EXTRA: Fantasmas en el museo (parte 1 de 2)
Octavio sintió un escalofrío.
La temperatura de esa sala del museo siempre era baja, sin importar cuántas veces intentaran ajustar el aire acondicionado. Además, había algo inquietante en las figuras que reproducían a los antiguos reptiles carnívoros del periodo Pérmico. Sus ojos feroces eran demasiado realistas, al punto de que Octavio los sintió clavados en la nuca al darles la espalda.
Frente a él, los niños de escuela a los que guiaba intercambiaron susurros, mientras esperaban ansiosos a que él comenzara a hablar. Se estaba volviendo costumbre que Amado le preguntara si quería sustituir a los guías del museo cuando estos no podían asistir.
«Ya lo haces gratis cuando vienes al museo y te pones a explicarle cosas a gente confundida, ¿qué tal si cobraras por eso?», le había dicho Amado entre sonrisas.
Así que Octavio había aceptado, y le gustaba más de lo que quería admitir, la mayoría del tiempo.
—¿Cómo se llama el dinosaurio atrás tuyo? —preguntó una niña.
—No es un dinosaurio —explicó Octavio—. Es un sinápsido, un tipo de reptil. Se llama dimetrodon. Dimetrodon limbatus.
Al señalarlo cayó en cuenta de que la placa de la descripción estaba torcida e hizo una nota mental para mencionárselo a Amado más tarde. Por alguna razón, desde que habían inaugurado esa muestra, siempre se desprendía, sin importar el cuidado con que volvieran a colocarla.
—Yo lo vi en una película de dinosaurios, me acuerdo de la aleta esa que tiene en la espalda.
—Sí, pero no es un dinosaurio. —Octavio respiró hondo—. Es de una época anterior. Estos eran carnívoros y algunos eran similares a los mamíferos. Este también es un sinápsido —agregó, señalando a otra figura cercana, que se veía como una combinación bizarra de perro robusto con lagarto—. Tenía pelo, incluso, su nombre es cinognatos.
—¡Aaaaay, son muy feos! —exclamó un niño, y el resto le dio la razón, riendo.
Octavio se cruzó de brazos. ¿Feos? ¿Cómo podía decir algo así de una criatura tan magnífica? No tuvo tiempo de ofenderse, sin embargo, porque al levantar la vista vio que, desde la otra punta de la sala, Amado observaba la escena con una sonrisa. El blanco que vestía estaba tan impecable como al principio del día. Verlo allí parado de forma tan casual distrajo a Octavio, tanto que olvidó por unos momentos de qué venía hablando. Claro que era su imaginación, pero incluso a la distancia le pareció oler el suave perfume marino que se había puesto a la mañana, antes de que se despidieran con un beso. Luego de saludarlo con discreción, Octavio se lamió los labios y siguió adelante con la presentación, que se dio sin incidentes hasta que llegó el final.
—¿Alguna duda de lo que hemos hablado hoy? —le preguntó Octavio a los niños.
Una niña levantó la mano con timidez para pedir la palabra, y Octavio hizo un gesto para animarla a hablar. Temblando, ella señaló al espacio vacío junto a Octavio y preguntó:
—¿Quién es ese?
Silencio. Octavio miró hacia el costado y no vio nada más que el esqueleto del dimetrodon y la figura a tamaño natural que reproducía cómo se habría visto. No había ninguna persona, sin embargo. La niña apuntaba al aire.
—¿Quién es qui...?
Antes de que Octavio pudiera terminar, la placa de descripción del dimetrodon se salió de lugar y quedó colgando por solo una sola de sus esquinas. Los niños comenzaron a agitarse, y mientras la maestra trataba de calmarlos, Octavio suspiró e intentó acomodar la placa, que al final se desprendió por completo.
—¡Había un señor enojado! —le insistió la niña a la maestra cuando iban en camino a la salida.
Octavio todavía tenía la placa en la mano cuando se acercó Amado, luego de que los niños se hubieran ido.
—Esta placa arruinó mi presentación —se quejó Octavio, y la dejó a un lado para recibir en sus brazos a Amado.
El abrazo, familiar y cómodo, disolvió toda molestia. Ahí olió, en el espacio entre el cuello de Amado y su hombro, el perfume de la mañana.
—No creo —replicó Amado sonriendo—. Estaban fascinados.
Octavio se movió para besar a Amado en los labios, solo para detenerse cuando una ráfaga helada se metió entre los dos. Amado miró a su alrededor, en búsqueda del origen de la corriente, y tembló un poco.
—¿Estás bien? —preguntó Octavio, refregando sus brazos.
Amado se apretó contra él.
—Sí, es solo que está helado aquí.
Era verdad, el frío era ahora más intenso que antes. El beso que los unió creó un calor que lo mitigó momentáneamente, y los dos estiraron el momento lo más posible. No había mucha gente en el museo a esa hora, y ya no les importaba si alguien los descubría besándose a la sombra de los dinosaurios. No sería la primera ni la última vez; la posibilidad incluso le daba un toque especial.
—¿Ahora está mejor? —murmuró Octavio al apartarse.
—Mucho mejor —respondió Amado—, pero justo de esto te quería hablar. Desde que renovaron esta parte del museo, siempre hace frío. Es raro porque ya han probado hasta cambiar el aire acondicionado.
—Y también está el problema de la placa del dimetrodon, siempre se sale. ¿Será un tema de humedad o algo así?
Suspirando, Amado se llevó una mano al mentón.
—Ya han revisado eso también. Esto no puede seguir así, así que he decidido tomar medidas radicales.
—¿Qué medidas?
Amado volvió a acercarse a Octavio para hablar en un susurro.
—¿Sabes lo que dicen los guardias? Que hay un fantasma, que lo han visto rondar esta sala de noche, cuando no hay nadie.
—¿Qué guardia dijo eso? —Octavio frunció el ceño—. Porque ya sabemos que a Mario le gusta hacer bromas...
—No solo Mario lo vio, son varios, en especial en esta sala. Y yo conozco a alguien que nos puede ayudar con eso.
Silencio. Octavio se tomó un tiempo antes de responder, para asegurarse de haber escuchado bien. Amado hablaba en serio, sus ojos claros estaban cargados de decisión. Lo que fuera que iba a hacer lo haría con o sin él.
Aún así, Octavio murmuró, por inercia:
—Los fantasmas no existen.
—¿Cómo puedes estar tan seguro? —replicó Amado, poniendo un dedo sobre el pecho de Octavio.
—Porque hablamos de fantasmas, ¡no hay evidencia científica!
—Habrías dicho lo mismo sobre los dragones y los unicornios no hace tanto.
Octavio se cruzó de brazos, resopló y miró al piso de mármol, que le devolvió un difuso reflejo de sí mismo. Así era, bajo ese suelo sobre el que estaban parados había restos de seres de leyenda, pero un fantasma era algo distinto.
—Esas son criaturas de carne y hueso —dijo por lo bajo—. Y al final sí había evidencia.
—Está bien si no crees, pero yo no me voy a arriesgar a que tengamos una plaga de fantasmas, así que tengo un plan.
Más allá de lo que Octavio creyera, las palabras de Amado terminaron de despertar su curiosidad. También pensó en la niña que decía haber visto a alguien a su lado, y por apenas un instante consideró la posibilidad de que se hubiese sido un fantasma, aunque eso le hiciera sentir que se traicionaba a sí mismo.
—¿Qué plan?
—Esta noche voy a recibir a un grupo de investigación paranormal aquí, vamos a ver si esta sala está embrujada. Te contaré cómo nos fue cuando terminen y te prometo que le diré a los fantasmas que dejen en paz tu placa. Aunque no creas en ellos.
Octavio se volteó para ver la figura del dimetrodon, ahora sin su placa, y miró de reojo a Amado.
—¿Puedo venir...? —le preguntó.
—¿Aunque no creas en fantasmas?
—¡Solo quiero ver qué van a hacer! Me da curiosidad si sus métodos tienen alguna base científica.
La risa de Amado llenó la sala, y Octavio no pudo contener una sonrisa.
—Claro que puedes —respondió, plantando un beso en la mejilla de Octavio.
Los supuestos cazafantasmas eran conocidos de Jazz, uno de los primeros amigos de Amado a los que Octavio había conocido. Jazz vestía algo distinto cada vez que se cruzaban, desde trajes a vestidos: a veces podía jurar que era una chica, a veces un chico, y otras una combinación de ambos, pero la constante era que tenía un sentido de la moda impecable. Jazz prefería no ponerse etiquetas, y le daba igual cómo le llamaran.
Esa noche, Octavio y Amado se acercaron al museo poco después de la caída del sol. Allí los recibió Mario, quien abrió la puerta de servicio para ellos.
Entrar en el museo, tan vacío y oscuro como la vez en que habían recuperado el huevo, le trajo a Octavio sentimientos encontrados que se le arremolinaron en el estómago. Emoción, adrenalina, la sombra del miedo. Las circunstancias, sin embargo, eran distintas esta vez. Ya no había nada que temer, a no ser que los fantasmas fueran reales, cosa que era imposible. A pesar de eso, tomó la mano de Amado y le sonrió. Él respondió apoyándose en su hombro.
—¿Debería apagar las cámaras para que estén a solas en alguna sala en particular...? —preguntó Mario con una sonrisa cómplice.
—No, recuerda que van a venir más personas... —respondió Amado.
—Ah, ¿va a ser algo grupal?
—¡¿En qué estás pensando?! —replicó Octavio, aunque estaba claro que Mario bromeaba.
—Nada, nada. —El tono de Mario pasó de jocoso a serio—. Tengo entendido que vendrán a ocuparse de los fantasmas. En ese caso, dejaré las cámaras prendidas y estaré disponible si me necesitan.
A Octavio le llamó la atención el cambio de actitud.
—¿Tú crees en fantasmas? —le preguntó.
—Claro que sí. —La mirada de Mario se perdió en la oscuridad de un pasillo—. Cualquier persona que haya trabajado como guardia nocturno termina creyendo. La noche oculta muchos secretos.
—Solo espero que el fantasma no sea de tiranosaurio o algo así —dijo Amado.
—No sé, eso sí me gustaría verlo... —murmuró Octavio.
La intriga no le duraría mucho. Los supuestos cazafantasmas no tardaron en llegar, aunque no se veían como Octavio los imaginaba.
Continuará la semana próxima.
¡Holiiiis! Nos reencontramos con nuestros chicos, ¿los extrañabas?💖🦕 También me divirtió reencontrarme con Mario xD
En la siguiente parte veremos a personajes de Juego de fantasmas, pero no hace falta haber leído esa novela para entender, porque aquí vemos las cosas desde el punto de vista de Octavio, y él no los conoce.
¿Cuál será el misterio fantasmal de esa sala? 👀
¿Iban a museos con tu escuela? A mí me encantaba (aunque mis paseos favoritos eran los de fábricas, y que me regalaran cosas xD)
¿Conocías al dimetrodon? Aquí hay algunos sinápsidos de los que habla Octavio, son bien bizarros (el de la aleta es el dimetrodon):
El dimetrodon sale en Jurassic World, aunque no es un dinosaurio:
https://youtu.be/d91HiQZS0G0
Más adelante pondré una versión en de este extra en Juego de fantasmas desde el punto de vista de uno de los personajes de allí, para que vean a Amado y Octavio desde otros ojos, jajaja 💖
¡GRACIAS POR LEER! Hasta la próxima y muchos abrazoooos💖
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