25. Amado quiere volar con ayuda de Octavio

Con el pelo revuelto por el viento del helicóptero y la cabeza en alto, Octavio se veía gigante, impávido ante la amenaza de Luca, cuya mirada desconcertada fue de Amado a él. La profesora, por su parte, continuaba congelada en la misma actitud de antes, con la mano cerrada sobre el aparato paralizador, pero sin hacer nada con él.

—Creí que teníamos un trato —masculló Luca—. Si me vas a encontrar donde sea, solo hay una forma de asegurarme de que ya no lo hagas, aunque no me guste tener que recurrir a eso.

Observándolo todo desde el suelo, Amado se sentía diminuto, y el pecho se le cerró cuando vio a Luca apuntar el arma hacia Octavio. Había estado preparado para enfrentar lo que fuese necesario, si eso significaba mantener a salvo a otros; además, por más aterradora que fuera la situación, prefería vivirla él, en lugar de sus hermanos. Pero ahora, era distinto. Él no era la única víctima posible: Octavio estaba en peligro.

—¡No! —alcanzó a gritar Amado.

Fue cuestión de segundos.

Luca lo miró de reojo por un instante y tragó saliva, antes de volver a fijar la vista en Octavio, que se mantenía en calma. El sonido a continuación, sin embargo, no fue el que Amado esperaba: en lugar del estrépito profundo de un disparo sonó un chirrido que le puso la piel de gallina. A eso le siguió un grito ahogado que salió de la boca de Luca, y el ruido sordo que hizo el arma al caer de su mano sobre el pasto.

A Amado le costó entender lo que ocurría hasta que alzó la vista y vio a la profesora Blanco parada detrás de Luca, que cayó de rodillas. Ella todavía tenía el aparato paralizante en la mano: lo había usado contra él. Ahora, parecía sorprendida por su propia acción tanto como Luca, quien gruñó e intentó estirar el brazo para alcanzar el revólver, como si la descarga no hubiera sido suficiente para detenerlo del todo. Aunque también estupefacto por lo que acababa de ocurrir, Amado se movió y consiguió patear el arma, que se perdió entre unos pastizales.

El efecto del aparato paralizante era breve, sin embargo. Mientras Amado intentaba ponerse de pie, Luca logró tomarlo de nuevo por el tobillo para detenerlo. A pesar de estar al borde de quedar él mismo helado por el pánico, Amado consiguió apartarlo pegándole de vuelta en la cara, y poco después Octavio vino en su auxilio para ayudarlo, tomándolo por la cintura con un agarre firme para levantarlo del suelo.

Sentir los brazos de Octavio aferrados a él mientras se alejaban de Luca fue como ser rescatado de un mar infestado de tiburones. Pero incluso en la orilla, donde Calista los esperaba junto al helicóptero, no podían bajar la guardia.

El huevo estaba dentro del coche de Amado, Luca se recuperaría pronto y un arma yacía escondida en algún lugar del terreno. La profesora, por su parte, se había apartado del coche y no parecía estar en condiciones de volver a ayudar: solo observaba, con la mirada perdida y el rostro apesadumbrado.

No tenían tiempo para hablar de lo que había ocurrido ni de qué hacer a continuación. Cuando Octavio miró en dirección al coche y vio que Luca comenzaba a ponerse de pie, Calista atrajo a Amado contra sí.

—Yo lo cuido —dijo ella, mientras desataba las manos de Amado, quien estaba demasiado aturdido como para decir nada.

Octavio le dio un último vistazo antes de correr hacia Luca, que en esos momentos abría la puerta del coche. Llegó cuando ya estaba adentro, y evitó que la cerrara gracias a la vara de metal que llevaba consigo. Con ella misma se ayudó para abrirse paso hacia el interior y lanzarse sobre Luca, para evitar que este pudiera poner en marcha el motor. Dentro de la propia cabina comenzaron a forcejear de tal forma que era difícil saber dónde se ubicaba cada uno, si arriba o abajo del otro, y más aún para Amado, que se veía forzado a observar desde la distancia.

—¡Octavio! —exclamó Amado.

Calista acababa de liberar sus manos, pero evitó que se alejara tomándolo del brazo. El segundo en que sus miradas se encontraron, no obstante, bastó para hacerle entender que no tenía sentido retenerlo. Así fue que, en lugar de eso, ella le entregó su bastón, como si este fuera una espada sagrada.

—Tú eres más rápido —declaró ella.

Movido por una voluntad que le hacía ignorar miedos y malestares, Amado se arrojó hacia el coche. Cuando llegó, Luca había conseguido colocarse encima de Octavio, aunque la llave no estaba puesta en su lugar. El efecto paralizante parecía haber disminuido, así que Amado usó el bastón de Calista para golpear a Luca y darle más oportunidad a Octavio de zafarse. En el momento en que Luca se dio vuelta para ver lo que ocurría detrás, aturdido por el ataque, Octavio aprovechó para empujarlo hacia afuera del coche.

Pronto, tanto Amado como Octavio estaban sobre Luca, y juntos comenzaron a arrastrarlo hacia el mismo lugar donde Amado había estado encerrado poco antes: el baúl de la parte trasera del coche. A pesar de la resistencia, consiguieron levantarlo y empujarlo hacia el interior. Apenas lograron cerrar la tapa, jadeando, Octavio se sentó sobre ella, mientras Amado la trancaba con llave, batallando contra el temblor de sus dedos.

Solo entonces tuvieron tiempo de mirarse con más atención. El pelo de Octavio era una maraña que se extendía hacia todas partes, y el de Amado, a pesar de ser más lacio, no estaba en mucho mejor estado. La impecable ropa que Amado había llevado al cumpleaños de Alana estaba repleta de huellas de las horas anteriores: manchas de tierra y pasto; arrugas, consecuencia de los forcejeos; incluso, una que otra rasgadura. Su piel tenía algunos moretones, también. Seguramente todo le dolería, más adelante; ahora, la extraña efervescencia que lo había impulsado a actuar seguía enmascarando sus sensaciones, demasiado alborotadas por la tensión.

Amado miró Octavio y lo vio dar un salto hacia él, con los brazos abiertos y los ojos brillosos, desbordantes de preocupación. El ruido de las protestas de Luca, dentro del baúl, se convirtió en un zumbido irrelevante.

Así se encontraron, por fin, en un abrazo apretado, luego de lo que se sentía habían sido años separados. Para Amado fue como llegar a un refugio luego de haber estado a merced de un huracán. Todavía no tenía los pies puestos del todo en la tierra, pero se concentró en el alivio de saberse seguro, en el latido de su corazón contra el de Octavio.

—Amado —murmuró Octavio en su oído, y escuchar su nombre salir de la boca de él, con tanta dulzura, hizo que se le llenaran los ojos de lágrimas—. ¿Estás bien...?

Lo rodeaba como si temiese que fuera a escapársele. Amado se acomodó mejor contra él, apoyando la cabeza sobre su hombro y murmuró:

—Sí, pero creo que cambiaré ese coche. Va a quedar apestando.

Cuando los dos se apartaron un poco del otro fue para mirarse frente a frente. Amado se lamió los labios y los sintió algo pegajosos. También estaban un poco secos, al igual que el interior de su boca: llevaba horas sin tomar casi agua.

Cada rincón de su cuerpo agradeció la humedad del beso que le siguió, y la gentileza de las caricias de Octavio sobre su piel. Lo habían tratado como si hubiese sido un objeto durante toda la noche; en los brazos de Octavio, volvía a sentirse una persona.

Incluso una vez que se apartaron, no se soltaron del todo. Mientras Octavio examinaba los moretones sobre la piel de Amado, apretando los dientes en un pobre intento por disimular su furia, Calista se acercó a paso lento. Traía algo en la mano.

—Mirad lo que me he encontrado por allí —les dijo, sonriendo.

Se trataba del arma, que había recuperado de las matas de pasto crecido del terreno, y a la que sostenía con cuidado, apuntando hacia el suelo. Luego, señaló en dirección hacia la cabaña, alzando las cejas. Sobre los escalones que llevaban a la puerta estaba la profesora Blanco, sentada con la cabeza entre las manos, en la misma postura desconsolada que las esculturas de los cementerios.

—No sé cómo pude... —musitó, cuando Calista se acercó a ella.

—Si no hubieses involucrado a alguien inocente —dijo Calista—, hasta podríamos haber sido del mismo bando. Entiendo esas ansias por acceder a conocimientos soñados, y la rabia de saber que han cometido una injusticia contigo, pero llegar tan lejos...

—Lo sé —respondió ella, levantando la cabeza para dejar ver su rostro lloroso. De su bolsillo recuperó un teléfono, que arrojó hacia Calista—. No voy a resistirme. Ya he hecho suficiente mal. —Luego, dirigiéndose a Amado y Octavio, dijo—: Perdón...

Octavio no respondió, y no hizo falta: la decepción que ensombrecía su rostro hablaba por sí sola. Amado tampoco dijo nada. En lugar de eso, volvió a refugiarse en los brazos de Octavio, que lo envolvió en caricias, y desvió la vista. Esta terminó posándose en el coche, en cuyo asiento trasero descansaba el huevo.

Casi al mismo tiempo, el sonido de un trueno atravesó el cielo, a pesar de que ese día no había rastros de tormenta, e hizo vibrar la tierra bajo sus pies. Excepto que no era un trueno, por supuesto: era un recordatorio.

—Tenemos que devolver el huevo —dijo Amado, apretando la mano de Octavio.

La atención de Octavio fue del coche hacia Amado, a quien recorrió con una mirada escéptica que le hizo sospechar que no se veía tan entero como creía.

—¿Estás bien como para volar? Calista podría hacerlo.

Aunque el primer impulso de Amado fue decir que sí, se detuvo unos segundos a considerarlo. Estaba seguro de que, en cualquier momento, la fuerza lo abandonaría. Lo podía sentir, porque había algo de artificial en la forma en que su cuerpo se resistía al cansancio. De la misma manera, tenía la certeza de que ese efecto duraría hasta que cumpliera con la deuda que tenían con el volcán. No podían arriesgarse a esperar, y menos cuando la ciudad estaba en peligro.

—Puedo volar, tenemos que hacerlo —afirmó Amado—. Empezamos esto juntos, tenemos que terminarlo juntos... Calista puede quedarse aquí a vigilar a la profesora y llamar por ayuda.

Frunciendo el ceño, Octavio apoyó las manos sobre sus mejillas y lo miró con intensidad, como si quisiera ver detrás de sus ojos para asegurarse de que en verdad podía seguir adelante. Luego, se giró hacia Calista, que asintió con la cabeza y acomodó el arma en su mano de tal forma que quedó claro que sabía cómo manejarla, si se daban las circunstancias.

—Puedo mantener a nuestros amigos a raya, en caso de que sea necesario —afirmó ella—. ¡Aunque lamentaré no poder ver a la mamá con mis propios ojos!

Eso selló el acuerdo.

Con el sonido de las protestas de Luca de fondo —una catarata de insultos, amenazas y golpes contra la tapa del baúl—, recuperaron la maleta con el huevo del asiento trasero del coche y se dirigieron al helicóptero. Octavio insistió en ayudar a Amado a subir a la cabina, aunque él mismo estaba bastante maltrecho.

Mientras se preparaban para despegar, Amado notó que la impaciencia de la dragona ya no solo se hacía sentir en temblores intermitentes y truenos, sino que ahora era visible a simple vista. En el horizonte, más allá del campo en el que se encontraban, vio la silueta del volcán alzarse por encima de otras elevaciones.

La cima estaba rodeada de ceniza.

Amado tragó saliva. Un peso invisible oprimió su pecho, y a medida que este se volvía más intenso, sus pulsaciones se aceleraron.  Contempló el panel de control del helicóptero, con su infinidad de indicadores y botones, y la duda lo paralizó. ¿Llegarían a tiempo? ¿Afectaría la ceniza el funcionamiento? 

Cerró la mano sobre la palanca y sintió la palma húmeda. La sombra de la ansiedad se asomaba, y Amado se preguntó si lo único que la mantenía a raya era el tranquilizante que había recibido, o quizás se tratara de la magia de la dragona, ansiosa por recuperar su cría. Esto último era plausible: Amado se miró los dedos y le pareció ver en ellos un brillo especial. ¿Acaso la voluntad del animal le prestaba fuerza y lo mantenía lúcido, gracias a la conexión que tenía con el huevo? 

—¿Estás seguro de querer ir? —preguntó Octavio, y apoyó su mano sobre la de Amado.

El contacto lo hizo volver a centrarse. Respiró hondo y pensó en la alternativa, que era dejar que Calista fuera en su lugar. ¿Qué haría él, en ese caso? ¿Esperar allí abajo, inmerso en la incertidumbre, y desear que todo saliese bien? En sus manos tenía la oportunidad de tomar control de su destino y de hacer lo correcto.

Una vez había escuchado que el concepto de valentía no podía existir sin el de miedo. No tenía sentido negar que estaba asustado, pero quería seguir adelante.

—Estoy seguro de querer hacer esto contigo —dijo Amado.

El helicóptero rugió al encenderse, y el estruendo cubrió todos los ruidos de la naturaleza, enterrando al mismo tiempo las voces venenosas que acechaban los pensamientos de Amado, aunque fuera por unos momentos. Pronto, las dos sensaciones predominantes pasaron a ser la convicción de devolver el huevo y el alivio que provenía de la calidez de la mano de Octavio sobre la suya.

Una ráfaga de viento nacido de las hélices se expandió por el terreno aplastando los pastizales cuando Amado y Octavio se elevaron hacia el cielo, en dirección a la cima del volcán.

Continuará.

Próximo: 4/12.

¡Hola, y gracias por sus hermosos comentarios, votitos y leídas! Alguna gente ha maratoneado y les agradezco mucho :D

¡REENCUENTROOOOOOO! Al fin juntos T_T A ver si pronto pueden tener La Conversación. Y vamos a ver qué pasa con la familia de Amado luego de todo esto.

Pero ahora nos vamos al volcááááán, ¡AHHHHHHHH!

¿Qué pensás de la profesora, después de este capítulo? ¿Sigue estando en tu Top de Más Odiados? 

Cumpleaños de la semana: moon_velvet, ¡feliz cumple!

Como estamos cerca de terminar, avisen si sus cumples quedaron fuera de la fecha de publicación, así hago un saludo especial para la gente a la que no pude saludar mientras estaba en emisión.

Algo que sí quería contarles es que con esta historia, tal como hice con El príncipe de las hadas, dejaré el universo abierto para mini aventuras extra en forma de oneshot. ¿Qué tipo de extra te gustaría ver? 

Más adelante, también pondré un especial de memes y fanart, porque me han hecho llegar alguno :D (si se te ocurre algún meme, me lo podés mandar por instagram, mi nombre de usuario allí también es carnavaldemonstruos).

PD: ¡El interior de un helicóptero! (aunque hay muchos tipos)

¡Muchos abrazos!

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top