16. Octavio intercambia dinosaurios con Amado
La presencia de Alana alteró un poco los planes. Luego de salir de la Galería Garza, Octavio dejó a los hermanos solos y volvió a su casa, donde intentó distraerse con un cubo de Rubik mientras esperaba novedades, sin mucho éxito. Aunque era entendible que Amado y Alana prefirieran hablar a solas, la incertidumbre le carcomía el estómago. Al buscar acomodarse mejor en el sofá, inquieto, descubrió entre los almohadones una corbata azulada de material sedoso que no le pertenecía.
—Amado... —murmuró para sí, palpando la tela. ¿Se habría dado cuenta de que esa prenda había quedado atrás?
La textura era similar a la del satén de las sábanas de su sueño, y el recuerdo de este desencadenó en su cuerpo una descarga eléctrica. Todavía tenía esperanzas de que lo que sentía por Amado fuese un capricho pasajero, por más que llevara un buen tiempo gestándose, si se sinceraba consigo mismo. Le asustaba pensar que pudiera ser algo más. Recordó cómo había estado a punto de dejarse llevar por la tentación de besarlo, unos días atrás, y respiró hondo.
No podía continuar huyendo del sentimiento para siempre, por más conveniente que fuese. Tenían que hablar, a pesar de que Octavio todavía no estaba seguro de qué decirle. ¿Que pasar tiempo con él le resultaba más placentero de lo que había imaginado? ¿Que tocarlo le producía una especie de alivio? ¿Que no le molestaría poder seguir viéndolo, una vez que todo hubiera pasado? Aunque, en realidad, no sabía si habría un después, considerando que la ciudad estaba en peligro de ser atacada por un dragón.
Cuando Carla volvió del trabajo, Octavio seguía en la misma posición: acostado en el sofá, con el teléfono en una mano y la corbata de Amado apretada en la otra.
—¿Has visto las noticias? —preguntó Carla—. Dicen que ha habido un poco de actividad sísmica cerca del volcán. Y yo me tuve que aguantar en el trabajo para no decir que la culpa es de la familia de tu novio, que se robó un huevo. ¿Sabes lo difícil que fue eso? ¿Cuándo piensan devolverlo?
Octavio alzó la vista hacia ella, que estaba de pie junto al sofá con los brazos cruzados.
—En cuanto resolvamos el pequeño inconveniente que te mencioné por mensaje —musitó Octavio, dándole un nuevo vistazo a su teléfono—. Si Alana pudiera decirnos dónde están las llaves, sería todo mucho más fácil...
—¿Y luego qué? ¿Qué va a pasar si te atrapan, te mandan a la cárcel y yo tengo que pagar el alquiler sola? Espero que tengan un plan más completo.
—¡Tenemos que ir paso a paso!
El sonido de una notificación proveniente de su teléfono lo sobresaltó. Acostumbrado como estaba a tenerlo en silencio, la sorpresa de escucharlo hizo que casi se le escapara de entre los dedos. El mensaje venía de parte de Amado, por fin, y Octavio tomó aire antes de abrirlo, temiendo lo peor.
—¿Qué dice? —preguntó Carla.
—Que luego de que le explicó la verdad, Alana dijo que lo pensaría y se encerró en su cuarto.
Octavio chasqueó la lengua.
Si Alana decidía no ayudarlos y recurría a sus padres, su intento de plan se desmoronaría como un castillo de naipes. Luego, la familia de Amado vendría tras él. Quizá lo harían desaparecer, al estilo de la profesora Blanco, de quien seguía sin tener noticias. O quizá lo acusarían de algún crimen inventado, y terminaría en la cárcel.
Esa noche le costó dormir. Se imaginó en una celda, intentando inútilmente advertir a los guardias sobre el despertar del dragón. Visualizó a la criatura emergiendo de la cima, en medio de una erupción, y volando hacia la ciudad, mientras destruía todo a su paso. Vio edificios y vehículos colapsar bajo el sofocante calor de las llamas de su aliento, y se preguntó si era solo su miedo o un nuevo mensaje de la bestia, con la que se sentía conectado, de alguna manera misteriosa.
Cuando revisó su teléfono y vio que Amado estaba en línea, a pesar de que eran las tres de la mañana, supuso que él estaría sintiendo algo parecido, o peor. Le mandó un mensaje preguntándole si estaba despierto, al que Amado respondió con una selfie donde aparecía con la cabeza apoyada en una almohada y haciendo un mohín.
Octavio sonrió, a pesar de sí, y le mandó una foto similar. La pantalla era un puente entre los dos, cada uno en su cama.
Después de intercambiar algunos mensajes donde se presionaban mutuamente para ir a dormir, Amado le propuso contar dinosaurios, luego de lo cual envió un emoji de brontosaurio. Octavio respondió con dos y recibió tres, por lo que le mandó cuatro. En algún momento del intercambio, se quedó dormido.
Soñó que compartía una cama con Amado, una vez más, pero esta vez no estaba solo. A su alrededor había también decenas de dinosaurios de cuello largo, como los brontosaurios del emoji, con la particularidad de que estos eran del tamaño de chihuahuas, en lugar de ser gigantes.
—Funcionó la técnica —murmuraba la versión onírica de Amado, con voz adormilada—. Esto es un sueño, ¿verdad?
—Sí, a no ser que tu familia también oculte un proyecto de creación de dinosaurios en miniatura —respondía Octavio, mientras acariciaba el cuello de uno de los animales.
Aguantando la risa, Amado apartaba de su camino a un par de brontosaurios para acercarse a Octavio, y se acurrucaba contra él, suspirando.
—Qué lástima que no sea real...
El corazón de Octavio se aceleraba con el contacto de la piel tibia de Amado sobre su pecho. Había creído que esta vez sí se trataba de un sueño corriente, pero las palabras de Amado le hacían dudar.
—¿Tú crees que el que está soñando eres tú? —preguntaba Octavio. Tragaba saliva, asaltado de nuevo por la idea imposible de que aquel Amado no era solo una proyección de su imaginación, sino el verdadero.
Con los ojos vidriosos y las mejillas encendidas, Amado alzaba la vista para mirarlo.
—Pero no tendría sentido que...
Claro que no, pero hasta unos días atrás, Octavio había creído que los seres fantásticos solo existían en los libros, y ahora estaban lidiando con uno de los más peligrosos. Eso mismo iba a responder, cuando sentía que algo similar a un gato se enroscaba a sus pies. Sorprendido por el calor que desprendía, Octavio miraba en esa dirección, y lo que veía no era un gato, sino un pequeño dragón que se acomodaba para dormir. Estaba cubierto de escamas de un rojo nacarado, y rodeado de dinosaurios que lo examinaban con curiosidad.
—Podría estar pasando porque los dos tocamos el huevo —proponía Octavio—. El huevo no solo nos conecta con el bebé dragón y con su madre, sino también entre nosotros.
Al escuchar aquello, Amado se apartaba de él, con el rostro congelado en una expresión de estupor, y se levantaba de la cama.
Fue al intentar incorporarse para ir tras él que Octavio despertó, desorientado, en su propio cuarto. Estaba solo, aunque todavía sentía calor en el lugar donde el dragón se había apoyado contra él.
No terminaba de creer que el Amado del sueño fuese el real; pero, de haberlo sido, su reacción era lógica. En sueños, a veces hacemos cosas sin sentido. Quizá había sido la influencia del propio Octavio la que había hecho que Amado terminara actuando como si su relación ficticia fuera real.
Al revisar su teléfono, agradeció que fuese sábado, al menos. No encontró ningún mensaje nuevo de parte de Amado, más que la larga cadena de emojis dinosaurios de la madrugada anterior. Se preguntó si debía decir algo, pero decidió esperar.
Un rato después, sin embargo, recibió un texto que lo hizo saltar de la cama:
«Alana quiere que vengas en cuanto puedas, aunque no me ha dado una respuesta aún», decía.
Nada más.
Ni una mención a ningún sueño, lo que significaba que era posible que, al final de cuentas, hubiese sido exclusivo de Octavio. Se sintió incluso un poco ridículo por creer que podría haber sido un sueño compartido, y trató de dejar de lado el sabor agridulce provocado por una mezcla de decepción con alivio.
Luego de levantarse a los tumbos, se vistió con lo mejor que tenía. Mientras pensaba en cómo llegaría a la casa de Amado, en la otra punta de la ciudad, recibió un segundo mensaje de él, que le indicaba el número de un taxi que lo pasaría a buscar por la puerta. De vuelta, nada sobre sueños de la noche anterior.
Salió sin desayunar, con una manzana en la mano que fue comiendo en el camino, y le envió un mensaje a Amado cuando llegó a su destino.
Frente a la casa de los Garza, el enorme portón se abrió para dejarlo pasar. Detrás de él lo esperaba un ojeroso Amado, que lo saludó con un tímido gesto de la mano. Tenía puesta la camiseta de dinosaurio que Octavio le había prestado días atrás.
—Sé que tengo que devolverte esta camiseta —se disculpó Amado, mientras caminaban por el jardín hacia la entrada a la mansión—, pero hoy me vestí a las apuradas y esta era la prenda que tenía más a mano. Me di cuenta cuando ya la tenía puesta. Ahora debería lavarla de nuevo, antes de devolvértela.
—No hay problema —dijo Octavio, con una sonrisa. Ver a Amado usarla le alegraba, por alguna razón que no lograba identificar—. ¿Cómo dormiste?
Al mirar de reojo a Amado, trató de distinguir algún cambio en él, pero solo lo vio apretar los labios.
—Contar dinosaurios funcionó. —Sin dar más detalles, cambió de tema—. Pero creo que yo no fui el único con problemas para dormir. En cierto momento, salí del cuarto y pasé frente al de Alana. Tenía la luz encendida.
—No la culpo.
—Sí. No ha vuelto a salir desde que conversamos. Cuando desperté, tenía un mensaje de ella que decía que quería hablar con los dos.
Con un nudo en el estómago, Octavio siguió a Amado al interior de la casa. La majestuosidad de las escaleras consiguió distraerlo un poco, al menos durante el tiempo que les tomó subirlas y llegar al tercer piso, donde estaban los dormitorios. Allí, al final de un ancho pasillo, el camino se bifurcaba en dos corredores, al fondo de cada cual había una puerta. Amado señaló una de ellas y dijo:
—Esa es mi habitación. La de Alana está al final del otro corredor.
Fue hacia esa dirección que avanzaron, y Amado respiró hondo antes de golpear la puerta del cuarto de su hermana y anunciarse.
—Adelante —dijo Alana.
Cuando entraron, Octavio sintió que acababa de meterse en las páginas de algún libro de aventuras ambientado en el pasado. La luz que entraba a través de los grandes ventanales iluminaba el espacio, donde convivían elegantes sillones con cuadros que representaban mapas de tiempos remotos, escenas del antiguo Egipto o Babilonia, y estanterías repletas de libros y adornos de lugares lejanos. Le recordaba al estudio de Calista y Pía, en cierta forma.
En el medio de aquello estaba Alana, que llevaba puesto un elegante vestido de estilo victoriano, con una falda enorme. Si no había dormido, su rostro fresco lo disimulaba bien.
La expresión confundida de Octavio debió ser muy evidente, porque Alana explicó:
—Tengo una sesión de fotos por mi cumpleaños, en un rato. Pero quería decirles que he decidido ayudar, después de pensarlo.
Octavio no se había dado cuenta de lo agarrotados que tenía los músculos hasta escuchar esas palabras, que los volvieron de gelatina. A su lado, Amado suspiró con visible alivio y dijo:
—Gracias. Lo que quieras a cambio, es tuyo.
—En primer lugar, quiero fotos de lo que encuentren allí dentro. Sobre el resto, lo pensaré. —Dirigiéndose a Octavio, agregó—: Hay algo que quiero pedirte a ti, pero no hay tiempo de hablar de eso ahora.
Confundido, Octavio asintió. No estaba seguro de qué podía tener él para ofrecerle a una persona con tanto dinero y recursos.
—Claro, cuando quieras —respondió Octavio.
—Mamá guarda llaves en una caja fuerte con combinación que tiene en el baño de su dormitorio, detrás del espejo —continuó Alana—. Lo vi cuando la abrió para mostrarme una gargantilla que me prestará para la fiesta. Aquel día, cuando llegó, puso allí un manojo que traía en la caja, antes de sacar la gargantilla. Me pareció raro, pero ahora lo entiendo.
Octavio se preguntó si la joya de la que Alana hablaba se trataría de la gargantilla de zafiro que la madre Amado había usado el día de la presentación del falso huevo.
—Tiene sentido que las ponga en un lugar seguro, cuando no está en la Galería Garza y no las necesita —dijo Amado—. Llevarlas a todas partes sería peligroso.
—El problema es la combinación de la caja —reflexionó Octavio—. Incluso si encontráramos un momento para intentar ingresarla, quizás haya algún tipo de alarma que se active si pones la incorrecta muchas veces. No podemos improvisar una clave. ¿Llegaste a ver algo de ella, esa vez en que la abrió para sacar la joya?
Alana negó con la cabeza.
—La sesión de fotos de hoy es en los jardines de la Galería Garza. Papá y mamá vendrán conmigo. Podría pedirle a mamá para usar la joya, y tratar de espiar el número cuando la saque de allí.
Eso les daría una ventana de oportunidad. Octavio se volvió hacia Amado y le dijo:
—Podemos intentar hacer una copia mientras ellos no están aquí y devolverla antes de que vuelvan.
Amado asintió. Se veía un poco abrumado, pero a pesar de eso, le preguntó a Alana:
—¿Cuánto tiempo estimas que tardará la sesión...?
Alana se cruzó de brazos y entrecerró los ojos, en actitud pensativa. Mientras esperaban su respuesta, Octavio le ofreció la mano a Amado, que se aferró a ella.
Finalmente, Alana dijo:
—No sé. ¿Una hora, quizá? Espero que sea suficiente.
Aunque no lo fuera, tendrían que hacerlo funcionar. Era su mejor oportunidad.
Continúa.
Próximo: 2/10 (si no me siento mal por haberme dado la dosis refuerzo de la vacuna el 1/10, jajaja xD)
¡Hola, gracias por leer y por sus hermosos comentarios y votitos! Esta semana llegó alguna gente nueva a la historia, así que les doy la bienvenida.
A mí se me complicó un poco la cosa porque operaron a mi madre (ya está bien) y yo tuve que hacerme cargo de varias cosas (ahora estoy de asistente xD), así que hubo algo de caos que me impidió editar con normalidad, y menos que menos pude ponerme al día con las aesthetic. Disculpen cualquier error tipográfico.
Me dio mucha gracia la escena de los dinosaurios en miniatura xD Me recordó a una pregunta que vi una vez, que decía: ¿qué animal grande te gustaría tener en tamaño de gato? Yo creo que me gustaría tener un elefante, ¿y vos?
Después, para quienes vienen de países donde los 15 no se festejan de forma especial: las sesiones de fotos son algo común, no solo de gente rica. Van las chicas, se sacan fotos afuera con ropa linda y todo eso. En mi caso no, porque no tuve fiesta ni viaje (las dos opciones que se suelen dar), ya que #pobreza (hubiera elegido viaje xD).
¿Vos elegirías fiesta o viaje?
Seguro que Alana tiene las dos cosas, la fiesta la hace para complacer a los padres, más que por ella misma. Pero de viaje, me la imagino pidiendo uno a Grecia o Egipto, algún lugar con mucha historia.
Hablando de Alana, ¿qué le pedirá a Octavio?
Cumpleaños de la semana: Haruka906 (26/9) y esposade_KouMinamoto (23/9). ¡Feliz cumple! ¿Alguien más cumple en estos días?
¡Abrazos grandes!
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