EXTRA: Fantasmas en el museo (parte 2 de 2)
—Ya están aquí —dijo Amado, luego de recibir un mensaje, y abrió la puerta del museo.
Octavio contuvo el aliento. Su intriga se convirtió en extrañeza al ver una camioneta detenida frente a la entrada.
—¿Quiénes son, los de Scooby Doo...? —le preguntó con disimulo a Amado, quien le dio un codazo mientras se aguantaba la risa.
Del vehículo bajaron tres personas muy distintas: primero Jazz, que llevaba su largo pelo recogido en una cola de caballo y vestía un atuendo más sencillo que de costumbre, casi deportivo. Detrás venía una chica de lentes que cargaba un bolso y un extraño aparato en la mano, y por último un chico de pelo cobrizo, cuyos ojos evitaron la mirada de Octavio y Amado a toda costa.
Jazz corrió hacia Amado para saludarlo con un abrazo y exclamó, al ver a Octavio:
—¡Ay, sí vino tu novio!
—No cree en fantasmas, pero tiene la esperanza de que haya uno de algún dinosaurio —dijo Amado.
—He visto tantas cosas en estas últimas semanas que no lo descartaría... —respondió Jazz, y su voz se volvió más grave por unos momentos—. Como sea, estos son mis nuevos amigos —dijo, enmarcando con un gesto de brazos a la chica de lentes y al chico tímido—. Ella es Lupe y tiene unos aparatos raros para sentir espíritus y cosas así, y él es Nicolo y puede ver fantasmas. Así que si hay alguno suelto y molestando en el museo, no se va a poder esconder por mucho tiempo.
Lupe asintió con seriedad mientras hacía unos ajustes en su aparato misterioso; Nicolo, por su parte, respiró hondo y metió las manos en los bolsillos.
—¡Un gusto! —dijo Amado—. Jazz me ha hablado de ustedes. ¿No había alguien más en el grupo...?
—Sí, el tarotista —respondió Jazz—, pero está trabajando, tal vez pase al salir.
Entraron al edificio bajo la guía de Amado, quien cerró la puerta detrás. El pasillo quedó sumido en la oscuridad total por un momento, hasta que un haz de luz proveniente de una linterna que Lupe sacó de su bolso se abrió paso a través de ella.
—¿Trabajan juntos en esto de los fantasmas? —preguntó Octavio, mientras se adentraban en el museo—. ¿Son como una empresa o algo así?
Nicolo negó con la cabeza, luego miró a Lupe y dijo:
—Más bien es que estoy ayudando algunas veces, para probar. La experta es Lupe.
—Sí, hoy viene como invitado —dijo ella—. Pero cuando quiera unirse definitivamente, las puertas están abiertas, tiene un talento especial.
—Ya veo. —Los ojos de Octavio fueron hacia el aparato que ella sostenía—. Y ¿qué es eso...?
—Un termómetro. Los lugares donde se concentran los espíritus suelen tener una temperatura más baja de lo normal. Según nos informó Jazz, eso es lo que pasa en la sala sospechosa, ¿verdad?
Octavio recordó el frío anormal de la sala de los sinápsidos y tragó saliva. Tampoco le ayudaron a relajarse las corrientes frías que llegaban de los rincones mientras recorrían los pasillos oscuros, ni la forma en que la noche agigantaba el ruido de sus pisadas de modo que parecía que no solo ellos estaban allí. No quería dejarse sugestionar por eso, pero era inevitable. Olió el perfume de Amado, que se acercó por la izquierda, y sus manos se encontraron. La encontró cálida, como de costumbre; con los dedos entrelazados, no había frío que pudiera con ellos.
—¿Has trabajado en museos embrujados antes? —le preguntó Amado a Lupe.
—Sí, es común que haya espíritus en este tipo de lugar, porque se hacen en edificios antiguos y porque hay objetos con mucha historia.
—Es verdad —intervino Nicolo, con voz perdida—. En este lugar hay cosas. Muchos ecos del pasado, no estamos solos. Me voy a concentrar.
Aunque Amado y Octavio eran quienes le estaban mostrando el camino, Nicolo comenzó a adelantarse a ellos en la dirección correcta, a pesar de no conocer el lugar. Su mirada perseguía un rastro invisible, y con cada paso que daban, el frío se fue incrementando.
Al pasar junto a las gigantescas aves del terror, a paso rápido, Octavio creyó escuchar un graznido, y para cuando llegaron a la sala de la megafauna, donde estaba el mamut, casi trotaban detrás de Nicolo. Al respirar, el aire se condensaba en una densa nube blanca. Octavio volvió a ser consciente del frío y estuvo a punto de resbalar en el suelo, lo que lo hizo mirar hacia abajo.
Los comentarios de los supuestos cazafantasmas tenían que haberlo sugestionado demasiado, porque vio nieve bajo sus pies. Convencido de estar teniendo una alucinación, levantó la vista esperando ver el esqueleto del mamut, una de las estrellas de esa área. En lugar de eso vio al animal mismo, cubierto de grueso pelo, vivo, colosal. La nieve caía del techo con suavidad y cubría toda la sala. Los otros esqueletos se veían también como animales vivos: el smilodon —tigre dientes de sable—miraba a Octavio con una mezcla de recelo y curiosidad. El megaterio, un enorme perezoso antiguo, estaba parado en dos patas, contra una de las columnas de la sala, sus seis metros elevándose hacia el infinito.
No importaba que fuera una visión provocada por lo que habían estado hablando, Octavio se sintió transportado en el tiempo a un lugar imposible, que solo podía visitar en sueños. Con la garganta cerrada por la emoción, no pudo decir nada.
Quién sí habló fue Amado, a su lado:
—Creo que estoy alucinando —murmuró.
—¿También lo ves...? —Octavio lo miró de reojo, confundido.
—Increíble —dijo Lupe, deteniéndose un momento para admirar el escenario—. Fascinante.
En un parpadeo las imágenes se esfumaron, al mismo tiempo que Nicolo pasaba a la siguiente sala. Los otros lo siguieron
—¿Qué está pasando? —preguntó Octavio. Su nueva teoría era que habían tenido una alucinación colectiva, aunque su corazón latiera con emoción real.
—Nicolo tiene unos poderes locos —explicó Jazz, que trotaba detrás de él—. Puede abrir las puertas de lo sobrenatural, pero esta vez fue muy lej...
Las palabras de Jazz quedaron a mitad de camino en cuanto entraron a la sala principal de los dinosaurios. Allí se encontraban los esqueletos más grandes, ahora cubiertos de piel, aparentemente vivos. El techo resplandecía, iluminado por un color rojizo. La sombra del tiranosaurio, cuyos ojos se posaron sobre Octavio, era colosal. Incluso el aire olía distinto, una mezcla de ceniza y tierra mojada. De haber sido por Octavio se hubiera quedado allí, estudiando cada una de las escamas del ankylosaurio, los lentos movimientos del argentinosaurio, las hermosas plumas de los brazos del velociraptor. ¿Cómo era posible? ¿Estaba soñando?
—¡O sea que sí hay fantasmas de dinosaurios! —dijo Amado—. O algo así...
Octavio no pudo decir nada. Estaba demasiado abrumado por lo que veía, que tristemente desapareció en cuanto Nicolo abandonó la sala para pasar a la última.
En esa última sala estaban los sinápsidos, donde había ocurrido el incidente de la placa del dimetrodon.
Entrar en ella fue como poner un pie en el periodo Pérmico. Lo primero que Octavio vio fue la vegetación, compuesta de árboles de estilo antiguo, más parecidos a grandes tallos con hojas gigantes, y luego los extraños animales que merodeaban, algunos de los cuales se veían distintos a las reproducciones clásicas. Octavio trató de memorizar las diferencias lo mejor que pudo antes de volver su atención al fondo, donde Nicolo estaba parado junto al dimetrodon, cuya aleta era más alta que cualquiera de los presentes.
—¡Nicolo, esto es increíble! —exclamó Jazz.
Nicolo no respondió. Sostenía la placa informativa de la exhibición del dimetrodon en la mano, y tenía la mirada tan perdida que a Octavio se le puso la piel de gallina.
—Tengo un mensaje importante —dijo Nicolo con gravedad.
Octavio se adelantó para preguntar:
—¿Qué mensaje?
—Es que no estoy entendiéndolo bien, pero tiene que ver con esta placa. Alguien quiere venir a decir algo sobre ella.
—¿Alguien como un dinosaurio de estos...? —preguntó Jazz.
—Estos no son dinosaurios, son sinápsidos —aclaró Octavio.
Con la mirada todavía perdida, Nicolo asintió.
—Es verdad —dijo Nicolo, y luego le habló a Octavio—. El que quiere venir es una persona, y quiere hablar contigo, dice que tú entenderás mejor. ¿Puede ser?
Luego de unos momentos de confusión, Octavio se acercó, seguido de cerca por los otros, y extendió la mano hacia Nicolo, que respiraba con agitación. Este la aceptó, y cuando se encontraron en ese gesto, la actitud de Nicolo se tornó seria. Su mirada se enfocó en Octavio, y al abrir la boca habló con una voz grave que no correspondía con la suya:
—O nome da espécie na placa está errado —dijo Nicolo en portugués—. Esse daqui não é o dimetrodon limbatus, é o dimetrodon grandis.
De pronto, todo tuvo sentido para Octavio. Lo que hablaba a través de Nicolo era alguien que sabía lo que estaba diciendo.
—¿Qué dice...? —susurró Jazz—. ¿Por qué habla en portugués?
—Dice que la placa tiene información equivocada sobre este animal —explicó Octavio, señalando al dimetrodon—. Hay varios tipos, la placa muestra uno que supuestamente no corresponde con el esqueleto en exhibición. Deberíamos revisarlo para comprobarlo, pero eso explicaría todo...
—¿O sea que volvió de la muerte para quejarse de que la placa tenía mal puesto el nombre?
—Tiene sentido —intervino Octavio.
—Octavio también lo haría —acotó Amado en voz baja.
—¡Claro que sí! ¡Es importante!
—¿Quién está hablando? —le preguntó Lupe a Nicolo.
—Llewellyn Ivor Price —respondió él.
Lupe y Jazz fruncieron el ceño, pero Octavio dio un respingo.
—¡¿Doctor Price?! —exclamó—. Fue un paleontólogo brasileño legendario, clasificó algunos tipos de dimetrodon, entre muchas otras cosas.
—Ya veo —dijo Lupe—. Mensaje recibido, doctor Price. ¿Puede dejar a Nicolo ahora?
Nicolo asintió, y de un instante a otro su porte cambió. Parpadeó e intentó decir algo, sin éxito. En vez de eso, se tambaleó un poco, y Jazz se apresuró a sostenerlo para evitar que terminara en el suelo. Al mismo tiempo, el ambiente en que se encontraban volvió a su estado natural. Ya no había árboles extraños ni criaturas antiguas. Todo estaba en su lugar, aunque Octavio todavía podía oler un rastro de tierra y vegetación.
—¿Está bien? —preguntó Amado, con alarma.
—Sí, es que le tomó demasiada energía canalizar al señor —explicó Jazz—. Lo que sí es que su novio nos va a matar si lo ve así, así que no sé si nosotras terminemos bien. ¡Creí que solo iba a hablar con un fantasma, no que iba a abrir un portal a otras épocas y dejarse poseer por un señor brasileño!
—De hecho, dice que está en camino —terció Lupe, luego de revisar su teléfono. Ella no se veía preocupada.
—¿No te digo? Zarek tiene un sexto sentido.
—Estoy bien —se quejó Nicolo, con voz pastosa, aunque claramente estaba agotado.
Tenía que descansar. Aunque todavía abrumado por lo vivido, Octavio se las ingenió para guiarlos a una oficina para que Nicolo pudiera recostarse y tomar algo.
Luego, mientras iban por comida a la cocina solos, Amado acorraló a Octavio en un rincón oscuro del museo y le preguntó, en un tono juguetón:
—¿Qué dices, ahora crees en fantasmas?
A Octavio le costó responder. Nada de lo que había pasado tenía sentido en realidad, pero de alguna forma, todo se sentía correcto. Por dentro, su corazón bailaba. Tal vez volviera a dudar pronto, pero de momento le gustaba pensar que entre las paredes del museo había vestigios de tiempos antiguos que iban más allá de los restos físicos, que cada cosa tenía su alma.
—Por esta noche sí, no sé si mañana no empiece a pensar que soñé todo esto.
Lo que sí era seguro era que no lo olvidaría. Se sentía tan real como las paredes del museo, como el suelo que pisaba, como los labios húmedos de Amado besando los suyos en aquel rincón. Tenía que aprender a rendirse ante los misterios. Después de todo, ya tenía evidencia de que el mundo estaba lleno de magia.
Por esa vez, elegiría creer.
Fin del extra.
¡Holis! Muchas gracias por leer el extraaaa 😭💖
¿Qué tal? Octavio cumplió su sueño de ver dinosaurios (???).
Una parte de la inspiración de este extra es que una vez vi a alguien decir: "si los fantasmas son reales, cómo es que no hay fantasmas de dinosaurios?" Y me quise imaginar qué pasaría si sí hubiera, jajaja.
Si pudieras ver con tus propios ojos un animal extinto o un hecho del pasado, ¿qué sería? A mí me encantaría ver dinos también (a ver si el tiranosaurio tenía plumas). Y ver muchas épocas del pasado, no me decido xD
Para fans de Zarek: Zarek no apareció porque no quería que hubiera tantos personajes, pero saldrá en la versión de este extra que pondré en Juego de fantasmas (que tiene escenas que acá no se mostraron, como el antes y después de la pandillita de cazafantasmas).
En este extra salen algunos otros animalitos antiguos (tigre dientes de sable, megaterio, mamut), ¿los conocías? Creo que todo el mundo conoce al mamut, pero aquí una imagen que muestra tamaños y donde sale el megaterio, el perezoso gigante (último en la fila):
A propósito, este es Llewellyn Ivor Price, el paleontólogo brasileño que se menciona en la historia, fue una persona real (1905-1980):
Espero que me acompañen en futuros extras ❤️
Gracias por apoyar con sus votitos y comentarios, luego andaré respondiendo, como siempre. ABRAZOOOOOS.
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