Imprevistos
Capítulo 29
Las puertas de la habitación de Akudomi se habían abierto. No necesitaba girarse para saber de quién se trataba, pues su aroma la delataba. A diferencia de los cuartos de Diana, la habitación de Akudomi estaba decorada con colores parduscos y telas que iban desde un punto a otro, y alfombras que cubrían parte del piso, donde la estancia era necesaria.
—¿Qué has decidido? —Su voz era áspera, pero no había intención de asustarla o intimidarla. Pero si estaba invadida de mucha pena.
—¿Sabes de qué forma murió mi madre? —La voz de Diana, a diferencia de otras veces, era suave y dulce. No tenía aquel toque malicioso o contralador que solía usar esta vez. De hecho, pocas veces había disfrutado del sonido de esa melodía, como en aquel momento.
Akudomi miró a la chica y negó con la cabeza. Diana le sostuvo la mirada por un momento, y le sonrió con tristeza. Sus ojos parecían viajar por recuerdos dolorosos.
—Tenía seis años cuando murió —hubo un silencio, y tenía los nudillos tan apretados que sus manos tomaron una pigmentación rojiza—. Mi padre era un ser inhumano. La muerte que le di fue lo más benevolente que hubo para mí y para todo el reíno. ¿Por qué crees que el pueblo de este reino no se ha levantado contra mí?
—¿Por miedo? —Akudomi preguntó fríamente.
Ella soltó una risa.
—¿Tan diabólica te parezco? —Ahora fue Akudomi el que soltó una risa irónica. Hubo un silencio, en donde ambos solo se miraron fijamente. Por primera vez, ambos percibieron una distancia abismal entre ellos.
—Había una vez un príncipe, radiante y apuesto, con cabellos tan dorados como el sol. Venía de regreso de una terrible guerra entre los gigantes del Norte, orgulloso de la victoria que había tenido. En los campos del sector agrícola del reino Esmeralda, vio a una mujer y se enamoró de ella perdidamente. Por supuesto, tuvo oposición del rey, debido a los asuntos de la sangre, la nobleza y el escándalo de una decisión como esta. Claro, él quería desposarla.
Diana se arrastró hacia uno de los sillones de la habitación, y se sentó plácidamente. Akudomi sabía que el relato debía ser largo e importante, así que no dudó en despejar las cortinas del ventanal para no solo mostrar un cielo que, en poco tiempo, se oscurecería. Ella prosiguió:
—Para poder cumplir con ese hecho, decidió envenenar el rey cuando le llevó una pequeña taza de Té a su oficina. Por supuesto, culparon al que preparó el té y fue asesinado. Esto hizo que el bello príncipe tomara el puesto de rey. Y asumiéndolo, derogó la ley de la supremacía de la sangre real. Con eso, se casó con aquella damisela cuando la reclamó.
—Lo que no esperó, es que llevarían un tiempo viviendo él y su esposa, solos y desconsolados por no tener hijos; hasta que, pasado un año, por fin la mujer concibió la esperanza de que Gaia Nuestro Señora se dispuso a satisfacer su anhelo. Asustado de que pudiera ocurrir algo malo a su esposa y su hijo, decidió llevar a su mujer, a una pequeña casa fuera del palacio, que tenía en la pared trasera una ventanita que daba a un magnífico jardín, en el que crecían espléndidas flores y plantas; pero estaba rodeado de un alto muro y nadie osaba entrar en él, ya que pertenecía a una bruja muy poderosa y temida por todo el mundo.
Akudomi tenía una mirada llena de curiosidad, pues lo que sentía en el interior de Diana, era una especie de desconcierto y angustia que, parecía que nunca había soltado. Pero, ¿por qué?
—Un día, cuando la reina decidió contemplar el jardín por aquella ventanilla, vio un bancal plantado de hermosísimos tulipanes, de color morado con lila, tan frescas y hermosas, que despertaron en ella un violento antojo de ir a verlas. El deseo fue en aumento cada día que pasaba, y como la mujer lo creía irrealizable, iba perdiendo el color del rostro y parecía comenzar a enfermar. Viéndola tan desmejorada el rey, le preguntó asustado: "¿Qué te ocurre, mujer?", "¡Ay!" exclamó ella, "me moriré si no puedo tener un ramo de tulipanes de ese jardín en mi habitación. El mismo que está detrás de esta casa." El rey, que quería mucho a su esposa, pensó: "Antes que dejarla morir conseguiré los tulipanes, cueste lo que cueste." Y, al anochecer, saltó el muro del jardín de la bruja, arrancó precipitadamente un puñado de tulipanes y las llevó a su mujer.
—Ella tomó un jarrón, lo llenó de agua y colocó allí las flores. Pasaba horas admirándolas. El color le había regresado al cuerpo, y el bebé en su interior seguía creciendo. Pero, cada vez que se marchitaban, si el rey quería gozar de paz, el marido debía saltar nuevamente al jardín. Y así lo hizo, al anochecer.
—Pero apenas había puesto los pies en el suelo, tuvo un terrible sobresalto, pues vio surgir ante sí la bruja. "¿Cómo te atreves," dijo ella con mirada iracunda, "entrar como un ladrón en mi jardín y robarme los tulipanes? No tienes ni idea en lo que te has metido.", "¡Ay!" respondió el hombre, "ten compasión de mí. Si lo he hecho, ha sido por una gran necesidad: mi esposa vio desde la ventana los tulipanes y sintió un antojo tan grande de tener un ramo, que si no las tuviera sentí que moriría."
—La bruja, en ese momento contempló a su mujer, asomada sobre la ventana y, al ver lo hermosa que era, conjuró palabras que el rey no entendió, pero que se dio cuenta de que se trataba de un hechizo maldito. En ese instante, la casa se transformó en una torre que se alzó en medio del bosque, sin puertas ni escaleras; únicamente en lo alto había estaba la diminuta ventana por donde ella miraba le jardín. La bruja se encargó de alimentarla, puesto que el rey nunca pudo acceder a la torre.
—El rey concibió un profundo odio en su corazón, creyendo que la culpa la tenía la reina por sobreponer sus caprichos por encíma del sentido común. Por eso, un día, decidió enviar constructores que crearan una escalinata alta para alcanzar la altura de la habitación de la reina. Se atrevió a construir una puerta —Diana, ahora mostraba una sonrisa tan descolocada que parecía llegar al momento más terrible de la historia—. En vez de recastarla, decidió colocar letreros en todo el reino que decía "si eres hombre y un desahogo necesitas tener, sigue este camino hasta el amanecer", como sabrás, muchos hombres siguieron el camino y encontraron a la reina en una situación desamparada...
—¿Qué sucedió con el hijo? —Preguntó Akudomi, creyendo que se olvidaba de ese detalle.
—Hija, querrás decir —aclaró ella—. La niña fue entregada por la misma bruja, el día de su nacimiento. Ese mismo día, ella le informó al rey que debía salir de viaje, y que, entendiera que no dejaría morir de hambre a aquella mujer.
—¿Entonces la bruja era benevolente? —Akudomi, seguía sin entender.
—¿Benevolente? —se burló—. Medir la bondad parece ser un enigma. A ojos de nosotros, la maldad parece ser el único ente que habita en nuestro mundo. Ella sabía todo lo que estaba en el corazón del rey, e iba disfrutar lo que ocurriría.
—¿Qué sucedió?
—Bueno, —prosiguió— cuando hallaron a la mujer desamparada en una torre, sola y sin protección, no dudaron en violarla. No fue suficiente una vez, sino que todo el reino pareció unirse al mismo sentimiento, hasta dejarla moribunda por completo. Como pudo, la mujer tomó fuerzas y salió de la torre, la sangre arrastraba su caminó y llegó hasta le jardín que siempre deseó. Allí hallaron su cuerpo muerto, desnudo y ensangrantado.
—¿Por qué me cuentas esta terrible historia? —dijo Akudomi, sintiendo que no se trataba de una mera historia.
—Ella fue mi madre —soltó Diana, con los ojos llorosos esta vez—. Cuando conocí la historia, me sentí avergonzada. Te imaginas tener que escucharla de los hijos de tus sirvientes. Y aunque no lo decían por burla, me daba tanto enojó que pedí azotos para todos. Por supuesto, mi padre concideró que los azotos no eran suficientes y los asesinó.
Otra vez un silencio incómodo.
—Por eso Akudomi, me es difícil no tomar las cosas a la fuerza, no llevar la venganza por mis propias manos. Por eso, me cuesta tanto amar. Por eso, odio todo lo que este mundo posee... Y decidí destruirlo todo, acabar con todo lo que genera este dolor, no solo contigo, sino conmigo misma. Sería una muerte libertadora y placentera, pero desde que llegaste, solo pienso en querer vivir y disfrutar de lo único bueno que la vida me ha dado que has sido tú —suspiró—. Y lo estoy arruinando todo, yo...
Akudomi se acercó a ella con rapidez, y la besó. Ella lloró, quiso alejarse, pero el la tomó entre sus brazos con tanta fuerza, que no evitó sucumbir ante él.
***
El cuerpo de Origami estaba flotando en el aire, con los brazos extendidos hacia los lados. Sus pies se mantenían sueltos, y su cabeza parecía mirar hacia el suelo. Parecía estar sujetada con algo invisible, en una posición muy parecido a las cruxificciones que pueblos antiguos practicaban, sin embargo, nada la sujetaba. Tenía cortes en todo el cuerpo, la piel manchada de sangre seca y moretones que asemejaba una feroz tortura. Hacía mucho que había perdido la transformación de dragón.
—¿Quién eres? —La voz de Reynolds, altiva y demandante se hizo presente.
Delante de él, estaba aquella mujer vestida lujosamente y muy alta, de mirada fría y soberbia, y tan blanca como el hielo mismo. Era una figura hermosa y peligrosa a la vista.
—Soy la reina Jezabel del reino Nauseabea, la ciudad del Rey de Reyes, y futura soberana de este mundo —dijo.
—¿Soberana? —soltó una risa burlesca—. ¿No es Gaia la que gobierna? ¿No es el Nihilismo quien pudiera equiparar su poder? ¿Quién eres tú delante de ellos?
La mujer que sonreía, dejó de hacerlo. Su mirada penetró el rostro de Reynolds, y aunque este temió y tembló, tragó grueso. No iba a dejarse intimidar por esa mujer. Él era el rey de Fairyhow. Aquella mujer señaló a Origami, y ese fue el recordatorio de Reynolds para saber que estaba delante de una criatura poco común. Él, a diferencia de ella, no tenía como vencer una criatura inmune a la magia, pero ella en una sola aparición, no solo la destranformó sino que le hizo una tortura inhumana en un segundo que la llevó a perder la conciencia y tener el estado en el que se encontraba. Y como si no fuera peor, la maldición del terreno no parecía afectarle.
—Hoy morirás por tu osadía —dijo ella finalmente, al reconocer el miedo del hombre en su rostro.
Reynolds levantó sus manos al cielo, y sin necesidad de decir palabras, agujeros dimensionales aparecieron y un millar de brujos y hadas oscuras aparecieron. Todos con trajes de guerra y lucha, rostros feroces y risas que mostraban una maldad pura y genuina. La mujer, al ver aquello, levantó una ceja y aspiró por su nariz al aire. En realidad, estaba oliendo el dulzor de la maldad que inundaba aquel terriotrio.
—Delicioso —dijo ella—. Pero es demasiado poco para satisfacerme.
Entonces, de inmediato, ella sacó movió los dedos de sus manos, con uñas afiladas y largas, añadiendo:
—¡Magnum cobarto!
En eso, el cielo se oscureció en un segundo, y todos los cuerpos del millar de ejército de Reynolds, y el mismo Reynolds, los envolvió un aura oscura.
Reynolds aletó sus alas, intentando liberarse de aquella magia, pero nada funcionó.
—¿Qué haces?
—Solo doy a conocerme... —dijo ella—. Soy Jezabel, y nadie, nunca más, olvidará el nombre de la verdadera soberana de este mundo.
Acto seguido, todos aquellos cuerpos fueron absorbidos en una ráfaga, por ella misma. La risa de la mujer se extendió en aquel campo. Y cuando todo acabó, el cielo volvió a su normalidad, y el campo maldito había desaparecido por completo.
Jezabel se acercó al cuerpo flotante de Origami, con una mirada juguetona.
—Lamento en nada que no te salves de este trágico final —dijo ella.
—Creo que vas a lamentarlo más al no cumplir tu capricho —una voz detrás de ella se escuchó.
Y cuando se giró sorprendida de no haber notado nada, vio a un chico de túnicas reales. Era Aland.
—¡Sordida ludum! —dijo él, los collares de las gemas de su pecho se removieron y brillaron, mostrando su poder, y un poderoso rayo golpeó a la mujer que la envió directamente hacia el suelo.
Cuando Jezabel se recuperó de aquel ataque sorpresivo. No había nada en el cielo. Se sacudió el polvo del vestido, con una muestra de asco. Respiró profundamente y dijo:
—Así que existe un ser tan poderoso como yo en este mundo. Eso hará que mis planes cambien...
***
—Origami ha desaparecido del mapa —dijo Iris, sentada sobre la roca. Con el ceño fruncido.
—¿Eso es bueno o malo? —Preguntó Tsukine, alarmado.
—Malo —afirmó ella—. Se supone que debería marchar todo bien. Reynolds no podría tocarla... Debemos volver, tenemos que rescatarla...
—Pero sí hacemos eso podríamos caer en una trampa y, si eso sucede, no podremos cumplir con el plan —añadió Fierce, viendo a Iris.
—Fierce tiene razón —dijo Tsukine.
—¿Qué debemos hacer entonces? No podemos dejarla a la deriva —chilló Iris, sin poder creer que se piense al menos dejarla allí.
—Yo iré por ella —dijo Tsukine—. Ustedes lleguen finalmente al reino. Nos reuniremos en el palacio...
—De ninguna manera puedo dejarte solo... —dijo Iris, yo creo que...
—Iré con él —dijo Fierce.
"No tienen que separase", una voz retumbó en la cabeza de todos ellos. Se miraron, unos a otros. Estaban seguros, era la voz de Aland.
—¿Qué ha sucedido? —Preguntó Iris.
—Las cosas ahora comienzan a complicarse —respondió Aland—. Origami está conmigo. Preparense de ahora en adelante, habrán más perdidas que nunca. Ah, y lleven ropa elegante, estarán frente una boda.
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