2. Octavio quiere empollar su huevo
Con la frente apoyada sobre la mesa, Octavio suspiró, mientras dejaba escapar un lamento ronco. El dolor de cabeza, que había comenzado a gestarse en el camino de regreso a su casa, estaba ahora en todo su apogeo. Parecía venir del interior de los huesos; los masajes con los que venía intentando controlarlo no surtían efecto. La voz de Carla, su compañera de apartamento, retumbó en sus oídos cuando ella habló:
—A ver, entiendo que querías seguir empollando el huevo, pero hay que ver el lado positivo. ¿Preferías que te explotara el volcán en la cara?
—¿Qué tal si no lo sacan a tiempo y se pierde?
—Será lo que tenga que ser. Si tú murieras, yo tendría que conseguir a otra persona que pagara la mitad de los gastos, y eso sí que sería un fastidio. ¿Qué es el tal huevo, al final? Porque ya hay un rumor de que viene de otro planeta. Imagina si por fin admiten que existen los extraterrestres...
Octavio levantó la cabeza, se puso las gafas con un gesto torpe y vio que Carla, que estaba sentada sobre la mesa, tenía la mirada enganchada a la pantalla de su teléfono.
—¿Un rumor?
—Sí, hay una foto circulando en Internet, mira —dijo ella, volviendo la pantalla hacia su dirección—. La compartieron en un grupo en que estoy.
En la imagen, que a juzgar por el ángulo había sido tomada a las apuradas y a escondidas, se veía la parte superior del objeto enterrado, con su inusual patrón. El texto que lo acompañaba decía: «¿Artefacto extraterrestre?».
—¿Habrá sido Amado? ¡Le dije específicamente que no tomara fotos!
—¿El chico de la familia Garza, los patrocinadores de la excavación? No imaginaba que le gustaran esos temas...
Luego de pensarlo unos momentos, Octavio entró en razón. No parecía encajar con el perfil de Amado, por más que él fuera el de la obsesión con las fotos. Aun así, sacó su propio teléfono y buscó la cuenta de Amado, para ver si había publicado algo donde se vieran detalles confidenciales de la excavación, por accidente. Cada tanto le picaba la curiosidad y visitaba sus redes, aunque no lo siguiera en ninguna. A Amado no le hacía falta un seguidor más: tenía cientos de miles.
Encontró que sí había nuevas fotos tomadas en los alrededores del volcán, pero estaban centradas en el propio Amado, que sabía muy bien cómo plantarse frente a la cámara. En la más reciente, tenía las gafas de sol colocadas sobre su cabeza rubia, dejando a la vista sus ojos claros.
Por el ángulo en el que estaba, no llegaba a verse nada de la excavación detrás. El texto que acompañaba la foto decía: «¡Semana de trabajo duro, pero valió la pena, Amores! Feliz de ser parte de un equipo que hace historia en este entorno tan maravilloso». Octavio hizo una mueca. Los comentarios debajo iban desde «Inteligente y hermoso, me casoooo» a «Basta de ser tan bello», «Muerooooooo», «Siempre nos inspiras», «Cuídate del volcán, porfis».
—¿Trabajo duro, dice? —exclamó Octavio—. ¡Se pasa la mitad del día buscando excusas para no ayudar!
—Bueno, pero bien que estás pendiente de lo que publica —dijo Carla, levantando las cejas—. No es por nada, yo pensaría que eres uno de sus fans; no te haría mal admitir que tiene buen estilo, al menos. No tanto como yo —agregó, acomodando su melena enrulada—, pero bastante bueno. ¿Crees que haya sido él el que publicó la foto?
Octavio refunfuñó y puso el teléfono boca abajo sobre la mesa.
—No, tienes razón. No le serviría de nada.
Siguió dándole la vuelta al asunto, sin embargo. Más tarde, se quedó bajo la ducha pensando en Amado hasta que el agua se enfrió, y luego trató de despejarse organizando las notas de la excavación, sin mucho éxito. Quizá por eso, esa noche soñó con él.
En el sueño, Octavio visitaba la Galería Garza, el museo de la familia de Amado. Un cartel afuera prometía una exhibición especial, y en el interior había una multitud reunida alrededor de una vitrina. Octavio, vestido con su usual atuendo de trabajo de color beige, holgado y sencillo, no encajaba con los trajes de fiesta del resto, pero nadie parecía reparar en eso. Tenían más interés en lo que estaba en exhibición.
Siguiendo las miradas de los otros, Octavio se abría paso entre la aglomeración para llegar frente a la vitrina, y una vez que lo conseguía, veía que tras el vidrio estaba encerrado Amado, con las manos apoyadas sobre el cristal que lo separaba del resto del mundo. Octavio intentaba acercarse, pero era detenido por una de las invitadas, que le ponía una mano en el hombro y gritaba:
—¡Despierta!
Octavio abrió los ojos de golpe, con el corazón en la boca, solo para descubrir que la voz del sueño era en realidad una deformación de la alarma de su teléfono, programada para sonar al amanecer. Había olvidado desactivarla.
Volver a dormir le fue imposible. Al menos, el dolor de cabeza había desaparecido. Antes de siquiera salir de la cama, revisó las noticias en busca de novedades sobre el volcán, y suspiró aliviado al no encontrar nada que indicara una erupción inminente.
Después, se descubrió cayendo en la tentación de volver a visitar las cuentas de Amado, y encontró una foto del día anterior que no tenía relación alguna con la excavación. En ella, Amado posaba frente a un helicóptero. El texto acompañante decía: «Al fin conseguí mi licencia para volar. Los sueños se hacen realidad si crees en el universo, nunca te rindas». En respuesta, Octavio comenzó a escribir un comentario, pero tomó aire y lo borró antes de publicarlo.
—¿El universo o tus padres? —masculló, antes de cerrar la aplicación.
Se levantó a duras penas. Pasó el resto del sábado alerta a la evolución del volcán y mirando su teléfono cada pocos minutos. La ciudad de Heliópolis, que era su hogar, se encontraba a cuarenta kilómetros de la montaña. Lo que le llamó la atención fue que nadie más hablara del supuesto riesgo para los pueblos más cercanos al volcán; encontró incluso fotos, donde la cima se veía libre de cenizas. ¿Habría sido una falsa alarma, después de todo?
En el correr del día, entre una cosa y otra, terminó de nuevo en la cuenta de Amado, quien publicó un video donde mostraba dos posibles atuendos para una fiesta a la que iría esa noche. Le preguntaba a sus seguidores cuál elegir: ¿el blanco o el azul? Las opiniones estaban divididas. Octavio resopló.
—El azul —murmuró, ausente.
—¿Me hablaste? —preguntó Carla, que pasaba frente a él. Al no obtener respuesta de Octavio, insistió—: Llevas casi todo el día sin moverte del sofá, ya me estás preocupando. Pensaría que estás empollando algo de verdad.
Octavio gruñó algo ininteligible y dejó el teléfono a un costado. Desde la cocina, Carla lo invitó a merendar. El borboteo de la cafetera era seductor, y el aroma que llenó el ambiente poco después lo sacó por fin de su trance. Tenía las piernas dormidas cuando se levantó del sofá y fue a buscar una taza.
El gusto amargo del café le despejó la cabeza con su intensidad.
—¿Qué tal si los extraterrestres hicieron parecer que iba a haber una erupción para que se alejaran de su huevo? —comentó Carla, con un tono entusiasta que hizo que Octavio se preguntara si hablaba en broma o en serio—. Es una teoría que he leído. Sea como sea, si lo del volcán resultó ser una falsa alarma, quizá el lunes puedas volver a empollar el huevo.
Aferrándose a esa esperanza, Octavio se fue a dormir, y la ilusión se mantuvo viva también durante el domingo, a pesar de que no hubo novedades.
El lunes, sin embargo, despertó con un mensaje de la universidad, donde se anunciaba que se suspendía la participación de los estudiantes. Ya no volverían al sitio ese día, ni ningún otro; y la decisión, al final de cuentas, no tenía nada que ver con el volcán:
«Como consecuencia de nuevos descubrimientos relacionados con el proyecto, se requiere de ahora en más la intervención de un equipo especializado de la Fundación Garza. Se ruega la devolución inmediata a la universidad de todo documento y material generado en relación al proyecto, sea escrito o gráfico.»
Octavio tuvo que releer varias veces el aviso para convencerse de que era real. Luego de enviarle un mensaje a la profesora Blanco, que ella vio pero no contestó, se vistió con lo primero que encontró entre la pila limpia que había prometido guardar una semana atrás, y fue trastabillando hacia la cocina. Allí, Carla desayunaba. Vestía uno de los excéntricos trajes coloridos que solía usar, un estilo que contrastaba mucho con el de Octavio, cuya ropa parecía haber sido masticada por un dinosaurio.
—¿Pasó algo...? —preguntó ella, con el ceño fruncido.
—¿Me puedes llevar a la excavación en tu coche? —exclamó Octavio.
—¿La van a retomar, con tan poco aviso?
—¡No, quieren cancelar la participación de los estudiantes, y la profesora no me contesta por qué!
Después de unos momentos de silencio, Carla abrió los ojos enormes y se puso de pie.
—¿Será que sí es extraterrestre?
Octavio no la contradijo. Si esa posibilidad servía para despertar su interés, que así fuera. Así fue que, sin molestarse en cambiarse a algo más presentable, siguió a Carla hacia el coche en cuanto ella aceptó llevarlo. Tuvo que despejar el asiento de trastos para poder sentarse.
—Más vale que sí tenga que ver con extraterrestres —dijo Carla, acomodándose en el asiento del conductor—, porque por tu culpa voy a llegar tarde a mi trabajo. Y más vale que luego me cuentes todos los chismes.
El camino se le hizo eterno a Octavio, por más que Carla condujo al límite de lo permitido. El viento que entraba por la ventana abierta le despeinó el pelo, dejándolo en un estado más impresentable que antes, pero no importaba. A medida que se acercaban al destino por la carretera, pudo ver con mejor claridad la cumbre del volcán: estaba más despejada que nunca.
Llegaron a la entrada del parque que rodeaba a la montaña en tiempo récord. Estaba custodiado por una muralla de guardias, uno de los cuales se acercó al coche que Carla manejaba para informarle que el lugar estaba cerrado a visitas.
Aun sabiendo que no funcionaría, Octavio se atrevió a intentar engañarlos:
—Soy parte del equipo —explicó, mostrando su identificación de la universidad.
Sus esperanzas de que el guardia solo le diera un vistazo a la tarjeta se desvanecieron, cuando este la examinó con cuidado.
—Los estudiantes ya no tienen permitido el acceso —dijo—. Se supone que se envió una notificación.
—Es que no nos explicaron nada —insistió Octavio, tanteando el terreno—. Esperaba poder hablar con la profesora Blanco.
El guardia se alejó un poco para consultar con otra persona, y luego regresó con una respuesta:
—La profesora Blanco ya no está a cargo.
—Sospechoso —murmuró Carla por lo bajo.
Incrédulo, Octavio se bajó del coche y se acercó lo más que pudo a la frontera de la zona prohibida. Allí llegó a ver a un desconocido que parecía estar a cargo y le daba indicaciones a gente a la que Octavio nunca había visto. Del otro lado de la puerta, camionetas cargadas con equipamiento se movían hacia el interior del parque, en dirección al antiguo sitio de excavación.
De pronto, una cabeza rubia le llamó la atención entre el resto: era Amado, el único integrante del equipo original. Aparentaba estar más perdido que nunca: tenía las manos en los bolsillos y su mirada vagaba de un lado a otro, mientras todos iban y venían, pasando a su lado como si él fuese invisible.
Durante un instante, los ojos de Amado fueron hacia donde estaba Octavio. Al encontrarse con ellos, su rostro pasó del usual tono pálido a uno carmesí en cuestión de un segundo, y quedó congelado en una expresión de sorpresa. Octavio aprovechó la ocasión para acercarse lo más que pudo y hablarle, desde detrás de las vallas que le impedían entrar.
—No deberías estar aquí —dijo Amado al verlo, evitando su mirada. No había agresividad en su voz.
Su actitud apocada desarmó un poco a Octavio.
—¿Quién es esta gente? —preguntó Octavio.
—Los nuevos expertos. Al parecer, no es un asunto paleontológico, tenías razón.
—¿Y tú por qué estás aquí? En lo único que eres experto es en sacarte fotos.
Apenas terminó de decir eso, Octavio se mordió la lengua. Acababa de ser cruel y de revelar que había estado revisando su contenido, todo al mismo tiempo.
—¿Ah, me sigues? —Sin dar señales de haberse ofendido, Amado sacó su teléfono y lo desbloqueó con el dedo—. ¿Cuál es tu usuario, estás por nombre y apellido? Me llegan muchas notificaciones, no me había dado cuenta. —Y luego agregó, como si fuera lo menos importante—: Mis padres me pidieron que viniera en su nombre, como representante de la Fundación Garza, porque ellos están de viaje. Además, conozco el sitio de excavación.
—¡Pero si te la pasabas durmiendo! ¿Por qué no la profesora Blanco? ¿Dónde está ella?
Amado bajó la cabeza y se cruzó de brazos.
—Mira, yo tampoco quiero estar aquí. Y ella... —La voz de Amado se apagó cuando su mirada se detuvo en un punto detrás de Octavio.
—No pierdas el tiempo, Octavio —dijo una voz de mujer a sus espaldas.
Al darse vuelta, Octavio vio a la profesora Blanco, que lo observaba a cierta distancia. Sonreía con tristeza y tenía los ojos un poco húmedos. Luego de darle un último vistazo a Amado, Octavio fue hacia ella, confundido.
—¿Qué pasó?
—Me despidieron —respondió ella, en un susurro—. No solo de aquí, también de la universidad. Las cosas escalaron cuando protesté porque me apartaron de la investigación y todo se fue de las manos. Creo que fueron muchos años de ser complaciente, y todo lo que me he venido guardando explotó en el peor momento.
—¡No es justo! —exclamó Octavio—. ¿Todo por ese huevo?
Ella asintió, suspirando.
—Dicen que no es un huevo. Hay algo muy raro en todo esto. Es lo que algunos le llaman una anomalía, pero ahora está fuera de mi alcance. En fin, supongo que cuando una puerta se cierra, hay otra que se abre.
Con esas palabras, la profesora se subió a un coche cercano y se preparó para marcharse.
—Espero que podamos seguir en contacto —dijo Octavio.
Con disimulo, ella se enjugó una lágrima que se le escapaba y le dedicó una sonrisa.
—Ahora me tomaré un tiempo para ver lo que hago. Supongo que tendré que encontrar un nuevo camino, aunque creo que volveremos a cruzarnos en algún momento. Vas a ser un gran profesional.
Con un nudo en la garganta, Octavio la observó mientras se alejaba. Luego volvió al coche de Carla, desde donde ella contemplaba la escena asomando la cabeza por la ventana, sin disimular sus intentos por escuchar.
Apenas Octavio se sentó en el asiento del acompañante, Carla preguntó:
—¿Es extraterrestre, al final?
—Ya no sé qué pensar —respondió Octavio, con la cabeza gacha.
Mientras Carla ponía en marcha el motor, protestando por la oportunidad perdida, Octavio levantó la vista para despedirse del volcán. En la puerta del parque vio a Amado, quien lo miraba fijamente con el teléfono levantado en una mano, y movía los labios como si quisiera decirle algo. Extrañado, Octavio revisó por instinto sus notificaciones. Tenía una nueva solicitud de amistad.
Continuará.
Próximo capítulo: sábado 26 de junio
A las cuentas de Amado me la imagino como las de esos chicos lindos que hacen contenido de aesthetic de #oldmoney y desafíos de cambiarse la ropa al ritmo de la música en TikTok, jajajaja. Octavio es de la gente que tiene una cuenta pero no publica nada en meses.
¿Alguna vez has stalkeado a alguien en redes sociales aunque jurabas que no te interesaba? Bueno, así está nuestro Octavio xD
Conozco a alguien que piensa que siempre saca el tema de los extraterrestres cuando pasa algo raro, así que ella es mi inspiración para los diálogos de Carla!
Iba a poner picrews de los personajes, pero no me da tiempo y me tengo que ir a hacer un mandado, lo dejo para la próxima xD
¡Gracias por sus leídas, votitos y comentarios!
Aesthetic de este capítulo:
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