18. Octavio y Amado tienen que ponerse más creativos que nunca
Con la vista fija en la puerta, Octavio contuvo el aliento. La salida del baño estaba bloqueada por la imponente figura de Mario, el guardia de seguridad que parecía estar en todas partes. ¿Sería uno de los empleados que Amado había mencionado que vivían allí a tiempo completo, algunos días de la semana?
La mirada de Mario descendió sobre Octavio, desde las alturas, y luego se dirigió a Amado, a quien le preguntó con voz afilada:
—¿Está todo en orden?
Octavio imaginó el peor de los escenarios. No era descabellado que la familia Garza sospechara todavía de él y que le hubiese encargado a Mario vigilar sus movimientos. Las sonrisas y cortesías podrían haber sido una forma de despistarlo.
—Sí, estábamos buscando... —comenzó a decir Amado, con una voz balbuceante que se trancó a mitad de camino.
—Preservativos —intervino Octavio—. Sé que tendríamos que tener encima, pero se nos acabaron.
Tenía la certeza de que eso sonaba tan falso como su pobre intento de engañar a Alana durante su primera visita, pero fue lo primero que le vino a la mente. Para redondear su actuación, pasó una mano por la cintura de Amado, al que sintió temblar bajo su agarre. Esperaba que aquello desviara la atención del espejo detrás de ellos dos, cuya superficie estaba un poco separada de la pared, cual puerta entreabierta.
Mario entrecerró los ojos, se cruzó de brazos y dijo:
—Es una buena excusa, aunque no sea verdad.
—Claro que es verdad —insistió Octavio, con la cabeza en alto—. ¿Qué hace usted aquí, en todo caso?
—Es cierto —secundó Amado, con más firmeza que antes—. Este es el cuarto de mis padres. ¿Debería reportarte por traspasar?
Ante la amenaza, Mario se mostró impasible. Sin dejar de mirarlos, sacó de su bolsillo un intercomunicador.
—Estoy en el lugar y la alarma resultó ser un falso positivo —dijo, hablando contra el aparato—. No hay nadie en los alrededores.
—Entendido —respondió una voz del otro lado.
Al terminar, Mario devolvió el intercomunicador a su bolsillo con parsimonia y volvió a cruzarse de brazos. A pesar de no haber denunciado su presencia allí, su actitud seguía siento intimidante, como si apenas les hubiera hecho el favor de darles un poco de tiempo para explicarse mejor.
—¿Alarma...? —preguntó Amado.
—Estoy de guardia. Nos han pedido estar en alerta ante movimientos sospechosos en todo el predio, por posibles intrusiones, y su manipulación del espejo disparó una notificación.
—Obviamente que no somos intrusos —dijo Amado—. Esta es mi casa. Pero, por favor, no le digas a mis padres que estábamos aquí.
La expresión dura del rostro de Mario se ablandó un poco y dio lugar a una más amable.
—Por supuesto —dijo—. Pero deberían tener más cuidado, para no llamar la atención. No todos los guardias han leído Viaje al centro de la Tierra, como es mi caso.
Un poco descolocados por aquel comentario, Octavio y Amado intercambiaron una rápida mirada confundida.
—¿Cómo...? —murmuró Amado.
La respuesta de Mario llegó acompañada de una sonrisa:
—Tal como ustedes, yo también soy aficionado a Julio Verne. Toda mi familia, de hecho, pero este no es el momento de discutirlo.
Las burbujas de nerviosismo en el interior de Octavio se disolvieron, dando paso a la sorpresa. Tenía sentido, si lo pensaba, que Mario fuera el contacto de Pía y Calista. Su trabajo le permitía acceso a ciertos privilegios. Alguien como él tenía que saber número de teléfono de Amado, y podría habérselo pasado a Pía; alguien como él podía haber encontrado la manera de espiar ciertas conversaciones y reportar cuando un miembro de la familia tenía dudas sobre el obrar del resto.
—¿Usted es...? —preguntó Octavio.
Mario solo asintió.
—Si me disculpan, me retiro. Espero que encuentren lo que buscan.
En el instante en que Mario los dejó solos en la habitación, Octavio percibió que el cuerpo de Amado se aflojaba tanto que tuvo el instinto de sostenerlo y acercarlo contra su pecho. Sentir que él apoyaba la frente sobre su hombro y se aferraba a su cintura con fuerza lo tranquilizó. Aunque no tuvieran tiempo que perder, Octavio esperó a que Amado respirara hondo unas cuantas veces, y lo rodeó con sus brazos. A decir verdad, él mismo necesitaba un momento para recomponerse.
—Perdón —musitó Amado, cabizbajo, y se separó de él.
Octavio extendió una mano, para mostrarle que sus dedos estaban temblando, y Amado la apretó. Sonreía, a pesar de la tensión que empañaba sus facciones.
Sin perder más tiempo, volvieron a enfocarse en la caja de seguridad escondida tras el espejo. El número que Alana había provisto funcionó: la puerta se abrió sin dificultad, para dejar a la vista un cofre empotrado en la pared que guardaba carpetas y algunas cajas. Entre ellas estaba también lo que buscaban: un gran manojo de llaves, que en ese momento era todo lo que importaba.
Volvieron a cerrar la caja fuerte y el espejo, y se apresuraron a salir del cuarto. En el pasillo estaba Mario, parado junto a la puerta en actitud vigilante, y al verlos hizo un movimiento de cabeza de reconocimiento.
Mientras salía de la casa con Amado, a Octavio se le ocurrió que no tenían idea de cuál de esas llaves era la correcta. El coche esperaba por ellos en la entrada, donde Amado lo había dejado estacionado. Luego de acomodarse en el asiento del acompañante, Octavio inspeccionó el llavero, intentando recordar el tipo de cerradura de la puerta secreta, pero no hubo caso.
—Tendremos que hacer una copia de todas —murmuró. A simple vista, no sabía cuántas eran.
—Espero no chocar en el camino hacia la cerrajería —dijo Amado, sujetando el volante como si este fuera un salvavidas—. ¿Tú no sabes conducir, por las dudas?
—Carla trató de enseñarme hace un tiempo, pero no soy muy bueno. ¿Quieres que lo intente?
Con cuidado, puso su mano sobre una de las de Amado, que cerró los ojos un momento y tomó aire.
—No. Creo que puedo, si estás aquí conmigo. —Dicho esto, miró al frente y puso en marcha el motor.
La cerrajería que habían elegido se encontraba a apenas unas cuadras, pero al acercarse a ella vieron que tenía la cortina de metal baja. Estaba cerrada.
Luego de unos momentos de pánico fueron en busca de la segunda opción, un pequeño local instalado en una especie de garaje, y que pasaba casi desapercibido entre dos casas particulares. La mujer que los atendió era cordial, con la contra de que se tomaba lo que parecía ser el tiempo del mundo para todo: para saludar, para examinar con cuidado las llaves y hacer comentarios sobre cada una, para acomodase en su lugar de trabajo. Incluso se puso a explicar el origen de su negocio, que venía de varias generaciones atrás. Las paredes estaban cubiertas de llaves y fotografías antiguas, pero ese no era el mejor momento para ponerse a escuchar historias.
—Es un poco urgente —la apremió Octavio, que tenía un ojo puesto en ella y otro en la ubicación de Alana, en la pantalla de Amado.
—Han estado todos muy tensos en estos últimos días. —La observación de la señora, que ya trabajaba sobre la primera llave, sonó a reproche—. Estoy convencida de que el volcán está afectando a la gente y que la hace actuar distinto. ¿No te parece?
El comentario hizo que Amado levantara la vista de la pantalla de su teléfono y diera un respingo. Octavio se mordió la lengua para no responder. No tenían tiempo de buscar otro lugar, así que lo mejor era no discutir con ella.
Una vez que se puso de lleno con el trabajo, sin embargo, resultó ser más rápida que lo que su manera de hablar sugería. El problema era la cantidad de llaves, que hacía que los minutos se apilaran unos sobre otros.
Apenas la mujer completó el trabajo, salieron del lugar a las apuradas, sin esperar el cambio por la suma exagerada con la que Amado había pagado.
Mientras iban de camino al coche, Amado le entregó su teléfono a Octavio, para que él siguiera controlando la ubicación de Alana en el mapa. En el momento en que se pusieron en movimiento para volver a la residencia Garza, el punto que indicaba la localización de Alana comenzó a moverse con más rapidez, también. ¿Qué pasaría si no llegaban a tiempo?
Aunque Octavio le envió a Alana un mensaje que sugería que necesitaban un mayor margen, la posibilidad de que ella llegara primero se fue volviendo más real a medida que avanzaban por las calles, que parecían ensañadas en ponerles obstáculos. En el camino se encontraron con que había ocurrido un pequeño accidente, lo que los obligó a tomar un desvío; más adelante, un semáforo roto creaba caos; y, cuando por fin volvieron a la ruta principal, una persona cruzó corriendo por la mitad de la calle, forzando a Amado a frenar de repente, justo a tiempo para no atropellarla.
Alana estaba a un par de cuadras de distancia para cuando llegaron por fin a destino. Mario fue quien les abrió el portón, y su rostro, rígido de preocupación, confirmaba que él también era consciente de que el tiempo era limitado.
—¡Tenemos que crear una distracción! —exclamó Octavio, cuando estuvieron frente a la puerta principal.
Amado asintió y abrió un compartimento interior del coche, donde revolvió hasta encontrar una funda que puso sobre la palma de Octavio.
—Esto contiene medicación —dijo Amado, con voz agitada—. Cuando lleguen, les diré que no me siento bien y que te pedí que fueras a buscarlo adentro para traérmelo. Ni siquiera estoy mintiendo, no me siento muy bien —agregó, con una sonrisa exhausta.
—¡Pero...!
—Tú pon las llaves donde en el cofre y asegúrate de que quede todo como estaba. No dejaré que vayan arriba hasta que vuelvas, te lo prometo.
Octavio odiaba tener que dejar atrás a Amado en esas circunstancias, pero no había alternativa. Tomó una foto de la clave de la caja fuerte, salió del coche con la funda en una mano y las llaves originales en la otra, y le dio un último vistazo a Amado, que tenía ahora la frente apoyada contra el volante.
Una vez en el interior de la mansión, Octavio se dirigió a las escaleras y comenzó a subir los escalones de dos en dos, maldiciendo que hubiesen elegido hacer los cuartos en el tercer piso. Tenía un vago recuerdo de que Amado había mencionado la existencia de un ascensor. Ahora entendía por qué, y lamentó no haber prestado más atención a eso.
Sintió escalofríos al entrar al cuarto de los padres de Amado a solas. Por el rabillo del ojo, creyó ver una sombra detrás de él y se dio vuelta para encontrar que se trataba de un gato, que lo observaba desde un mueble alto. Siguió adelante con terror de mover algo que delatara su presencia allí, fue en puntillas de pie hacia el baño y abrió la caja oculta tras el espejo, donde colocó el manojo de llaves original.
Fue hacia la salida con el corazón atascado en la garganta y bombeando en sus oídos. ¿Y si había alguien en la puerta que lo viera salir? Encontrar que no era así le devolvió el alma al cuerpo.
Con la misma prisa con la que había subido, bajó las escaleras. Podía ser que hubiera conseguido dejar de vuelta las llaves en su lugar, pero no quería hacer esperar a Amado ni un segundo más de lo necesario. La urgencia estuvo a punto de hacerlo resbalar en varias ocasiones, en que se vio a sí mismo rodando hacia abajo y terminando en el hospital, pero finalmente logró llegar al primer piso sano y salvo.
Al salir de la casa vio que el coche de Amado tenía las puertas abiertas. En el asiento del acompañante estaba la madre, examinándolo con actitud preocupada; inclinado junto a la ventanilla del lado del conductor, el padre. Sentada en las escalinatas de la entrada estaba Alana, que fue quien primero divisó la llegada de Octavio, a quien le dedicó un movimiento de cejas a modo de saludo.
—¡Lo encontré! —gritó Octavio, blandiendo el estuche de medicamentos que Amado le había dado.
No estaba seguro de que el plan funcionaría hasta ese último momento, pero así fue.
Ayudaba a que fuera creíble que a Octavio le preocupaba de verdad el bienestar de Amado. Por más que él hubiese exagerado un poco para comprarle más tiempo, la tensión era real. Y por eso mismo, a pesar de que le ofrecieron llevarlo de vuelta a su casa, Octavio insistió en aguardar a que Amado estuviera mejor. La espera le serviría para calmar su propia agitación.
Amado lo recibió en su habitación menos de media hora después, ya duchado. Cuando Octavio entró, lo vio apoyado sobre los enormes almohadones de la cabecera de su cama, que era sin dudas la que él había visto en sueños. Sus ojos hacían juego con los tonos marinos del resto del cuarto.
—No hacía falta que te quedaras —le dijo Amado—. No me sentía tan mal como lo hice parecer, aunque sí estoy cansado.
Conociendo sus antecedentes de minimizar problemas, Octavio no estaba tan seguro de que hubiera sido tan insignificante.
—Eres un buen actor, entonces —comentó Octavio, sentándose sobre el colchón, que cedió bajo su peso y lo volvió consciente de su propio agotamiento.
—Dicen que me gusta el drama —respondió Amado, guiñando un ojo—. Lo que importa es que ahora tenemos lo que necesitábamos.
Apoyando un codo sobre la cama, Octavio se acercó más a Amado, para hablar en un susurro que enmascarara sus palabras.
—Solo queda la parte de recuperar el huevo el día del cumpleaños de Alana y devolverlo al volcán.
Asintiendo, Amado dio unas palmadas en la cama, invitándolo a recostarse mejor. La invitación era tentadora, y luego de dudarlo unos momentos, Octavio le hizo caso. La forma en que los almohadones lo recibieron fue un abrazo para sus sentidos.
Una vez que estuvo acomodado allí, Amado le dijo:
—La señora también cree que el volcán está haciendo que algunas personas actúen distinto. —De los labios de Amado brotó el principio de una sonrisa melancólica, que terminó por transformarse en un mohín.
Esforzándose por desviar los ojos de la boca de Amado, Octavio intentó pensar con claridad. Culpar al huevo era la salida fácil. ¿Estaba siendo un cobarde?
—Supongo que lo sabremos cuando esto termine —murmuró.
El momento clave estaba a una semana de distancia, envuelto en una nebulosa de incertidumbre. Amado, a solo unos centímetros. Su rostro, iluminado por la luz del sol que entraba a través del ventanal del cuarto, resplandecía. Tanto que, aun sabiendo que su prioridad debía ser planear los pasos que faltaban para recuperar el huevo, Octavio volvió a buscar sus labios para probarlos, una vez más.
Continuará.
Próximo: 16/10
¡Hola! ¡Gracias por sus comentarios, votitos y leídas! Son the BEST LECTORES del universo T-T
Sobre el capítulo de hoy, se me ocurrió que nunca había visto a una mujer cerrajera, así que metí una xD
¿Te has cruzado con mujeres en profesiones que eran tradicionalmente de hombres, o al revés? Aquí, desde hace un tiempo, ya no solo los hombres conducen ómnibus (algo que era la norma).
¡FELICIDADES a quienes previeron que Mario era el espía de Calista y Pía! ¿Estabas entre quienes sospechaban?
Al principio se mencionó que su famiilia trabajaba con los Garza desde hace generaciones, así que alguien del pasado pudo haber sido cercano a Pía. Él es solo ojos, pero podría saber cosas que pueden ayudar en el siguiente paso del plan.
Porque sí, ahora con la llave, se viene el cumpleaños de Alana. ¿Qué crees que pasará ahí?
Hay que ver qué hace Octavio con respecto a la creencia de que el huevo influye sobre las personas... (vamos a sacudirlo).
Hoy sí traigo aesthetic:
¡ABRAZOTES!
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