Mordisquitos

Capítulo 26

En el tramo en dirección a la cabaña de la bruja Urasue, nunca esperaron encontrarse con un pequeño pueblo que, el reflejo de todos ellos era de cansancio, angustiados e invadidos con una pena que deprimía a cualquiera. Pese a que el lugar estaba lleno de colores, con rocas pintadas sobre las ramas de los árboles, pero también las que se hallaban esparcidas por el suelo; con árboles adornados con rubíes y diamantes, rostros pintados en sus troncos con caras alegres, locas, malhumorados y lloronas; casas en forma de conos, con tejados puntiagudos como sombreros de brujos, y con muchos colores en sus paredes, no asemejaba la apariencia de ninguno de sus habitantes que arrastraban cubos llenos de aguas y otros de tierra, para apagar lo que había sido una enorme fogata. Humo desprendía de ese punto, en el centro de la pequeña aldea.

Cuando los nativos que, interesantemente todos tenían el cabello rojo llameante y pecas sobre su rostros, notaron la presencia de los chicos, inmediatamente se helaron y el pavor llenó todas las expresiones.

-¡Largo de aquí, forasteros! -gritó un hombre en un extremo, fornido y con un arco y tres flechas, apuntando a todos ellos.

-Yo no haría eso si fuera tú -dijo Dani, con el ceño fruncido, dándo un paso enfrente de los demás.

-Venimos en son de paz -dijo Lance, con precaución.

Kimiko y Yami miraron a su alrededor con más detalle, y se dieron cuenta de que habían señales en varios puntos de que la aldea había pasado por un momento violento: en un lado, había una casa destrozada, en otros un negocio de frutas y hortalizas hecho trizas, señales de fuego y carbón sobre el suelo, pero justo debajo del pies de kimiko, esta observó que había un polvillo que había visto hace muchas horas atrás.

-Dani, Lance... -susurró ella, agachándose para tocar con su dedo índice el polvillo y llevarlo a sus ojos-. Miren...

Los chicos vieron el dedo de Kimiko, y se dieron cuenta de que se trataba del polvo alquímico de los cazadores.

-Fueron atacados -dijo Yami, señalando hacia la fogata, en el que si se miraba bien, habían presencia de huesos humanos sobre la madera apagada.

-¿Los cazadores? -Preguntó Dani, todos asintieron.

Sin emabrgo, el hombre que les había amenzado, al ver que estos parecían planear algo, pues se habían reunido a susurrar, no dudó en enviar las tres flechas hacia ellos.

En un giro rápido, Dani colocó su antebrazo enfrente, y un campo protector apareció, repeliendo las flechas. Hubo muchos "¡Oh!" en ese momento. Notaron los aldeanos circundantes y que, poco a poco, parecían llegar más. Estaban pálidos y asustados.

"Son hechiceros"

"Es brujería"

"¿Moriremos?"

"Ellos vendrán otra vez y entonces..."

Aquellos comentarios llenos desesperación y pánico, parecían un murmullo agonizante a los oídos de todos ellos.

-Deben marcharse, ¡ahora! -rugió el hombre del arco y flecha.

-No podemos -dijo Dani, con el ceño fruncido-. Debemos ir a un sitio que, por desgracia, está justo atravesando este lugar...

-Tendrán que rodear al bosque, hasta las Montañas del los Lamentos y llegarán a su destino -respondió el hombre, con mirada fría.

-Eso nos tomaría cinco días de viaje y no tenemos tanto tiempo para desperdiciar -señaló Kimiko, un poco intimidada por la forma en como los aldeanos les observaban.

-No hay otra manera -contestó el pelirrojo. Su mirada estaba llena de violencia y enojo.

-Si la hay -dijo Lance, con valentía-. Y es atravesando esta aldea. Y lo haremos... Lamento lo que ocurrió aquí, pero no nos concierne en lo absoluto. Nuestro camino no tiene que concernirles a ustedes tampoco.

El hombre le miró desafiante por un momento. Una mujer se le acercó al oído y le surró algo. El hombre, de inmediato, cambió su postura amenazante.

-¿Poseen magia? -Preguntó.

-Sí -respondió Dani, orgulloso-. Y soy el más fuerte de todos ellos -se enorgulleció. Yami asintió, apoyándole la mentira, mientas Kimiko miraba a Lance, y este le susurraba que le siguieran la corriente.

-Entonces, ustedes pueden ayudarnos con algo -dijo el hombre.

-¿Con qué? -Preguntó Dani-. Podrían salirles caros los trabajos peligrosos.

Kimiko estaba que lo abofeteaba, pero no mencionó nada.

-Me llamo, Gorgo y soy el líder de este lugar. Necesitamos de su ayuda -explicó-. Hay una pila de micones en esta área del lugar que nos han estado amenazando desde hace muchos años. Necesitamos que se encarguen de ellos.

-¿Micones? -Preguntó Lance, mirándo a Yami y a Kimiko. Dani también les miró.

-Los micones son criaturas del bosque en forma de setas gigantes -dijo Kimiko.

-¿Entonces son cosmetibles? -Preguntó Dani, sonriendo.

-Solo si quieres morir -añadió Yami, risueña-. Son venenosos y carnívoros...

-Está decidido, entonces... rodearemos la aldea y llegaremos a la casa de la bruja esa sin problemas, un par de días más o menos no hacen diferencia, ¿está bien? -Dijo Dani, nada de acuerdo con el trabajo.

-¡Claro que no! -chilló Kimiko-. Debemos ayudarles, pero...

La chica alzó luego la voz:

-¿Por qué les atacan? Usualmente los Micones no son agresivos, a menos que se interpongan en su territorio o que se les agredan de alguna forma.

-No lo sé -respondió Gorgo, acercándose un poco a ellos-. Esta aldea está construida desde más de veinte años. Y desde hace unos meses nos han atacado. Todo este desastre lo causaron ellos.

Kimiko miró a Yami y a Lance, y estos asintieron. Por supuesto, Dani no tuvo idea de lo que ellos pensaban.

-Les ayudaremos -dijo Lance, finalmente-. A cambio nos gustaría que nos ayudaran con hospedaje, comida y agua para lavarnos.

-Trato hecho -dijo Gorgo, con una amplia sonrisa.

Luego se dirigió a todo el pueblo:

-Aldea Rojiña, amados del Fénix, Renacidos de entre las Cenizas como nuestro amado Fénix... estos visitante nos ayudarán con la plaga de micones del bosque -todos se vieron los rostros, con sorpresa reflejada-. A cambio, les daremos comida, hospedaje y agua en su estadía.

Por un momento hubo un silencio incómodo, y segundos más tarde, una oleada de aplausos y rostros alegres. Pero, más allá, había un grupo que no parecía tan contento con lo que se designaba. Lance, Kimiko y Yami percibieron esto.

Durante el día, habían recibido todo lo que se les había pedido. Era interesante ver, que pese a que estos le ayudarían con la plaga de micones, estos habían decidió darle alojamiento en una casa en pésimas condiciones, con agujeros en el techo de paja, el suelo de madera tenía una gruesa capa de polvo, y todo lo que estaba en su interior parecía podrido. Algo que comprobaron cuando Dani se sentó en una de las sillas de lo que había sido un comedor, y terminó desplomándose contra el suelo, chillando de dolor. Por suerte, tenía a Yami quien se encargó de consolar el drama que este tenía.

Kimiko, apenas entró, solo suspiró al ver el desastre de lugar que le habían designado.

-No sabía que el desprecio llegaría tan lejos -comentó Lance, decepcionado.

-Nada que podamos resolver -dijo Kimiko, con una amplia sonrisa.

-¿Qué te parece si me encargo de la fachada y tú de la limpieza? -Preguntó Yami, eufórica, por poder demostrar sus habilidades creativas.

Kimiko aceptó encantada.

Así, Yami en un cántico en latín, comenzó a duplicar la paja del techo para arreglarlo por completo. La madera del suelo crujió, y en un instante, la que podía ser salvada se lijó y se colocó una solución que permitiera pulirla. Las que no, eran remplazadas desde el suelo. Tomando uno de los enormes árboles que arropaban al costado de la casa, construyó con este las piezas que necesitaban para los muebles y las camas, y del suelo resurgieron rocas que entraban por la puerta, danzando en el aire para apilarse hasta construir una cocina, con fogón. Dentro de esta, la madera podrida se amontonó para servir de carbón. Menos mal los calderos y utensilos de cocina, aunque sucios, estaban allí.

Una vez Yami terminó, Kimiko fue la segunda, pidiendo a todos que salieran. Por supuesto lo hicieron, pero se alejaron a bastantes metros de la casa, justo en donda había estado el árbol recién cortado por Yami, que les sirvió como un medio donde sentarse. Desde su perspectiva a aquella casita, una capa de polvo salió por la puerta y las ventanas, como cuando alguien tiene polvo en su mano y decide soplársela a alguien para gastarle una broma. Bueno, aquella casa parecía tenía respiración propia, pues le apreció que incluso, estaba tociendo por sí sola.

Minutos más tarde, agua salía de esta, mezcladas con pompas de jabón. Y lo que parecía increíble, entonces ocurrió: El olor de la casa había cambiado por completo, el piso de madera brillaba, las paredes tenían pintura nueva y seca, las piedras de la cocina habían dejado los rastros de tierra del campo, y todos los muebles y los utensilios de cocina, parecían nuevo.

-Deberían dedicarse a resolver los problemas de viviendas de las personas -dijo Lance, maravillado.

-Seríamos ricos -argumentó Dani-. ¿No han pensado...?

-No, Dani, ni lo haremos -argumentó Kimiko, ante la bobería que iba a decir-. Esto solo son casos de emergencia. No pretendo gastar mi talento en algo como esto. ¡Que feo caso!

-Yo sí lo hiciera, pero mi magia solo sirve para construir no limpiar cosas -dijo Yami, lamentándolo.

-Bueno, me ahorrarás mucho trabajo cuando vivamos juntos -soltó Dani, sin pensarlo demasiado.

Lance y Kimiko vieron a la pareja, y se dieron cuenta que Yami estaba enrojecida. Dani ni siquiera se había dado cuenta de su propia afirmación.

-¿Quieres vivir conmigo? -Preguntó ella, tímida, por primera vez.

Dani se volvió para verla, y viéndola allí, notó su vergüenza y su propia postura corporal, y carraspeó. Había hablado de más, pero le fue tan natural decirlo, que no pensó en ello.

-Claro... bueno, solo sí tú quieres y me lo permites -dijo, masajeándose la nuca, un poco incomodado.

Yami sonrió, y se acercó lentamente y le besó en los labios. Fue un beso tierno. Dani le correspondió, y quiso que durara más, pero la chica dejó de hacerlo para enterrar su cabeza en su pecho y abrazarlo.

Ver aquella escena, le hizo a Kimiko entristecerse un poco. No lo había comentado, pero desde que había conocido a Tsukine y desde que habían emprendido su camino, no dejaba de pensar en él. Quería saber cómo le iba en su viaje, si estaba seguro, si comía bien, si dormía bien y sobre todo, si le pensaba.

Sintió la mano de Lance en su espalda, consolándola, y le miró agradecida. Él no necesitaba saber qué le pasaba, intuyó el breve decaimiento de la chica al ver a Yami y a Dani de esa forma.

La noche había caído, y sobre uno de los taburetes estaba toda la comida que los aldeanos le habían traído. Lo interesante de aquel momento era, que todos estaban ayudando para preparar la cena, antes de adentrarse al bosque como había prometido. Dani estaba a cargo de pelar las patatas, mientas Lance se encargaba de desplumar un pollo entero. Yami peleaba y cortaba el resto de las verduras, mientras Kimiko amasaba una especie de harina sobre un tazón.

-¿Cuál es tu historia, Yami? -Preguntó Kimiko curiosa, cuando vio a la chica hacer un trabajo sin magia de forma perfecta, con las verduras.

La chica la miró sorpresiva, de todas las preguntas inimaginables, nunca creyó que le preguntaran aquello.

Evidentemente, Lance y Dani miraron a la chica con atención.

-Yo quiero oírla -dijo Dani, tratando de darle ánimos.

-Bueno, yo... -titubeó ella. Respiró profundo y dijo-. De niña fui una sierva. Una plebeya extranjera del reino Amatista -afirmó-. Mis padres me vendieron cuando era joven, para poder sustentar al resto de mis hermanos, en el reino Elfíco del Oeste -Las miradas alegres de sus compañeros, pasaron de esa emoción a una más nostálgica; al parecer, no creían que la alegre y disparatada chica podía llevar una vida así-. Bueno, ya saben, es normal en el reino Elfíco que vendan a los hijos como siervos si necesitan dinero para vivir.

-El trabajo de un elfo que ha sido vendido, es servir a la familia que le compró...

-¿Cómo un esclavo? -Preguntó Lance, compungido.

-No -dijo ella-. Un esclavo no debería recibir pagos por su trabajo, un siervo, recibe pago por sus servicios. Solo que, en nuestro reino, dicho pago lo recibe la familia que entregó como siervo a uno de sus hijos. De esa forma, podrán mantenerse.

-Suena cruel -dijo Kimiko.

-Lo es -afirmó ella, sin dejar de hacer su tarea y sin mirarles-. Cuando cumplí los quince años, decidí marcharme. El hombre de aquella casa quería comprometerme con un asqueroso enano de la región oscura. Por supuesto, esta dulce morena no se iba a ir con alguien de esa clase -dijo ella, haciendo sonar el corte de su cuchillo con la tabla. Tenía rabia-. Así que decidí irme. En el camino, me encontré a la Madre Saya.

Detuvo lo que hacía, y sonrió por lo que su mente estaba imaginando en ese momento.

-Ella me contó que, había perdido a su esposo hacía mucho tiempo, y que diez años después de su muerte, murieron sus hijos. Todos los que amó y consideró como familia, habían muertos. Enfermaron y perecieron. Por supuesto, aquello me era ajeno por completo. No tenía familia, y la única que se le parecía, me usaba como queria, una sierva. Ella me adoptó en ese momento, me explicó que, al ser una elfina, había sangre mágica y de la más pura en mis venas. Me enseñó lo que ahora sé, hasta que unos años después me dijo: "Anda, vuelve a la casa de tu parentela; que Gaia haga contigo misericordia, como la ha hecho con los muertos y conmigo."

-Por supuesto, escuchar lo que decía me fue devastador. Yo no quería regresar a las tierras elfícas, quería quedarme con ella, así que le dije: "No me ruegues que te deje y que me aparte de ti; porque a donde quiera que tú vayas, yo iré, y donde quiera que vivas, viviré contigo. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios, Gaia, será mi Dios -La chica le brillaban los ojos en ese momento, y miró a Kimiko directamente-. Como debes de saber, las tierras elfícas adoran y veneran y rinden culto a una amplia variedad de deidades de diferente poder y temperamento; representan tanto los aspectos positivos, como los aspectos negativos del mundo.

-Sí -afirmó Kimiko-. Son seres que están divididos en dos esferas principales de influencia y ninguna de ellas tiene predominio sobre la otra. Esto está condensado en el conocimiento élfico que dicta que debe existir una armonía entre la naturaleza de la luz y de la oscuridad del espíritu élfico.

-Es así -afirmó Yami-. Los cadai gobiernan los cielos, los Cythari gobiernan el inframundo, y otros menores que son parte de la naturaleza.

-¿Por qué decidiste seguir a Gaia, en vez de aquellas deidades inculcadas? -Preguntó Lance, curioso.

-Porque con la Madre Saya comprendí que, creer no es solo creer. Es buscar el conocimiento de lo que se cree para tener convicciones reales sobre lo que digo que creo. Es experimentar una relación tal, como si fuéramos Clymuwaedes -miró a Dani, en ese momento-. La Madre Saya no solo me mostró todo eso en Gaia, sino que me hizo vivirlo. Y ahora sé, que ella está por encima de las deidades elfícas y de todo lo que pudiera decir que existe.

-Y de lo que no -agregó Lance, con una sonrisa.

-Y de lo que no -afirmó ella, devolviéndole la sonrisa-. Lo cierto es, que viví todo ese tiempo con Saya, hasta que apareciste tú y Tsukine en aquella cabaña.

-Espera... todo ese tiempo... ¿En esa cabaña vivieron tú y Saya?

Yami asintió.

-Sabía de lo que yo formaba parte dentro de los planes de Gaia. Saya me lo hizo saber, y solo estaba la espera del momento. Cuando ustedes llegaron, supe que era momento de alejarme de quien fue mi madre y mi amiga realmente.

-Por eso proteges esa casa de los forastero -cayó en cuenta Lance. Ella afirmó-. Pero, entonces, ¿por qué deseas llevar las gemas a los reinos que pertenecen?

-Porque ese el último paso para cumplir mi destino y enfrentar mi pasado -dijo ella-. Gaia no deja nunca nada a medias.

Dani se había levantado, y rodeó con sus brazos a la chica. Ella dejó caerse sobre este, confiada en que no la dejaría caer, y así fue. Lo mejor que ahora tenía, era Dani sin duda alguna.

-Te amo... eres la mujer más valiente que conozco...

-Gracias -le dijo ella, y le sonrió.

No hubo necesidad de hablar más. Aquella conversación parecía haberle sumido más, pero no era porque no hubiera diferencias, sino que tenían algo en común: Gaia y sus propósitos.

La comida se degustó como nunca, en ese momento. Y con fuerzas recuperadas, y luego de un buen rato de lavado por parte de todos, decidieron salir como nuevos de aquella casa. Lo bueno de aquel sitio alejado de todo el campamento, es que tenían acceso rápido hacia el bosque. Kimiko les comentó, que los micones eran seres que salían de noche y que preferían la humedad, así que debían encontrar una fuente de agua cercana. Yami, era la mejor para ubicar cualquier cosa dentro de la naturaleza, así que murmuró algo en una lengua extraña que, definitivamente no era latín, y flores nocturnas, con formas de trompos brillantes de color azul, salían del suelo formando una especie de tramo para seguir.

Resultó que había un río, bastante alejado de la aldea, y no aprecía encajar la distancia con el sitio en el que vivían los micones. Y es que, para poder aterrar una aldea entera, habían creído que se debía a que su construcción estaba sobre el terreno de estos. Pero no era así.

Permanecían ocultos entre los matorrales, y otros sobre algunos árboles, cuando al otro lado de la orilla del río, vieron sombras que se levantaban y hacían ruidos extraños. Se acercarón al río y se inclinaron a beber agua, mientras otros se zambullían y pescaban algunos peces, los cuales atrapaban con sus bocas. Definitivamente eran micones, tenían formas de setas, pero eran grandes, tal vez de un metro y medio, y otros parecían alcanzar estaturas más grandes que la de ellos. No tenían manos, pero si pies enformas de raíz interesante. El hongo sobre su cabeza, era varido según el Micón, pero juntos era un espectaculo. También se notaban algunos dientes filosos.

-Algo no me cuadra en todo esto -dijo Kimiko, todavía sin entender.

-Creo que algo nos ocultan esos aldeanos -dijo Lance junto a ellos.

Desde el suelo, vieron a Yami y a Dani en los árboles, y hacían señas preguntando qué debían de hacer. Pero antes de que pudieran responder algo, una lluvia de flechas salió disparadas por un costado.

Por supuesto, Dani se encargó de proteger a Yami con la aparición del campo protector que sabía hacer. Y Kimiko hizo lo mismo para proteger a Lance. Observaron, sombras sobre un montículo de tierra, eran varios según podían ver. Y apenas las flechas menguaron, Lance se levantó y corrió en zigzag, esquivando los obstáculos naturales en dirección a las figuras. Saltó en el aire, y sacó un pequeño cuchillo de su costado, con una forma en su mano dispuesto a cortar a alguien.

-¡Lance, no! -escuchó la voz de Kimiko por detrás, y eso fue suficiente para detenerse.

Su cuchillo estaba centímetros de lo que parecía ser apenas un niño de doce años, en su garganta. Estaba asustado y temblaba. A su lado, estaban otros tres chicos como él, uno más grande y uno último que, parecía ser el padre de estos. Todos de cabelleras rojas y pecas, con ojos azules. Y allí los reconoció, era el puñado de gente de la aldea que les había visto de mala forma cuando aquel líder les explicaba sobre el trato.

-¿¡Cuál es su problema!? -Preguntó Dani, saltando desde uno de los árboles enfurecido-. ¡Casi hace que matemos a uno de esos niños! -rugió.

-Queremos que se vayan -dijo el chico que, seguramente tenía unos dieciséis años-. No tienen porque matar a los micones.

-¿De qué hablas? -Preguntó Yami, llegando con Kimiko-. No se supone que ellos están aterrorizando la aldea.

-Eso es mentira -dijo el hombre mayor. Lance se acomodó, quitando el cuchillo sobre la gargante del niño que se cayó al suelo, sin que las piernas le responideran del miedo. Lance no guardó el cuchillo.

-Cuéntenos lo que está pasando, realmente -añadió Kimiko, con los brazos cruzados-. Son los aldeanos, ¿cierto?

El hombre asintió.

Un Micón de un metro apareció detrás del hombre. Parecía temeroso, peor al mismo tiempo bastante amigable, cuando saludo a todos ellos.

-Los miciones han vivido mucho tiempo en este lugar -dijo-. Ellos son dueños de estas tierras, incluso más viejos que nuestra aldea. Los aldeanos creen en el Fénix del Renacimiento, como una criatura a la que venerar. Yo y mis hijos, conocimos por un forastero, hace mucho tiempo que había un ser más fuerte...

-Gaia -dijo Dani, con una sonrisa boba-. Rescató a mi mujer -admitió con orgullo. Yami le sonrió devuelta.

-Sí, Gaia, desde entonces los aldeanos nos han marginados y nos han hecho vivir en la orillas de las aldea, como ha ustedes en esa casa podrida -dijo el hombre.

-Pero vimos los desastres del pueblo -dijo Yami, sin entender todavía el asunto.

-Sí, y eso fueron los cazadores del reino Diamante. Había un jovencito de todos ellos que fue atroz con toda la aldea. Arrastró mujeres, niños y hombres a la entrada, y los torturó a todos para saber si existía rastro de magia en el pueblo.

-Lamentablemente, Christine y Grete, dos chicas de nuestra aldea se vieron involucradas cuando confesaron no solo que tenían magia, sino que habían visitado un aquelarre cerca de este lugar. Cuando los cazadores llegaron al aquelarre, encontraron que esos brujos y brujas parecían estar en pleno acto de sacrificio al Fénix del Renacimiento, en plena danza en honor al rocío lunar.

-Ya entiendo -dijo Yami, como si algo se le hubiera escapado-. Esta aldea en la que estamos, es la Aldea Norteña de Ober. Es la única aldea de la que he oído hablar que adoran al Fénix del Renacimiento. Pero, el aquelarre que aquí habitaba era fuerte.

Todos los pelirrojos asintieron.

-Pero el aquelarre no supo que llegaría el centenar de cazadores del reino, haciendose pasar por un grupo de vendedores nómadas que iban de aldea vendiendo hortalizas. Los quemaron a todos. Quince personas: ocho hombres, seis mujeres, en donde estaba Christine Teipel y Grete Halman -aclaró el jovencito de dieciséis.

-¡Qué barbaridad! -soltó Kimiko sin poder creerlo.

-No te compadezcas demasiado, Kimiko -dijo Yami, suspirando-. Por lo que logro entender, si estaban en pleno sacrificio orito de culto al Fénix del Renacimiento, como dicen, iban a asesinar personas, ¿no?

Todo el grupo familiar asintió. Evidentemente, Dani, Lance y Kimiko, estaban desconcertados.

-Por eso les decía... esta aldea ofrece sacrificios humanos para venerar al Fénix del Renacimiento... No hay diferencia de lo que hacen los cazadores, con la convicción de querer purificar la tierra -afirmó Yami.

-¿Pero que relaciona todo esto con los micones? -Preguntó Lance, esta vez.

-Ellos están sacrificando ahora a los micones. Resulta que, parecen ser buenos sustitutos de sacrificios para el Fénix del Renacimiento. Nosotros los protegemos. Este pequeño que está aquí con nosotros -dijo el hombre, señalando al Micón que ahora estaba enfrente intentando agarrar la mano de Yami, pero esta le miraba fingiendo ternura-, se llama mordisquitos. Él iba hacer el siguiente sacrificio.

-Lo cierto es, que ellos se han estado defendiendo de los ataques que nuestro pueblo les ha hecho, y han estado robando a algunos niños -dijo el chico de diecisies.

-¡Pero eso no es bueno! -soltó Dani.

-No, no lo es -afirmó el hombre-. El asunto es que solo se llevan a uno por cada miembro que ellos pierden.

-¿Ojo por ojo, diente por diente? -susurró Kimiko, sin podérselo creer.

-No -dijo el hombre-. Venga a ver...

Los cincos pelirrojos los condujeron por una pequeña colina, un tanto escarpada y peligrosa que debían subir con las manos, pero que Kimiko se encargó de que aquello fuera más sencillo, la hacerlos flotar a todos hasta la cima. Y una vez allí, lo que vieron en un muro, en el interior de una cueva que Kimiko iluminó con magia, fue impresionante: Habían figuras de niños dibujadas en esta que, parecían bailar alegres con dibujos de micones, y luego parecían ser llevados hacia otro punto. No supieron cómo ni en qué momento, pero los dibujos comenzaron a moverse por sí solos, como si esperaban que alguien viniera a verlos para contar la historia.

Los dibujos empezaban danzando con los niños, luego corrían hacia otro punto y allí, los rayos de la luna se posaban sobre ellos y se convertían en micones. Y todos se alegraban por el nuevo miembro a aquella tribu.

-No puede ser... -dijo Kimiko-. Ellos son...

-Los niños -Yami estaba tan escadalizada como los demás.

-Sí, y nuestro pueblo los asesinan para ofrecerlos al Fénix del Renacimiento -dijo, aquel hombre-. Mordisquitos es uno de mis hijos que ellos tomarón, cuando el primer sacrificio de uno de ellos ocurrió.

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