20. Octavio le sugiere a Amado que se quite los zapatos
En la entrada al salón de fiestas, un mayordomo extendió hacia Octavio una bandeja con un curioso conjunto de objetos: un sombrero de copa alta; un vistoso reloj de bolsillo; un prendedor dorado que representaba a un dragón, del que colgaban cadenas doradas.
—El tema es de fantasía victoriana —explicó Amado, en respuesta a la expresión de desconcierto de Octavio.
Sonriendo, Octavio se colocó los accesorios, y al seguir a Amado hacia el salón, reparó en que el saco de su traje tenía una cola larga y un corte inusual, al estilo del siglo XIX.
La decoración del interior tenía un aire similar al de la de la habitación de Alana, con muebles finos y cortinas en tonos rojizos y madera. Al recorrerlo, Octavio se sintió transportado a un universo alternativo, donde lo antiguo y lo moderno convivían. El pastel representaba a una alta pila de libros de fantasía y ciencia ficción, cuyos títulos estaban escritos en dorado; entre ellos, Octavio reconoció algunos de Julio Verne.
Los centros de mesa no eran todos iguales, sino que cada uno representaba a distintos animales legendarios: unicornios que emergían de un bosque en miniatura; hadas que se asomaban entre arreglos florales; sirenas en el interior de peceras iluminadas.
—Nuestra mesa es la del dragón, por eso el prendedor —dijo Amado, guiñando un ojo—. Pero es una casualidad, a Alana siempre le han gustado los libros de exploración y aventuras fantásticas. Creo que ella sí habría reconocido el criptograma que recibimos de inmediato.
El dragón de la mesa que les correspondía, con su medio metro de altura y material metálico, era el más impresionante de los arreglos. La cola de la figura, unida a la base, servía de sostén para el resto del cuerpo, que parecía volar con las alas desplegadas.
—Me pregunto si el nuestro se parecerá a este... —murmuró Octavio en voz muy baja, mientras daba vueltas alrededor de la mesa, para apreciarlo mejor.
Con él de fondo se tomaron la primera foto. Esa noche, el perfume de Amado tenía un dejo dulce, a vainilla. Octavio lo olió en su cuello, cuando Amado se apoyó en él para encontrar el mejor ángulo. Volver a tenerlo tan cerca hizo que el interior de Octavio se iluminara con una llama tibia.
Los primeros invitados comenzaron a llegar poco después, y así el salón fue cobrando vida, entre risas y exclamaciones de asombro por la decoración y accesorios. Amado se encargó de darle la bienvenida a unos cuantos familiares y amigos cercanos. Algunos se mostraron felices por la presencia de Octavio, mientras que otros le dedicaron miradas recelosas, entremezcladas con buenos deseos dichos en un tono que sonaba algo amenazante.
Más tarde se dirigieron a un rincón del salón que simulaba la esquina de una casa antigua, y era perfecto para tomarse fotos.
—Perdón —le dijo Amado, sentándose sobre uno de los exquisitos sillones que adornaban aquel espacio—, alguna gente sigue en guardia por culpa de... del otro. El estafador. Ni siquiera sé si llamarlo ex, considerando que era todo una mentira.
Octavio apretó los puños y se sentó junto a él. Le enojaba que la sombra de aquella persona siguiera atormentando Amado, cuando no había sido su culpa. No podía imaginar a alguien capaz de hacer algo así con Amado, y le pesaba haberlo juzgado mal durante tanto tiempo. Bastaba conocerlo un poco para entender que la impresión de superficialidad que transmitía a primera vista no era un reflejo de su yo real, sino una coraza que usaba para proteger un interior blando.
—Mereces a alguien que siempre te trate bien —murmuró Octavio.
Estiró la mano hacia la boca de Amado, que estaba curvada en una expresión melancólica, y acarició las comisuras de esta hasta que sus labios formaron una sonrisa tímida. Desde el salón le llegaban murmullos de conversaciones animadas y el delicioso aroma a los bocaditos que repartían los mozos; sin embargo, en esos momentos, Amado era lo que en verdad se le antojaba a Octavio. Cedió a sus ansias porque no tenía sentido resistirse, y así terminaron compartiendo un beso corto pero dulce: un bocado de azúcar que se disolvió demasiado pronto y lo dejó con ganas de más.
Alana llegó cuando el salón estaba lleno, en un automóvil antiguo que hacía juego con el vestido victoriano y el sombrero con apliques que tenía puesto, ambos de tonos carmín con negro. Más que nadie, ella parecía preparada para una gala del siglo XIX. Venía acompañada por sus padres y su hermano más pequeño, pero más atrás, Octavio divisó a Mario.
Después de la presentación de Alana, y mientras ella bailaba el vals, primero con su padre y luego con Amado, Mario se acercó a Octavio y colocó algo en su bolsillo con disimulo. Al palparlo, Octavio entendió que se trataba de un par de llaves envueltas en papel. Si durante el par de horas anteriores el mundo se había sentido como una fantasía esponjosa que giraba en torno a Amado, aquello lo devolvió a la realidad. Con cuidado, se apartó del resto para examinar mejor los objetos. Un mensaje indicaba que se trataban de llaves de entradas secundarias a la Galería Garza, señaladas en el mapa que Amado tenía en su poder.
Luego de volver a doblar con cuidado el papel, Octavio le echó un vistazo al reloj de bolsillo: cada movimiento de las manecillas lo empujaba hacia el momento en que tendrían que ponerse en acción. Ese era el verdadero propósito de esa noche: la recuperación del huevo, no aprender a bailar o mejorar sus besos.
Para cuando Amado volvió de la pista y los invitados ocuparon su lugar en las mesas, Octavio tenía un nudo en el estómago que le impidió disfrutar de la comida que sirvieron mientras Alana pasaba a saludar a distintos grupos.
—Espero que se diviertan esta noche —les dijo al detenerse junto a la suya, arqueando las cejas—. Pero si piensan hacer un espectáculo, por favor que no sea a la vista de todos.
—¡Oye! —exclamó Amado, ruborizándose.
La madre de Amado se llevó una mano a la boca para cubrir la risa, pero Octavio agradeció aquel comentario. Les estaba dando una excusa para estar separados del resto, en caso de que alguien notara su ausencia. Todo servía. Así que, aunque le costara, se esforzó por seguir las conversaciones que surgieron y aprovechó cada ocasión que se le presentó para dejar un reguero de fotos que probaran su presencia allí. Amado hacía un buen trabajo disimulando su nerviosismo, aunque cada tanto, también ojeaba el reloj.
Cuando las luces principales bajaron para dar lugar a la música, Amado lo tomó de la mano para llevarlo a la pista, que comenzó a llenarse de personas poco a poco. Para Octavio, aquello era un mal necesario para el que había venido preparándose mentalmente.
—¡No soy bueno para bailar! —le advirtió a Amado, levantando la voz sobre la música—. No me doy cuenta de cómo seguir el ritmo, no sé improvisar.
—¡No hace falta que seas bueno, te prometo que a nadie le importa! —respondió Amado. Y luego, acercándose a Octavio, le dijo al oído—: Presta atención a mis movimientos y síguelos, si eso te ayuda.
Ese consejo probó ser más útil de lo que imaginaba. Tener a Amado —que no tenía dificultades en seguir el ritmo— de referencia y de ancla era mucho mejor que estar a la deriva. Cada tanto, cuando se perdía, Octavio lo buscaba para atraerlo contra sí, y él plantaba un beso en su oreja, junto con una confirmación de que lo estaba haciendo bien. A veces, Octavio lo guiaba hacia su boca, aunque las gafas tenían la mala costumbre de cruzarse en su camino.
Amado se encargó también de tomar varias fotos en la pista de baile, aunque no las publicó de inmediato.
—Las publicaré más tarde, cuando no estemos aquí —le dijo.
Para construir su coartada, se apartaron de la pista en un par de ocasiones y descansaron en los distintos rincones pintorescos del salón antes de volver, una y otra vez. El plan era marcar presencia y mantenerse sobrios a la espera del momento perfecto para salir, que llegaría cuando la atención de todos estuviese lo suficientemente diluida en la música y el feliz caos.
Ese momento llegó cuando Mario se dirigió hacia la puerta de entrada del salón, para relevar al guardia que había estado a cargo hasta ese entonces. Aprovechando la ocasión, Octavio y Amado se dirigieron a la salida con disimulo y, con la bendición de Mario, se escabulleron hacia el coche arropados por las tinieblas.
Una vez que estuvieron adentro, los dos respiraron hondo, mientras Amado encendía el motor y se ponía en marcha.
—Creo que sí tienes talento para bailar —comentó Amado, mirándolo de reojo.
Al sentir que sus mejillas se encendían, Octavio se apresuró a desviar la conversación:
—Espero tenerlo también para robar museos, tengo todavía menos experiencia con eso.
Amado dejó escapar un suspiro y sonrió, antes de decir:
—Mario dijo que le enviemos un mensaje cuando estemos adentro, para que él llame al guardia asignado allí en ese momento y le pregunte cómo está la noche. Con eso lo distraerá, para evitar que vaya al área donde nosotros estemos.
· · • • • ✤ • • • · ·
No estacionaron en el frente de la Galería Garza, sino en un espacio recomendado por Mario, una zona verde adyacente a ella. Allí había una puerta para proveedores, a la que correspondía la primera de las llaves.
Cuando descendieron, Amado abrió el baúl para sacar de él una enorme maleta vacía, que usarían para transportar el huevo, y dos grandes sweaters oscuros con capucha que había conseguido a sugerencia de Octavio. La idea era usarlos por encima de los trajes que llevaban. Era extraño ver a Amado con esa prenda tan casual. Octavio no recordaba habérsela visto puesta nunca, pero también se veía bien con ella.
Luego de publicar una foto que los mostraba en el salón, enviarle a Mario un mensaje en clave para informarle que ya estaban allí y recibir una respuesta, ingresaron al predio y recorrieron el perímetro. Escondiéndose tras arbustos y esculturas de dinosaurios, encontraron el punto donde se encontraba la entrada lateral, por la cual ingresarían al edificio, que en la noche se veía más imponente que durante el día.
La llave funcionó.
No abrieron la puerta por completo, sino apenas lo suficiente como para escurrirse a través de ella.
El silencio del recinto era sobrecogedor. A través de los ventanales entraba una luz tenue, proveniente de los focos exteriores, que alargaba las sombras de las estatuas del pasillo y las convertía en terroríficas siluetas deformes. Con razón había leyendas de fantasmas. Más adelante, el corredor oscuro se veía como un túnel infinito que bien podría llevar al más allá.
El único sonido era el de la respiración de Amado a su lado, un poco agitada. Octavio le ofreció la mano y se movió hacia una esquina con él. Al hacerlo, sus pasos rompieron el silencio y se multiplicaron, creando la ilusión de que alguien se acercaba.
Sobresaltado, Amado emitió exclamación de sorpresa. Octavio lo apretó contra la pared y puso un dedo sobre sus labios.
—Nos van a escuchar —susurró Amado, con la voz entrecortada por el nerviosismo.
—No —respondió Octavio, en su mejor intento por sonar seguro, aunque él también temblaba por fuera y por dentro—. Vamos a quitarnos los zapatos para no hacer ruido, y confiar en el mapa de los puntos ciegos y en que Mario está distrayendo al guardia, ¿sí?
Con la mirada brillosa, Amado asintió. Octavio lo sintió aferrarse a su cintura mientras retomaba el aliento, y lo rodeó con los brazos hasta que estuvo más calmado.
Frente a ellos se abría el pasillo, que daba la ilusión de ser infinito al fundirse con la oscuridad. Al final del camino, el huevo esperaba por ellos. Sus pies descalzos hormiguearon, con el tenue cosquilleo de una vibración que venía de abajo. Los ojos de Amado se agrandaron: él también lo había sentido. ¿Lo percibían porque tenían una conexión con el dragón del volcán, o sería un fenómeno generalizado? Fuera como fuese, la tierra estaba inquieta, y era hora de actuar.
Aguantando la respiración, se sumergieron en la negrura del corredor.
Continuará.
Próximo: 30/10.
¡Hola, gente linda (si están leyendo esto, son gente linda, garantizado)!
¡Gracias por sus comentarios, votos y lecturas! Estamos cada vez más cerca del final.
Si escriben, por favor no sean como yo, que esta semana perdí una parte y tuve que reescribirla porque se me trancó la computadora sin que hubiera podido guardar bien. Denle duro al botón de guardar.
Bueno, llegó el cumpleaños. ¿Te gusta bailar? Yo solo si estoy sola en mi casa y puedo hacer karaoke (?). Prefiero el karaoke a bailar xD
La vez pasada tuvimos la emocionante elección de corbatas de dinosaurio (la 3 y la 5 fueron las más votadas).
Para esta ocasión, traigo distintos estilos de tortas que podría haber en el cumpleaños de Alana. ¿Cuál te gusta? La primera es la más impresionante, pero me gusta la idea de la 2 y la 3, creo que una versión más espectacular de alguna de esas dos podría ser.
Y BTW, ya que la vez pasada olvidé pedir opinión, me podés sugerir canciones para una playlist del cumpleaños de Alana (estoy segura de que ella pisaría fuerte y exigiría en ser quien elige las canciones). ¡Así me la armo y la escucho!
También quería compartirles unos centros de mesa de dragón que encontré:
¡Abrazos grandes!
PD: Feliz cumpleaños a manzanillaconanis :D
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