19. Octavio y Amado planean hacerlo (sic) en un futuro próximo
La tibieza de los húmedos labios de Amado disparó en Octavio una reacción en cadena. ¿Cómo no iba a creer que era posible que tuviera un origen sobrenatural, si tocarlo le hacía sentir que por sus venas corría magma en vez de sangre? El beso nacía en sus bocas, pero su eco se oía mucho más allá. No se parecía en nada a sus tristes experimentos pasados con otras personas, que lo habían convencido de que el amor romántico no era para él. ¿Por qué esto era tan distinto? Tenía que ser magia. Eso explicaría también por qué Amado se había fijado en alguien tan diferente a su círculo habitual.
Se separó apenas de Amado, aunque su instinto le decía que siguiera adelante. No quería precipitarse sin pensar en las consecuencias, cuando ni siquiera estaba seguro de que el interés de Amado fuese genuino. Incluso considerando la posibilidad de que en su propio caso sí lo fuera, ¿hacía bien en dejarse llevar por algo que podía llegar a ser un efecto temporal para el otro?
—Perdona —murmuró Octavio.
Amado lo contempló con los ojos brillosos, y apretó los labios en una sonrisa insegura.
—No hay nada que perdonar. ¿Entonces crees que deberíamos esperar hasta devolver el huevo para ver lo que pasa entre nosotros?
Enfrentado directamente a una pregunta que no sabía cómo responder, Octavio se acostó boca arriba. Para ordenar sus pensamientos, trató de enfocar la atención en el techo de la cama y en las cortinas de tul que caían a los lados, movidas por la brisa que entraba por el ventanal. Con Amado a su lado, era imposible pensar con claridad. Le resultaba difícil creer que aquella conexión desaparecería tan pronto se deshicieran del huevo. Sin embargo, tampoco lo podían descartar.
—No sé, quizá. No es como que tenga mucha experiencia con estas cosas.
El romance nunca había sido una prioridad para él, así que estaba por detrás de la mayoría de los de su edad en cuanto a todo lo que conllevaba, desde besos a mucho más. Le sorprendía que Amado no pareciera notarlo.
—Entiendo —susurró Amado—. Quizá deberíamos hablar sobre el plan para recuperar el huevo, y dejar esto para otro momento. No quiero que estés incómodo.
Ese intercambio hizo que Octavio se volviera consciente de que el problema era lo contrario, de hecho: se sentía demasiado cómodo con la situación. Con compartir espacios que consideraba sagrados, como una cama; con fingir cercanía y complicidad; con que el resto creyera que eran pareja. La idea de perder aquello era lo que le llenaba de ruido la cabeza, no la de continuarlo.
—No estoy incómodo —confesó Octavio. Y, tomando valor, agregó—: Pero sí creo que hay que hablar sobre lo que nos está pasando. ¿Qué te parece si lo hacemos, después de devolverle el huevo al volcán?
Cuando se animó a mirar a Amado por el rabillo del ojo, lo vio sonrojarse y luego balbucear al responder:
—¿Si lo hacemos...? ¿Qué cosa? O sea, sí me gustaría...
Solo entonces se dio cuenta Octavio de que la forma en que había dicho aquello daba lugar a segundas interpretaciones, y se apresuró a aclararlo:
—¡Me refiero a hablar!
—¡Sí, por supuesto, eso pensé! —exclamó Amado, cubriéndose el rostro con las manos.
Las palpitaciones de Octavio se aceleraron. Ahora que esa idea revoloteaba libre entre los dos, sería difícil volver a encerrarla; además, por primera vez en la vida, esta le resultaba atractiva de verdad. Se imaginó lo que podría ser no solo sentirlo por fuera, sino por dentro, y su cuerpo entero se crispó.
Tragó saliva.
—Entonces —dijo Octavio, incorporándose para sentarse, con fingida calma—, quedamos así. Después de devolver el huevo, vemos cómo nos sentimos sobre todo esto. Por ahora, creo que esta conexión rara que tenemos nos conviene, ¿no? En el cumpleaños, van a esperar que nos comportemos como una pareja.
Todavía sin apartar las manos de su rostro, Amado señaló:
—Si queremos una coartada, debería haber fotos de nosotros dos, también. ¿Eso no te molestaría, tampoco?
Esa era la parte que más le fastidiaba a Octavio, pero era inevitable.
—No, tiene sentido —resopló—. Si te parece, podemos plantar una semilla desde ahora.
—¿En serio? —Amado descubrió por fin su rostro. Sus mejillas seguían teñidas de un tono carmesí, aunque menos intenso que antes.
—Ven —dijo Octavio, invitando con un gesto a que Amado se sentara junto a él en el colchón.
Con una sonrisa incrédula, Amado se incorporó y ocupó un lugar junto a Octavio, quien lo acercó contra sí con una mano y usó la otra para recuperar el teléfono del bolsillo de su pantalón.
—Publícala con el texto que quieras, tú eres el que sabe —dijo, antes de proceder a tomar una foto.
La imagen quedó mejor de lo que esperaba. Los dos se veían despeinados, pero eso le daba un toque cándido que lo hacía ver más real. Las cámaras adoraban a Amado, no cabía duda, incluso si lo tomaban por sorpresa.
—Me gusta —murmuró Amado, mientras examinaba la foto sonriendo—. La subiré más tarde.
—Bien, ahora solo queda ver cómo vamos a recuperar el huevo de la Galería Garza y devolvérselo al volcán. ¿Quién va a estar de guardia en el museo ese día? Si fuese nuestro amigo, nos facilitaría las cosas...
—Tenemos acceso a llaves, así que la alarma no sonará. Trataré de averiguar sobre quién estará de guardia y las cámaras esta semana, pero tengo una idea acerca de cómo llevarlo hasta el cráter. Deberíamos hacerlo desde el aire, ¿no? Es la forma más directa, rápida y segura.
Octavio estaba a punto de preguntarle si tenía algún plan para que les crecieran alas en unos días cuando recordó las publicaciones que Amado había hecho poco tiempo atrás. Él tenía acceso a un vehículo al que la mayoría no. ¿Sería a eso a lo que se refería?
—¿Estás hablando del helicóptero? —preguntó Octavio, repasando en su mente aquella publicación—. ¿O sea que es cierto que, a veces, los sueños sí se hacen realidad? ¡Gracias, universo!
Amado tomó un almohadón que estaba cerca de él, lo aplastó sobre la cabeza de Octavio en modo juguetón y los dos rieron a carcajadas.
Una vez que ambos se calmaron, Amado volvió a hablar, su voz ensombrecida por la preocupación:
—Eso sí, tendríamos que esperar a la mañana siguiente para usar el helicóptero, y yo tendría que volver a la fiesta para estar cuando corten el pastel. ¿Qué vamos a hacer con el huevo, mientras tanto?
—Supongo que podríamos llevarlo a mi casa, pero no me gustaría dejarlo solo con Carla, es mucha responsabilidad. ¿Crees que quede muy mal si no vuelvo a la fiesta?
—Podría publicar fotos donde aparezcas, luego de que estés en tu casa con el huevo —respondió Amado, pensativo—. Y en la mañana, a primera hora, nos encontraríamos en el helipuerto. No va a haber nadie un domingo tan temprano, y si hacemos las cosas bien y dejamos todo como estaba, mi familia ni siquiera notará que el huevo falta hasta horas después. Incluso si lo nota, no sabrá dónde buscar.
Tener un mejor panorama de lo que se venía hizo que el aire que respiraba se sintiera más ligero. Aunque que faltaban detalles por pulir, había una luz al final del túnel, y si llegaban a ella sanos y salvos, quizá encontraran un tesoro del otro lado.
—Y después de ocuparnos el huevo, podemos hablar de otras cosas —murmuró Octavio.
Sonriendo, Amado asintió.
Acordaron mantenerse en contacto, y Octavio se retiró un rato después, cuando Amado comenzaba a dar signos de cansancio.
En el taxi que lo llevó a su casa vio una actualización de la cuenta de Amado, con la foto tomada por él. La descripción era un simple corazón acompañado de una etiqueta: #couplegoals. La publicación lo hizo reír y llamar la atención del chofer, que lo miró por el espejo retrovisor con el ceño fruncido.
Entre los comentarios bajo la imagen encontró que Alana había dejado un emoji que miraba hacia arriba con expresión de fastidio. Las reacciones de los seguidores de Amado eran variadas: «Mis papás», «Es difícil ver a otros cumplir nuestros sueños», «¿Para cuándo boda?», «LO SABÍA», corazones, brillos, emojis rezando, ojo-boca-ojo.
Cuando llegó a su casa, fue recibido por una Carla boquiabierta.
—Oye —dijo ella, sin siquiera saludar—, ¿qué fue esa foto que puso Amado? ¿Ahora es real eso de que son novios o siguen «fingiendo»? Estoy confundida.
En una voz casi inaudible, Octavio masculló:
—Es parte del plan.
—¿El plan es hacerse novios de verdad? Eso es lo que no entiendo, porque esto ya no me suena a mentira. O sea, me encanta, felicidades, pero necesito saber qué pasó.
A Octavio le costó explicar que él tampoco estaba muy seguro. Una parte de sí creía imposible que terminaran juntos, y se esforzaba por apagar la llama de entusiasmo que se encendía cada vez que comenzaba a fantasear con eso. Aun así, de camino a su cuarto lo imaginó durmiendo una siesta en el viejo sofá, que deberían cambiar de una vez; compartiendo tardes de cine; asistiendo a sus reuniones de juegos y conociendo a algunos de los excéntricos amigos de Carla.
Al final, cuanto más intentaba desterrarlo de su mente, más fuerza cobraba su presencia. Lo único capaz de mantenerlo a raya era recordarse a sí mismo que su prioridad era la devolución del huevo.
En el correr de la semana se mantuvieron en contacto constante, y les hicieron saber a Calista y Pía las últimas novedades. Ellas se pusieron a su disposición, y les pidieron estar atentos a un mensaje que llegaría de parte del Club de Lectura Julio Verne. Este apareció un par de días después: un mapa de la Galería Garza donde se indicaba un camino de puntos ciegos a las cámaras, desde una entrada lateral hasta el subsuelo. Incluía también información de las horas a las que el guardia asignado hacía rondas a pie. Apenas Amado lo guardó, el envío fue anulado por su remitente, que era claramente Mario.
«¿Has sabido algo sobre si Mario estará en el cumpleaños o en la Galería Garza ese día?», le preguntó Octavio a Amado en un mensaje de audio, una noche a mitad de semana.
La respuesta de Amado llenó la oscuridad de su cuarto con tal claridad que Octavio sintió que estaba tendido en la cama junto a él:
«Me dijo que estará en el cumpleaños. En la Galería Garza habrá un guardia con poca experiencia, que está un algo asustado porque Mario le ha estado contando sobre leyendas de fantasmas que andan por el museo. Hasta le dijo que, una vez, vio a una pareja de amantes espectrales...».
Octavio rio para sus adentros. No era raro que los museos tuvieran ese tipo de leyendas; agradeció que Mario se hubiera preocupado por fomentarlas cuando más lo necesitaban.
La noche anterior al cumpleaños, a Octavio se le hizo más difícil que nunca dormir. Todas sus preocupaciones se aglomeraban en su cerebro como una multitud que intentaba atravesar a la vez una puerta demasiado pequeña.
Estaba el volcán, que se venía aguantando la rabia, aunque las noticias de pequeños temblores habían sido una constante durante los últimos días. Luego venía su plan de recuperación. Más allá de que a simple vista no pareciera tener muchos huecos, no podían subestimar el peligro. ¿Qué tal si los descubrían? Lo que le daba fuerza para seguir era saber que la alternativa era la destrucción de la ciudad.
Y había algo más, por supuesto, y en cierta forma igual de asustador: ¿qué pasaría con Amado, una vez que todo hubiese terminado? En esa última semana no se habían visto en persona, pero a Octavio le resultaba difícil imaginar su día a día sin intercambiar algún mensaje con él. No solo eran conversaciones serias sobre el plan, sino a veces cosas simples, como una foto de un adorno que cada cual creía que se vería bien en la casa del otro, o una nueva batalla de quién mandaba más emojis de dinosaurio antes de cansarse.
En la mañana del día señalado, Octavio dejó todo listo con ayuda de Carla, quien anticipaba la llegada del huevo con entusiasmo y había sacado las frazadas de invierno para preparar una especie de nido. También ordenaron la casa con esmero para recibir a Calista y Pía, que llegarían más tarde para darle un último vistazo al huevo, antes de que este fuera devuelto.
Para el cumpleaños, Octavio se vistió con el mismo traje que para la presentación del falso huevo, aunque cambió la corbata por una con estampado de dinosaurios, que Amado le envió por encomienda.
Atardecía cuando Carla lo acercó al predio de la fiesta, un hermoso salón con forma de castillo cerca la costa. Amado le había propuesto que fuese antes de la hora indicada, y salió del edificio en cuanto Octavio anunció su llegada en un mensaje. Con aquella palaciega estructura de fondo y la luz del sol poniente a sus espaldas, bien podría haber sido confundido con un príncipe de cuento de hadas. Vestía un traje color celeste, y en lugar de corbata llevaba una especie de lazo.
—¡Ve con él! —exclamó Carla, empujando a Octavio hacia afuera del coche—. ¡No le temas al éxito! —agregó a modo de despedida.
Octavio se aflojó un poco la corbata y fue al encuentro de Amado, que lo recibió con una sonrisa radiante y dijo:
—Qué bueno verte. Te ves bien.
—Tú también —admitió Octavio—. Yo creo que acabo de arruinar el moño de mi corbata otra vez.
—Te ayudo —ofreció Amado, y con cuidado ajustó la corbata hasta acomodarla de vuelta—. ¿Estás preparado para esta noche?
Dubitativo, Octavio repasó en su mente el plan: fiesta, escape, recuperación y almacenamiento del huevo, helicóptero, volcán. Simple, ¿verdad? ¿Por qué tenía la incómoda sensación de que estaban pasando por alto algo importante?
Aun así, el día del baile había llegado. Estuvieran listos o no, tendrían que bailar.
Continuará.
Próximo: 23/10
¡Hola, muchas gracias por sus hermosos comentarios, votos y lecturas!
Super gracias a SpicyShimmy porque la línea de Octavio diciendo lo de "gracias, universo" vino de una sugerencia que me hizo, jaja xD
Siempre dicen que quienes escriben usan cosas que escuchan por la vida para sus historias, y en este capítulo fue el tema de los fantasmas de los museos. ¿Conoces alguna leyenda?
Aquí conozco de cuadros que se tuercen (Museo Blanes), tres sombras que observan desde lo alto, fantasmas de antiguas cárceles (Espacio de Arte Contemporáneo).
Además, hubo un tiempo en que trabajé en un hotel, donde hice un intercambio. Allí había un guardia nocturno que contaba que él era el único que llevaba un buen tiempo en el trabajo, porque los otros guardias nocturnos siempre renunciaban poco después, asustados por cosas que habían visto, y salían jurando que había fantasmas en el terreno. En el tiempo que estuve allí no vi fantasmas, pero sí vi que entraron un par de nuevos y se fueron un par de semanas después, jaja.
En fin, ¿qué se siente haber llegado al Día de la Verdad? ¿Será que alguna parte del plan falla?
TEMA IMPORTANTE: aquí traigo distintas corbatas de dinosaurio, algunas más serias que otras. ¿Cuál te gusta más? Imagino que Amado consultó con él antes de mandarle una, podés decirme tu favorita y la que imaginas que Octavio usaría, que quizás no sean la misma :)
¡Abrazos grandes!
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