El Inicio
Capítulo 04
Lance al despertar, lo primero que se dio cuenta es que estaba acostado sobre un montón de heno al lado de una chimenea encendida. Lo segundo que percibió fue que el lugar era desordenado: habían libros por doquier y colocados en formas bastante extrañas si lo meditaba bien, también habían muchas pieles en el suelo que tapizaban el piso, y uno que otros asientos acolchados. Escuchó voces. Parecían discutir, y de la misma dirección en la que provenían, le pareció captar un olor a caldo de pato y patatas.
—¿Cómo es posible que no recuerdes nada?
—Cuando esas cosas suceden, lo hace y ya. Ya deberías saber que la magia es incierta muchas veces —la voz femenina se defendió.
Lance, sintió el collar amatista todavía en sus manos y lo miró confundido, creyó que este debía haber desaparecido hace un buen tiempo. Se lo colocó en el cuello. Al llegar hasta el marco de la habitación, se dio cuenta que el lugar de discusión era la cocina, pero se trataban de Tsukine, el espadachín que casi le mataba y una mujer de piel morena, pero de apariencia extravagante, y por sus orejas supo que se trataba de una criatura diferente. Allí fue que cayó en cuenta que no había muerto.
—Es incierta cuando el que la usa no tiene el control suficiente del cosmos —contestó Tsukine.
—Sí, pero este tipo de magia usa un medio para su activación y soy la más sensible para dejarla fluir. Pero cuando sucede, solo el que está consiente, recuerda lo que esta quisiera expresar.
—Bueno, dijo que el día de la destrucción se acercaba y que el portal de la destrucción estaba listo. ¿¡Qué significa eso, Madame!?
Por un momento, Yami casi se le abalanzó encima para darle dos pares de cachetadas. El chico era imposible de razonar.
—Cómo si supiera lo que significa...
—¿Qué estoy haciendo aquí? —Preguntó Lance, finalmente.
Los dos pares de ojos se posaron en él.
—¡Qué alivio! ¡Has despertado! —dijo Yami—.Ven, siéntate. Tengo caldo de pato y puré de patatas —dijo esta, como si le conociera toda la vida.
Lance asintió. Si no hubiera sido por ella, no hubiera recordado que llevaba casi día y medio sin comer. Estaba que se moría del hambre.
Sin embargo, al sentarse en la mesa, mientras la elfina le servía, miró fijamente a Tsukine. Lance estaba tenso, y de forma automática tenía su mano en donde debía estar su navaja, pero no estaba allí. El espadachín, obviamente había notado los movimientos precavidos de Lance.
—Tranquilízate. Nuestras diferencias están saldadas —dijo el espadachín.
—Lo creyera sino hubiera visto la imponente determinación que tienes para ser leal al rey Lucius y al sistema de leyes de Amatista ¿Por qué sigo con vida?
Tsukine bajó el rostro, y tomando una bocanada de aire, dijo:
—A veces la lealtad genuina se obtiene cuando quien la recibe, es honorable para pagarte con la misma cuota de lealtad. ¿De qué sirve serlo si ni siquiera hay esfuerzo en demostrarla a otros?
—Siento que hablamos de otra persona y no de ti mismo —respondió Lance, viendo como Yami colocaba un plato hondo con caldo y otro con puré.
—Verás, Lance, mi amigo cabeza de patata —Tsukine la miró mordazmente—. Lo que quiere decir es que lo siente. No sé qué pasó entre ustedes pero el chico ahora está en lado correcto. Además, es mi alma gemela, usamos la misma magia... —le guiñó un ojo—. ¿Preparado para salvar el mundo con nosotros? —preguntó a Lance tan radiante, como ahora el chico denotaba.
—¿Y tú quién eres? —Preguntó confundido, sin esperar mucho por la comida. Estaba muy hambriento.
—Yo soy Yami —dijo ella con un brillo alegre en sus ojos, acercándose a centímetros del rostro de Lance—. Y seré tu amiga más sincera —se mordió un labio.
Lance hubiera escupido la sopa de no saber que, posiblemente, ese sería la última vez que podría comer en vida.
—¿Po-por qué dice que debo salvar el mundo con ustedes? —tartamudeó—. Ni siquiera pude salvar mi trasero de Tsukine.
—Dudo mucho que cualquier trasero esté a salvo con él —dijo Yami con una sonrisa pícara, mientras Tsukine solo bufó—.Creo que podemos resolverlo. Ni siquiera nosotros sabemos cómo hacerlo, se supone que eres nuestro guía, Lance. Tú eres el que tiene la llave y el imán de aquellos que han sido escogidos.
—¿Llave? ¿Imán? No entiendo...
—Sí, ya sabes, eres el único que puede hallarnos a todos y reunirnos. Seremos la verdadera Orden de las Especies —dijo ella, alejándose del chico mientras gesticulaba todas sus palabras de forma exagerada y dramática—. Ya sabes, es un club bonito donde damos amor.
—Eso suena más a la Casa de Artirius que un plan para salvar al mundo —dijo Lance, lleno de patatas en su boca.
—¿Artirius? ¿Y ese quién es? ¿Es primo de Arturo, el rey? Ya sabes el que anda con el viejito enclenque que tiene una palabra mágica "Bibidi babidi bu" y que a las doce todo se acaba y...
—¡Por Gaia! Primero, te refieres a un hada madrina y no al magnate Mago Merlín —dijo Tsukine, levantándose de la mesa frustrado—. Además, el chico se refiere a su amo.
—¡No es mi amo! —Golpeó la mesa Lance—. Si debo viajar con este sujeto para recordarme el pasado miserable que he vivido, entonces paso —dijo Lance.
—Lo siento, ¿sí? —Dijo Tsukine—. Es solo que no estoy acostumbrado a fraternizar demasiado con tantas personas.
—¿Demasiadas personas? Sí somos solo tres —dijo Yami, comenzando a contar con el dedo a cada uno—. Sí, somos tres...
Lance no pudo evitar sonreír. Reconocía que ella estaba un poco chiflada, pero le agradaba.
—Todavía no entiendo cómo es que sigo vivo —añadió.
—Por eso —dijo Tsukine, señalando en su pecho. Lance había terminado de comer—. Ese collar parece que te ha escogido como su protector. Parece que nada mágico puede afectarte mientras lo uses. Deberías ocultarlo un poco.
La mirada severa de Tsukine le intimidó un poco y resguardó debajo de su camisa el collar.
—Creo que prepararé todo para el viaje. Les diría que se fueran a lavarse, pero todo lo existente en esta casa es para uso de una elfina, ya saben, elfina... hembra, mujer...
—Sí, ve hacer lo... bueno, lo que tengas que hacer —dijo Lance avergonzado.
Yami atravesó la cocina con una amplia sonrisa.
Tsukine y Lance se miraron. Y fue el espadachín que colocó los ojos en blanco.
—Les espero afuera. Estaré a cargo del viaje. Estoy seguro que conozco más este territorio que ustedes —dijo.
Lance se encogió de hombros. No era mentira que no sabía nada fuera de las calles del reino Amatista, además de que no quería discutir con él. Cuando este salió, solo colocó sus manos en su cabeza y la masajeó. ¿En qué momento se había metido en algo así? Pero, lo cierto del asunto, es que él no estaba preocupado por lo que le habían dicho. En realidad, tuvo un sueño en el que se lo habían confirmado:
Lance estaba sobre el centro de todo y de la nada. Un lugar en el que se presentaban todas las constelaciones, planetas y galaxias, pero, al mismo tiempo parado sobre la inmensidad de la nada. Delante de él, una mujer gigantesca estaba sentada sobre el trono:
—Lance Amadeu Hervéc del reino Amatista, bajo el imperio y reinado del Rey Lucius Parthidato. Bienvenido al centro de todo y de la nada.
Lance, por algún motivo, se sintió intimidado, pero al mismo tiempo seguro por la presencia de aquella mujer deslumbrante.
—¿He muerto?
—No, pero podrías haberlo estado. Ese espadachín te hubiera acabado sino hubiera sido por lo que robaste, esclavo...
Iba a replicar, pero algo en aquella mujer se lo había impedido. No sabía si eran sus ojos azules como el cielo, o la perfecta piel blanca de porcelana que reflejaba. Su cabello era rubio como el oro y tan largo como las fuentes de los mares. Alrededor de ella había un aura brillante que, parecía que un mismo sol nacía de ella, pero no lastimaban los ojos, al contrario, eran tan suaves y hermosos como el atardecer. Sus vestiduras llevaban muchos colores, pero no era un arcoíris, era más bien corrientes de todos los colores que lo hacía mucho más imponente e inusual. Le cubrían por completo, exceptuando sus brazos, y detrás, un trono moldeado con lo que parecía, a simple vista, el diamante mismo.
El silencio fue tal, que la misma mujer habló:
—Lo sé todo de ti... pero no te he llamado esclavo por ese hombre al que odias. Lo he hecho porque eres esclavo mientras no tengas opciones para decidir cómo vivir. Dudo mucho que tu condición actual te permita tener opciones...
—El sistema nos obliga a vivir de esa forma —añadió él, con enojo.
—Entonces, ¿eres libre?
No había ironía en la voz de aquella mujer. Sino que era amable y apacible, como la caricia del viento primaveral.
—No, pero eso deseo —afirmó triste.
—Buena respuesta. Hay una distancia grande entre la realidad de las criaturas y lo que quieren, y es bueno diferenciarlas —dijo ella—. Lance, te he traído aquí porque tienes un importante trabajo para hacer y es mejor que robar para sobrevivir, aunque admito que todos tus actos han sido trazados por el destino. No habría diferencia alguna si otras fuerzas no se hubieran involucrado, pero es posible que nos enfrentemos a alguien que llevo mucho tiempo sin ver. Necesito de alguien valiente y determinado como tú.
—¿Qué hay del espadachín? Él tiene más lealtad de la que yo pudiera demostrar.
—La tiene, sin duda, pero no todos nacen para la misma función. Al contrario, a él lo necesito para mostrar con el ejemplo el valor de ser leal. Sin él, tú mismo no aprenderías el arte de la fidelidad genuina, Lance.
—¿En qué puedo ser útil si solo soy un esclavo? —Preguntó.
—Solo, no podrías hacer más que morir en las manos del Rey Lucius. Conmigo, puedes salvar el mundo y ser contado como una leyenda —dijo ella, mirándole fijamente.
—No busco ser historia, solo quiero ser libre.
—Y por eso es que te necesito, Lance. Otro desearía poder y reconocimiento, pero tú no quieres nada de ello y aun así quiero dártelo por no desearlo —dijo ella, con una sonrisa suave y cálida.
Lance asintió.
—¿Puedo ser libre si lo hago?
—Mejor, puedes servirme a mí —dijo ella—. Y solo haciéndolo te sentirás realmente libre.
Lance, no estaba seguro de qué manera sentirse cuando escuchó aquella respuesta. Razonó que, toda criatura, de alguna manera, servía a alguien externo. Podía hacerlo para sí mismo, por otro o por esta mujer delante de él. Pero, ¿qué opción tenía entonces? Se atrevió a posar sus ojos en el rostro de aquella mujer, y por una fuerza desconocida, tuvo el impulso de bajar el rostro. Era como si su sola presencia era demasiado digna para ser vista por alguien como él. Y, aunque no lo creyera, su corazón ardía en ese momento. Se sintió, por primera vez, no solo libre sino vivo. Sonrió. ¿Qué otra opción tenía? Se volvió a preguntar. Pero no estaba enojado, sino complacido y, definitivamente, agradecido. No sabía por qué, pero parecía haber sido escogido para algo que no todos tenían oportunidad de hacer.
—Entonces, le doy mi corazón, mi reina —dijo él, arrodillándose.
Si no fuera por el conocimiento del pasado de Lance, este se hubiera visto como todo un caballero en ese momento. Y aunque no lo era, a simple vista lo asemejaba.
—Pero debes saber, joven Lance, que vendrán tiempos duros. Y todos ustedes serán traicionados por uno de ustedes. Pero si logran superar las diferencias y recobran el valor, creyendo que estaré con ustedes hasta el fin del mundo, grandes cosas pasarán para las criaturas y el amanecer saldrá.
—¿Cómo sabré quién nos traicionará? —preguntó.
—Lo sabrás, pero nada de eso importará, porque le amarás como a uno de ustedes —respondió ella—. Tengan valor...
Y allí había acabado ese sueño. Lo que no esperaba Lance es que hubiera durado lo suficiente como para encontrarse en un lugar que ni reconocía.
Cuando todo estuvo listo. El humo de la chimenea se había apagado, y una carreta estaba posicionada fuera de la cabaña. Estaba cargada con cajas llenas de comida, y objetos raros, y en un rincón estaban algunos libros antiguos. Todos mágicos. Tsukine estaba en el asiento de adelante, y en vez de caballos, eran unicornios los que sujetaban las carretas. Yami, sin pensarlo demasiado, colocó sus manos en el suelo y dijo:
—Sicut tenebrae omnia abscondunt, sic domum meam a conspectu malarum intentionum abscondes —Como las sombras ocultan todo, así ocultarás mi casona de la vista de las malas intenciones.
Entonces, energías oscuras —o sombras— salieron debajo de la tierra y envolvieron la casa. Y aunque para los chicos nada había ocurrido, en realidad si había pasado algo.
—¿Qué hiciste? —preguntó Lance confundido.
—Para aquellos que tuvieran malas intenciones, en ese lugar, en vez de una casa, un enorme abismo verán —dijo Tsukine.
—Tan profundo y oscuro que con solo acercarse les intimidará y los alejará —completó Yami—. Debo asegurar mi casa. Espero volver a ella cuando todo acabe.
Yami hizo un chasquido, y en un segundo, los unicornios se transformaron en caballos delante de los ojos de Lance.
—¿Por qué hiciste eso? Nunca se ve un unicornio todos los días —dijo él.
—Por eso, porque creo que no pasaremos desapercibido si vamos por la carretera con unicornios. Además, si estamos en peligro, Jul y Jal podrán usar el elemento sorpresa y empalar sus enemigos con sus cuernos. Olvidé decirte que su apariencia de caballo solo es una ilusión, no es real. La magia de la oscuridad no transmuta.
—¿Jul y Jal? —preguntó Tsukine con el ceño fruncido.
—Sí, asi los llamé a ellos —dijo ella, esperando una réplica de Tsukine.
—Me gusta —respondió él.
Yami soltó el aire que había asegurado para llevarle la contraria y defender a sus unicornios.
—¿A dónde vamos? —Preguntó Lance.
Tsukine y Yami se miraron, y fue el primero el que negó con la cabeza, tocándose el puente de la nariz. Yami, le dio unas palmaditas en la espalda y entendió que Tsukine no soportaría mucho tiempo a Lance si preguntaba esas tonteras. Lance no entendía que había dicho de malo, a decir verdad.
—Joven Lance, nos tememos que eres tú quien debes indicarnos el camino. Eres nuestro guía que no se te olvide—dijo ella, amablemente.
Lance abrió los ojos como platos, había olvidado eso. Estaba seguro que, aquella mujer que le había designado el trabajo se había equivocado. No había nadie más inepto que él para saber a dónde dirigirse, cuando solo había estado en el reino Amatista en toda su vida. Entonces, recordó: Había escuchado en una tasca de mala muerte a una mujer decir, que no había lugar más próspero que el reino Zafiro. No les vendría mal tratar de conseguir dinero. Se preguntó, si aquella mujer se molestaría si robaba un poco. Lo meditó un momento, y solo pensó en una respuesta: "al diablo."
—¡Vamos al reino Zafiro! —dijo con mucha emoción y energía.
Yami silbó. Ella sabía que era un lugar lujoso y bonito.
—Tienes buenos gustos —dijo.
—Yo diría que ladrón que roba a ladrón tiene cien años de perdón —dijo Tsukine que, no solo parecía estar conociendo las intenciones de Lance, sino que conocía los escándalos de las altas esferas del reino Zafiro—. ¿Estás seguro de que quieres ir, Lance? ¿No sería una tentación para ti?
—Harás del ladrón fiel, fiándote de él —dijo Yami, guiñándole un ojo.
—Eso, lo que ella dijo —dijo Lance, avergonzado.
—Te cortaré en pedacitos si nos pones en aprietos Lance, o si arruinas mi honor —dijo Tsukine mordazmente, enviándole una mirada severa, mientras alzaba las cuerdas para iniciar el viaje.
Lance solo asintió asustado. Sabía que había metido la pata.
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