quitaras tu mano de mi rostro —respondió el hombre, todavía con los ojos cerrados.
Diana saltó hacia atrás con torpeza, y cayó de bruces contra el suelo.
—Lo siento —dijo el hombre que, con gran velocidad, ya tenía atrapada a Diana entre sus brazos—. No quise asustarte.
—Creí que estabas muerto, bestia —chilló ella, desconcertada.
El hombre le sonrió. Y ella estaba segura que no podía haber dentadura más perfecta que aquella. ¿Sería real? ¡Claro que lo era, la tenía abrazada! Quiso moverse, pero los brazos del hombre la detuvieron. En realidad, aquello se debía a que Akudomi estaba tan impactado como ella sobre el reflejo de la chica. Su cabellera rubia, y su piel tan blanca que, de laguna manera la hacía ver frágil y provocativa, sumaba puntos con los labios carnosos y rojos. Aquellos ojos verdes brillaban con intensidad cuando le miraba directo a sus ojos.
—¿Cómo te llamas? —Le preguntó.
Diana, se sintió ofendida, pero estaba tan absorta que no profirió improperios por no conocerla. ¡Es que todos debían saber quién era ella!
—Soy la princesa Diana del reino Esmeralda —dijo con suavidad, ruborizada. Estaba segura, el hombre se había acercado más a su rostro.
—Hueles espléndidamente a pino —dijo él.
Diana arrugó el entrecejo, entre todos los olores que existían, el basto hombre había dicho pino. Suspiró, y volteó la cara a un lado, estresada.
—¿Sucede algo? —Preguntó al ver aquella reacción.
—Mientras yo pienso en arándanos, tú piensas en pinos. Y peor aún, te atreves a decirme que huelo a algo tan común como un pino —dijo ella, fastidiada.
—¿Te complace si te digo que olor a pinos es lo más grande para mí?
La voz aterciopelada del hombre y la expresión de aquella oración la ruborizó. Se removió un poco más, y se zafó finalmente de aquellos brazos de muerte. Como pudo, se levantó, viendo ahora el hombre de pie, y notando la diferencia de altura. Se dio cuenta, por primera vez, que si ese hombre lo quería, podría hacer con ella lo quisiera y ella no tendría la fuerza suficiente para defenderse.
—¿Por qué no vistes como un noble? —Preguntó, tratando de indagar y de creer que alguien tan apuesto podría tener sangre noble. De ser así, podría tener una oportunidad de casamiento.
Aquel pensamiento, casi le hizo vomitar. ¿Por qué pensaba en casarse cuando había recibido el rechazo del príncipe del reino Zafiro? Lo menos que quería era pensar en tonterías como un casamiento. De hecho, se había planteado ser la primera reina sin esposo, por la idiotez de los hombres. ¿Por qué dudaba ahora?
—No soy de aquí —dijo él—. Y no tengo sangre noble, mucho menos humana...
Diana abrió los ojos, y antes de que pudiera decir algo, pudo ver como de la espalda del hombre surgían alas y su cabeza llevaba dos cuernos. Con un rugido, este surcó los cielos. El olor a arándano fue más abrumador, peor antes de que sus sentidos volvieran en sí, el hombre había desaparecido.
—¿Acaba de dejarme? —Se preguntó, sin poder creer aquello. La miseria que sintió en ese momento, se sintió, mucho peor que el rechazo del príncipe Aland. Y ahora, reconocía un sentimiento más devastador que un corazón destrozado: El desamparo.
Increíblemente, aquel recuerdo de cómo se habían conocido, pasaban sobre la mente de ambos en ese momento. Akudomi sobre las rocas puntiagudas del Acantilado del Fin del Mundo, mirando hacia el horizonte en un atardecer, mientras que Diana recibía la corona sentada en el trono, y voces aclamaban al unísono, en un aterrador rugido de todos sus súbditos:
"¡Salve la reina Diana!... ¡Salve la reina Diana!... ¡Salve la reina Diana!"
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