Sorpresas
Capítulo 11
Los cincos reinos principales eran: Amatista, Esmeralda, Zafiro, Diamante y Rubí. Todos ellos se concentraban en el epicentro del mundo, pero, a sus alrededores y más allá se extendían otros reinos más. Algunos más felices que otros, pero otros más oscuros y terribles como el mismo inframundo. Eso, sin mencionar los otros mundos que se hallaban fuera de este. Uno de los tantos reinos alejado de las cinco grandes naciones, era Fairyhow, y era justo el sitio en el que Iris y Fierce habían llegado finalmente.
En un punto, Iris había estado volando, pero cansada de la agotadora tarea, decidió usar un hechizo teletransportador que le llevara hasta la frontera del reino Fairyhow. Justo en el sitio donde había sido raptada, pues era el lugar más nítido que tenía en su mente para que la magia de transporte funcionara.
—¿Por qué me trajiste contigo, Iris? —Preguntó Fierce, mientras descansaba sobre una roca, sentado, observando a Iris bañarse.
La chica estaba de espalda de él, desnuda por completo, concentrada en la ardua tarea de limpiarse. Tenía una sonrisa en el rostro, y una que otra vez chapoteaba el agua como una niña. Lanzaba esta al aire y soltaba un par de risas. Sus alas estaban tan adheridas a su espalda que, se debía tener un buen ojo para darse cuenta de que no se trataba de la misma piel. Fierce, aunque por un par de minutos había evitado observarla, en ese momento había perdido todo sentido de honor y caballerosidad pues estaba concentrado en la espalda de ella.
Se sentía avergonzado, pero sus ojos, una vez dio la primera mirada, ahora parecían cargados de mucha curiosidad y lujuria.
—Alguien que esté dispuesto a dar la vida por mí, merece estar conmigo para siempre, además... —la chica se giró, y aunque sus cabellos tapaban el frente, la escena era más impresionante para Fierce. Ella señaló el símbolo en su pecho—. Esto que llevo aquí, es lo que me impide mantenerme alejada de ti. De hecho, nunca podremos vivir sin el otro —dijo ella, con una amplia sonrisa, demostrando lo bueno que le resultaba el asunto.
—Tú llevas uno igual debajo de esa armadura, Fierce —dijo ella, en un ronroneo juguetón.
Fierce expresó desconcierto en el rostro. Y en un movimiento apresurado se quitó la pesada armadura del pecho. Revelando una malla, y debajo de ella, un camisón de color beige. El camisón estaba abierto, mostrando no solo el pequeño símbolo en el pecho, sino unos fuertes pectorales.
Iris no pudo evitar admirar aquello y se sonrojó. Se dio cuenta de la situación en la que estaba, y desplegando sus alas, que ahora habían tomado un color y matices parecidos al agua, con un movimiento de sus manos parecidos a una pequeña danza, hojas de los árboles comenzaron a volar y a revolotear alrededor del cuerpo de ella. Comenzó a salir del agua. Fierce parecía hipnotizado con la escena, pero no por lo obscena que tal vez esta pudiera ser, sino por lo mágico y bello del ser que salía del agua y que, con cada paso, las hojas se adherían a su cuerpo creando una vestidura perfecta.
Iris llegó hasta él, revelando por primera vez lo pequeña que era en comparación a él, y le sonrió, tocando el símbolo de su pecho. Fierce abrió los ojos, cuando un cosquilleo apareció, seguido de un olor y una fragancia realmente irresistible y adictiva.
—¿Qué es? —Preguntó.
—Esto es el símbolo que representa que hemos hallado a nuestra alma gemela. Es el símbolo que establece y confirma un amor profundo, resultado por el mismo destino —respondió ella—. Las personas que poseen este símbolo, se les conoce como Clymugawed. Refiere que son unidos por un lazo de sangre.
—Me refería a lo que huelo —dijo él con una sonrisa juguetona—. Pero me alegra saber que tú y yo seamos eso.
Iris se avergonzó por no haber entendido la referencia y haberse expuesto de aquella forma, pero solo acomodó un mechón de su cabello detrás de su oreja apenada.
—Lo siento... —dijo ella—. Creo que es lavanda —aspiró con fuerza el aire, en el momento que se acercó un poco al pecho de Fierce, sin hacer contacto—. Sí, es lavanda...
—No, creo que más bien, son duraznos —dijo él, aspirando el aroma del cabello de Iris.
Los dos rieron. La verdad es que cada quien sentía un aroma distinto, y esto era, en base a lo que ellos consideraban como el mejor olor. Para Iris era la lavanda, pero para Fierce eran los duraznos. Luego de un tiempo en silencio, solamente disfrutando de la presencia de ellos, Fierce, finalmente preguntó:
—Se supone que este sendero nos llevará a tu reino. ¿Estás preparada para ello?
Ella negó con la cabeza.
—No, pero debo hacerlo —dijo, comenzando a caminar.
Sonrió al sentir el suelo, todo estaba lleno de un pasto suave y delicado que, por ese motivo, muchas hadas estaban descalzas. Era bueno saber que, al menos, su flora no había cambiado.
—¿Quieres que vaya contigo? —Preguntó con inocencia y curiosidad, puesto que sabía que todo el asunto podría ser problemático.
—Te dije que no podemos separarnos, al menos... —bajó el rostro entristecida—, que no quieras hacerlo. Respetaré tu voluntad, mi señor.
Fierce se acercó a ella, le levantó el mentón y le sonrió.
—Me alegra saber que quieras que vaya contigo. Pero todavía mejor, es que pese a la necesidad que tenemos por estar juntos, deseas que tome voluntad sobre mí mismo. Eso habla muy bien de ti, princesa —añadió él—. Por eso te preguntaba, sí querías que fuera. Quiero que hables con la verdad y no por esta fuerza mágica.
Ella asintió, saltó y se atrevió a darle un abrazo. Fierce quedó un poco pasmado por aquello, y solo comenzó a caminar cuando vio como la chica caminaba o danzaba por el sendero.
En la medida que caminaban, Fierce no pudo evitar admirar la flora y la misma fauna de aquel reino. Era intrigante y curioso. Sus plantas parecían tener un brillo característico, y sus tonalidades eran entre azules, morados, fucsia, amarillo, y un verde musgo. De alguna manera, en la medida que iban caminando, el bosque se volvía demasiado denso, y en un punto, parecía más bien que el lugar tenía una noche eterna, pero no era tenebroso, era más bien de apariencia en extremo mágica. Las plantas, con su brillo iluminaban el sendero, y pequeñas motitas brillantes danzaban de un lugar a otro, y se dio cuenta que era luciérnagas pero, que las luces de estas no prendían y apagaban, sino que se mantenían encendidas.
Un tiempo después, en silencio los dos, y, aunque Iris había nacido en aquel sitio, parecía demasiado absorta en lo que veía. La verdad, es que cada sitio que recorría, había una imagen mental de ella, estando niña, jugando con sus amigos a las carreras y los escondites, o simplemente buscando atrapar una luciérnaga con sus manos, el primero que atrapara uno, ganaba. Finalmente había llegado.
Los dos se quedaron estáticos cuando llegaron a la entrada del reino. Por encima del pórtico, donde había soldados del reino custodiando, se veía una hermosa ciudad natural, con árboles gigantescos, puentes colgantes, y flores lotos luminosos que flotaban en el aire alumbrando.
—¿¡Quiénes son ustedes!? —Uno de los soldados les sorprendió, con una postura desconfiada y amenazadora.
Fierce frunció el ceño al ver la actitud violenta, pero la mano de Iris sobre su hombro lo tranquilizó. Ella dio un paso al frente, extendió sus alas para hacerles ver que era uno de ellos, y dijo:
—Soy Iris Elisa Edevane Fairy, la princesa real de Fairyhow —el tono de su voz cambió y tomó el tono particular de la sangre real, la misma que Fierce había escuchado muchas veces en el dialogo que esta había tenido con Clisius y Diana.
Los soldados aletearon las alas. El rostro de todo palideció, y el mismo que había hablado, confundido, agregó:
—La princesa Iris Elisa Edevane Fairy, desapareció... ¿cómo osas usarla para entrar al reino?
—Yo no desaparecí, fui raptada por el reino Esmeralda del epicentro humano —dijo ella, sin inmutarse por la intimidación del soldado—. ¡Deseo hablar con mis padres, ahora!
Los soldados se miraron, y ella, entonces, mostró sus manos y su cuello, enseñando las prendas de oro característicos de la sangre real. Los soldados de inmediato revolotearon alrededor que ellos, y voces comenzaron a decir "¡Bienvenida princesa!" "¡Que gusto verla princesa!" "¡Nos alegramos que siga con vida!" "¡Qué bueno que ha regresado, princesa!" y así, mientras Fierce e Iris escuchaban las proezas y alabanza de ellos, un brillo amarillento los iluminó, y en segundos, desaparecieron.
Fierce se mareó un poco cuando nuevamente aparecieron, pero esta vez sobre un lugar completamente distinto: Estaban sobre un enorme Lirio de agua, una planta ancha y verde que flotaba, y se abría paso entre las demás, en dirección a una enorme escalinata que, al final, habían dos tronos de oro. Iris, en sus recuerdos, se vio asi misma de niña saltando en el estanque entre los lirios, mientras sus padres la observaban con alegría en aquel sitio.
Pero, la imagen era diferente en ese momento. En donde se suponía que debía ver a su madre, esbelta, con cabelleras rubias y su elegante vestido blanco floreado, estaba vació, en el otro, debía estar su regordete padre, risueño y de cabellera rubia y ojos grises, pero en cambio, estaba un hombre joven, apuesto, pero con una mirada fría y un semblante serio.
Cuando llegaron a la base de la escalera, bajaron del lirio de agua y subieron. Al llegar, uno de los soldados que había llegado con ellos se inclinó, lo mismo hizo Fierce que, estaba acostumbrado al trato que debía hacer delante de un rey. Iris no lo hizo, sin embargo, vio la corona del rey sobre el muchacho. Este le miró con curiosidad al ver que no hacía una reverencia como los otros dos.
—Majestad, esta mujer es la princesa Iris Elisa Edevane Fairy... ha vuelto del reino Esmeralda, quienes fueron la que la habían raptado.
El joven rey abrió los ojos con demasía y se levantó del trono.
—¿Cómo escapaste de un lugar así?
—Lo hice con la ayuda de este loor —señaló a Fierce—. Y una leal amiga. ¿Quién eres?
—Majestad, disculpe mi insolencia —dijo el muchacho—. Soy Reynolds, el interino a la corona del rey si no existe nadie de la sangre real que asuma el reino —explicó.
Reynolds había sido un joven de la corte principal de las hadas que, junto a él y otros, conformaban el equipo elite de gobierno del reino, antes que los reyes. Sí, Iris estaba segura de haberle conocido cuando él chico, quizás, tenía dieciochos años, y aunque su juventud no se había perdido del todo, definitivamente le parecía irreconocible. No solo era su apariencia en sí que, desde que le mencionó su nombre encontró el parecido, de cabellos oscuros y ojos amarillos brillantes y túnicas reales sobre aquella piel blanquecina, sino, precisamente por su postura altanera y que, a primera vista, ahora fingía sumisión.
Y, como era de costumbre, una noticia como aquella, en Fairyhow, era revelado de inmediato a través de burbujas acuáticas flotantes, que servían como medios de comunicación para cosas realmente importante. Eso hizo, que hadas de todo el reino aparecieran al costado de la sala real que, si bien era inmensa, se veía aún más, cuando centenas de personas miraban aquella escena.
—¿Qué sucedió con mis padres? —Preguntó curiosa, al no entender nada.
—Majestad, murieron un par de años después de que usted abandonara el reino —respondió Reynolds.
—No abandoné el reino —ella corrigió—. Fui raptada por el reino Esmeralda.
—Majestad, disculpe mi insolencia —dijo él con una leve inclinación de respeto—. Pero eso es imposible. El reino Esmeralda tenía tratos con el reino de Fairyhow desde hace mucho tiempo, de hecho, todavía permanecen esos acuerdos.
—¿Y qué pruebas tienes, Reynolds, para desmentir lo que estoy afirmando? —respondió ella, con toda la severidad que representaba aquellas palabras. Es que, él no sabía el infierno real que había vivido, como para que en ese momento cuestionara su vida.
—Ninguna, majestad —contestó—. Pero es mi deber, como rey...
—Interino —añadió ella, interrumpiéndola.
—Sí —dijo él con amargura—. Rey interino, que según la ley del reino de las hadas mostremos siempre la verdad.
—Él es mi testigo —dijo Iris, señalando a Fierce—. Él era un general del reino Esmeralda, conoce bien el tiempo que estuve encerrada y todo lo que viví.
Los ojos de Reynolds y todos miraron a Fierce. Iris le hizo señas para que se levantara y hablara.
—La reina Iris —dijo esta vez—. Fue secuestrada cuando solo era una niña por órdenes del Rey Clisius Bartrom, ropiendo el código de tratados con el reino Fairyhow. Se hizo en secreto para dar por entendido que ella había desparecido y huido, y el reino Esmeralda no se viera involucrado en el escándalo, de esta manera, el reino podía tener todos los secretos mágicos de las hadas.
Los "Oh" que se escucharon, fueron un centenar, como si de un magistral coro de una sala de ópera si estuviéramos en otra historia. El punto, es que todos estaban impactados con la afirmación que Fierce había dado.
—¿Cómo es que nunca pudo dudar del reino Esmeralda cuando ellos, por el acuerdo, tenían acceso directo al reino? Ellos eran los mejores para crear un plan que fuera en contra de la corona, Reynolds —dijo Iris, ahora eufórica por la ineptitud de aquel hombre.
—Majestad, yo...
Hubo un silencio, entonces, Reynolds escupió al suelo y sonrió.
—Qué bueno que ya no necesito depender de un disfraz noble para este maldito lugar —incluso el tono de su voz había cambiado.
En eso, portales oscuros se abrieron en el techo del salón real, y personas montadas en escobas aparecieron, mujeres y hombres. Iris supo lo que eso representaba: Eran brujos y brujas, uno de los seres tenebrosos que aplicaban la magia para la maldad y para servicio del Nihilismo.
Risas tenebrosas se escucharon en todo el lugar, y en un segundo un centenar de estas criaturas inundaron el sitio. Los gritos comenzaron, y aunque soldados de las hadas aparecieron, los brujos esparcieron roció del inframundo en todo el sitio, con ello, buscaban neutralizar la magia de las hadas. Iris, al ver aquello, golpeó directamente al rostro de Reynolds para descolocarlo, y antes de que el rocío del inframundo le afectara, tomó a Fierce y, batiendo sus alas, desapareció del lugar.
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Tsukine, cansado, y con un peso sobre sus hombros, había llegado al extremo sur. A diferencia de donde estaba anteriormente, este lugar era frío, con nieve en todo el sitio, y con pedazos de hielos que asemejaban el cristal para él. Caminar no era tan problemático, ya que, no había una tormenta. Sin embargo, cuando llegó al punto más alto de uno de los Alpes, denotó una enorme ciudad hecha de cristal.
Aunque dudó un poco. Puesto que, cuando los rayos del sol dieron con el cristal, y la luz fue percibida por sus ojos, un enorme arcoíris se reflejó. Entonces, reconoció el lugar al que había llegado: El reino Diamante. Y lo que creyó como Cristal, en realidad, era diamante.
Sonrió, al menos no había estado perdido como había creído hace un par de días atrás. Cuando llegó a la entrada del reino, lo primero que le llamó la atención es que no estaba custodiada por nadie. Pero, se dio cuenta del por qué: Cuando ingresó a las calles, mucho antes, había una capa mágica que, de alguna manera les protegía. Tuvo curiosidad de, exactamente qué tipo de protección tenía, aunque, cuando la atravesó, no se vio afectado con nada.
Obviamente, Tsukine destacaba del resto de los habitantes, por sus vestiduras oscuras, los demás llevaban vestiduras blancas y celestes, pero lo más extraño es que nadie le prestaba atención para nada, aunque cuando su propia imagen desentonaba con el resto.
Observó que, todos parecían correr con premura al centro de la ciudad, tenían risas, sonrisas y, una imagen que, parecía un ensueño. Comenzó a caminar hacia la misma dirección para saber cuál era el afán que ellos llevaban, y mientras lo hacía, destacó: Los edificios en punta, y percibió que estaban hechas sus paredes con diamante. Pero no solo los edificios altos, sino las carreteras, los faroles que en ese momento estaban apagados. Observó que había carruajes del mismo material, y tuvo el pensamiento bobo de creer si la gente y los animales también eran de diamantes.
Lo otro que destacaba, es que la ciudad tenía muchas fuentes de agua que, cuando se elevaban a los cielos, volvían a caer pero en forma de copos de nieve. Un temblor, le estremeció en un momento, y se dio cuenta que provenía el movimiento del interior de un enorme edificio en donde todos parecían reunirse. Se dio cuenta que, fuera lo que fuera que estuviera pasando, debía ser importante.
Se acercó, y tuvo que luchar contra la ola de gente que se agolpaba en las entradas para poder pasar. Cuando lo hizo, más allá de la misma impresión de todo el sitio, todo aquello quedó a un lado, cuando miró en el centro de lo que parecía ser un enorme coliseo. En el centro, estaba una criatura que, solo él había escuchado en los cuentos: Un enorme Titán de más de cien metros de altura, quizás llegaba casi a los doscientos metros, pese a la impresión, denotó el joven de aquella criatura y se dio cuenta que era un chico joven —tal vez un chico de 18 años para los humanos—, su cabello era largo y de aspecto salvaje, llevaba el torso descubierto, con tan solo un pantalón maltratado. Llevaba garrotes en su cuello, muñecas y pies, y el rugido que emitió heló el corazón de Tsukine.
Estaba seguro, de todas las veces que se había enfrentado a algo feroz, jamás había visto y sentido algo como aquello. Estaba seguro que, sin duda, era mucho más enorme que los gigantes que, se decía, que estos eran una raza más primitiva que los titanes. Y que, debido al temor de los humanos y otras criaturas sobre esto, lo habían llevado a la extinción. Bueno, Tsukine hubiera creído eso si no estuviera viendo a uno en ese momento. Una voz potente y enérgica surgió de todos lados:
—¡Como todos los años, les ensañamos a nuestro reino, el arma más poderosa: Sigurd, el último titán!...
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