Nunca Más Allá
Capítulo 73
No se había mencionado en los capítulos anteriores, pero el anciano Leprechaum que había ayudado a Dani con el parto de Yami se llamaba Luther. El anciano resultó ser una criatura completamente diferente a los rumores que habían escuchado sobre los Leprechaum. Estaba allí ayudando a Dani con los cuidados de Dayami y Yamida, niños que, pese a no tener a su madre estaban creciendo con fuerza.
—¿Pudiste tener una audiencia con el consejo? —Preguntó Luther, con ambos niños en el brazo. Los dos tenían aquel extraño biberón de tripa de ganado en la boca.
—Pude —respondió Dani—, me atenderán hoy en la tarde, después de un mes de espera.
Dani había adelgazado mucho. Seguía siendo fuerte pero no como hace unos meses antes de la pérdida de su amada esposa. Estaba ojeroso, y de no ser por los niños, estaría borracho y sucio, pero por el bien de ellos, trataba de hacer las cosas que Luther le indicaba por el bienestar de los niños.
Desde que habían llegado a la zona desconocida se habían quedado en una posada, la cual no había sido problema en pagar gracias al dinero que Donny les había dejado. Además, el viejo Luther decía que el dinero jamás sería un problema para un Leprechaum. Dani no lo sabía, pero creía que estos tenían formas de generar dinero.
Aquella habitación era sencilla pero cómoda para ellos. Tenía una pequeña chimenea en la que solían cocinar, algunas cacerolas, y el espacio que servía para las camas. Lograron obtener una habitación con dos camas, una para Luther y para Dani, e hicieron con pajas y muchas telas, una improvisación de cunas para Dayami y Yamida.
Debido a que Luther solía encargarse de la alimentación de los niños, Dani era el encargado del resto, la provisión de agua, alimento y la cocina de estos. Por eso, en ese momento, dejó a un costado de la puerta un saco de patatas y sobre el mostrador de la cocina, un jabalí, grande.
—¿Llegaste a comprarlo? —Preguntó Luther, impresionado del tamaño de aquella criatura.
—Cuando vivía en los bosques del reino Esmeralda mi padre y yo nos encargamos de la caza y la provisión de nuestra casa, esto no me es diferente, Luther, lo cacé —señaló, mientras se colocaba una parte de sus ropas y tomaba un delantal de cuero.
Lo bueno de limpiar el animal, es que era su momento para drenar sus frustraciones con el animal.
Luther sabía que esa era un situación desagradable y sucia, así que se fue hasta uno de los ventanales con los niños, meciéndoles en los brazos para evitar que sangre le salpicara a estos.
Lo que Dani había descubierto en su estancia, es que aquel lugar estaba lleno de personas exiliadas de sus reinos, algunos por delitos, otros por problemas familiares, algunos simplemente por huir y burlar la ley de su comunidad, y otros por resguardo. Aquellas tierras eran inexploradas para los que estaban dentro del continente central, de modo que el mapa lo señalaba como zona desconocida, pero en realidad se llamaba: Nunca Más Allá.
Nunca Más Allá pareció haber sido una zona desértica, pero con la ayuda de todos, se convirtió en un lugar realmente próspero. La tierra era una mezcla de arena y tierra de abono. Por lo que había una mezcla de vegetación entre plantas tropicales, selváticos y boscosos. Las casas estaban construidas de muchos materiales, desde chozas hechas con palmeras, casas de madera, otras de piedra y así sucesivamente en diferentes materiales que, si bien se basaba en el tipo de economía de los dueños, no había una distinción de clases como solía verse en los reinos.
Eso era curioso porque su padre Richard, había decidió vivir en el bosque precisamente para escapar de las presunciones de las clases sociales humanas. Rocío, su madre, no era una mujer que amaba lo lujos, claro, lo entendió después de que descubrió que era una elfina. Criaturas como ella, amaban la naturaleza, así que, en realidad su padre le había dado una buena vida llevándoles al bosque a vivir. Obviamente fueron motivos obligados debido al reino Amatista, pero al final, resultó bien.
El punto era, que Nunca Más Allá parece haberse librado de clases sociales humanas y se dedicó a las criaturas, no con una diferencia entre ellas, aunque las había, sino como una comunidad variada pero capaz de convivir en paz pese a ser tan diferentes. Por eso, cuando solía salir por las calles ya sea porque iba de caza o porque iba comprar alguna cosa que necesitaran los niños, no le era extraño ver a un trol de novio con una elfina, un hombre lobo con una humana, un humano con una vampiresa, o lo más grotesco de ver, un gigante con una trol.
—¡Oye Dani! ¿¡Cómo están los niños!? Hace un tiempo que el viejo Luther no me los trae —vociferó una hada que vendía hortalizas en el frente de su casa, en una pequeña tiendita. Los clientes principales de aquel sitio, eran los hombres cerdos.
—¡Esos niños demandan atención! —respondió en respuesta con una sonrisa, y alzando la mano para saludar.
—¡Dígale a ese duende que recuerde que me prometió compartir una hora del té conmigo! —una pequeña duende Pixie habló. Debía llevar algunos años porque sus hojas eran un poco más opacas que las del pequeño Moon. A diferencia de la hada, esta tenía una tienda de flores y plantas autóctonas de la región duende Pixie.
—¡Con gusto se lo haré saber, doña Reina! —contestó amablemente.
Siguió caminando hacia le región central. Por supuesto, mientras caminaba por aquellas calles de tierra, como siempre, se llevaba las miradas de todos los habitantes. Al fin y al cabo, él era el nuevo en el lugar.
—Disculpe señor Dani —dijo una voz femenina, interponiéndose delante de él. Era Lea, una bruja de cabellera oscura, labios rojizos y piel blanca, que tenía una tienda de manzanas—, tome esto para el camino. Espero tenga excelente día.
Lea le tomó de las manos y le colocó una manzana rojiza y brillante.
Dani sonrió.
—Gracias señorita —le contestó, dándole un mordisco de una vez—, está deliciosa.
Lea se sonrojó, corrió a la tienda y le trajo otra.
—Me imagino que esa sola no le alcanzará para el camino —soltó una risita.
—La verdad, si sigues dándome para que me alcance tendré que llevarme todas tus manzanas —soltó una risa sincera—, pero con esto es suficiente, Gracias, Lea.
La chica se sonrojó, y vio a Dani continuar.
Más personas le saludaban con mucha alegría. Y Dani no podía describirlo, pero realmente se sentía muy bien en el lugar en el que estaba. Aunque muchas personas pudieran dudar de la amabilidad, en aquel sitio, parecía ser que no existía la corrupción en la que se había crecido. De hecho, llegó a pensar que, de haber sabido un lugar así, se hubiera traído hace dos años a Yami a vivir con él allí. Yami se merecía un sitio tan agradable como ese, sin prejuicios y con tanta bondad.
Cuando llegó finalmente a la zona central —ya se había comido la segunda manzana—, se encontró una enorme plaza, con una fuente de agua de colores en el medio, dos niños Leprechaum jugaban y era los responsables de cambiar los colores del agua para su diversión. Otros chicos elfos corrían persiguiendo las palomas, y unos jóvenes trols se cortejaban en una banca. Al otro extremo, más tienda y comercios. Y si, se lo imaginó: Dayami y Yamida jugando con esos niños Leprechaum, demostrando la magia con la que nacieron, tal vez cambiando las aguas en vino o en leche, o tal vez convirtiéndose en aves para acompañar en el vuelo a las palomas. Y Yami a su lado.
Sintió ese opresión en su pecho. Esa que hace doler y que te crea un nudo en la garganta, y no pudo evitar limpiarse las lágrimas que iban a salir del rostro. Tomó una bocanada de aire, y atravesó la plaza, hacia un enorme edificio de piedras y hierro, al que llamaban La Gran Corte. Cuando entró, se sorprendió de ver a varios hombres y mujeres, con la misma vestimenta, parecida a la de los monjes sin serlos, saludándole al pasar. Incluso, recibió orientación de algunos para llevarle hasta el lugar en el que necesitaba estar.
El lugar donde estaba el consejo, se trataba de un salón hecho de mármol, con pisos brillantes, en el que estaban dibujadas estrellas, planetas, soles y orbitas, era un sistema solar inmensa hecho en piso. Habían mesones tan altos, de más de tres metros, donde reposaban doce ancianos todos de diferentes razas. Un humano, un elfo, un duende pixie, un trol, un gnomo, un duende leprechaum, un hada, una bruja, una vampiresa, una cambiaforma dragón, un gigante y una figura que estaba en medio de ellos que, no supo bien identificar qué tipo de criatura, pero era albina en su totalidad, y su piel parecía brillar de una tonalidad blanca.
—Bienvenido, joven Dani del continente donde el mal nace y crece todos los días —dijo el ser brillante—. este es el consejo de la gran corte de Nunca Más Allá, ya hemos adelantado un poco el caso que vienes a presentarnos.
Dani hizo una leve reverencia por respeto, pero le fue imposible mostrar su ignorancia en el asunto.
—Lo que quiere decir —dijo esta vez la bruja—, el gran mago, es que estamos enterado de la situación de la que viene hablarnos.
—En este lugar no hay nada más que la verdad —añadió el duende Pixie.
—Y solamente la verdad para que esta prevalezca sobre los matices indistintos del error de las criaturas —continuó el elfo.
La cabeza de Dani giraba cada tanto, cuando cada uno de estos hablaba.
—Es sobre la guerra —dijo la vampiresa.
—Y la era de los dioses —agregó la cambiaforma.
—Todos estamos dispuesto a ayudar al continente por el amor que nos une a nuestros compatriotas —dijo la voz profunda del trol.
—Al final de ellos venimos todos nosotros —observó el gnomo.
—Excepto él —corrigió el gigante, señalando al señor brillante.
—Pero al estar acá se hace parte de nosotros, ¿o no señor Ster? —argumentó el humano.
—Soy parte de ustedes —afirmó el ser resplandeciente—. Pero no seamos mal educado, escuchemos lo que Dani tiene pare decirnos.
Dani se colocó recto, por algún motivo, se sentía demasiado observado. Era como si vieran justamente detrás de su ropa, como si vieran literalmente su alma, y la sensación le causaba demasiado pudor.
—Vengo del gran continente —comenzó—, como bien han dicho, se han alzado numerosas criaturas las cuales se proclaman dioses...
—Se les ha proclamado como dioses, ellos solo han aceptado el títulos que se les fue dado por las criaturas. La verdad así lo muestra —corrigió la vampiresa.
Todos los demás asintieron a la interrupción de aquella miembro del consejo. Dani se quedó un poco pensativo, si bien nunca fue bueno con las palabras, iba a intentarlo por el bien de todos.
—No veo la necesidad de hablar de todo este asunto si ya están enterados de lo que está pasando —dijo Dani, ya relajándose—, solo quiero saber si valió la pena los sacrificios que tuve que hacer para llegar a este lugar...
—Como los meses en el mar —empezó el gnomo.
—Y la muerte de tu esposa —agregó la cambiaformas.
—Como esos —afirmó Dani, tragando grueso al ver como hablaban de ellos con tanta naturalidad.
—Además, sabemos bien que llevas un buen tiempo en este continente, seguramente ha sido difícil para ti estar aquí —dijo esta vez le humano.
—La verdad es que no —soltó una risilla Dani, pensando en todo este lugar—, de tener otras circunstancias, creo que me hubiera gustado vivir aquí con mi esposa y criar a mis hijos acá.
—¿Por qué? —Preguntó la bruja.
—Porque no veo sitio más feliz que este —se sinceró—, una comunidad donde todos pueden vivir sin diferencias de razas, sin diferencias sociales, con ayudas sin cobro, con amabilidad y tanto amor para dar —parecía, en ese momento, realmente frustrado—, perdí a mis padres, algunos amigos, perdí a mi hermana, perdí —comenzó a jipiar, porque sentía que no podía decir más—, perdí a mi esposa y... la verdad es que estoy cansado de perder...
—Y todavía hay más —dijo Ster, el ser resplandeciente, con aquel tono de voz cálido y amable—, tu hermano también se ha ido.
Dani que tenía el rostro gacho, no dudó en mirar a Ster directo a los ojos, buscando un atisbo de mentira, pero todos asintieron a lo que dijo.
—¿Tsukine?
Todos asintieron ante su pregunta.
—Estoy solo entonces —suspiró.
—No —dijo Ster de nuevo—, en realidad tienes a muchas personas. Claro, ninguna de ella puede ocupar el lugar de quien ya se han sentado en tu vida, pero tu vida no se limita a unos pocos asientos, sino a montones de asientos, como los coliseos de luchas, teatros o las tribunas de lugares abiertos para hacer uso del parlamento de los sabios.
—En otros mundos, lugares al que llaman teatros o cines, son un lugar repletos de asientos donde las personas miran un mismo punto, y ese punto eres tú —añadió el gigante—, la verdad así no los ha dicho.
—¿Cine y teatro? —Dani no entendió esa referencia.
—No le prestes atención a esas palabras —dijo el elfo—, son solo palabras. Lo importante es que entiendas que tienes montones de asientos llenos de personas viéndote. Unos más cercanos que otros, pero todos esperando ver tu hermoso final.
—De más estaría decirte que, aunque no se crea, todos esperamos un final feliz siempre —agregó el duende pixie.
—¿Cómo se fue? —Preguntó Dani.
—La estrellas vislumbraron una hazaña única y que pocos han recibido —dijo Ster—, en tierras desconocidas por los hombres, temidas por las criaturas oscuras, y alivios para los de corazón valiente, una embarcación fue guiada hasta donde la luz puede tocarse. Allí, se les presentó la opción de que, quienes hayan logrado llegar al final del camino, vivir en un lugar donde no hay dolor y llano, sino risas y alegrías. Tu hermano escogió lo mejor.
Dani sonrió, mientras se limpiaba una lagrima del rostro.
—Al final Yami tenía razón, siempre se salió con la suya —dijo Dani.
Los seres del consejo se miraron entre sí, y esta vez fue el humano el que habló:
—Te acompañaremos, no porque sea nuestra batalla, sino porque la llegada de aquel día se acerca y no podemos estar en este lugar.
—¿Por qué si sabían todo, no me atendieron de inmediato? —Preguntó, interesado.
—Porque se necesita tiempo para sanar un corazón —respondió el gnomo.
—Y el tuyo estaba roto —dijo el duende leprechaum.
—Pero lo sigo sintiendo roto —agregó Dani, con pesar. Sentía que iba a volver a llorar.
—¿Y qué herida no sigue doliendo cuando está en proceso de sanación? —Preguntó la vampiresa.
—Y aun cuando sane, una cicatriz siempre quedará marcada —observó el trol.
—Pero cuando la muerte nos alcance, eso ni siquiera será un recuerdo —dijo el elfo.
—Cuando llegues a tu posada, joven Dani, encontrarás un regalo de nuestra parte. No vas a esperar más de lo que hay que esperar, pero ten la plena confianza que estaremos en el momento indicado —dijo Ster.
—¿Y cómo sabré que ese momento ha llegado? —Preguntó Dani, sin entender.
—Los sabrás, cuando veas las estrellas caer del cielo —contestó.
—¿Y tú qué eres? —se atrevió a preguntar.
—Una estrella —respondió con pesar—, la última vez que estuve de pie en el espacio de la nada, estaba más decrépito y ruinoso de lo que puedas imaginar, así que fui transportado a este continente. Ya no soy tan viejo como solía ser. Cada mañana, estos hombres y mujeres del consejo suben las montañas y me traen una flor solar, lo que me ayuda rejuvenecerme cada día. Y cuando sea tan joven como un niño que nació ayer, me levantaré de nuevo, participaré una vez más en el maravilloso baile de los planetas.
—Siempre creí que una estrella era una enorme bola de gas llameante —dijo Dani, sorprendido.
—Una cosa es de qué está hecha y otra cosa es lo que es —dijo Ster, con risas—, todas las criaturas, incluso están hechos de ciertas cosas, pero el material de que están hecho no define lo que realmente es.
—Todas las estrellas que rigen un sistema son, de alguna manera, lo que es Ster —mencionó la cambiaforma con una sonrisa—. Pero seguramente no me están entendiendo —soltó una risa al ver la cara de confusión de Dani.
—Si Yami estuviera aquí entendería y me explicaría —refunfuñó.
—Pero no está —dijo el humano—, pero eso no significa que debas saberlo ahora. Así que, ve en paz joven Dani.
Dani salió de La Gran Corte, no sabía cómo, pero se había hecho de noche. ¿Tanto tiempo había pasado? Miró hacia atrás confundido, porque no le apreció demasiado tiempo, y suspiró. Ahora entendía porque demoraban tanto para atender una cita. El tiempo les jugaba en contra.
El consejo era lo que regía todo este lugar. No había un sistema de gobierno monarca, sino uno conformado por ancianos que discutían todo para resolver todo lo que estaba dentro de su territorio, y parecía irles bastante bien, en comparación a lo que había conocido en el otro continente.
Aunque era de noche, la plaza estaba iluminada, por flores amarillas brillantes, mágicas por supuesto, con formas acampanadas. No habían niños, pero si muchos adultos, la mayoría jugaban algún juego de mesa, cartas y otros incluso bebían. Por el sendero, las tiendas habían cerrado ya, pero como siempre, Lea estaba a la puerta de su casa esperando verle pasar.
—Espero haya tenido un buen día, señor Dani —dijo la joven bruja.
—Lo tuve, señorita, gracias por alegrarme siempre —respondió Dani, inocentemente, sin ver el sonrojo de aquella chica.
—¿Puedo acompañarle? Necesito comprar unas cosas en la posada y no sé si sea problema ir con usted —dijo ella.
—¡Pues vamos! ¡No es bueno que una dama esté desamparada por las noches!
La chica corrió adentro, tomó una canasta y una bola, se colocó una especie de chal sobre los hombros, y corrió al lado de Dani.
—¿Le gustó las manzanas?
—Ya le dije que me comería toda su tienda de ser posible —respondió él, con una amplia sonrisa.
—Puedo cultivarlas solo para usted —añadió ella, sonrojada.
Por primera vez, Dani notó aquel rubor. Le colocó una mano en la frente, lo que hizo detener a la chica instantáneamente.
—¿Te sientes bien? Pareciera que tienes fiebre, te veo roja —dijo preocupado.
La chica se asustó de eso, y con amabilidad le quitó la mano.
—No se preocupe, suelo ponerme de ese color cuando me siento bien —dijo ella.
—Luther puede revisarte, es un gran médico —dijo él, volviendo a caminar.
La chica dio unos pasos rápidos y cortos.
Cuando llegaron a la posada, Dani se detuvo de inmediato.
—¿Qué sucede? —Preguntó Lea preocupada al ver la expresión de preocupación de este.
—Algo ocurre —dijo, señalando la ventana donde reposaban él y Luther y los niños, justo la ventana que daba hacia la calle en la que estaban. En el interior, había una luz brilla blanquecina.
—Es magia —dijo Lea, frunciendo el ceño.
Los dos corrieron hasta entrar en la posada, y en zancadas subieron los escalones. Abrió la puerta con brusquedad. Dani sentía que el corazón se le saldría del pecho. Y estaba seguro de que se iba a morir si algo le había pasado a Luther y los niños, no podría soportar algo así.
Pero cuando la puerta se abrió de par en par, Luther estaba sentado en la cama con los niños dormido sobre el colchón. Y una esfera brillante de color blanca, se mantenía suspendida en el centro.
—Le dije señor Dani, que le tendría un regalo cuando regresara —escuchó la voz de Ster.
—¿Ster? ¿Qué haces aquí? —Preguntó Dani.
—Debe marcharse, su tiempo de irse de este lugar ha llegado —dijo la pequeña luz flotante—, los transportaré al lugar que deben ir, porque una oscuridad tremenda se aproxima. Bruja Lea, me temo decirle que debe acompañar al joven Dani, al Leprechaum Luther y sus hijos, tiene un misión que cumplir allí.
—Lo haré señor —dijo Lea, con una leve reverencia.
—Gracias por cuidar de Dani y los niños todo este tiempo, Lea, has sido una sierva muy útil —dijo Ster.
Dani y Luther vieron a la mujer, y ella sonrió.
—¿Por eso me regalabas todas esas manzanas? —Preguntó Dani.
—¿Por eso me permitía usar la vaca de su establo después que vendí la mía? —añadió Luther.
Lea asintió.
—Por eso, y por asuntos que no necesitan saber, pero sepan que soy su aliada. El señor Ster me pidió que les ayudara en este mes, y cuando supe la historia del señor Dani y sus hijos, me conmovió. Pero admiré más su fuerza.
Dani y Luter estaban impresionados. Y sin vérselo venir nadie, Dani abrazó a Lea.
—Gracias, realmente no tengo como pagarte por tu bondad.
—Déjeme servirle y será pago su deuda —dijo ella.
—Trato hecho —respondió.
—Bueno, no perdamos tiempo —dijo Ster—, tómense de las manos y carguen a los niños. Se viene el primer movimiento de la oscuridad y debemos darnos prisas, el Acantilado del Fin de los Mundos estará en aprietos...
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