La Madre Saya
Capítulo 7
El silencio era lo que la joven Iris Elisa Edevane Fairy había estado experimentando desde que había sido llevada en cautiverio. Se sentía débil, agotada, y con mucha pena. El último recuerdo que había tenido de su mundo, era sus propios gritos pidiendo ayuda en el río Everdeen de Fairyhow. Había tenido 14 años cuando había sido secuestrada.
Y aunque no lo parecía, disfrutaba demasiado cuando los sirvientes se presentaban para llevarle la comida o atender algunas de sus necesidades más básicas, como en aquel momento:
—Princesa Iris, ¿quiere que le trence el cabello? Hace mucho que no se lo ha trenzado.
—No entiendo el motivo de mantenerlo arreglado si al final no se lo luzco a nadie, Sybil —respondió ella, con toda la convicción posible.
—Es eso cierto, pero no tiene por qué hacerlo por nadie. A veces, somos nosotros lo único que necesitamos para sentirnos bien —dijo Sybil, peinando en ese momento el cabello rubio platinado de la princesa—. Hágalo por usted y por no darles el gusto de sus enemigos verla derrotada.
—¿Derrotada? ¿Y acaso ya no lo estoy? A dónde sé todavía sigo aquí enjaulada como un animal —respondió, dándole una mirada triste a Sybil con sus ojos azules, como un claro manantial en el desierto.
—Nunca se es derrotado cuando se tiene vida, princesa —contestó Sybil, comenzando a trenzar el cabello aunque esta no le había dado consentimiento.
—Lo estás haciendo, ¿verdad? —Preguntó la princesa, cuando sintió los dedos suaves de Sybil en su cabello, en una tarea detallada.
—Sí, princesa, acabo de recordar que a veces no necesitamos pedir permiso si lo que vamos hacer es un bien para otros —dijo ella.
—¿Por qué siempre tienes que ser tan obstinada y tan veraz? No puedo luchar cuando considero que siempre tienes la razón.
—Por eso es que siempre pide que me traigan, ¿le gusta mi compañía? —inquirió ella, con mucha curiosidad.
—Eres lo único que me mantiene viva y con esperanza, Sybil… han sido 10 años en este lugar. No estoy segura de ser quien era antes —dijo ella.
—No es la misma. Todavía recuerdo la pobre niña que llegó acá y lloraba todas las noches. A veces extraño sus arrebatos de emociones —dijo Sybil, recordando la primera vez que había traído a Iris.
Iris se calló. En ese momento, mientras meditaba las palabras de Sybil, debía darle la razón. Seguía teniendo su figura esquelética y pequeña, aunque poco más grande que cuando tenía 14 años. Pero solo un poco. Su cuerpo vibró cuando los dedos de Sybil pasaron por su espalda, justo a la altura de donde debían estar sus alas, pero cuando fue atrapada le habían sido arrebatadas para evitar que escapara. Las alas de un hada eran la fuente mágica de todos ellas, y sin estas, ellos eran lo mismo que un ser humano, pero peor, porque eran incapaces de igualar la fuerza física de ellos, incluso. Dependían demasiado de la magia y la fuerza de sus alas.
Por otro lado, llevaba un bonito vestido de color dorado hasta sus rodillas, pero descubierto en sus hombros. En su cuello, un collar de oro brillaba, al igual que la corona sobre su cabeza y las pulseras de su muñeca. Y para más excentricidad, a la altura de su cabeza, al costado de su cabello, llevaba flores que la adornaban. Lo interesante era, que las flores, pese a ser reales, no marchitaban jamás en el cabello de un hada. Eran dadores de vida.
—Era tan dulce como una cereza —dijo Iris—. Ahora soy más bien, tan agria como una Fresa.
—Depende de la fresa —replicó Sybil—. No todas las fresas son agrias, y, algunas lo son, pero sin perder su dulzura.
—¿Eso que significa, entonces? —Preguntó la princesa con el ceño fruncido.
—Significa que todavía hay esperanza. Y mientras haya vida, hay esperanza princesa Iris.
Iris suspiró y asintió. Ya no quería hablar. Le encantaba Sybil, pero a veces odiaba que pareciera tener respuesta para todo. ¿No podía simplemente callarse por una vez? Se sintió peor al sentirse de esa forma con la sirvienta. La verdad es que Sybil era su única amiga, o lo más cercana a una madre que había tenido en esos 10 años.
Entonces, el estruendo de las enormes puertas de la habitación se escuchó. Seguido, los pasos de dos personas muy apresuradas, y los griteríos de una chica que, Iris sabía muy bien que se trataba de la hija del rey.
—¡Diana! ¡Te he dicho que te largues a tu cuarto! ¡Me tienes cansado! ¿¡No fue suficiente con el espectáculo estúpido del reino Zafiro y su mediocre príncipe!? ¡Y esa reina! ¡Ha! ¡Juro por Gaia que voy a matarla!
—¡¿Matarla!? —rugió Diana—. ¡Parecías un borrego en ese lugar! ¡Dejaste que nos humillara como si no fuéramos nada! ¡Dale valor a tu reino, dale valor a tu gente, dale valor a tu hija!
Finalmente llegaron hasta la enorme Jaula de hierro en el que mantenían cautiva a Iris. Sybil, quien había terminado de trenzar los cabellos de Iris, salió de inmediato de la jaula y corrió fuera de aquella enorme habitación dentro del palacio. Los ojos de Iris se posaron en la figura del rey Clisius y la princesa Diana. Como pudo, se levantó de su aposento y se alzó de forma elegante y majestuosa, sin bajar el rostro, al contrario, mantenía su mentón en alto.
—Tantos años y ella mantiene su postura como si todavía fuera de la realeza y no una cautiva —dijo Diana con desprecio.
—Eso es lo que la diferencia a ella de ti —dijo Clisius, con mucho enojo—. Ella, aunque ha tenido el tiempo suficiente para dejar sus principios, para temer y comportarse como una víctima, aun estas condiciones se muestra como una princesa. Tú, siendo una princesa y no estando cautiva, te comportas como una niña.
Diana abrió los ojos, iba a decir algo, pero su cara se enrojeció y apretó los dientes.
—¡Eres el peor papá del mundo! —Gritó y comenzó a correr con sollozos.
No fue hasta que se escuchó la puerta cerrarse, que el rey Clisius habló, dirigiéndose a Iris:
—Lamento su comportamiento, princesa —comenzó, pero Iris no respondió—. Quiero recordarle que si aceptara ser mi reina, estaría fuera de esta Jaula —agregó.
—Hay cosas como esas que te hacen pensar en la muerte como la mejor opción —respondió ella.
—Lamentable —dijo él, quien en realidad admiraba la belleza de aquella hada—. Sería capaz de darte todo…
Iris no respondió.
—He venido a ti con dos asuntos —comenzó a caminar alrededor de la jaula con lentitud, sin perder de vista la figura de la princesa. Pero, ese no era el problema. La mirada de ese hombre reflejaba un deseo tal, que casi Iris podía palpar la locura propio de él—. ¿Conoce a la madre Saya del reino amatista?
Iris no pudo evitar levantar las cejas por la pregunta.
—La madre Saya es el oráculo de este siglo. Todos la conocen, hasta usted —dijo ella.
—Tienes razón… pero quisiera saber más bien, si ella proviene o tiene lazos con tu reino. ¿Qué sabes exactamente?
Iris no dijo nada. Se planteó en ese momento no decir nada a ese hombre que era capaz de hacer lo que quisiera por tener el poder de Fairyhow. Entonces, al ver la actitud de la princesa, el rey se detuvo en una parte de la Jaula, y sonrió con malicia.
Sin decir nada, tomó de las orillas de la Jaula de hierro, un polvillo negro que no era más que Hierro molido. Y sin previo aviso, lo arrojó sobre los pies de la princesa. De inmediato, esta intentó saltar pero la velocidad de reacción no fue suficiente, y el la tocó. Comenzó a gritar pues, la debilidad de las hadas era el hierro. Cada mota de hierro que cayó sobre su piel se calentó al rojo vivo, de modo que, no tardó mucho para causarle a la princesa severas quemaduras sobre la piel de sus pies.
—¡Bestia! —Gritó ella—. ¡Rufián del demonio!
—¿Demonio? —siseó él, suficientemente alto para ser escuchado—. Creo que ellos me temen —agregó—. Yo que tú, comenzaría a responder si no quieres recibir esto —mostró otro puñado de hierro molido en sus manos—, en tu hermoso rostro.
—No serías capaz si me quieres como tú reina —dijo ella, asustada.
—¿Capaz? No me conoces… Lo que hoy quiero, sino afloja, termino destruyéndolo. Asi, sino es para mí no sería para más nadie —respondió.
Iris podía ver la verdad delante de sus ojos. Aquel hombre era despreciable, desagradable y tan ruin que sintió nausea de su pobre alma.
—La Madre Saya —empezó—. Es una criatura nacida de un poderoso mago y un hada. Sus poderes fueron dados por la misma Gaia. Nació en el principio de este siglo, vivía en una pequeña cabaña a las afuera de Fairyhow con sus padres. Un día, un cambiante en lobo atacó a la familia una noche en la que ellos habían celebrado el cumpleaños de la niña. Ese día, habían invitados sus amigos más cercanos, entre humanos y hadas, pero lo que no sabían es que habían sido vendidos por uno de los humanos amigos de la familia —parecía trasladarse a otro mundo mientras hablaba—. El humano lo hizo por dinero y por ganar favor con gente del reino. Lo que no sabía es que en realidad buscaban destruir a la familia porque de ella iba a proceder la única que afirmaría la salvación del mundo. Creían que, sin profecía, no podía haber cumplimiento de la misma. Por eso, durante la celebración de su cumpleaños número ocho, todas las comidas estaban alcoholizadas y mezcladas con Ácara. De modo que todos ellos durmieron demasiado profundo.
—Los padres fueron los primeros en caer profundamente, mucho antes que la niña. Ella, como tenía por costumbre jugar sobre el tejado antes de dormir, se quedó dormida allí. Cuando despertó, encontró a sus padres muertos en la sala, desgarrados y mutilados. El hombre que les había vendido también estaba allí y sacaba los cuerpos. Fue ese hecho de ver aquellas escenas que activaron los poderes de la niña. Y sin saberlo, dieron inicio a la vida del oráculo del siglo: La Madre Saya. No sé más nada sobre ella.
—¿Segura? —dijo, alzando la mano, mientras veía como Iris se arrastraba por el suelo para llegar a su cama, en el centro de la jaula, y buscar apartarse de ese hombre.
—No, hay algo más —la voz de Iris parecía complacida esta vez. En realidad, aquella era el cuento que escuchaba de niña para no confiar en los humanos. Era una leyenda de su propio reino—. Saya es la única que tiene la llave para iniciar el amanecer de las especies —dijo—. Pero… hay un hombre, humano, el único capaz de guiar a los escogidos.
—¿De qué me hablas exactamente? —Preguntó el rey confundido.
—Dentro de pocos se desatará una fuerza incontrolable, y tan descomunal, que todos los reinos estarán en peligro de ser extintos. Si no se le detiene, ninguno de nosotros verá un mañana —dijo ella, jadeante y ahora sudando, viendo que sus pies estaban negros y sangrantes.
—¿Qué tipo de fuerza? —Peguntó.
—Aquella que había sido la mano derecha de Gaia —dijo ella, con llanto ahora pues no aguantaba el dolor—. El Nihilismo.
El rey iba a obligarla hasta la muerte que siguiera hablando, cuando de pronto las puertas fueron abiertas y muchos de sus hombres entraron.
—Mi rey —dijo uno de ellos—. Hemos hallado al vampiro impuro y la dragona.
El rey Clisius abrió los ojos, y ese comentario fue suficiente para dejar de mirar a la princesa sollozante de la jaula para dirigirse a sus hombres.
—¿En dónde?
—Fueron vistos en el reino Zafiro —dijo el mismo que había hablado la primera vez—. Dicen que ha robado la gema Zafiro.
—¡Malnacido! —Rugió el rey—. No solo robó nuestra gema sino que ha robado la del reino Zafiro. Aunque… —sonrió mientras meditaba—. Eso pone al reino Zafiro vulnerable. Además, también supe que la gema amatista fue robada por un esclavo. ¿Es factible hacer un ataque al reino Zafiro y Amatista ahora que no poseen la gema?
—Mi señor, he escuchado que el reino Zafiro no necesita de la gema, cuenta con un mago tan poderoso como la gema misma…
Las risas de Iris resonaron. El rey se volvió a mirarla. Parecía complacida, aunque gotas de sudor llenaban su rostro enrojecido.
—El mago del siglo —dijo—. La reencarnación de Merlín…
—¿De qué hablas? —Preguntó sin saber.
—Que tu muerte está pronto en llegar —dijo ella.
El rey apretó los puños. Negó con la cabeza con una sonrisa maliciosa y sin previo aviso tomó toda la cesta de hierro molido y la lanzó sobre Iris. En un segundo, el cuerpo de la princesa se incendió, los gritos de horror llenaron toda la habitación.
El hombre escupió al suelo, y se volvió dejando el cuerpo en llamas dentro de aquella jaula.
—Si muere, que retiren el cuerpo. Si no lo hace, será una pena porque sufrirá mucho —dijo él, saliendo de la habitación.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top