EXTRA #4: Octavio y Amado versus el jardín botánico (parte 2 de 2 - FINAL)
El contacto sería fácil de reconocer y el lugar fácil de encontrar, les había dicho la empleada del jardín botánico al brindarles la información.
—No significa que crea en hadas todavía —le aclaró Octavio a Amado cuando llegaron al vivero que indicaba la dirección, ubicado en una casona en la parte más antigua de la ciudad.
De existir, eso sí, las hadas amarían aquel lugar. Una explosión vegetal brotaba de la puerta principal. Las plantas crecían en todas partes, dentro de las macetas que descansaban en la vereda y sobre las paredes, tapadas por enredaderas. Otras bajaban desde la azotea, como si el edificio fuera una taza de té verde que se desbordaba hacia la calle.
—Por supuesto. —Amado sonrió, mientras se tapaba con una mano para que el sol no le diera directo en los ojos.
Encontraron refugio dentro de la casa, una pequeña selva artificial repleta de arbustos, macetas con flores y plantas que colgaban de la baranda de la escalera que daba al segundo piso. La luz entraba a través del techo de claraboya. En el fondo, una puerta llevaba a un patio interior, en el medio del cual crecía un árbol.
Octavio intercambió con Amado una mirada de silenciosa admiración, y tuvo que luchar contra la sensación de estar siendo observado por las plantas. ¿Acaso las hojas de aquel arbusto se habían levantado un poco? No, tenía que ser su imaginación, igual que el murmullo que creyó escuchar, aunque un dato oportuno vino a su mente:
—¿Sabías que hay artículos científicos que dicen que las plantas pueden ver, a su manera?
Amado se acercó más a él, para alejarse de una rama que rozaba su brazo.
—¿Sí? Eso explicaría que siento que me están juzgando ahora mismo.
—No te preocupes; si pueden verte, seguro que están admirándote. O te confunden con el sol. Me pasaría, si yo fuera una planta.
Ya llevaban más de un año juntos en el que Octavio había aprendido a soltarse en formas que no hubiera imaginado. Pero algunas cosas no cambiaban: Amado se sonrojó un poco y sonrió, meneando la cabeza. Los ojos le brillaron un poco de más, también.
—Y si yo fuera una planta, ¿me querrías todavía? —Amado acompañó la pregunta apoyó las manos en los hombros de Octavio.
—Claro. Estudiaría la manera más eficiente de cuidarte, te pondría abono, te regaría cuando lo necesitaras.
Amado rio por lo bajo y se acercó más a Octavio, que entrecerró los ojos como si el otro fuera realmente el sol. Estaban a un paso de un beso, sin embargo, cuando Amado se detuvo y murmuró:
—Creo que tienes razón, las plantas nos están mirando.
—Es verdad —intervino una tercera voz.
Amado y Octavio se apartaron de inmediato al escucharla.
El dueño resultó ser un chico con el pelo teñido de un verde que hacía juego con el entorno. Vestía un traje con tirantes de estilo jardinero y sonreía. Aquel era el contacto del que había hablado la empleada del jardín botánico, sin duda alguna.
—¡Perdón, hola! —exclamó Amado.
Octavio se detuvo a estudiar al chico, que no pareció inmutarse ante su mirada inquisitiva. La tintura de su pelo se veía tan natural que no se habría sorprendido demasiado si de pronto le brotaran flores de la cabeza. Sus ojos eran verdes, también. Su curiosa apariencia y actitud relajada lo hacían mimetizarse con la vegetación.
—No hay problema —dijo el chico—. Soy Dion, perdón por hacerlos esperar. ¿En qué puedo ayudarles?
Mientras Octavio resoplaba y metía las manos en los bolsillos, con la esperanza de que en el fondo de ellos pudiera encontrar las palabras para preguntar sobre hadas sin sentirse ridículo, Amado entró en modo diplomático y tomó la palabra:
—Amado Garza, un gusto —se presentó—. Y él es Octavio Vega. Estamos haciendo una investigación en el jardín botánico acerca de un tema que tenemos entendido que tú conoces bien.
—¡Ah, interesante! ¿Qué tema?
Amado contuvo la respiración y miró a Octavio. Luego de un instante de silencio, los dos hablaron a la vez:
—Hadas.
Los ojos de Dion se agrandaron y dieron un paseo por la sala. Octavio siguió su mirada, de pronto algo ausente. Octavio se preguntó si tal vez el chico había hecho una broma al mencionarle las hadas a la empleada del jardín botánico, y esta lo había tomado en serio.
—No es que estemos diciendo que tenga que ver realmente con hadas —aclaró Octavio—. Es que tenemos preguntas hipotéticas al respecto.
El comentario hizo que Dion, cuya atención estaba dispersa en el aire, volviera a tierra.
—¿Qué preguntas?
—Es sobre algunos problemas que está habiendo en el festival de primavera... —comenzó a contar Amado.
Asintiendo cada tanto, Dion escuchó sin interrumpir lo que ambos tenían para decir sobre el festival, los objetos desaparecidos y las figuras que algunos decían haber visto. En ningún momento se rio, como Octavio temía, aunque sí llegó a sonreír un poco y volverse hacia las plantas con cierto aire cómplice.
—Me gustaría ir al jardín botánico para entender mejor lo que está pasando —les dijo una vez que terminaron de explicar la razón de su visita—. Sí, tengo una teoría —agregó, en tono confidente, y Octavio no estuvo seguro de que se estuviera dirigiendo a ellos.
Su mirada seguía escapándose, una y otra vez, hacia diferentes rincones de la habitación en los que no había nada más que plantas.
—¿Estás libre ahora? —preguntó Octavio.
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El festival de primavera seguía en marcha cuando llegaron al jardín botánico. Dion parecía distraído por las decoraciones, y se detuvo varias veces a revisar algunas plantas y árboles en el camino hacia la explanada principal.
—Cuando dijiste que los lugares como estos están llenos de hadas, ¿hablabas en serio o era una forma decir? —se atrevió a preguntarle Octavio.
Dion frunció el ceño.
—¿Cómo que una forma de decir? Claro que es en serio. No haría bromas con eso.
—Espera, ¿o sea que sí crees?
Dado lo dividida que estaba la atención de Dion entre el paisaje, ellos y cualquier partícula de aire que se le cruzaba por el camino, a Octavio se le hacía difícil seguir el hilo de lo que él decía.
—«Creer» en las hadas no tiene sentido —respondió Dion, y la afirmación tomó por sorpresa a Octavio, que se apresuró a decir:
—¡Sí, eso es lo que digo!
—¿O sea que no crees? —preguntó Amado, con la voz derretida por la decepción.
—Por supuesto que no creo —dijo Dion, que caminaba de una forma inusual: de frente a ellos, pero dando pasos hacia atrás para avanzar—. ¿Acaso alguien podría decir que no cree en los árboles?
La pregunta, en conjunto con la extraña forma de caminar de Dion, desbarató a Octavio. La realidad estaba empezando a dejar de tener sentido.
—¿Eh? No es cuestión de creer, los árboles están en todas partes.
—¡Exacto! Como las hadas. Aunque no en todas partes, sí prefieren algunos lugares, como este, que también sirve como un portal entre su mundo y el que está más allá.
Dion extendió los brazos con la gracia de un bailarín.
—¿Lugares como este? —preguntó Octavio, mirando a su alrededor.
Las decoraciones se veían distintas, ahora que lo pensaba. Las copas de los árboles brillaban con luces que no recordaba haber visto antes, y de las ramas colgaban gemas de colores que resplandecían con intensidad. Incluso el cielo se veía diferente. El celeste habitual se combinaba con otros colores: violetas, verdes y rojizos que se elevaban hacia el infinito en formas espectaculares. A su lado, Amado le tomó la mano y dijo:
—¿Una aurora boreal? ¿Cómo puede ser? ¿Qué está pasando?
Octavio contuvo el aliento al bajar la vista del cielo y descubrir que ahora el jardín botánico también se veía salido de otro mundo. Ya no solo por las decoraciones, sino porque cada piedra en el camino y cada planta emitía su propia luz, tenue pero constante. Las flores se habían multiplicado, y algunas tenían formas y colores imposibles. Incluso el aire se sentía más ligero, más cristalino.
—¡Mira! —exclamó Amado, señalando una flor en la que un pequeño ser humanoide de piel verde estaba sentado.
No era el único. Otras criaturas se asomaban entre las flores, observándolos y cuchicheando.
—¿O sea que lo ves también? —murmuró Octavio—. ¿Qué tal si ese vivero tenía plantas alucinógenas o algo así?
—¿Eso nos afectaría así? ¡No tocamos nada!
—No sé...
—¡Qué maleducados! —se quejó la pequeña criatura de la flor—. ¡Se dice hola!
—¡Ah, hola! —se corrigió Amado.
—Perdónalos, Alhelí —intervino Dion, dirigiéndose al ser de la flor—. Creo que es su primera vez viendo hadas y cruzando un portal.
—¡Dion, no puedes abrirle la puerta de nuestro mundo a cualquiera!
—Un momento, ¿qué? —dijo Octavio, haciendo malabares para tratar de entender.
—¡No son cualquiera! —replicó Dion—. ¿Es verdad que ustedes han estado tomando cosas de las personas que visitan este jardín del lado humano últimamente?
El diminuto ser verde al que Dion llamaba Alhelí y al que Octavio se negaba a llamar hada se cruzó de brazos.
—¡Los humanos organizaron su festival aquí sin pedir permiso y no han ofrecido nada a cambio, así que es natural que las hadas tomen sus propias medidas!
Dion asintió con expresión grave.
—Entiendo, es lo que imaginaba —dijo, y se volvió hacia Octavio y Amado, que había perdido el poco color que le quedaba en la cara.
—¿Están robando cosas porque no les pidieron permiso? —alcanzó a decir Octavio.
—No estamos robando nada —replicó Alhelí—. Estamos tomando lo que nos corresponde en pago por las molestias.
—¡Pero yo quiero mi cadena de vuelta!
Daba igual si era una alucinación o no, a esas alturas. No quedaba otra opción más que seguir la corriente de aquella locura, como si estuviera en el país de las maravillas.
—¿Qué ofreces a cambio, humano?
Para ser tan pequeña, esa Alhelí tenía mucha actitud. No retrocedió ni un milímetro ante la demanda de Octavio.
—¡¿A cambio de algo que es mío?!
—Pero si este jardín es parte de su hogar, me parece bien que quieran algo a cambio —intervino Amado, tomando a Octavio del brazo—. Estamos invadiendo, ¿no?
—¡Eso mismo! —dijo Alhelí.
Octavio respiró hondo. Si se rendía a la posibilidad de que aquello no fuese producto de alguna misteriosa planta con efectos alucinógenos del vivero de Dion, podía entender la situación. Amado apoyó el mentón en su hombro, y Octavio le apretó la mano. Al menos eso se sentía real.
—Bien —dijo Octavio—. ¿Qué les gustaría?
—Miel —respondió Alhelí, con una sonrisa satisfecha—. Y que nos pidan permiso y disculpas.
—¡Chocolate! —agregó otro de los seres, que voló desde una flor cercana—. ¡A veces los niños traen y es rico!
—Dulce de leche —dijo otro.
Pronto, Octavio y Amado se encontraron rodeados de hadas que hablaban unas sobre las otras proponiendo distintos tipos de comidas y chucherías.
—¡Está bien! —Octavio apartó a las hadas con cuidado—. Podemos hablarlo con la empleada del jardín botánico, ¿no? Me imagino que no sería un problema. Pero queremos que devuelvan lo que tomaron de los humanos en estos días.
Entre resoplos de protesta, Alhelí los guio hasta una especie de trípode de piedra encima del cual descansaba una montaña de pequeños objetos. En lo más alto estaban los lentes de sol de Amado, y debajo había desde autos de juguete a anillos, collares y pulseras.
Con una sonrisa, Amado se colocó los lentes en la cabeza, mientras Octavio revolvía la pila en busca de su cadena. Finalmente apareció, entre unos broches de pelo y unas llaves que se habían enredado un poco en ella.
—¡La encontré! —exclamó Octavio, triunfante. Estaba intacta.
Al levantar la vista para mostrarle la cadena a Amado, se encontró de vuelta en el mundo real. Los colores de las flores y las decoraciones de los árboles ya no tenían un aspecto sobrenatural: eran simples guirnaldas. El cielo era el mismo de siempre, no había ninguna criatura sentada sobre las hojas de las plantas. El trípode de los objetos perdidos sí seguía allí, eso sí, junto con la montaña de pequeños tesoros humanos.
Octavio se dio vuelta en busca de Dion, para pedirle una explicación y no pudo encontrarlo. Los únicos presentes eran otros humanos que visitaban el festival del jardín sin preocupación alguna, ajenos al secreto que este guardaba.
—¿Será que lo imaginamos todo? —preguntó Octavio en voz baja, apretando la cadena del Wulong bohaiensis en la mano—. ¿Y ahora se pasó el efecto alucinógeno?
—No creo que lo imagináramos —respondió Amado—. Pero sea como sea, deberíamos cumplir la promesa que le hicimos a las hadas. Bastante generosas son de compartir este espacio con nosotros, después de todo.
Octavio recorrió con la mirada las flores y las plantas cercanas, preguntándose si estaba siendo observado, y asintió con la cabeza. Entre los dos tomaron los objetos perdidos del trípode de piedra y se dirigieron a la administración para hablar con el contacto de Calista.
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—Sigo sin creerlo —le susurró Octavio a Amado esa noche, en la cama—. ¿En serio fuimos al mundo de las hadas? Si hubiera sido una alucinación, ¿por qué el efecto se pasaría de forma tan repentina?
Amado se acomodó contra él y chasqueó la lengua.
—Tengo que digerirlo también. Es más, empiezo a pensar que ese chico de pelo verde tampoco era humano.
Habían vuelto al vivero luego del incidente del jardín botánico, donde un hombre joven de piel tostada les había dicho que Dion regresaría al día siguiente.
—Con todo lo que hemos visto, Carla está decepcionada de que sigamos sin encontrar aliens. —Octavio sostuvo el teléfono para mostrarle a Amado un mensaje escrito todo en mayúsculas: «¿POR QUÉ NUNCA SON ALIENS?».
Los dos rieron en voz baja y, con un movimiento enlentecido por el cansancio, Amado se incorporó hasta colocarse encima de Octavio.
—Pero ya ves que yo tenía razón —le dijo, con una sonrisa triunfante—. Nuestra vida es mágica, ¿o no?
Desde abajo, Octavio acarició el pecho de Amado y subió con la mano hasta su cuello, para luego empujarlo con suavidad hacia él, por la nuca. Los lentes de Octavio se metieron en la ruta del beso que compartieron, y Amado se los quitó para dejarlos sobre la mesa de luz mientras ellos recorrían el camino hacia el cuerpo del otro.
Amado estaba en lo cierto, debía admitir Octavio. Y si Amado podía existir, tenía sentido que existieran las hadas. El lugar donde los dos se encontraban, cálido e íntimo, era igual de mágico que cualquiera de las criaturas y mundos que habían conocido.
FIN DEL EXTRA #4
¡Hola! ❤️ ¡GRACIAS POR LEER ESTE EXTRA! No dudes en proponer otras aventuras en que te gustaría ver a Amado y Octavio.
¿Qué cosa sospechas que te pudieron robar las hadas? Yo no supero haber perdido mi album de stickers cuando tenía 10 años. Así es, pasaron mil años y SIGO PENSANDO EN ESO.
Plantas que ven: El dato de que hay estudios que dicen que las plantas pueden algo así como ver (no de la misma forma que nosotros) es real. Y también que "sienten" cosas cuando alguien las trata bien o mal.
El crossover de este extra: Aquí vimos a una versión moderna de Dion, el protagonista de otro de mis libros, El príncipe de las hadas, jajaja. Y Alhelí también es de ese libro 🤣
Aunque El príncipe de las hadas es fantasía medieval, aquí imaginé un universo alternativo donde Dion exista también (porque originalmente, mi idea para El príncipe de las hadas era en el mundo moderno, un romance entre un chico hada y un FUTBOLISTA, JAJAJA). Estuve a esto 🤏 de ver si podía conseguir un dibujo de Dion en modo jardinero, JAJAJA.
SOBRE MI PRÓXIMO LIBRO:
Lamentablemente no podré compartir la novela del lobizón por ahora, así que ando viendo qué será lo que compartiré (lo que sea, será con representación LGBT+, estoy entre una de un vampiro o algo con viajes en el tiempo).
La razón por la que no puedo compartir el del lobizón es que la historia está relacionada con un cuento mío que ahora fue publicado en una antología. La pueden conseguir en librerías de Uruguay, por Editorial Planeta, y se llama Antología fantástica y mi cuento es el primero del libro (se llama El ladrón de cadáveres). También estará en versión electrónica (avisaré en Instagram).
¡Espero poder compartir otra cosa aquí pronto, gracias por acompañarme y estar alertas!
Dejo una aurora polar de despedida:
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