La era de los dioses
Capítulo 58
—¿Están seguros de que deberíamos estar aquí? —La pregunta surgió de un chico no menor de doce años, con los harapos de un mercenario, botas de cuero alta y con el cabello tan rubio que parecía oro mismo. Los ojos azules semejaban al cielo claro de una mañana sin nubes, y las mejillas coloradas hablaban del tono de su piel. Estaba con una expresión de nerviosismo en el rostro, mientras miraba a sus dos amigos.
—Nick, ¿sigues asustado? —La pregunta del joven de unos dieciséis años surgió con una sonrisa ladina. A diferencia de Nick, él cabello de este era castaño oscuro, ojos verdes, y con un tono de piel mucho más bronceada que el primero. Llevaba la misma apariencia de mercenario que el niño, pero rellenado un poco más, debido a su cuerpo juvenil y trabajado—. Te he dicho que nadie puede contra nosotros. Hemos liberado al reino de Hierro de los opresores, estamos listo para acabar con toda la oscuridad que sumerge a esta región.
—Loras ¿Pero y qué si no estamos listo para este lugar? —volvió a preguntar el chico, mirando a su alrededor.
Era fácil temer en la región oscura, pues, desde que se pisaba aquellas tierras, bosques de árboles desnudos le adornaban y los pocos que podían tener algún signo de vida tenían hojas que asemejaban cabellos verdes y finos, que colgaban desolados hacia el suelo con una apariencia triste y lamentada. De hecho, muchos de ellos en la base de su tronco, tenían formas que asemejaban rostros. Solo que ninguno de ellos demostraba felicidad. Eso, sumado al hecho de que los animales que podían observarse eran roedores de todo tipo, algunos reptiles, búhos, aves de rapiña, cuervos, murciélagos y a lo lejos, hasta podían oír aullidos de lobos, le hacía ser un lugar no recomendable para acampar como ellos estaban en ese momento. Además, fuera de día o de noche, en aquel sitio, no había diferencia: siempre tenía el aspecto nocturno.
—Tranquilo Nick, yo te protegeré siempre —respondió la chica de piel oscura y de ojos ámbar tan claros, que parecía tener propiedades gatunas. Lleva harapos delicados, pero de mercenarios, con botas altas también, y collares en su cuello y pulseras en su mano de hierro, adornándola. Se llamaba Hedra—, en realidad, daría mi vida por ustedes.
La razón por la que Hedra decía aquello, se debía a la historia que estos tres compartían en común. Nick, era el hijo menor de su tía Nora, la cual compartía sangre con su padre. Mientras que el papá de Nick, Cklauser, tenía relación sanguínea con el padre de Loras. En otras palabras, Nick era el centro de ellos dos, eran primos de Nick, pero Hedra y Ckaluser no compartían sangre. Sin embargo, Hedra tenía la misma edad de Loras, de modo que, aunque no compartían sangre, se habían criado juntos.
El reino Hierro se encontraba en los límites del reino Rubí y el reino Amatista, con frontera directa hacia la región Oscura. Y una de sus cualidades, es que era la principal lugar para producir el metal. Por lo que, si bien era pequeño en comparación a los antiguos reinos, no significaba que no fueran importantes o menos fuerte, ellos eran los dueños de las armas de acero y materiales duro. Lleno de minas y con un clima caluroso. Las personas allí eran rústicas. Las damas que provenían de este sitio, eran conocidas por ser guerreras, al igual que los hombres, y solo los esclavos se encargaban de las tareas domésticas. Las ladys allí, eran tan similar como los caballeros guerreros de la corte real. Eran valientes, sangrientas y sin menor ápice de sentirse menos que un hombre. Y los hombre les aceptaban como una igual. Lo que tenía una ventaja y desventaja natural.
Por tanto, Loras y Hedra fueron compañeros de combate. Recibieron codo a codo, y mano a mano, el mismo entrenamiento. Su conexión, aunque no era de sangre, si lo era por tierra, hierro, sudor, lágrimas y fuerza. Su entrenamiento acabó cuando cumplieron catorce años y, a esa edad, habían sido los primeros combatientes del reino, con mención honorífica, cuando repelieron a los troles de montaña en la frontera del Sur del reino de Hierro. Nick, por su parte, era un chico temeroso, prefería muchas cosas por encima del combate, sin embargo, terminó su entrenamiento a los doce años. Y si bien, fue flojo durante todo su entrenamiento, en las pruebas para evaluar su desempeño, había sido el mejor. Cuando irritó a uno de los líderes del entrenamiento de Hierro, fue llevado a combate contra este líder. Obviamente el líder de ese momento quería enseñarle lo inútil que este era, pero se llevó con la sorpresa de ser vencido por un niño de doce años que prefería leer, jugar y aislarse de los demás que las prácticas y el combate. Esto llevó al relevo de aquel líder de su posición y a que el niño fuera graduado antes de tiempo, para su propia desgracia. Motivo por el que estaba con Loras y Hedra.
Loras miró primero a Hedra, la chica le dio una mirada represiva, así que desvió su mirada al pequeño Nick, suspirando.
—No dejaremos que te pase nada, pero quiero recordarte que eres uno de nosotros. Uno de los guerreros más peligrosos del reino Hierro. Es imposible que con tu talento temas.
—En realidad —quiso corregir Hedra—, sentir temor es lo más sabio del mundo. Estamos en una región que pocos deciden ir a explorar, y estoy seguro de que los seres que habitan este lugar, ya saben sobre nosotros.
—¡Mejor! Así evitamos tantas formalidades cuando se acerquen a nosotros —añadió Loras, con el ceño fruncido. Hedra soltó el aire contenido. Era una pérdida de tiempo seguir hablando con aquel cabezota.
Claro, Hedra sabía lo que decía, porque desde que había anochecido, realmente anochecido, en aquel lugar donde tenían una fogata levantada y una tienda, estaban siendo rodeados por cuervos y murciélagos. Aspecto que, aparentemente solo Nick y ella habían notado. Hedra miró a Nick directamente a los ojos, y le sonrió primero, y luego le hizo seña con su dedo índice que se callara y no se alarmara.
Nick no emitió palabra alguna, pero no pudo evitar mirar de un lado a otro, pálido. Loras, sin embargo, no tenía ni idea de lo que estaba pasando, y continuaba hablando sobre las grandezas de Hedra y él en la batalla del Sur contra los troles, recordándole a Nick lo importante de la valentía. Y si bien era cierto que Nick se había graduado pronto, la única batalla real que había tenido había sido con aquel líder de la armada de Hierro. Del resto, no había vuelto a pelear.
—Buenas noches —dijo la voz de una fémina, por uno de los costados del campamento. Los tres chicos le miraron, y observaron a una mujer completamente desnuda, con el cabello largo, lacio y oscuro, que cubría sus senos . Su cabellera llegaba hasta sus rodillas. Sus ojos eran azules, pero no cálidos como los de Nick, sino fríos como el hielo. Y su boca era roja, no porque llevaba labial, pero que incitaba a probarlos para cualquiera.
Por supuesto, los tres chicos se levantaron de inmediato, del tronco caído que habían estado usando como asiento. Nick y Loras, estaban sonrojados por la imagen vulgar y tentadora de aquella mujer. Hedra, sin embargo, parecía inmutable.
—¿Qué deseas? —Hedra fue quien demandó.
—¿Tan autoritaria? Creo que no es una buena pregunta a demandar, cuando los forasteros son ustedes —dijo aquella mujer, con una sonrisa ladina. Estaba inmóvil en aquel sitio.
—¿Es una azeman? —Preguntó Nick a Hedra, curioso de la figura que estaba delante de él.
—Lo es —contestó Loras, sin embargo—, me alegro que y sepas diferenciarlas —añadió—, mira sus pies —señaló con una de sus manos, y Nick al mirarlos, notó las uñas demasiada largas, y en la orilla de la planta del pie, vio una mancha oscura—, ahora mira sus manos, sus labios y su cabello—, las manos también tenían uñas alargadas, observó la boca rojiza y largo cabello—. Esos rasgos son característicos de una azeman, no lo olvides nunca —La mujer se sintió descubierta, pero no se avergonzó ni procuró ocultar los lugares en la que Loras señalaba, al contrario, parecía divertida. Incluso, llegó a abrir más las piernas, para hacer ver su propio sexo. Lo que hizo que Nick se tapara con los ojos. Loras en cambio tenía la boca abierta.
—Falta lo más importante —agregó Hedra, con el ceño fruncido por la obscenidad de aquella criatura—, nunca confíes en una de ellas, mucho menos por las noches como ahora. Todas querrán simplemente devorarte y obtener un dedo de tu pie.
—¿Un dedo? —Preguntó el niño escandalizado, imaginándose en la garras de una de esa criaturas.
—Sí, parecen que aman coleccionar dedos de sus víctimas, y por esa abertura prefieren desangrarlos —le contestó ella.
—Bueno, ya basta de tanta habladuría, creo que es momento de enviar un mensaje —dijo Loras, con una sonrisa, sacando un cuchillo filoso de su pierna derecha.
La mujer apenas vio el objeto, borró la sonrisa de su rostro y emitió un chillido animal y gutural, que hizo que los cuervos y murciélagos se asustaran y comenzaran a revolotear, alejándose del lugar. Loras arrojó el cuchillo hacia ella, pero esta lo apartó usando sus garras, mandándolo al suelo. Con solo un salto se transformó en una criatura de piel grisácea, las piernas se encorvaron y las manos se alargaron, así como las garras de los pies y de las manos, el cabello se recogió, y de los brazos aparecieron alas de murciélagos. el rostro, era una mezcla nauseabunda entre un murciélago y una mujer.
Sobrevoló por encima de Nick, intentando tomarlo con las garras, pero el chico se agachó rápidamente evitando ser atrapado. El corazón de Nick comenzó a acelerarse de tal forma, que las mejillas se le enrojecieron. Nunca en su vida había visto una bestia tan horripilante.
La azeman volvió a chillar cuando se elevó más al cielo, y segundos después, los chicos vieron una bandada de estas criaturas. Eran al menos diez de ellas. Y se volvió más aterrador cuando las diez emitieron aquel chillido de caza.
—¡Es momento de pelear, Nick! —Soltó con risas, Loras, al pequeño chico que temblaba a su lado. Hedra solo pudo negar con la cabeza.
Loras hizo aparecer en su mano ocho cuchillos, en una postura impecable, de un lanzador de proyectiles. Hedra creí que Nick se paralizaría, así que se movió hacia él para cubrir su espalda, cuando escuchó al niño emitir un gruñido, parecido a las de las azeman. Le miró confundida, y sonrió: estaba enfrente de la habilidad del niño. A Nick le había aparecido garras en sus manos y orejas puntiagudas de color gris. Eso la relajó un poco, pues sabía que en verdad, Loras tenía un poco de razón, el chico podía cuidarse por sí solo.
Las azeman volaron en picada hacia ellos, y el primer movimiento fue de Loras, quien arrojó los ocho cuchillos. Las azeman giraron el aire para evitar los cuchillos, y aunque evitaron evadir estos, no contaron con que los cuchillos se devolverían en el aire. Y todos ellos impactaron en la cervical de ocho de ellas. Las otras dos azeman se detuvieron, desconcertada de ver a sus hermanas caer en el suelo convulsionando. Si bien no estaban muertas, parecía que no podían moverse.
—Es imposible escapar de mis proyectiles. Siempre van acertar donde deseo dar. Y justo en el punto que les he dado, he hecho que sus cuerpos queden paralizados —dijo Loras, orgulloso.
Las azeman restante se miraron, y enfurecidas batieron sus alas y una enorme ventisca les sacudió. Los tres chicos tuvieron que protegerse la vista, debido al polvo que se había levantado. Hedra se asustó porque sabía que se era el escenario perfecto para estas, debido a su ecolocalización, así que agudizó sus sentidos. Gracias a su sentido auditivo, se dio cuenta que las dos azeman iban hacia el pequeño Nick. Se interpuso delante de este en una postura protectora, en un movimiento rápido, pero apenas notó en la trampa que había caído.
Una de las azeman usó las garras de sus extremidades inferiores, para sujetarlas de las manos. La otra fue directo hacia Nick. Creyó que por su culpa destrozarían al chico, pero pudo ver desde el aire, como el chico se desdobló así mismo para evadir a la azeman, y por la misma sorpresa de la azeman debido a la agilidad del chico, observó como este envió un zarpazo directo a la garganta, de abajo hacia arriba, que no solo le destrozó el cuello, sino que se llevó parte de la mandíbula hasta su cráneo. Hedra comprendió allí, la letalidad real de las garras de las azeman.
Asustada de recibir aquel destino por parte de su captora, con la agilidad de un gato, desarticuló sus muñecas, y en una forma poco natural para un humano, logró levantar sus piernas, y estirando su cuerpo perpendicularmente, sujetó con sus pies el cuello de la azeman y le rompió el cuello. La azeman la soltó, y mientras Hedra cayó al suelo en una postura perfecta, como la de un gato, la azeman que la había capturado cayó inerte al suelo. Se volvió a mirarla, sabía que esa había sido solo una solución pero que no erradicaría a su enemigo, pues las azeman podían regenerarse y evitar la muerte, y la muerte real. Y cuando vio como convulsionaba en el suelo, iba a darle el golpe final, cuando un cuchillo se clavó directo en el cráneo de la criatura. Las otros ocho, también tenía cuchillos clavado en sus cráneos.
—Sabes muy bien que hay que afectar el cerebro para derrotarlas realmente —la reprendió Loras.
—Lo sé, Loras, solo me descuidé un poco porque...
—...querías proteger a Nick —completó loras la oración de Hedra. El chico miró a Nick y sonrió al ver la azeman a su lado—, te dije que es capaz de protegerse.
Hedra no podía negar aquella verdad, así que solo suspiró.
—Igual, debemos quemar los cuerpos, o podrían volver a vivir en el momento que les quitemos tus cuchillos o aquella regenere su cerebro.
Loras asintió, y solo fue cuestión de amontonar los cuerpos sobre la fogata ya hecha, para ver arder los cuerpos.
Nick había vuelto a la normalidad, y miraba la fogata preocupado de que una de ellas se levantara. La sonrisa triunfante de Loras le preocupaba aún más.
—¿Todavía tienen dudas de que no podamos contra el rey de los vampiros? Yo creo que estamos más capacitados para ello —miró a Nick—, y tú eres la clave para vencerlo.
***
La región oscura desde la caída de los brujos y las brujas en aquella batalla del Cruce de Todos los Caminos, entre los elegidos y estos, había pasado a ser dominada por la raza vampírica. Por supuesto, en el enorme castillo vampírico, los sentados en el trono de aquel enorme castillo de techos puntiagudos y paredes gruesas y enormes de piedra, estaban sentados Lady Sortelia, una azeman de cabello rojo como el fuego, con ojos oscuros como la noche, y vestimentas del color de la sangre en un vestido largo, y Lord Samuel, un humanoide de cabello oscuro, ojos azules como el hielo, pálido y de altura considerable y refinada. Los padres de Samael.
Todo el salón principal debajo de las escalinatas que daban hacia los tronos reales, donde Sortelia y Samuel se sentaban, estaba repletos de numerosos vampiros. Humanoides y azeman que, si Samael estuviera allí, no hubiera creído la paz que estos ahora llevaban, desde las guerras que habían tenido hace miles de años. Claro, los esfuerzo de Emrys habían funcionado, y, además, ahora tenían enemigos en común.
Había una alfombra roja que iba desde la entrada principal, atravesaba todo el salón y terminaba hasta la sillas reales. A los laterales de estos, habían columnas gruesas que sostenían toda la estructura por encima del salón. El techo era de mármol, pero había una enorme pintura en la que se representaba las guerras entre los azeman y los vampiros, más allá la lucha contra los humanos y el mismismo Emrys, y todavía más allá, el tratado de paz de estos por acuerdo. Básicamente, relataba la historia de su especie hasta ese momento. Y una abertura circular en el centro que daba hacia el cielo mismo, y días de luna llena, esta se mostraba por aquel orificio.
—Bienvenidos todos a esta celebración de supervivencia y triunfo —dijo Lord Samuel, con una copa de sangre por encima de él mismo. Lady Sortelia, sonreía con elegancia a su esposo, mientras le miraba de soslayo—. Hoy estamos celebrando el día en que la región oscura fue entregada por la naturaleza misma del mundo a nosotros los vampiros. El ejército más grande de los brujos y las brujas fueron destruidos por enemigos nuestros, pero que nos sirvió de ventaja para dominar lo que siempre debió ser nuestro, de no ser por Emrys. Si bien es cierto que muchos brujos y brujas todavía permanecen, muchos han abandonado la región oscura. Otras fuentes señalaron que un grupo de humanos ha estado cazando a estos desde hace muchos años, por odio a la magia, así que más enemigos hacen de nuestro reinado mucho más fácil y duradero. Otras fuentes me han confirmado la desaparición completa y perpetua de Emrys de nuestro mundo.
Hubo aplausos por parte de toda la corte vampírica, y copas se alzaron también, sobre los rostros alegres.
—¡Por otro año más de gloria vampírica! —Todos gritaron emocionados, y procedieron a beber la sangre de sus copas—. Disfruten del banquete.
Dicho eso, las puertas del salón fueron abiertas, y de ellas un centenar de humanos, con ropas viejas, pero bañados y con rostros temerosos aparecieron. Desde el interior, se podían escuchar látigos y voces demandantes que obligaban a los humanos avanzar. Naturalmente, aquello iba hacer un horripilante festín de sangre. Y solo fue cuestión de tiempo, para comenzar a escuchar los primero gritos que, segundos después, se convirtió en una sonata de lamentos. El mismo Lord Samuel y lady Sortelia, tenían dos jóvenes chicos esperando a un lado del trono. A diferencia de los demás, cuando Samuel volvió a sentarse, obligaron a los humanos sentarse sobre sus piernas y que contemplaran ellos mismos, su propio destino. Amaban jugar con el miedo humano.
En medio de aquel festín, a través del agujero del techo, un enjambre de murciélagos y cuervos entraron. Todos emitiendo chillidos y sonidos alarmantes. Algunos cuerpos humanos ya desangrados, cayeron al suelo, y otros parecían agradecer al cielo mismo que hubieran tenido una oportunidad más para alargar sus vidas. Pero ninguno tan afortunado como los jovencitos que estaban sobre las piernas de los reyes, quienes no habían recibido ni la primera mordida. El enjambre llenó todo el lugar. Los cuervos llenaron las columnas, mientras los murciélagos se revoloteaban alrededor de los charcos de sangre en el suelo, y los cuerpos. En medio del salón, una azeman cayó arrodillada.
—Mis señores, una amenaza humana se cierne sobre nosotros desde el Sur. Tres jóvenes se dirigen hacia el castillo, acabaron con diez azeman sin problemas.
—¿Qué edades tenían? —Preguntó Sortelia, colocando al joven aun lado, para levantarse.
—Eres jóvenes azeman, mi señora, entre tres años a cinco años de edad —respondió la azeman, con la cabeza gacha.
—Jóvenes, es natural que murieran pronto —Sortelia miró a su marido—, ¿Qué crees que deberíamos hacer con ellos?
Samuel pensó por un momento. Removió al joven a un lado también, y se levantó al igual que su esposa.
—Tengo información de que nuevo enemigos se están levantando. Los rumores señalan que hay un nuevo alzamiento, y denominan esta era, como la era de los dioses —dijo—, hubo un tiempo en el que los humanos me vieron como un dios, pero hace muchos milenios de ellos. De no haber sido por Emrys, esa imagen hubiera perdurado. En cambio, ahora los humanos son osados para creer que tienen la fuerza para derrotarnos.
—Y sabes muy bien que han encontrado las formas para derrotarnos —dijo Sortelia, preocupada—, la magia siempre ha sido un peligro para los de nuestra clase.
—Lo sé, querida —respondió este—, pero se necesita a alguien como Emrys para acabarnos realmente. ¿A qué le temes?
Sortelia no respondió. Era cierto que los vampiros más antiguos eran ellos, motivo por el que gobernaban sobre toda la corte vampírica, pero eso no los hacía vulnerables a ellos. Ella lo sabía.
—No te confíes, Lord Samuel, sabes que ese fue el error de los brujos —enfatizó.
Samuel quería refutarle, pero no había fallos en su lógica. Suspiró solo por maña y no porque necesitara respirar en realidad. Miró a la azeman primero, una criatura de unos cinco años de edad, para luego mirar a un vampiro con apariencia joven.
—Tú —le señaló—, seguramente estarás bien con otorgar tus años y tus poderes a esta joven azeman para darles la bienvenida requerida a estos humanos. ¿Qué edad tienes?
—Tengo cien años, mi lord —dijo el joven vampiro—, no encuentro honor más grande de como servir al aquelarre —mintió. Todos sabía de la mentira, por lo que soltaron risas. Incluso lady Sortelia y lord Samuel se rieron.
—No sabes mentir —dijo el rey—, da tu vida a esa joven.
El vampiro frunció el ceño, ideaba una forma de escapar, pero cuatro vampiros le apresaron. Todos con sonrisas y rostros burlescos.
—Tenemos más edad que tú para conocer la expresión de alguien que busca escapar —soltó uno de ellos.
La reina le asintió a la azeman de cinco años que hiciera su cometido. Emocionada esta, se acercó al joven vampiro que buscaba removerse sin éxito, intentó usar sus dientes para decapitar a la azeman enfrente de él, pero otro vampiro detuvo el movimiento de su cabeza, con colocar un índice sobre su frente. Ejerció apenas un poco más de fuerza, y logró exponer el cuello del vampiro.
—Hazlo ahora que no podrá hacerte daño —dijo el vampiro a la azeman.
La chica no dudó en obedecer, aunque sonrió burlista al vampiro. Creía que mordería su cuello, cuando en realidad apeló a los pies del vampiro que, con un zarpazo rasgó las botas del vampiro, cortó el dedo gordo del pies izquierdo, y comenzó a beber la sangre. El vampiro comenzó a gritar, y en cuestión de segundos, cayó inerte.
La azeman se limpió la boca con el antebrazo, miró el cuerpo del vampiro inerte, con las venas marcadas en el cuerpo de color cianófilo, y con la sombra de los ojos oscurecidos. La mujer, quien tenía los ojos de color azul, se le pusieron completamente negro. Característicos de una azeman con más de cien años.
—Ahora has sumado la edad de ese vampiro, creo que es suficiente para encargarte de esos humanos —dijo Lady Sortelia—, ¿son habilidosos en magia?
—Lo son —dijo la azeman, recordando las imágenes de la derrota de sus hermanas.
—En ese caso —dijo esta vez Lord Samuel—, no correremos el riesgo, dos vampiros súmense a...
—Jin —dijo la azeman—, ese es mi nombre, señor.
Lord Samuel asintió.
Dos vampiros se acercaron a Jin, y se inclinaron delante de Samuel y Sortelia.
—Estaremos encantado de servir a la corte —dijo uno de ellos. Ambos, tenían el cabello oscuro. Vestían de la misma forma, pero solo se diferenciaban en su color de piel. Uno era de tes clara y el otro de piel oscura.
—¿Cuáles son sus nombres? —Preguntó esta vez, Sortelia.
—Somos los bastardos del Norte... —dijo el primero.
—Leon y Noel —Noel, el segundo, completó la oración de Leon.
—¿Qué edades tienen? —Preguntó Samuel.
—Tenemos quinientos años, señor —contestó Leon, el hombre de piel clara.
Samuel le dio una mirada a su esposa, y ella asintió.
—Bueno, encárguense de la bienvenida de esos chicos... —afirmó, mirando entonces a los dos jóvenes que permanecían todavía cerca del trono—, perdí un poco el apetito, mascotas, todos suyos...
Dicho aquello, tanto cuervos como murciélagos se abalanzaron hacia los dos jóvenes que habían mantenido con vida. Intentaron correr hacia la salida, pero apenas pisaron el último escalón, la bandada de animales los atraparon. Los gritos se promulgaron en todo el salón y los vampiros rieron como si estuvieran viendo un espectáculo de circo. Mientras los murciélagos drenaban la sangre de los humanos, los cuervos se encargaban de la carne de los cuerpos.
***
—Esto no puede ser posible —susurró Iris, impresionada mientras atravesaban el antiguo reino Amatista—, ¿cómo es que esto ya no son ruinas?
Cris, quien iba en las riendas de los caballos sobre la carreta, miró con desdén la enorme ciudad que se había levantado en lo que había sido el reino Amatista. Bajo la velocidad, para evitar hacer demasiado ruido y atraer a cualquier cosa que habitara allí.
—Creímos que había sido destruido —Fierce argumentó, tan extrañado como Iris.
La mujer se sentía tan agobiada, que no sentía el peso de Asahi en sus brazos que llevaba dormido un par de horas. Fierce, como pudo, se pasó a la delantera de la carreta, justo al lado de Cris para poder mirar mejor el lugar.
—No puedo sentir presencia humana —aseguró Cris—, sea lo que sea que habiten allí, no es humano —añadió, con el ceño fruncido.
—No puede serlo, solo miren la construcción de su estructura —agregó Fierce, señalando con una de sus manos.
Aun con el sol rojizo, se podía entrever partes de lo que había sido Amatista, pero con mucha más agua, cascadas, e incluso edificios altos construidos en rocas que flotaban y otras estaban adheridas al cimiento de la cascada. Definitivamente aquella no era la antigua amatista, aunque estaba en esa región.
—¿Cómo habrán construido todo eso en pocos años? —Preguntó Fierce.
—¿No es obvio? Tuvo que haber sido magia —agregó Iris, mortificada.
—El problema no es que sea magia —dijo Cris, mirando en ese momento el frente del camino—, es que la esencia que existe allí, no solo es poderosa, sino maligna.
—¿Es esa cosa? —Preguntó Iris, asustada.
—No lo sé —dijo—, yo nunca vi esa cosa, solo vi una parte de esa cosa —agregó Cris. El sonido de los cascos de las patas de los caballos sonaban suavemente por el terreno, pero se alegraron cuando de la nada, comenzó a llover. La lluvia no solo mitigaría el sonido, sino que podría borrar el rastro de las huellas de los caballos y las ruedas de la carreta—. Comienzo a creer que estamos viviendo tiempos que se remontaron en la antigüedad.
—¿A qué te refieres? —la curiosidad de Fierce fue notoria.
—Se dice que antes de que los primeros hombres habitaran la tierra, existía un mundo completamente diferente, rebosante de magia y de criaturas poderosas, pero por encima de ellas habitaban deidades que tenían el poder de controlarlas. En el reino Diamante, según los libros de la corte real más antiguo, se decía que estas deidades estaban en contra del único ser que podía derrotarlas y desterrarlas, la mismísima Gaia.
—¿El Nihilismo es una deidad? —Preguntó Iris, curiosa, nunca había oído aquella historia.
—Solo es nada —respondió—, pero hay quienes le sirven y le adoran como a una. Y creo que tiene el poder de serlo, si mi memoria no me falla sobre los eventos ocurridos en el reino Rubí, yo mismo miré uno de sus ojos antes de que la destrucción llegara.
—¿Cuáles son las otras deidades? —Preguntó Fierce.
—La diosa de las brujas, Hékate, el dios del sol Ra, el dios de los muertos Hades, el dios de la naturaleza Thor, y muchos más... creeme que hay centenas de estos —señaló.
—Con qué la era de los dioses, eh —dijo Fierce—, ¿quién crees que habite en este momento en Amatista?
—No es quién —corrigió Cris—, sino qué...
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