EXTRA #2: Las voces del mar (FINAL y MEMES)

—Las cenizas están en la casa de la hija mayor del señor Arenas, Nerea —explicó la joven, cuyo nombre era Elia.

Octavio y Amado la escucharon mientras ella les servía café y galletas en la casa del señor Arenas, que ella custodiaba. La vista al mar desde la ventana de la sala era espectacular. Aquel terreno tenía un pequeño muelle privado que se adentraba en el agua.

Aunque el interior era también hermoso, las palabras vibraban con el eco que se forma cuando quedan demasiados espacios vacíos en un lugar. Faltaban muchos muebles y adornos, y las paredes estaban casi desnudas. La casa, silenciosa y cubierta por una fina capa de polvo, era un mausoleo. El rincón en donde se encontraban, al menos, cobraba vida gracias al aroma del café.

—Como les decía, esta casa está por venderse —explicó Elia—. La cuido hasta que eso pase, sé que esta semana la hija se va a estar reuniendo con un interesado serio. No le caigo bien porque el señor Arenas me dejó más de lo que esperaban y porque traté de cumplir su última voluntad. Dicen que es estúpido. ¡Se rieron! No le creían nada, pero yo sí. Yo trabajé para él estos últimos dos años, no estaba loco como dicen.

Sobre la mesa descansaban algunas fotos antiguas del dueño original, en las que se lo veía joven: riendo, subido en un barco; mirando a la playa; bañándose en el mar. Elia también trajo cuadernos que le habían pertenecido, y en ellos encontraron notas y dibujos de seres marinos muy similares a los de la visión: sirenas de distintos tipos y tamaños, algunas con cola de pez, otras sin ella. Además, Elia tenía una copia del testamento donde el dueño pedía que sus cenizas y las joyas de perlas fueran arrojadas al agua, para que estas volvieran a las sirenas.

—Te creemos —dijo Amado, sonriéndole a Elia—. ¿Sabes de alguna forma en que podamos entrar al lugar donde tienen las cenizas?

Elia se rascó la cabeza y suspiró.

—Nerea vive en un edificio. Puedo decirles en qué parte del apartamento están, pero traspasar sería difícil.

—Nerea Arenas es la que vende esta casa, dijiste —intervino Octavio, pensativo—. ¿Qué tal si les decimos que tenemos interés en hacer una buena oferta para comprarla y nos ponemos de acuerdo para encontrarnos con ella en su apartamento? —Y luego, dirigiéndose a Amado, agregó—: Tú podrías hablar con ella mientras yo busco la urna y reemplazo la bolsa de cenizas reales por otra con polvo. Eres muy bueno para tratar con la gente, seguro que quedará encantada.

Amado sonrió y se apoyó un poco contra Octavio, que plantó un beso en su mejilla.

—Podría funcionar. Ella sabe que yo compré en la subasta y puedo usar el nombre de mi familia a mi favor.

—¿Lo harían, de verdad...? —preguntó Elia, con los ojos húmedos—. ¿Por qué?

—Hay cosas que deben estar donde pertenecen —dijo Octavio—. Nos gusta ayudar con eso.

Con actitud decidida, Amado buscó su teléfono y dijo:

—Voy a comunicarme con la hija del señor Arenas para decirle que tengo una oferta.

—Perfecto, seguro que me dará tiempo para encargar nuevas gafas antes de la reunión.

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Amado consiguió agendar una reunión con Nerea Arenas para esa misma semana. La idea de una oferta mejor que la que tenía despertó su interés, pero la conversación tenía que ser lo más pronto posible.

—Me gustaría conocer la propuesta antes de hablar con el otro interesado —explicó ella por teléfono—. Sería un placer poder hacer negocios con la familia Garza.

—Agradezco mucho que se tome el tiempo de darnos un espacio —respondió Amado, con su mejor voz de príncipe encantador, mientras Octavio se apretaba contra él para escuchar.

Para ayudarlos, Elia dibujó un mapa de la casa. El plan era que los dos se presentaran juntos y que Amado usara su arsenal de carisma para distraerla, mientras Octavio se excusaba un momento y buscaba la urna para reemplazar las cenizas.

El plan hubiera sido perfecto, de no ser por un pequeño detalle: debido a un atraso, combinado con el poco tiempo que tenían, las gafas de Octavio resultaron no estar listas para cuando llegó la hora de ir.

Parados ante el portón del edificio de Nerea Arenas, que se levantaba frente al mar, los dos intercambiaron una mirada ansiosa. Para moverse en una casa desconocida de forma sigilosa y encontrar un objeto particular, no poder ver bien era un impedimento importante.

La solución estaba frente a ellos, pero Octavio no quería verla, aunque no necesitara las gafas perdidas para eso.

—¿Qué tal si tú la distraes y yo busco la urna? —propuso Amado.

Resoplando, Octavio meneó la cabeza. Si había algo para lo que no tenía talento era para hablar con la gente.

—¿Cómo podría distraerla?

—No sé, lo que se te ocurra. Cuando nos presentemos abriré la conversación, tú toma algo de ahí y sigue adelante. Sabes un poco de todo, seguro que se te ocurrirá algo. Si todo falla y te da pie, puedes coquetearle, también. —Amado le guiñó un ojo.

—¡¿Coquetearle?!

—No sé, yo te doy ideas. Nos miró con mucho interés cuando la vimos en la subasta. Reconozco ese tipo de miradas.

Un guardia les abrió el portón exterior, que daba a un área verde y llevaba a la puerta del edificio en sí. Ahora entendían por qué Elia les había dicho que sería tan difícil traspasar: no solo era necesario atravesar varias puertas para acceder, sino que Nerea vivía en el piso más alto. Así que podría haber sido peor: Octavio se imaginó teniendo que burlar seguridad y escalando hasta llegar, y agradeció no tener que hacerlo. Lo mejor era entrar por la entrada principal y con una cita agendada, como era su caso.

En el ascensor que los llevaba al piso de Nerea, se abrazaron y compartieron un beso, sin importarles la cámara que colgaba en uno de los rincones.

—Estará bien, no te preocupes —le dijo Amado a Octavio, y acomodó en el hombro el bolso que usarían para hacer el intercambio de cenizas.

Nerea los recibió con amabilidad y los guio hacia la sala, donde se sentaron en un sillón tan enorme que Octavio se sintió diminuto.

—Perdón por la urgencia —dijo Amado—. Desde que supe que la casa del señor Arenas estaba a la venta, supe que no podía perder la oportunidad de saber más. Hemos estado buscando una casa de vacaciones y la ubicación es buenísima. Creo que podría ser la correcta, ¿verdad? —agregó, mirando a Octavio mientras apretaba su mano.

La convicción con la que habló Amado hizo que el propio Octavio dudara. ¿Acaso estaba considerando comprarla de verdad?

—Claro —murmuró Octavio—, es muy adecuada para... el verano. Y el invierno. El otoño también.

—¿Verdad que sí? A propósito, preciso pasar por el baño, si me disculpa un momento...

—Claro que sí —respondió Nerea, y se paró para indicarle el camino.

En el momento en que Amado se perdió en uno de los pasillos dejando a Nerea sola con Octavio, este tragó saliva. Su mirada se encontró con la de ella, que sonrió con una expresión tensa que la hacía parecer mayor de lo que era. Estaba en sus treintas, quizás, y tenía un aire a las fotos del señor Arenas de joven que Elia les había mostrado.

Ninguno de los dos habló por unos momentos. En otra circunstancia, Octavio hubiera tratado de sacar conversación sobre alguno de los objetos que adornaban la habitación, pero como no llevaba puestas las gafas, no podía ver bien qué tipo de adornos eran. Lo único que tenía en claro era que lo mejor era evitar el tema del señor Arenas.

El silencio, ruidoso e incómodo, no era un buen aliado, así que Octavio dijo lo primero que le vino a la mente, y fue sobre Amado:

—Él es tan buena persona. Cuidaría bien de la casa, si llegara a comprarla.

El comentario desarmó a Nerea, que se llevó una mano al pecho y respondió:

—Lo sé, he escuchado cosas tan buenas de él. Y hace muy buena pareja contigo, se ven muy bien juntos...

La voz con la que habló cargaba una chispa de curiosidad: era casi una pregunta, una invitación a contar más sobre ellos dos. Tal como Amado había señalado, sus ojos brillaban con interés. Tal vez, pensó Octavio, podía usar sus ganas de querer saber más sobre ellos a su favor.

—¿Sí? —dijo Octavio, mientras consideraba qué decir a continuación—. Usted también.

¿Usted también? ¿Qué clase de respuesta era esa? Era como desearle a un mesero que disfrutara de la comida cuando este la traía a la mesa, cosa que a Octavio le había pasado alguna vez. Una perfecta manera de arruinar una oportunidad.

—¿Qué? —Nerea frunció el ceño, confundida.

Octavio intentó salvar la conversación diciendo:

—Ah, quise decir que usted también se ve bien, que es muy elegante.

La verdad era que ni siquiera podía verla con claridad, pero su afirmación fue convincente, porque Nerea sonrió y puso un mechón de pelo tras su oreja, algo sonrojada.

—No me trates de usted, por favor. Pero muchas gracias, qué amable.

—Amado también lo piensa, dijo que eras muy elegante, y tenía razón.

De vuelta, no le había prestado suficiente atención durante la subasta y no tenía idea de cómo se veía aquel día.

—¡Ay, vaya! Si solo las parejas fueran de a tres y no de dos, les pediría que me hicieran un espacio —bromeó Nerea.

Ella rio y Octavio hizo lo mismo. Aunque aterrado por el camino pedregoso que había tomado la conversación, al menos estaba cumpliendo con el propósito de distraerla. Así que decidió seguirle el juego y saciar su curiosidad. Le contó, con detalles inventados, acerca de cómo había conocido a Amado —sin mencionar dragones, unicornios ni sirenas—, y dijo algunas verdades sobre planes a futuro. Incluso la invitó a una posible boda y le pidió consejos sobre organizarla. Trató de evitar el tema de Luca cuando ella mencionó que recordaba que Amado había estado involucrado en algún tipo de accidente misterioso y le preguntó si ya estaba bien. Pensar en Luca hacía que a Octavio se le retorciera el estómago.

Hablar con ella era hacer malabares con palabras.

Al ver reaparecer a Amado, con una sonrisa triunfante en la cara, suspiró aliviado, y más cuando él aprovechó una distracción de Nerea para acercarse a la oreja de Octavio y susurrar:

—Quedó listo, tengo lo que necesitamos.

Octavio respondió con un beso, y Amado se encargó de retomar las riendas de la conversación, aunque los dos tenían la mente puesta ya muy lejos de ese departamento: en la casa junto al mar, donde se encontrarían con Elia más tarde.

Era hora de cumplir con la última voluntad del señor Arenas.

━━━━━━ ◦ ❖ ◦ ━━━━━━

Se acercaron al mar con Elia cuando atardecía.

Ella cargaba las cenizas y Amado las joyas, todavía en su caja original. Protegidos de ojos intrusos por la vegetación del terreno, caminaron hasta la punta del muelle, donde Elia dijo:

—Es hora, por fin va a poder estar en el mar.

Con cuidado, volcó las cenizas en el agua. Amado abrió entonces la caja y arrojó las joyas de perlas, que se hundieron de inmediato.

Aquel debería haber sido el fin de su pequeña aventura, un momento íntimo y mágico, justo cuando el sol se escondía.

No fue así.

Algo pasaba con las cenizas, que iluminadas por el atardecer comenzaron a brillar. Al principio creyeron que era una ilusión óptica producto de la manera en que la luz se derramaba sobre la superficie, pero era más que eso. Con Amado de la mano, Octavio se acercó para ver mejor lo que ocurría: el polvo se movía en forma de remolino y tomaba un color tornasolado. Las partículas de aire que se encontraban sobre la superficie del agua también resplandecían.

—¿Qué está pasando? —preguntó Elia.

Como en respuesta a su pregunta, el brillante remolino se abrió y algo emergió de él: una figura que a Amado y Octavio se les hizo familiar, porque no era la primera vez que la veían. Era una especie de sirena, pero no la de la visión. Tenía la cara del señor Arenas en sus fotos de joven, aunque su apariencia no era totalmente humana, y el tono de su piel era ahora azulado.

—¡Funcionó! —exclamó el señor Arenas, mirándose las manos, cuyos dedos estaban unidos por membranas.

—¿Qué...? —dijo Elia—. ¿Señor Arenas...?

Otras figuras comenzaron a asomar la cabeza en el agua. Entre ellas estaba la sirena que Amado había visto en su visión, que se acercó al nuevo señor arenas y lo rodeó en un abrazo, mientras el resto esperaba.

—Gracias por ayudarnos —les dijo la sirena sin abrir la boca, y su voz resonó en la cabeza de todos.

—Un momento, ¿qué es todo esto? —preguntó Octavio.

El señor Arenas se acercó al muelle y colocó las manos sobre la madera. Él sí habló con su propia voz:

—Pasé mi vida entera estudiando sobre las sirenas y conociéndolas. Las joyas de perlas fueron regalos que me hicieron, y me permitían respirar bajo el agua. Cuando estaba muriendo, ellas me propusieron un ritual para convertirme en una de ellas después del final de mi vida humana, y para completar esa transformación, mis restos tenían que ser arrojados al mar. No creí que fuera posible, pero... gracias a ustedes, voy a poder unirme a ellas con mi nueva forma.

Fascinado, Octavio se arrodilló para tratar de ver mejor al nuevo señor Arenas, ahora un joven sirena cuyos rasgos eran una amalgama de lo marino y lo terrestre: cola de sirena, piel escamada, pero el mismo rostro de las imágenes del pasado. Científicamente, aquella situación no tenía pies ni cabeza. Iba a necesitar tiempo para procesarla.

Era otro terrible momento para no poder ver bien, hasta que entonces algo ocurrió: la sirena que acompañaba al señor Arenas colocó unos objetos sobre el borde del muelle: eran las gafas que el mar se había llevado unos días antes, y junto a ellas estaban las joyas de perlas que ellos acababan de arrojar.

—Pueden quedárselas —dijo la voz de la sirena—. Por si alguna vez necesitan nuestra ayuda en el mar.

Dicho esto, el nuevo señor Arenas y las criaturas que lo acompañaban se hundieron con elegancia en las aguas, al mismo tiempo que el sol terminaba de ponerse.

Amado, Octavio guardaron silencio mientras Elia se enjugaba las lágrimas, y esperaron a que ella volviera a levantar la cabeza para hablarle.

—Creo que esto deberías tenerlo tú —dijo Amado, extendiendo hacia ella el collar y el anillo de perlas—. Ya no podemos negar que sean mágicos.

Elia las tomó en las manos y las examinó. En lugar de guardar ambas, sin embargo, devolvió una de ellas: el anillo, que ofreció en la palma de su mano.

—Ustedes también deberían quedarse con algo. Es lo que el señor querría, después de lo que hicieron. No entiendo muy bien cuál es su trabajo, pero espero que puedan seguir ayudando a que las cosas vuelvan a los lugares a los que pertenecen. Y si precisan ayuda alguna vez, pueden contar conmigo también.

Amado aceptó el anillo, que guardó entre sus ropas, y le sonrió a Octavio, que asintió. Como recompensa de su pequeña misión tenían además los cuadernos con anotaciones del señor Arenas, que Elia les había entregado. Calista y Pía los apreciarían.

—¿Y si le digo a mi familia de comprar esta casa de verdad, y que Elia pueda seguir de casera, si quiere? —dijo Amado más tarde, cuando se preparaban para irse en el coche.

Octavio dejó escapar una exclamación de sorpresa. Hablaba de comprar una casa como de quien habla de comprar una prenda de ropa.

—¿Puedes hacer eso así nomás?

Amado se encogió de hombros.

—No sé, podría ser. Aunque no es momento de pensarlo, lo que quiero ahora mismo es ir a la cama.

Octavio arqueó las cejas y puso una mano sobre la pierna de Amado. El cansancio que sentía luego de la cantidad de vueltas de los últimos días se desvaneció, sustituido por el ansia de tener a Amado entre sus brazos sin estar pensando en que se lo llevaran las sirenas al menor descuido.

—¿En serio? —murmuró en un tono íntimo—. Me encanta la idea.

—Me refería a dormir, pero... —La expresión de Amado pasó de la confusión al reconocimiento de un instante a otro, y sus mejillas se sonrojaron. Sonrió—. También me gusta tu idea.

Amado, que todavía no había puesto en marcha el motor, abandonó su lugar y maniobró como pudo para sentarse encima de Octavio, cuyo cuerpo se encendió al sentir el peso del otro sobre sí. El espacio interior no estaba pensado para que dos personas estuvieran en el mismo asiento, y eso hacía que el contacto entre los dos se sintiera más intenso que lo normal.

—Primero tuvimos que robar un huevo, ahora cenizas, ¿qué le sigue? —preguntó Octavio, acercando a Amado contra sí.

—No sé —respondió Amado, su boca rozando la de Octavio—, pero me encanta ser tu cómplice.

FIN DEL EXTRA.

¡Hola! ¡Gracias por acompañarme, en serio lo aprecio 😭 La gente que lee los extras son mis lectores favoritos del universo, significa mucho para mí el apoyo y saber que hay gente que tiene interés en ellos. Igualmente no quería alargar demasiado, aunque esta historia podría haberse extendido.

¿Te habías imaginado que ese podía ser el giro final y la razón por la que había que arrojar las cenizas al agua? No vi a nadie que lo imaginara, pero si lo imaginaste y no me contaste, te doy una medalla: 🎖️

¿Hay algo que quieras preguntar sobre el extra? ¿Dudas, consultas de situaciones o personajes, algo de lo que te hubiera gustado ver más?

¡A propósito, traje CERTIFICADOS DE LECTURA! Al final vas a poder verlos, pero primero, unos memes:

El plan perfecto de Amado y Octavio para ese fin de semana y el resultado:

A continuación, lo que imagino que les pasará bastante seguido, porque esta no será la última vez que se encuentran con una criatura sobrenatural 🤣

Durante este extra, Octavio tenía constantemente esta cara, pero no era su culpa (??):

Y así quedaron, pero igual fue con gusto:

¡Dije que iba a traer un certificado y aquí está! Esta era la única novela sin certificado hasta ahora, pero ustedes lo merecen:

Y este último es especial para la gente que lee extras, que admito que son mis favoritos. Así es, tengo favoritos y sos vos que has leído todo, jajaja. Así que esto es para vos, MUCHÍSIMAS GRACIAS: 

(aclaro que cuando digo vos, me refiero a todos los que han llegado hasta aquí porque han leído los extras, ustedes son mis favoritos 😭)

Un abrazo enorme y gracias por todo el apoyo ❤️ ¡Voy a estar respondiendo comentarios más tarde!

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