17. Amado se da cuenta de que Octavio estuvo comiendo manzana

Octavio no se fue con Amado cuando este salió de la habitación de Alana. En lugar de eso, se quedó para escuchar el pedido que ella tenía para hacerle. A pesar de suponer que Amado estaba del otro lado de la puerta y probablemente apoyado contra ella, no pudo evitar sentirse un poco intimidado por la mirada escrutiñadora de la chica.

Cuando Alana habló, lo hizo en voz muy baja:

—Me confundes.

—¿Qué...? —replicó Octavio.

—La primera vez que te vi, creí que solo fingías interés por mi hermano. Pero al mismo tiempo, parece que te gustara de verdad. No entiendo lo que está pasando.

Octavio estuvo a punto de responder que él tampoco. No estaba acostumbrado a lo que Amado despertaba en él, a querer más que amistad de una persona, a que su cuerpo se inquietara por alguien y le reclamara tomar acciones. No tenía experiencia en relaciones románticas porque nunca había tenido demasiado interés en ellas.

—Entiendo que te confunda —dijo Octavio—. Pero no tengo malas intenciones, él y yo buscamos lo mismo.

Los ojos de Alana, clavados en Octavio como estacas, se suavizaron un poco. Luego, pasearon sobre los elegantes muebles de la habitación hasta volver a Octavio.

—Se ve feliz cuando habla de ti, y más últimamente. Hace tanto que no lo veía así de entusiasmado... Así que lo que te voy a pedir es que no juegues con sus sentimientos. No lo lastimes.

Inseguro acerca de qué responder, Octavio asintió. La pequeña figura de Alana proyectaba una enorme sombra sobre él. En cierta forma, el pedido se sentía como una amenaza, y Octavio entendía por qué. Ella creía que la relación era real, después de todo, y no quería que el pasado se repitiera.

—Amado me importa de verdad —afirmó Octavio, y decirlo hizo que se le erizara la piel de la cabeza a los pies.

Alana lo contempló en silencio durante unos momentos, para luego moverse hacia la puerta del cuarto, junto a la que se paró.

—Bien, eso es todo —susurró—. Por ahora.

Luego de prometerle a Alana guardar silencio, Octavio abrió la puerta para salir. Como suponía, Amado estaba pegado a ella y apenas tuvo tiempo de alejarse para disimularlo.

—Avisaré por mensaje en cuanto tenga noticias —dijo Alana, antes de cerrar la puerta en la cara de los dos, sin darles tiempo a responder.

Ahora solo quedaba esperar por novedades en el cuarto de Amado, hacia donde fue la mirada de Octavio, y la idea de entrar en él le provocó una nueva descarga eléctrica.

· · • • • ✤ • • • · ·

Amado tembló un poco cuando Octavio entró con él a su habitación, donde esperarían el mensaje de Alana. En contraste con los tonos beige del cuarto de ella, en el suyo predominaban los azules, que le daban un aire a casa de balneario que combinaba bien con la vista a la playa desde su gran terraza.

Apenas entró, recordó que la cama estaba todavía sin hacer y se apresuró a ir hacia allí para disimularlo un poco.

—Perdona el desorden —dijo, mientras estiraba las sábanas como podía.

Tocarlas avivó la llama del recuerdo del sueño de la noche anterior, donde había vuelto a ver a Octavio. Le avergonzaba mencionarlo, aunque lo tenía presente. Cada vez que parpadeaba, las imágenes volvían a él, sin que pudiera detenerlas. Tener a Octavio allí en carne y hueso le producía una mezcla de excitación con terror. No sabía qué le daba más miedo: que de verdad estuviesen compartiendo sueños o que fuera una elaborada fantasía de su parte. Se le daban bien las fantasías, así que no era del todo descabellado.

La mano de Octavio sobre su hombro detuvo el tren de sus pensamientos antes de que estos se descarrilaran.

—No te preocupes si no está todo perfecto —dijo Octavio—. No hace falta. Está bien, así como está.

Escuchar eso tuvo un efecto extraño en Amado: una emoción nacida en su pecho subió hacia su garganta y se la cerró, impidiéndole responder. Asintiendo, planchó la colcha con las manos una última vez y se sentó sobre la cama, con un suspiro.

Junto a él se colocó Octavio, que dijo entonces:

—Todavía tenemos que hablar.

Las palabras tenían el color oscuro de las nubes de tormenta. Amado imaginaba lo que podría venir a continuación, dadas las circunstancias, y se adelantó:

—Lo sé. Entiendo que toda la situación tiene que ser muy incómoda para ti, con esto de fingir que te gusto. Solo te he metido en problemas. Sé que dijiste que no te molestaba, pero quiero que sepas que no te culparía, si has cambiado de opinión.

A continuación, silencio.

Sin atreverse a mirar a Octavio de frente, Amado esperó su respuesta con la vista fija en el suelo. Esta llegó un rato después, en un tono que destilaba confusión:

—¿Qué? —preguntó Octavio—. No me refería a eso.

—¿No? ¿A qué te referías, entonces?

—No sé. Anoche soñé contigo, de nuevo. ¿Recuerdas que Calista dijo que el huevo le hacía actuar de formas extrañas, tanto que hasta perdía noción del tiempo? Y ella también tuvo sueños sobre el dragón. Como estamos trabajando en equipo y los dos tocamos el huevo, tendría sentido que tuviéramos sueños parecidos. Incluso tendría sentido que fuera el mismo, y que incluyera algunos elementos de la realidad, pero modificados.

La teoría de Octavio tenía algo de reconfortante. Amado llevaba un buen tiempo sintiéndose atraído por él, pero eso le daba en qué escudarse, así que respondió:

—Claro. Como, por ejemplo, tú y yo siendo pareja, cuando solo estamos fingiendo...

Octavio se quitó las gafas y comenzó a limpiarlas con su camiseta.

—Sí. De hecho, se me está ocurriendo algo. Al huevo le sirve que colaboremos para rescatarlo, ¿no? ¿Qué tal si está empujándonos a acercarnos más? Últimamente estoy sintiendo cosas que no acostumbro sentir.

Escuchar eso hizo chisporrotear el interior de Amado, que cerró la mano sobre un trozo de tela de la colcha. Trató de concentrarse en otras cosas, para asegurarse de que aquello no era un sueño: el sol que resaltaba los distintos azules de su habitación, el canto de los pájaros en el jardín debajo de su terraza, el aire salado que venía desde la playa.

—¿Qué cosas? —le preguntó a Octavio, mirándolo de reojo.

Él respiró hondo. Luego, abrió la boca y volvió a cerrarla. Finalmente, en lugar de responder, puso una mano sobre la mejilla de Amado e hizo girar su cabeza con suavidad, hasta que sus miradas se encontraron. Los ojos de Octavio, cálidos y seguros, eran un imán que lo atraía sin remedio.

—¿Crees que esto es influencia del huevo, entonces? —murmuró Amado, colocando una mano sobre la de Octavio, para impedir que este apartara la suya.

—No sé. Es que sí se siente un poco sobrenatural.

La distancia entre ambos se acortó. El colchón cedió un poco cuando los dos se acomodaron mejor sobre él, para quedar frente a frente, y todo lo que existía alrededor de ellos pareció volverse borroso. Y cuando Octavio se acercó más a él, Amado percibió un aroma a manzana que provenía de su aliento, y se preguntó si su boca tendría ese mismo sabor. Con cuidado, movió su mano hacia el rostro de Octavio, para tantear terreno, y él no lo rechazó.

Resultó que los labios de Octavio sí tenían un dejo a manzana. Lo supo porque sus bocas se encontraron casi por accidente cuando ambos se inclinaron para adelante al mismo tiempo, en respuesta al instinto que los venía haciendo gravitar inevitablemente hacia el otro.

La electrizante sensación de los labios de él rozando los suyos hizo que Amado se cuestionara de nuevo si acaso no estaría soñando. No habría encontrado raro que fuera así, considerando la cualidad mágica del momento. El beso que le siguió se sintió dulce, cuidadoso. La boca de Octavio condujo a Amado a un refugio cálido, donde las agujas del miedo no podían tocarlo. Para animarlo a seguir, guio las manos del otro hacia su cadera, y estas se acomodaron a él de una forma que lo hizo sentir arropado.

Cuando se separaron un instante para tomar aire, Amado murmuró:

—¿Es esto culpa del huevo, también?

—No sé... —respondió Octavio, con la voz ahogada por la agitación.

Dada la intensidad de su mirada, no parecía que eso fuera a detenerlo.

A esa altura, a Amado poco le importaba, y menos cuando su espalda terminó apoyada sobre el colchón bajo el peso de Octavio, luego de una torpe maniobra de los dos que les hizo perder el equilibrio.

—¿Te lastimé? —preguntó Octavio.

—No, no te detengas —fue la respuesta de Amado, mientras colocaba una mano sobre la nuca del otro, para atraerlo hacia él.

Siguiendo su directiva, Octavio descendió sobre él, y el cuerpo de Amado comenzó a hacer efervescencia en anticipación a lo que vendría. Ahora que había probado los labios de Octavio, quería más. Sintió los dedos de Octavio apoyarse en su espalda baja y enterró los suyos en la de él, ansioso, cuando el sonido de una notificación de su teléfono los hizo congelarse antes de que pudiesen seguir adelante.

Al apartarse, los dos se quedaron mirándose en un silencio vibrante y desconcertado.

Después de unos instantes de parálisis, Amado estiró la mano hacia la mesa de luz para alcanzar su teléfono y revisarlo. Al leer el mensaje que había recibido, su corazón —ya agitado— se aceleró aún más.

—Mi hermana consiguió la clave —musitó.

Eso hizo que Octavio se pusiera de pie de inmediato, como si nada fuera de lo común hubiese ocurrido momentos atrás.

—Vamos a concentrarnos en eso ahora —dijo, peinándose un poco el pelo con los dedos—. Luego vemos el resto. No tenemos tanto tiempo.

—Claro —balbuceó Amado, intentando recuperar el aliento y enfocarse en el plan original—. Le diré a Alana que me comparta su localización, para que tengamos una idea de cuándo vuelve.

Así fue como el delirio de instantes atrás fue puesto a un lado, por el momento, mientras Octavio buscaba cerrajerías que estuvieran cerca, y Amado esperaba a que su hermana y sus padres salieran de la casa. Cada tanto, levantaba la vista del mapa para mirar a Octavio, que daba vueltas por la habitación con paso rápido, revisando la pantalla de su teléfono. 

¿Habría sido ese beso una alucinación? No, imposible. La prueba de que no lo había imaginado estaba en sus propios labios, que ahora también tenían un vestigio de sabor a manzana.

Salieron del dormitorio cuando el punto que señalaba la ubicación de Alana en el mapa estaba ya sobre la calle.

El cuarto de sus padres estaba en el mismo piso, aunque en el ala opuesta. A pesar de que fuera su propia casa, Amado se sintió un delincuente mientras avanzaba en esa dirección, con el interior todavía conmocionado por lo que acababa de ocurrir. ¿Qué tal si Octavio había actuado a raíz de la influencia del huevo? Sabía que en su caso no era así, pero bien podría serlo en el de él, y temía preguntar más. Por ahora, tendría que conformarse con la meta a corto plazo que tenían entre manos.

La puerta de la habitación de sus padres se abrió sin resistencia. Nunca dejaba de sorprenderle lo grande que era el espacio que ocupaba ese dormitorio, que estaba coronado por una gran araña de luz que colgaba del techo. La cama estaba colocada sobre una plataforma un poco elevada del resto. También contaba con varios sillones dispuestos alrededor de una mesa de té, y su propia estufa a leña. Y, aunque el cuarto de Amado tenía también un baño privado, el de sus padres era mucho más lujoso, e incluía un enorme jacuzzi.

—¿Es ese el baño? —preguntó Octavio, yendo hacia una puerta blanca, junto a la cual se levantaba una reproducción de la estatua de la Venus de Milo.

—No, esa es la parte del vestidor. El baño está por aquí —respondió Amado, señalando una puerta del lado opuesto.

Cuando la atravesaron, Amado escuchó que Octavio dejaba escapar una exclamación de sorpresa al ver el interior, decorado con un estilo clásico, que incluía algunas estatuas. La parte favorita de Amado, sin embargo, era el área del jacuzzi, al que se accedía por una corta escalera, y que estaba rodeada por columnas.

—Es más grande que mi dormitorio entero...

—A mí me gusta tu dormitorio —replicó Amado sin pensarlo, e inmediatamente se arrepintió de sus palabras. Esperando no haber sido escuchado, se dirigió al espejo que estaba sobre el lavabo—. Detrás de esto debería estar la caja, según Alana.

Intentaron mover el espejo sin éxito, hasta que de tanto manipularlo dieron con algo que parecía ser una perilla encastrada entre la decoración del marco. Al apretarla, la parte de vidrio se abrió con un suave sonido metálico, como si fuera una puerta. Detrás de ella estaba el panel numérico de la caja que había mencionado Alana.

—¿Me dictas los números? —preguntó Amado, extendiendo hacia Octavio su teléfono.

Se le hizo extraño que Octavio no respondiera, pero pronto entendió por qué. Había un tercero en la habitación con ellos.

Desde la puerta del baño, una voz grave preguntó:

—¿Qué están haciendo aquí?

Continuará.

Próxima actualización: 9/10

¡Hola! ¿Qué tal? A mí me duele un poco el brazo, creí que no llegaría a corregir, me voy a dormir una siesta, luego xD

¡Gracias por sus comentarios, votos y leídas! ¿Saben que son geniales? T_T En serio que no tengo palabras para agradecer el amor que le dan a esta historia. Aunque en la revisión se volvió más larga de lo que era originalmente, se acerca el clímax (no malpiensen, o sí).

¡Esta vez sí hubo contactoooo! Aunque Octavio tenga razones para creer que lo que siente por Amado es influencia del huevo, es un pasito hacia adelante.

¿Quién será que los descubrió revisando el baño?

Si tuvieras mucha plata, ¿cómo sería tu habitación ideal?

Acá les dejo un ejemplo del aire que imagino que tiene el dormitorio de los padres de Amado. El baño es más grande, pero tiene ese tipo de columnas:

¡ABRAZOS!

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