El Collar Amatista

Capítulo 02

Eran las doce de la noche cuando Lance se levantó bruscamente. Se había quedado dormido en el heno que había sido consumida por los caballos en casi toda su totalidad y evidentemente, aquello ya no servía ni como escondiste ni como cama improvisada. La luz de la luna atravesaba el establo, y aunque la posada seguía iluminada y ruidosa, el resto de las casas, comercios y la ciudad en sí misma, estaba apagada y solitaria.

Se sacudió el heno de su ropa. Se dio cuenta de que apestaba estiércol, aunque no se había manchado de nada de ello, lo que habló de la poca higiene del establo.

Asqueado por eso, se acercó hasta la salida y asomó su cabeza, y se dio cuenta que la persecución parecía haber terminado. Pero, no por ello, significaba que había menos guardias reales. En realidad, todas las aquellas calles parecían haberse duplicado de estos.

-Haz lo que mejor sabes hacer, Lance, huir... -murmuró para sí mismo, buscando una forma de escapar.

Fue solo cuestión de segundos, en el que pudo ver una pequeña tubería de metal que estaba adherida a una de las paredes de uno de los muros. Tomó aire suficiente, miró a ambos lados, y al ver la oportunidad perfecta, se abalanzó hacia aquella tubería que, con un pequeño impulsó con sus pies, llegó hasta la altura de ella y comenzó a escalarlo con simpleza. "Niño roedor" escuchó en su mente el vivaz recuerdo de cuando era niño y escapaba de las golpizas de los hijos de los nobles en la calle.

Y es que toda su vida había aprendido a huir. Su segunda habilidad era el robo, motivo por el que ahora estaba en aprieto. De haber sabido lo que era ese collar, no lo hubiera robado. No era tan estúpido para robar cosas tan valiosas como para que lo persiguieran hasta el fin del mundo, pero tampoco de cacharros que le hicieran morir de hambre. Siempre buscaba robar algo modesto y que le ayudara a sobrevivir.

Maldijo por debajo.

Es decir, que iba a pensar que el soldado más idiota del mundo decidiría pararse en una tasca de mala muerte con un tesoro tan preciado del reino Amatista. De hecho, el solo vio la cadena del collar, colgando del bolsillo, mientras aquel guardia reía y empujaba a sus compañeros, brindando y celebrando por la victoria que habían tenido contra el reino Esmeralda. Fue así como sus propias acciones abruptas, acompañadas con el adormecimiento del alcohol, que hizo que Lance, con un pequeño tropezón, le quitara el collar.

Suspiro. ¿Debería devolverlo?

No, si lo hacía iban a colgarlo en la ahorca, o peor, sería devuelto a la casa de su amo, Artirius.

-¡Ni por las faldas de Saya! -Escupió, mientras llegaba al tejado finalmente.

Y es que sí, prefería la muerte que regresar a la casa de su amo. Mientras estuvo en la casa de Artirius Bimeleto Thestral Nortirus su vida había sido el mismo infierno. Todavía con la persecución constante y la paranoia con la que ahora vivía por haber escapado, parecía ser esta un pequeño paraíso que la casa desquiciada de su amo.

En primer lugar, los dejaba morir de hambre muchas veces, pues vivía más embriagado que racional. La única neurona que parecía funcionarle, solo le servía para hacer el mal, y usaba a sus esclavos como su drenaje de ira inmediato o como su cúmulo de placer por su propia abstinencia sexual, al estar casado con una mujer que lo aborrecía. Con ello, o terminabas golpeado, o complaciendo los apetitos sexuales de Artirius y sus amigos. Muchos de sus hermanos parecían no importarle, o simplemente preferían no hablar el asunto, pero él estaba asqueado de ello, y por eso, prefería morir que vivir de esa forma otra vez.

Un aire helado sobre todo su cuerpo, le recordó la tortuosa tarea por la que estaba en aquel tejado del reino. Desde allí, solo vio la luna imponente, tan brillante y plateada que estaba seguro que parecía ser expectante de lo que parecía ser su huida más heroica y épica de la vida, o su muerte más segura.

¿Quién saldría burlado?

Ahora, estar desde aquella altura, le era innegable ver el baluarte de belleza y poder que el reino Amatista poseía. No solo tenía enormes estructuras de piedra y madera fina, en su mayoría, sino que las vías principales estaban rellenas de piedras, y solo los callejones seguían siendo de tierra. Una iglesia, era el segundo punto focal después del castillo, y se hallaba en el centro de la ciudad. Adoraban a Gaia, la madre de todas las cosas. La gente en su mayoría era noble, burgeses o del ejército, y solo un estirpe como él, seguían siendo plebeyos o esclavos. Desde allí, él se sentía realmente pequeño.

-Deja de perder el tiempo, Lance -volvió a decirse.

Comenzó a correr por los tejados, tan veloz que semejaba una simple sombra en la oscuridad, y tan ágil como un gato, como para no emitir sonido alguno. Los soldados que custodiaban la calle, ni siquiera determinaban lo que ocurría por encima de ellos.

Lance, en otra época y en otro mundo, hubiera sido el mejor parkourista de la historia. La forma en como saltaba de un edificio a otro y como usaba las paredes y los mismos obstáculo a su favor, era merecedor del mejor deleite placentero de tal deporte como el Parkour.

Había llegado hacia la zona más pobre del reino, donde los tejados y las paredes de piedras eran cambiados por chozas, paredes de barro, heno, y algunas de maderas; en donde las casas tenían terrenos más amplios que les permitía, a algunos, cultivar la tierra y tener uno o dos ganados; de modo que saltar no era una opción. Por ello, mientras corría hacia el Sur, y sabiendo que le quedaba poco para salir fuera del reino Amatista, se detuvo cuando una figura se interpuso de un salto, desde un árbol, a un par de metros de él.

Lance, miró a sus lados buscando a un ejército que le estuviera esperando, pero no había nadie. Solo estaba ese sujeto. Pero había algo un su semblante que era más oscuro que sus propios ropajes negros: su mirada.

-He burlado a un ejército entero, ¿qué diferencia tienes como para estar solo? -dijo Lance, haciéndose el fuerte, pero, en su interior estaba seguro de que en el primer movimiento de este, iba hacerse encima.

El hombre no respondió. Sino que, de su costado, desenvainó una espada de color oscuro que posicionó con mucha elegancia en dirección a Lance. El joven esclavo reconoció que no era un simple soldado de la realeza. Debía ser uno muy especial, por su porte y la forma en la que agarraba su espada. Lance, por primera vez, se atrevió a sacar la pequeña navaja de su pierna derecha. Si iba a morir, lo haría como un hombre.

-Eres valiente para querer usar solo una navaja en tu defensa -dijo aquel sujeto por primera vez-. En otras circunstancias, por mi honor, te dejaría una espada para que la empuñes como todo un caballero.

-Para tu suerte, no soy un caballero, soy un esclavo -respondió Lance, recordando lo mucho que odiaba los asuntos de los nobles. Asi que... piquete.

Él sabía que, en la vida real, el honor y la justicia, solo era un medio de control que la realeza había forjado en ellos para dominarlos en base a sus propias convicciones. Él sabía que en el mundo real, sobrevivía el más apto. Aquel que con astucia o con poder era capaz de conseguir lo que deseaba, aunque se tuviera que llevar todo el mundo para conseguirlo. Al menos, eso era lo que Lance había aprendido.

-¿Esclavo? -El cuestionamiento que escuchó Lance por parte del aquel hombre le dejó frío-. Si fueras un esclavo estuvieras sirviendo a tu señor. En cambio, has preferido vivir como una escoria, a la merced del robo, antes que el trabajo... Dime ¿Has obtenido algo que valga la pena de las ganancias deshonestas? Ni siquiera puedo mirar que tu propia carne ganara algo de peso para justificar el alimento que te comes a costa de lo ajeno.

Ese, había sido el botón de alerta que Lance necesitó para sentir pena de sí mismo y para atreverse a querer clavar su navaja en la sien de aquel hombre. Ese sujeto, era tan idiota como todos los ricos que había conocido en Amatista.

Se abalanzó contra este en un movimiento zigzagueante, planteando el terreno como si fueran los muros que debía usar para apoyarse, y con eso, ganó velocidad y fuerza para enviar un ataque directo, empuñando la navaja directo al pecho del espadachín. Pero aquel, solo le costó un simple movimiento de espada, de forma recta en la línea de su pecho y el eje de su ataque, para interceptar la navaja con el filo de su espada.

-Nada mal para ser una escoria -se burló el espadachín.

Acto seguido, Lance recibió una fuerte patada directo al rostro.

Gritó de dolor. Sintió su cara arder y la mezcla de sangre y saliva sobre su boca. Estaba tan aturdido que no identificó si le había partido el labio o su nariz.

La sonrisa en el rostro de él, hizo que Lance se pusiera de pie, aunque evidentemente se tambaleaba un poco. Escupió la sangre al suelo.

-Gente como tú cree que la base de la vida está en calificar a las personas por lo que hacen o por el estatus social que poseen. ¿Qué lógica hallas cuando lo que las personas suelen ser está basada en un acto de mera obligación y no de decisión propia?

-Siempre está la elección sobre la mesa.

-No para un esclavo -le corrigió.

-Pero sí para alguien que ha huido de su propia esclavitud -añadió el espadachín.

Y esta vez, fue este quien se abalanzó contra Lance, el cual no tuvo tiempo para nada. Recibió el primer golpe en su mentón, luego uno seguido con el mango de su espada hacia su pecho, un tercer golpe fue con su codo y un corte superficial directo a su mejilla que le dejó tirado en el suelo. Lance supo que estaba acabado. Él no era un luchador, solo era un corredor y para eso había servido siempre, para huir y robar. Y bueno, era cierto que había podido elegir nada de aquello, pero hacer eso, era vender su propia voluntad. Una que no había tenido hasta que se consideró libre.

-Mátame si vas hacerlo o...

-¿O qué? -preguntó curioso el espadachín y autoritario.

-O lo hago yo mismo -dijo Lance, apuntando su navaja en su cuello. Había pánico en su rostro, pero no por la muerte, sino algo más, algo que el espadachín no entendía, pero que supo que estaba allí-. ¡No volveré a ese maldito lugar! Pero prefiero ser llevado a la ahorca o ser asesinado ahora mismo, o tomar mi vida por mis propias manos.

-¿Tú vida? ¡No sabes nada! Nuestra vida pertenece a Gaia, ella nos formó -le acusó el espadachín, con severidad reflejada en sus ojos-. Quitarse la vida que, Gaia te dio es ofender la presencia misma de su divinidad. Es peor que traicionar al rey y el reino de Amatista entero. Mátate y confirmarás que eres una escoria. Tu muerte sería un favor para los que vivimos por Gaia y para Gaia. Y por el rey.

-¡No! -gritó Lance-. Tú eres el que no entiendes. Tú hablas de Gaia como una heroína, como una criatura inmaculada con la que deberíamos sentirnos agradecidos por habernos formado, pero, si eso es así, ¿por qué no nos hizo libres? ¿Por qué no permitirnos tener opción en la vida que deseáramos llevar? Tal vez sea el ser más grande que pudiera existir, pero también sé que hay hombres que, al no tener, deciden venderse a un Señor para convertirse en un esclavo, pero hasta ellos tienen mejores tratos que los nacidos en esclavitud.

-Tú no sabes nada de eso porque no eres esclavo, ni lo has sido y no lo serás. Tú has dicho que siempre he tenido oportunidad de decidir, pero todavía si escogí vivir como un exiliado, no tengo derecho de elegir si trabajar por mi alimento o no. El rey y su sistema, y el mundo entero nos obligan a robar para sobrevivir. ¿O acaso como esclavo tengo derecho a trabajar por un salario o por mi comida?

El espadachín enderezó sus posturas, y se dio cuenta del miedo que este tenía no era la muerte, sino que era a vivir como le había sido obligado hacerlo. Era un penoso destino que, a decir verdad, él chico no podía huir de eso. Entonces recordó las palabras de Saya: "No puedes huir del Destino."

-¿Cómo te llamas? -finalmente le preguntó.

-Soy Lance Amadeu Hervéc.

-Lance Amadeu Hervéc De la Casa de Artirius Bimeleto Thestral Nortirus, Yo, Tsukine Yoshiko, Caballero real del ejército élite del Rey Lucius Parthidato, requiero de ti la gema amatista que has robado. Se decidirá por orden de su Majestad, el Rey Lucius Parthidato Señor de Amatista, conquistador de Esmeralda y guardián de los hechiceros del Cosmos Oscuro, tu destino.

-No -respondió Lance, mugriento y con una osada sonrisa-. Soy solo Lance Amadeu Hervéc. La Casa de Artirius se puede pudrir en el abismo de la eterna oscuridad. Soy un hombre libre...

-¿Te rehúsas a las leyes de Amatista?

Lance sacó el collar con dificultad. Seguía abierto y luminoso por la esencia misma de la gema, y respondió:

-Me cago en las leyes del reino Amatista, del rey y Artirius si tengo que doblegar mi voluntad y mi libertad.

Ahora, Lance había sido el que presionara todos los botones para airar a Tsukine. El espadachín, si algo le caracterizaba, era la lealtad determinada que tenía sobre aquellos que se la había jurado. Y, si bien podía aplaudir la valentía, la fortaleza y las convicciones de Lance, no podía permitirse una ofensa a su Majestad el rey.

Así que, con la espada desenfundada, canalizó su energía cósmica sobre esta y un resplandor oscuro, tan negro que ni la misma noche podía competerle, se arremolinó sobre el filo de su espada. En un movimiento brusco, una onda de energía oscura capaz de desintegrar todo a su paso, salió en dirección a Lance.

El chico esperó su muerte, pero, al contrario de ello, la gema amatista se iluminó y se expandió con tanta fuerza, que repelió por ella misma el poder de Tsukine. La fuerza de ambas magia impulsó a cada usuario. Gracias a la gema misma y al reloj que Tsukine llevaba sobre el bolsillo de pantalón, la energía amatista recorrió el cuerpo de ellos dos.

Entonces, la magia fluyó para cumplir su destino.

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