EXTRA #2: Las voces del mar (parte 1 de 5)

—Es aquí, ¿estás listo? —preguntó Amado, señalando con la cabeza la elegante casona frente a la que había estacionado el coche.

Distraído por la forma en que la brisa que llegaba de la costa cercana alborotaba el pelo de Amado, Octavio tardó en contestar. Aunque llevaban más de un año juntos, su presencia seguía cautivándolo. Al principio le había echado la culpa de sus sentimientos al huevo que habían recuperado en el pasado, pero ahora quedaba más que claro que el origen de esa magia era el propio Amado.

—Estoy listo —respondió Octavio, y puso una mano sobre la pierna de Amado, quien sonrió.

A Amado, por su parte, todavía le costaba creer que Octavio lo hubiera elegido. Durante un buen tiempo había estado convencido de que un día él le diría que todo era un error, que sus sentimientos no eran reales, o que al conocerlo mejor pensaría que Amado era demasiado difícil, demasiado dramático, demasiado dañado. En lugar de eso, Octavio se había ido soltando cada vez más, y Amado había ido dejando de tener miedo.

El calor abrasador del verano los rodeó cuando salieron del vehículo en dirección a la casona, en cuya puerta no había ningún cartel.

Para asegurarse de que fuera el lugar correcto, Octavio revisó el mensaje de Calista, que indicaba que allí se realizaría una subasta privada de objetos curiosos. Ella tenía información de que era posible que entre ellos hubiera uno mágico.

El verano quedó atrás cuando entraron a la casa, que los recibió con un interior climatizado. Amado se quitó las gafas de sol y las colocó sobre su cabeza para apreciar los detalles de las columnas de mármol y los altos techos. Como de costumbre, su atuendo —un traje claro— era mucho más elegante que el de Octavio, que vestía un equipo deportivo, pero Amado insistió en que eso no era un problema.

—A mí me gusta tu estilo —murmuró Amado, y se acercó a Octavio para plantar un rápido beso en la comisura de sus labios.

A Octavio le supo a poco.

—Qué mal gusto tienes para algunas cosas —replicó, acercando a Amado contra sí.

—¡No! Si hay algo que tengo es buen gusto.

Octavio sonrió, y olvidando por un instante la misión, buscó la boca de Amado. Eso era algo que sí había cambiado desde el año anterior. Ahora se permitía más espacio para improvisar. Resultaba que algunas cosas buenas podían pasar cuando se salía de lo planeado.

Se detuvieron porque sintieron el cosquilleo de una mirada intrusa que revoloteaba a su alrededor. Resultó ser la de la propia Calista, que los contemplaba desde el umbral de la puerta que daba a otra sala, con una sonrisa socarrona y la misma actitud despreocupada de siempre.

—¡Bienvenidos! Llegáis justo a tiempo para la subasta.

Con las mejillas ardiendo, Amado se planchó la ropa con las manos mientras que Octavio se ajustaba las gafas. Luego, los dos fueron hasta Calista para saludarla.

—Entonces, ¿qué tipo de subasta es? —preguntó Octavio, luego de aclararse la garganta—. ¿Cómo sabemos que podría haber cosas... especiales?

Calista miró a su alrededor, para asegurarse de que no hubiera nadie escuchando, y susurró:

—La encargada de la subasta nos avisó, es uno de nuestros contactos y siempre está atenta a la historia de los objetos, para hacernos saber cuando aparece alguno llamativo. En este caso, los herederos están subastando las pertenencias de un anciano que decía tener una joya mágica.

Octavio frunció el ceño.

—¿Mágica en qué sentido? —preguntó.

—Es un misterio, pero el hombre decía tener contacto con criaturas sobrenaturales. Siempre fue excéntrico, así que nadie le creía ni se interesaba demasiado, aunque bien que sus hijos están dispuestos a hacer dinero con su colección. Tal vez no sea nada, pero tal vez... creo que sería bueno rescatar este objeto e investigarlo.

Calista guardó silencio cuando se escucharon los pasos de otro grupo de personas elegantes que entraron a la casa y les dirigieron una mirada tan helada que les hizo olvidar el verano. La hora de la subasta había llegado.

Un asistente les entregó un pequeño cartel con un número. Luego, los guio a través de un amplio pasillo decorado con esculturas y cuadros hasta una sala donde había un escenario y sillas perfectamente alineadas en las que Octavio, Amado, Calista y el resto de los concurrentes tomaron asiento.

Allí adentro se respiraba dinero. Estaba en la manera en que la gente se sentaba; en la ropa de lino, engañosamente sencilla, que se amoldaba a la silueta de cada uno con perfección; en la forma en que los presentes se acomodaron en las sillas cuando en la encargada de la subasta se presentó en el escenario vestida de gala y seguida por un par de asistentes, que traían el primer objeto a subastar: un cuadro que mostraba una sombra recortada contra un mar muy similar al de la isla en la que se encontraban.

Algo se asomaba entre las olas de la imagen, pero ese no era el objeto por el que estaban allí, así que Octavio se rascó la nuca y se movió en la silla mientras le echaba un vistazo a Amado, que se mantenía concentrado en lo que ocurría en el escenario. El precio base de la pintura era similar al de la renta de una casa, pero nadie pareció impresionarse por eso, con excepción de Octavio, que tuvo que contener una exclamación de sorpresa. No estaba seguro de que algún día terminara de acostumbrarse a ese tipo de sumas. A partir de la base, la rematadora fue proponiendo precios más altos, y los asistentes levantaron los carteles para indicar su interés, hasta que solo quedó uno interesado en el precio final y se llevó el cuadro.

Otros objetos pasaron por el escenario, algunos en lote, y todos tenían en común una temática marina. Desde una vasija que mostraba un cardumen de delicados peces pintados a mano, a un set de té con apliques en la forma de estrellas de mar, a un reloj de pared adornado con caracolas.

Octavio volvió a mirar de reojo a Amado, quien esta vez le sonrió y le tomó la mano con disimulo. Con la otra sostenía el cartel con el que participaría en la subasta. Calista, por su parte, contemplaba cada objeto que se ponía en venta con atención, hasta que su actitud cambió cuando un asistente trajo al escenario una caja que contenía joyas de perlas de un verde grisáceo: eran un collar y un anillo.

—Este es un conjunto único de joyería con perlas naturales de Tahití —explicó la rematadora, cuya mirada recorrió la audiencia y se detuvo unos segundos en Calista.

Sin decir palabra, Calista tocó el brazo de Amado para indicarle que ese era el objeto que buscaban, y Octavio creyó sentir una chispa de electricidad proveniente de la mano de él. El precio base era mayor que el de los objetos anteriores, pero Amado esperó en silencio mientras otros posibles compradores hacían ofertas, hasta que solo quedaron dos. Estaba claro que no era su primera vez en una subasta, al contrario que Octavio, cuyo corazón empezó a latir con más velocidad a medida que pasaba el tiempo.

A último momento, cuando solo quedaba un interesado, Amado levantó el cartel para hacer una nueva oferta que dejó al resto de la sala muda. Octavio miró alrededor, esperando que alguien más la superara. ¿Qué tal si no eran los únicos al tanto de que aquel objeto era especial?

Nadie levantó la mano, sin embargo. Un par de personas de mediana edad, cercanas al escenario, sonrieron e intercambiaron susurros. Eran un hombre y una mujer pelirrojos, que parecían ser hermanos. Ninguno de los dos tenía carteles en la mano: no estaban allí para comprar.

La oferta de Amado resultó ser la ganadora, y la pareja pelirroja, los hijos del dueño original de las joyas. Los conocieron al final de la subasta, cuando fueron a concretar el intercambio. Ambos se veían satisfechos con el resultado; estaba claro que no tenían ninguna conexión sentimental con los objetos. Más bien, parecían ansiosos por deshacerse de ellos.

—Parece que vuestro padre realmente amaba el mar, ¿verdad? —dijo Calista.

—Sí —respondió la mujer—. Era una obsesión que tenía. A veces hasta le nublaba el juicio, en especial al final...

—¿Cómo?

—Decía que podía escuchar las voces del mar. En fin. Muy poético, pero sin sentido.

El olor a mar les dio de lleno cuando salieron del edificio con la caja de las joyas bien escondida. En aquel día despejado, el agua tenía un tono azul intenso, y Amado tuvo que volver a ponerse las gafas de sol de inmediato, para evitar ser cegado por la fuerza de la luz. Olía a sal, a viernes, a la vegetación que rodeaba las playas secretas que se formaban en esa isla. Se imaginó visitando alguna de ellas con Octavio, durmiendo a la sombra acurrucado contra él, mecido por el sonido de las olas.

—¿Qué tal si nos quedamos aquí este fin de semana? —le preguntó de pronto a Octavio, dejándose llevar por un impulso.

Octavio sonrió. Sus gafas de aumento se habían oscurecido, ahora que estaban al sol. No lo había pensado, pero la idea no sonaba mal. De nuevo, improvisar. Con Amado estaba aprendiendo que no siempre era necesario planearlo todo de antemano para poder disfrutarlo.

—Podría ser —respondió Octavio—. Puedo revisar en el mapa qué lugares podemos visitar en los alrededores. Creo que vi que tenían un pequeño museo oceanográfico. Tal vez podamos averiguar más sobre este hombre obsesionado con el mar.

O tal vez podían no hacer nada. La idea sonaba igual de tentadora.

—Me parece bien —dijo Calista—. Yo debo volver, pero disfrutad del fin de semana. Eso sí, tened cuidado con nuestra adquisición.

Los dos prometieron hacerlo y observaron cómo Calista se alejaba hacia su coche. Mientras lo hacían, alguien llamó la atención de Octavio: a unos metros, una joven de piel morena los contemplaba con los brazos cruzados y una expresión de disgusto, refugiada a la sombra de una palmera. No solo a ellos, al menos: su mirada se movió hacia las otras personas que salían de la subasta, con el mismo desprecio, y luego volvió a Octavio y Amado.

Por instinto, Octavio rodeó a Amado con un brazo hasta que entraron en su propio vehículo y se acomodaron adentro. Desde allí, al tiempo que Amado ponía en marcha el motor, vio que la chica articulaba una palabra:

Cuidado.

Continuará el próximo sábado. 

¡Hola! ¿Qué tal? Aquí está la primera parte de este especial, espero que acompañen a Amado y Octavio en esta mini aventura 💖

¿Quién crees que será la chica morena? Pronto lo averiguaremos 👀

¿Alguna vez fuiste a una subasta? Yo alguna vez fui con una conocida mía que compraba muebles en ellas, eran más baratos que en mueblerías (y también la usaba para vender cosas ella). A la que yo fui no era de lujo, eso sí 🤣 

Sobre las perlas: hay de muchos tipos y las más famosas son las claras, pero aquí mencioné las de Tahití, que tienen unos colores hermosos. Aquí una guía de colores de la página de triptahiti.com:

Nos vemos la próxima, un abrazoteeee, gracias por apoyar con sus comentarios, votitos y lecturas 💖

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top